Las algas de Canarias en la obra científica de
Viera y Clavijo
Por Máximo MARTÍN AGUADO
I
INTRODUCCIÓN
Un detalle llamativo de la historia de la ficología es la rara
unanimidad con que los algfólogos contemporáneos suelen distinguir
en ella, primariamente, sólo dos grandes periodos, con frontera
de separación hacia 1800.
Atrás quedan, englobadas en una misma etapa de oscuridad
y confusión en lo que concierne al estudio de las algas, estas épocas
tan distantes y, por otros conceptos, tan distintas: la'Antigüedad
griega y romana, cuyos representantes principales, Aristóteles,
Teofrasto, Dioscórides y Plinio, no lograron distinguir estas plantas
de los pólipos y otros animales fíjos, a los que consideraban
también como vegetales; la Edad Media, tan poco propicia para
la ciencia, en la que brilla, no obstante, el genio de San Isidoro, adivinando
casi la organización animal de los corales; el Renacimiento,
con sus herboristas, que vuelven a tomar con la naturaleza el
contacto perdido durante los siglos medioevales; y los tiempos
prelinneanos y linneanos: los tiempos de Cesalpini, de Lobel, de
Gaspar Bahuin, de Ray, de Tournefort, de Linné y aun de toda la
dinastía de los Jussieu, para citar sólo a algunos de sus botánicos
más eminentes, los cuales, aunque realizaron progresos decisivos
en el conocimiento de las plantas superiores, dejaron el estudio
de las plantas más sencillas casi en el mismo estado de atraso y
confusión en que se encontraban en la Antigüedad. Por esta
razón, hacia 1800 eran ya conocidas en Europa muchas de las más
lEROTECA > , MUNICIPAL^
[2] i Sania Cruz de íenerift [HEME
singfulares fanerósfamas canarias, mientras que de las plantas inferiores
casi sólo se tenía noticia de la orchilla, y ello por haber
sido objeto de intenso comercio, tras la conquista, para la industria
de los tintes.
Traspuesta la frontera entre los sigilos XVIII y XIX, el conocimiento
de estas plantas prog^resa con firmeza y rapidez. Surg'e
entonces el verdadero Linneo de las algas, el también sueco Carlos
Adolfo Agardh, que en unión de su hijo Jacobo Geor^fio, de
Harwey, de Kützing; y de tantos otros, establecería sólidamente
los cimientos de la actual ficología.
Esta coyuntura entre los dos siglos se presenta, asi, como un
momento históricamente muy interesante en el campo de esta
ciencia. Para nosotros lo es tanto más, si se relaciona con Canarias,
que, como última prolongación de Europa en el Atlántico,
había de ser, durante mucho tiempo, una especie de fin del mundo
científicamente conocido.
En otros trabajos veremos de qué modo los grandes naturalistas
viajeros de fines del siglo XVIII y principios del XIX fueron
abriendo para la ciencia este capítulo de la ficología canaria.
Hoy debemos detenernos a hacer justicia a un compatriota que,
coi^finado hacia el fin de su vida en las islas en que había nacido,
lejos ya de las corrientes científicas de la Europa sabia, en la que
antes había vivido, tuvo, no obtante, la admirable «osadía» de anticiparse
a ellos en el estudio de nuestras algas y ser el primero
en venir a enseñarnos a hablar sobre la naturaleza de este archipiélago.
Nos referimos a don José de Viera y Clavijo.
II
VIERA Y CLAVIJO, NATURALISTA
En la vida y en la obra de Viera, nacido en El Realejo de
Arriba (Teherife) el 20 de diciembre de 1731 y muerto en Las
Palmas (Gran Canaria) el 21 de febrero de 1813, se pueden distinguir
dos etapas principales: la del historiador y la del naturalista.
Pero así como fue un historiador logrado, y aun hubiera podido
8 [3]
llevar a altísima perfección tales estudios, de haber perseverado
en ellos, como naturalista quedó parcialmente malogrado, a causa
de una preparación tardía y deficiente.
La primera de estas etapas abarca, aproximadamente, el tiempo
en que residió en La Laguna, siendo sacerdote, y concluye
brillantemente en Madrid con la publicación de sus conocidas Noticias
de la Historia general de las islas de Canaria, obra en cuatro
volúmenes, editados respectivamente en 1772, 1773, 1776 y 1783.
La segunda es una época descolorida de su existencia, que transcurre
a lo largo de los últimos 28 años de su vida, en que «residió
en Las Palmas, como arcediano de Fuerteventura, y termina con
parecida fortuna en una serie de trabajos manuscritos, que revelan,
no tanto esa falta de preparación de que acabamos de hablar, como
la inmensa dificultad de la empresa acometida y la lógica falta
de ambiente que sus nuevos estudios tenían en el Archipiélago.
Su obra más representativa de este tiempo es el Diccionario de
Historia natural de las Islas Canarias, concluido en 1799 y publicado,
por vez primera, en 1866-1869^ y en 1900." Como parte
especial del mismo puede considerarse su Catálogo de los Gene'
ros y Especies de Plantas singulares de las Islas Canarias, ya esbozado
como apéndice en el propio Diccionario, terminado como
trabajo independiente en 1808 y publicado en 1882.^
Esta tardía aparición de Viera en el escenario científico
contrasta con la precocidad con que se sintió atraído hacia esta
clase de conocimientos, pues, según él mismo confiesa,^ su vo-
' Josí DE VIERA Y CLAVIJO, Diccionario de Historia natural de las Islas Canarias.
Real Sociedad Económica de Amibos del País de Lai Palmas de Gran
Canaria, tomo I (A-G), Gran Canaria, 1866; tomo II (H...Z), Gran Canaria, 1869.—
Titulo orig^inal: Diccionario de Historia Natural de las Canarias.
' «El Museo Canario», tomos VIII y IX, 1900 (Artículos comprendidos entre
Montes y Papas, ambos incluidos).
' Josí DE VIERA Y CLAVIJO, Catálogo de los Géneros y Especies de Plantas singulares
de las Islas Canarias, «Revista de Canarias», núms. 77, 78, 79 y 80 (1882).
* José DE VIERA Y CLAVIJO, Memorias que con relación a su vida escribió
Don - . Inician el tomo I, pá]fs. IX-LXVII, de su Diccionario de Historia
natural de las Islas Canarias, [Las Palmas de] Gran ganaría, 1866, páj^s. X-xi.
[4] 9
cación por ellos se despertó al leer al padre Feijoo mientras
cursaba sus estudios eclesiásticos en el convento y estudio
de Santo Doming'o de la villa de La Orotava. Una vez en
La Laguna, ya ordenado sacerdote, su inclinación científica se vio
favorecida al pasar a formar parte dé la «memorable» tertulia del
V marqués de Villanueva del Prado. Viera se propuso escribir
entonces la Historia natural y civil de las Islas, como puede verse,
por ejemplo, en los manuscritos que de ¿I se conservan en la biblioteca
de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de
Tenerife, en La Laguna. Pero habiendo progresado menos en el
conocimiento histórico-natural de ellas que en su conocimiento
histórico, al publicar la obra renunció a dicho título y, por insinuación
de la Real Academia de la Historia, adoptó el ya citado
de Noticias... Le sucedió en esto lo contrario que a Bory de
Saint-Vincent o a Berthelot, los cuales vinieron a Canarias (en
gran parte atraídos por la obra de Viera), principalmente con el
propósito de estudiar su historia, y terminaron por escribir, fundamentalmente,
sobre su historia natural.
Una vez en Madrid (1770-1884), adonde había ido para imprimir
su pretendida Historia natural y civil de Canarias, hizo dos
viajes al extranjero, que mejoraron mucho su preparación. El primero
(julio 1777-octubre 1778), a Francia y a Flandes," formando
parte, lo mismo qué Cavanilles, de la comitiva del duque del Infantado,
embajador de España en la corte de Francia. El segundo
(abril 1780-julio 1781), a Italia y a Alemania,*' en compañía del
marqués de Santa Cruz.
Lo más importante del primero, en el aspecto que hoy consideramos,
fue el curso de Historia natural que, en unión de Cavanilles,
siguió durante cuatro meses con Valm'ont de Bomare en
París. Nada semejante hay en su viaje segundo, si se exceptúa la
asistencia en Viena a tres sesiones científicas en casa del doctor
* Josí DE VIERA Y CLAVIJO, Apunte* del diario e itinerario de miviage a Fran-cía
¡f Flandet, Santa Cruz de Tenerife, 1849.
* Josi DE VIBRA Y CLAVIJO. Extracto de los apunte* del diario de mi viage de»-
de Madrid a Italia y Alemania, Santa Crui de Tenerife, 1849.
10 [5]
Ingfen-Housz, médico del emperador y descubridor de la asimilación
del CO3 del aire por las plantas. El acontecimiento más
señalado de este viaje, en lo que se refiere a su faceta científica,
fue sin duda su reencuentro con Cavanilles a su regreso por París,
en 1781, cuando el sacerdote valenciano iniciaba allí sus herborizaciones
y sus estudios botánicos. Viera se contagia entonces de
esa misma afición al estudio de las plantas, y en lo sucesivo hará
también de la botánica su ciencia predilecta.
Ese año de 1781 marca, pues, en la vida de los dos sacerdotes
españoles, Cavanilles y Viera, hasta aquí en cierto modo también
paralelas, una misma inflexión, que les impulsa a seguir un mismo
derrotero. Pero con resultados bien diferentes. Cavanilles permanecerá
aún en París varios años y asistirá, en el Jardín de Plantas
del Rey, a las lecciones de Antoine-Laurent de Jussieu. El
resto de su vida es un cuarto de siglo de labor gloriosa para la
ciencia de las plantas y para España.
Viera en cambio regresa a Madrid aquel mismo año. Allí se
encuentra un nuevo soberbio Jardín Botánico, trasladado a su
actual emplazamiento <a beneficio de la salud y recreo del Público
», y sigue en él, aquel mismo año, un breve curso de botánica
con Paláu Verdera. Sin embargo no persevera en estos estudios.
Solicita y obtiene el arcedianato de Fuerteventura y precipita su
regreso a Canarias. Antes debe concluir todavía, sospechamos
con cuánto esfuerzo, el cuarto volumen de.sus Noticias..., obra de
la que estaba ya tan alejado. Por fin no renuncia tampoco a sus
producciones literarias habituales, especialmente en verso, en las
que debió cifrar sus mayores esperanzas de gloria, a juzgar por el
tesón con que se aplica a ellas durante toda su vida. En verdad.
Viera es un poeta, amante de cuanto ve y brilla, transmutado, por
eso mismo, en sucesivos azares de los tiempos, primero en historiador,
luego en naturalista.
Viene, pues, a Las Palmas (1784), sin haber adquirido esa
formación práctica que es indispensable para progresar en las
Ciencias Naturales, y acomete, así y todo, el estudio de la
naturaleza de las Islas... Nadie sabe, como él, hasta dónde y
por cuántos motivos tal empresa puede tornarse ilusoria... A
veces su ingenio se desata al considerar su nueva disparatada
16] 11
situación y llena de sis^nifícativos destellos su correspondencia
de este tiempo.''
El ambiente cientifícamente banal en que ahora vive le lleva
primero a disertar, en la Real Sociedad Económica de Amisfos del
País, sobre cuestiones muy diversas, a menudo sin relación con la
naturaleza insular, y ya viejas en Europa, pero que constituyen to-davía
una novedad entre sus paisanos. Hace también, aunque con
éxito escaso, algunos ensayos químicos sobre las aguas medicinales
de Gran Canaria. Pero bajo esta exuberancia de superficialidad,
tras todas estas concesiones, va naciendo el plan de una obra más
metódica sobre la naturaleza del Archipiélago...
Es inmensa la desproporción que existe entre sus propósitos
y sus medios. Ante él están los siglos en blanco en lo que se refiere
al conocimiento histórico-natural de Canarias. Apenas tiene
en ellos a nadie en quien apoyarse como precedente. Por otra
parte, las Islas, llenas de singularidades y endemismos, rompen a
cada paso el molde de los conocimientos científícos europeos que
él posee y cuyos libros tiene. Le resultan inadecuadas para hacer
en ellas sus primeras armas.
Para salvar este abismo Viera renuncia a utilizar métodos positivos
de trabajo y confía en su erudición. No irá en sus investigaciones
de la naturaleza a los libros, sino de los libros a la naturaleza:
progresará, pues, en ellas hasta donde se lo permitan las
obras que posee, no hasta donde pudieran llevarle sus propias
observaciones. No estudia metódicamente los seres naturales, ni
forma con ellos colecciones realmente importantes que faciliten
este estudio. No se le verá intervenir activamente en la organización
del recién creado Jardín de Aclimatación de La Orotava,
cuya instalación se ha encomendado al VI marqués de Villanueva
del Prado. Describirá bien las erupciones volcánicas del pasado,
como acontecimientos históricos; pero no nos legará una crónica
geológica de la erupción del Chaborra, acontecido en su tiempo
(1798), a pesar de haber reunido datos para ello y de tener sobre
' Josi DE VIERA Y CLAVIJO, Carta* familiartM, Santa Crui de Tenerife, Imprenta,
Lito|fra(ía y Librería Iileña, 1849.
12 m
estos fenómenos ideas estimables. No será asiduo corresponsal
de ning^ún otro científico, español o extranjero. Es Broussonnet, a
la sazón en La Lag^una como cónsul de Francia, y no Viera, quien
envía a Cavanilles las plantas canarias que el propio Cavanilles
describe en los «Anales de Ciencias Naturales» de Madrid; y a
Willdenow las que éste da a conocer en la «Enumeratio Plantarum*
del Jardín Botánico de Berlín.
Asombra considerar lo mucho que, andando el tiempo, ha
log^rado aprender, y su enorme capacidad para comprender cabalmente
tantas cosas tan distintas. Pero esto no le basta para sustentar
en ello una nueva experiencia y se limita, en gfeneral, a
sobreponer a cuanto aprende la que ya tiene de antemano. Así
su obra carecerá de realidad. Difícilmente conseguirá captar en
ella el sello g'enuino de la naturaleza canaria. Jamás ha de darnos
la sensación de conocer todo el Archipiélag^o, ni aun una sola isla
por entero. Muchas veces habrá de parecer, incluso, que no
se refiere a Canarias. En ella, en fin, se transparentará constantemente
esa cultura adquirida en los libros. Aunque es tan
erudito, que ¿I mismo ha de dar forma libresca a sus descubrimientos,
y no siempre será fácil saber hasta dónde habla con pensamiento
prestado y desde dónde lo hace por cuenta propia.
No pudiendo, por estas circunstancias, escribir la Historia
natural que se había propuesto, y por otra parte atraído por el
Diccionario de Historia Natural de Valmont de Bomare, que puede
considerarse como su Biblia científica, se limitó finalmente a ordenar
cuánto había log^rado aprender o descubrir y, tomando como
modelo dicho Diccionario,^ redactó el suyo sobre Canarias. Una
obra de mérito inmenso en relación con la cultura insular, pero
modesta, si se compara con el saber científico europeo de su tiempo.
En cualquier caso, una obra atesorada con los dones de una
intelisfencia vivísima y constantemente ataviada con las ^alas de
un escritor magistral.
• VALMONT DI BOMARE, Dictíonnaire raiionné, universel dHittoir» NatunlU,
y edición en 9 volúmenef, P«rii, 1775.—La que nosotros hemos consultado es la
edición 4*, en 15 volúmenes, Paris, 1800.
[8] 13
Un hombre que en otras circunstancias hubiera podido rendir
a la ciencia y a su patria servicios inestimables, tenia que confor*
marse ahora con ser un modesto intérprete de este trozo privilegiado
de la naturaleza en que había nacido y del que hubiera
podido legarnos la más bella historia natural conocida hasta el
presente.
Oigámosle, como muestra, en esta selección de párrafos de
esa obertura de ópera bien orquestada que, al decir de Benítez,
es prólogo de su Diccionario, para persuadirnos de la calidad del
naturalista que se perdió en Viera, y al propio tiempo para ilustrar
al lector sobre el planteamiento que hizo de su obra y el concepto
que tuvo de la naturaleza.
L> historia natural de un paii, no es otra cosa que la descripción de sus
sustancias y producciones en sus tres reinos, animal, vespetal y mineral; por consiguiente
es el conocimiento exacto de lo que puede hacer el capital de sus particulares
excelencias, riquezas y recursos. |Pero, cuántos nacen, viven y mueren en
un territorio como el nuestro, sin conocer lo que ven, sin saber lo que pisan, sin
detenerse en lo que eobuentrant Para ellos las plantas más sin|fulares no son sino
yerbas; las piedras y las tierras, casi todas unas; los pájaros los mismos que los de
otras provincias; los peces los de todos los mares... Es verdad que no faltan hombres,
que advertidos por el continuo ejercicio de su profesión, distinguen fácilmente
aquellas cosas con que se han familiarizado desde la niñez. Dale el labrador
á las yerbas del campo, loa nombres buenos 6 malos que les dieron sus abuelos;
el cazador á las aves; el pescador á los peces; el ollero a loa barros... Conocimientos,
pero conocimientos groseros, superficiales, de muy poca utilidad, pues
sujetos á equivocaciones y errores, no salen de la limitada esfera de esta clase de
gente rústica, y se ocultan á los demás, con perjuicio de las artes, de la economía
política, de la materia médica, de la industria, del comercio y aún de aquella loable
vanidad, que sienta bien al ciudadano que se precia de que la naturaleza haya
favorecido su patria con dones singulares.
Es, pues, la historia natural del propio país, uno de los estudios más importantes,
más amenos y más digno de los racionales que lo habitan; pero no basta
que este estudio sea vulgar i imperfecto; es necesario que también sea científico,
quiero decir, acompañado de aquellas nociones que se hacen indispensables para
poder discernir á fondo las cosas; porque es necesario saber la clase, género y
especia á que pertenece una planta ó una piedra, 6 un mineral, 6 un pez, un ave,
un bruto, un insecto... á fin de no ignorar el nombre común 6 latino que le dan
los naturalistas, mineralogistas, y botánicos, sin cuyo lenguaje no es posible entenderse
con las demás naciones, ni con sus sabios, ni con sus libros. Si soy canario
¿por qué no he de dar bastante razón de lo que hay en estas islas, y de lo
14 [9]
que no hay? ¿De lo que abunda en ellas y de lo que escasea? ¿De lo que les es
privativo y de lo que les es común con otras comarcas?
Para adquirir esta patriitica erudición sin afán y sin gasto, era preciso una
obra elemental, 6 por decirlo asi, municipal, que nos abriese el libro voluminoso
de la naturaleza, y nos sirviese como de prólogo para leer el capítulo ó párrafo
perteneciente á las Canarias, y esta obra que, como tan ardua, sólo debía emprenderla
un talento más perspicaz é instruido, soy yo quien tiene el arrojo de bosquejarla,
mientras se aparece otra pluma más inteligente que la desempeñe mejor.
Parecia que las ocupaciones de mi destino por una parte, y por otra la imposibilidad
de andarlo y verlo y examinarlo todo, eran obstáculos que podían arredrarme
en el trabajo; pero tal es para mi el hechizo de las gracias de la naturaleza, y el
embeleso que me infunde su dulce contemplación, tal es el deseo de que mis compatriotas
adquieran algunas noticias más puntuales de las producciones espontáneas
de nuestras islas, las disfruten, estimen, y las celebren, que no he recelado
aventurarme á formar un catálogo de todos los conocimientos que he adquirido,
y de los descubrimieiitos que he logrado hacer. En tan vasto proyecto, me alientan
algunos libros, de los mejores botánicos, mineralogistas y paturalistas, que
poseo: me alientan las correspondencias de amigos de esta isla de Canaria y las
demás; y me alientan en fin aquellas cortas luces que no dejé de adquirir en el
curto de historia natural que hice con el célebre Valmont de Bomare, durante mi
mansión en París.
Formaré pues, de mis apuntes, el ensayo de un Diccionario de Historia natura!
de las Canarias, procediendo por orden alfabético en las materias, método que
se presenta como el más cómodo para el que las trata y el que las aprende, y el
más fácil para el que las escribe y para el que las lee. ¡Dichosas tareas, por cierto,
si te consigue intpirar en la curiosidad de los Canarios el gusto a la historia
naturall De este estudio catto y delicioso de las maravillas del Criador: de este
estudio que sólo puede contribuir á hacernos llevadera y aún feliz U soledad de
nuestro arthipiélago, y su distancia del espectáculo pomposo, pero frivolo, del
que llaman gran mundo. Creemos que la naturaleza tiene también en estas peñas
su corte, su grandeza, tu brillo, tu ostentación. ¿Y por qué no hemos de creer
igualmente que habitamos en lot Ckmpot Elíseos?' Las Canarias lo fueron en los
etcritot de lot poetát: téanlo del mitmo modo en nuestra noble ilusión. Hagamos
por complacernos con unas islas llamadas Afortunadas, quizás por su aventajada
situación, por su clima benigno, por tut apacibles estaciones, por tu tuelo fértil
y liberal que en parajet noi da rada año una mitma tierra cinco cotechat, á
taber, dot de maiz y dot de judías con otra de papas: tan bueno en fin, que nos
concede lat frutas tazonadaí, lat carnet tiernat, lot petcadot tabrosos, lot afa-madot
vinot, lat miétet con un número infinito de macollat, lat maderat de algu-not
árboles muy rarot. Yo viajo por el paít, lo encuentro sumamente f ragoto y
[10] 15
desigual; pero á cada paso se muda la escena, y voy descubriendo con sorpresa
agradable, diferentes puntos de vista y perspectivas que forman cuadros de paisajes,
ya agraciados, ya majestuosos, ya risueños, ya terribles... Allá una cordillera
de cumbres nevadas y de escarpadas sierras, á veces frondosas. Acá un cerro
eminente, un roque piramidal, un barranco profundo, un valle ameno, una cañada,
una ladera, una rambla, una montañeta de lavas de volcan, unas playas todas de
arenas finas 6 de callaos y guijarros redondos. Aquel es un pinar obscuro; el otro
un bosque siempre verde de laureles, acebiños, barbusanos, viñátigos, tilos, hayas,
jinjas, acebuches, paloblancos, mirmuianos, lentiscos, cedros... Estos son los caudalosos
arroyos que nacidos de fuentes puras, de manantiales frips, se reúnen, se
despeñan, serpentean y corren por entre ñames, juncias y mimbres, para regar viñas,
huertas y sembrados, para impeler las ruedas de los molinos y de los ingenios
de azúcar; para abastecer las poblaciones y alegrarlas. Las otras son de aguas
agrias medicinales, que el aire fijo (gas carbónico) que contienen, las conserva
siempre acídulas. Aquellas son Ifis cuevas cómodas y silenciosas, moradas de los
primitivos Guanches, en donde se conservan todavía algunos de sus incormptos
cadáveres.
A fin, pues, de facilitarte este imponderable recreo, se te ofrece, benévolo
paisano, el presente índice de nuestras cosas naturales, en forma de Diccionario
manual. Confiésote que no es más que una primera idea, de lo que puede llegar
á ser, si hay manos que se apliquen á levantar el edificio; siendo advertencia que
los artículos que echares de menos, en esta nomenclatura, son los que á mi entender,
no se hallan en nuestras Canarias, y que los que vieren señalados con asterisco
ó estrellita, son privativos de ellas.
Si tratas mi trabajo con desden, y dejas inútil este obsequio, malo para ti;
porque debes saber que todo hombre de juicio, después de habar corrido vanamente
por los estériles sueños de la distracción, la ambición, la opulencia, la gala;
por los de la política, las armas, las leyes, el comercio, la erudición, la historia,
las humanidades, la heráldica, la..., no encuentra, si despierta de la pesadilla, y se
desengaña, otro puerto, ni otra bonanza, ni otra consolación, ni otra cota sólida y
de agradable estudio que la Naturaleza. Lo mismo le sucede á los Siglos. Después
que sucesivamente se ocuparon en el miserable estudio de las caducas opiniones
y delirios de los hombres, se acabaron de desengañar en el nuestro, de que
el de la Historia Natural, y de sus subalternas, la Agricultura, la Botánica, la Medicina,
la Astronomía, la Física, la Química, la Economía, es el legitimo estudio
de la realidad, porque es el estudio de las obras del Criador, y por consiguiente
de su sabiduría y tu omnipotencia, de su magnificencia, de su provi.dencia, de su
bondad...
16 [11]
III
EL "DICCIONARIO DE HISTORIA NATURAL" DE VIERA
Viera concluyó el Diccionario en 1799; pero no sabemos que
se hiciera ningún intento para publicarlo hasta después de su
muerte, ya terminada la guerra de la Independencia. Luego se
desistió de este propósito, y creemos posible que en tan lamentable
determinación influyeran decisivamente los reparos de orden
científico que puso a la obra el Dr. Chimioni, al hacer de ella la
censura que había de preceder a su impresión.
Tales reparos están contenidos en un escrito existente, al
parecer (pues nosotros no hemos podido localizarle), en la Biblioteca
Municipal de Santa Cruz de Tenerife, dado a conocer
por Miguel Maffiotte en su Historia de las Islas Canarias^ y que
por su interés reproducimos:
Apenai empecé á leer el Diccionario de Historia natural de las islas Canarias,
obra postuma de D. José Viera y Clavijo, que tengo en mi poder, para hacer de él
la censura que debe preceder á la licencia para su impresión, vi con sentimiento
que lo afeaban y aun hacían defectuoso algunos pequeños lunares, nacidos sin duda
de que su autor no pudo darle la última mano. Y como cabalmente estos lunares
son de tal naturaleza que atacan los principios fundamentales de los sistemas
de Historia Natural, consideraba con dolor que si se disimulaban y la obra se publicaba
con ellos, ofenderían la buena memoria de su laborioso autor, sirviendo á
propagar errores que deben desterrarse; 6 bien si como era justo se procediese
se^n previenen las leyes de esta materia, quedaría inédita una obra que por otra
parte tanto debe contribuir á la ilustración pública.
Estas justas consideraciones me sugirieron desde luego la idea de tomar á mi
cargo corregir estos pequeños defectos, que había advertido, y algunos otros, que
quizá una rápida lectura no me hubiese permitido notar, y que un examen más
prolijo me haría tal vez descubrir. Pero como para esto se hace preciso el consentimiento
de las personas que han tomado á su cargo la publicación de esta obra,
á ellos dirijo esta propuesta, con tanta más confianza, cuanto algunas relaciones
(fue se hallan en el M. S. me dan lugar á creer que hay entre ellas personas
' Hittoria de la» Ulat Canarias, edición ilustrada, publicada por A. J. BENÍTEZ,
Santa Cruz de Tenerife, s. a., págs. 134-135.
[12] 17
intelisfentes en Historia Natural; por lo cual también apuntaré aquí al^noi de
eatot defectos, para que por ellos se vea el fundamento de lo que he dicho.
Cuando se describen objetos de Ciencias Naturales es del mayor interés notar
los nombres latinos científicos, porque con ellos se fija el objeto de suerte que no
pueda equivocarse con otros: pero como no todos los naturalistas hayan usado de
unos mismos nombres, porque no todos han se^ido un mismo sistema, se hace
preciso elegir una de estas nomenclaturas, y no vag-ar entre las de varios de ellos;
y esto es cabalmente una de las cosas que afean el Diccionauo del Sr. Viera, el
cual unas veces se vale de la nomenclatura de Lioneo, como se ve en la voi Batata
que llama con éste Convohalu* Batata; otras emplea la de Toumefort, como ••
advierte en el Aniz que llama Apium Anisum; otras la de Babuino como hace en
la Alavata i quien llama Lapathum aguiticum; otras veces, y esto es lo mes
'recuente, se contenta con indicar el nombre del género sin expresar la especie,
como se ve en el Ajonjolí, en la Abubilla, en el Álamo y otros artículos: y otras
veces también junta y mezcla los nombres de diferentes autores, como ha hecho
con la Adelfilla que llama Epilobium Chamaenerium, cuyos nombres son el. primero
de Linneo y el segundo de Tournefort, y que ni uno ni otro hacen más que
designar el género á que pertenece esta planta, pero no la especie, dejando por
consiguiente al lector sin saber cuál es la planta que en Canarias llaman Adtlfilla,
porque estos géneros comprenden diferentes especies ó sean plantas diferentes
que todas tienen un segundo nombre, que las distingue entre si.
Otro defecto, también muy común en esta obra, es la poca exactitud con que
se.describen algunos objetos, como es de ver entre otros en los artículos Alga y
Araña, de los cuales, en este no se especifica ninguna especie; se confunde con
otra muy diferente la Aranea domestica de Linneo, y generalmente á todas ellas
con los Falangios: y en aquel' se ven confundidos con las algas, que son todas
plantas acuáticas, los musgos y liqúenes, que son entecamente diferentes y que
crecen todos en tierra é sobre los árboles y piedras.
Otras veces se advierten en este Diccionario omisiones de consideraciin,
como en el artículo del Algarrobo, en el cual calla su autor la particularidad de
ser árbol que echa en un pie las flores femeninas y en otro las masculinas; cosa
muy digna de advertirse especialmente por quien como Viera se detiene á veces
en anotar en otros artículos cosas de mucho menos interés.
La multitud de objetos que comprende la Historia Natural, ha obligado i
que en cada uno de sus tres ramos se dividan los seres que abracan en Clases; las
Clases en Ordenes; los Ordenes en Familias; las Familias en Géneros; los Géneros
en Especies, y las Especies á veces en variedades 6 castas. Y habiendo sido
esto adoptado por todos los Naturalistas, el apartarse de ello prueba á un mismo
tiempo ignorancia de todo sistema y método, y falta de exactitud y claridad. Por
desgracia así sucede muchas veces en el Diccionario de que se trata. El p«x Alba-cora
por ejemplo, dice Viera que pertenece á la Clase de los Torácicos, debiendo
haber dicho al Orden: la Esperiega dice que es especie de mansaaa, debiendo
haber dicho que era variedad 6 casta y aaí de otroe que pudiera citar.
Algunas veces también equivoca Viera la« Clatea, Ordenes i Géneroi á qa*
KHL, 1
18 [13]
pertenecen loi objetos de que trate, como le ve en la Babosa que llama Reptil
con notable equivocación, pue* los Reptiles, que forman una clase en el sistema
de Linneo y d« todos los modernos, tienen hueso, y espinazo, y la Babosa no
tiene nada de eso. Lo mismo se advierte en el Achote, que dice es una Mitela de
Linneo, siendo así que la descripción que hace de él ni pertenece al Bixa Orel-lana,
conocido jfeneralmente por Achote, ni á ninguna de las Mitelas conocidas,
quedando por consiguiente en duda cual sea la planta de que habla.
Creo que lo que llevo dicho bastará á probar la necesidad que hay de hacer
en el Diccionario del difunto Viera las correcciones que dije al principio. Si asi
pareciere á sus editores, el que esto firma se encargará gustoso de este prolijo
trabajo, sin más premio ni recompensa que la satisfacción que le resultará de que
se dé á luz una obra que ai mismo tiempo que no desmienta la opinión buena que
justamente le han grangeado al Sr. Viera sus otros escritos, proporcione á la nación
la instrucción que debe resultar de ella, y á las Islas Canarias la gloria de
haber contribuido á la propagación de tan útiles conocimientos.—Madrid 22 de
Agosto de 1817.—RAMÓN DE CHIMIONI.
Si bien este informe no valora los méritos de la obra, expresa,
en gfeneral, un excelente juicio crítico sobre ella. Pero ni los
defectos que en él se consignan, ni otros que hubieran podido
señalarse, tenían demasiada importancia en relación con lo que el
Diccionario representaba en el momento en que se escribió, pues
aún no estaban tan lejos los tiempos en que algfunos viajeros
citaban en Canarias ang^uilas de siete colas o loros y papagfayos.
Incluso en ese año de 1817 tales deficiencias no pesaban todavía
demasiado en contra de él, a pesar de que ya Bory de Saint-
Víncent había publicado sus Ensayos sobre las Islas Afortunadas^"
y de que Leopoldo de Buch, para nombrar sólo a otro de los
naturalistas de este tiempo que más contribuyó al conocimiento
histórico-natural de nuestro archipiélago, había empezado a publicar
sobre él las diversas memorias que luego reuniría en su excelente
Descripción física de las Islas Canarias.^^ Precisamente
durante su estancia en ellas (1815), conoció la obra inédita de
•• BORY DI SAINT-VINCIT, Estáis sur les Isles Forianées, París, Germinal
an XI [1803].
•' LiOPOtD VON BUCH, Physikalische Beschreibung der Canarisch* Inseln,
Berlín, 182S.—De esta obra hay una traducción francesa, Dtscription physique
d*t lies Canaries, Paris, 1836. Ésta es la qne nosotros hemos consultado.
[14] 19
Viera, de la que vino a expresar, en pocaa palabras, un juicio parecido
al de Chimioni {pkg. 54 de la edición francesa):
Parmi leí nombreuz manuscrits, qu'il • laiisi, il i'en trouve un sMei ramar-quable,
qui, avec quelqiie eaprit d« critique, lerait digne d'fitre publié. C'eit un
dictionnaire de l'hiatoire naturelle dei ilet...
Acaso sean estas sencillas opiniones de sus contemporáneos,
tan próximas y ecuánimes, tan librea de interés por exaltar o empequeñecer
el buen nombre de Viera, las más valiosas de cuantas
se hayan emitido sobre su obra científica.
Con el tiempo las imperfecciones del Diccionario hubieran
adquirido mayor relieve, pero a la vex la obra iba perdiendo la
valor práctico, y cuando al fín se publicó, sin revisión al^na, en
1S66-69, ni deméritos ni méritos importaban en ella demaiiado,
porque hacia ya 16 años que Webb y Berthelot hablan concluido
en París la edición de su monumental- Historia natural de las Islas
Canarias,^* abrumadora superación de casi todo lo que se había
escrito precedentemente de esta materia sobre el Archipiélago,
especialmente en el campo de la botánica.
De esta manera, datos para su tiempo valiosísimos contenidos
en el Diccionario de Historia natural de Viera, no pudieron ser
tenidos en cuenta por los investisfadores posteriores y han llej^do
hasta nosotros exentos de valor científico y sobrecarg^ados, en cambio,
de valor histórico; en cualquier caso, portadores de un mérito
que es necesario reconocer y proclamar. Incluso los defectos, al
perpetuarse, han cobrado ese mismo interés histórico, que no tendrían
si el Diccionario conservase todavía aljfún valor práctico.
Los 13 cuadernos que componían el origfinal de esta obra
contenían en total cerca de mil artículos. Al imprimirla se habían
extraviado los cuadernos 1*, 2°, 9", y 12*. De los dos primeros se
logró encontrar copia a tiempo, y pudieron incluirse en la edición
príncipe. De los otros dos hubo de prescindirse en esta edición
" PHiLim BARKIR-WUB et SABIN BIRTHILOT, Hittoin natunlU dti ün Cu-narit
», Paria, 1836-1850. 10 volúmenei en folio j «a gran folio.
20 [15]
(cfr. nota 1). Posteriormente apareció también una copia del 9°,
que se publicó en la revista «El Museo Canario* en 1900
(cfr. nota 2). Por último, en 1942, se hizo otra edición del Diccionario,
asimismo sin revisión y bastante descuidada, con el contenido
de los doce cuadernos conocidos.^^
£1 cuaderno que aún falta, el número 12°, contenia los artículos
comprendidos entre Tajinaste y Yerba-buena plumosa, ambos excluidos.'^
Luis Maffiotte ha deducido^" que entre ellos debían
florar, por lo menos, los 37 sig^uientes:
Tártago.—Tasarte.—Té de Canarias.—Tedera.—Tejedera,—Tembladera.—
Tembladera zarcillo.—Temblador.—Teucrio.—Tiburón.—Til.—Tollo.—Tonina,—
Topete.—Toronjil.—Toronjil mulato.—Tórtola.—Treinta nudos.—Trevina.—Tre-
Tolina.—Trigo.—Triguera.—Triguero.
Va<|ttita.—Vara de San José.—Vencejo.—Verode.—Vieja.—Villorita.—Vina-giera.-
Viñátigo.
Xilguero.—Xuagarzo. ^
Yéndro.—Yerba becerra.—Yerba buena.—Yerba buena arbórea.
La parte publicada hasta ahora comprende unos 850 artículos.
De ellos, poco más de 500 se refieren a plantas; unos 250, a animales;
y los casi 100 restantes, a minerales y cuestiones muy diversas,
con frecuencia superfluas. Es, por lo tanto, un diccionario
fundamentalmente botánico. Esto evidencia a la vez la desigual
preparación de Viera y el predominio del aspecto botánico en el
conocimiento que entonces se tenia del Archipiélago, tras las herborizaciones
de Masson. Tal predominio se ha mantenido hasta
nuestros días por el carácter tan marcadamente endémico de la
" Josi Dt VintA Y CLAVIJO, Diccionario de Hittoria Natural de la» hla» Ca-tuuia
», tomo I (A-G), Santa Cruz de Tenerife, 1942; tomo II (H...Z), Santa Crux de
Tenerife, 1942.
*' Por razones que desconocemos, y que no hemos intentado poner en claro,
hay algunas alteraciones en la ordenación alfabética de los artículos del Diccionario,
que hacen imprecisa esta delimitación.
'* LUIS MArriom, Carta» Bihliográfiea»! El Diciortario de Viera y Clavijo,
«Diario de Tenerife», 13 da enero de 1897.
[16] 21
flora canaria, que atrae incesantemente a las Islas a especialistas
eminentes del mundo entero.
Casi todos los artículos botánicos se refieren a plantas superiores.
De las inferiores (como de muchos animales), no se ocupa
sino por presentar su obra más completa. De ellas, las únicas de
que trata con »\gúa detenimiento son las Algas, a las que dedic*
total o parcialmente, 8 o 9 artículos.
De los animales, concede atención preferente al grupo de los
Peces, con unos 100 artículos; le sisfue el de las Aves, con unos 70
De los demás se ocupa muy desigual y pobremente: unos %
artículos para los Insectos, 20 para los Mamíferos, 15 para los
Moluscos, 10 para los Crustáceos y de 1 a 5 para cada uno de los
restantes grupos de que trata. Estas cifras no son exactas, pero
creemos que han de bastar para dar a otros especialistas una primera
idea de lo que pueden encontrar en el Diccionario, en relación
con su especialidad.
A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Viera, la parte
científica de su obra está realmente por valorar.'* Hay un solo
trabajo, el de Bellón sobre los tiburones y las rayas de Canarias,^'
en el que se han revisado y tomado en consideración algunos artículos
del Diccionario. El que nosotros ofrecemos hoy valora otro
pequeño sector de la obra, y aun cuando en él nos extendemos en
mayor número de consideraciones, tampoco puede servir por sí
solo de base a un dictamen completo sobre ella. Por otra parte, no
es quizá el grupo de las Algas, tan mal conocidas en los tiempos
de Viera, y, desde luego, un poco peor comprendidas por él, el
que puede proporcionar los datos más significativos para ese dictamen.
Aunque justamente por tratarse de plantas todavía nada
" Como publicaciones má* directamente relacionadas con ella pueden consultarse:
JUAN DU. RÍO AVALA, Vura y Clavija, químico y naturalitta, «El Maseo
Canario», II, enero-abril, 1934, págs. 15-41; SIMÓN BENITU PADILLA, La obra
citntffica d* Vitra y Clavija, apud VURA Y CLAVIJO, Hiitoria de Canaria», tomo III,
apindice III, páfs. 543-581, Santa Crui de Tenerife, 1951.
" LUIS BILLÓN URIARTI y EMMA BARDAN MATIU, Nota tahr» la» pteti Eku-mohranguiot
de Canaria», Ministerio de Fomento, Instituto Español de OcMutogra-fia,
Notas j Resúmenes, Serie II, Núm. 53, Madrid, 1931.
22 [17]
familiares entre nosotros, sean, de momento, tas que más necesiten
ser interpretadas.
Al hacerlo ahora asi abrisfamos la esperanza de alentar a otros
especialistas a revisar los artículos del Diccionario que les conciernen,
con objeto de promover una edición definitiva del mismo
que le deje también definitivamente in&orporado a la literatura
científica de las Islas.
IV
CONCEPTO DE VIERA SOBRE LAS ALGAS
Entre los defectos que Chimioni atribuye a Viera figura el de
confundir las algias con los musgfos y los liqúenes. Esto no es exacto,
y nos complace poder librarle de semejante reproche. Sigamos
para ello las páginas de su obra, transcribiendo y comentando
aquella pttrte de la misma en que trata de estas plantas con carácter
general.^^
En un pasaje del prólogo de su Diccionario nos dice:
Siyo mi paiso huta la ribera del mar, y en el ínterin que unoi petcadorea
embarbaacan con la leche cáustica del Euforbio i Cardón, un gran charco para
amortiguar loa peces; y que otros tratan de tirar hacia la orilla las redes con que
han echando su lance: no quedo yo ocioso, porque averiguo la calidad de los
C6ft-Có/e y Barrilla, de los Salado», Leeheirexna», y Pertjil dtl mar, de la Perpetua
marina, y de otras plantas litorales...
Continúa el relato de este supuesto paseo y nos habla, primero,
de los peces sacados en las redes: «La plata, el oro, la
púrpura, la esmeralda, lo cerúleo, todos los colores, todos los
" En todo lo que copiamos del Diccionario para el presente trabajo nos
atenemos estrictamente al texto de la edición príncipe (c{. nota 1) y, en sU defecto
(contenido del cuaderno 9°), al de la edición segunda (cf. nota 13). Las únicas correcciones
que nos hemos permitido hacer son tan insignificantes e imprescindibles
como convertir Carolina en coralina (prólogo), conierva en conferva (articulo
OVA DI RÍO), etc.
[18] 23
cambiantes, brillan en sus escamas>. Luego, de los «mariscos,
cangrejos, conchas y otras producciones marinas», que imagina le
han regalado los pescadores.
«Otras producciones marinas...» He aquí un hábil recurso
para aludir, en primera instancia y sin compromiso, a todo un conjunto
de seres de aspecto muy semejante, que no sabe con certeza
si son piedras, plantas o animales. Eran, desde Aristóteles, el gran
enigma biológico del mar. El siglo XVIH les arrancó, con Peys-sonel
(1727), la mitad de su secreto: los corales resultaron ser
animales, no plantas como se venía creyendo desde la Antigüedad,
y, de acuerdo con ello, todas aquellas producciones marinas que
se les parecían fueron trasladadas globalmente por Linneo al reino
animal. La otra parte del enigma empezó a resolverse también en
el siglo XVIII, con el mismo Peyssonel, y sobre todo con Bernard
de Jussieu (1742), pero no acabó de ponerse en claro haste 1842:
muchas de estas producciones, consideradas ahora como animales,
eran realmente plantas, y en concreto algas, por lo que debían ser
restituidas al reino vegetal. Decaisne y Chauvin fueron los encargados
de llevar a cabo esta transferencia.
Viera alcanzó a conocer bien la primera parte de la solución,
pero sólo el principio de la mitad segunda. Por eso, cuando duda
sobre la naturaleza de algunos de estos seres, estará más propenso
a adscribirlos al reino animal que al vegetal, aunque a menudo se
muestra en ambos sentidos más extremado de lo que era habitual
en su tiempo.
Pero dejémosle, por ahora, acabar el relato de su paseo literario
hasta la orilla del mar, para ver cómo detalla todas estas producciones
marinas y de qué manera discierne entre ellas el grupo
de las algas:
... Ettot que tienen aparienciti de «rbolitot del mar, cuya sustancia es córnea
y como barnixada, los unos de color amarillo, otros rojos, otros nejaros, y otros de
varias pintas, son unos Litófiios y Zoófito» agraciados; y aquel tan crecido, tan
encarnado, ramoso, y oloroso, que llaman Arhol de coral, no lo es por cierto,'* sino
" Es coral, pero qo árbol, quiere decir, dando a entender que conoce el descubrimiento
de Peyssonel, como era cierto.
24 [19]
nna precio** Madrépora, obra de menudíiimof Pólipos marinos, como lo ion también
eatof Confite* de Canaria celebradoi en todo el mundo. ¿Y podré mirar con
indiferencia tantoi Musgos como visten nuestras peiías, 6 arroja el mar en sus
resacas á las playas? Distinj^o entre ellos los Escaros, la Coralina medicinal, las
Ova* membranosa*, los Fuco*, los Sargazo*...
Nos presenta así a las algas con el nombre gfeneral de musgos,
e incluye en ellas: a los escaros, que son animales, y de los cuales
no volverá a ocuparse en el Diccionario; a la coralina medicinal,
que en su tiempo se consideraba como animal, aunque en verdad
es un al^a, y de la que tratará luego sólo vagamente; y a las ovas,
fucos y sargazos, algas indudables, aunque más tarde le veremos
poner en duda la naturaleza vegetal de una de ellas, inducido a
error por su maestro Valmont de Bomare. Excluye, en cambio, los
confites de Canaria, que son también algas; pero dio de ellos
una primera y, para su tiempo, atinadísima interpretación biológica,
considerándolos como obra de pólipos y no como piedras
vulgares.
Al utilizar para las algas esa designación general de musgos,
Chimioni debió creer que Viera confundía ambas clases de plantas.
En realidad el confundido era él. Ignoraba que musgos y cebas,
eran (y siguen siendo) las dos designaciones colectivas más generalizadas
de las algas en este archipiélago, y no reparaba tampoco
en que Viera plantea su Diccionario sobre la base de los nombres
vulgares. Además le hubiera bastado acudir a los correspondientes
artículos MUSGO y ALGA para comprobar que no existe tal confusión.
Asi, en el primero, después de describir, como le fue posible,
los musgos verdaderos, agrega estas palabras inequívocas:
Aunque suelen reputarse también por muscos aquellas plantas que solamente
consisten en ciertas extensiones membranosas pebradas a las piedras y troncos o
en unos filamentos ramificados como en la Orchilla, se ha hecho de ellas sin embargo
otro orden botánico distinto, bajo el nombre de Aljras, comprehensivo de
diferentes géneros y especies (Véase ALGA).
Y en el artículo ALGA, después de describir también estas
plantas, al modo como él las entiende, vuelve a especificar:
J
1. 1.1(11111.A ni MAi,', l/l\M Í.H'liK .i r. V i c i a .lUuli- .1 csl,i pl,,Illa l o t í los
iiciTiiliK's <lc / / / r . i / . i i l iu .1 V Uíwf l.ilisMiii,!: c]ui/,i líinihi.Mi i ,•>\^ v\ i lc tllv.i
uni|i|/ic,i(is, .11111 (11,nulo i'sl.) (losiciiiiu ion i . M I osp.Miili' ,i un.i (-spci ic
muy i l i f c K ' i i l c . (V. , u l . OVAS. M-pi(>ilii( KIO .MI I,, p,,{; .VillM] do cslo
I r . i l i n i o)
/ |('n)/>Ií(f (M (u r i / ( ' n l (> ./c í.) /'/^n-.t .íc '>.ni M,tr( <>s cu J. . . . 1 . / r n c r i l c ix M
(.11 I ( )VA<,|
( (H'A IM l.'l.', h'hi/t'i loniiiii) sf. V'iri.i iiiciu loriii
i>',la r s p n II' i 111 i'\ i i o m l n i ' J r ('.>n!rMM IH'U/.IM', I .
{V. ail OKA ni i,'h\ ( u\'.i l o p i a . >l i .'i c i i n s cu I,i
i'/i^l U |.'V|)
M „ , . s l r , , , . r ,lrn/r , l r / i - ' . , , l l r . i r - l , i l r - . , l < / . , l , ) . ' , , „ , , l , T ! r , , l r ( x li
4 f'.K/iiiíi p.u'o/ii.i (1.) C i . i i l l . \-.u V i c r . i . lllv¿\ pdvoni,)
( A r l . OVAS)
/••((•mpl.ir p r í i c c i c r i lc , / i ' / A i l l r Cucrríi, en /cn.-rifi' (x (1
Í20] 25
Vuljfarmente se suelen reputar por muijfos, pero como lu fructificación y traxa
ei distinta, los facultativos han hecho un orden diferente.
Con ello consideramos sobradamente probado que Viera dis-tinjruió
con claridad las algias de los musgos verdaderos.
Tampoco es propio afirmar que confundiera las algias con los
liqúenes. Lo cierto es que considera a los liqúenes como Algas,
y en esto concuerda con los botánicos más sobresalientes del si*
glo XVIII. En efecto, Linneo instituyó dicho grupo botánico," para
incluir en él, con los errores y omisiones inevitables, a los representantes
entonces conocidos de las algas actuales, de los liqúenes
y de las hepáticas talosas. Y Antoine-Laurent de Jussíeu,^' de quien
suele decirse que fue el primero en delimitar el grupo de las Algas
en su sentido actual, no hizo en esencia sino excluir del orden
Algae de Linneo a las hepáticas, dejando reunidos en él a los liqúenes
y a las algas verdaderas.
Ambos modos de ver, con diversas variantes, perduraron incluso
en el siglo XIX. Así, por ejemplo, en 1801, el ilustre Cava-nilles,
a pesar de haberse forjado en la escuela de Jussieu, mantenía
sobre las algas el mismo criterio de Linneo.''^ Y todavía muchísimo
después, en 1850, un experto en plantas inferiores tan eminente
como Montagne, al redactar el volumen dedicado a las plantas celulares
de Canarias, en la Historia Natural de Webb y Berthelot,»»
adoptaba un punto de vista semejante al de Jussieu. En verdad la
naturaleza de los liqúenes no fue esclarecida del todo hasta 1868,
por obra de Schwendener, y ello venia a probar que estas ideas no
eran muy desacertadas, puesto que al fin también los liqúenes eran
algas, sólo que asociadas con hongos para formar seres mixtos.
De aquí se sigue que Viera tenía sobre las algas un criterio
*" CARL VON LINN£, Genera plantarum, 5* edicián, Holmiae, 1754.— Nosotros
hemos utilisado la edición de Reichard, Francfort, 1778.
" ANTOINI-LAURENT DI JUSSIEU, Genera plantarum, Paris, 1789.
** ANTONIO Josf CAVANILLIS, Detcripción de la* planta* que don ^ _ _ _ _
demo*lró en la* leeeione* pública* del año 1801, Madrid, 1802, pk^. cxxxi-cxxxv.
** CAMILLB MONTAGNI, Plante* celluUtire*, apud Wui et BHTHILOT, Hütoire
naturelle J»* lU* Canariet, tome 3* , 2* partie, sectio ultima.
26 [21]
correcto para su tiempo. Si aun así se le puede achacar a\gún defecto,
es únicamente el de incluir en ellas a los escaros y coralinas,
porque ese revoltijo era propio de los tiempos de Tournefort.
A pesar de todo, debemos advertir que estas reminiscencias pre-linneanas
son frecuentísimas en Viera, y no siempre significan ignorancia.
A veces demuestra estar <al día», y, así y todo, parece
complacerse en ellas, sea por afán de erudición, sea como subterfugio
ante la inseguridad de una cita que trata de oscurecer de este
modo, ya por simple capricho literario.
Prescindiendo de estas herencias del pasado. Viera tuvo de
las algas aproximadamente el mismo concepto de Linneo; pero las
conoció tan desigualmente, que ese concepto aparece constantemente
deformado, desdibujado, en los artículos del Diccionario.
Apenas tenía noción de las hepáticas (clave para dilucidar si adoptó
el sistema de Linné o el de Jussieu), y la única prueba de que
contaba con ellas entre las algas es que atribuye a éstas virtudes
curativas en las dolencias del hígado. Sobre las algas verdaderas
parece un poco mejor informado, particularmente en lo que se refiere
a ciertas especies. Con los liqúenes le sucede lo contrario:
colectivamente le son muy familiares y prácticamente casi sólo conoce
la orchilla. Por eso utiliza constantemente a los liqúenes como
representantes de las Algas y a su vez a la orchilla en representación
de los liqúenes.
De acuerdo con esto, redacta su primer artículo ficológico en
la forma siguiente:
Alya {Aígtkm i Cebas)» Nombre que dan ioi botánicos á aquella date de
vegetaleí raftrerot, membranosoi, 6 coriáceoí, 6 filatnentotos, cuyai hojai, por lo
común, no te diatinjfuen de sus tallos, si es que se pueden llamar hojas, unas expansiones
en forma de chapas y escudetes, á manera de costras verdosas, 6 blancas,
6 con pintas blanquecinas, un poco plegpadas, recortadas por el margen, tuberculosas,
y asidas a las piedras, troncos de árboles y paredes. Vulg-armente te suelen
reputar por mus{;:os, pero como su fructificación y traza es distinta, los facultativos
han hecho un orden diferente. Esta fructificación, no menos que la de loi mitmoi
mutgot, es confuta, y no era conocida hatta ahora pocos años, por cuya racon ambas
plantas se habian colocado en la clase de las criptogamiat. Tenemos diversos
gféneros de alga», entre cuyas etpeciet te debe contar la de lot liqatnet, y por con-tijfuiente
nuettra famota orchilla: tiendo el carácter de lot liquenet el que tut hojat
[22] 27
no ion expansiones membranosas, sino filamentosas, á modo de unas hebras larcas
y ramificadas, cuya fructificación consiste en ciertos botoncitos blanquizcos esparcidos
sobre ellas. Las alfas están en crédito de astring'entes, incisivas, detersivas,
vulnerarias, y propias para las dolencias del hijeado. El lichen pixidiatus de Lineo
pasa por un remedio soberbio contra aquella tos convulsiva, 6 tos ferina de los
muchachos, llamada coqueluche en francés.
En cuanto a la caracterización que hace de estas plantas, lo
mismo en este artículo que en todos los restantes, es tan pobre y
confusa como la de cualquier otro autor de su época. Las alg'as
no pueden defínirse atendiendo únicamente a sus caracteres externos,
macroscópicos; es preciso contar con sus particularidades
estructurales y las relativas a sus órgfanos reproductores, y. esto no
pudo hacerse hasta el siglo XIX. Buscaríamos, por consiguiente,
en vano, precisión en las descripciones de Viera, exactitud en los
caracteres. Todo lo que podemos esperar de él es que acierte a
designar por el nombre que entonces tenían algunos de los musgos
o cebas más comunes de nuestras costas.
CEBA es, como hemos dicho, el otro nombre popular de las
algas en Canarias. Viera abre un artículo con este título, pero no
lo desarrolla. Se limita en él a remitirnos a los artículos ALGA y
CORALINA. Ya hemos considerado el primero. Preparémonos ahora
para comprender las complicaciones que se nos avecinan en el segundo,
porque con él entramos de lleno en el último reducto de
aquel caos en que más confundidos estaban plantas y animales.
Desde 1700 se venían incluyendo en el género Corallina todas
aquellas producciones, tenidas entonces por plantas, que, de acuerdo
con la caracterización de Tournefort, estaban formadas por partes
articuladas o divididas en filamentos ramosos. Diagnosis tan
simple convendría hoy a una inmensa legión de algas, pero ese
género se iba restringiendo cada vez más a las especies que poseían
un revestimiento calizo. Por esta razón, tras los descubrimientos
de Peyssonel, Linneo las excluyó en bloque del reino
vegetal, y son las plantas que durante más tiempo han estado confundidas
con los animales.
Ya el propio Peyssonel había observado que la organización
de las coralinas no concordaba con la de los corales, y Bernard de
28 [23]
Jussieu, que tampoco pudo descubrir en ellas trazas de organización
animal, había separado unas pocas especies de cuya condición
vej^etal no podía dudarse. Pero unos años después, hacia 1756,
John Ellis, que log;ró descubrir las esporas de muchas de estas
plantas, cayó en el error de interpretarlas como pequeños animales,
y desde entonces la condición animal de todo el grupo pareció
confírmada. No faltaron eminentes naturalistas qué intentaran restituirlas
al reino veg^etal; pero, de hecho, hasta casi mediados del
siglo XIX no se incorporaron definitivamente a él, g^racias a los
trabajos casi simultáneos realizados por Decaisne y Chauvin en
1842. Por esta razón Bory, que menciona dos coralinas canarias,**
las incluye entré los animales; y los especialistas de la voluminosa
Historia Natural de Webb y Berthelot prefirieron no citar ninguna,
en ninguna parte de la obr^.
Ante tal situación. Viera renuncia a debatir toda cuestión sobre
las coralinas, y, para no errar, se aferra al Diccionario de Bo-mare,
y calca, sin plagio, el artículo correspondiente, haciendo de
él un buen resumen en pocas palabras. Pero con esta particularidad:
el articulo de Viera es más decididamente botánico en su comienzo;
probablemente porque perdura en él todavía el concepto tournefor-tíano
del género Corallina; acaso también porque está más convencido
de que son plantas que animales. En este último caso, el menos
probable, debemos creer que había sacado semejante convicción
de la observación de una planta notabilísima, que debió de ser muy
común en su tiempo en todas las costas de los alrededores de Las
Palmas y que se encuentra hoy recluida en la playa de Las Canteras;
una coralina con la apariencia típica de las formas articuladas,
pero de un bellísimo color verde inconfundiblemente vegetal cuando
se encuentra bajo el agua en los charcos: nos referimos a la actual
Cymopolia barbata(L) Lamour. No hay sin embargo en su Diccionario
ninguna alusión en la que pueda reconocerse esta especie.
Sea como quiera, éste es el artículo en que habla con más
propiedad de las algas verdaderas y en que más se aleja de ellas
tan pronto como se atiene a los datos de Bomare:
•« Obra citada en la nota 10, pá». 372.
[24] 29
Coralina (CoralUna). Nombre que corresponde, itgun los naturaiittas,
á aquella divenidad de muajros 6 cebaí que se crian sobre las peñas y bajíos de
nuestras costas marítimas. Compónense de ramificaciones capilares, unas lisas, y
otras con dientecillos. Divídense en coralinas que son verdaderas plantas, y coralinas
que son meras producciones de gusanos marinos. Las coralinas plantas, onaa
son verdes, otras amarillas, otras blancas, otras negruzcas. Las coralinas de los
pólipos, unas son vatculosas, cuya sustancia córnea tiene sembrados sus ramitoa
de vejigas pequeñas; otras celularet, compuestas de muchas celditas; otras articm-ladas,
y en manojillos, formados de tubitos de materia calcárea, enhebrados en un
filamento flexible, i manera de rosarios de cuentas blancas de abalorio. Éstas, y
las demás especies de coralinas son famosas por la experimentada virtud que tienen
de expeler del cuerpo humano las lombrices, de ser astringentes, desecantes,
y refrigerantes. La dócis es desde media hasta una dracma.
Viera vuelve a referirse por última vez a las al^as con carácter
general en el articulo ALGA MARINA, al que no nos remite desde
ninsfuno de los anteriores, sino al hablar de las OVAS; pero nosotros
le trancribimos aquí, por ser éste el lugar en que le corres-porde
ser considerado, de acuerdo con la ordenación descendente
(de lo general a lo particular) que venimos haciendo de ellos:
Alga marina (Zoatera oceánica» Lin.). Género de plantas rastreras
sobre las peñas que el mar inunda, y que suelen arrancar sus resacas, arrojándolas
á las playas y orillas. Aunque se da el nombre de alga i los targaiot, »$caro»,
coralinaB, ceba», oval, fuco», &"., el alga marina propiamente tal, es aquella que
de una raix articulada arroja distintos manojillos de hojas larguchas, angostas,
llanas y puntiagudas, sia criar tallo, pues las florecitas se presentan sobre un pedúnculo
corto y delgado, en forma de trama con ocho estambres por un lado y
otros tantos ovarios por otro. De esta planta y de los fucos, que los f receses llaman
varee, hacen los vecinos de las costas'de Normandía y de Bretaña, quemia-dolas,
cierta especie de barrilla; y en Irlanda se publicó año de 1784, como descubrimiento
útil, el que las algas marinas puestas á hervir un rato en agua dulce»
son después de haberse enfriado, un agradable pasto para las bestias: (Gaceta de
Madrid, Julio 1784). De que igualmente sean las'dichas alga» un excelente abono
para las tierras, tenemos experiencia en nuestras islas.
Al leerle se diría que, después de haber sorteado antes tantos
escollos, Viera viene a naufragar definitivamente en él, al destituir
a las algas de su nombre linneano y transferírselo en propiedad
ja una fanerógama! Mantiene en esto un punto de vista diametral-
30 [25]
mente opuesto al de Valmont de Bomare, para el cual el nombre
de alga se aplica impropiamente a esa fanerógama. No es de esperar
que Viera se apartara tan radicalmente de su maestro, si no
tuviera razones fundadas para hacerlo. Nosotros creemos alcanzar
a ver esas razones. Helas aquí.
Zosiera oceánica L. es hoy Posidonia oceánica Del., común en
el Mediterráneo y en el sur de Australia, y no sabemos que haya
sido señalada hasta ahora en Canarias. Pero aquí están citadas,
por lo menos, Zostera nana Roth y Cymodocea nodosa Asch., muy
parecidas entre sí y de hábito semejante al de Posidonia. Una
de ellas, quizá Cymodocea, es relativamente común en los fondos
arenosos (no en las peñas, como dice Viera) de Las Canteras y
El Confital, en Las Palmas. Los pescadores la llaman chufla.
Viera debió reconocer los ejemplares arrojados en estas playas y
asignarlos correctamente y con facilidad al género Zostera de
Linneo, por su condición marina. De este género se conocían
entonces únicamente dos especies, y quizá se decidió por Z. oceánica
simplemente por ser la más meridional.
Resuelto esto, tenía que presentarla en su Diccionario por su
nombre vulgar. Desconocía el de chufla, con que la designan los
canarios, o bien ese nombre no existía entonces. En Europa ambas
especies eran conocidas con los de alga, alga marina, alga de vi'
drieros, etc. Precisamente el primer nombre científico que tuvo
Z. oceánica fue el de Alga marina, que le dio Lobel en 1591. Viera
lo descubre y decide utilizarle para la presentación de la planta.
Entonces se atreve a añrmar, aun en contra de Bomare, que es el
alga marina propiamente tal. No quiere decir que sea un alga ge-nuina,
en el sentido de Linneo. Afirma que es la planta a la que,
por prioridad, corresponde ese nombre.
En resumen, creemos que Viera tuvo de las algas aproximadamente
el concepto qi^e correspondía a su tiempo, aunque
arrastrando en él cierta herencia prelinneana, especialmente de
Tournefort, que oscurece un poco su criterio sobre estas plantas.
[26] 31
V
ALGAS CITADAS POR VIERA EN EL ••DICCIONARIO"
Prescindiendo del género Chara, formado por algas hi-drodulces
muy especiales, entonces consideradas como fanerógamas,
la mayoría de las algas verdaderas conocidas a finales
del siglo XVIII estaban incluidas en estos 5 géneros, adoptados
por Linneo, y cuya caracterización más expresiva y sucinta, de
acuerdo con los conocimientos de aquella época, ofrecemos a
continuación:
Tremella: m\ga» S'elatinoiai
Conferva: algas fílamentoiat
Ulva: algai membranoaat
Facas: algas coriáceas
CoralUna: algas calilas (incluidas entre los animales)
Por la obra de Linné,^^ y por los datos que Valmont de Bo-mare
(cfr. nota 8) le proporcionaba sobre las coralinas, Viera
alcanzó a tener noticia de más de cien especies de estas plantas.
Pero resultándole sin duda penoso tener que discernir entre un
número para él tan elevado, seleccionó aquellas que Bomare (/. c.)
y Lamarck** daban como más comunes en Francia, y se limitó a ver
" ANTONIO PALÁU Y VERDERA, Partet'ráctica de Botánica del Caballero Cario»
Linneo, tomo VH, Madrid, 1787.—La publicación completa consta de 8 volúmenes
y at una traducción castellana de la edición de los géneros y especies de plantas
de Linneo, hecha por Reichard, en Francfort, en 1778 {Genera Plantarum) y 1779-
1780 {Sgstema Plantarum), Viera conoció la obra de Linneo principalmente a
travos de estas ediciones de Reichard y Paliu.
** LAMARCK, Flor» Franfoite, tome premier, Paris, 1778.—Quit¿ sea ésta la
primera vec que se anota la Flora francesa de Lamarck como posible fuente de información
de Viera. Nosotros tuvimos la sospecha de que habia utilizado esta obra,
al vernos precisados a recurrir a ella para desentrañar el difícil problema de DO-meneiatura
que plante* en el artículo Fuco de tu Diccionario. Por otra parte,
«st&bamos convencidos de que Viera te refiere a Lamarck y no a Le Mare, cuando,
32 [27]
cuáles de ellas lo^rraba reconocer entre el copioso muestrario que
las Islas le ofrecían. Este mismo procedimiento debió adoptarle
ampliamente en el estudio de otros gfrupos de seres vivos, y de
aquí la irrealidad de alg^unas de sus citas, aun cuando la especie
mencionada exista realmente en Canarias.
Sisfuiendo este mismo sistema creyó reconocer hasta 9 especies
distintas, de las cuales da cuenta en los artículos OVA DE RÍO
(1 sp.). OVAS (5 sp.), SARGAZO (1 sp.) y Fuco (1 sp.), así como en el
pasaje del prólogfo que hemos comentado en el capitulo precedente
(1 sp.). Debemos tener en cuenta, además, el artículo CONFITES,
porque en él habla también de algas (1 sp.), aunque sin proponérselo.
Con ello el total de especies enunciadas por Viera como diferentes
se eleva a diez.^^ Por razones que sería prolijo enumerar,
estamos convencidos de que el cuaderno del Diccionario que se
desconoce todavía no contiene nuevas referencias a estas plantas.
Estas 10 supuestas especies están distribuidas en los 4 géneros
más importantes de los 5 antes reseñados, del modo siguiente:^"
en carta dirig'ida al VI marqués de Villanueva del Prado, fechada en Canaria el 23
de octubre de 1788, le dice (Cfr. Cartas familiares, p. 58):
Poaeo á la verdad alrunoi rudimentos de la botánica especulativa, y con
mi Linneo y mi Le Mare (stc), suelo deslindar las genealo^as de las plantas en
vista de su fructificación; pero, amigo, en esto de la práctica de la jardinería
botánica soy un bolo...
No hay, en efecto, ninjfún botánico del siglo XVIII cuyo nombre sea Le Mare;
munho menos, un botánico con ese nombre y tan importante como para que su
obra pudiera fer equiparada a la de Linneo. Posiblemente Viera escribió, o quiso
escribir. La Mare o Le Mare, y, a través de las copias de su manuscrito, lo que escribiera
acabó convertido en Le Mare.
" Según Bailón, Viera menciona una sola especie; en concreto, una Coraliina.
Ambos errores parecen indicar que Bellón reparó únicamente en el articulo FUco
del Diccionario, y tomó la Coraliina rubens de Tournefort alli citada como un
posible sinónimo de la Coraliina rubens de Linneo. Cfr. Luis BELLÓN URIARTI»
Bibliografía acerca de las algas de España, Portugal, Baleares, Canarias y Norte
de Marruecos, Madrid, 1930, p. 17.
*' En la relación que sigue no nos hemos atenido estrictamente a lo escrito
por Viera. Hacemos algunas rectificaciones, que hemos creSdo conveniente anticipar
aquí para facilitar la eoniideración ulterior de las diversas especies. Todu
esas modificaciones se justifican en notas sucesivas.
[28] 33
Conferva (s. v. OVA DE RÍO), 1 sp.:
• C. rivularis L.
Ulva{s. V. OVAS), 5 sp.r^"
U. pavonia L.
U. umbilicalis L.
U. intestinalis L.
U. latissima L.
U. lactuca L.
Fucus (s. V. SARGAZO y Fuco), 2 sp.:
F. natans L. (s. v. SARGAZO)
F. cartilagineus L."" (s. v. Fuco)
Corallina (Prólogo y s. v. CoNFlTES), 2 sp.:
C. officinalis L.'^ (Prólogo)
*Bellaria Lapídea Canariensia^^ (s. v. CONFITES)
" En esUs cinco especies Viera omite 1> abreviatura del nombre de Linneo
detrás de cada nombre especifico, para no crear confusión en el texto. La
consulta de sus mismas fuentes de información y el propio examen de los caracteres
que asig-na a cada una nos permiten aseg-urar que tales desij^naciones corresponden,
con certeza, a las mismas de Linneo.
'" Viera no utiliza este nombre linneano, sino dos de sus sinónimos prelin-neanos:
Muscas marinas, tenaissimus disectas, ruber Bahuin y Corallina rubens,
millefolii divisaras Tournafort. Este último le presenta, además, indebidamente
abreviado como Corallina rubens Tournefort. Indebidamente, porque podría confundirse
con la Corallina rubens valdé ramosa, capillacea del propio Tournefort,
que no es un sinónimo de Fucus cartilagineus L. sino de Fucus Con/ervoides L.,
hoy Gracilaria confervoides (L.) Grev. Que Viera conocía la correspondencia entre
aquellos dol nombres y el de Fucus cartilagíneas L. se evidencia porque los
incluye en el artículo Fuco, y no en los artículos Mosco o CORALINA.
" Tampoco se sirve Viera de esta deiifnación científica, conformándose con
emplear el correspondiente nombre vulgar, coralina medicinal^ para dar mayor
claridad al texto. En otro lugar veremos hasta dónde podemos tomar al pie de la
letra esta referencia al traducirla, como aquí hacemos, por Corallina officinalis L.
*: Éste es un nombre nuevo ideado por Viera para designar a los coretes de
Gran Canaria; algai muy especiales, consideradas por él como pólipos, y que, aun
iln pertenecer al antiguo género Corallina, pueda referirte sin violencia • él. Tal
designación no equival* hoy al nombra de ana sola especie.
RHL,3
34 [29]
Ordenándolas ahora de acuerdo con un criterio moderno, y
sustituyéndolas por sus nombres actuales, se obtiene el siguiente
cuadro de correspondencia:
CLOROFÍCEAS (Algas verdes)
,Ul,va, l,ac. tu. ca L., • • • {I U,nl va lia ct.u ca iL .
Ulva latissima L. . . )
Ulva intestinalis L. Enteromorpha intestinalis (L.) Grev.
Conferva rivularis L. Rhizoclonium rivulare (L.) Kütz.
FEOFÍCEAS (Algas pardas)
Ulva pavonia L. Padina pavonia (L.) Gaillon
Fucus natans L. Sargassum natans (L,) Boergs.
RODOFÍCEAS (Algas rojas)
Ulva umbilicalis L. Porphyra umbilicalis (L.) J. Ag.
Fucus cartilagineus L. Gelidium cartilagineam (L.) Gaill.
Corallina officinalis L. Corallina officinalis L.
* Bellaria Lapídea Canariensia Melobesieae p. p.
Viera no ha dejado herbario en el que podamos confirmar la
veracidad de estas citas. Por consiguiente debemos atenernos al
texto, e intentar realizar esa comprobación revisando detenidamente
el contenido de los correspondientes artículos del Diccionario.
Iniciamos esta revisión con el artículo OvA DE RÍO, en el que
nos habla de una especie de agua dulce que forma parte de sus
recuerdos de Viena.
Ov* do rio (Conferva livularls» Lin.). Planta acuátil, especie de
lama, mutf o o yerba lijrera, que se cría en el ajrua de estanques, arroyos, pócelas y
charcos aun del mar, y se sostiene nadando a beneficio de una multitud de burbu-jitas
de aire. Compónese de un crecido número de fibras finas, filamentosas, capilares,
larguchas, entrelazadas, lisas, uniformes, de color verde. Hay variedad de
especies: unas de fibras sencillas, otras de fibras ramosas a manera de flecos, otras
de fibras ¿speras, cuales son las ovas de las riberas del rhar: otras de fibras enmarañadas
como tela de araña: otras de fibras j^uarnecidas de g>l¿buIos gelatinosos:
otras de fibras articuladas. Los botánicos llaman a esta yerba conferva. Está
reputada por excelente en los accidentes de fracturas y contusiones. Expoesta a
los rayos del sol exhala un aire vital muy puro y abundante, según las observa-
130] 35
clones del doctor Ingenhousz. Algunos naturalistas han puesto en duda si este
musgo del agua es una verdadera yerba vegetal, puesto que carece de flor y fruto,
o más bien un conjunto de zoophitus, o de alojamientos de insectillos acuátiles,
que no dejan de hallarse en él, o quizás ciertas partículas orgánicas, que separándose
del agua rebalsada, forman la llamada Conferva. Se ha notado que las aguas
ocupadas por ella, cuando se beben, dejan en la garganta cierto escozor incómodo
que las hace malsanas. Este mismo musgo apretado con las manos, les imprime
una sensación como de agua tibia.
Los datos para este artículo están tomados de Boroare y quizá
también de Lamarck. Únicamente parecen propios (no afirmamos
que lo sean) los relativos al oxíg-eno que exhala la planta al exponerla
al sol, y a la sensación de ag'ua tibia que imprime a las manos
al apretarla entre ellas. Todo parece indicar que la conoció en el
laboratorio de Ing-en-Housz, y la reconoció luego en Canarias.
La descripción que en él nos ofrece no es aplicable solamente
a C. rivularis, puesto que se extiende en consideraciones morfológicas
sobre todas las especies del antiguo género Conferva.
Las dudas que expone sobre su naturaleza animal o vegetal son
las mismas planteadas por Desmars en 1761, y las conoce a través
de Bomare. De la misma fuente proceden las ideas (muy mal expresadas
por Viera) sobre el origen subespontáneo de estas plantas
a partir de sustancias en descomposición en aguas rebalsadas.
Semejante creencia debió de nacer a causa de una interpretación
defectuosa de la enorme vitalidad de algunas de estas especies,
capaces de llegar casi a desorganizarse y reverdecer tan pronto
como se les renueva el agua en que viven. Podría decirse de ellas
que resurgen a cada paso de sus propias cenizas.
C rivularis L. ha vuelto a ser citada otra vez, pero con duda,
por Bory de Saint-Vincent (/. c, p. 306). Ningún otro autor la ha
mencionado posteriormente. Téngase en cuenta, sin embargo,
que las algas hidrodulces de Canarias están por estudiar.^"
" Prescindiendo de estas citas esporádicas de Viera y Bory, y de algunas
otras semejantes de Montagne, Kützing y Rovereto, la lista más importante d«
especies hidrodulces de estas islas está contenida en el siguiente trabajo: PIDKO
GONZALU GUBRRÍRO, Algas d¡ Canaria* (agua dulc»), «El Museo Canario», año II,
núm. 3, mayo-agosto 1934, pp. 21-24, Las Palmas-Madrid, 1934.
36 [31]
En la actualidad dicha especie corresponde a Rhizoclonium
rivulare (L.) Kütz. Es posible, con todo, que la especie dulcia-cuícola
de este gfénero más común én las Islas sea Rhizoclonium
hieroglyphicum (Ag.) Kütz. Entre tanto se resuelve esta cuestión la
cita de Viera vale sólo como alusión al género Rhizoclonium Kütz.
Los artículos restantes comprenden algas marinas, y aun cuando
una de ellas, Enteromorpha intestinalis, vive también en las aguas
dulces. Viera la reseña como talasiófita.
Seguiremos nuestro estudio pasando revista al artículo OvAS,
que contiene las 5 especies del antiguo género Ulva, que Viera
creyó reconocer en las Islas.
Ovas (Ulva)a Plantas marinas compuestas d« expansiones membranosas y
como transparentes, que revisten las peñas litorales de las costas de nuestras islas.
Unas hay que son estriadas, con cambiantes de varios colores, «Ulva pavonia»;
otras oblicuamente planas, cóncavas, viscosas, un poco correosas y plegadas, «Ulva
umbilicalis»; otras larguchas, tubulosas, rugosas, a manera de tripa, de un verde
pálido, «Ulva intestinalis»; otras anchas, compuestas de unas membranas verdes y
ondeadas, «Ulva latissima»; otras, en fin, compuestas como de una multitud de
hojas apiñadas, largas, delgadas, en tiritas membranosas, ondeadas y lustrosas,
«Ulva lactuca», etc. En orden a sus virtudes medicinales véase ALGAS, y sobre sus
usos económicos ALCA MARINA.
Sus fuentes de información siguen siendo en este caso Linneo,
Lamarck y Valmont de Bomare. Ahora no abandona nunca a sus
maestros. Va constantemente de su mano y hasta se atiene, en la
mención de las especies, al mismo orden en que ellos las exponen.
Asi Lamarck (/. c , pp. 98-99), da la siguiente relación de ovas
francesas:
Ulva pavonia Lin.
Ulva umbilicalis Lin.
Ulva intestinalis Lin.
Ulva latissima Lin.
Ulva lactuca Lin.
Ulva intybacea {^Ulva Lima Lin.).
[32] 37
La de Bomare, s. v. ULVE, es esta:
Ulva pavonia L.
Ulva umbilicalis L.
Ulva intestinalis L.
Ulva lactuca L.
Ulva Lima L.
El orden en que Viera dispone las de Cananas es:
Ulva pavonia
Ulva umbilicalis
Ulva intestinalis
Ulva latissima
Ulva lactuca
En los tres casos es el mismo orden en que les corresponde
ser enumerados ateniéndose a la obra de Linneo.
Viera concuerda con Lamarck y con Linneo en considerar a
Ulva latissima como especie diferente dt Ulva lactuca, y se
diferencia tanto de Lamarck como de Bomare en que prescinde
de Ulva Lima, aunque los caracteres que asigna a Ulva lactuca
podrían convenir a dicha especie.
En la breve descripción que hace de cada una, la de Ulva
pavonia concuerda más con la que de ella da Bomare; la de Ulva
umbilicalis, con la de Lamarck; la de Ulva intestinalis, con la de
ambos; la de Ulva latissima, con la de Linneo y Lamarck; y la de
Ulva lactuca también con la de estos últimos.
Ante un caso tan notable de paralelismo cabe preguntar si
Viera llegó a reconocer verdaderamente estas algas. Para nosotros
es difícil creer que aludiera a ellas de memoria. Si así fuera,
hubiese procedido de la misma forma con otros géneros: por
ejemplo, con el género Fucus, tan extenso, que comprendía más
de la mitad de las especies entonces conocidas; a pesar de lo cual
no se arriesga a citar de él sino dos especies.
Únicamente Ulva umbilicalis L., hoy Porphyra umbilicalis (L.)
Ag., no existe en las Islas, y, por lo tanto, no pudo reconocerla.
En este caso, los autores que le informan, pasándose datos de
38 [331
unos a otros, olvidaron anotar el color violeta de la planta, y, al
atenerse Viera solamente al caráter umbilical de ella, debió de
tomar por Ulva umbilicalis L. ciertos ejemplares de la polimorfa
Ulva lactuca L., tan común y variada, precisamente, en Las Palmas.
En efecto, Mlle. Víckers, que permaneció varios meses en esa
ciudad, exclusivamente dedicada al estudio de las al^as de sus
costas, escribía sobre Ulva lactuca L., a fines del siglo pasado:^^
Tres commun sur la g^reve entre Las Palmas et le Castillo S. Christoballo,
probablement parce que c'est la seul endroit oii il y ait un peu de vase.
Y Borgesen, a quien debemos el último y más importante trabajo
ficológico sobre Canarias, aludiendo al mismo lugar que
Mlle. Vickers, nos dice:^"
Thís locality is an eidorado for green algae; here Uhaceae (Ulva, Entero-morpha)
and Chaetomorpha, Cladophora, Valonia, etc. grow abundantly, forming
extensive associations. And here Ulva lactuca, both the larger form and the.smalt
one mentioned above, occurs in s;reat quaiitity.
De acuerdo con esto creemos que Ulva lactuca L. debió de
ser una planta sumamente familiar para Viera, y, desde luego, que
la reconoció como tal.
En cuanto a Ulva latissima L. se considera en la actualidad
como una simple variedad de Ulva lactuca L., y, hasta ahora, no
ha sido mencionada en Canarias. Pero nada tiene de extraño que,
ante tan variados ejemplares de esta última. Viera creyera encontrar
en algunos de ellos los caracteres que los autores asignaban
a aquélla.
El reconocimiento de Ulva intesiinalis L., hoy Enteromorpha
intestinalis (L.) Grev., es más problemático, porque no es la espe-
'* ANNA ViCKfRS, Contribation a la flore algologiqae des Canaries, «Annaleí
des Sciences Naturelies», 8< Serie, Botanique, vol. IV, pp. 293-306, Paris, 1896,
p. 298.
w FRÍDEHIIC BORGESEN, Marine Algae from the Canary Island», I Chlorophy-ceae,
Copenhaipien, 1925, p. 15.
[34] 39
cíe de este género más común en el Archipiélago, aunque resulta
particularmente llamativa cuando se instala en los charcos que
reciben algún aporte de agua dulce. La más frecuente en Las Palmas
parece ser E. clathrata (Roth) Grev. De todas formas las
especies de este género son dificilísimas de distinguir entre sí, y
la cita de Viera debe entenderse como simple alusión al actual
género Enteromorpha Link., o, en concreto, a sus especies más
claramente intestinales, tales como Enteromorpha compressa (L.)
Grev. o a la propia E. ¡niesiinales (L.) Grev.
Por último Ulva pavonia L., hoy Padina pavonia(L.) Gaillon,
es tan carecterística y, por otra parte, tan frecuente en cualquier
lugar de nuestras costas, que debió serle igualmente muy familiar
y fácil de reconocer.
Pasemos a ocuparnos ahora de las dos especies del género
Fucus mencionadas por Viera, ambas muy interesantes: F. na-tans
L. y F. carlilagineus L. A la primera pertenecen ciertas
plantas muy populares desde el descubrimiento de América:
los sargazos. Tratemos de ellos en primer lugar.
Sargazo (Faena natana, Lin.). (Sarcasus» Pis.). (Lentlcula marina,
Dalech.). Planta de la familia do las algas y fucos, que se cria dentro del
mar, á la altura de un palmo. No se le conoce otra rail, que unas fibrillas blancas
que salen de sus hojas. Estas son estrechas, aserradas, en cuya base llevan ciertas
vegisruillas hueca» redondas, blanquecinas, llena» de ayua, y son su simiente. En
lugar de tallo» tiene unos ramito» delgados y flexibles; y como las hojas se hallan
pegadas una» con otra», en tirando por ellas, sale del profundo del mar una sarta
de yerbas enredadas. Según los viajeros, se encuentra una estendida pradería de
aargazo en la auperficie de este mar Atlántico entre nuestras islas Canaria» y la»
de Cabo-verde, cuya vista no deja de infundir algún pavor, pues á veces detiene
los bajeles en su navegación. El módico D. Vicente Lardiiábal publica en 1771,
un tratado del targazo, en que prueba ser e«ta yerba, en calidad de alimento y de
medicamento, un remedio muy efica» contra el eicorbuto, tomada en enaatada;
manifieata el modo de despojarla del olor a mariaco; y la recomienda para sustento
de aves y ganado en los navios. Pertenece á la criptogamia de Linneo.
Éste es el artículo en que más se aleja Viera de sus inspiradores
habituales, sea por que utiliza otras fuentes de información,
sea porque pretende hablar por cuenta propia, al tener a la vista
40 [35]
una planta diferente. Linneo, Lamarck y Valmont de Bomare se
refíeren, en efecto, a la hierba flotante que forma el Mar de los
Sargazos: al Fucus natans de Linneo, hoy Sargassum naians (L.)
Boerg^s. Él, en cambio, tiene que dar cuenta de un sargazo, todavía
innominado, que vive implantado en las rocas y al que Carlos
Agardh designará en su día con el nombre de Sargassum vulgare.
Es dudoso, sin embargo, que llegara a diferenciar esta especie
béntica canaria de la planta de alta mar.
En realidad no se hacía por entonces ninguna distinción clara
entre sargazos arraigados y flotantes. Se consideraba a éstos como
ejemplares arrancados de las costas o del fondo del mar, y se designaba
a todos con el mismo nombre: F. natans L. Por lo mismo,
la utilización de este nombre por Viera es correcta, aun cuando
no aluda con él a la especie pelágica.
Sargassum vulgare Ag. no es demasiado abundante en el
Archipiélago, aunque sí común. Sus ejemplares se encuentran
diseminados en el matorral sumergido de Cystoseira abies-marina
(Turner) Ag., que forma un cinturón casi continuo en la base de
cada isla. A juzgar por el comienzo del articulo, Viera parece
haberlos reconocido en esta situación, pero lamentablemente no
expresa con claridad la creencia de que viven implantados en
las rocas. Una vez arrojados a las playas se distinguen mejor entre
las algas restantes, y éstos son los ejemplares que debió conocer
realmente.
Sus ideas sobre estas plantas desentonan un poco en relación
con el conocimiento que ya se tenía de ellas en su tiempo. Puesto
que desconocemos quiénes son esta vez los autores que le ilustran
(¿Ruiz?, ¿Lardizábal?), renunciamos por hoy a analizar dichas
ideas. La mala localízación que hace del Mar de los Sargazos
parece ser el único dato tomado de Bomare.
Aunque la mayoría de las algas corrientes que Viera pudo
observar, implantadas en las peñas o arrojadas en las playas, pertenecían,
como los sargazos, al antiguo género Fucus, tan sólo
consiguió distinguir otra especie más de este mismo género. De
ella da cuenta en el artículo siguiente, y en tal forma, que justifica
plenamente alguna de las objeciones de su censor, Chimioni.
r
„_.^J
S S.K " . i ^ s i K i i v i j / ' ,iM- A i ; I n \ i i ' i . 1 . I ii( l is n,)/.)n\ (
( l í - n i p l . i r pr ,)rnl,- ,),• ),. , . >sl,. n, . | I r ,(,• I . - n c i , I , M , , , , , . , , , , ) . . i , x (I '
(, Criuliun, . .,>hl.,<.uu'U,n {\..)Cuu\\. A - s i , , n c l n h l r .•S|M.. „• s,.
r , . í , , . r , . Virrn o ' n . ' s l o s ,l.>s n o . n h f s p r r l t i u i . ' a n o s ; KUruus ni.i-rifins,
fciiiiissiiiir clisi < (lis. i ni i i .
r , , „ r n . - f , . r t (V. .ni l ' u r o . p. 41 | W])
..J
I. ( oi.illiíui (iii'i/i/criMrxM A i c s i h . V'IIT.Í ,'\linlr ,1 i'sl.i
p l . i i i l . i en i'l Piolos^o lie su / >ii i ittiutno i o n el i i o t i i l > n ' tic
< o c i / i n a /)i('ilii 111,1/ (V. p. -tí (38] \ sn^, )
I,',un,I (Ir un .'i.-ílipl.ir (.1, M .•.írjil,- ,/,•( (nsl;)/,. ,)í' S.in I nsl, I|M). ,.,, í ,iv
/',)/riMs ( pf ,111 ( .,n,ir i.M X -''
fi. I'or r i l h i i i " Vii-f.i li.ihlíi l . i i i i l i i / 'n i l i ' i:lo..is,
;uin(|u(' sin i i r o p o t K T M ' l i i . i'u el n r l i i i i ln ('r I N I i
1F-S, (iix'fi l i ' ( i i i s r i i p ( K'MI | M I ( ' I I I ' VITSC «-n la p -Vi
| 4 I | . l.ii i'l SI' ( i n i p . i i l i ' i'sl.is rtii<,Vi''íli' '1'' / ' "
i!ii( I ¡unes i i . i l i i i ' . i l i 's i l i : a s p i ' i l d r u i a l o i d c o , (pi
i n l c r p r i ' l i ) CDIIIO ' i l i r . i <l'' p n l i p o s y pai'a l.is cpi
uliM) el i K u n l i i i ' (le ¡irU.tn.i I ,i(iii/c(i ('.iii.irjí •iiM,
l'.n ri'.iliílacl si' I r a l - i . sin i ' i i i l i . i i i V . ' I ' ' alíVis ( al
/ a s di' las s i i l i f m u l l a Mclo/icsjis:'-
I imipl.ii pro. ,;lrnli- ,!,• I I < . nil ,l.il. r„ I n'. I'nlm.r,. 'Ir I .in,.,-
no nil.Trn.-.ln. vnllr rl ,ir In: holns V rl dr /as < onlll,-'. (y ()
[36] 41
F u c o (FuGUs). Uno de los sféneros de la lAg» marina, que vulgarmente
se confunde con la familia de los musg'os. Los fucos por la mayor parte son unas
plantas pequeñas, rastreras, ramosas, y filamentosas, cuyas delicadas expansiones
son, ya lisas, ya dentadas, ya sin dientes, ya ahorquilladas, &*.: siendo muy ag'ra-ciados
aquellos fucos, que tienen un colorcito, 6 viso purpúreo sobre nej^ro, y que
Bahuin llama muscus marinus, tenuistime disectat, raher, y Tournefort, corallina
rubens. Criase sobre las peñas del mar. Véase ALGA.
Dos cosas llaman inmediatamente la atención en este breve
artículo, aunque ninguna de ellas es ya una novedad para nosotros.
La primera, ese modo de reseñar la especie como de pasada, a
título de ejemplo y sin relación aparente con Canarias. La segunda,
servirse para designarla de dos nombres prelinneanos, que no
todos los autores aceptarían como sinónimos. Considerados como
tales habían de traducirse por Fucus cartilagineus L., y él lo sabe.
Entonces, ¿por qué oculta este nombre?
Ambas circunstancias tienden a hacer sospechosa la cita.
Sin embargo hay en ella un detalle tan certero, que no podemos
dudar de su veracidad. Por lo mismo debemos esíorzarnos en
encontrar alguna explicación razonable a la conducta de Viera.
¿Cómo llegó a reconocer esta planta? Todo pudo empezar
enredando en el problema de las coralinas. En el artículo correspondiente
de su inseparable Valmont de Bomare disponía de una
lista con las especies que Bernard de Jussieu había separado como
plantas del viejo género Corallina de Tournefort. La transcribimos:
1. Corallina, J. B.
2. Corallina rubens milUfolii divisurae.
3. Corallina capillaceo, multifido folio albido.
4. Corallina capillaceo, multifido folio nigro.
5. Corallina capillaceo, multifido folio viridi.
6. Corallina rubens, valdé ramosa, capillacea.
7. Corallina alba, valdi ramosa, capillacea.
Un día, hojeando la Flora de Lamarck, debió de encontrar uno
de estos nombres —el segundo de la relación— entre los sinónimos
del Fucus cartilagineus L. Con él, en la misma sinonimia,
este otro: Muscus marinus, tenuissime disectus, ruber Bahuin. El
hecho llama su atención y se detiene a leer los datos en francés
42 [37]
sobre la especie. En limpio, éstos: planta de porte muy elegante;
tallo dividido en numerosas ramificaciones estrechas, comprimidas,
multífídas y rojizas... jEI conoce esta planta..!
Para confirmarlo agota sus posibilidades bibliográficas. En
sus manos está ahora Linneo, en la versión de Reichard o en la de
Paláu. Ha acudido a él ávidamente en busca de todos los sinónimos
de Facas cartilagineus L., porque suponen otras tantas breves
caracterizaciones de la especie. Las de Linneo, ScopoÜ, Gun-ner
y Gieseck se suceden machaconamente, casi iguales, como en
una monótona letanía: fronde cartilagínea, comprimida, sobredes-compuesta,
pinnada, con lacinias lineales... Todos estos caracteres
convienen a la perfección a un alga que le es familiar desde su
tiempo de muchacho, por ser comunísima en todo el valle de La
Orotava, su tierra natal. Allí la planta presenta, además, sus rasgos
más típicamente canarios, alguno de los cuáles perdura aún
en su recuerdo. También en Las Palmas la encuentra a cada paso,
pero mucho menos abundante, más descaecida. Con todo no puede
confundirse, porque entre todas las especies descritas hasta su
tiempo que podía haber en las costas canarias, semejante diagnosis
no podía convenir inequívocamente más que a una: al Facas cartilagineus
de Linné.
Le selecciona, pues, para darle a conocer en el género Facas,
tan copioso y del que sin embargo no ha logrado distinguir antes
más que el vulgar sargazo. Pero Facas cartilagíneas no es el nombre
más evocador de la planta, y, además, es el último allegado.
Le cautivan, en cambio, los dos primeros que recibió la especie:
el de Bahuin, Musgo rojo y finamente dividido; y el de Tournefort,
Coralina roja... Y ua poco por respeto a la prioridad, y mucho
más por veleidad literaria, se queda con ellos. Sin embargo, lo del
color simplemente rojo no le convence. Por eso agrega por su
cuenta, tocando admirablemente en la realidad de la planta canaria:
un colorcito o viso purpúreo, sobre negro...
Hace asi, a nuestro entender, la primera cita del actual Geli-dium
cartilagineum (L.) Gaill., la más importantante agarofíta del
Archipiélago, con la cual el valle de La Orotava, por tantos conceptos
afortunado, viene a ser también el afortunado de las algas.
Concluiremos este trabajo revisando la parte del Diccionario
[38] 43
en que se mencionan ciertas algas calizas que son las verdaderas
coralinas de hoy (familia Corallinaceae). Debemos considerar dos
casos: el de la coralina medicinal y el de los confites de Canaria.
La primera es ejemplo prototípico de las más genuinas coralinas
actuales (subfamilia Corallineae); los segundos pertenecen a un
grupo de formas de organización muy primitiva, cuyo aspecto es,
con frecuencia, más parecido al de las madréporas que al de las
plantas (subfamilia Melobesieae).
La única referencia precisa que hace Viera de la coralina
oficinal está contenida en estas palabras del prólogo de su Diccionario.
¿Y podré mirar con indiferencia tantos Musgos como visten nuestras peñas o
arroja el mar en sus resacas? Distingo entre ellos los Escaros, la Coralina medicinal,
las Ovas membranosas, los Fucos, los Sargazos^..
Como puede notarse, asegura haberla reconocido, y además
no parece tener duda sobre su naturaleza vegetal, y la sitúa atinadamente
entre las algas: un anacronismo que constituye, por esta
vez, un doble acierto. Pero al acudir al artículo CORALINA, en
busca de mayor información, vemos desvanecerse estas claras
ideas y hasta cómo se esfuma el concepto de una sola coralina
medicinal, puesto que atribuye virtudes curativas a todas ellas.
Sin embargo no debe tratarse de una mera alusión literaria.
Las restantes algas que cita con ellas —las ovas membranosas, los
fucos, los sargazos— son especies que había reconocido previamente,
como ya hemos comprobado. La coralina no tiene por qué
ser una excepción. Debió verla durante las mareas bajas junto a
los otros musgos y tener la impresión de que también era una
planta. Así se refleja en el prólogo. Pero a la hora de escribir
sobre ella se remite a los libros, y los que él tiene en mayor aprecio
no tratan de la coralina medicinal, sino de las coralinas. Por
eso redacta también un artículo en plural, en el que luego no sabe
dónde colocar el ejemplo que conoce. Bomare, a quien se atiene,
le indica el lugar exacto: entre las formas articuladas de las coralinas
animales. Para que no pueda tener duda allí encuentra citadas
como ejemplos de ese grupo la coralina común o blanca de los
44 [39]
boticarios (la especie que él ha visto), la coralina roja, etc. Pero
Viera parece firmemente convencido de que es una planta. Por
lo tanto nd puede incluirla entre las coralinas articuladas, que son
animales. Tampoco sabe excluirla de ellas, porque entonces tiene
que justificar, de un lado, esa exclusión, y de otro, la presencia de
su especie entre las coralinas vegetales. Esto supone revolucionar
los conceptos entonces vigentes sobre las coralinas, y él no está
preparado para ello. Le quedan dos caminos a seguir: o retractarse
y situarla donde debe, o prescindir de ella. Opta por omitirla.
A todo esto Bomare no le ilustra sobre las virtudes medicinales
de ninguna coralina. Para informarse acude a otros autores,
que desconocemos. Pero también deben hablarle de coralinas
colectivamente, y por eso no se atreve a individualizara la especie
canaria, ni siquiera en lo que se refiere a tales virtudes, acreditando
como oficinales a todas ellas, sin distinción de reino.
Desde luego eran varias las coralinas lato sensu que se utilizaban
desde antiguo en Europa como medicinales, y más exactamente
como antihelmínticas, su virtud más característica. Hasta el
último cuarto del siglo XVIIl, las más conocidas eran estas dos:
la coralina blanca, Corallina officinulis L., que conserva hoy ese
mismo nombre científico; y la coralina roja, Corallina rubens L.,
hoy Jania rubens (L,) Lamour. A partir de 1775 ambas fueron
reemplazadas rápidamente por otra más activa que, según se
cree, ya se usaba como vermífugo en Grecia desde la antigüedad.
La descubrió en Córcega un médico griego, Stephanopolis,
quizá porque conocía el empleo que se hacía de ella en su patria.
Aunque no era una coralina, como vepía a sustituir a éstas en sus
usos, pasó a ser conocida con los nombres de coralina negra o de
Córcega. También con el de musgo de Córcega, que ha prevalecido
sobre los otros.
Reconocida la naturaleza vegetal de esta tercera coralina medicinal,
Latourrete la bautizó científicamente con el nombre de
Fucus Helminthochorton. Después, como de costumbre, fue pasando
de un género a otro de creación más reciente y cambiando
de posición sistemática, hasta que Kützing la llevó al género
Alsidium de Carlos Agardh. Su nombre actual es, por lo tanto,
Alsidium helminthochorton (Latour.) Kütz., y se encuentra locali-
r40] 45
zada sistemáticamente en la familia Rodomeláceas, junto al atnplio
género Polysiphonia de Greville.
En la época en que Viera escribía su Diccionario esta planta
(o la mezcla de ellas que la droga suponía) era el vermífugo más
popular. Pero ni Bomare ni él parecen estar enterados de esto.
Si tuvo alguna noticia de la droga, posiblemente creyó que se
trataba de un musgo verdadero. Acaso por eso atribuye también
a los musgos propiedades antihelmínticas (v. art. MuSGo). Nosotros
no estamos seguros, con todo, de que en otros tiempos no se
considerase asimismo a estas plantas como vermífugos.
Por estas razones no es posible que Viera pueda referirse al
musgo de Córcega al hablar de la coralina medicinal. Por otra
parte es una especie que no existe en Canarias (aunque sí otra
muy próxima), y aun cuando existiera, es tan inconspicua, que no
hubiese podido reparar en ella.
Descartada esta posibilidad, hay que suponer que alude necesariamente
a una de las dos coralinas verdaderas. Ambas son
comunes en el Archipiélago, donde forman, en unión de otras
especies semejantes, un piso de vegetación muy característico, que
marca, en el litoral de cada isla, una estrecha banda blanquecina
por encima del matorral amarillo de Cystoseira abies-marina.
Este corallinetum se descubre en todas las mareas y se puede observar
con toda facilidad. En él (y fuera de él) la coralina roja
es más abundante que la blanca; pero ésta es mucho;nás llamativa,
tanto por las formas egagrópilas que presenta como por su bella
tonalidad lilacina (Al desecarse al sol pierde este color y queda
blanca). Como, por otra parte, es la coralina medicinal por excelencia,
a ella debe de referirse Viera. Con todo, es innecesario
advertir que esta cita es la más endeble de cuantas hace sobre
algas, quizá por no disponer de buena información sobre las características
morfológicas de la especie.
Corallina officinalis L. ha sido señalada de nuevo por Bory
en Santa Cruz de Tetierife (/. c , p. 372) y más tarde por Piccone
en la misma localidad;'"'' pero Mlle. Vichers (/. c, p. 306) menciona
** ANTONIO PICCONE, Crociera del Corsaro allt isóle Madera e Cañarte del
Capitana Enrieo D'Alherti». Alghe, Genova, 1884, p. 42.
46 [41]
en su lugar, en Las Palmas, la Corallina mediterránea Aresch., y
Borgesen" cree que la planta canaria es, en todos los casos, esta
última especie. Esto no altera nuestras conclusiones, puesto que
Coralina mediterránea fue establecida por Areschoug en 1863
para designar a unas plantas que antes pertenecían a Corallina
officinalis; ambas especies son tan afines, que apenas es posible
distinguirlas.
A diferencia de las Coralineas, que son plantas erguidas de
configuración relativamente normal, las Melobesieas son algas
postradas y a menudo tan calcificadas, que pierden su apariencia
vegetal, y se confundirían fácilmente con las piedras, si no fuera
porque, en tales circunstancias, suelen presentar un cierto aspecto
coraloide, que delata su condición biológica.
Éste es el caso de los confites de Gran Canaria, y Viera está
ahora sumido en la tarea de penetrar en el .arcano de tan «donosas
producciones naturales».
Confites (*) (Bellarla Lapídea Canarlcnsla)* Célebres concrecione*
calcáreai, peculiareí de la isla de Gran-Canaria en las orillas del Confiial, rada
al N. O. de la Isleta que abrij^a el Puerto de la Luz. Estas concreciones, de varias
figuras y tamaños, no son lisas y redondas como las de aquella especie de estalac-mitas,
que los naturalistas llaman confites de Tivoli, pues nuestros confites imitan
perfectamente á los que se hacen de azúcar, presentando un conjunto de prominencias
tuberculosas casi esféricas, ag'rupadas, que forman como unas cortas ramificaciones
duras, sólidas, muy blancas, opacas, sin lustrei algunas mayores que una
almendra. Cuando notamos que estas donosas producciones naturales sólo se
encuentran en los charco* de aquellas costas marítimas, y con mucha abundancia,
fnezcladaa con variedad de conchas, se puede hacer esta pregunta: Los confites
de Canaria, son por ventura, alguna especie de estalactitas, ó estalacmitas figuradas,
formada* por la filtración de la* aguas calcáreas entre las lavas volcánicas de
aquella Isleta? Ó son un conjunto de las celdillas fabricadas por ciertes pólipo*,
ó guaahos marino*, á manera de los que fabrican los corales, las madréporas, la*
etpoDJas, y lo* litófitos? A favor de este último pensamiento milita la consideración
Ap que nuestro* confite* son todos casi semejantes en la figura y proporción;
que no le encuentran sino en cuerpos sueltos y pequeños; que no se echa de ver en
^ FREDEKIK BORCESEN, Marine Algae from the Canary Islandt, II¡ Rhodophy-ceae,
part II Cryptonemiaht, Gigartinalet and Rhodymeniale», Copenhague»,
1929, p. 69.
[42] 47
ellos ningfun pié, ni pezón por donde pudiesen haber estado asidos á las jaratas al
tiempo de cuajarse; que siempre se hallan juntos unos con otros, y no se hallan sino
en el ag'ua; que en muchos de ellos se descubren concavidades interiores, y pequeños
conductos por afuera; y en algunos unas chapitas rojas, porosas, y escabrosas,
que cuando se deshacen en el aguafuerte, la tiñen de color de púrpura; y finalmente,
que después de que con el ácido se ha deshecho toda la parte calcárea,
queda una cierta porción blanda y glutinosa. Como quiera que sea, no hay duda
que estos confites ofrecen una buena materia absorvente para la medicina, y una
excelente cal para el blanqueo de las casas.
Viera pone aquí a prueba su ingenio y su capacidad de
observación al tratar de desentrañar la naturaleza de unos objetos
que hubieran dejado perplejos a muchos de sus contemporáneos.
El resultado es este artículo, perfecto para su tiempo, en el que
tenemos una muestra sobresaliente de su buena disposición científica.
En primer lug'ar es excelente la descripción que ftos ofrece
de los confites; es una descripción viva. Igualmente apropiado es
el planteamiento que hace sobre la naturaleza probable de estas
producciones marinas. Por fin es muy aguda y meritoria su argumentación
en favor del supuesto de que son obra de pólipos;
estimación natural en aquella época, ya que éstas fueron las últimas
algas calizas incorporadas al reino vegetal.
Se equivoca sin embargo al creer que los confites son exclusivos
de El Confítal, en Gran Canaria, pues al contrario son relativamente
comunes en todas las Islas. Esto revela que no conocía
bien el Archipiélago, o por lo menos que no frecuentó las costas.
Lo que sí es cierto es que, en Canarias, parecen concentrados como
en ningún otro lugar en el litoral de Las Palmas, donde están instalados
desde el Terciario. Los ejemplares de aquella época constituyen
hoy yacimientos fósiles en los sedimentos miocenos de los
alrededores de la ciudad. Las especies actuales y subactuales
forman, en cambio, parte muy importante del istmo de Guanarteme
y de la playa levantada de El Confital. A los ejemplares mayores,
tanto fósiles como vivientes, se les llama allí bolos^* y a los menores
confites. De estos últimos deriva el nombre de El Confítal.
" ""^«««""bre qu. Vi.r« no aplie. a esta* algai. Véate tu artículo Boto.
48 [43]
Unos y otros tienen desde antigpuo en Las Palmas un uso muy
particular del que ya habla Viera: la obtención de cal para el blanqueo
de las casas. Desde hace unos 25 años se han explotado
tan intensamente COQ este objeto, que ha quedado agotado el
yacimiento de El Confital y muy desfigurada esta hermosa playa.
Es interesante anotar que quizá no se conozca otro caso de utilización
de Melobesieas con este fin. Por lo mismo sería de mucha
importancia esclarecer el origen de este empleo en Canarias, y
disponer de datos históricos sobre todos los,posibles confítales
existentes en las Islas. En Tenerife, en la zona de El Médano,
hay otra playa de El Confital, y en ella un horno de cal abandonado;
pero carece de confites y tampoco presenta señales de ser un
yacimiento agotado. Con todo parece que se conserva entre
la gente la creencia de que se explotaron allí en otro tiempo
«piedras del mar>.
Ni los bolos ni los confites son privativos de Canarias, como
creía Viera. Por el contrario, se encuertran muy difundidos en
todos los mares, especialmente en los mares tropicales, en los que
participan extensamente en la construcción de los arrecifes madrepóricos.
Precisamente la representación canaria es sólo una débil
muestra del carácter tropical del Archipiélago, ya que no llegan
a formar en él bancos importantes.
Estos ejemplares canarios pertenecen a diversas especies,
varias de las cuales son endémicas de las Islas. Nosotros no podemos
decidir si el nombre Bellaria Lapídea Canariensia adoptado
por Viera debe recaer más particularmente en una de estas especies,
porque no sabemos si alguna de ellas predomina de modo
especial en la formación arrecifal de Las Palmas. Por consiguiente
entendemos aludidas con ese nombre a todas las Melobesieae canarias
que presentan la forma de bolos y confites.^^
** Continuación de la nota 16, página 21 [16]: En relación con el Catálogo de
los géneros y especies peculiares de ¡as Islas Canarias, son importantes las notas
adicionales con que se publicó, debidas al Dr. Bello y Espinosa y destinadas
principalmente a poner al día los nombres de dichas especies.
[44] 49
VI
RESUME FICOLOGIQUE ET ILLUSTRATIONS
A ma connaissance, les premieres mentions d'Algues se réfé-rant
aux Cañarles sont contenues dans le Diccionario de Historia
natural de las Islas Canarias de l'historien et naturaliste espag^nol
Don José de Viera y Clavijo. Mais cet ouvrage, achevé par son
auteur en 1799, ne fut edité qu'en 1866-1869 et 1900, et ne le fut
d'ailleurs qu'incomplétement. Pour cette raison, les données fico-lojfiques
qu'il contient ne purent pas étre prises en considération
par les investigateurs postérieurs et font l'objet du présent travail.
Actuellement, de telles données ont, cependant, un plus jrand
intérét historique que ficologique, et, dans l'étude que nous en
offrons, nous tenons constamment compte de cette circonstance.
Viera est I'un des écrivains encyclopédiques les plus érudits du
XVín* siécle, et son ceuvre scientifique n'ejt pas réellement éva-luée.
C'est pour cela que nous nous sommes étendus dans toutes
ees considérations sur sa vie et sa formation, qui doivent néces-sairement
preceder une revisión positive de ladite oeuvre, comme
base pour la jugfer exactement.
• Par ailleurs, avec ce travail, nous commenyons aussi une revisión
exhaustive de tous les apports réalisés jusqu'á présent á la
connaissance des alg'ues des Gañanes.
La partie ficologique genérale du Diccionario se trouve répar-tie
entre le prologue et les articles MuSGO, ALGA, CORALINA et
ALGA MARINA. On y peut voir que le concept que Viera avait
des Algues était a peu prés le méme que celui de Linné, mais
avec ees deux particularités: premiérement qu'il entraíne avec lui
certaines idees prélinnéennes, appartenant spécialement a Tourne-fort,
qui effacent un peu les contours du groupe linnéen; deuxiéme-ment
que la notion du groupe apparait constamment déformée,
étant centrée principalement dans les lichens, car c'était, de toutes
les plantes íncluses par Linné dans son ordre Algae, celles qui lui
résultaient les plus (amiliéres.
La partie ficologique concrete est distribuée entre le prologue
RHI„4
50 [45]
et les articles OvA DE RÍO, Ov , SARGAZO et Fuco. II y men-tionne
au total neuf espéces: l'uue, d'eau douce, marines les autres.
Dans cette partie, nous devons coinprendre aussi l'article CONFITES,
dans lequel il designe, sous le nom Bellaria Lapídea Canariensia,
certaines A/e/o¿esieae, dont ¡I a donné une premiére et tres judi-cieuse
interprétation biologique pour son temps, les considérant
comme l'oeuvre des polypes. Ainsi s'éléve á dix le mombre des
espéces qu'il considérait diferentes.
Pour des raisons qu'il serait prolixe d'énumérer, nous sommes
convaincus que la partie du Diccionario encoré inconnue ne contient
aucune autre référence aux Algues.
Conformément á ce que nous avons exposé aux pages 32 [27]
et 33 [23], ees dix espéces que Viera supposait différentes, peuvent
étre distribuées de cette fa9on (cf. notes 28-32) dans les quatre
gentes d'Algues les plus importants de son époque (voir p. 31 [26]):
Conferva L. (s. v. OvA DE Río), 1 sp.:
C. rivularis L.
Ulva L. (s. V. OVAS), 5 sp.:
U. pavonia L.
U. utnbilicalis L.
U. intesíinaiis L.
U. latissima L.
U. lactuca L.
Fucus L. (s. V. SARGAZO et Fuco), 2 sp.:
F. natans L. (s. v. SARGAZO).
F. cariilagineus L. (s. v. Fuco).
Corallina L. (Prologue et s. v. CONFITES), 2 sp.:
C. offiicinalis L. (Prologue).
* Biliaria Lapídea Canariensia (s. v. CONFITES).
Par rapport á cette liste, nous devons rappeler ici que, géné-ralement,
le genre Corallina était inclus alors, parmi les animaux.
[46] 51
Malgré cela, Viera considere décidément la coralline médicinale
cotnme une plante, ce qui n'était pas encoré fréquent en son temps.
Par contre, plus en consonnance avec son époque, et comme nous
l'avons déjá dit plus haut, il considere les confites comme des
Polypes, et les designe sous le nom de Bellaria Lapídea Cana-riensia.
Les Algues les plus proches de ees confites, étaient clas-sées
alors dans les Zoophytes, dans les genres Cellepora, Millepora,
etc.. C'est pour simplifier que nous les rattachons au genre Co-rallina.
Les noms qui correspondent actuellement á ceux de la rela-tion
antérieure, ordonnés selon un point de vue systématique mo-derne,
sont ceux que voici:
CHLOROPHYCEAE
Ulva lactuca L. . . .
Ulva latissima L. . .
Ulva intestinalis L. Enteromorpha intestinalis (L.) Grev.
Conferva rivularis L. Rhizoclonium rivulare (L.) Kütz.
Ulva lactuca L.
PHAEOPHYCEAE
Ulva pavonia L. Padinia pavonia (L.) Gaill.
Fucus natans L. Sargassum natans (L.) Boergs.
RHODOPHYCEAE
Ulva umbilicalis L. Porphyra umbilicalis (L.) J. Ag-.
Fucus cartilagineus L. Gelidium cartilagineus (L.) Gaill.
Corallina officinalis L. Corallina o/ficinalis L.
* Bellaria Lapidea Canariensia Melobesieae p. p.
Viera n'a pas laissé d'herbier dans lequel nous puissions con-fírmer
la véracité de ses citations. Mais, des considérations que
nous avons exposées dans le Chapitre V de ce travail sur le con-tenu
des articies correspondants de son Diccionario, on déduit
que lea esp6ces auxquelles il fait le plus probablement allusion
sous ees désignations sont celles qui suivent:
52 [47]
Ulva lactuca L
Ulva latissima L. . . .
Ulva umbilicalis L. (I)
Ulva intestinalis L.
Conferva rivularis L.
Ulv^ pavonia L.
Fucus natans L.
Fucus cartilagineus L.
Corallina offícinalis L.
* Bellaria Lapidea Canari
Ulva lactuca L,
Enteromorpha sp.: E. compressa (L.)
Grev. ou E. intestinalis (L.) Grev.
Rhizoclonium sp.: peut-étre Rh. hic'
roglyphicum (Ag.) Kütz.
Padina pavonia (L.) Gaill.
'" irgassum vulgare Ag.
' 'dium cartilagineus (L.) Gaill.
i vi.illina mediterránea Aresch.
ensia Melobesieae sous forme de
bolos, et plus fréquemment,
de confites (voir p. 47 [42]).
Toutes ees espéces, excepté Rhizoclonium hieroglyphicum
(Ag.) Kütz., ont été citées postérieurement par d'autres ¡nvestiga-teurs,
et sont communes dans rArchipel. Nous en offrons ci-aprés,
rinformation graphique correspondante.
Página 7 [2],
» » .
. 9 f IJ.
» » .
» 10 [5],
» 19 [14],
» 23 (18J.
» 37 [32],
» 42 [37],
» 45 [40],
Fin de 1
línea 23:
>
»
»
>
»
»
»
»
»
30:
19:
22:
20:
22:
15:
32-33:
19:
34:
a nota 16:
Emendanda
obtante
20 de diciembre
-1884)
Oulio 1777-
«quel
y
baste
...umbilicalis (L.) Aj'.
haber
Vichera
1951
es
»
»
»
»
»
»
»
»
»
»
obstante
28 de diciembre
-1784)
Gunio 1777-
eie
;
hasta
...umbilicalis (L.) J. Ag
ver
Viekeri
1952
Fin de la nota 23: Añádase: París, 1840.
Jsota 19: Su contenido no debe inducir a error. Viera afirma también que
la especie canaria es una madrépora y no el coral propiamente dicho.