ARQUEOLOGÍA
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ARQUEOLOGÍA CANARIA Y EPISTEMOLOGÍA
Celso Martin de Guzmán
1. Preliminares:
Entendemos por Arqueología Canaria la reconstnicción objetiva de
las distintas sociedades aborígenes del Archipiélago, en base a la información
proporcionada por su cultura material, por los registros y fuentes
de carácter etnohistórico, sometidos a criterios.
Los estudios arqueológicos, realizados en Canarias en la década de
los 70, hemos de reconocer que han supuesto un avance positivo en el
conocimiento de aquellas comunidades isleñas que interrumpen su ensimismamiento
cultural con la irrupción de los europeos a principios del
XV.
A pesar de no registrar ningún descubrimiento espectacular, ni tan
siquiera una novedad «revolucionaría» en sus dataciones absolutas, gracias
a las excavaciones sistemáticas, preferentemente concentradas en
Gran Canaria (por razones obvias), se ha ido perfilando un campo, apenas
explorado y que promete, si no decae el empeño, desvelar muchas
de las incógnitas siempre planteadas y aún no resueltas sobre el pobla-miento
y la secuencia cultural de los distintos pueblos que ocupan cada
uno de los siete territorios insulares.
Si apostamos por la Arqueología Canaria es por estar convencidos
de su importancia y del posibilismo científico que aun contiene la investigación
prehistórica en las islas. A la diversidad de etnias, de culturas y
al tratamiento particularizado, por islas, hemos de sumar el complicado
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sistema de redes, y sin renunciar a esa increíble diversidad cultural, de
una isla con referencia a sus otras seis, interpretar el conjunto como un
magnífíco ejmplo de relativismo cultural, de la variedad de respuestas al
factor del aislamiento. Casi todos los investigadores ya estamos de acuerdo
en estos postulados fundamentales, pero tampoco hay que sorprender
se de que, como ciencia viva y estimulante que es la Arqueología, la bibliografía
recoja los diferentes puntos de vista, las variaciones interpretativas,
las discusiones terminológicas que hacen a la discipUna y que, en
nuestra opinión, son un positivo ingrediente y la palanca crítica de
nuestros conocimientos. Las discrepancias enriquecedoras constituyen el
mejor síntoma de la animación y la dinámica científica. (Hernández Pérez,
1980:28-31).
Si se compara el panorama con el aspecto que ofrecía por los años
50 y 60, la incorporación de los «nuevos arqueólogos» de la escuela de
La Laguna, y la prolongada estancia de los Drs. Pellicer y Acosta en
aquella universidad, son elementos definidores de esta también «nueva
situación» de nuestra ciencia. A todas luces, el conjunto ha mejorado
pero estamos muy lejos de alcanzar el nivel medio de conocimientos que
nos permita acceder a esa síntesis precisa y satisfactoria a la que aspiramos
todos. No obstante, el número de publicaciones ha incrementado su
calidad, en particular en el capítulo de las excavaciones. Estas, a pesar
de lo irrisorio de los presupuestos que los Poderes Públicos destinan a
ellas, han superado su carácter fortuito u ocasional y han iniciado el camino
de los estudios programados, a largo plazo y en áreas concretas
con el fin de obtener una sintaxis estructural de la cultura material y su
correlación con los distintos pisos y nichos ecológicos insulares. En este
sentido, el Valle de Guayedra y Los Caserones empiezan a arrojar sus
primeros resultados.
Pero, «la arqueología por la arqueología» no es más que otra inútil
(y hasta imbécil) pasión. C>e nada nos servirá contar con unos minuciosos
trabajos de campo, elogio y grandeza de la meticulosidad más exigente,
si en el momento de la interpretación de esos datos no disponemos
del fundamento teórico que los ponga en movimiento. La «síntesis»
es la excelencia a la que, como cualquier historiador, debe aspirar el arqueólogo.
Esta preocupación sintetizadora tiene entre nosotros serios
antecedentes. No olvidemos la magnífica y poco divulgada obra de Hoo-ton
(1925), o el más conocido cuadernillo de Pérez de Barradas (1939).
Las numerosas notas críticas y comentarios que se suceden desde el año
40 al 70 en la Revista de Historia, debidos a la pluma brillante y sabia
del Dr. Elias Serra, reflejan la hondura y el conocimiento del Maestro.
S<iMÍÜ CliJ
Una serie de artículos posteriores, aparecidos en los años 70, como
el de Pellicer (1974), Martín de Guzmán (1977), Hernández Pérez
(1980), Martín Socas (1980) y Jiménez Gómez (1981) han ido corrie-giendo
muchos tópicos y propiciando un enfoque cintíñco a los temas
debatidos. En esta contribución, no ha faltado el «asalto a la razón» de
las fuentes etnohistóricas, en cuya correlación con los datos arqueológicos
se esconde una posibilidad ya apuntada por otros profesores (Tejera
y González Antón, 1981).
Sin embargo, no se han abordado los aspectos internos que mueven
esta ciencia desde la perspectiva de la historia de las ideas y de las tradiciones
disciplinares que la cobijan. Nada más perverso que el engolga-miento
de una disciplina que al carecer de una metodología pertinente
oculta su siniestra ignorancia de quien desprecia todo lo que desconoce.
La carencia de una formación de corte antropológico y el carácter
híbrido, a mitad de camino entre la geografía y la historia tradicional, no
han sido los puntos de partida más ventajosos para la arqueología. La literatura
científíca (y pseudo científíca) adolece de un lenguaje impreciso
que se mueve en el vacio de una información flotante, no más allá de sus
perímetros formales y cuyos contenidos se desconocen.
En este sentido, de reflexionar sobre algunos aspectos (y conflictos)
teóricos de nuestro quehacer arqueológico, van orientadas nuestras propuestas.
No son más que materiales lógicos que nos permitan (cuando se
precise) la rectificación, el modelo abierto, la fluidez relativa de una iii-formación
acumulada y que por su mismo «stock» empieza a ofrecer dificultades
de interpretación.
Toda Prehistoria, tiene también su «prehistoria», sus rudimentarios
orígenes que a nadie debe avergonzar, y, en consecuencia, no deben ser
hurtados a la luz.
En la renovación de los estudios prehistóricos canarios no puede
obviarse -y seró siempre obligada referencia- el giro inripuesto por Serra
Ráfols que permitió un nuevo enfoque de los planos interpretativos de
la investigación. Sin claudicar de su condición de hitoriador de la cultura
y con un buen aprovechamiento de determinados presupuestos del
positivismo histórico, Serra sea quizá el «canariólogo» más importante
del siglo, especialmente por la influencia, muchas veces confesada, que
ha ejercido sobre la mayor parte de los investigadores canarios que se
inician en los años SO. Su concepción de la historia, en gran medida, sirvió
de contrapeso a determinadas corrientes de la «arqueología espiritualista
», encabezada por el polémico P. Hernández Benítez, empeñado
en reconciliar ciencia y teología. (Serra, 1945 y Hernández Benítez,
1951).
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Aun cuando se reconozca el avance de Sena y su proyección didáctica,
no se explica satisfactoriamente cómo la Arqueología prehistórica
quedó marginada de las nuevas corrientes historiográfícas que renovaron
los métodos y planteamientos históricos, con un sentido totalizador. La
incidencia del grupo de los «Annales», y en particular los estudios de L.
Febvre, tan decisivos para la historiografía del siglo XX, apenas dejó
sentir su impronta entre los prehistoriadores que, en su mayoría, seguían
practicando y defendiendo un método histórico positivista y subsidiario
de la ideología del siglo XIX. (Febvre, 1953: 428).
La reincidencia de la historiografía canaria en su pasado ideográfico
y descriptivista, fiel a los modelos antiteóricos y «realistas», o, en el mejor
de los casos, utilizando el ropaje del «convencionalismo», frenó, en
gran medida, su incorporación a las Ciencias Históricas, a las corrientes
renovadoras que se iban abriendo paso, después de la Segunda Guerra
(Navarrete y Vicent, 1981: Ms.: 3-6).
En el mundo de la investigación europea y americana se fueron
aclimatando las influencias del funcionalismo que, en casos excepcionales,
fueron incorporadas en los niveles interpretativos de la arqueología.
La lectura de Malinowski causó un gran impacto entre muchos arqueólogos
americanos, ansiosos de un método que les librara del historicis-mo.
(W.W. Taylor, 1948).
Pero, en líneas generales, las nociones epistemológicas, y los avances
teóricos del funcionalismo y el estructuralismo llegaron a la Prehistoria
con posterioridad a su adopción por la Lingüística (pionera en la
renovación que supuso F. de Saussire, 1916), por la Etnología, la Sociología,
y por las Ciencias Antropológicas en general. No contó la Arqueología
Canaria con un pensamiento teórico que le liberara del arqueogra-fismo
o de un cientificismo sin perspectiva histórica, del que no ha logrado
deslindarse.
2. El conflicto científlco:
El carácter de «ciencia social», llevaría a la Arqueología Canaria a
una contradicción en el momento de analizar su contribución a los conocimientos
necesarios, pues si «sociológicamente» puede ser un enfoque
más problemático resulta que lo sean sus resultados concretos. Es
decir, su influencia científica y su incidencia social.
La Arqueología Canaria, de acuerdo a su casi nulo valor pragmático,
está más cerca de lo que se entiende por «arte» que por ciencia. Es
algo así «como el arte del guanche», la inútil pero bella ocupación por
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desvelar nuestros remotos orígenes... ¿Y qué más? Ni siquiera la triste y
precaria manera de ganarse el pan de cada día. No hay que olvidar que
el nacimiento de la Arqueología prehistórica viene fomentado por el diletantismo,
los mecenazgos provincianos y toda una ideología que no es
muy difícil averiguar.
Apenas puede decirse de la Prehistoria lo que para la Historia invocaban
los latinos: «maestra de la vida». La información que sobre el pasado
remoto aporta la Arqueología prehistórica es precario y todavía no
sabemos hasta que punto una serie tipológica de pintaderas aborígenes
puede incidir en nuestro porvenir histórico. (Galván Tudela, 1979: 42).
Tomar sentido y vigencia es el mayor reto que la disciplina tiene
frente a sí. Y ante este desafío, son posibles dos comportamientos. O
continuar enclaustrados en la «torre de marfil», en la soberbia incuestionable
del cientificismo de élite, o replantearse la utilidad de la Arqueología
Canaria, concebida ahora como un sistema de conocimientos con
Junción social. En este aspecto la «devolución» de lo investigado a través
de los procedimientos museísticos, dentro de una concepción antropológica
de la cultura material, no meramente arqueografista, puede ser una
de las salidas pragmáticas.
El «punto cero» al que hemos querido llevar nuestros planteamientos,
pretende no obviar la dialéctica del conocimiento, a la que ha de someterse
cualquier ciencia pura, cualquier práctica erudita. La investigación
moderna, tanto estatal como privada (según quien la subvencione)
ha de responder de su propia finalidad. Hay que declarar que ni la «inmunidad
académica» ni el carácter universitario puede justificar coartadas
en nombre de una «libertad científica» que no es ni lo primero ni lo
segundo.
La Arqueología Canaria, ha de someterse, con modestia y realismo,
a los mismos requisitos que se observan en las actitudes fundamentales
de la sociedad. Solo entonces podrá recobrar su carácter social. Tal y
como Golmann lo expresó para las disciplinas históricas: «Si el conocimiento
de la historia presenta una importancia práctica para nosotros,
es porque en ella aprendemos a conocer hombres que, en circunstancias
diferentes, con medios diferentes, y en la mayoría de las veces inaplicables
a nuestra época, han luchado por valores e ideales que eran análogos,
idénticos u opuestos a los que tenemos en la actualidad, y esto nos
da la conciencia de formar parte de un todo que nos trasciende, que continuamos
en el presente y que los hombres que vendrán después de nosotros
continuarán en el porvenir». (Golmann, 1972: 14).
El alejamiento definitivo del método histórico tradicionalista (o de
la «tradición disciplinar»), cargado de determinismos irracionales, de in-tuicinismo
arbitrario, de brumas metafísicas, de arrogancias etnocéntri-
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cas, o reducido a operaciones analíticas y sintéticas en tomo a los aspectos
internos o extemos de los hechos, despejará el camino hoy transitado
por una historiografía enciclopedista, e inexplicable.
-La superación del «inductivismo estrecho» y del método genctico
-evolutivo, y el tanteo de las nociones de «estructura», «regularidad» y
«leyes generales», ayudarán a incorporar los planteamientos arqueológicos
dentro de los esquemas lógicos de las disciplinas nomotéticas-deductivas.
En muchas reflexiones de Lévi-Strauss, se reconoce el carácter embrionario,
a medio hacer, de las «ciencias del hombre» (Lévi-Strauss,
1966: 189-236). El éxito o fracaso de las mismas parece condicionado a
la aceptación de los métodos, que han hecho suyos otras disciplinas,
hasta alcanzar su autonomía científica. El antropólogo francés, distinguió
dos opciones principales:
a) Las ciencias sociales: Donde tendría cabida la economía, el dere.-
cho, la ciencia política y determinados aspectos de la sociología y la psicología
social. A este conjunto de disciplinas las definía «...como todas
aquellas que aceptan sin reticencia establecerse en el mismo corazón de
la sociedad, con todo lo que ello implica... y a la consideración de los
problemas bajo el ángulo de la intervención práctica...» (Los subrayados
son nuestros).
b) Las ciencias humanas: Donde estarían representadas las disciplinas
afines a la Arqueología: tales, la propia arqueología, la prehistoria,
la historia, la antropología, además de la misma lógica y la filosofía. Estas
disciplinas, en gran medida, y según Lévi-Strauss, se oponen a las denominadas
sociales, pues «si a veces se instalan en el interior de la sociedad
del observador, es para alejarse de ella muy rápidamente e insertar
observaciones particulares en un conjunto que tenga un alcance más general
», (Lévi-Strauss, 1966: 189 y ss.).
El positivismo, por su parte, con una acumulación de datos sin precedentes,
logró un punto de saturación tal, que hubo que recurrir a mecanismos
selectivos de sistematización, y jerarquización (no todos los
datos tienen la misma importancia), intentando establecer las regularidades
y las repeticiones. Con este equipamiento, y la influencia del evolucionismo
biológico, surgió el modelo de la secuencia cronológica o
cultural, análisis típicamente diacrónico, basado en la causalidad genética
lineal: lo que pasó en el pasado (antecedente) explica en parte lo que
está sucediendo en el presente (consecuente); y, a su vez, siguiendo la cadena
de la causa-efecto, se podrá explicar lo que suceda en el futuro.
Quedaba así para la Historia, tímidamente insinuado el carácter propio
de toda ciencia que es el de predecir los fenómenos. (Schmidt,1962).
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El producto sincrético, resultado de la convergencia del método ge-nético-
evolutivo y del método funcional-estructural, sería el que posibilitaría
el nacimiento de una Arqueología de oríentación antropológica,
tal y como se concibió en Estados Unidos desde los años 60. Esta Arqueología
antropológica utilizaría un método dinámico en el análisis
dialéctico del proceso cultural de las sociedades humanas, asumiendo los
aportes positivos del materíalismo histórico y el principio dual, y complementario,
de «dialéctica de lo general» / «dialéctica de lo singular».
Esta perspectiva antropológica, generada sobre bases racionales de
matriz epistemológica, pondría a disposición de la Teoría Arqueológica
los siguientes niveles:
1. El «hecho social», y sus fenómenos particular y/o general, que no
es el mismo en todos los niveles. Esta noción de «nivel» viene muy bien
a la arqueología por su doble acepción cultural y estratigráfica.
2. El «cambio» que puede ser detectado, analizado y explicado (y
contrastado) con leyes cognoscibles. Los cambios en profundidad pueden
provocar el paso de un orden estructural a otro.
3. Las «estructuras», entendidas como el sistema deformas y relaciones
comunes, y que son posibles gracias a los equilibrios relativos entre
los distintos elementos sociales. La estructura cultural, no obstante,
está sometida a una inevitable tensión, consecuencia de las fuerzas
transformadoras y de las fuerzas conservadoras. (Rossi y O'Higgins,
1981: 37 y ss.).
La «objetivación del pasado», sin un sistema teórico que le sirva de
cobertura, no deja de ser una «ilusión empirista». Los simples repertorios
artefactuales no son la fmalidad de la Arqueología prehistórica. El
conocimiento arqueológico se encamina a la post-dicción más que a la
pre-dicción que caracteriza a las «ciencias naturales». Hay en todo lo arqueológico
cierta molestia por la «modernidad» y una dimensión «anacrónica
».
Bien cierto que la aceptación del método nomológico-deductivo,
equivale a garantizar una serie de operaciones lógicas (en cualquier
tiempo o lugar) sobre ios datos disponibles (suministrados por la excavación).
A partir de las «leyes generales» quedarán explicados, satisfactoriamente,
cada uno de los hechos particulares. Una operación lógica, y
elemental, a la que hay que someter cualquier presunción de objetividad:
en C si A, entonces B. Tan solo así se podrá acceder a la determinación
de las relaciones y conexiones de acontecimientos específicos en el
tejido estructural, en el nivel nomológico, o lo que es lo mismo, en el
ámbito de las leyes generales. (Watson et alii, 1974: 38 y ss.).
El primer paso de toda teoría es el de la construcción de hipótesis.
Se entiende por tales, cualquier formulación de explicaciones provisio-
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nales, pero lógicamente construidas. Estas hipótesis -si seguimos a Bun-ge-
deben ser «susceptibles» de ser contrastadas para que adquieran validez.
Pero, «no toda hipótesis o teoría científíca puede contrastarse directamente
con datos empíricos» (Bunge, 1980: 31).
Las hipótesis, por otra parte, pueden ser contrastables y no contras-tables.
Las no contrastables son incompatibles con el método científíco
nomotético-deductivo y, por lo tanto, han de ser desechadas. Se notará
la evidente conclusión de que una arqueología que genere hipótesis incontrastables
no puede denominarse científíca.
La «objetividad empírica» en Arqueología prehistórica está inseparablemente
unida a sus repertorios artefactuales que es lo mismo que decir
sus «datos empíricos», el nivel de la contrastación y la observación.
El proceso de contrastación podría, a su vez, quedar resumido como
sigue:
Hipótesis arqueológica:
- Empírica (Método directo). Repertorios artefactuales.
- Teórica (Método indirecto). Evidencias negativas y/o positivas.
Con una formulación hipotética correcta (que observe la contrasta-bilidad
indirecta) y donde las exigencias epistemológicas del método
científico estén contenidas en el mismo «estilo» de su lógica, se podrá
orientar la investigación arqueológica con estímulos teóricos, razonados
e inteligibles.
Una formulación capaz comprometerá a todo el proceso de investigación
-tanto en su nivel de excavación como de redacción- proponiendo
resolver el conjunto de los problemas con la utilización de un método
común, un lenguaje unificado, unos criterios compartidos.
3. El método objetivo:
Cada investigador debe confeccionar su cuadro de problemas y demarcar
la «objetividad» de sus prioridades, considerar el nivel del proceso
investigativo (pues no son las preguntas que han de formularse al inicio
de un trabajo, en sus momentos confiictivos, en un estado avanzado
o al final del mismo).
La «búsqueda de la objetividad» debe de iniciarse desde el mismo
momento en que se plantea la investigación, en un proceso que prevea
la rectificación a medida que se avanza en las observaciones y en las deducciones.
Volvemos a Bunge (1980: 34-35), cuando somete la actividad
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investigadora a un proceso objetivo que debe cumplir las siguientes etapas:
1. Descubrimiento del problema: Como resultado de la ausencia de
una explicación correcta para una o/y unas series de evidencias objetivas,
o datos de superficie. El primer paso «objetivo» es el reconocimiento
de un desconocimiento.
2. Planteamiento lógico del problema: Tal y como se ha venido insistiendo
con anterioridad, éste ha de hacerse en términos precisos y rigurosos.
Viejos problemas sin resolver pueden ser re-planteados a la luz
de nuevas investigaciones.
3. Recopilación de datos: Entendidos como «datos empíricos» que
sirvan de instrumentos para resolver los problemas planteados. En Arqueología
prehistórica, este nivel corresponde al de la excavación y al de
los registros arqueográficos.
4. Primer intento de explicación: En base a los datos recopilados
emitir una solución lógica del problema. Si esta explicación y/o solución
no es satisfactoria, o resultase incompleta, se puede acudir a:
a) Formulación de nuevas hipótesis. Puede suceder que la pregunta
esté mal hecha. Son muy ilustrativas las palabras de Watson cuando
dice: «Lx» que exige un procedimiento arqueológico explícitamente científico
es que los arqueólogos tomen en consideración cualquier tipo de
datos que resulten de su excavación, que alteren su hipótesis si es necesario,
y que ajusten las comprobaciones a la luz de los nuevos elementos
de que disponen» (Watson, 1974: 34).
b) Insistir en la recopilación de datos. Nivel arqueográfico de la investigación.
Pero, ¿Qué datos? ¿Habrá que variar la orientación del registro?
¿Cambiar de yacimiento? ¿Abandonar la excavación iniciada?.
c) La ausencia de resultados negativos, en el momento de establecer
el grado de confirmación de la hipótesis se estimará en proporción al
número de resultados positivos, en el momento de la contrastación.
5. Explicación correcta: Se dan por válidos los resultados y se obtiene
una solución satisfactoria (no siempre exacta, pues los fenómenos
culturales se definen por su mismo relativismo). La solución alcanzada,
además de explicar correctamente el fenómeno cultural específico, en el
marco lógico de la «objetividad», supone una aportación de consecuencias
teóricas y la incorporación de nuevas pruebas que pueden ser utilizadas
en otras investigaciones en curso, ahorrando la inútil reduplicación
de esfuerzos.
6. Contrastación: Es la puesta a prueba de la solución, el nivel de
confrontación entre el «corpus teórico» y la información empírica, y de
la que depende el carácter satisfactorio o no de las explicaciones. Si se
cumplen los requisitos y se obtiene una demostración, la investigación
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quedará sancionada y se dará por válida. En aquellos casos en que la
contrastación contradiga los planteamientos teóricos, se propondrá la
corrección de hipótesis y se justificará, previo un replanteamiento de la
cuestión, la conveniencia o no de nuevas excavaciones sistemáticas.
La ausencia de «objetividad» es la responsable de los fracasos de
una investigación que abusa de hipótesis generadas inductivamente. Lo
obvio no es lo «objetivo». Las hipótesis inductivas tan solo explican
aquellos problemas cuyas soluciones ya son conocidas de antemano. Si
se excava una tumba «guanche» por el solo hecho de reconstruir su
ajuar funerario, ya sabemos, aproximadamente, qué tipo de repertorios
materiales vamos a encontramos (salvo sorpresas o dicotomías incidentales,
no estructurales). Como se verá, con estos procedimientos, en realidad,
ni hay problemas planteados, y por lo tanto, ni problemas que resolver.
¿Para qué se excava?
Gran parte de las excavaciones no pasan de reafirmar la certidumbre
de aquellos aspectos materiales que ya conocíamos: los fardos funerarios,
los recipientes de fondo cónico, las cuentas de collar, los sellos
pintaderas, los grabados geometrizantes, el área de dispersión de los «tahonas
». Y de ahí no se sale, a no ser para correr un riesgo que terminará
poniendo en duda profunda los planteamientos tópicos de la investigación
arqueológica. Nuestra rutina y reiteración.
Las hipótesis nunca son la solución adelantada de los problemas,
son formulaciones aproximadas y corregibles, pero que exige la observación
de la lógica deductiva. Es más, una hipótesis no puede ser considerada
empíricamente cierta porque no se ha demostrado que sea falsa, o
no ha podido ser refutada. Ya Watson había ahondado en este aspecto
donde la hipótesis no obliga a que la implicación sea cierta. Por el contrarío,
la implicación puede ser verdadera, incluso si la hipótesis es falsa.
Watson se explica: «...se puede predecir que si una ciudad antigua ha
sido incendiada por invasores, se encontrarán paredes quemadas al excavar
las ruinas; pero el hallazgo de los muros quemados no confirma necesariamente
la hipótesis, porque pueden ser el resultado de un incendio
accidental.» (Watson, 1974: 30).
El m P: Este modelo que se refiere a leyes de forma probabilística, o
«leyes probabilísticas», se construye a partir de la relación del «explana-dum
» con el «explanans», pero a través de una conexión no universal,
ya que no en todos los casos -aunque la probabilidad sea muy elevada-se
producirá el evento previsto. Por otra parte, el «explanans», no implica,
deductivamente, el enunciado explanandum por la misma razón
que el explanans implica el explanandum, pero no con «corteza deductiva
» sino con cuasi certeza. (Hempel, 1977, 93 y ss.).
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Las leyes probabilísticas y la implicación probabilística, conectan el
«explanans» con el «explanandum», pero, en grado distinto. La probabilidad
puede variar según el tipo, la selección y la disposición del mate-nal
sometido a las probabilidades estadísticas.
En este mecanismo, se entiende:
U: todo experimento.
B: Su resultado.
P: La probabilidad.
Los porcentajes admitidos se formulan en estas tres relaciones:
P (B,U) = 0,6. Para experimentos aleatorios, en base 1000, conociéndose
de antemano la proporción dicotómica. Por ejemplo, 600 cerámicas
rojas, 400 cerámicas claras.
P (C,M) = 0,5. Para experimentos aleatorios tipo M, como lanzar
una moneda al aire.
P (A,D) = 1/6. Para experimentos aleatorios tipo «juego de dados
», calcular la frecuencia del «as».
En cada una de las tres operaciones, se trata de calcular la frecuencia
relativa, en condiciones de equiposibilidad y equiprobabUidad que
permita hacer un enunciado de un experimento aleatorio «R», donde,
tras largas series de repeticiones, se determine el resultado «D».
La repetición puede inducir a algunas suposiciones simétricas, y al
principio de la paridad (no siempre observado en la naturaleza) donde
los datos buscados pueden aparecer con igual frecuencia. Pues, a medida
que se repite el experimento y aumenta el número de ensayos, la frecuencia
relativa tiende a estabilizarse y a fijar su porcentaje regular dentro
de la serie numérica. Con otras palabras, los resultados («O»), tienden
a repetirse a medida que aumenta el número de ejecuciones. Esta
mecánica aproxima al concepto de probabilidad estadística, bien distinto
al de/^roAaéí/jí/aí/iní/Mcí/va. (Popper, 1980: 179).
La probabilidad estadística sitúa el nivel de contrastación en la curva
de la frecuencia relativa de los resultados. La hipóresis «H» no afirma,
por implicación, la frecuencia relativa, pero si «H» es verdadera se
puede casi asegurar que en una serie de ensayos reiterativos se observará
una gran aproximación entre las probabilidades hipotéticas y las frecuencias
registradas.
Las hipótesis probabilística dependen, pues, de los criterios estadísticos
que se aplique. Habrá entonces que precisar:
1 .Qué desviaciones de la frecuencia serán considerados como suficientes
para aceptar o rechazar la hipótesis.
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2.Qué nivel de coincidencia han de observar las probabilidades hipotéticas
y las frecuencias observadas para estimarlas como aceptables.
En cualquier ejemplo, deben evitarse errores tan frecuentes como el
de desechar la hipótesis que se está contrastando (aunque sea verdadera)
o aceptarla (aunque sea falsa) sin antes valorar el contexto y los objetivos
de la investigación, al maigen de las frecuencias relativas.
Las «leyes probabilísticas» implican, al igual que las leyes de forma
universal («las leyes generales»), aserciones para casos no experimentados,
tanto de carácter contrafáctico como futuros, ya que, en realidad,
entran dentro de la categoría de leyes científícas. Así lo ha entendido
Hempel cuando dice que «todas las leyes científicas deberán considerarse
como probabilísticas, puesto que el testimonio que los apoya es siempre
un cuerpo de datos finito y lógicamente no concluyente, que solo
puede conferirles un grado más o menos alto de probabilidades» (Hempel,
1977: 102).
Una ley probabilística afirma que, bajo ciertas condiciones se producirá
un cierto tipo de resultado, en un porcentaje aproximado (alto,
mediano, mínimo, según las circunstancias). El experimento, o la ejecución,
donde se comprobará el porcentaje previsto se denomina «R». En
este mismo sentido, puede hacerse la siguiente pregunta:
- ¿Es un yacimiento arqueológico un experimento aleatorio «R»?
Podríamos ejemplificarlo así:
- Explanans:
- La probabilidad de que las comunidades neolíticas produzcan recipientes
cerámicos es alta.
- El Poblado A-2 registra repertoríos cerámicos (con ausencia absoluta
de artefactos de metal).
- Explanandum:
- Que el Poblado A-2 sea neolítico. (Se hace altamente probable).
Para explicar esta relación entre el explanans y el explanandum se
ha de considerar:
1. Que el alto grado de probabilidad que confiere el «explanans» al
«explanandum» no es una probabilidad estadística sino que representa
la credibilidad lógica del explanandum, habida cuenta de la información
contenida en el explanans.
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2. En algunos casos esta probabilidad puede expresarse en términos
numéricos y se formularían:
P(0,R) = r
i es un caso de R
(r)
i es un caso de O.
En aquellas operaciones, como en Arqueología prehistórica, donde
los enunciados del explanans son mucho más complejos, la determinación
de las probabilidades que corresponden al explanandum son, evidentemente,
muchísimo más problemáticas, máxime cuando se trata de
fenómenos culturales, sin un corpus explícito de leyes propias, a no ser
que se tengan por tales sus equivalentes antropológicas y sociológicas,
en aquellos aspectos donde tales disciplinas se han orientado en busca
de marcos referenciales lógicos. (Fritz y Plog, 1970: 411-412).
Cuando se quiera explicar un evento (de carácter cultural), por referencia
a las leyes probabilísticas, el explanans confiere al explanandum
un apoyo relativo; pues, mientras que las explicaciones nomológico-deductivas
representan una subsunción bajo leyes de forma universal
(«Siempre que...entonces siempre...) las explicaciones probabilísticas,
como su nombre expresa, lo hacen bajo una subsunción inductiva de
forma probabilística, (Siempre que...es posible que...). (Popper, 1980:
137 y ss.).
Sin un explanans bien explicitado, sin una hipótesis bien trabajada,
será imposible -tanto se siga el m ND o el m P- obtener un resultado
(R), razonable y, al mismo tiempo, que confirme la ley y explique el fenómeno.
En cualquiera de los procedimientos lógicos, el papel de los
enunciados es definitivo. Y, en la investigación arqueológica, estos requisitos
rara vez se cumplen; o, en el mejor de los casos, está sistemática
y sospechosamente ausente.
En síntesis: ¿Es posible la experimentación en Arqueología prehistórica?
¿Pueden concebirse niveles de «experimentación» no empíricos
distintos a los exigidos a las ciencias físicas? Puede la Arqueología prehistórica
confiar en el «modelo probabilístico» para acceder a la estructural
cultural, en base a la frecuencia relativa y aceptando la suposición
simétrica de que los datos buscados pueden aparecer con una frecuencia
regular?
568
4. El espacio:
Las «variedades escópicas» en arqueología -es decir, los artefactos-,
las formas visuales de la observación (experimentación), más allá de la
contemplación ingenua, vienen inmersas en dos dimensiones inseparables:
el espacio (el yacimiento sometido a control-experimentación), y el
tiempo (su datación, o «posición» cronológica).
En una primera aproximación, la noción «espacio», contenida en
los enunciados de cualquier tipo de «objetividad» (la objetividad espacio)
no precisa de grandes conceptualizaciones ni marcos teóricos, pues,
se trata, en sí misma, de una realidad empírica y que juega un papel definitivo
en la prueba de la experimentación. La exacta posición espacial
-el microespacio- en que viene embutido el objeto artefactual, su calidad
de in situ para aquellos «depósitos cerrados», le confiere una primacía
en el mecanismo científico que se ajuste al modelo nemotético-deductivo.
El que denominamos «punto de localización», coincide con
el «punto artefactual» sus coordenadas espaciales (X,Y,Z), son los fundamentos
de cualquier tipo de relación a posteriori, que derive de la observación,
como de la comprobación de las hipótesis, cuando se establezcan
las redes de regulación de la «estructura cultural».
Cada uno de los distintos «puntos artefactuales» pertenecientes a un
mismo «plano contextual», constituyen los «morfemas», los signos, de
cada uno de los segmentos sintácticos que conforman, a su vez, el circuito
cultural de la estructura. Esta primera lectura horizontal (en un
primer nivel, estrictamente material y formal) corresponde a la reconstrucción
de los principios del contexto y la asociación de la arqueología
clásica. En efecto, «el plano contextual», está sujeto a la horizontalidad
de la sincronía relativa y permite, por comparación de distintos y sucesivos
planos contextúales, inferir el problema de la «funcionalidad cultural
» de cada uno de los segmentos sintácticos.
Los puntos análogos, o equivalentes, situados en distintos planos
contextúales, permiten establecer la continuidad y la noción de secuencia,
así como la vigencia cultural, vía tradición, en aquellos aspectos
que, en el registro, funcionan como invariables y reiterativos, al menos
en su categoría esencial, aun cuando se perciba el tránsito y evolución
de las formas y los «tipos».
La lectura de arriba a abajo (ó a la inversa) convierte al espacio (al
micro-espacio arqueológico), en el factor que posibilita la perspectiva
temporal, inseparable de la especial. Las analogías que se registren, en la
lectura vertical de los distintos planos contextúales, llamaremos sintaxis
vertical. Con palabras de Chang, que se ha preocupado por estos problemas:
«...sea cual fuere la información proporcionada por la dimensión
569
espacial de los restos arqueológicos, no resulta explícita por sí misma, y
debe estudiarse conjuntamente con las dimensiones temporal y formal»
(Chang, 1976: 35).
Con referencia a los macro-espacios, o a los ecosistemas y su influencia
en los sistemas económicos, el problema habrá que plantearlo
dentro de la noción «modelo territorial», pues aunque la naturaleza impone
ciertas constricciones, el espacio queda sometido a las fuerzas de
producción. La adaptabilidad y los procesos tranformadores son conceptos
que operan dentro de la ecología cultural. En este sentido, no hay
otro espacio que el espacio cultural (la geografía humana). (Godelier,
1981:36).
$• El tiempo:
La llamada «columna vertebral de la historia», es un factor omnipresente,
y que puede tener varias traducciones. Especialmente a partir
de su utilización braudeliana de «larga duración» o «corta duración».
Los arqueólogos tecnicistas han sobrevalorado las calibraciones absolutas
e influenciados por los espejismos de los fechados físico-químicos,
han situado en primer plano el problema de la datación como
elemento primordial en la explicación del proceso cultural. Se trata de
reconocer la oportunidad de estos procedimientos técnicos (no metodológicos,
como erróneamente se cita por niuchos colegas), sin llegar a la
mitificación de sus resultados. Estamos convencidos de la valiosa aportación
que ha supuesto el C-14 y otros procedimientos análogos para ordenar
complejos culturales prehistóricos de difícil situación diacrónica.
Pero estamos con Chang cuando estima que no cree que la Arqueología
se vuelva más científica como resultado de una mejora del control del
tiempo (Chang, 1976: 35 y ss.).
El tiempo no solo ha de entenderse como una dimensión cifrada en
códigos físicos. El tiempo, para el arqueólogo (como para el sociólogo o
cualquier estudioso de las ciencias antropológicas) es, sobre todas las cosas,
un «tiempo cultural». Este tiempo referido a la cultura, admite dos
valencias:
1. Tiempo interior: El propio de cada cultura o grupo social. Es el
que Leach ha definido como el «tiempo mentalizado por cada una de las
culturas» (Leach, 1954: 124-136).
2. El tiempo exterior: Que opera como xxn factor analítico, utilizado
por el arqueólogo como parte integrante de su método de estudio, para
explicar, y reconstruir, los circuitos sintácticos en vertical. Chang ha sido
certero al afirmar: «Esta segunda clase de tiempo cultural da significado
570
a la frase. El tiempo cultural es una interpretación arqueológica de las
relaciones entre tiempo científico y forma arqueológica...» (Chang,
1976: 37).
Es pues, el arqueólogo, quien con su análisis pone en movimiento el
tiempo cultural, con la determinación de las analogías y las dicotomías
registradas en cada uno de los planos contextúales, con la reconstrucción
de la secuencia cultural. Los «puntos artefactuales», con valor de
signos cobran sentido (en el nivel del significado), tanto en su lectura horizontal
sobre el plano contextual, como en su lectura vertical sobre el
plano secuencial. Ambos planos intervienen en las nociones de estructura
y sistema cultural, en una amplitud más dialéctica que la noción cul-turalista
de «complejo cultural», entendido como inventario o catálogo
de rasgos. La estructura, donde se sitúan, en distintas dimensiones, cada
uno de los «puntos artefactuales» que conforman los «segmentos culturales
», se entiende como un sistema dinámico, a la manera del «freed-back
», con sus input y out-put, aún cuando sus transformaciones, ligadas
a lo que Braudel llamó «larga duración», sean lentas, y muchas veces
imperceptibles, para el registro arqueológico.
«El movimiento del sistema -dice Chang- da on'gen a una secuencia
o un orden de sus partes; una parte precede siempre a las otfas, es contemporánea
con ellas o las sigue en el tiempo. El movimiento es permanente,
direccional e, incluso, cuando es ostensiblemente repetitivo en
forma y estructura, irreversible en su sustancia temporal única» (Chang,
1976: 38).
La secuencia no es mas que aquel segmento sintáctico vertical (en el
plano vertical) que contiene estructuras culturales comprendidas entre
dos impactos significativos, distantes en la sucesión de la escala diacró-nica.
Estos impactos, o cambios de sentido, son los determinantes del
cambio. Una secuencia se inicia con un cambio estructural con referencia
al sistema que le precede. Y termina, igualmente, con el advenimiento
de un nuevo orden estructural (evolutivo o involutivo). El cambio,
pues, se visualiza en la intensidad de los impactos (ruptura de la sintaxis
anterior, fuertes dicotomías, «hiatus», etc.), y actúan como referencia
cronológica (ante quem, post quem), determinando la finalización de un
proceso caracterizado por un determinado funcionamiento o regularidades
estructurales.
No está de más recordar el hábito de los prehistoriadores, llevados
quizá por un exceso de «naturalismo», de articular los grandes estadicul-turales
en correspondencia con los «cambios» puramente climáticos.
Este tipo de periodizaciones sea quizá disculpable si se reconoce la influencia
de la geología y la paleontología en el nacimiento de la discipli-
571
na. Sin embargo, no siempre un cambio del ecosistema viene acompañado
de un cambio profundo de la estructura cultural. (Sellnow, 1961). Las
culturas Prehistóricas de Canarias, por su misma insularidad y diversifi-cación
material e institucional, exigen un tratamiento discriminado por
unidad territorial. Cuando propusimos el término canariense (1977) eramos
conscientes de las dificultades de su aplicación. Pero igualmente rechazábamos
el abusivo dominio de «prehispánico» y «guanche» para referirnos
a complejos insulares distintos en el tiempo y en el espacio.
Las ventajas del análisis estructural se derivan de su prioridad por
las relaciones del plano horizontal, en una concepción de relativismo
sincrónico, donde es posible la reconstrucción de la estructura cultural
como si ésta estuviese contenida en un «tiempo congelado», donde,
igualmente, pueden localizarse los «puntos críticos», es decir, los segmentos
dicotómicos que presagian o indican el cambio, ó el grado de
transformación que conduce al fenómeno del cambio cultural Este será
tanto más profundo en cuanto los indicadores puntuales que integran el
segmento o los segmentos de la dicotomía, en relación con el ante quem,
ofrezcan un incremento de las incompatibilidades y la aparición de nuevos
rasgos culturales. La dicotomía puede aflorar como resultado de desviaciones
acumulativas a las pautas establecidas y que inciden en el funcionamiento
de la estructura. Tal es el origen de muchos cambios, aparentemente
repentinos, y que generan convulsiones y revoluciones.
Por el contrario, en un estado estacionario de la cultura no se registrarán
cambios significativos y las relaciones de fuerzas del sistema permanecerán
en relativo equilibrio. Empleando la terminología de Lévi-
Strauss, la dimensión temporal del estado estacionario sería el micro-tiempo,
en contraste con el macro-íiempo donde se detecta la ruptura o
el cambio de los esquemas estructurales. (Lévi-Strauss, 1963: 290).
La «duración sideral» o física del tiempo no presupone ninguna paridad
en los fenómenos (los cambios estructurales no se producen cada
1000 años, inexorablemente, de modo cíclico). En 1000 o 3000 años
puede suceder que el registro arqueológico que estudie un complejo cultural
no detecte ningún cambio apreciable en los repertorios artefactua-les
de un determinado yacimiento. (La relativa monotonía de los repertorios
«guanches» de Tenerife pueden ofrecerse como un ejemplo de
esta «congelación cultural»). Y, de repente, en apenas 100 años, concurren
una serie de innovaciones, de tal magnitud, que son suficientes para
hablar de un nuevo complejo industrial. Por el contrario, si se mantienen
las constantes básicas no puede hablarse de transformaciones profundas.
«La unidad sincrónica en arqueología -dice Chang- es aquella
en que se producen cambios dentro de los límites de la constancia y sin
alterar la disposición general de los elementos culturales». (Chang, 1976:
46).
572
La lectura de varios planos sincrónicos, sucesivos, será lo que posibilitará
al arqueólogo determinar en qué nivel se localizan los puntos
impactos responsables del cambio cultural. Ningún plano sincrónico
aislado sin relación con el eje diacrónico, puede por sí mismo explicar el
fenómeno de cambio.
DISCUSIÓN QUE SE PROPONE
¿Las nociones de diacronía y sincronía pueden aplicarse al modelo
temporal de la Arqueología Canaria con la misma operatividad con que
se utilizan en otras disciplinas antropológicas, particularmente la lingüística?
- La construcción de una secuencia cultural queda referida más a
los cambios estructurales que a los episodios coyunturales.
- La prehistoria canaria ha de replantearse los problemas de su léxico
científico, no sólo para evitar los conflictos generados por el carácter
polisémico de los términos no explicitados, o por la misma ambigüedad
de su nomenclatura, sino por la adecuación de las secuencias locales a
un sistema convencional de carácter universal.
- La lengua científica es un metalenguaje que permite operaciones
no solo descriptivas más precisas sino de formulación lógica y semántica.
«Para saber de qué habla, el arqueólogo tiene que comprender cómo
habla, poner en evidencia las reglas de su lenguaje». (A. Schnapp, 1979:
28).
6. Cadenas de objetos:
En este encuadre de relaciones, la tipología tradicional tendrá que
dar cabida no a la distinción formal sino a las distintas «clases de objetos
». Esta clasificación en «clases» (no en tipos), será consecuencia de
los procesos lógicos de «consumo» de la sociedad productora de artefactos,
y no su mera descripción morfológica. Entender las «clases catego-riales
» de los objetos es determinar sus relaciones de prestigio y poder.
Este análisis objetual, sustituye el mero control tipológico, con la introducción
de los conceptos «tema» y «variación». Pues, es evidente, no
expresa lo mismo una cerámica lisa y estricta que una cerámica ornamentada
con pinturas geométricas, donde la evolución categorial de los
objetos hay que conectarla con un fenómeno estructural como lo es la
movilidad social El análisis en «clases de objetos» posibilita una pers-
573
pectiva sociológica que en las «familias de objetos» (al igual que en los
«sistemas de parentesco» estudiados por la etnología) expresarían otro
tipo de relaciones, o «cadenas de acciones», y la puesta a punto de una
semiótica objetual que tratará de definir los micro-grupos de objetos, sus
sintaxis, y aproximarse a una semántica de los objetos. No ya sólo a su
«funcionalidad primaria» (un anzuelo para pescar, un hacha para cortar,
una rodela para defenderse) sino al nivel de su significación socioeconómica.
(Godelier, 1981: 14 y ss.).
La aplicación y las posibilidades de una especie de sociometría en
relación con el «parque de objetos» ya ha sido adelantada por Moles en
su búsqueda de nuevas tablas de distribución, capaces de determinar fenómenos
(no ya meramente «funcionales») sino cualitativos: «Llegamos
así a una clasificación racional totalmente ajena a las clasificaciones corrientes,
pero de la cual puede decirse, basándose en el axioma de la
continuidad de los fenómenos naturales, que toda anomalía en la distribución
o toda variación brusca de ésta, es la huella de un fenómeno en el
universo del objeto, fenómeno que conviene descubrir y del cual es necesario
dar cuenta por causas humanas, descubriendo así la razón de ser
inicial de este universo». (A.A. Morales, 1974: 30).
Así pues, en las cadenas de implicación deben distinguirse los «anillos
» significativos de carácter denotativo, y los «anillos» de carácter
connotativo, aún cuando estos pueden aparecer agrupados, incluso de
modo inseparable. (No está de más recordar el fenómeno «artículo» en
prehistoria. Por una parte, los «gestos técnicos» -colores empleados,
roca soporte- y como elemento inseparable la misma «representación» y
su campo de «alusividad semántica» que remite a otro código, llámese
funerario, mágico, ceremonial). Entre lo puramente técnico y el significado
se interpone lo que los lingüistas han denominado «distancia semántica
». No obstante, gran parte de los objetos tienden hacia una dimensión
íntimamente relacionada con sus funciones primarias.
La «lectura funcional» exige la concatenación de diversos elementos
que reduzcan a la distancia entre los distintos «generadores de información
», y entre sus contenidos semánticos. (Así el molino y sus muelas,
la espada y el escudo, son los ejemplos más obvios). A partir del
«parentesco de los objetos», de las relaciones sintagmáticas, establecer
los «conjuntos de funcionalidad»: artes de pesca, de labranza, recipientes
para conservar alimentos, para obtener materias primas, dispositivos
para la talla de la piedra, para la fabricación de la cerámica, etc.
Es decir, que dentro de un conjunto sintagmático de artefactos, ha
de determinarse sus tasas de fiíncionamiento (elementos activos, pasivo
intermediarios, poli-usos etc.). La primera relación será de orden lineal
a modo de cadena A-B-C-D donde por el principio de la implicación.
574
A se relaciona con B, B con C, C con D etc., dando lugar a sintaxis sintagmáticas:
maquinaría doméstica, ajuar funerario, modos y elementos
de construcción, etc. Dentro de esta cadena sintagmática, habrá que
aproximarse al «perfíl de funcionamiento», no como suma de la funcionalidad
de cada uno de los artefactos que se contienen en ella, sino
como una operación global que mostrará el índice de rendimiento, su
efícacia o inadecuación, su respuesta rudimentaria o sofísticada. Una
sola tuerca no puede explicar el «funcionamiento» y rendimiento de una
máquina. En este sentido, una cadena sintagmática, equivale a una máquina
de producción, de trasformación o de transmisión. Los artefactos
aislados, dicen poco. Es necesario agruparlos en cadenas sintagmáticas,
es decir, dentro de una cadena lógica de elementos (A.A. Moles, 1974:
31).
Este análisis, y sus procedimientos, supera el esquema empirista de
asignar a los objetos una categoría funcional de carácter prímario, y
donde el «útil» es el resultado de determinadas operaciones técnicas, de
actuaciones sobre el materíal. En esta perspectiva, el «status» del artefacto
está en relación directa con su valor pragmático prímarío. Pero,
evidentemente, el artefacto es, además, portador de otras categorías que
exceden su nivel básico o utilitarío. Es parte de una maquinaria de producción.
En un análisis semiótico, el objeto se sitúa en otros parámetros extra-
pragmáticos, y donde el valor simple de su uso no es el factor esencial
para su definición. Es cierto que no puede negarse que los objetos
detectan una «primacía», en orden a las relaciones dialécticas, entre el
hombre y el medio ambiente, entre el hombre y otros hombres. Pero
tampoco se debe obviar, como muy bien ha indicado Baudrillard, que
«una verdadera teoría de los objetos y del consumo se basará no en una
teoría de las necesidades y de su satisfacción, sino de una teoría de la
prestación social y áe la significación». (Baudríllard, 1974: 38).
Los artefactos producidos en economías acosadas (por el hombre u
otros rigores similares), en «economías de subsistencia» son objetos que
están dirigidos a cubrir el nivel individual de las necesidades. Pero en
economías con excedentes (y la «opulencia» relativa entra dentro de ese
modelo), el artefacto empieza a gravitar en la órbita de lo social, y en el
mercado de los trueques e intercambios. (Shalins,1974). Expresan, ya no
sólo su función inicial, sino una serie de relaciones, no siempre equilibradas,
y que por una deriva hacia otros comportamientos, como el de
la «competencia» o la simple prestación social, terminan por convertirse
de bienes intercambiables en el principal discriminante de las clases sociales.
Aun cuando la asignación sea meramente simbólica, los intercambios
simbólicos finalizan expresando una función social de prestigio,
575
y una jerarquización de los grupos. La función del objeto ya no es simplemente
económica. Va dirigida a preservar un orden jerárquico instituido
y, por lo tanto, a perpetuar el poder. El objeto no se comporta, exclusivamente,
de acuerdo con su utilidad primaria (cuchillo para cortar,
herir, matar) sino que es un signo categoríal unido al poder: la espada.
Son muy precisas las palabras de Baudrillard cuando se refiere al «simulacro
funcional»: «...todos los objetos están sujetos al compromiso fundamental
de tener que signifícar, es decir, de tener que conferir el sentido
social, el prestigio, siguiendo el tono del otium y del juego -tono arcaico
y aristocrático con el cual trata de reanudar relaciones la ideología
hedonista del consumo- y, por otra parte, sujetos también al fuerte consenso
de la moral democrática del esfuerzo, del hacer y del mérito».
(Baudrillard, 1974:41).
El soporte del análisis propuesto, en la pre-teoría de los objetos y su
discurso, además de sus bases teóricas, se obtiene de su inserción en lo
que ha venido a definirse como «modelo espacial», pero entendido
como semiología del entorno cotidiano.
El análisis del «espacio habitacional» (el «territorio doméstico»), no
como los «puntos de situación» de los artefactos, sino como un registro
que tratará de determinar las «constantes de organización» en base a Jos
criterios de centralidad/excentricidad, simetría/ dismetría, jerarquía/
anarquía, orden/promiscuidad, etc. (no es igual la organización en un
poblado troglodita que en un conjunto proto-urbano, en un estructura
habitacional de planta circular que en un recinto de planta cruciforme).
Mediante un «topo-análisis» se puede dar cuenta de las coherencias
y de las contradicciones, de las ausencias significativas, de las diferencias,
y de la interpretación sociológica deducida de las distintas «clases»
de objetos. Este análisis presume la pertenencia social de los artefactos a
grupos concretos, deduciendo que éstos reflejan el estatus social de sus
poseedores. (No es igual un fondo de cabana, con materiales precarios,
en las afueras del poblado, que en los recintos fortificados del centro de
la «ciudadela», aún cuando ambos «sitios arqueológicos» sean (o participen)
del mismo complejo cultural, sincrónicos y homotaxiales.
Hay, sin embargo, en estas apreciaciones, algo de círculo vicioso;
pues son los artefactos quienes otorgan el «status» a sus dueños. De
cualquier manera, los objetos actúan como soportes de las estructuras
sociales y como «elementos tácticos» no sólo entre el individuo y la naturaleza
(medio ambiente), sino como un factor categorial disuasivo de
estrategia de poder, entre el individuo y los grupos.
En consecuencia, el artefacto ocupa una posición relativa en el
«contexto», o en el «parque de los objetos», donde sería inexacto presuponer
una isojuncionalidad, en base a la tipología.
576
En el «discurso de los objetos», el problema consiste en traducir
aquellos «morfemas» dentro de los segmentos de información que son
las «cadenas sintagmáticas», que a su vez contienen signos distintivos,
contrastes y valores extra-funcionales que el artefacto aislado es incapaz
de proporcionar. Los sintagmas objetuales devienen en elementos denotativos
al definir una pertenencia social, un status determinado, un nivel,
un modo de producción.
La dirección funcional casi siempre está orientada hacia la «endo-culturación
» y a evitar los «cambios bruscos». La función es equivalente
de la regularización y el equilibrio. Pero también puede dirigirse, por
factores distintos de acumulación, hacia la pérdida de equilibrio del sistema,
su disfuncionalidad, e incluso, la quiebra de sus estructuras. Cuando
esto último acaece, se rompe la «secuencia cultural». (Rossi y O'Hig-gins,
1981:44-48).
7. Hacia el modelo estructural:
Los orígenes del estrucíuralismo antropológico hay que recabarlos
de su vinculación teórica con el funcionalismo cultural comentado por
Malinowski. Tal ha sido su influencia que muchos investigadores hablan
del funcional-esíructuralismo. Una actitud decisiva, desde una
perspectiva funcionalista, fue la de Taylor quien con su A study ofar-chaelogy
(1948), se rebela contra la manipulación de los datos arqueológicos
para forzar la reconstrucción de aspectos no materiales de las culturas
extinguidas.
Taylor proponía una distinción básica:
1. La «cultura» como sistema de ideas.
2. Los «restos arqueológicos» como productos de cultura.
Con esta precisión fundamental, Taylor, no tuvo inconveniente en
reconocer que los «objetos» eran, al menos en cierta medida, el resultado
de la aplicación de ciertas normas o prototipos. De la existencia de
unos criterios, codificados o no, de cómo debe hacerse/ qué forma debe
tener.
Otra de las aportaciones de Taylor -y que le aproximan al método
estructural- fue la de intensificar el estudio interno de las unidades arqueológicas.
La propuesta iba dirigida no tanto al estudio de un yacimiento
como al de las culturas individuales y donde la lista de «rasgos»
tenía que ser entendida como parte integrante de un sistema cultural
577
Con Me. White (1956), se vuelve a replantear la cuestión del uso y
abuso del término «cultura» y su inadecuación en los estudios de muchos
complejos arqueológicos. La crítica se hacía extensiva al empleo de
términos tales como «sociedad», «industria», «arte», etc. que poblaban
los informes de arqueología prehistórica, referidos a fenómenos no siempre
coincidentes.
Por otra parte, no todos los prehistoriadores entendían el fenómeno
cultural del mismo modo. Los enfoques y perspectivas no solo eran variados,
sino, muchas veces, diametralmente opuestas. Las posiciones
teóricas fueron decantándose en la década de los SO, distinguiéndose dos
corrientes principales:
1. Los arqueólogos de formación histórica tradicional, que consideraban
sufícíentes la reconstrucción cultural a partir de las «evidencias»
de cada uno de los conjuntos arqueológicos, sin preocuparse por el problema
de las «leyes de la cultura». Esta orientación ha sido denominada
«ideográfica-descriptivista». (La Arqueología canaria sigue atada a esta
tradición).
2. Los arqueólogos de formación antropológica, preocupados por
datos a la Arqueología de nuevos horizontes teóricos, y que se planteaban
problemas como los de la naturaleza de la cultura (en Arqueología),
explicación del proceso cultural, estrucura cultural, y, en definitiva,
aquellos aspectos teóricos (de precisión epistemológica), que perseguían
la conformación de un «corpus» de leyes de carácter general
La aparición de The prehistory ofEuropean Society (1958), de Cordón
Childe, señaló un hito importante en la historiografía prehistórica.
Con Childe se inagura una concepción pre-estructural, preocupada en
indicar los modelos socio-económicos de las distintas culturas. Las ideas
que ya eran comunes entre los discípulos de Malinowski y RadcliflFe-
Brawn, van a irse aclimatando y calando entre los arqueólogos prehistoriadores,
particularmente los investigadores de lengua inglesa que empiezan
a publicar desde los años 60. Nociones superadas por antropólogos
de los años 30 y 40, aparecen, tímidamente, como «novedades» en
los enfoques de Prehistoria con más de 20 años de retraso.
Sin embaiigo, estos escarceos por el campo de las ciencias antropológicas,
de las ciencias sociales y de la lingüística, beneficiaron a la Arqueología,
y renovaron su atmósfera cargada de historicismos e intuicio-nismos.
úis dos grandes mejorías que introducía esta aproximación estructural
pueden resumirse así:
I. Como la investigación del desarrollo de los sistemas culturales,
entendidos como sistemas sociales, sin dar cuenta de los detalles o accidentes
secundarios o tipologístas de la cultura. Esto suponía un duro
578
golpe, y enfrentamiento, para la «arqueografía» tradicional, pues pretendía
igualmente, invertir las prioridades de la investigación.
2. Como la adopción de una visión de conjunto de los sistemas sociales,
concebidos como continentes de sub-sistemas interrelacionados.
Estos sub-sistemas contenían, a su vez, unidades de estudio autónomas:
las estructuras.
En ambos enunciados quedaba roto el vínculo con la escuela tradicional,
reducida a un enfoque diacrónico, evolutivo, tipologísta de las
culturas prehistóricas. La influencia de Emilio Lledó desde su cátedra de
La Laguna, explorando los fundamentos de la «fílosofía del lenguaje» y
la de Gregorio Salvador y Ramón Trujillo (de 1965 a 1970), constituyó
un acicate positivo y un punto de reflexión que bañó a otras disciplinas
interesadas en las Ciencias del Hombre. La perpectiva antropológica se
inaugura con los trabajos de Galván Tudela (1975-1980) que aporta innovaciones
metodológicas y las aplica al medio insular. (Galván Tudela,
1979: 39 y ss.).
El estructuralismo lingüístico, dio paso a otros «estructuralismos»
que fueron aclimatándose a la crítica de arte y, mucho más tarde a la
hermenéutica arqueológica. Nosotros mismos intentamos un ensayo o
aproximación al tema al postular las «bases objetivas» de la Prehistoria
canaria (Martín de Guzmán, 1977: 11-30). La preocupación por los
«universos» de la cultura material cedía ante la teoría.
Del estructuralismo antiepistémico, o «estructuralismo sin teoría»
derivó en el «distribucionismo», y donde la interpretación de los signos,
independientemente de su significado, se asimilaba a la de morfema
aplicando así los principios de la segmentación y la clasificación, dentro
de la más ortodoxa taxonomía behaviorista. Con este método, el análisis
de los componentes de la estructura, entendida ésta no en el plano de los
contenidos de significación, sino como complejos morfemas, se reduce a
la agrupación en «clases» y a concentraciones distintas. No hay «discurso
». No hay «lectura».
La estructura entendida desde el distribucionalismo quedaba equiparada
a una suerte de convencionalismo, sin relación con la realidad,
pues ni siquiera describía ningún hecho objetivo.
Esta insistencia en el «empirismo sin teoría» (tan del gusto de la Arqueología
tradicional), se correspondía con el auge del neopositivismo
que marcó la concepción analítica de los Junggrammatiker. Poco han
hecho los arqueólogos de la «escuela lagunera» para salir de aquí.
La aparición de la obra de Noam Chomsky, Syntactic Structures
(1957), abrió nuevos panoramas y superó tópicos anteriores, dando un
giro copemicano a la interpretación del «discurso», cargando el acento
579
en la capacidad creadora de la lengua. Es decir, que el rasgo esencial de
la lengua es generar nuevas frases. El dominio de una lengua no se limita
a una adquisición, almacenamiento y repetición de la «nomenclatura
», sino que cada sujeto está en disposición de construir un número ilimitado
de enunciados de nueva planta. (¿Se puede decir lo mismo de las
expresiones artefactuales, del «lenguaje» o discurso de los objetos?).
Esta concepción del lenguaje -que obviamente puede hacerse extensiva
a la cultura material- fue la base de la gramática generativa. La
misma capacidad creadora, generativa, llevó a un nuevo pesimismo
científico para quienes consideraban que las lenguas naturales -y por
ende la cultura- no estaban construidas de acuerdo con la lógica formal.
La desesperación fue tanto mayor cuando los replanteamientos de la Lógica,
debidos a Camap, introdujeron que los cálculos lógicos pueden
descubrir las ambigüedades, incorrecciones y falta de sentido de las lenguas
naturales, cuya expresión oral y cotidiana era muchas veces inexplicable.
Pero, estas aparentes irregularidades, o «licencias», esta apariencia
ilógica, era un fenómeno detectado en la superficie del lenguaje, y no se
correspondía con la estructura profunda, donde mediante las transformaciones
emergen los lenguajes particulares. Bajo una apariencia ilógica,
la estructura profunda garantiza las regularidades de las relaciones
-mediante el recurso que implica las «reglas de trasformación»- apoyándose
en cálculos de predicados, determinados por los significados. Con
otra palabra, la estructura profunda, tanto a nivel sintáctico como a nivel
semántico, está sujeta a la lógica de la lengua cotidiana (Bierwisch,
1979: 92-95).
La lógica formal y la necesidad de construir lenguajes científicos
(metalenguajes), sobre fundamentos teóricos sólidos, llevó a Camap a
plantearse qué elementos de un cálculo tienen el mismo significado. Nacieron
así los denominados postulados de significado y las leyes de la si-nonimia
y la antinomia. Este extremo es tan decisivo en la epistemología
que se asiste a uno radical en la concepción del lenguaje y de la lógica
estudiados hasta entonces como fenómenos mentales separados y diferenciados:
«...la lingüística se convierte en disciplina fundamentadora
de la lógica, como esta es a su vez la disciplina fundamentadora de la
matemática Lógica y lingüística empiezan apenas a entrever las consecuencias
de esta idea». (Bierwisch, 1979: 95).
580
DISCUSIÓN QUE SE PROPONE:
- A partir de esta síntesis, el discurso arqueológico -o el «discurso
de los objetos arqueológicos»-, no debe quedar perdido en el altamar de
una investigación aislada, sin otras referencias ni orillas que las de su
«objetualismo».
- La resistencia a una concepción antropológica de la arqueología,
que tanto ha prevalecido entre nosotros, puede quizá explicarse por la
dejadez y falta de interés con que hemos abordado los problemas teóricos
de nuestra disciplina. De ese amor ciego (y traicionero), por los «métodos
técnicos», por los procedimientos de cálculo, como queriendo jus-tiñcar
-fuera de nosotros- con el «empirismo antiteórico», una serie de
cuestiones que ni siquiera, a niveles de hipótesis, han sido correctamente
planteadas.
- El malabarismo arqueográfico, el dibujismo, el tipologismo, no
han dado paso a otras proposiciones científicas que no sean los consabidos
análisis comparativos a las meras generalizaciones, por otra parte
nada comprometedoras y donde el cúmulo de observaciones registradas
-pero no explicadas- apenas si son útiles a la constitución de una disciplina
científica. Un descriptivismo que ha supuesto un lastre y una remora,
responsable del retraso epistemológico de la Arqueología Canaria,
que sólo se ha preocupado por observar ese supremo mandamiento, desgraciadamente
vigente, de «la arqueología por la arqueología».
Los conjuntos artefactuales, en un enfoque estructural, se remitirán
a un modelo representativo de las sociedades que estudia el arqueólogo.
Sociedades en proceso dinámico, es decir, cálidas. Los conjuntos artefactuales
quedarán, además, doblemente insertos en el modelo: primero en
una referencia vertical que les encadena a la sucesión de los acontecimientos
y segundo, en una relación estacionaria, dentro de la estructura
de los hechos sociales.
El modelo estructural está adecuado para abarcar en sus parámetros
el binomio estructura/ larga duración. Con relación a otros modelos antropológicos,
segmentados, sincrónicos, y que actúan sobre un corte determinado,
el modelo estructural en Arqueología, no se conforma con las
relaciones estáticas sino que da cuenta de las sociedades en movimiento
(en su «cross-cultural»).
La «estructura» como fenómeno de «larga duración», ha de entenderse
desde su dimensión histórica, pero como «una realidad que el
tiempo desgasta y arrastra durante un largo período» (Vilar, 1980:
64-65).
581
Estas ideas de «estructura» y «larga duración» ya han sido lo suficientemente
estudiadas por Braudel como para volver sobre ellas.
Así pues, el análisis estructural puede dar cuenta de las contradicciones
y de las tensiones que, en un momento determinado (a veces por
hechos coyunturales) desembocan en un cambio en profundidad, en un
cambio estructural. Visto en el tiempo, se asiste a un complejo fenómeno
cultural de des-estructuración y re-estructuración, a veces cíclico, a
veces imprevisible, a veces lógico. Pero, aunque con ritmo lento, en movimiento
transformacional.
Complementaria de la noción de estructura y, en cierta medida, inseparable
de ésta, se ha de incorporar la base objetiva de todo proceso
histórico, es decir, el modo de producción. (Godelier, 1981: 67 y ss.)
Sobre los parámetros del tiempo^espacioH:ultura material, la estructura
social es el resultado de las interrelaciones, cuantitativas y cualitativas,
de los distintos grupos que la integran. Esta perspectiva económica
puede ser perfilada a partir de la determinación de:
a) Lx>s mecanismos observados en la obtención de productos y su
posterior distribución.
b) Los mecanismos que rigen las relaciones entre los hombres, tanto
a nivel social (espontánea) como institucional (impositivo).
c) Los argumentos lógicos y meta-lógicos (míticos) que legitiman y
garantizan el funcionamiento del sistema social.
Aun cuando este esquema de «modo de producción», inherente a la
noción de estructura, no abarque la totalidad de los fenómenos sociales,
sí expresa factores determinantes o decisivos, máxime si se entiende que
«la estructura de un modo de producción es una estructura de funcionamiento
». (Vilar, 1980:69).
La dimensión espacial, es decir, el modelo territorial tampoco puede
quedar al margen de esta explicación del modo de producción. Factor
determinante en Prehistoria donde, muchas veces, los factores físicos
pueden explicar ciertas «permanencias». Por otra parte, ciertos imponderables
territoriales, como puden serlo la «insularidad», superan en duración
al modo de producción. Este último puede cambiar (de una agricultura
intensiva a una extensiva), pero el factor especial seguir actuando
como invariable.
Sobre el territorio inciden las llamadas «fuerzas de producción» y
que, según sus exigencias (impuestas por el modelo económico), organizará
la distribución espacial de los hombres, controlando los asentamientos
y la antropodinamia.
En Arqueología Canaria, la dimensión espacial, el marco físico de
referencia, es de capital importancia, pues la noción espacio es, cierta-
582
mente, más estable y accesible que la de tiempo. Los nichos ecológicos
pueden ser alterados o vaciados muy lentamente, pero existen ciertos
condicionantes climáticos y geográficos (sin necesidad de caer en el de-terminismo
geográfico) que actuarán como base estructural de la obtención
de la materia prima y, en definitiva, de la producción. Evidentemente,
en un clima continental de montaña será muy difícil el cultivo
de gramíneas. El mismo problema de la sal, el ganado, o de la obsidiana
-por poner los ejemplos más socorridos- pudieron motivar movimientos
antropodinámicos y configuraron un «modelo territorial dinámico»
(como el de las «colonizaciones»), pero siempre condicionado por la
presencia o ausencia de determinadas materias primas demandadas. El
territorio -la tenencia de la tierra- es el fundamento de toda estructura
social.
Para completar la noción de estructura socio-económica, queda, no
obstante, por determinar, cuales son las fuerzas que impulsan y cuáles
las fuerzas que frenan o retrasan el funcionamiento de un sistema. Qué
«pautas» siguen vigentes y cuales, paulatinamente, o bruscamente, se
debilitan o desaparecen del marco estructural.
Estas últimas nociones de «modo de producción» y de «modelo territorial
», podría aplicarse, con las lógicas limitaciones al Gran Guanar-temato
Canario, cuando la dinastía radicada en el centro metropolitano
de Gáldar extiende su hegemonía a la totalidad del territorio insular.
En Arqueología prehistórica, los sistemas estructurales se traducen
como macro-secuencias, compatibles con la noción diacrónica de la
muy larga duración. ^
Determinadas «realidades humanas» como lo son la etnia, la lengua,
las creencias, persisten por encima, incluso, de la estructura económica.
Se puede pasar de un «modo de producción asiático» a un régimen
esclavista, o de un modo de producción antiguo a un modo de
«producción germánico» sin que cambien las estructuras lingüísticas, étnicas,
artísticas y ritual de la sociedad que ha adoptado otro patrón económico.
(Godelier, 1974: 18 ss.).
Las estructuras mentales (que pueden expresarse en el Arte) pertenecen
a la profunda duración. En palabras de Vilar, lo que interesa averiguar
es si «en las desestructuraciones» y «en las restructuraciones» de
otro género, de un modo de producción a otro, tal o cual tipo de estructura
mental refuerza o debilita la antigua estructura global, acelera o retrasa
el paso a la nueva». (Vilar, 1980: 72).
Pero la Arqueología Canaria, o mejor, los estudios arqueológicos,
no están en condiciones de controlar la totalidad del sistema social que
investiga. Se ve forzada a optar, casi siempre, por estudios parciales.
563
Este enfoque parcial, se puede, a su vez, acometer desde dos perspectivas:
y. En horizontal: Reconstruyendo las relaciones estructurales dentro
de un mismo nivel u horizonte cultural. Es un criterio más próximo al
de la Antropología y al conjunto de las Ciencias Sociales. Estas relaciones,
reafirman o contradicen el modelo, en cada uno de los yacimientos
estudiados. Por ejemplo, cuando se estudia la «cultura de los túmulos» o
«el vaso con vertedero» sin considerar la información dinámica que se
puede recabar no solo de los niveles con «picos vertederos» en los anteriores
y/o posteriores al mismo, donde pueden estar las «claves» del inicio
o de la interrupción de la «secuencia». En el «continuum» que se aspira
a reconstruir.
2. En vertical: Registrando las emisiones de informes sobre las relaciones
recíprocas de los distintos niveles, y donde quedan en evidencia
los hechos irreversibles que cierran un ciclo o que producen una crisis,
que inauguran un nuevo «modo de producción», etc. La aparición de
cereales en sociedades pastoriles va a significar, en cierta medida, un factor
determinante y el final de un ciclo sin agricultura. (Cohén, 1981:
15-30).
En este registro vertical es donde la arqueología accede a la reconstrucción
de las macro-estructuras, entendidas como estructuras dinámicas
de muy larga duración.
El modelo estructural, aún cuando va referido a grandes sistemas y
a marcos globalizadores, no desecha el estudio de yacimientos concretos,
de aquellos micro-espacios territoriales, donde se pueden revelar los mecanismos
esenciales de un modo de producción. En un yacimiento característico
se puede llegar a reconstruir, bajo esta óptica, la estructura
dinámica y los mecanismos de funcionamiento de los portadores culturales
de aquellos restos materiales, sin necesidad de recurrir a análisis
comparativos. Cuando se quiera reconstruir el modelo territorial y su
producción con el modo de producción, sí será necesario recurrir al
«punteo geográfico», a base de unidades lo suficientemente explícitas
(un valle, una cuenca hidrográfica, una línea marítima, una isla) para
comprobar las «recurrencias» y determinar las dicotomías. En este sentido,
un yacimiento aislado no puede jerarquizarse como el representante
de un tipo de estructura o sistema más allá del radio de acción que controle
su ámbito de ocupación, representado en círculos espaciales diferenciados.
La «lectura estructural» del «discurso de los objetos», como ya se ha
explicitado con anterioridad, no solo difiere de la ideografía de los análisis
tradicionales sino que provoca una reconversión del problema arqueológico.
Esta lectura lógica se orienta y esfuerza por un aumento de
584
la inteligibilidad. (Una página de un libro se puede analizar a partir de
sus elementos técnicos: tipo de soporte, dimensiones de la hoja, tipo de
letra, color de la tinta, grado de nitidez etc., en una operación que dé
cuenta de la totalidad de sus detalles extemos, materiales. Pero, el objetivo
que justifica el trabajo de la investigación, no es exlusivametne este
recuento formal. Se trata, en definitiva, de leer la página, de bajar al
contenido).
La Arqueología concebida como técnica cuantitativa y tipologista
ha sido en gran parte la responsable de la «deriva metodológica» y de la
confusión entre el método y los procedimientos técnicos. Este equívoco
ha entorpecido la transferencia de los datos, pocas veces convertibles en
«elementos idóneos para las reconstrucciones de los niveles estructurales
». Hábitos «ferreteros» (cada tuerca en su cajón), y un ordenamiento
anti-orgánico que jamás tuvo el objeto en su sistema originario, ha hecho
poco menos que imposible el aprovechamiento de las estadísticas
para sustentar modelos estructurales. La reincidencia en una verificación
metrologista ha olvidado por completo los objetivos de la investigación:
explicar los hechos culturales en relación con las estructuras socioeconómicas
que los generaron.
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