Notas bibliográficas
JUAN ÁLVAREZ DELGADO: Inscripciones Ubicas de Canarias.
Ensayo de interpretación líbica.—Universidad
de La Laguna, Tenerife, 1964. 434 páginas + 26 páginas
de fotograbados.—500 pts.
Este volumen, cuya aparición merece ser celebrada, puede quedar sujeto a objeción
sólo en cuanto a su título: por un lado, apenas la décima parte del libro está
dedicada a las inscripciones líbicas de Canarias; por otro, al plantearse el problema
de dichas inscripciones, el Prof. Álvarez Delgado ha estudiado toda la epigrafía
líbica, y nos brinda no una monografía sobre un punto difícil y un tanto marginal,
como son las inscripciones canarias de tipo líbico, sino un estudio en que se
plantea en su conjunto el tema de la escritura líbica, el valor de los signos en este
alfabeto, el origen y variedades locales, con interpretaciones de textos y valiosas
contribuciones originales.
«Pretendemos —comienza el autor, p. 15— ofrecer un Corpus de las inscripciones
halladas en las Islas Canarias y escritas en un alfabeto de aspecto líbico, ya
sean antiguas o recientes, numídicas o tifinag, guanches o berberes>. Y en su
programa de determinar si se trata en tales inscripciones (halladas en escasos y
a veces dudosos ejemplos en Tenerife, Fuerteventura, La Palma, y en más abundancia
en Gran Canaria y sobre todo en Hierro) de obra de los indígenas canarios
o puramente de huellas de africanos llegados a las Islas, ha tenido que enfrentarse
con el problema, lleno de incógnitas, de la epigrafía líbica.
Álvarez Delgado hace un balance de sus resultados y anuncia (p. 21) que ha
conseguido «valorar cuatro signos no interpretados a n t e s , . . . leer y descifrar dos
lápidas tampoco leídas hasta hoy>. Ha revisado el problema de las inscripciones
bilingües y se plantea de modo positivo, que a nosotros nos parece plenamente
aceptable, la interpretación de las inscripciones con ayuda de los dialectos bereberes
actuales.
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Cree Alvarez Deljfado que las antiguas inscripciones líbicas se pueden explicar
por el beréber. Pensamos que, a pesar de las precauciones de los más prestigiosos
especialistas, como J. B. Chabot y L. Galand, el método, usado con prudencia,
es legítimo, pues puede darse por absolutamente cierto que formas antiguas
de beréber eran la lengua indígena de estas regiones desde antes de la aparición
de la escritura. En algún caso, es cierto, va nuestro autor un tanto lejos, asi cuando
explica (p. 244) las palabras guanches achimencey 'nobles', mencey 'rey, jefe
de cantón' en relación con el lib. mnkdy, púnico minkd, tuar. amenúkal 'impera-tor,
principe, jefe', sin poder explicar, quizá, con otras pruebas que, como en románico,
la k haya pasado en canario a silbante.
Cree Alvarez Delgado además (p. 24) que «los dialectos insulares de Canarias
. . . son una fase arcaica del berber>. Faltos de un estudio completo de los
materiales que hace pocos años aparecieron en el rico repertorio postumo preparado
por O. J. Wólfel, esperamos con el mayor interés la gramática comparada
del guanche que nuestro estudioso anuncia. Desde luego que hay paralelos, si no
en las inscripciones canarias, de lectura e interpretación muy insegura, muy ciertos
en la toponimia o en los restos recogidos de los antiguos dialectos canarios:
tuareg egereu 'lago, mar, río' es egeria, agüere en guanche, y el guanche azofa
'fuente, río' es assif, assuf, asaf en cheija y tuareg (p. 75, n.).
La aportación del capítulo 3 a la clasificación de las variedades locales del
líbico es muy considerable. Señala Alvarez Delgado la variedad numídica para
Túnez y Argelia orientales, maurusia, para Argelia occidental y Marruecos, y ge-túlica
para el Sahara. El sahariano (antiguo) y el tifinag (moderno), con las ins-cripcionas
canarias (y quizá, si existen, las de Cabo Verde), son variedades del
grupo getúlico.
En cuanto al origen del alfabeto líbico, Alvarez Delgado cree que «debió de
llegar a Túnez antes de la fundación de Cartago». Yo no sé si esta propuesta es
plenamente aceptable, pues la escritura líbica no tiene nada de silábica, y supone
haberse derivado de cualquier escritura usada para lenguas semíticas. Algún parecido
formal no permite a nuestro juicio afirmar que se derive directamente del
«alfabeto cuneiforme de Ugarit, madre de todos los alfabetos cultos», ni nos parece
tampoco que se pueda establecer para el norte de África el «contacto con una
cultura o fase paralela a la que empleó el alfabeto sudarábigo también llamado
sabeo o himiarita» (p. 37). Las semejanzas de formas con el alfabeto sudarábigo
no son decisivas, pues figuras elementales como el circulo, la línea, el punto, la
cruz, el cuadrado, pueden repetirse con independencia. Además el temprano alfabeto
ugarítico, genial en su simplificación, no puede compararse en las formas con
los alfabetos fenicios, que en cuanto al principio alfabético (y no silábico) coinciden,
y seguramente derivan, de la idea ugarítica, pero no toman de él las formas.
Las tardías leyendas zenagas que cita Alvarez Delgado (p. 40) sobre el origen
arábigo y prepúnico de los bereberes no parecen suficientes para dar por probada
la relación colonizadora con Arabia en tiempos en que no sabemos se hubieran
desarrollado ni el alfabeto sudarábigo ni el líbico.
Un ejemplo de que el cambio de valor de un signo puede no provenir de la
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fonética, sino de la pura utilización de la misma forma con valor distinto, es la
serie de hipótesis a que Alvarez Delgado acude, por ej., en la p. 53: S y ¿ pasaron
«en varias leng-uas» n y y, también/ oh se convirtieron en gU W O, ps OS
pasaron a 5S S, pfl se hizo en lat. y románico/- Pero aunque el cambio de valor
de un sig-no puede depender naturalmente de una evolución fonética dentro de
una lengua determinada (por ejemplo la x = ks latina se convirtió en esp. en la
fricativa JÍ=S), otras veces el mismo signo es incorporado con un valor nuevo
(asi por un capricho ortográfico de la Academia la x volvió a usarse para los cultismos
con el valor latino de ks, y podría por ejemplo convencionalmente servir
para transcribir la j de grafías rusas, continuando la khi griega).
Para sus deducciones sobre el valor de los signos libicos, estudia Alvarez
Delgado, y esto es lo más extenso e importante en su libro, las inscripciones bilingües
(libico-púnicas y líbico-latinas) de las antiguas provincias de África del
Norte. Su método merece aprobación, pues atiende cuidadosamente al texto bilingüe
y logra explicar puntos para los que ni el escéptico y prudente Chabot ni
el sólo a veces afortunado Marcy habían propuesto solución. En más de un caso
reivindica Alvarez Delgado algún acierto de G. Marcy, que por sus audacias se
había hecho acreedor a la dura crítica de bereberistas más prudentes.
Alvarez Delgado, al estudiar las más extensas e importantes inscripciones
bilingües, las de Masinisa en Thugga, señala la importancia de aquel rey de Nu-midia
en reanimar el uso de la escritura líbica, como una especie de reivindicación
de la nacionalidad contra los cartagineses. En la fijación, regularización y extensión
de la escritura africana, no cabe duda que el momento de aquel rey y los
inmediatamente siguientes tuvieron una gran importancia.
Señalemos algunos de los aciertos de Alvarez Delgado en su estudio de las
inscripciones bilingües: la demostración de que gldgimln en Thugga sería el beréber
gellid geimlán 'jefe de camelleros' (p. 162 y s.), probando la presencia en
África del camello en tiempos más antiguos de los que se suele admitir.
Nos parece en cambio dudoso que Séneca, tan ampliamente difundido en
Europa, sea siempre el nombre beréber Snk, como Alvarez Delgado (p. 134) defiende.
Es cierto que los Sénecas africanos, cuyo número no deja de ser sorprendente
si interpretamos el nombre como indoeuropeo, podrían explicarse por la
homonimia de un nombre africano que podía tomar la misma vestidura romana
Séneca.
Si en las grandes inscripciones de Thugga Alvarez Delgado resuelve todas
las dificultades, aun aquellas que habían resistido a los intentos anteriores, en las
pequeñas tenemos que admirar también su habilidad, así en la de Mougel y en la
también libico-púnica de Lixus, en la que apartándose de Marcy avanza de la manera
más satisfactoria. Es interesante comparar que en otra publicación reciente,
las Inscriptions Antigües da Maroc, por L. Garland, James Février y Georges Vaj-da,
París, Editions du Centre National de la Recherche Scientifíque, 1966, estas
inscripciones se presentan sin comentario y sin afrontar todas sus dificultades, lo
que es propio de un repertorio donde se dan simplemente materiales.
Las hipótesis de Alvarez Delgado son atrevidas a veces, pero atractivas. Por
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ejemplo encuentra tal vez con facilidad excesiva las correspondencias latinas de
los nombres indíg^enas: Zntn, vocalizado Zanitan seria en líbico (p. 284 s.) lo
mismo que el lat. Cas(t)resis de la misma inscripción, y traducciones serían también
msit-kdn (ms't 'honoratus' y kdn, correspondiente a hebr. 'kd 'arx'), con
lo cual resultaría que honoratus Cas(t)re(n)sis se habría traducido no una sino dos
veces. Del mismo modo (p. 292 ss.) Postumius Crescens se traduciría en sdiln
mzuty, y (p. 304) gdl, guduli (nuestro autor compara hebr. gadol 'maiores natu,
patres') correspondería al nombre latino Paternas.
Este método puede llegar a ser peligroso, asi no nos parece muy seguro que
el epíteto nmgnuy sea en su primera parte idéntico a muchos nombres africanos
inexplicados, como Namphamio, Namgidde, etc. (p. 307).
Álvarez Delgado sostiene, con buenas razones a nuestro juicio, que los alfabetos
saharianos descienden de los antiguos, cuyas variantes regionales a que antes
hemos aludido proceden todas de un protolibico. De ese alfabeto deriva
decididamente (p. 393) la escritura canaria. Observa Alvarez Delgado que en
Canarias faltan, a diferencia de las formas saharianas recientes, signos puntifor-mes,
lo que prueba la antigüedad de las inscripciones canarias o la conservación
de tradiciones arcaicas (p. 394). Para la fecha de las inscripciones canarias, Alvarez
Delgado (p. 391) se limita a suponerlas posteriores al poblamiento de las Islas
(que él, de manera que no deja de sorprendernos, cree no es anterior al rey Juba, y
en relación con el poblamiento están las exploraciones y referencias que derivan de
este rey) y anteriores a la conquista castellana, es decir, entre el siglo I y el XV.
También deja sin decidir la cuestión de si son indígenas, o bien obra de invasores
o visitantes, o incluso de cautivos moriscos que iban en las naos españolas o portuguesas.
En resumen, se trata de una contribución muy importante a aspectos fundamentales
de la prehistoria canaria. Es posible que los prehistoriadores disientan
en cuanto a la antigüedad del poblamiento de las Islas. También queda pendiente
de nuevos estudios, que deseamos ver publicados por Alvarez Delgado, el determinar
si todos los restos lingüísticos de Canarias pueden reducirse a paralelos
bereberes, o si hay un componente anterior (problema a su vez vinculado al no
resuelto de fecha de la camitización del noroeste de África).
Alvarez Delgado ha preferido a una exploración personal y a procurar nuevos
dibujos y fotografías de las difíciles inscripciones canarias de tipo líbico, recogerlas
en el estado en que son conocidas y compararlas con lo que sabemos de la
lengua y escritura de la antigua África del Norte. Si por un lado ha contribuido
al conocimiento de un aspecto importante y difícil de las antigüedades de Canarias,
por otro su estudio resuelve varios problemas de la escritura y lengua de las
inscripciones líbicas de África del Norte y llega a conclusiones históricas de interés
para toda esta parte del mundo.
Antonio TOVAR
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MANUELA MARRERO RODRÍGUEZ: La esclavitud en Tenerife
a raíz de la conquista.—La Laguna, Instituto de
Estudios Canarios, 1966. Monografías, vol. XXL 192
págs. 8°.—150 pts.
Hace mucho tiempo que esperaba la publicación de este libro. La reunión y
comentario sobrio de una selección de documentos referentes a la esclavitud en
Canarias —sólo por razón de los materiales inéditos disponibles la obra se ciñe casi
a Tenerife— era un antiguo propósito mío y una necesidad de nuestra historiografía.
Desde luego el que suscribe ya conocía el libro desde mucho antes de su
actual aparición impresa, pues aunque no se diga en ningún apartado de él, se
trata de la tesis doctoral de la Srta. Marrero, su autora, con ligeras actualizaciones!
tesis que tuve el honor de dirigir hace ya largo tiempo. Por cierto que no creo
acertada la omisión de este dato y circunstancias, y menos si es debida al extraño
prejuicio que he notado en bastantes señoritas graduadas en Facultad. Les molesta
que se les dé el tratamiento de doctoras, mientras en otros países se pirran
por él.
En fin, como decía, esta tesis doctoral era necesaria y constituye uno de los
primeros temas de trabajo —exigía en efecto una amplia preparación y tiempo
ilimitado de acopio y estudio de materiales— que propuse a discípulos míos.
Sólo Manuela Marrero tomó la empresa con voluntad y entusiasmo, no escatimó
tiempo en reunir los materiales documentales de nuestro Archivo de Protocolos
Notariales y los estudió con acierto tanto en su aspecto jurídico institucional como
en sus avatares a través de un tiempo previamente limitado al periodo de fundación
de la colonia insular. A todo ello dio forma con el estilo breve y conciso que
le es propio y usando casi siempre el presente histórico que prefiere instintivamente.
Pero lo bueno, si breve, dos veces bueno. La tesis se leyó ante la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, única autorizada todavía
cuando se presentó la inscripción; derecho que ha sido justamente extendido a todas
las otras Universidades de España, si bien nuestra Facultad de Letras ha
hecho escasísimo uso de él, por ausencia de graduados que se interesen por esta
superior categoría académica. En 22 de noviembre de 1957 y ante un Tribunal
que presidió el Dr. Ciríaco Pérez Bustamante y constituido por los Dres. Carmelo
Viñas Mey, Cayetano Alcázar y Molina, ya fallecido, Antonio Ruméu de Armas,
Secretario, y el que esto escribe, ponente, la calificación recaída fue la máxima,
Sobresaliente con opción a Premio Extraordinario (creo que hoy ha cambiado la
nomenclatura). En tiempos era forzoso presentar 30 ejemplares impresos de cualquier
tesis doctoral para poder beneficiarse del grado y título correspondiente;
esta sana costumbre contra las demoras ha sido abandonada, y en nuestro caso es
difícil explicar cómo han transcurrido diez años hasta la publicación de un trabajo
tan importante.
Ha sido de lamentar, pues es una obra que precisaba, como antes dije. El
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tema de las relaciones de la nueva sociedad cristiana y castellana con la vencida
y destruida sociedad indígena —en este caso guanche, sin reparo— es de los que
con más frecuencia es aducido y aprovechado en toda clase de estudios, descripciones
y divulgaciones sobre estas Islas Canarias. Tanto los forasteros, extranjeros
o peninsulares, que con al^^una curiosidad más o menos turística nos visitan
de paso, como los mismos nativos, lo primero que preguntan es lo que fue de los
guanches. Cada uno les contesta a capricho, pues aunque era tema inédito en
nuestros estudios históricos, todo el mundo cree saber de ello. Digo en nuestros
estudios; no en nuestros escritos, por desgracia, que en ellos las afirmaciones temerarias
proliferan y • • • ¡seguirán proliferando! Pero ya ahora será a cargo y culpa
del indocumentado que las profiera.
En dos grupos antagónicos hay que distribuir estas afirmaciones temerarias.
De un lado en la historiografía tradicional canaria, y, luego, con más fuga, en la
literatura pseudo-patriótica irresponsable que tanto castiga en este pais —y en
otros— se ha negado incluso que hubiese habido guerra y conquista militar de
las Islas; tras un momento de recelo, un abrazo fraternal selló la hermandad y la
fusión de las dos razas, y los coros mixtos y las danzas de júbilo habrían sido
el coronamiento de la amorosa fusión. Tanto y con tanta seriedad se insistía que
incluso aquellos que veníamos provistos de una mediana crítica histórica nos tragamos
la idea de que las datas se repartieron equitativamente entre guanches y
españoles, y que canarios y naturales alcanzaron cargos de gobierno como, se decía,
de Guillen Castellano, regidor de Tenerife.
Por otro lado tropezamos con otros autores e improvisadores, en principio
extranjeros en su mayoría, pero luego toda una cierta escuela de críticos nacionales
con partí pris, cuyos dichos derivan más o menos de aquéllos: en todo este
grupo, tras una descripción más bien poética del buen salvaje rousseauniano que
poblaba estas islas, todavía incontaminado de la corrupta civilización, se pasa a
abominar de la brutalidad española —¡a menudo puesta en contraste con la humanitaria
conducta de Juan de Béthencourt!—, que no vaciló en exterminar hasta el
último superviviente de aquella noble raza que por azar hubiese escapado de la
guerra despiadada de conquista.
Estas generalizaciones sentimentales, unas y otras, hace tiempo que habían
sido superadas por los autores con sentido común y por los que estudiaban temas
o episodios concretos de la conquista y colonización. Pero aun asi, el hecho conocido
de que aquél sentido es bastante raro, y además el tener que basarse en
consideraciones generales no controladas o en casos aislados que podrían ser
excepcionales, hacia fluctuante la posición de los críticos independientes. Leyendo
—¡hace más de cuarenta años!— las contradicciones en que incurrió en este
tema mi primer informador de historia canaria, don Manuel Torres Campos, en su
buen discurso ante la Academia de la Historia en 1901, Carácter de la Conquista
y Colonización de las Islas Canarias, pensé ya en la conveniencia de reunir datos
fidedignos que formasen un cuerpo de doctrina. ¡Como se ve, no ha sido fácil
hallar después quién se hiciese cargo de esta labor pacienzuda, y no ha costado
menos verla en letra de moldel Entre tanto, bastantes noticias documentadas se
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habían venido publicando: Wolfel, Ruméu, aparte un breve avance de la autora
misma de este estudio en 1952, y más recientemente Madurell, Vicenta Cortés y
yo mismo, desde otro punto de vista, en Los últimos canarios, en esta «Revista de
Historia Canaria» (XXV, 1959, págs. 5-23) habíamos tocado el tema, que quedaba
lejos de ser inédito. En fin, si ya no es una novedad, es todavía una aportación
documental de primera mano la que aquí comentamos, y con base en ella puede
verse que la realidad es más matizada que las fáciles apolog-ías o las condenas inapelables.
No hubo abrazo idílico, antes bien una guerra con vencedores absolutos
y vencidos a merced; ni hubo exterminio, antes rápida asimilación gfracias a
dos factores coadyuvantes: superioridad demográfica de los recién llegados y superioridad
económico-cultural, cuando cualquiera de los dos factores hubiese sido
bastante para explicar la absorción de la sociedad indígena en breve plazo. Todavía,
creo distinguir, si bien en esto cabe algo de prejuicio, una considerable
agilidad mental de las poblaciones indígenas, que les permitió salvar en breve el
abismo de tradición que entre ellos y los cristianos mediaba, al contrario de lo
que parece adivinarse en las Antillas.
Veamos en concreto el contenido del libro de la Dra. Marrero. Con ser breve,
todavía reserva unas páginas a antecedentes generales, que tal vez son innecesarios
para el lector canario o conocedor de los elementos de la historia canaria,
pero sin duda van dirigidos a quien tome el libro en manos sin previa preparación
alguna sobre las circunstancias históricas que rodearon a la colonización de estas
islas. Asi trata de la esclavitud en el mundo cristiano medieval, de la población
indígena de Canarias, hace un resumen de la historia de la conquista de Tenerife;
también debe considerarse antecedente general parte de lo expuesto en el apartado
Condiciones legales en que actuó Lugo —por cierto que mientras el texto alude
a veces al número de los capítulos, los apartados de la obra carecen de numeración
alguna—. Luego, entrando en la aportación nueva que constituye la finalidad de
la obra, pasa a exponer la situación del trabajo servil en la isla recién incorporada
a Castilla. Habiendo sentado claramente, desde las lineas iniciales del libro,
que la esclavitud era una institución reconocida, que sólo exige la legalidad de
las condiciones de ingreso del esclavo en su clase, no pierde espacio en consideraciones
y condenas morales acerca de ella y sus consecuencias. Más bien tiende la
Dra. Marrero a adoptar una forma, que podríamos llamar cínica, de exponer los
hechos como algo absolutamente normal, sensación que acentúa su preferencia
por el presente histórico a que aludía antes.
Sucesivamente se trata de los pactos previos de paces con varios bandos
guanches y del grado relativo en que fueron observados; de la captura directa
como verdadera causa de esclavitud para los indígenas guanches; de la presión
económica que pesa sobre Lugo y que explica y es estímulo, ya que no origen, de
su dura actitud esclavista; de la solidaridad entre guanches libres y esclavos, que
lleva a los primeros a poner a contribución sus bienes para la redención de los
segundos, y valiéndose de cualquier recurso, incluso la ocultación de los alzados
para su ahorramiento a menor precio; el comercio de cautivos y las cartas de libertad
de los mismos. Estudia no menos la presencia de esclavos de procedencia
lio
exterior: de otras de las islas, esto es, gomeros y palmeses, pues canarios stricto
sensu son raros —algunas esclavas—, y de las restantes islas, cristianas desde
hacia un siglo, no podían ya proceder cautivos. Sigue con los esclavos negros y
moriscos —y los ya nacidos de esclava en las Islas—, que van en aumento y vienen
a sustituir a los guanches manumitidos como base servil de la nueva sociedad
insular. En esta ocasión estudia minuciosamente la organización, la institución
diriamos, de las expediciones —armadas de rescate, se dice en los documentos—
a las partes de Berbería, que aunque pueden ser solo comerciales, más a menudo
son mixtas y en todo caso se proponen traer cautivos.
Todavía es acaso de mayor interés el estudio del comercio general de esclavos
(págs. 54-71). En las Islas, antes de la conquista de Tenerife, todas las presas
que se consiguen son enviadas al mercado peninsular, tal vez con preferencia a
los puertos de la Corona de Aragón, Principado y Reinos de Valencia y Mallorca,
de los que hay numerosa documentación publicada, pero que cae fuera del campo
de este estudio. Desde la conquista de esta isla se desarrolla la importación de
esclavos, procedentes de presas o de compras en el mercado portugués de Cabo
Verde; y si muchos quedan aquí, otros siguen a través de nuevos tratos a los mercados
peninsulares y aun sicilianos. Las transacciones pueden ser otras que la
venta: testamento, dote, hipoteca, prenda y subsiguiente almoneda judicial, y es
notable que la herencia suele llevar cláusulas manumisorias dentro de cierto término
y condiciones, a veces a través de órdenes religiosas que deberán reparar,
esto es, proveer y ayudar al esclavo liberto. Una copiosa lista de precios pagados
(págs. 61 y sigs.) no resulta cómoda de interpretar por la variedad de unidades
de cuenta, desde monedas acuñadas al maravedí convencional, o géneros como
trigo, pez, ganado, azúcar, paiío u otros esclavos. Aun en moneda no es fácil establecer
curvas ni comparaciones según sexo, edad, procedencia, lo que de hecho
no intenta la autora. Sólo da unas apreciaciones generales: el precio viene a ser
doble del que se pagaba por los gomeros vendidos por Vera y la Bobadilla, unos
anos antes; mejor precio del guanche al importado, precio de los alzados apenas
inferior al de los entregados en mano. Los animales de servicio tienen precios
mucho más bajos, apenas el caballo llega a alcanzar el de un esclavo. De todos
modos la tabla permite mayor elaboración, pues contiene cerca de 400 partidas,
datadas entre 1505 y 1525.
Otras secciones de gran interés son las dedicadas a la vida del esclavo (páginas
72-90), aplicación que se da a su trabajo: pastores los guanches casi siempre,
peones industriales en los ingenios y serrerías, o vaqueros, y criados los negros,
domésticas las negras o guanches; sigue el trato ordinario que recibían, los
castigos, el peculio que podían poseer, procedente de legados o de trabajo personal
autorizado por el dueño, peculio de que por lo demás no disponían, salvo un
tutor, que puede ser el dueño mismo. En fin, se vuelve con más detalle al tema de
la libertad o alhorramiento de estos esclavos (págs. 91-100), que rara vez es a título
puramente gratuito, sino a cambio de aquel peculio; pero muy a menudo son
alhorrados por guanches libres sin contar con fondo alguno acumulado antes. No
son raras las manumisiones testamentarias diferidas, y, en tal caso, de hecho que-
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dan a arbitrio de los herederos. Son interesantes los detalles sobre la forma legal
de las cartas de libertad que se otorgan desde luego aun en el caso frecuente de
convenir plazos para el pago. El Cabildo estableció en alguna ocasión un mínimo
de 16 años de servidumbre para poder alcanzar la manumisión, pero de hecho los
guanches la consiguieron antes o después sin limitación alguna. Se ocupa de nuevo
de la libertad de los alzados y un último apartado (págs. 101-106), aun saliendo
en realidad del tema de la servidumbre, nos da una idea documentada de la vida
de los guanches libres, ya horros desde principio, ya alhorrados o libertos; su incorporación
a la vida económica castellana es rápida y fácil.
El apéndice documental, que sigue, es parte esencial del libro, es la demostración
que faltaba de los hechos. Comprende 154 documentos, en extracto más
o menos amplio, provistos de breve rótulo o titulo y puntual referencia a los
legajos notariales de donde proceden todos; el orden, puramente cronológico.
Ahora bien, la base documental del estudio es muchísimo más amplia, y todo a lo
largo del texto, en nota, se aducen referencias a otros documentos y también a
estos del apéndice. Unos y otros, decimos, del Archivo de Protocolos Notariales
de Tenerife, pero además algunos de Gran Canaria; y otras citas proceden de
obras publicadas, de las que además hay una breve bibliografía en el fin del libro,
índice solamente el de tipo general.
Si los que escriben o peroran sobre el pasado de Tenerife o de Canaria se
tomasen la molestia de conocer este libro, nos evitaríamos muchos reóforos, muchas
exageraciones y mucha retórica. La historia verdadera se presta mal a servir
de base a las propagandas que cada uno desea cimentar en ella. Saludamos al fin
con alegría un libro que de tanto tiempo hemos deseado.
Elias SERRA R A F O LS
VICENTE MIRANDA HERNÁNDEZ: Valle de La Orotava.
Guía turística.—Con un prólogo del E. S. don Isidoro
Luz Cárpenter.—La Orotava, Ed. Drago (Barcelona,
La Poligrafa), 1965.—196 págs. 8°, portada y 4 láms.
en color + 14 en negro y 2 mapas.—160 pts.
El «Valle» ha tenido siempre personalidad propia dentro de la isla de Tenerife;
si hubiese dispuesto de un buen puerto comercial, habría monopolizado la
vida insular espontáneamente. Aun sin él, con solo su precario Puerto Orotava
del siglo XVII, se anticipó a Santa Cruz en el comercio internacional, y luego
ha sido en él donde ha apuntado el turismo, ya a fines del XIX, que aquí mantiene
su emporio actualmente. Claro que esta punta de lanza la constituye el Puerto,
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pero el Valle todo con su riqueza y belleza y la Villa con su empaque tradicional
han sido condición de estos éxitos. Así estaba bien justificada una guia manual
especial de esta zona privilegiada de la Isla. En el siglo pasado tuvo algún precedente
en el que el énfasis recaía en el papel de Sanitary Ressort, pero esta situación
ha sido bien superada, a Dios gracias.
El texto, sin pretensiones literarias, es breve y condensado. Tras las palabras
emotivas de don Isidoro, el creador del Puerto de la Cruz turístico, comienza el
Sr. Miranda con la indispensable y justificada reproducción de palabras de Hum-boldt,
el descubridor del Valle y aun de las Canarias para el lector europeo. Pero
esta guia contiene una información de primera mano de que carecen las infintias
guias para el viajero internacional, a veces mucho más extensas, que llenan las
vitrinas de las agencias y librerías. Se nota en seguida, tanto en la descripción
histórico-arqueológica como en la topográfica y paisajista, que no se trata ya de
una pluma convencional de guía anónimo, sino de un conocedor directo y que dispone,
además, de los recientes estudios sobre los temas tratados, cuando los hay;
no falta incluso aportación de noticias originales e inéditas tan interesantes como
las tocantes a las Casas de los Balcones de La Orotava. No menos personales son
los capítulos sobre cocina y fiestas (aunque no veo aquí un estudio especial de las
famosas alfombras de flores). Errores históricos, rarísimos: el inevitable de la
supuesta <Arautapala>, inventada por Abréu Galindo, mientras en toda la documentación
antigua aparece como Arautava, y la fecha entre julio de 1496 y enero
de 1497 para la sumisión de El Realejo, cuando sabemos que tuvo que ser, a más
tardar, en primavera del primero de estos años. Más señalable es la insuficiencia
del mapa del Valle (el de la Isla es simplemente de <adorno>); no ha sido dibujado
para el texto que debía ilustrar y así sólo por excepción se hallan en él los detalles
mencionados. Faltan también planos de los núcleos urbanos. Naturalmente
hay todavía detallados datos de interés para el viajero y hasta una bibliografía
selecta y sucinta de libros originales tocantes al Valle y a Tenerife. Y todo el
texto castellano se repite en inglés, alemán y francés.
En fin, una aportación original y positiva, no meramente comercial, en el
campo turístico, que acaso pase inadvertida entre la balumba de guías de agencia
de viajes.
E. SERRA
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ARIELLI y JOSÉ A. CASTRO FARIÑAS: The Canary
¡síes. An historical and coniemporary itinery.—Patis,
Editions du Colombier, 1966 (Ginebra, Roto-Sadag S.
A.).—206 págs. de texto y láminas, más 3 en color y
guardas idem. 4" mayor, [Hay edición en francés y en
otros idiomas, por lo demás idénticas].
Bien diferente de la obrita anterior, tan modesta como eficaz, es esta otra que
ahora nos ocupa. Se trata de un espléndido, lujoso, álbum de fotografías de arte,
un centenar por lo menos, a toda página y, a menudo, plegadas, acompañadas de
un texto; una cosa y otra, ilustración y texto, antes evocadores y literarios que informativos.
Hay que atenerse a esta advertencia para comprender el valor de la
obra y . . . sus limitaciones. Lujosos álbumes de fotografías en negro o color se han
publicado acerca de estas islas o alguna de ellas y en ocasiones hemos dado noticia
de su presencia y su carácter. Este se debe al artista fotográfico internacional
Arielli y su trabajo es predominantemente de preocupación artística, no informativa
ni sistemática; se busca ante todo una bella fotografía en la que el paisaje,
la figura típica o el conjunto folklórico o moderno es casi sólo un pretexto. No es
raro que las fotos, distribuidas en plena confusión de temas, sean simples juegos
de luces sin apenas representación alguna: asi las de las págs. 13, 21, 36, 116, etc.
Todavía añadiría, si es lícito poner reparo a un artista consagrado, que muchas
de las fotos tienden a pecar de «quemadas»; o tal vez contribuye a dar esta sensación
el proceso de fotograbado (?) usado en esta edición artística. Una circunstancia
que aumenta la confusión de temas es el tormento de la adivinación a que
se ve sometido el espectador, pues las láminas no llevan pie alguno, que hay que
buscar intercalado en el texto, al fin de cada pliego de ellas, lo que es penoso y
también debido acaso al procedimiento de reproducción que no se presta a incorporar
ambas cosas (¡tanto más en un tiraje común para varias lenguas!).
A esta fastuosa colección de fotos se añaden todavía reproducciones de grabados
y mapas antiguos de un valor también generalmente sólo decorativo —un
error es la atribución al siglo XVll de una litografía del siglo pasado, pág. 47—
y, además, un extenso texto histórico y descriptivo, debido a la pluma de don J. A.
Castro Fariñas, conocido polígrafo y periodista canario. Secretario del Instituto
Nacional del Libro, en Madrid.
¿Qué diré de este texto? Es predominantemente literario, tiene aciertos como
su arranque inicial a partir de emotivas palabras de Humboldt; igualmente ha sido
oportuno reproducir fragmentos de obras históricas antiguas. Le Canarien —que
atribuye a Juan de Béthencourt—, Bernáldez, Espinosa, etc. Pero la narración
histórica, bastante extensa y detallada, tal vez demasiado, está plagada de errores
y contradicciones, la mayoría de detalle, algunos de bulto; con los mitos o leyendas
inaugurales de la historia de canaria, hace un totum revolutum, luego sigue
con Hannon, describiendo las islas Juba, impedido de ocuparlas por oposición de
Roma; las costumbres indígenas presentan novedades como el uso del metal
RHC, 8
114
(págs. 35 y 55); aunque su cultura era «similar a la de los Cro-Magnon de Europa»
(I), pulían la piedra; en Tenerife y Gomera tenian la singular costumbre de embalsamar
los cadáveres (p. 37), sin perjuicio de reproducir solamente una momia de
Gran Canaria; dejaban fermentar la harina en tinajas, y en Lanzarote combinaban
la poliandria con la poligamia, etc. En la historia de la conquista la cosa va poco
mejor: Béthencourt es nombrado rey por el de Castilla, llega a las Islas en 1417,
obligado por la alianza de Castilla con Inglaterra (!), los Reyes Católicos conceden
a Diego de Herrera el derecho de conquista de las islas mayores, Adargoma
y Rejón se combaten a caballo. Algaba es ahorcado (hanged) como un mal villano,
Tenesor Semidán y Fernanda Guanarteme son dos caudillos indígenas diferentes
(p. 51), los arcabuceros de Lugo baten a Tanausú. Da la impresión de un
relato de algún «corresponsal de guerra». Las grafías son de miedo, no sólo en
nombres indígenas (Tigolete, Dante, etc.) sino en Worfel por Wolfel, Don Lugo,
Viceroy de Tenerife . . . Por experiencia propia de juventud, sé que esos textos,
encargados por editores como relleno de sus ilustraciones, suelen ser tratados
brutalmente y que los autores solventes deberían negarse a hacer este deslucido
papel; pero en este caso hay tantas confusiones que no puede absolverse el autor.
En un caso, empero, la inversión que hace de un dicho tradicional, acaso lo mejora:
si se decía que Lugo pronosticó que la fertilidad de la isla de Tenerife no duraría
dos siglos, Fariña le hace decir que costaría doscientos arios poner la isla en
valor. ¡Todavía se quedaba corto!
La gran mayoría de los compradores de este bello álbum fotográfico no se
enterará de nada de esto; a muchos gustarán todas las fotos y dibujos y, si por
excepción leen alguna página, no advertirán ningún error, pues la literatura corriente
acerca de las Islas no se salva de ellos. Así, en cierto sentido, la obra consigue
plenamente su fin artístico-comercial, y es osadía ponerle reparos.
E. SERRA
GEORGES DEMERSON: Un Canarien «éclairé»: D. Estanislao
de Lugo (1753-1833).—París, 1966 (Separata
de: Mélanges á la mémoire de Jean Sarrailh, París,
1966, págs. 311-329).
El Sr. Georges Demerson, catedrático de español en la Universidad de Lyon
y desde hace ya varios años consejero cultural de su país en Madrid, es uno de los
mejores conocedores del siglo XVIII español. Su tesis doctoral sobre Don Juan
Meléndet Valdés (1962) y la correspondencia inédita de este escritor, referente a
115
los hospitales de Avila, publicada en 1964, son ya pruebas elocuentes de su dominio
del tema y de su perfecta ambientación.
Pero precisamente este tema debía de conducirle casi forzosamente al estudio
de Canarias y de sus hombres, que tan destacado lugar ocupan en la historia de
aquella época. Ya en su estudio sobre Meléndez Valdés sonaban los nombres de
don Estanislao de Lugo y del obispo Tavira, que, con no ser canario, interesa
de cerca a la historia de las Islas. En el estudio que señalamos, el Sr. Demerson
vuelve a estudiar la figura prácticamente desconocida de don Estanislao de Lugo,
y su estudio es para nosotros, desde muchos puntos de vista, un descubrimiento.
Naturalmente su nombre no era desconocido en Canarias, pero conviene decir
que lo conocíamos más por sus entronques genealógicos que por sus actividades
personales. Estas últimas, sin embargo, fueron tales, que merecen la atención que
les concede el autor. Gobernador del hijo mayor del Infante don Luis en 178S,
oficial en la Secretaría de Gracia y Justicia, fue nombrado en 1793 director de los
Reales Estudios, que es casi la última cosa que de él sabíamos hasta ahora, y en
cuyo cargo fue preferido a cinco candidatos, entre ellos Jovellanos. Sobre su actuación
en su nueva calidad de director y sobre el examen que de su biblioteca
y de sus lecturas hizo el Santo Oficio, pasa el autor rápidamente, pero no por
falta de documentos, sino porque su misma abundancia le obliga a señalarlos
como de paso, prometiendo al lector impaciente un estudio más amplio en una
monografía que con la misma impaciencia esperamos nosotros.
En efecto, el personaje no deja de ser interesante, no sólo por su categoría
oficial, sino también por su orientación política y cultural y por sus relaciones con
la célebre condesa de Montijo doña María Francisca de Sales y Portocarrero,
considerada como la principal promotora y protectora del jansenismo español.
Don Estanislao acabó casándose con ella en 1795 y con ella tuvo que compartir
las persecuciones oficiales de que fue objeto, hasta perder la dirección de los Reales
Estudios, en 1806-1808. Luego la perdió definitivamente, al pasar a Francia en
1813, y allí se quedó, hasta su fallecimiento en Burdeos, en 25 de agosto de 1833.
Consejero de Indias en 1793, consejero de Estado del Rey Intruso, don Estanislao
pertenecía a la pléyade de canarios ilustrados que, con los hermanos Iriarte,
con Porlier, con Agustín de Béthencourt y otros más, ocuparon un lugar destacado
en la historia y en la cultura españolas del siglo XVIII. Sabemos que dejó una
obra escrita importante, aunque nada se conoce hasta ahora de sus trabajos. Es
de esperar que el Sr. Demerson, desde hace poco miembro del Instituto de Estudios
Canarios, empeñado además en el estudio, tan nuevo y lleno de sorpresas, de
las actividades del obispo Tavira y de Bernardo de Iriarte, nos dé cuanto antes la
monografía sobre Estanislao de Lugo que nos promete y de la que la separata reseñada
aquí es un simple avance.
Alejandro CIORÁNESCU
116
«El Museo Canario». Revista fundada en 1879.—
Año XXVI, núms. 93-96, enero-diciembre de 1965 (recibida
en marzo de 1967).
Con las dificultades habituales en puntualidad —que nosotros conocemos
bien— sigue el trabajo de esta ya vieja revista de Las Palmas. En este volumen
anual, de 392 pág's., 4°, se contienen muchos trabajos que por ser breves y por tratar
la mayoría de ellos temas marginales a nuestro campo propio podemos reseñar
en pocas palabras.
El malogrado antropólogo catalán MIGUEL FUSTE y dos colaboradores presentan
un Avance de un estudio sobre la distribución de los tipos de haptoglobinas en
la población de las Islas Canarias. A base de 338 muestras de sangre establecen
que esta característica incluye la población estudiada, sin diferencia apreciable,
con la general española, dentro de los európidos, y descarta la, a veces, supuesta
presencia de elemento negroide en dicha población. Prometen los autores —pero
Dios es quien dispone— un más amplio estudio, incluyendo los grupos sanguíneos.
GüNTHER KUNKEL enumera los Heléchos de Lanzarote con buenas fotografías.
Nos interesa el tema, porque es sabido que en ocasiones de falta de cereales —y
en lo antiguo, en aquellas islas que carecían de cultivos— la raíz de helécho era
el más socorrido medio-de procurarse harina apta para el gofio. Pero Lanzarote
tuvo siempre buenos campos de cebada y, precisamente en la vecina Fuerteventura,
que no los conocía, el helécho estará muy difícilmente representado.
LoTHAR SIEMENS HERNÁNDEZ trata de un tema folklórico, literario-musical: La
folia histórica y la folia canaria. ¡Nuestro Rafael Hardisson no puede ya comentar
el tema! Pero él y su tratamiento en este trabajo merecerían un comentario también
magistral. Demuestra que la folia fue un baile popular hasta el siglo XVI en
España. Luego, como otros «bailes típicos» (morisca, canario) de España pasa al
repertorio de las danzas cultas de salón, estilizado y unido a un cierto tema musical,
probablemente en principio independiente del baile, aunque también seguramente
de origen peninsular. En fin, no menos, demuestra que la folia canaria no
es más que esta danza refinada traída aquí de la Península en tiempos barrocos
y que luego, acaso allá por 1700, desciende al pueblo, que la adopta como propia.
Sólo en ese sentido es un baile popular canario. La bibliografía y los testimonios
que usa Siemens son vastísimos; es esencial el pasaje tomado de Domingo J. Navarro
sobre el ceremonioso baile que conoció su época, y el estudio de la melodía.
Una bibliografía, en su mayor parte muy reciente e internacional, y una discografía
comentada cierran este estudio, que no recordamos tenga antecedente en nuestra
literatura local. Al fin pasamos, en este campo, del diletantismo al estudio.
Espero comentario aparte del trabajo que sigue en este tomo: JUAN RODRÍGUEZ
DoRESTE, Las Revistas de Arte en Canarias. El estudio de don SIMÓN BENÍTEZ,
sobre Las hachas de jadeíta, como leído ante el «V Congreso Panafricano» tenido
en 1963, fue comentado a propósito del volumen I de ese Congreso en nuestra
edición pasada. Pero aquí va acompañado de mejor ilustración.
117
Don JUAN BOSCH MILLARES continúa su colección de estudios de instituciones
locales de beneficencia en las Islas Canarias. Don Tomás Antonio de San Pedro
Mena Mesa y el Hospital de la Ampayenia, en la isla de Faerteventura, nos muestra
una vez más el desastrado fin que tienen las fundaciones benéficas particulares,
cuando menos en nuestro país. Ello no es novedad ni nadie se siente abochornado
por ello; el interés del trabajo del Dr. Bosch es el esbozo de la fig^ura humana,
pintoresca, desde luego excéntrica, del fundador: es lo que se dice un tipo.
Don JOAQUÍN ARTILES nos da una historia sumaria de la fundación dominica
de Agüimes (creo debe así ortografiarse para que el lector adivine la tónica).
Sobre una ermita de la Sra. de las Nieves, culto tan general en estas islas, del
siglo XVI, se fundó en 1649 el convento dominico con la misma advocación, que
tuvo gran prosperidad. Suprimido por la revolución, en 1821, aunque se intentó
su restauración, fue en vano, como en todas partes, y el convento pasó a alojar todas
las instituciones civiles de la localidad. Ayuntamiento, Juzgado, Escuelas, vi-viviendas
y la misma iglesia, la más capaz del pueblo, pasa a parroquia. En 1887
el incendio en una vivienda de maestra, acabó con todo. . . ¡salvo el solar!
El DR. VÍCTOR MORALES LEZCANO, en la sección de Documentos, publica un
Memorial de los mercaderes ingleses que comercian con las Islas Canarias; nos da
una muestra de sus estudios amplios sobre la historia del comercio canario, especialmente
en Inglaterra, que ha sido —y todavía es— un factor constante en él.
La política mercantilista inglesa, muy consciente de sus fines, se esfuerza en el
siglo XVII en eliminar de los mares a las marinas competidoras; en cuanto a España,
además, en penetrar en su monopolio económico indiano. Canarias le interesa
por sus vinos, pero también como base de reexportación, más o menos clandestina,
de sus mercancías. Las reacciones más o menos brutales de las autoridades
locales españolas en Islas producen reclamaciones ante las autoridades británicas
como la aquí reproducida en su texto original y traducción, de mediados de aquel
siglo, de parte de los mercaderes directamente afectados.
D" LOLA DE LA TORRE termina su estudio histórico de la Capilla de Música de
la Catedral de Las Palmas y también el inventario de los textos conservados. De
ello ya hablamos en su día.
Se termina el tomo con algunas noticias, reseñas y un Registro bibliográfico
sistemático debido a don Manuel Hernández Suárez, que ocupa 136 páginas.
E. SERRA
118
«Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 11, Director
ANTONIO RUMÉU DE ARMAS, Madrid-Las Palmas, Patronato
de la Casa de Colón [Madrid, Diana], 1965.—
586 págs. y numerosas láms., 4° [recibido fin de 1966].
Este Anuario, de puntual aparición, contiene extensos trabajos, cada uno de
los cuales es un verdadero libro . . . o parte de él. Sumario; ANALOLA BORGES,
Francisco Tomás Miranda, General en Jefe del Ejército realista en Costa Firme
(1820-1823), págs. 11-102. Importante estudio histórico militar y biog'ráfico, que
tal vez no podremos reseñar, ya que en realidad cae fuera de nuestro campo.—
VÍCTOR MORALES LEZCANO, La «Ilustración» en Canarias, págs. 103-127, que se
comentará aparte.—ANTONIO RUIZ ALVAREZ, Apuntes para una biografía del Doctor
Antonio Broussonet (1761-1807), págs. 129-147, personaje del que se ocupó
en esta Revista, XXVI, 1960, pág. 100, a propósito de un ingenuo informe aconsejando
la incorporación de la isla de La Palma a Francia en 1802, siendo cónsul
del Imperio en Tenerife; aqui se cuenta la azarosa vida de Broussonet y su personalidad
como botánico.—ALEJANDRO CIORANESCU, Discípulos de Luiero en Canarias
(1526-1529), págs. 149-159. Del Archivo de la Inquisición, en el Museo
Canario de Las Palmas (no sé si del fondo Bute o de otros alli guardados), extrae
noticias muy tempranas de los desvelos del Tribunal para prevenir, la infiltración
luterana en las Islas. Condenado Lutero en 1521, allá por 1524 está en La Palma
un cierto Ans Parfat, que no recata su entusiasmo por las ideas del heresiarca, pero
luego se ausentó sin más. En 1529 el bachiller Funes, el médico de Tenerife, deseoso
de hacer méritos, denuncia a la Inquisición a unos pobres náufragos alemanes,
en cuya nave perdida fueron hallados libros en los que aparecía el nombre de
Lutero.—RoBERT RICARD publica Cartas a Caldos y carias de Caldos (págs. 163-
191), pero siempre nos hemos abstenido de entrar en el vasto tema galdosiano;
SEBASTIÁN DE LA NUEZ se ocupa de Una revista de vanguardia en Canarias, «La
Rosa de los Vientos», 1927-1928 (págs. 193-230); PEDRO TARQUIS RODRÍGUEZ prosigue
su vasto Diccionario de Arquitectos, alarifes y canteros que han trabajado
en las Islas Canarias, del que da aquí todo el siglo XVII, que llena las págs. 233
a 398 más 4 láminas y que contiene fabulosa cantidad de datos documentales;
MATÍAS DÍAZ PADRÓN se ocupa de Pinturas de Juan de Miranda en la Casa de
Castillo (págs, 399-411 más 14 láminas).
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ contribuye con un estudio arqueológico de la comarca
de Guía, del que nos ocupamos aparte. Y FEDERICO MACÁU VILAR trata de
Tubos volcánicos en Lanzarote. La Cueva de los Verdes, a que también nos referimos
luego, junto con otros comentarios acerca de esta cueva de renovada actualidad.
Todavía a la acostumbrada Bibliografía, minuciosamente clasificada y
a veces acompañada de breve juicio crítico, sigue en apéndice un índice de los
trabajos publicados en el «Anuario», durante la primera década transcurrida.
E. SERRA
119
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ: LOS yacimientos arqueológicos
del «Morro del Verdugado», «La Laguna», «Morro
de la Lapa» g «Los Mondragones» en Guia de Gran
Canaria.—«Anuario de Estudios Atlánticos», 11, 1965,
págs. 415-436, con dibujos y láminas.
Estas exploraciones realizadas en la comarca de Guia en 1964 forman dos
conjuntos que el autor separa en su descripción. A el Morro del Verdugado, y B
los restantes. El primero era ya conocido del autor desde años antes, pero ahora
se realizó un estudio exhaustivo. En la estrecha plataforma rocosa que domina la
confluencia de los profundos, abismales barrancos de Moya y de S. Felipe, aparte
los pequeños covachos de uso sepulcral, ya vaciados, que asoman a los cantiles,
hay tres cuevas que fueron de habitación, una casa circular y un círculo mayor,
que puede ser un tagóror. Se describe y dibuja cada uno de estos restos, pero los
testimonios de vida humana son mínimos: poca cerámica, restos de sudarios vegetales
y un cráneo de cabra guaníl.
El otro grupo de iocalizaciones está en niveles superiores, en término de la
ciudad de Moya, igualmente en la cima que corona su barranco. Fueron revelados
por exploraciones meritorias de estudiantes, que luego acudieron al Delegado de
Excavaciones para el estudio de las mismas. Son varias cuevas funerarias, todas
ya profanadas y que sólo dieron indicios de su uso antiguo. Uno de los dibujos,
el n° 9, parece erróneo, pues antes semeja una planta de casa que la entrada de
una cueva; pero hay también fotografías. En los Mondragones no faltan los restos
de una casa canaria, de 3'70 X ^'00 m., y un tagóror natural o un santuario, a juzgar
por los canalones y pozuelo labrados en la roca. Más impresionante es una escalera
de nueve peldaños, labrados también en la peña, que da acceso al lugar; y no
lejos una cueva artificial excavada primorosamente en la toba, de 3 m. por 2 de
ancho y uno de altura. No en cueva sino entre el roquedal se halló cerámica canaria
fragmentada y una bonita olla entera de 16'5 cm. de diámetro en la boca y
típicas asas picudas, de tipo bien conocido.
Los reconocimientos de Jiménez Sánchez van cubriendo asi sistemáticamente
toda la Isla.
E. SERRA
120
Actas del V Congreso Panafricano de Prehistoria
y estudio del Cuaternario II.—Preparadas por Luis DIEGO
CuscoY y publicadas bajo los suspicios del Exorno.
Cabildo Insular de Tenerife y el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas. Santa Cruz de Tenerife.
Museo Arqueológ-ico. N° 6. 1966.—300 páginas y numerosas
láminas. 4°.
En nuestro tomo anterior, pájf. 196, dábamos noticia del primer volumen de
estas Actas, de un Congreso celebrado en la Isla, en 1963; no confiábamos en que el
segundo tomo iba a seguir de inmediato y por ello no lo aguardamos; pero por
fortuna nuestro recelo era injustificado. Se basaba en razones económicas, no técnicas,
pues sabíamos que nuestro amigo Diego Cuscoy no levantaba mano del trabajo
delicado a él confiado, como Secretario del Congreso pasado.
Comienza el volumen con una noticia de las deliberaciones para localizar el
VI congreso de la misma serie. Ofrecidos varios lugares, se ha escogido Dakar,
capital de la joven república del Senegal; lo que no se nos dice es qué criterio se
ha seguido para salvar las incompatibilidades <nacionales> que dividen el África
y de las que ya hubo muestras lamentables en el momento de la disolución del
Congreso de Tenerife. Sólo mencionaremos las comunicaciones que dentro del
campo arqueológico afectan a Canarias. DiEGO CuscoY, en Notas arqueológicas
sobre El Jalan (Isla de El Hierro), págs. 43-52, presenta un estudio breve de los
restos de habitación y construcción que se hallan todavía en esta estación en inmediato
contacto con los más conocidos grabados rupestres, con los que no duda en
asociarlos; criterio discutido por otros, pero en el que coincidimos con Cuscoy.
Los restos estudiados son una pequeña cueva-habitación, una ara de sacrificios,
análoga a las que en la Fortaleza de Chipude (Gomera) Béthencourt Alfonso calificó
de pireos; unos toros, torrecillas en lugares dominantes, probablemente destinadas
a vigilancia del ganado; en fin, algunos rediles. El ajuar hallado, aparte
los huesos calcinados de animales, se reduce a escasos y pequeños fragmentos cerámicos,
de tosca masa y cocción, uno con incisiones de corativas, y unos cuchillos
de basalto. 3 figuras y 6 láminas se juntan al texto.
El malogrado MIGUEL FUSTE, Aperfu sur l'anihropologie des populations pre-historiques
des lies Cañarles, p. 69, prosiguiendo los estudios inacabados del pionero
de la antropología canaria, Dr. Verneau, que habia propósito de publicar en
colaboración postuma, nos da un estudio paralelo de los cráneos aborígenes y de
700 sujetos vivientes de las tres islas orientales; con la amplía matización y precisión
terminológica que exige la ciencia actual, revisa los tipos raciales adelantados
por Verneau e incluso busca las diferencias regionales dentro de cada isla; se auxilia
para ello en caracteres antes no estimados, como la dentadura y otros. Creo es
el estudio de conjunto más preciso de la antropología de las islas de que se ocupa.
Amplia bibliografía y grabados. Continuación del mismo tema, consideramos
121
la otra comunicación de Fuste, Nuevas aportaciones a la antropología de Canarias
(pájf. 81), en la que, a propósito de la discutida presencia de elemento nejfroide
en la población de las Islas, se funda para elimilarla en el estudio de los relieves
dermopapilares.
También dos comunicaciones leyó el SR. JIMÉNEZ SÁNCHEZ: Pintaras rupestres
antropomorfas en la Isla de Gran Canaria (pág. 147) y Exponentes megaliticos
culturales de los canarios aborígenes (p. 153). En el primero da a conocer a los
congresistas un tipo de arte rupestre canario hasta hoy desconocido, los dibujos
pintados esquemáticos hallados en octubre de 1950 en un abrigo pastoril, modesta
covacha, situado en abrupto país, cerca de la presa de Majada Alta, del embalse
de Cuevas de las Niñas, entre Tejeda y Mogán en el corazón de la Isla. Había
dado primera noticia del hallazgo en la revista «Faicán», n° 7, 1962; pero recientemente,
julio 1963, en Cueva del Moro, Agaete, ha identificado algo análogo. El
segundo trabajo lo dedica don Sebastián Jiménez Sánchez a recapitular los elementos
de la cultura grancanaria que pueden incluirse en el complejo megalítico:
santuarios, canalizos y pozuelos excavados en ellos, monolitos, signos astrales en
roca o cerámica, ojos mágicos, betilos, triángulos, bancos, torretas troncocónicas,
estelas, que describe por separado y da bibliografía.
El DR. M. PAREJO aborda en El sistema A B O en la población actual de ¡as
Islas Canarias, el importante tema de los grupos sanguíneos (pág. 213); JUAN DEL
Río AVALA, Posible función semántica de un radical F en algunos topónimos de
Canarias (pág. 233), penetra en el difícil campo no sólo del habla aborigen, sino
de la toponimia. La señora ILSE SCHWIDETZKY trata de explicar las diferencias de
grupos dentro de la población aborigen, observadas por varios, por razones de
condición social más que racial: Etude d'anthropologie sociale sur la populaiion
pre-espagnole des lies Canaries (pág. 287). ELIAS SERRA, que hace esta reseña,
contribuye con Les relations possibles des cultures canariennes avec celles de l'W
africain (p. 245), donde hace resaltar que aunque las comparaciones y semejanzas
son muchas, especialmente con culturas mediterráneas, es difícil establecer un conjunto
coherente que revele parentesco seguro. También F. E. ZEUNER, tan pronto
fallecido malogradamente, después del congreso (dentro del mismo año), hace un
Sammary of the cultural problems of the Canary Islands, basado en la labor de
equipo por él dirigida, patrocinada por la Universidad de Londres, the Wenner
Gren Fundation, el C. S. de I. C. español y los Cabildos de Gran Canaria y Lan-zarote,
desde 1957. Han trabajado mayormente en estudios fisiográficos, costas,
datación, etc., pero también sobre industrias aborígenes: cueros y sus labores; fibras
textiles, si bien hace notar que tejido propiamente dicho no conocieron ni en Gran
Canaria, substituido por una técnica rudimentaria; animales domésticos, todos de
razas muy arcaicas; alfarería; industria de la piedra; cuevas artificiales y casas fabricadas.
Como conclusión insiste en que varias de estas artes señalan un gran
arcaísmo de origen, si bien en cambio ve en la cerámica de Gran Canaria paralelos
hasta con recipientes de cobre africanos. A la prematura muerte del autor se
añade la circunstancia de que este su último ensayo sólo ha podido imprimirse
a base de pura reproducción oral con carencia de toda ilustración indispensable.
122
o cualquier retoque del texto. Aun as! cierra espléndidamente este valioso
volumen.
E. S.
AGUSTÍN DE LA HOZ: Cueva de los Verdes. Edición
patrocinada por el Ministerio de Información y Turismo,
Gobierno Civil de Las Palmas y Cabildo Insular
de Gran Canaria. Al cuidado de don Manuel Hernández
Suárez. Fotog^rafías Gabriel. Planos, don M. Spí-nola
González, Arquitecto; don Francisco Perdomo
Cejudo, Ingeniero de Montes. Las Palmas de Gran
Canaria, Litografía Saavedra, 1966, 144 páginas, 10
láminas y 2 planos plegados. 20/22 cm, estuche 21/25.
FEDERICO MACÁU VILAR: Tubos volcánicos en Lan-zaroie.
'La Cueva de los Verdes». «Anuario de Estudios
Atlánticos», n° 11, 1965 (1967). Separata para el
Cabildo Insular de Lanzarote, 32 págs., 42 fotos, más
pianos plegados.
Estas dos publicaciones, cada una admirable en su clase, son prueba de la
actualización que ha conseguido este siniestro antro abierto en las entrañas de
Lanzarote por las oscuras fuerzas telúricas que han conformado todas estas islas.
La cueva habia sido ya objeto de estudios concienzudos, de los que puede considerarse
inicial el de Eduardo Hernández Pacheco en 1910. Desde hace bastantes
años el publicista lanzaroteño Agustín de la Hoz había hecho un tema particular,
casi obsesionante, el de la valoración de la cueva y el inventario de los restos
aborígenes que salpican el Malpaís de la Corona, en que se abre. Últimamente
entre estas campañas más bien líricas y la aparición de intereses coincidentes con
el turismo en la antes solitaria isla, se determina el clima para que el Cabildo
Insular pusiese la cueva en circulación humana: una instalación lumino-técnica y
las obras necesarias para hacer cómodamente practicables las partes del antro que
se abren al público, dotadas incluso del indispensable bar-restaurante y de efectos
musicales. De momento se discutió bastante tal iniciativa, pero la discrepancia
ha caído por sí misma visto que lo propio se está haciendo en todas partes y
con base raramente comparable a la fantástica cueva volcánica de Lanzarote. Así
no es sorprendente que se haya pensado también en lanzar en varios círculos de
curiosidad la buena nueva de la Cueva de los Verdes, para que cada uno a quien
pueda interesar su belleza y su historia acuda a gozar de esta fortuna.
123
A La Hoz se debe el texto, ágil y conmovido, que constituye la parte literaria
del primer volumen citado. Está presentado como un álbum de gusto y riqueza,
tanto la tipografía del libro como su ilustración: las diez láminas mencionadas son
en su mayoría, con la portada, espléndidas fotografías a todo color y toda luz
realmente impresionantes. Los planos a gran escala del Malpaís y de la Cueva,
aunque revestidos de dibujo de apariencia arcaica, son de la exactitud que podía
esperarse de los técnicos, sus autores. Ahora bien, el texto de La Hoz no desmerece
en nada de la presentación: sin sujetarse a un rígido plan cronológico,
contiene una emocionante historia de la Cueva, refugio relativo de los acosados
isleños a través de los siglos de desvalimiento. Además este relato, con eficacia
literaria, es rigurosamente documentado —sólo un pequeño pasaje nos parece
desenfocado, el referente a la presencia abundante de monedas portuguesas en el
tesorillo hallado en la Cueva y en otros lugares de la Isla (página 43); la moneda
lusitana corría naturalmente entre los canarios castellanos sin reparo alguno según
costumbre de otros tiempos—. Apenas hay que advertir que la descripción
de la comarca y de la Cueva misma acompaña y se intercala en el relato.
La obra de Macáu versa sobre el mismo tema, pero enfocado desde muy otro
ángulo. El mismo La Hoz, al mencionar (pág. 55) la obra de Hernández Pacheco,
dice con razón que es todavía insuperada. Ya no, pues el trabajo de Macáu ha
sido esencialmente el de rehacer actualizado y con otros recursos el estudio pionero
de aquel gran geólogo español. Se estudia en primer lugar el fenómeno de
los tubos volcánicos, se alude a los varios que posee Lanzarote, para consagrarse
a una minuciosa descripción técnica y gráfica de éste de los Verdes, acaso el mayor
del mundo. La ilustración fotográfica y los planos de trazado preciso son
parte lógica del trabajo, pero todavía se permite unas cuantas reproducciones en
color para hacer sensibles los efectos fantásticos de la luz sobre las primitivas
tinieblas.
Si el público culto en general, también los turistas, gozarán con el álbum y
libro de La Hoz, quedan los científicos, los deseosos de precisión y dato exacto,
que en el trabajo de Macáu hallarán satisfacción a sus justos deseos.
E. SERRA
ELÍAS SERRA RXFOLS: Ánfora antigua en Canarias,
«IX Congreso Nacional de Arqueología».—Valladolid,
1965 (Zaragoza, 1966), pág. 373.
Aunque algún hallazgo de cerámicas antiguas en las playas de Canarias habia
tenido lugar, es lo cierto que pasó inadvertido. En 1964 unos submarinistas de
124
Las Palmas no sólo tuvieron la fortuna de hallar una ánfora —de forma por
lo demás inusitada— sino que dieron noticia pública de ello. En una caleta de la
isla Graciosa estaba esta pieza de forma cónica y con amplios hombros casi horizontales
en los que descansan asas y cuello. Es tipo conocido en el Mediterráneo
oriental, pero no en el occidental, y de baja época imperial. Serra, aparte artículos
de prensa, dio a conocer el pecio en «El Miliario Extravagante>, revista erudita
que aparece en París (núm. 8, marzo de 1965, pág. 171), en esta comunicación
y en esta misma Revista, 1965-1666, pág. 256. Luego han aparecido varias más
del mismo tipo y de otro diverso, tanto en Lanzarote como en el mismo Tenerife,
pero aquí sólo se da noticia del primer hallazgo.
S. R.
RvDO. P. DIEGO INCHAURBE ALDAPE, Franciscano:
Compilación de artículos referentes a las Ordenes
Franciscanas en Canarias.—Las Palmas, Minerva,
1963.—96 págs. 4".
P. FRAY DIEGO DE INCHAURBE, Franciscano: Noticias
sobre los Provinciales Franciscanos de Canarias.
La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1966 [Santa
Cruz de Tenerife, Goya A. G.], 452 páginas y 4 láminas.
4°.
El Padre Inchaurbe viene dedicándose de largos años, tal vez de toda su vida
conventual, a la exhumación de la vida de su Orden, la del Seráfico S. Francisco,
la más popular y más difundida en el mundo católico, por lo menos antes de la
revolución del siglo XIX. Tiene en ello un doble afán: de un lado de divulgación
de su obra apostólica y con ello sin duda su apología: por eso la mayor parte de
sus trabajos van destinados a la prensa diaria, aunque a veces formen largas series
sobre asuntos relacionados. Pero también se ha propuesto salvar esta historia documentada,
siempre amenazada por las vicisitudes de los archivos eclesiásticos y
aun civiles. De ahí el carácter diferente de los dos libros que tenemos delante,
debidos a su pluma y desvelo. El primero, como reza su título mismo, es una recolección
de artículos aparecidos en los diarios de las dos provincias canarias y
que, estimándolos de todos modos de algún valor permanente, el P. Inchaurbe se
ha preocupado de reunir en libro humilde como franciscano, para comodidad de
los lectores que se lo han pedido. Es una muestra de su labor, escogida un poco
al azar, con memorias de fundación de varios conventos, casi todos de Tenerife,
algo sobre la organización de la Provincia de San Diego de Canarias, y datos so-
125
bre alg-unos religiosos distinguidos: Fr. Temudo, Fr. Mireles, Fr. Suárez de Quintana
y Fr. José de Sosa, el historiador. Los articules que ha publicado y viene
publicando nuestro Fr. Diejfo son tan variados como numerosos, muchos sobre
obras de construcción y decoración de iglesias y conventos franciscanos, y no son
pocos los que podrian formar conjuntos coherentes.
Aunque todos estos escritos, sueltos o recogidos en dicho tomito, son rigurosamente
documentales e informativos, cuentan algo al lector. Distinto es el grueso
volumen de los Provinciales. Es un acopio documental casi en crudo y tan vasto
que resultaba bastante difícil hallarle editor, desde luego imposible con fin de
venta. Fray Diego firma su Introducción en Santa Maria de la Rábida en octubre
de 1946, de lo que hay que entender que la busca documental y su redacción
fueron anteriores y tuvieron que ocupar años. Las licencias son de 1947 y el libro
fue ofrecido al Instituto de Estudios Canarios por 1961, tras gestiones previas en
varios terrenos. Dado lo costoso y —hay que decirlo— poco ameno y lucido de la
empresa, hasta 1963 no se acordó la edición, y el acuerdo no pasó a realidad hasta
1956, con muchos meses de trabajo de imprenta y corrección a cargo del Instituto
editor. Como obra sujeta inmediatamente a sus fuentes documentales, la
extensión y detalle de la misma depende de la conservación de esos documentos:
asi nada se reza de los orígenes medievales de la Orden en Canarias, tan ilustres
o más que su posterior difusión dentro de una sociedad ya cristiana; unas lineas
apenas acerca de la Custodia de Sevilla o de la ya titulada de Canarias (1488-
1553). Los doce primeros provinciales, comenzando aquel año, sólo llenan 3 páginas,
y luego siguen ya capítulos separados para cada uno de sus sucesores trienales,
que alcanzan una gran amplitud en el s. XVIII. En efecto, no se limita a documentar
la vida y actuación del Provincial sino que inventaría de hecho todos los demás
frailes que aparecen en los documentos en cualquier cargo, aun simples «moradores
». Al imprimir el texto llegué a pensar si no hubiera sido más práctico reducirlo
a un Índice de religiosos; pero hay otro material, de recuerdos, reglamentos, etc.,
y, además, la repetición de nombres haria difícil su alfabetización. En fin, salvo
para el especialmente interesado en la historia franciscana, no es libro para leer,
sino sólo para consultar, y asi pues constituye un repertorio de noticias de todo lo
que sabemos de la Orden en las Islas. Se añade una breve noticia de las cuatro refundaciones
modernas (p. 894-99) y un extenso apéndice con los Estatutos Provinciales
de 1694 (p. 399-439), que prevalecieron hasta la extinción.
E. SERRA
126
ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO: Las Islas Atlánticas
en el mundo antiguo. Las Palmas, Universidad Internacional
de Canarias [La Lag'una, Imp. Gutenberg],
1967. 32págs. 8°.
Folleto conteniendo el texto de una conferencia pronunciada en Las Palmas,
en marzo de 1967, por este ilustre arqueólog-o y clasicista, catedrático de la Universidad
de Madrid. En ameno estilo literario, pero apoyado rigurosamente en los
textos antiguos, hace un repaso de todas las islas que en el Atlántico gaditano
mencionan los geógrafos y literatos griegos y romanos. Si en varios casos no hay
duda de su identificación con nuestras islas o alguna de ellas, en otros es muy
conjetural lo que se diga y puede caerse en el mito. Más breve y menos completo
es el resumen sobre los contactos tardomedievales de las Islas y los marinos cristianos.
En fin, da noticia y comenta los hallazgos recientes de ánforas antiguas en
Graciosa y Lanzarote —esta Revista suministró dos fotografías de ellas para
ilustrar el texto— que admite de uso corriente en la Península. Todavía alude al
caso de las Azores. En fin, un resumen útil del estado de estas cuestiones.
E. SERRA
ALF BAJOCCO: The early inhabitants of the Canary
Islands. <Atlantis>, Editor Egerton Sykes [London,
Markham House], vol. 18, núm. 2, february 1965.—Cuaderno
de 28 págs. reproducidas con multicopista, 3on
dos mapas esquemáticos. 8°.
El prof. Bajocco, antropólogo italiano, hace años que dedica parte de sus actividades
a las culturas y razas canarias aborigénes. En esta pequeña revista de
un círculo de estudiosos londineses, presenta en una lección una síntesis de este
tema. Unas palabras sobre el cuadro natural, donde rechaza cualquier hipótesis
atlantista, y sobre la historia antigua y media, le llevan a su tema: las razas y los
elementos culturales. En la parte histórica es donde se deslizan algunas inevitables
<coquilles>: Béthencourt, llamado/u/ien, viajero en las islas, y Le Canarien
sólo conocido a travás de Bergeron; el año 1512, término de la conquista castellana,
etc. No me parece suficiente la frase: <the natives were exterminated or
absorbed by the Spaniards». La absorción era inevitable en cualquier caso, pues
había superioridad demográfica tanto como cultural, y bastaba una de las dos
para asegurar la desaparición de la sociedad indígena a corto plazo. En cuanto
127
a la descripción de la cultura, sufre a nuestro juicio de la tendencia a uniformar
las islas, tan común entre los sintetizadores, pero errónea en si misma. Diversos
detalles son opinables: predominio de la dieta veg-etal, que creo es al contrario;
enbalsamamiento, inhumación en Tenerife, etc. Lo más interesante es el planteamiento
de problemas no resueltos: navegación cualquiera que fuese, olvidada por
las diversas y repetidas oleadas de inmigrantes que por el mar vinieron no obstante;
Ibn Jaldún menospreciando la navegación árabe atlántica, aunque creo que
su juicio responde a los hechos. En fin, en cuanto a la falta de leyendas recogidas,
no hay que exagerar: Abréu Galindo y otros recogieron varias; |que no bastan
a saciar nuestra curiosidadl Al fin, al hablar de los actuales trabajos arqueológicos,
omite el nombre de uno de los más destacados investigadores, y entre las publicaciones,
el «Anuario de Estudios Atlánticos» de Madrid-Las Palmas, que
lleva ya 12 tomos.
E. SERRA
Canary Islands and Southwest Ireland. University
of Liverpool Exploration Society. 1964.—-Cuaderno de
54 págs.—Reproducción anastática de texto mecangrá-fico
y 7 grabados y 4 mapas. 4".
El tema canario está de moda o está presente en las preocupaciones universitarias
europeas. La cátedra de Arqueología «environamental» de la Universidad
de Londres desarrolló o desarrollaba en vida de Zeuner un plan sistemático de
estudios, natural y humano; The Atlantis Research Centre, también de Londres, le
dedica un fascículo de su publicación; la de Liverpool, en ese de 1964, daba el segundo
consagrado o análogo fin. Del primero, Lanzarote 1963, no hemos alcanzado
a ver ejemplares; y este segundo dedica 45 páginas, o sea casi todo él, a temas
canarios. En parte, deducimos del Foreword, ello puede ser debido a la nueva
impenetrabilidad que ha caido sobre la mayor parte de África.
Sea come sea, aquí tenemos una colección de pequeños ensayos que nos recuerdan
las Palabras y cosas por nosotros intentadas hace muchos anos, y que no
se repitieron, sin razón concreta; la mayoría son de temas naturalistas. Tosca
blanca. Morfología de los conos volcánicos. Playas levantadas, Zona xerófila y
zona de monte verde; pero La agricultura en dos pueblos de Lanzarote, La mujer
en los nuevos suburbios de Arrecife, El español colonial en Canarias, etc., todo
referido a las islas de Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera solamente.
E. SERRA
128
«Real Sociedad Económica de Amigos del País de
Tenerife». Memorias de los años 1960 a 1966.
«Estudios Canarios». Anuario del Instituto de
Cursos 1955-56 a 1964-65. X cuadernos 4" de unas 76
pág-inas cada uno.
En nuestra bibliografía sólo hemos registrado los números I, I! y III de «Estudios
Canarios» de las series que estas entidades vienen publicando desde hace
años. Y debemos registrarlas, porque no son meramente un repaso de la vida
interior de esas sociedades o academias: memoria y cuenta anual ante la Junta
General, reglamentación, lista de miembros, o de directivos, etc., sino que ambas
contienen resúmenes útiles de las conferencias o sesiones científicas que celebran
con carácter más o menos público. Si las conferencias de la Económica, muy selectas,
suelen tener el fin en si mismas, las sesiones del Instituto suelen ser avances
de la labor científica de sus miembros, de manera que no es raro que correspondan
a libros o partes de libro de publicación posterior, a veces a folletos de la serie
«Conferencias y Lecturas», del mismo Instituto, en que se da completo y anotado
el resumen adelantado ya antes. El Instituto da forma de serie numerada a estos
anuarios, de los que el postrero publicado —ha habido retraso a última hora— es
el X del año 1965. En cambio no llevan numeración las Memorias de la Económica.
En unas y otras es sección interesante la necrológica con registros biográficos
de los miembros fallecidos. Las bibliotecas cuidadosas deben encuadernar de
diez a diez años, por ejemplo, estos cuadernos, que las entidades respectivas deben
esforzarse en mantener vivos y al día.
E. S.
ANTONIO VIVES COLL: La Escuela de Comercio de
Tenerife.—Aula de Cultura de Tenerife. «Enciclopedia
Canaria», 1967, 48 págs. 8°.
Un centro docente arraigado en un ambiente social y económico es como una
vida que corre sin interrupción a lo largo de generaciones sucesivas, sin solución
de continuidad. Vives, profesor y por tanto célula de este organismo, o eslabón
de esta cadena, ahora Secretario de la Escuela, ha redactado una minuciosa crónica
de la vida de ella desde su inaguración el 2 de junio de 1907 hasta hoy, setenta
años de labor como hace notar el autor; y aun no olvida los precedentes
laguneros de 1901 a 1907, que permitieron que, al crearse la Escuela Superior de
Comercio de Canarias en Santa Cruz de Tenerife, se abriera ya con tres profesores
numerarios, en primer lugar con su director nato don Mateo Alonso del Castillo,
a quien todavia tuve el gusto y honor de conocer personalmente, ya jubilado.
129
El tema de este libro parece muy alejado de mis aptitudes. No obstante,
hace ya algún tiempo sin duda, siendo yo Ayudante interino gratuito del Instituto
de Segunda Enseñanza de Lérida, redacté un trabajo del todo análogo, dedicado
a aquel centro, que titulé Una historia de ochenta años, que son los que entonces
cumplía la entidad, fundada en 1842. Así que leyendo las apretadas noticias que
Vives CoU nos da de la Escuela y su profesorado, recuerdo las dificultades análogas
de exposición en que me vi entonces. Para aligerar la redacción adopté algunos
procedimientos originales; la lista de catedráticos y profesores permanentes
la reduje a un cuadro sinóptico en que figuraban en cabeza las cátedras o plazas
respectivas y debajo verticalmente sus nombres, prolongados, desde su posesión
hasta su cese, por medio de trazos proporcionados a los años de vida docente
De un vistazo se apreciaba quiénes habían sido docentes simultáneamente en
cualquier año que se desease. Luego venía de todos modos la relación de las vicisitudes
de planes, de cargos directivos, de actuaciones públicas.
La Escuela de Comercio de Santa Cruz ha tenido que luchar principalmente
con dos enemigos: la interinidad de su local, en dependencia del Palacio Municipal
hasta 1939, para cuya solución tuvo que batirse el Claustro veinte años seguidos;
y los cambios de planes de estudio, casi todos con visiones subjetivas y aun
fantásticas del carácter esencial y del objetivo práctico de estos estudios, que desde
luego es doble: la formación de profesionales aptos y responsables para la vida
económica, pública y privada, y la de economistas teóricos capaces de orientar
esta vida económica práctica. Desde luego el profesional puede tener muchos matices,
pues son infinitas las aplicaciones de su actividad.
Vemos desfilar por las páginas del libro de Vives CoU tantos nombres, tantas
figuras conocidas, que han ido rompiendo sus vidas en la creación de Santa Cruz,
que en cierta medida vemos reflejada en la de la Escuela de Comercio la vida
misma de la Ciudad. Es por lo menos un sillar de los que le sirven de base.
E. SERRA
VÍCTOR MORALES LEZCANO: Síntesis de la Historia
Económica de Canarias. «Enciclopedia Canaria», Aula
de Cultura de Tenerife [Santa Cruz de Tenerife), Litografía
Romero.—48 págs. 4°.
El autor teme pisar, con razón, un terreno poco trillado. Por esto lo reduce
en extensión cronológica y lo limita, de hecho, al comercio canario, renunciando
a esbozar un cuadro más completo de la economía pasada de las Islas. Por lo demás
es ello vicio bastante común de los historiadores de la riqueza, cifrarla en el
RHC, 9
130
movimiento mercantil de bienes de un punto dado al exterior y viceversa. De
hecho, la riqueza de producción y consumo locales puede ser mucho mayor y, en
círculos amplios, puede dar un alto y variado nivel de vida. No sería ciertamente
éste el caso de las Islas, que sin comercio quedarían —quedaron— en los tiempos
prehistóricos, y aun en los de bloqueo, reducidas a una vida elemental.
Ve en el Océano Atlántico el cuadro geopolitico en que forzosamente tiene
que moverse la economía canaria: sin duda condición fisica, pero también avatar
histórico; los factores que cree deber destacar son sin duda la dependencia americana
y, no menos, la europea occidental y marítima. Pero el tercer factores esencial
para explicar esta historia: Canarias es un bastión avanzado de Castilla, en
seg-uida de España: es la pila del puente hispano-americano, y esto es lo que da
carácter dramático a su papel histórico. Sus iniciativas económicas, lo que Morales
llama sus monocultivos (pág. 10), se ven coartadas, hasta prohibidas por el
monopolio comercial indiano. Afortunadamente, añado yo, lo de monocultivo es
exageración: desde los primeros tiempos, y sing'ularmente en Tenerife, hubo una
producción variada para consumo, que si bien sirve a menudo para abastecer las
flotas y también las islas vecinas, que sufren un colapso alimenticio (trig'O de
urgencia a Gran Canaria en 1521, por ejemplo), asegura en todo caso una base
demográfica normal en cada isla con independencia de los avatares del comercio
atlántico.
Morales establece una serie de periodos para exponer siquiera concisamente
el tema. Una etapa prehispánica, a la que en realidad sólo alude; 2) etapa azucarera;
3) etapa vinícola; 4) un interregno depresivo; 5) la etapa liberal y, en fin,
6) los Puertos Francos, desde 1852, etapa esta de la que también renuncia ahora
a ocuparse por su importancia todavía actual, dice. Como sea, conviene insistir
en que cualesquier divisiones cronológicas son siempre arbitrarias y sólo aproximadas,
pues las transiciones difuminan los cambios de tendencia más evidentes.
En capítulos especiales estudia estas etapas previamente establecidas. Para la azucarera
hace notar, tanto en el cultivo como en la industria, el papel de la mano
de obra técnica portuguesa o, más exactamente, madeirense, y en cuanto a la comercialización,
el predominio genovés con otros mediterráneos, y en los puertos
del norte, además, los mismos flamencos e ingleses, un poco más tarde. También
insiste en la brevedad de esta coyuntura; pero creo que en manera alguna debe
rebajarse su importancia para la historia de las Islas; sin oposición de parte de los
intereses castellanos, sin todavía una peligrosa piratería, que luego fue ya constante,
ese periodo inicial, el del azúcar, significó la base en equipo y en población
que necesitaban las Islas para poder enfrentarse con los tiempos duros siguientes.
Sin esta base tal vez sería inexplicable la firmeza con que este pequeño
mundo arrrostró todas las amenazas.
La etapa vinícola fue, como decimos, más dura y también más duradera:
merodeo corsario, oposición de la Casa de Contratación al desarrollo del mercado
vinícola de Indias. Morales cree ver en aquella oposición no un mero caso de
competencia comercial, como supone el mismo Chaunu, sino además un esfuerzo
para taponar una vía de filtración clandestina, de géneros eifropeos hacia el mer-
131
cado indiano, a favor de la concesión comercial canaria. No sé si hay bastante
prueba de ello, que supondría complicidad de las autoridades encargadas y no ya
un mero matute en los puertos. Pero el «sack-canary» halló aceptación, además
de Indias, en los mercados del norte, y allí no tiene la oposición de Sevilla, que
tardará mucho en darse a conocer en ellos. Así, a pesar de las vicisitudes políticas
—por ejemplo, la prohibición total del comercio británico en 1596—, las Islas
tienen una salida que, en realidad, son los mismos ingleses, al intentar un monopolio
para fijar los precios a su gusto mediante una Compañía de Canarias, los
que la echan a perder, al provocar la doble resistencia de los isleños explotados
—«derrame del vino>, Garachico 1667— y de los importadores libres ingleses,
que consiguen la anulación de aquélla. Pero la tirantez en los tratos y la competencia
de la producción preferida de Madera y Oporto reducen a precarios periodos
de alza —guerras europeas— esa renta vinícola canaria.
El interregno depresivo, como el mismo Morales admite (pág. 28), es una prolongación
del mismo estado de cosas. En realidad, el limitado privilegio canario
para Indias se pierde cuando las medidas de apertura de puertos múltiples en
España por Carlos III. Sólo la agobiante reglamentación anterior puede explicar
que esto se tome como una ventaja. Esta es la «etapa liberal»; en realidad no
tiene más de ello que el nombre y, acaso, el propósito. Las circunstancias históricas
con la Guerra Peninsular y la Americana hacen fracasar todos los proyectos.
Es más bien desde el fondo instintivo de los intereses privados que va
surgiendo el personal que, libre al fin de tanto reglamento, va formando las ciudades
comerciales y las iniciativas políticas canarias. Los puertos, aun antes de
su declaración de franquicia, de 1852, estaban abiertos a todas las band¿>as, y la
presencia libre de naves de todas partes es ya un estímulo y además el argumento
que decidirá la concesión de franquía por Bravo Murillo.
Esta última parte aduce algunas series estadísticas como catas en el movimiento
comercial y muestra de los gravámenes confiscatorios que lo ahogaban.
Un juicio de conjunto ha de ser claramente favorable a esta síntesis, que revela
la amplitud del trabajo en preparación en manos de Víctor Morales, y del que
este cuaderno es apenas un avance.
Elias SERRA
JOSÉ PERAZA DE AVALA: El Real Consulado de Canarias.—
«Enciclopedia Canaria», Aula de Cultura de
Tenerife, 1966.
En estos últimos años, su autor nos ha ido acostumbrando a recrearnos con
diversas monografías, muy completas, sobre instituciones del Archipiélago, como
sobre algunos de los oficios de los antiguos Cabildos isleños. En ésta recoge los
132
caracteres del Real Consulado de Mar y Tierra de Canarias, organismo que, como
el autor indica, no tuvo mayor particularidad en las Islas y fue de corta duración
en ellas (1787-1829), pero que, no obstante, merece, como lo ha hecho, la atención
de los estudiosos.
Varias eran las funciones atribuidas al Real Consulado, de las que, sin duda,
era la de mayor trascendencia la jurisdiccional en materia mercantil, que hasta su
creación no existía, con carácter privativo, en las Canarias, atribuciones que habían
de pasar en 1829 a los Tribunales de Comercio que se crean, institución que,
al parecer, sólo llegó a funcionar en las Islas en 1854, conociendo, en tanto, de
los litigios mercantiles la jurisdicción ordinaria, la que, por otra parte, nunca había
dejado de hacerlo en las islas en que no tenia su sede y aun en la de Tenerife
constantemente se los disputó, si bien infructuosamente. Las otras funciones del
Consulado —consultiva, de administración— pasan en 1829 a las Juntas de Comercio,
que fueron objeto de otra monografía de Peraza de Ayala en el «Anuario
de Estudios Atlánticos>, 1959.
Su vida de poco más de cuarenta años no impidió al Real Consulado la realización
de valiosa labor en la defensa del siempre amenazado comercio insular.
Particular interés tiene el memorial que elevó en 1821 al que, con acierto, el autor
califica de precursor de la ley de Puertos Francos y de las particularidades de
nuestra región, justificativas de un especial trato en su economía.
Como, para atender a sus fines, percibía el 0,5°/„ de avería, a más de las multas
y otras penas pecuniarias, ello le permitió realizar una interesante actividad,
pero también ser blanco de las apetencias de otros, que poco tenían que ver con
sus fine- específicos, como cuando, en 1811, facilita al Cabildo de la Isla mil
pesos para los gastos de los diputados que habían de representar a Tenerife y La
Palma en las Cortes Extraordinarias del Reino.
Pese a estos y otros <fallos>, el Real Consulado contribuyó al arreglo del
muelle de Santa Cruz, a la reparación del camino entre este puerto y La Laguna,
adquirió un terreno para ensayos agrícolas, estableció cátedras de dibujo y agricultura,
cooperó activamente con la Real Sociedad Económica a la misión de la
misma, etc.
En fin, que esta institución era merecedora, como ahora lo ha hecho Peraza
de Ayala, de un estudio; pero no queremos terminar este breve comentario sin
que dediquemos un agradecido recuerdo a don Francisco Trujillo Hidalgo, a quien
se debe que el archivo del Real Consulado se conserve en el de la Mancomunidad
Provincial Interinsular, cuando, como tantos otros documentos que desaparecieron
para siempre, iba a ser trasladado y se hallaba ya en la calle para convertirlo en
pasta de papel.
L. R. O.
133
ALEJANDRO CIORANESCU: La Laguna. Guía histórica
y monumental.—La Laguna [Santa Cruz de Tenerife,
Lit. Romero], 1965.—Ayuntamiento de San Cristóbal
de La Lag'una.—264 págs. + 34 láms. en mayoría en
color, y planos en el texto y uno pleg^ado. 8°.
La Laguna, ciudad histórica y monumental, por lo menos en comparación con
la vecina Santa Cruz, cada vez más modernizada y despersonalizada, necesitaba
un buen libro-guia que hiciese destacar estos valores permanentes de su caserío
y de sus templos. Su utilidad, ya que no su necesidad, se notó mucho antes: de
fines del siglo anterior es la guía histórica, redactada por el presbítero Don José
Rodríguez Moure, uno de los pocos escritores laguneros que han sentido la ciudad
como algo inalienable. Que el común de sus conciudadanos vivía menos atento
a este sentir, lo podría probar que ese trabajo de Moure permaneció indefinidamente
inédito, hasta que el entonces recién creado Instituto de Estudios Canarios
se esforzó en 1935 en salvar tal desidia, publicando la obra de acuerdo con el
autor y añadiéndole unos apéndices de Leopoldo de La Rosa, en que se actualizaban
los datos concretamente anticuados. Curiosamente, la Guía de Moure, hace
años completamente agotada, no era realmente una guía de la ciudad, sino una
historia y descripción de sus instituciones, en realidad aquellas que le han dado
origen y vida propia; sin duda los monumentos se describían junto a las corporaciones
que los ocupaban, pero no estaba el libro pensado para acompañar de la
mano —o en la mano— a un curioso visitante, forastero o vecino. Tal vez por
esto la edición del Instituto, por su formato en 4°, sus gruesos caracteres, la ausencia
de gráficos, tampoco fue imaginada como guía manual, sino como libro de
consulta.
Ahora el Dr. Cioranescu, encargado —por una corporación municipal al fin
más viva, más cercana al corazón ancestral de la ciudad, presidida sucesivamente
por don Ángel Benítez de Lugo y por don José Luis Maury Morín y Verdugo— de
redactar una nueva Guia, la ha concebido de otro modo, sin desdeñar el material
que le ofrecía su precedente. Describe la ciudad repartida en siete itinerarios, y
los edificios notables, con las instituciones que en ellos o en otros se guarecen,
son tratados según van apareciendo ante el viajero o paseante.
La publicación de esta nueva Guia material y espiritual de La Laguna, que
ya lleva dos años cuando esto escribimos, fue muy bien acogida, aun no siendo
obra ligera dirigida a un público distraído en busca de amenidades. Una de las
buenes reseñas fue la de Salvador Lujan, en «La Tarde» de 24 de noviembre de
1965. Copiamos unos párrafos: «Ahora ha aparecido un nuevo libro sobre La
Laguna, un buen libro. Ha sido un acierto del Ayuntamiento de la ciudad poner
la tarea de escribir La Laguna. Guia histórica y monumental en manos de persona
tan conocedora del pasado de estas islas y de ambientación intelectual tan destacada
como el profesor A. Cioranescu . . . La Introducción con que encabeza la
obra es un estudio de auténtica penetración histórica y psicológica en lo que se
134
refiere a la síntesis informativa de la ciudad .. . Llana, en el centro de una extensa
veg^a rodeada de bosques hermosos y en la proximidad del agua de las fuentes,
fue el lugar elegido para la creación del primer núcleo urbano insular. Allí estaba
la laguna que diera nombre a la que se soñara antes de ponerse la primera
piedra, laguna que no fue desecada totalmente hasta tres siglos después, en el
año 1837. Magnifico ensayo de historiador estudioso y veraz, este primer capitulo
del libro, sencillo, claro, convincente, sin apologías ni parcialidades . . . hemos
visto surgir en sus páginas los contornos y relieves primeros de la bella
ciudad. Los templos, las vias y los móviles naturales que orientaron el proceso
de su conformación. La Laguna, en lo político y administrativo —copia—, ha sido
la misma isla de Tenerife. Concebida en un principio como una población única,
como una especie de república forzosamente autónoma, hasta cierto punto, dentro
del marco nacional español debido a su condición insular y a su dependencia a la
vez inmediata y lejana de la Corona de Castilla. En realidad —añade— la historia
de Tenerife es la evolución de ciudad a isla y del progresivo desmoronamiento
de su unidad administrativa. El profesor Cioránescu describe la trayectoria
de ese proceso y, al mismo tiempo, la evolución y crecimiento de La Laguna
a partir de los tiempos en que Fernández de Lugo, no sólo con la concepción de
su trazado, sino con el tesón y empeño que puso en la obra, le infundió relieve
material y vida orgánica». Hasta aquí Salvador Lujan, una de las firmas usadas
por un prestigioso periodista santacrucero. Sus palabras nos eximen de insistir
sobre el carácter y orientación general de la obra.
Sobre los orígenes del núcleo urbano ve bien Cioránescu las vacilaciones, la
carencia de un plan definido en los primeros tiempos (pág. 13); la zona de urbanización
fue considerada como «lugar público», de que cualquiera podía aprovecharse
libremente. No nos atreveríamos a sostenerlo literalmente, pero sí a admitir
que simples permisos verbales o simples ocupaciones sin permiso, pero consentidas,
bastaron para las primeras instalaciones de casas pajizas y corrales apenas
cerrados. Entonces hay que tomar con cuidado la afirmación, que se hace después,
de que la ciudad —la posterior por lo menos— era una fundación armónica, con
calles trazadas a cordel, con plazas bien distribuidas. Ni para la villa de abajo
puede admitirse un trazada sobre el terreno previo a la edificación. Se dejaron
vías anchas —hasta mucho más tarde no fueron calles— siguiendo los caminos
carretiles que el propio uso iba trazando entonces mismo, desde la entrada de
conjunto en San Cristóbal, hacia Santa María, la parroquia ubicada por los primeros
vecinos de la villa de arriba. Entre estas vías casi espontáneas, hoy Herradores,
Carrera, San Agustín y alguna intermedia, se dejaron uniones más estrechas y
poco o mal calculadas: todo da la sensación de un desarrollo libre, día a día sin
previo trazado —|que acaso, como cuadrícula habitual en Indias, hubiese sido
peor!— No es cierto que las calles tengan anchura uniforme, ni orientación bien
fija; antes sus lados ondulan sin razón y tienden a estrecharse en sus extremos,
contra toda conveniencia; más bien las calles más alejadas del centro, Jardín,
Briones . . . sin duda algo posteriores, presentan trazado más claramente intencional.
En fin, tenemos documentos en que se autoriza una calle no prevista, o al
135
contrario. Creo que La Laguna fue en su inicio una ciudad de trazado espontáneo
de los mismos que iban haciéndola, y tiene los defectos y alguna de las ventajas que
de ello podian esperarse. De los primeros creo que el mayor es la falta de una
buena plaza central aporchada, como tantas se hicieron en Indias. Algunas fechas
de este primer capítulo tal vez pueden precisarse mejor: hubo casa de consistorio
bastante antes de 1526, y los molinos de viento rodaron hasta más acá del cuarto
de este presente siglo.
Dejemos los orígenes que, además, salvo en este trazado de las calles, casi
nada han dejado hasta ahora: en la edificación la ciudad es toda de siglos más
recientes, poco del XVII y lo más del XVIII y XIX. Esta ciudad es la que es descrita
amorosamente, desde un punto de vista artístico e histórico, en los siete itinerarios
del autor. Esta pobre ciudad de La Laguna merecía un esfuerzo asi,
puntual y casi exhaustivo, pues tardará poco en pasar al dominio de los recuerdos
nostálgicos. Cioránescu nos describe extensamente las instituciones y los templos
con todo su contenido de arte o de historia, y a lo largo de las calles nos hace
entrar o contemplar desde fuera —pues por dentro ya no hay nada que ver— las
nobles casonas con escudos cuartelados y nos cita los «capitanes de caballos» que
fundaron la estirpe o fabricaron la casa, allá par el siglo XVII; pero suele evitar
hablarnos de lo que fue y ya no existe, por ejemplo, los grandes balcones de madera
que dominaban la calle de la Carrera, todavía cuando desfiló por ella el obispo
D. Luis Folgueras (1825), y aun seguramente cuando pintó la escena, hacia
1860, un aficionado local. María Rosa dedicó un artículo al Balcón del Chantre,
tal vez el último de ellos. Todo esto ya no está; es más, en los dos años transcurridos
desde que Cioránescu escribiese su trabajo, Icuántas cosas, cuántas casas ya
no están! La Laguna se va; rodeada como se halla la zona tradicional por vastos
espacios libres en los que cabe todo desarrollo y toda fantasía, parece que no
hubiese sido difícil, por lo menos hubiese sido posible, defender a ultranza esta
parte antigua, como se ha hecho y se hace en otras partes mejor o peor; pero no,
la especulación del suelo hace callar toda veleidad de prestigio y nobleza, y así, al
ver el adefesio levantado a la vista misma de la catedral y otros en germen y en
curso, ya se ve que todo control ha sido abandonado. La Laguna se va; menos
mal que también nosotros nos iremos, ¡y no vojjeremos más!
Elias SERRA
136
JUAN JERÓNIMO PÉREZ Y PÉREZ: Lucha Canaria (Manual
de Preparación).—Santa Cruz de Tenerife, Imprenta
Pekis, 1967.—114 págs. + 38 fígs. en XI láms.
y portada, en 4°.
Cada día si cabe, el deporte, en sus muchos aspectos, ocupa más lugar en la
vida de las modernas sociedades. Pero hay que reconocer que este lugar preponderante
se lo da un aspecto más bien aberrante del deporte: el espectáculo. Se
toman entradas de fútbol o de boxeo como se compran de cine o de toros; la in*
mensa mayoría de los aficionados son meramente pasivos.
No obstante, los orígenes de casi todos los deportes nos muestran que nacieron
sin pretensión de atraer públicos numerosos, sólo como medio de desahogar
el deseo espontáneo de ejercicio corporal y también el de competición o desafío
más o menos amistoso. Estos son los orígenes guanches de la Lucha Canaria,
cuando no se pagaban entradas, cuando apenas había diferencia entre luchador y
espectador. Era inevitable, desde luego, ante las masas de hoy, que la lucha nuestra
se convirtiese en espectáculo cerrado y regulado. Y mientras esto se haga bien,
esto es, con espíritu deportivo, es una realidad con la que hay que contar. De
una parte, la presentación reglada de este deporte, como de todos, ocasiona sus
gastos colectivos e individuales; de otra, es natural que los bravos luchadores
esperen alguna recompensa personal, tangible, por sus esfuersos y habilidades.
Es tradicional en este sentido la espontánea oferta del público al luchador victorioso,
y aunque esto, por típico, debe mantenerse, no puede bastar naturalmente,
que también los demás luchadores han puesto su fuerza y su agilidad en juego.
Pero, en fin, con el paso de la lucha de mero concurso espontáneo de fuerza
y destreza entre amigos, a deporte-espectáculo con entusiasmo de partidarios y
adversarios, se ha planteado el problema de la reglamentación y, con él, el de la
preparación. La reglamentación viene ya de tiempo; es precisa, desde el momento
en que hay un público que exige igualdad de oportunidades entre dos bandos en
lucha. Si se deja a la espontaneidad o a la costumbre, surge en seguida el ¡esto
no vale!, ¡esto es trampa!, como, ,n los juegos infantiles. Es preciso prever todos
los casos y fijar sus condiciones. Esto lo han hecho los prácticos, los mismos luchadores
y ex luchadores. Pero además ha surgido entre nosotros el indispensable
teórico, el que prevé y estudia no sólo todas las suertes y todos los casos que se
dan, sino también los que se pueden dar. Este benemérito estudioso de la Lucha
Canaria ya es bien conocido, es Juan Jerónimo Pérez, el autor de un vasto Tratado
técnico de la Lucha Canaria,^ con ilustración profusa de cada suerte de la misma,
y de un breve manual de divulgación, con ambición de difusión de este noble
deporte. Principios básicos. De la necesidad de estos tratados puede dar idea el
clamor que se levantó entre los aficionados y admiradores de la Lucha Canaria al
' Véase esta REVISTA, tomo XXVI, 1960, pág. 235.
137
contemplar ciertas familiaridadas que algunos arbitros se tomaron en el control
de los encuentros y que al romper el equilibrio objetivo entre los bandos luchadores,
por estimaciones ajenas a la lucha, produjeron justificada protesta. Deberá
exigirse a los jueces que en cada caso puedan citar el reglamento en que basan
sus decisiones, que no pueden quedar a simple estima.
Pero Juan Jerónimo no es un mero reglamentarista, aunque llena de calor con
su entusiasmo los mínimos detalles de la competición. El prevé lógicamente que
la lucha, habiendo pasado de simple improvisación entre compañeros a deporte
reglamentado, se anquilosará, se detendrá en su infinito posible desarrollo, si los
luchadores no aprenden metódicamente a luchar, a valerse de todos los recursos
de la lucha y no solamente de los que espontáneamente se les ocurran. De ahí
el librito que últimamente ha lanzado al público nuestro Juan Jerónimo, el Manual
de Preparación. Es un «método», no un reglamento o un estudio de la práctica
luchistica. Propugna que los luchadores deben aprender a luchar, deben multiplicar
intencionalmente sus recursos. La aspiración de Juan Jerónimo va todavía
más lejos: piensa en la escuela de preparadores, no ya de luchadores. A esto se
llegará, pero el sillar inicial está puesto con este tomito.
E. SERRA
Cincuentenario de la Catedral de La Laguna: Exposición
de Arte Sacro organizada por la Comisión diocesana
de Arte Sacro.—La Laguna, Instituto de Estudios
Canarios [1963]. 48 págs. y XXXII láminas. 4°.
Es ya bien antigua esta espléndida manifestación de arte que contemplamos
en las Salas Capitulares de la Catedral en septiembre de 1963. Sólo para registrar
aquí este Catálogo de la misma, debido a don Jesús Hernández Perera y que, por
causas ajenas a la voluntad de esta dirección, habia quedado pospuesto, que no
olvidado, volvemos a un asunto tan atrasado. La exposición sorprendió en su cantidad
y calidad, pues bien se sabia que la Catedral lagunera era, como tal, una fundación
reciente; sólo su precursora la parroquia de los Remedios pudo acumular
una herencia de esa categoría, y ello por ser el templo predilecto de las clases
distinguidas de la ciudad, desde su fundación. Desde luego la imagen que ella
sola llenaba la exposición es la talla de la Virgen de la Luz, de 132 cm. de alto,
del siglo XVI y de autor no registrado documentalmente. Todavía recuerdo la
impresión que me produjo esta imagen cuando la vi por primera vez, y no de cerca,
sino en la hornacina del retable de los Remedios en la Catedral. Oía misa al
otro lado del crucero, de frente a dicho retablo, y estaba habituado a ver ahí la
138
muñeca de vestir que sirve en la seo de imag'en de la Virgen de Candelaria. Aquel
día habia sido substituida, probablemente para exibirla en baldaquino especial, por
nuestra Virgen de la Luz. Cuando reparé en ésta, crei que no veía bien y, no dándoles
crédito, me restregué los ojos, ¡todavia sin antiparras!, para cerciorarme de lo
que estaba contemplando . . . Falta de documentación precisa esta magnifica imagen,
ha tenido que ser atribuida a diversos escultores notables, a base de conjeturas
y rasgos de estilo: Rodríguez de la Oliva, Alfonso Berruguete, un Maestro
Roberto, Juan Bautista Vázquez el Viejo, que es el escogido por Hernández Perera
(págs. 33-37). Ahora bien, don Pedro Tarquis, que es quien habia adelantado la
hipótesis Roberto, en nota de prensa de 18 de noviembre de 1965, se revuelve
airadamente contra el juicio del Dr. Hernández Perera, que califica de ataque personal.
Niega la atribución a Vázquez el Viejo, por fuertes razones cronológicas, si
exactas; y añade un ruego a esta RHC para que reproduzcamos su aclaración, lo
que hacemos, a pesar de entender injustificado el tono de la misma, pues Hernández
Perera trató el tema serena y objetivamente.
Elias SERRA R A F O LS
He aquí la nota de prensa aludida:
LA VIRGEN DE LA LUZ, DE LA CATEDRAL DE TENERIFE
ACLARACIÓN EN DEFENSA PROPIA
Siempre son enojosas las rectificaciones sobre cualquier materia, y más en este
caso, en que se trata del profesor don Jesús Hernández Perera, catedrático de Historia
del Arte, que tantos elogios lleva cosechados en el pais por sus meritorios
trabajos regionales. No le escatimamos los aplausos. Pero debemos rectificar.
El señor Perera raya casi en la obsesión de no dejar obra de nuestros templos
sin clasificar. Está bien. Se halla dentro de las actividades que ha elegido para
caminar por este mundo. Por el contrario, son extrañas a mis medios profesionales,
y cuando lo he hecho ha sido por amor a Tenerife, sin interés de ninguna
clase.
Pero lo extraño del caso a que me refiero es que el ilustre profesor se ha
equivocado.
Hace días, un amigo me trajo un «Catálogo de la Exposición de Arte Sacro>,
editado al cumplirse el cincuentenario de la construcción de nuestra Catedral.
En él desarrolla el citado señor un injustificado ataque contra mi. Se refiere a la
escultura destacadísima de la Virgen de la Luz.
Al tratar de esta Virgen afirma que fue tallada por el escultor Juan Bautista
Vázquez, el Viejo.
139
Tal clasificación la hubiese dejado pasar como otras veces. Pero como cita
repetidamente mi nombre debo aclarar que no es éste su autor.
No hacen falta discusiones técnicas. Sobran. Embrollarían la cuestión y
desorientarían al público.
La producción de Juan Bautista Vázquez, el Viejo, se encuentra desde 1550
hacia acá. La Virgen de la Luz en cuestión estaba en aquel templo, documental-mente,
con anterioridad al año 1534, y por consiguiente no puede ser de este
escultor.
Y advertimos que es la misma escultura de 1534, que no se ha cambiado.
Vamos a demostrarlo. De esta Virgen de la Luz fue propietaria, y la colocó en un
nicho que tenía dentro de la Capilla Mayor, Lorenza Velázquez. Bajo el nicho
había un altar y junto a él un panteón o bóveda en donde, al morir, en 1534, se
dio sepultura a la mencionada señora. Lo dispuso en su testamento cerrado, que
se abrió el 11 de mayo de 1534, ante Jayme, folio 1.122. En dicho documento
consta que ya estaba colocada allí la Virgen de la Luz que nos ocupa. Con ello
queda demostrado lo que vengo sustentando, pues esta talla es muy anterior a la
producción del repetido escultor.
Es verdad que en 1606 acordó el Beneficio de los Remedios hacer una nueva
Capilla Mayor, dándole profundidad y volumen, y sólo se dejó en ella el Retablo
Mayor. Se obligó a los herederos de Lorenza Velázquez, que por esos años lo eran
Salvador Fernández Villarreal y su mujer, doña Antonia de Castro, a llevarse a su
casa la talla de la Virgen de la Luz, para despejar dicha capilla. Pero al construir
más tarde en las naves de aquella misma iglesia de los Remedios el mencionado
Fernández Villareal una capilla de su propiedad con título de San Salvador
(la cual contrató con el celebrado maestro de La Laguna Juan Afonso, cantero),
volvió a llevar a esta capilla la imagen de aquella Virgen que tenia en su casa.
Desde entonces no salió de la citada iglesia, que sepamos.
Este artículo se perderá en el océano de las hemerotecas. Como el trabajo
del señor Hernández Perera se publicó en un folleto perdurable, se suplica a los
dirigentes de la «Revista de Historia Canaria» sea recogida esta rectificación en
sus páginas, para que conste en todo tiempo. Gracias.
Pedro TARQUIS
18 de noviembre de 1965
140
IvAR LISSNER: Civilizaciones enigmáticas.—Barcelona,
Bruguera, 1966.—444 págs. 8°, con numerosas láminas
y mapas y esquemas en el texto.
Un caso lamentable. Una obra para el gran público que, a copia de colaboraciones
desgraciadas, resulta una vergüenza editorial. Un autor, con una formación
tan amplia como ligera, que se propone un fin comercial, de captación del público
de media cultura; una traductora que desconoce el tema en que trabaja, pero tampoco
domina el alemán que traduce ni el español en que escribe; un editor inconsciente,
que no se da cuenta del lio en que se ha metido, o acaso no le importa, con
tal de conseguir venta; unos impresores y correctores que ya han renunciado de
antemano a entender lo que componen y se sienten felices con enhebrar tipos, y
salga lo que saliere. En fin, con seguridad, una masa de lectores de buena fe que,
cuanto menos entienden lo que leen, creen que más grande es el enigma que se
oculta en la moderna ciencia y en las antiguas culturas humanas.
Dejaríamos en paz esta compleja alianza de ineptitudes, no muy rara al fin y
al cabo en las medias culturas bachilleriles que nos dominan, si no hubiese caido
bajo nuestros ojos pecadores un capítulo de la obra que lleva el título Las Islas
Canarias. En sus 15 páginas se concentran y espesan todos los disparates que en
el resto del libro se hallan debidamente distribuidos en los lugares adecuados.
Como exordio se traslada un extenso pasaje de Pausanias sobre los sátiros, que
poco más allá se convierten en «satíricos> y que, al parecer, se identifican con
nuestros amigos los guanches.
Trata luego de dar una idea objetiva, aunque ponderativa, de nuestras islas,
pero en seguida recae en los «autores» tan bien entendidos, que de Hesiodo dice
que tmenciona los gorgoritos que se practicaban en el oeste océano» (?) y nos enseña
que Lanzarote y Fuerteventura están situadas al oeste del grupo canario,
pues constantemente traduce Ost por Oeste, lapsus que no puede proceder sino de
la poliglota traductora, que jamás se da cuenta de los dislates en que incurre a
consecuencia de este y otros errores, como cuando traduce sobre donde debía escribir
en. Es inútil insistir, pues el autor no es mejor que la traductora; la etimología
del nombre Canarias le lleva a pintorescas divagaciones sobre los canes sin
pelo y la traída de la caña dulce mucho antes de la conquista.
Por lo demás el autor sabe, o cree saber, demasiado. Hubiese sido mejor que
ignorase a Eufanto, a «Ben Farroukl», al «velero francés» de 1330 —no sería desde
luego una motonave—. De las Islas sabe que la roca de Idafe está en Las Palmas
y que cayó cuando la conquista, según estaba vaticinado; que los guanches, si bien
tenían vasijas de arcilla, no conocían la alfarería, etc.
Lo curioso es que, como decía antes, el resto de libro, referente a otras culturas
antiguas, no parece tan disparatado, aunque la traducción no es mejor; sin
duda el autor ha seguido más dócilmente a sus fuentes; pero en cuanto a Canarias,
como nadie sabe nada, se ha creído autorizado para desbarrar por su cuenta.
En fin, recomendamos a nuestros lectores, a menos que se propongan descifrar
141
enigmas hispano-alemanes, se abstengan de la lectura de esta clase de publica
clones de «vulgarización» de errores y fantasías.
E. SERRA
VICENTA CORTÉS: La esclavitud en Valencia durante
el reinado de los Reyes Católicos (J479-15J6).-\/a-lencia,
Publicaciones del Archivo Municipal, 1964.—
546 págs. 4°.
Esta obra, que nos ha llegado con bastante retraso por causas ajenas a nuestra
voluntad, constituye una aportación muy valiosa en un campo en el que, como
dice su autora en la Introducción, al comentar la Bibliografía, no se d.spone de
abundantes obras científicas, a pesar de haberse escrito tanto sobre este punto
concreto, por lo que se refiere al periodo estudiado.
La base fundamental del libro la suministran los documentos valencianos.
Gracias a la diligencia de los funcionarios reales en llevar a afecto las leyes de la
forma más estricta y a no desatender en lo posible los deberes que les estaban cometidos,
la ciudad presenta un rico filón de noticias relativas a la esclavitud En
total 1.602 documentos correspondientes a los años que van d"de 1479 a 1516.
cuyos resúmenes ocupan las páginas 217-471. Desde las páginas 472 hasta la 544
se transcriben 65 documentos íntegros. La importancia de este conjunto es obvia.
El desarrollo del proceso esclavístico ocupa los 6 capítulos en que esta dividido
el trabajo. Esta distribución comprende las causas de la esclavitud, su procedencia,
las relaciones entre los esclavos y la Corona, los ingresos que estos reportaban
a las arcas reales, el mundo mercantil y la colocación de los cautivos.
En ellos surge ante nuestros ojos de una manera viva el gran auge comercial que
mantiene Valencia. A su puerto llegaba, con otras mercancías, la humana, de los
1 • j - - V ;.,„•« . Ino r<!c-lnvos se destaca toda una serie de circuns-lugares
mas dispares. Y junto a los esclavos ac ucc,
c ;„., i„„~r ..1 interés real, pues el gravamen sobre cada pie-tancias
anejas, hn primer lugar el ínteres rcaí, H S t-za
constituía un ingreso constante e inmenso y se verificaba con toda exactitud a
través de una administración realmente eficaz y activa que no se descuidaba en
sus atribuciones. Después, el interés de los mercaderes por cumplimentar estas
prescripciones de la Corona para evitar mayores males en sus transacciones comerciales.
Finalmente, la vida del esclavo, una vez pasados todos estos avatares,
transcurre junto a su amo. Sólo le queda la ilusión o ansia de liberación, termino
final de las aventuras.
El libro se enriquece con una serie de índices que ocupan las páginas 147
hasta la 216. No es preciso resaltar la utilidad que proporciona su manejo. Las
142
ilustraciones de mapas y gráficos, además del prólogo de Javier Malagón, completan
este magnífico trabajo.
Ahora vamos a concretar algunos párrafos dedicados a los esclavos procedentes
de Canarias. En la pág. 37, en el apartado Apresados por naves, se incluye a
los canarios. Se dice expresamente: «Fue la forma habitual de conseguir esclavos
canarios durante los años 1494 y 1495, pues muchos de los cautivos de las islas
declaraban haber sido tomados por naves cristianas que iban a sus tierras para
cargar sus bodegas . . . > En esos años ya se habia terminado la conquista de La
Palma y comenzado la de Tenerife. Se sabe que por esas fechas Lugo esclavizó
una gran cantidad de palmeros y muchos tinerfeños, según se relata en la pág. 54,
al hablar de los canarios. ¿No estarían esas naves en inteligencia con los capitanes
españoles e incluso con los gobernadores de Gran Canaria? Pues nos parece
que este momento no sería propicio a intervención distinta de la del jefe de conquista
o a la por él permitida. Habia que pagar a los acreedores que continuamente
reclamaban sus intereses. Nada mejor y más lucrativo que un buen cargamento
de esta mercancía isleña.
En las págs. 59 y 145 se dice: «Los canarios tuvieron sus propios defensores
en los poderosos caciques que fueron fieles a los reyes castellanos', y «Los canarios,
al menos, tuvieron como valedores a sus caciques, poderosos amigos de los
monarcas». Desearíamos saber qué quiere expresar la autora con la palabra caciques.
Suponemos que se refiere a los indígenas que hacen llegar sus quejas a la
Corte de los Reyes en favor de sus hermanos de raza, con gran tenacidad, sin
desfallecimiento. Los casos se van resolviendo poco a poco, con una lentitud que
pone más de manifiesto la perseverancia de los naturales, y que no siempre llegan
a feliz término, porque otras manos hacen paralizar todos sus esfuerzos. Pero, si
fallan unos, se procura por otros medios conseguir la libertad. Acaso más eficaz es
la acción de los Obispos, que no creemos se incluya en aquel concepto de caciques.
En la pág. 54 vemos con gusto que reconoce la presencia de Münzer en Valencia,
que la autora, al parecer, había puesto en duda en un trabajo anterior
(«Anuario de Estudios Atlánticos», núm. 1, pág. 496).
Finalmente sólo nos resta felicitar a su autora por este estudio, que viene a llenar
un vacío en una época tan trascendental como la de los Reyes Católicos.
M. M.
143
CHARLES VERLINDEN: Gli iialiani neli economie delle
Canarie alV inizio della colonizzazione Spagnola.—
Stratto de «Economía e Storia». Rivista italiana di
Storia Económica e Sociale (2-Anno-1960).
El autor ha publicado una serie de artículos referentes al mismo tema, donde
destaca el importante papel económico desarrollado por los italianos, primero en
España y luego en las posesiones espafiolas. Algunos de estos estudios ya han
sido objeto de comentarios en esta misma Revista por el Dr. Serra y por la que
suscribe (núms. 101-104; págs. 319-322, y núms. 105-108, 1954, págs. 189-190).
Ahora hetnos tenido noticia, |y con cuánto retraso!, del trabajo que reseñamos.
Todos ellos responden, en general, al plan concebido y puesto en práctica,
en la medida de lo posible, por el profesor Verlinden, es decir, salir del campo de
las generalidades y suposiciones y entrar en el de los hechos concretos e individuales.
Pues bien, en este artículo nos muestra a un conjunto de italianos radicados
en Tenerife, La Palma o Gran Canaria, como estantes o vecinos, que se dedican
a las transacciones comerciales, sin desdeñar ninguna modalidad. Así, tan
pronto se nos presentan estos extranjeros como vendedores al por menor que como
exportadores al por mayor; tan pronto realizan especulaciones financieras de todo
tipo como intervienen en empresas más modestas y por lo tanto de menor rendimiento
económico. Todos estos datos específicos los va sacando el autor principalmente
de los trabajos de la escuela histórica canaria, unos ya impresos y otros
materiales inéditos que le han sido suministrados desde aquí. Los estudios son
los siguientes: EMMA GONZÁLEZ YANES y MANUELA MARRERO RODRÍGUEZ, Extractos
del escribano Hernán Guerra. La Laguna, J 508-1 Sí O, La Laguna, Fontes, Vil,
Instituto de Estudios Canarios, 1958; EMMA GONZÁLEZ YANES, Importación y exportación
en Tenerife durante los primeros años de la conquista (1497-1503),
RHC, 1953; MARÍA LUISA FABRELLAS JUAN, La producción de azúcar en Tenerife,
RHC, 1952; MANUELA MARRERO RODRÍGUEZ, LOS genoveses en la colonización
de Tenerife, 1496-1509, RHC, 1950, y De la esclavitud en Tenerife, RHC,
1952. Posteriormente hemos vuelto sobre el mismo tema en un breve artículo titulado
Los italianos en la fundación de Tenerife hispánico, Stratto da Studi in
onore di Amintori Fanfani, 1962.
El Dr. Verlinden pone una vez más de relieve la urgente necesidad de exploración
sistemática de los archivos, pues sólo de este modo se nos presentará
en toda su amplitud la compleja actividad económica de los italianos, en particular
de los genoveses, actividad que no se limita solamente al recinto del Archipiélago
Canario, sino que, pasando por la Península Ibérica, alcanza el centro y
occidente europeo. Un verdadero comercio de importación y exportación. Se
traen tejidos de Londres, Holanda, Flandes, etc., que llegan por mar y por tierra
—a través del norte de Italia— a las Canarias directamente o por medio de los
puertos del Guadalquivir —Sevilla y otros puertos de la Baja Andalucía—. De
las Canarias pasarían a América Central. Los productos de las Islas, el primero
144
de ellos el azúcar, recorren el camino en sentido inverso hasta llegar a Amberes,
donde se comenzaba, al iniciarse el siglo XVI, a desarrollar una importante industria
de refinería.
En esta perspectiva, las Canarias, casi a los pocos años de su anexión a la
Corona, se encuentran inmersas en la historia económica universal, debido en parte
a su situación estratégica, y en parte a estos italianos que con su formación
económica de varios siglos hacen posible y se lucran de la prosperidad que ellos
mismos inician junto a los catalanes y castellanos.
La fecha de 1484, que el autor atribuye para la estancia en Tenerife de Antonio
Franchi Luzardo, es seguramente una errata de imprenta.
M. MARRERO
JUAN MARRERO BOSCH: Germán o Sábado de Fiesta.
Las Palmas. Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de
Gran Canaria, 1967.—100 págs.
Nos llega un nuevo volumen de la sección de Lengua y Literatura publicado
por la Comisión de Educación y Cultura del Cabildo Insular de Gran Canaria y
que había merecido el premio de teatro Pérez Galdós. Lo prologa Claudio de
la Torre.
Germán o Sábado de Fiesta presenta una nueva formulación dentro del teatro
canario consistente, y ése es su mayor logro, al no caer en el explotado tipismo
y desarrollar la acción casi sin trama.
La obra plantea el problema de un idealista social dentro del seno de una
familia económicamente débil y con aspiraciones materialistas; la convivencia con
un «rico» ajeno a la familia provoca una serie de reacciones que van desde el odio
al mimo.
El autor usa con habilidad algunos de los recursos de ambientación escénica,
tales como risas conjuntas y escandalosas de los vecinos, que en el pasaje final de
la pieza tanto refuerzan la situación pretendida; o el ruido periódico de un ascensor
que prepara la entrada de Germán en un clima tenso, contribuyendo además
a conseguir la distancia debida entre escena y público. Es así cómo a lo largo de
la obra se transmite la impresión de que Juan, cansado de la situación anómala
familiar, ha matado a Germán, perturbador de la autenticidad.
El elogio de Claudio de la Torre nos parece, sin embargo, excesivo. Textualmente
asevera que es <una de las contadas comedias extraordinarias no habituales
en la actual producción»; en honor a la verdad hay que señalar ciertas deficiencias
en el tratamiento de algunos personajes, tan complicados como incoherentes (Ana
145
y Juan) y un indeciso intento de denuncia social expreso en incidentales frases
como esta: «una de las medicinas nos la paga el sej^uro».
La edición, muy bien atendida como todas las publicaciones que hasta ahora
ha ofrecido el Cabildo g^rancanario, corre al cuidado de Ventura Doreste y Alfonso
de Armas, siendo la tipografía de Lezcano.
Carlos PÉREZ REYES
PEDRO AGUSTÍN DEI. CASTILLO Ruiz DE VERGARA:
Descripción histórica y geográfica de las islas Canarias,
acabada en 1737.—Edición critica, estudio bio-bibliográfico
y notas de MIGUEL SANTIAGO.—Prólogo
por el Excmo. Sr. D. RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL.—Tomo I,
fase. I-V.—Madrid, Ediciones de «El Gabinete Literario
» de Las Palmas, 1948-1960.—4", XLIV + 278 y
2770 págs.
Esta obra, que hemos visto señalada como novedad de librería para enero de
1968, a pesar de las fechas que lleva en la portada, ha sido reseñada ya, por don
Elias Serra, en nuestra Revista (Vol. XXV, de 1959, págs. 279-281). Es verdad
que sólo se podía disponer entonces de los fasciculos 2 y 3, y que sólo a ellos se
refiere la reseña mencionada; pero, según la conocida expresión de Osear Wilde,
«no precisa comerse el huevo por entero para darse cuenta de si está fresco». Don
Elias Serra nos parece haber caracterizado perfectamente la obra y su edición,
aun limitándose su juicio a la mitad del texto y sin tener a la vista la introducción
del editor. Por otra parte, la oportunidad de esta segunda reseña podría
parecer tanto más dudosa cuanto que la edición emprendida por don Miguel Santiago
sigue todavía sin terminar: los cinco «fascículos», que son más bien tomos
abultados, sólo forman la primera parte de la edición. Sin embargo, será útil siquiera
señalar a los lectores la terminación, si no de la empresa, por lo menos de
la edición del texto de Castillo propiamente dicho; la importancia material de la
obra y el acopio de informaciones que ofrece al investigador lo merecen con creces.
También lo merece, sin duda alguna, la incansable actividad del editor, a
quien tanto deben los estudios canarios. Don Miguel Santiago, colaborador de
esta Revista y secretario de redacción del «Anuario de Estudios Atlánticos», es
persona bastante conocida entre los estudiosos, para que sea útil volver a señalar
sus actividades. Su preparación de bibliógrafo, a la que debemos una excelente
reseña anual de la literatura referente a Canarias, y de archivero, así como
su pasión para la técnica de la edición, lo indicaban de antemano para una empresa
RHC, 10
146
de esta envergadura. El mismo hecho de haberla llevado a cabo, a través de mil
dificultades y a pesar de mil escollos que es fácil adivinar, cuando se contempla
el resultado, es en cierto modo un éxito, así como la prueba de un tesón que ya
no hacía falta documentar. Lamentamos, desde el principio, el que un esfuerzo
de esta calidad, a la vez que de esta importancia material, se ha aplicado en beneficio
de un texto que, sin duda alguna, no lo merecía.
Naturalmente, no sería posible en una reseña, por extensa que fuera, dar cuenta
de todos los problemas que suscita, que resuelve o que deja sin resolver una
obra de estas proporciones. No cabe, pues, entrar en detalles. Nos limitaremos
a examinar simplemente la obra publicada, la técnica de la edición y la importancia
de la aportación bibliográfica del editor.
Acabamos de decir que el cronicón de don Pedro Agustín del Castillo no
merecía un esfuerzo editorial tan considerable. Ello no quiere decir que no mereciera
ninguno, sino que la desproporción entre la importancia histórica de la obra
y la del aparato científico que la rodea es chocante. Castillo es un compilador
tardío, el último de Canarias, y su obra tiene muy limitado interés histórico. Personaje
distinguido en la aristocracia isleña, más que regularmente instruido y
curioso a la vez que enamorado del pasado de sus Islas, ha compilado, como lo
hacían muchos intelectuales isleños, una historia de Canarias, a base de los textos
tradicionales, con adición de unas cuantas observaciones propias, que desgraciadamente
son pocas, y unas cuantas fantasías personales. Basta con examinar las
pocas citas y menciones que de él hace Viera y Clavijo, para comprender cuan
exigua es la contribución de Castillo a la historia insular. Por otra parte, su obra
no tiene ningún interés estilístico, sino que está escrita en una lengua desgarbada,
a menudo incorrecta, siempre pesada, amazacotada e inexpresiva. Véase un
ejemplo, que se puede multiplicar un número infinito de veces: «pero faltando en
toda aquella isla, y Lanzarote, montañas de madera, y que sólo avía de palmas,
dificultaba mucho en esta parte la obra para perficionarla, si tuvieran de otras
suficientes» (pág. 201). En fin, en orden a critica histórica, el valor de la obra es
tan modesto CO.TIO en los demás aspectos que acabamos de mencionar.
Esta opinión no es, o por lo menos imaginamos que no debería considerarse
como «depresiva de la obra de C a s t i l l o , como le parece al Sr. Santiago la opinión
similar que ya había expresado don Elias Serra {introducción, página 256).
Castillo no es ni gran historiador ni gran escritor: ¿no se puede decir lo mismo
de todos cuantos le han precedido inmediatamente, de Marín y Cubas, de Núñez
de la Peña, de José de Sosa? Es cierto también que la proximidad de Viera y
Clavijo les desprestigia enormemente. Pero incluso sin recurrir a esta comparación,
que seria injusta, no vemos qué se podría elogiar en la obra de Castillo, a
no ser su misma existencia: y es exactamente lo que hicieron todos los autores que
cita el Sr. Santiago (págs. 252-256) por haber elogiado a don Pedro Agustín.
Prudentemente, el mismo Sr. Santiago nada añade a estos elogios: lo que estima
en él es «el gran número de autores que cita> (pág. 225), el manejo de documentos
y de observaciones personales. El estilo «merecería un estudio especial» (246),
y echamos de menos una valoración histórica de la aportación del autor canario.
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Repetimos que todo ello no pretende decir que la obra de Castillo no merezca
los honores de la imprenta. Una edición de este texto existía, además, impresa
en 1848 por la «Biblioteca Isleña» de Tenerife, y como los ejemplares de la misma
son sumamente raros en la actualidad, puede decirse, al contrario, que una reedición
era de desear. Lo que lamentamos, pues, no es la edición de Castillo,
sino el desperdicio y el derroche de la erudición del Sr. Santiago y, por decirlo
asi, su plena dedicación a un trabajo de tan escaso interés, cuando sus dotes, sus
conocimientos, su pasión y su admirable tesón hubieran podido servir para bastante
más.
Pasando al modo de concebir y presentar la edición, en donde más a su gusto
y más a sus anchas se encuentra el Sr. Santiago, observamos desde el principio
una curiosa contradicción. Aparentemente, el mayor esfuerzo del editor consiste
en ofrecer al estudioso un texto depurado, limpio de escorias, seguro e indiscutible,
cosa que, también aparentemente, hubiera debido resultar fácil, ya que el editor
disponía, para ello, nada menos que del borrador autógrafo de su autor y de
una copia corregida por el mismo. Además, todos sabíamos, por sus demás trabajos
y por su constante y minuciosa aplicación a las tareas de redacción del
«Anuario de Estudios Atlánticos», que el Sr. Santiago es sumamente escrupuloso
en los más insignificantes detalles de la critica textual, no sólo valiente esgrimidor
del corchete y de la variante, sino también puntilloso y atento a todo
cuanto se refiere a la limpieza, a la pulcritud y al más seguro establecimiento de
los textos.
No podemos decir que el editor nos haya defraudado, desde este punto de
vista. La escrupulosidad en la reproducción del texto y de las variantes más insignificantes
no hubiera podido ser mayor: en un solo capítulo (I, 13), la variante
ortográfica Béthencourt (con h) se repite 16 veces en cinco páginas; todos los
cambios de página de los tres manuscritos compulsados se indican escrupulosamente;
todas las características ortográficas, por molestas o intranscendent