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ALMOGAREN. 20. (97). Pags. 31-51 D CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS ELISA ESTEVEZ LOPEZ PROF. DE SAGRADA ESCRITURA. UNIVERSIDAD PONTlFlClA COMILLAS E s un hecho que, en la actualidad, la construcción de nuestras histo-rias personales y colectivas recibe influencias desde dos movimientos sociales y culturales contrapuestos. Desde las esferas del poder -cuyos tentáculos se extienden a nivel planetario-, se propugna una mundialización de la cultura del consumo, de la efectividad en la producción, del éxito de los fuertes, de los listos, de los que tienen. Aquellas personas que no son rentables, que tienen discapacidades psíquicas o físicas se dejan a un lado, como sub-productos que deben quedarse en los márgenes de la historia. Igualmente, los colectivos que se identifican con unos presupuestos culturales diferentes y que reclaman construirse en torno a valores como el compartir, la comunión con la naturale-za.. . no interesan. Se les excluye y castiga con actitudes y praxis sociales y cul-turales de intolerancia y de discriminación. Frente a este movimiento, existe hoy una fuerte afirmación de las culturas locales. Se siente la necesidad de reafirmarse en la identidad colectiva: identidad étnica, cultural, nacional, de género, religiosa.. ., y de defender el derecho a ser y actuar diferente. La afir-mación de lo local no constituye necesariamente un movimiento cerrado y que aisle a unos grupos de otros, rompiendo las bases de unidad fundamental del género humano. Al contrario, desde esta convicción, se afirma la necesidad de construir la "aldea global" desde el reconocimiento de las diferencias. Afirmar 32 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS el valor de la pluralidad en la construcción de la unidad es garantía de relacio-nes recíprocas marcadas por la igualdad y la fraternidad. Es esta sociedad, cada vez más consciente de la diversidad de grupos y personas que la conforman, donde valores como pluralidad, tolerancia, demo-cracia, libertad para la comunión y el entendimiento entre las distintas cultu-ras y religiones, la que nos aboca a una reconstrucción crítica de nuestros orí-genes cristianos que rescate su potencial liberador en este sentido. La Iglesia, que no permanece al margen de estos procesos, tiene planteado un reto importante: vivir y comprender su unidad y catolicidad, asumiendo el pluralis-mo existente en nuestro mundo y, por otro lado, asumiendo los desafíos que le plantea la inculturación del Evangelio. El re-encuentro en verdad con nuestra historia eclesial, con las heren-cias recibidas de aquellos y aquellas que nos precedieron en la fe, es funda-mental para una vivencia más enriquecida y potenciadora de nuestro compro-miso con la construcción del Reino desde el seno de nuestras comunidades cristianas. Por tanto, es necesario que las investigaciones de loslas estudiosos/as del desarrollo y crecimiento de la Buena Noticia de Jesús en los comienzos del cristianismo se abra a todas las personas -mujeres y hom-bres- y a todos los grupos que viven tras las huellas del Resucitado. Se nos ha transmitido una visión monolítica y unilateral del nacimiento de la Iglesia, como si su evolución hubiese sido lineal y sin rupturas. A partir de la visión simplificada e idealizada que refleja el libro de los Hechos, se han justificado concepciones teóricas que hacen hincapié en la homogeneidad y la uniformidad. "La concepción bíblico-historicista de los orígenes del Cristianis-mo impera todavía en muchos manuales y en la conciencia de numerosos cris-tianos y teólogos. Según esta concepción, Jesús instituyó la Iglesia, ordenó a los doce y determinó las formas institucionales de la Iglesia. Los apóstoles conti-nuaron la misión y la obra de Jesús y su mensaje se codificó a su vez en el Nuevo Testamento como Sagrada Escritura. Todos los desarrollos ulteriores han sido deducidos de la revelación de Dios en la Escritura y la Iglesia verdade-ra nunca se ha desviado de la tradición apostólica"(') Los Hechos de los Apóstoles, y más en concreto, los sumarios (2,42-47; 4,32-35; 5,ll-16), han generalizado y tipificado una imagen ideal de la Iglesia naciente como prototipo para todas las demás. No obstante, una mirada pau-sada sobre los acontecimientos concretos que se nos narran en los Hechos, nos devolvería una imagen más real, donde se daba el fraude (Ananías y Safira, 5,l-11) y existían diferentes conflictos como, por ejemplo, el que se da entre (1) E. SCHUSSLER FIORENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989,106. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 33 los hebreos y los helenistas en Jerusalén (6,1-6); y donde la persecución, no siempre es sufrida por la totalidad de la Iglesia (8,1-3). Lo que Lucas preten-dió que fuera horizonte de sentido y aliento en la construcción de la fraterni-dad y en el compromiso por el Reino, se tomó en sentido literal como realidad incuestionable de la pureza de los tiempos fundacionales. En los siglos siguientes, Eusebio de Cesárea (s. 111-IV d.C.), reforzará esta imagen, buscando con ello, legitimar la Iglesia de Constantino. Se basa en las palabras de Hegesipo, quien afirma que "hasta aquellas fechas la Iglesia permanecía virgen, pura e incorrupta" (H.E. III,32.7; IV,4). Según su testimo-nio, después de la muerte del último apóstol habría entrado en ella el error y la corrupción. Las consecuencias de una visión tan simplista no pueden ser más negativas: el presente eclesial, con todas sus riquezas y contradicciones, es visto como malo frente a un pasado original puro y sin mancha. Desde esta concepción dualista de la historia de la Iglesia, surgen los voluntarismos intransigentes que, o bien critican absolutamente todo, o bien justifican y legi-timan su propia y exclusiva visión eclesial. Se dificulta, por otra parte, el que los creyentes maduren en su fe, y sepan dar razón de su esperanza (1 Pe 3,15). Sin embargo, nada más lejos de la realidad de la naciente Iglesia, como se han encargado de demostrar numerososlas exegetas y teólogoslas Basta una lectura atenta y crítica del Nuevo Testamento para darnos cuenta que, los primeros tiempos se caracterizaron por una pluralidad de tradiciones, que no siempre se vivieron en armonía. Es un dato hoy incuestionable la presencia de los numerosos conflictos que tuvo que asumir la Iglesia naciente, que se con-formaba a partir de diversidad de concepciones teológicas -a veces en abier-ta contradicción-, de comunidades con problemáticas sociales, políticas, eco-nómicas, culturales.. . diversas, y, por tanto, con praxis también diferentes. Las polémicas se centraban no sólo en la vida interna de las comunidades, sino también los modos concretos en que se plasmaba el compromiso de los cre-yentes con los retos que la historia les planteaba. En abierta fidelidad al Evan-gelio de Jesús, los distintos grupos cristianos responden creativamente a las necesidades sentidas. La pluralidad de respuestas viene exigida también por la multiplicidad de situaciones internas que se les plantean y por la distinta pro- (2) Son numerosos los estudios críticos que encontramos y que pueden tomarse para una mayor profundización. Señalaremos solamente algunos: R. AGUIRRE, Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, DDB, Bilbao 1987; R. BROWN, Las Iglesias que los apósto-les nos dejaron, DDB, Bilbao 1986; H. KOSTER, Introducción al Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1988; J.M. ROBINSON - H. KOSTER, Trajectories through Early Christianity, Philadelphia 1971; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989; R. VELASCO, La Iglesia de Jesús, Verbo Divino, Estella 1992. A un nivel más divulgativo, pueden consultarse otras obras: J.I. GONZALEZ FAUS, Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio eclesial, Sal Terrae, Santander 1989. J.J. TAMAYO-ACOSTA, Hacia la comunidad. Iglesia profética, Iglesia de los pobres, Trotta, Madrid 1994. 34 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS veniencia de quienes se integran en las comunidades. En unos casos, se tratará de los problemas que surgen a partir de la comunión de mesa entre gentiles y judíos, del proceso de diferenciación y ruptura con el judaísmo, de los falsos doctores que amenazan la identidad de las iglesias de las Cartas Pastorales, etc. Al amparo de una autoridad apostólica (o discípulo de algún apóstol) y, vinculadas a lugares geográficos concretos, fueron creciendo distintas tradicio- - - nes y comunidades, tal y como se nos conserva en los testimonios de los textos bíblicos y en otros escritos de la literatura cristiana primitiva. Las autoridades de Juan, Pedro, Pablo, Santiago ... les dieron legitimidad y les aseguraron un puesto en la Iglesia naciente, si bien algunas de ellas se configuraron como tra-diciones dominantes. Todas ellas se entienden solamente en referencia las unas a las otras. Se trata de tradiciones dinámicas, que se fueron plasmando en un proceso evolutivo en el que intervinieron muchos factores. Se influye-ron y se condicionaron mutuamente, puesto que coexistieron en los orígenes cristiano^'^), es decir, en el momento en que las comunidades se enfrentan con la tarea de dar continuidad al Proyecto de Jesús, pero con una ausencia signifi-cativa, la de los testigos oculares. Nos encontramos, adoptando la terminolo-gía de R. Br ~wn ' ~en) , e 1 período sub-apostólico, caracterizado por la desapari-ción de los discípulos y discípulas que habían hecho camino con el Maestro. Es, en esta época, cuando se redactan la mayoría de los escritos neotestamen-tarios, vinculados a unas u otras tradiciones, y donde hallamos el testimonio claro de la preocupación existente en todas ellas por la fidelidad a Jesús. Explicar los procesos de formación y desarrollo de las comunidades nacientes exige tener en cuenta esta complejidad de vida y de pensamiento. Por otra parte, desde el mundo de la exégesis hecha por mujeres nos llega igualmente el reto de reconstruir estos principios desmontando prejuicios androcéntrico~(y~ d)e jando que emerja el protagonismo de las mujeres en las iglesias cristianas primitivas. Sólo de este modo es posible recuperar el pasado en toda su verdad, y abrirnos a un futuro l iberad~r '~L)a. historia de los oríge- (3) Algunos estudiosos prefieren hablar de trayectorias en lugar de tradiciones. De esta manera, quieren reflejar mejor el carácter dinámico y evolutivo de las tradiciones. Las trayectorias del cristianismo primitivo se abordan desde distintos criterios: el motivo lite-rario (los "Logia", los milagros. ..), la vinculación del cristianismo primitivo a determina-das ciudades y las tradiciones vinculadas a una figura apostólica. Así, R. AGUIRRE MONASTERIO en Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1991, 9. La obra clásica en este sentido en la de J.M. ROBINSON y H. KOSTER, Trajectories through Early Christianity, Philadelphia 1971. (4) R. BROWN, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1989, 15-16. (5) La mentalidad androcéntrica y patriarcal está presente, en primer lugar, en los mismos textos bíblicos y en los escritores del cristianismo primitivo, y en segundo lugar, se refleja en la interpretación que algunos autores hacen de los orígenes cristianos. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 35 nes cristianos, contada como tantas otras, por los varones pretende ser hege-mónica, es decir, pretende que sus puntos de vista, sus énfasis, sus historias, sus silencios.. . sean los de todos y todas. Sin embargo, es imprescindible intro-ducir la categoría de género como un nuevo paradigma hermenéutico desde el que abordar los orígenes cristianos. Borrando de la memoria las historias de las mujeres y silenciando su modo peculiar de enfrentar la vida, de sentirla y razonarla, de comprometerse y vivenciarla, no conseguimos sino poner en peligro la integridad y la universalidad de la Iglesia naciente. La reconstrucción crítica de nuestros orígenes cristianos fortalece y acrecienta nuestra fe, ofrece pautas de discernimiento en el claro-oscuro de nuestro caminar eclesial, nos enriquece y vivifica con experiencias inéditas, nos libera de dualismos inoperantes y destructivos. Mi exposición constará de varias partes. En primer lugar, me centraré en la experiencia de los discípulos y discípulas de Jesús, inmediatamente des-pués del acontecimiento pascual. El estudio del cristianismo primitivo se puede abordar a partir de tres grandes criterios: a) trabajando las tradiciones literarias que subyacen en el Nuevo Testamento, tales como la colección de los "Logia", los relatos de la Pasión y la Muerte de Jesús, los milagros, etc.; b) siguiendo la evolución de las primeras generaciones cristianas, vinculadas a una ciudad determinada; c) estu-diando las tradiciones vinculadas a un apóstol. Para la exposición que sigue, tomaré como criterio metodológico, el último. Por tanto, desarrollaré las diferentes tradiciones que detectamos en los orígenes cristianos, vinculadas a la autoridad de determinados apóstoles, y de las que hallamos firme testimonio en el Nuevo Testamento, en la literatura apócrifa y en los escritos de los primeros Padres de la Iglesia. Cada una de ellas se desarrolla conviviendo con las contradicciones y los problemas que le surgen también internamente. De hecho, no se da una homogeneidad total, y la evolución de las mismas no es completamente lineal. La existencia de esta diversidad -dentro de las mismas comunidades y con otras, que reclamaban autoridades apostólicas diversas o las mismas, pero bajo puntos de vista dife-rentes- nunca rompió la unidad fundamental de la Iglesia primitiva. La diver-sidad de escritos que integran el Nuevo Testamento y, que fueron admitidos por la Iglesia como canónicos, constituyen de por sí, un testimonio elocuente de esta unidad en la pluralidad. (6) Algunas obras que ayudan a profundizar en esta perspectiva son: E. SCHUSSLER FIO-RENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989. R. AGUIRRE MONASTERIO tiene un magnífico capítulo en Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, DDB, Bilbao 1987. 36 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS 1. LOS ORIGENES DE LA IGLESIA: UNIDAD EN LA PLURALIDAD "Poneos en camino ..." Así termina el evangelio de Mateo (28,19-20). Con estas palabras, Jesús manda a sus discípulos a hacer realidad la mesa compartida. Con la seguridad de su presencia, son urgidos a salir de su tierra, como Abraham y Sara, y anunciar la Buena Noticia, enseñando, curando, per-donando.. ., por todos los rincones del mundo. Caminando tras las huellas del Resucitado, son enviados a formar la gran familia de los hijos e hijas de Dios, realizando los signos del Reino. La experiencia de la Pascua, hondamente vivida y compartida, está en el origen de la 1glesia.En torno al grupo que hizo camino con el Jesús histórico se va fraguando una nueva realidad comunitaria. Son estos hombres y muje-res, que le siguieron bien de cerca, que compartieron la misma comida y los mismos caminos polvorientos, que se sintieron atraídos irresistiblemente por su persona y su misión, los que, animados por el Espíritu de Jesús, se sienten convocados a recrear la historia desde las claves del Reino y haciendo vida el programa contenido en las bienaventuranzas. Han superado el escándalo de la cruz, y reunidos de nuevo, se disponen, de la mano del Resucitado, a dar a luz una nueva comunidad. Con la fuerza del Espíritu, salieron a los caminos y continuaron empeñados en la misma tarea de construcción del Reino de paz y justicia. Su testimonio provocó a otroslas muchoslas a caminar tras las huellas del resucitado. De este modo, surgieron en distintos lugares (Antioquía de Siria, Roma, Grecia, Asia Menor.. .) comunidades cristianas que se dispusie-ron creativamente a hacer vida el evangelio recibido. La primera gran crisis había sido superada. De ella, han salido no sólo más fortalecidos, sino más audaces, más entrañados con el proyecto de Jesús. Los años que siguieron a la muerte y resurrección de Jesús, la época apostólica"' (33-66 d.C.), estuvieron marcados por la confianza y la seguridad que daba la presencia de los que habían visto y tocado al Señor (1 Jn 1,1). La primera generación cristiana caminaba segura apoyándose en aquéllos y aqué-llas que habían sido compañeros de camino de Jesús y, que con su testimonio, podían ayudar a discernir las modalidades concretas, que las nuevas circuns-tancias históricas y culturales pedían para seguir encarnando la Buena Noticia de Jesús. (7) Continuando con la terminología de R. BROWN, consideraré la época apostólica, el período que abarca aproximadamente del año 33 al 66 d.C., y que corresponde a la prime-ra generación cristiana, la de los testigos oculares. El llamado período sub-apostólico (66- 100 d.c.), se caracteriza por la desaparición de los testigos presenciales del "aconteci-miento Jesús". Es el momento de la segunda generación cristiana, y cuando se escriben la mayor parte de los escritos del Nuevo Testamento. Por último, el período post-apostólico (100-150 d.C.). Es la época de la tercera generación cristiana, y donde tenemos escritos como las cartas de Ignacio de Antioquía y la carta primera de Clemente, dirigida por la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corinto. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 37 La segunda gran crisis surge cuando éstos desaparecen y las comunida-des que ellos habían acompañado tienen que continuar solas su compromiso en el mundo a la luz del Evangelio anunciado. Las diferentes iglesias locales, que se habían ido agrupando en torno a alguna de las figuras apostólicas, sien-ten la responsabilidad de mantenerse fieles al evangelio recibido y, a la vez, de buscar alternativas para las nuevas realidades sociales, políticas, económicas, culturales y comunitarias que estaban viviendo. Empieza así una etapa, la era sub-apostólica (66-100 d.C), caracterizada por diversidad de tradiciones, que encuentran su espacio de desarrollo y crecimiento, muchas veces conflictivo,dentro de la única Iglesia católica, y que buscan amparo invocando el nombre de alguna figura apostólica, como garante de la tradición heredada. Un desafío que la Iglesia naciente supo afrontar sin temor y consciente de que en todas estas tradiciones la revelación de Dios no se agotaba, sino que se complementaba. Fruto de ello, es la existencia de una Iglesia que se mantiene unida a pesar de una gran diversidad de situaciones histórico-sociales, cultura-les. .., y de concepciones teológicas no sólo diferentes, sino incluso, a veces, contrapuestas. Es el momento en el que se escriben la mayoría de los escritos neotestamentarios, donde encontramos recogida esta diversidad. En el Nuevo Testamento, podemos distinguir cuatro grandes tradicio-nes: la tradición paulina, la tradición del Discípulo amado, la tradición de Pedro y la tradición de Santiago. Al interior de cada una de ellas, se pueden distinguir, a su vez, diversas corrientes que dejan de manifiesto las diferentes concepciones eclesiológicas, éticas, cristológicas, etc., que latían en las prime-ras comunidades cristianas. 2. TRADICION PAULINA La figura de Pablo causó un gran impacto y su influencia se extendió ampliamente, como se muestra en las cuatro corrientes que se incluyen dentro de la trayectoria paulina. Su peculiar manera de enfrentar el compromiso con el Reino, y su postura crítica ante la ley judía está en el fondo de esta tradi-ción, que no obstante, no es uniforme en todas sus ramas. Descendiente de una familia rigurosamente judía de la diáspora (Gal 1,13-14; Flp 3,5-6; Act 21,39; 22,6; 23,6), y gozando de los derechos de la ciudadanía romana (Act 22,25.27-29; 23,27), Pablo se encuentra abocado desde su niñez, a vivir en su propia carne la riqueza y las tensiones que se generan en un diálogo intercul-tural. Este dato no es instranscendente a la hora de comprender la misión del Apóstol entre los gentiles rompiendo las estrechas fronteras del judaísmo, y afrontando con apertura, libertad y sabio discernimiento los retos de la fe y de la justicia en un mundo plural y complejo. PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS Identidad de las comunidades del Corpus paulinum: Están dirigidas a comunidades situadas en ciudades bien comunicadas, y algunas muy importantes, a lo largo delas regiones costeras de Asia Menor, Grecia e Italia (Rom 15, 19-20). El carácter marcadamente urbano de éstas contrasta ampliamente con las comunidades palestinenses, netamente rurales. El ambiente helenista en el que se insertan es cosmopolita, floreciente a nivel económico, plural en concepciones filosóficas y religiosas, pero también constituye un desafío constante y una amenaza para que arraigue el Evange-lio. Se trata de una sociedad donde el bienestar creciente trae parejo también la decadencia de la moral y la pérdida de valores, el hedonismo como norma de vida, los excesos de todo tipo, en particular los sexuales y otras costumbres que desafiaban abiertamente la inculturación del evangelio. Socialmente son comunidades heterogéneas, como conocemos por los conflictos que se suscitan y que son narrados en las cartas. Por ejemplo en 1 Cor 8-10, donde el problema de comer o no, carne sacrificada a los ídolos enfrenta a grupos social y culturalmente distintos. De todas las comunidades paulinas, la que mejor conocemos es la de Corinto, y podemos tomarla como paradigma. Sus miembros proceden de todos los estratos sociales, exceptuan-do la clase aristocrática.En este grupo cristiano, en concreto, son los miembros que viven más desahogados, los que ejercen, o pretenden ejercer, una gran influencia, causando no pocas tensiones. En general, los que se integran en estas comunidades proceden mayori-tariamente del mundo de la gentilidad. Por esta razón, algunos de los principa-les conflictos que vivieron se plantean en razón de su relación con el judaísmo. Por último, el intento de superación de las estructuras y modos de actuación de la sociedad patriarcal en las comunidades cristianas, trajo consi-go también una dosis, no pequeña, de conflictividad. Dirigidas a comunidades domésticas que se reúnen en las casas para celebrar y compartir la fe (1 Cor 16,19; Rom 16,23), reflejan una defensa firme de la libertad y la igualdad, que se genera cuando el Espíritu es la máxima autoridad. La experiencia de fe, vivida y transmitida, es fundamental. Se con-densa en fórmulas de fe centradas en el acontecimiento pascual: (8) Para una mayor profundización en este aspecto: G. THEISSEN, Studien zur Soziologie des Urchristentums, Tibingen 1979. W.A. MEEKS, Zur Soziolologie des Urchristentums, München 1979 (antología que recoge artículos de varios autores); The First Urban Chris-tians. The Social World of the Apostle Paul, New Haven and London 1983; "Social Con-text of Pauline Theology", Znterpretation, 36 (1982) 266-277. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 39 ". . .yo os transmitz; en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitado al tercer día según las Escrituras.. . " (1 Cor 15,343). Adheridas al mensaje de Jesús, crecen y se fortalecen como Cuerpo de Cristo, donde el mismo Espíritu suscita diversidad de carismas (1 Cor 12; Rom 12,6-8), que favorecen el desarrollo comunitario y se entienden referidos a la misión de los cristianos en el mundo. El amor con que se ejerzan es el princi-pio estructurante de una vida en comunión. Igual que la unidad del cuerpo es real en la diversidad de sus miembros, así también los distintos ministerios comunitarios garantizan la unidad de la Iglesia. Es de destacar que en las comunidades paulinas, las mujeres eran receptoras por igual de estos carismai (Rom 16; Fil 4,2-4; 1 Cor 16,19; etc.). Destaca el papel protagónico que desarrollaron. Bástenos con señalar algunos ejemplos: Priscila (Rom 16,3.5;1 Cor 16,19) que colaboró con Pablo en la tarea misionera y en la de enseñanza (Act 18,26), y según los textos, de un modo destacado. De cuatro mujeres, María, Trifena, Trifosa y Perside se dice que "han trabajado mucho en el Señor7' (Rom 16, 6.12). Pablo usa el verbo kopiao, el mismo que usa para designar el trabajo apóstolico de las autoridades de la comunidad (cfr. 1Cor 16,16; 1 Tes 5,12); o su propio trabajo apostólico (1 Cor 15,lO; Gal 4,11; Fil 2,16). De Junia (Rom 16,7) se dice abiertamente que es apóstol. Febe, a quien da el título de diácono, es decir, es responsable de la iglesia de Cencreas, y su tarea consiste en misionar y enseñar (". En 1 Cor 11,5, Pablo deja claro que las mujeres pueden "hablar en nombre de Dios", es decir, pueden profetizar. Dios puede expresar su querer para el grupo de creyentes. Pablo pide a los tesalonicenses que no apaguen la fuerza del Espíritu (1 Tes 5,19). Es ésta la base de una eclesiología de la comunión en la pluralidad, donde todos y todas tienen cabida. La postura personal de Pablo con respecto a las mujeres se caracteriza por una cierta ambigüedad que ha dado pie a interpretaciones de su doctrina contrapuestas. La afirmación tan audaz de Gal 3,28: "Ya no hay distinción ... entre varón o mujer.. ." no es llevada hasta sus últimas consecuencias en las situaciones reales, como sucedió en cambio, con el tema de la justificación por la fe o por las obras de la ley. Los conflictos que se generan, por ejemplo, en la comunidad de Corinto a causa de las mujeres que han optado por vivir consecuentemente con los (9) R. AGUIRRE MONASTERIO, Del movimiento.. . , págs. 183-184. 40 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS valores de libertad e igualdad que se proclaman desde el cristianismo (Gal 3,28) son resueltos por Pablo manejando a la vez dos afirmaciones en las que subyacen afirmaciones contradictorias (1 Cor 7): por un lado, se defiende el celibato subrayando de este modo, la igualdad de los sexos; pero, por otro lado, se apuesta por la estabilidad del matrimonio, es decir, se apuesta por mantener y asegurar la estructura patriarcal tradicional y base de la sociedad del momento. La imposición del velo a las mujeres en 1 Cor 11,2-16, incluida en el mismo contexto donde se les reconoce la capacidad de profetizar (v.5), no deja de sorprender. Por un lado, se favorece la igualdad y las tareas de direc-ción compartidas por hombres y mujeres, y, por otro, se les pide a las mujeres ajustarse a los usos y costumbres de una sociedad claramente patriarcal. A nivel de estructura eclesial, es significativo que no aparece en estos escritos, la triada obispos-presbíteros-diáconos. Pablo considera que la organi-zación debe responder a dos criterios: la participación y corresponsabilidad de todos y las funciones de dirigencia en manos de personas entregadas y dis-puestas a alentar el crecimiento de los carismas en la comunidad (1 Tes 5,12). La comunidad lucana, probablemente de origen paulino ('O), es mayori-tariamente de procedencia griega, con una minoría judeocristiana("). Esto explica que la obra esté dedicada a Teófilo, un griego, y que el evangelio pro-metido a los judíos se dirija a los paganos. Sus destinatarios se situarían en torno a Grecia-Macedonia-Asia Menor. Desde el punto de vista socio-económico, la comunidad de Lucas esta-ría conformada por un buen número de personas bien situadas. No pocos tex-tos (Lc 12,16-21; 19,l-10) nos hablan de las tensiones que esto generó en la comunidad. El evangelista se ve forzado a tomar las exigencias radicales del tiempo de Jesús como crítica a una comunidad que puede estar enfrentada al problema de la codicia, la especulación, etc. Estas iglesias se enfrentan a las herejías y a la crisis acentuando ya el proceso de institucionalización. No obstante, es significativo el hecho de que no se contraponen abiertamente los carismas con la institución eclesial. La (10) "Muy posiblemente se trata de una comunidad de origen paulino, lo cual explicaría el papel relevante que tiene Pablo en la obra, cuya actividad se defiende, se describe en paralelismo con Pedro y se presenta como ejemplo a imitar ... A favor de este punto de vista está igualmente la problemática en común con las cartas pastorales" (R. AGUIRRE MONASTERIO-A. RODRIGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 1992). (1 1) No todos los autores están de acuerdo en que sea de este modo. Por ejemplo, J. Jerwell, Schneckemburger y E.R. Goodenough hablan de una mayoría judeocristiana. En contra, J.A. Fitzmyer. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 41 estructura que asumen proviene del judaísmo. El Espíritu sigue siendo decisi-vo en estas comunidades. Las figuras apostólicas, como Pedro y Pablo, se con-ciben como servidores del Espíritu, que actúa a través de ellos y que siempre permanece, a pesar de los momentos difíciles. Lucas subraya la importancia de los Doce como garantes de la continui-dad con el Jesús histórico, de quienes fueron testigos oculares y fidedignos. Su teología subraya el papel de una Iglesia única, santa, católica y apostólica, donde se concede primacía a los carismas de profecía y de enseñanza. La pre-ocupación por los pobres y la puesta en común de bienes constituyen dos de los rasgos fundamentales de esta corriente lucana. Su concepción de la Iglesia varía bastante con respecto a las preceden-tes. Este término, Iglesia, ya no es tomado en sentido local, sino en sentido absoluto y universal. Se parte de que ésta es santa e inmaculada (Ef 5,27), y su vida y crecimiento le viene de mantenerse unida a su cabeza, es decir, Cristo mismo (Ef 4,12-16). Es una imagen excesivamente idealista, que ciertamente puede plantear problemas cuando los distintos grupos prueban el sabor de las limitaciones. Y, sobre todo, que dado el carácter absoluto como se plantea su santidad, no admite que se abran muchas posibilidades a la renovación y al cambio. Por otra parte, es fundamental, no olvidar que nos encontramos ante una visión escatológica. Sin llegar a especificar bien las funciones concretas, esta corriente empieza a distinguir dos funciones de dirigencia y guía, importantes para la buena marcha de la comunidad, si bien no se hace hincapié en el aspecto de la sucesión apostólica. El restar importancia a las iglesias locales, en favor de una concepción de la iglesia más universal, implica igualmente restarle importancia a la cele-bración de la fe en las pequeñas comunidades, al compromiso de sus miem-bros, a los servicios que realizan, etc. En cuanto al papel de las mujeres en estas comunidades, conviene hacer mención de los "códigos domésticos", donde se legitima la sumisión y la obediencia de las mujeres, los hijos y los esclavos al varón que ejerce como padre, señor y amo (Col 3,18-4,l; Ef5,21-6,9). Estos textos avalan, por tanto, la estructura patriarcal que hace del pater familias, dueño absoluto de todo y de todos. "Estos códigos recogen una tradición griega muy antigua sobre la "oikonomia" u orden de la casa, que inculcaba la moral patriar-cal. Las relaciones del "pater familias" con la mujer, con los hijos PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS y con los esclavos era el núcleo de la casa, que, a su vez, constituía la piedra angular de toda la sociedad. La ciudad-estado no era sino la extensión de la casa. Por tanto, alterar la casa era alterar la '>olis", subversión política. Por eso cuando la iglesia acepta los códigos domésticos y legitima la subordinación de la mujer tiene, al mismo tiempo, una pretensión política latente, que muy pronto iba a aflorar. Se estaban poniendo las condiciones para hacer del cristianismo la ideología del imperio. La patriarcalización y la ins-titucionalización, de hecho, eran aspectos de un mismo pro-ceso"(' 2). 2.4. CORRIENTDEE LAS CARTASP ASTORALES En las cartas pastorales quedan reflejadas algunas de las preocupacio-nes más fuertes de grandes sectores de la Iglesia del s. 1. Es importante cono-cer algunos elementos del contexto vital en el que estos escritos surgieron. En primer lugar, las iglesias a las que van dirigidas las cartas a Timoteo y Tito, viven bajo la amenaza de maestros gnósticos y judaizantes (Tit 1,lO; 1 Tim 4,l-2; 2 Tim 4,3), y, en segundo lugar, estas comunidades necesitan avivar su experiencia de fe. Sobrevivir después de la muerte de Pablo'"), se presenta como un desafío que en las Pastorales se resuelve con el nombramiento de autoridades locales, presbíteros y obispos (Tit 1,5.7), que se encargarán de velar por la transmisión de la sana doctrina. Por tanto, en esta situación de crisis se acentúa la importancia de estructurar jerárquicamente la vida de estas comunidades. Se nombran autori-dades con funciones bien definidas: a) Función de magisterio ( 1 Tim 1,lO-11). Ellos son los maestros oficia-les de las comunidades, es decir, los responsables de velar por la ortodoxia, rechazando cualquier enseñanza que se presentase diferente al depósito reci-bido. Esto implica que se convierten en supervisores, y que queda netamente marcada la diferencia de los presbíteros-obispos con respecto al resto de los miembros de la comunidad. b) Ejercer como padres que tienen toda la responsabilidad del funcio-namiento y de la administración de la casa. Las cualidades que se les piden son las mismas que para cualquier organización de carácter familiar: irrepro-chable, no soberbio ni iracundo, dueño de sí mismo, ecuánime, pacífico, etc. (Tit 1,7-9; 1 Tim 3,3-5). "Estos últimos requisitos reflejan el surgimiento de la (12) R. AGUIRRE MONASTERIO, Del movimiento.. . , pág. 191. (13) La mayoría de autores mantiene en la actualidad el que estas cartas no fueron escritas por Pablo, sino por un discípulo suyo. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 43 iglesia como una sociedad con normas establecidas que se imponen sobre sus figuras públicas" (14). Este primitivo proceso de institucionalización, patriarcalización y estructuración jerárquica tuvo consecuencias muy significativas en el caminar de la Iglesia posterior. En concreto, en el protagonismo o no del laicado y de las mujeres como una realidad viva y operante en la vida eclesial. La crisis surgida en la Iglesia naciente después de la muerte de los testi-gos oculares provocó la búsqueda de seguridades concretas que garantizasen la fidelidad a los orígenes, es decir, al Evangelio proclamado por Jesús. Estos grupos, que reflejan las Pastorales, resolvieron el problema subrayando el papel de las autoridades eclesiales, vinculadas por una línea sin interrupción con las figuras apostólicas y subrayando el papel central de la ortodoxia como norma de estabilidad y de continuidad. Aunque es cierto que las comunidades destinatarias de las Pastorales gozaron de una fuerte estabilidad que se prolongó en el tiempo, fruto de una sólida estructura institucional (presbíteros, obispos y diáconos), lo cierto es que el precio pagado por ello fue muy alto. Ahí empezaron a gestarse los antecedentes de una teología que hacía de la tradición un depósito estable y que convirtió la presencia de maestros autorizados en las comunidades en garantía de la fidelidad al evangelio de Jesús. Categorías como sucesión, apostolicidad, oficio magisterial y reinter-pretación de la tradición se convierten en clave de discernimiento del ser y la misión de la Iglesia. Las consecuencias que se derivan de todo ello, han ejerci-do una gran influencia en el caminar de la Iglesia posterior. Asistimos ya desde este momento a las diferencias insalvables entre aquellos -siempre hombres- que pueden enseñar con autoridad, los maestros oficiales, y loslas que deben obedecer. Esto implicaba condenar al silencio a la mayoría de per-sonas que integraban las comunidades. Suponía no admitir ni sugerencias, ni ideas nuevas o diferentes, es decir, suponía vivir la experiencia de fe como si se tratase de una pieza arqueológica. En el fondo, se están poniendo las bases para determinar quién tiene el poder en la Iglesia('5)E. l pueblo de Dios en su conjunto pierde un protagonismo, que como bien sabemos, está tardando en recuperar, y particularmente la mujer queda ausente y silenciada. 14) R. BROWN, o.c., pag. 34. 15) No olvidemos que saber es poder, y de hecho, los destinos de estas comunidades estaban regidos por quienes poseían la "sana doctrina", los cuales vigilaban para que no entraran doctrinas erroneas en las comunidades. 44 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS Se descuidan los aspectos carismáticos y la profecía no es de los rasgos característicos de estas comunidades. Se apuesta no tanto por el cambio, cuan-to por la estabilidad y la seguridad, con un fuerte riesgo de inmovilismo. La misión y el trabajo misionero y pastoral no es lo principal, sino garantizar las estructuras eclesiales que, a su vez, garanticen la fidelidad a los orígenes. Estructuras, que por otra parte, son marcadamente patriarcales, y donde las mujeres son relegadas (2 Tim 3,6-7; 1 Tim 2,12.15). Haber acentuado tanto el contenido de estas cartas y haberlo hecho normativo para la Iglesia posterior supuso optar por entrar en una dinámica más conservadora que creativa; una dinámica que acentuó la verticalidad, la legitimación de las estructuras patriarcales y la construcción de las comunida-des, no tanto en función de la igualdad de los creyentes en razón del Bautismo recibido, sino en razón del cuidado de quienes poseían la doctrina oficial. Esta jerarquización de la vida eclesial condicionó el desarrollo clerical de la Iglesia a partir del s. 11 y 111. Era muy fácil dar el salto a la clericalización de los diversos ministerios y a la pérdida progresiva de protagonismo del resto de personas que conformaban las comunidades, es decir, de los laicos y laicas que perderían paulatinamente su participación y corresponsabilidad en la vida comunitaria, y especialmente las mujeres. No obstante, este planteamiento del ministerio que se da en las Pastora-les es respuesta a una determinada situación de la Iglesia, de donde se deduce que no se puede, con excesiva facilidad, dar el salto a afirmar que esta estruc-turación procede de Jesús o de Dios mismo. No se busca establecer unas determinadas estructuras del ministerio, sino garantizar la fiel transmisión del evangelio que puede hacerse también de otras maneras. Si se convierten en normativos estos aspectos, habría que hacer lo mismo con el matrimonio de los ministr~s"~E)s.t o no lo podemos olvidar. 3. TRADICION DEL DISCIPULO AMADO La tradición del Discípulo Amado (17) representa un modo completa-mente diverso de responder a la crisis surgida en la Iglesia cuando murieron los testigos oculares. A través de una historia conflictiva, esta tradición logró abrirse paso en la Iglesia naciente, si bien quedó bastante olvidada y relegada. (16) R. VELASCO, o.c., pág. 66. (17) Para una mayor profundización en el origen, desarrollo y teología de esta tradición remi-timos al libro de R. BROWN, La comunidad del discipulo amado, Salamanca 1991. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 45 Sus planteamientos eclesiológicos se configuran a partir de la categoría de discípulola, categoría primaria para el cuarto evangelio. Se garantizaba la continuidad con los orígenes a través del discípulo al que Jesús amaba. Y una vez que él ha muerto, no hay necesidad de sucesores, sino que el Espíritu que permanecerá siempre al lado de cada uno de los miembros de la comunidad (Jn 14,16) será el encargado de llevarles a la verdad completa (Jn 16,13). El Espíritu es prácticamente el único maestro autorizado para todoslas los las creyentes. Es quien guía a la entera comunidad, y no sólo a los dirigentes. Loslas cristianoslas que conformaron estos grupos, de procedencias bien diversas, entendieron que su fidelidad a las huellas del Resucitado, pasa-ba por una vinculación entrañable con el Señor de la Vida. Son muy significa-tivas las imágenes que usa el evangelio de Juan para describir la vinculación con Jesús de sus seguidores y seguidoras (Jn 10,1-21; 15,1-7). Como los sar-mientos permanecen unidos a la vid, así todos los creyentes. A mayor unión con la Vid, mayor garantía de fidelidad, de crecimiento comunitario y de con-tinuidad. Por tanto, el amor es la clave fundamental desde la que se entiende esta iglesia. Quien más ama, provoca más vida. Y de esto son capaces todos y todas. El amor genera discípulos y discípulas que sirven por igual en la comu-nidad. Desde aquí sólo es posible entender los diferentes servicios en la comu-nidad, incluido el de autoridad (Jn 10, 1-18; 21). La importancia viene dada, no por el cargo o función que se realice, sino por la vinculación amorosa con el Señor. En esta tradición, por tanto, los distintos ministerios están vistos en su verdadero contexto, la comunidad de discípulos y discípulas. De este modo, estas comunidades viven una igualdad fundamental a todos los niveles: de género, de status laica1 o consagrado, de tiempo ... Se rompe toda diferencia entre los creyentes, destacando el papel protagónico de las mujeres, que incorporándose a la marcha de la Iglesia por la obediencia al Resucitado se viven y son reconocidas como miembros con pleno derecho en la comunidad de Jesús. La fraternidad, por tanto, es recreada y fortalecida. Las consecuencias que se derivan, serían las siguientes: Se subraya la condición de igualdad de todoslas loslas creyentes ('*l. Según esta concepción, ser bautizadoslas es la condición más importante para los miembros de la comunidad cristiana, porque este sacramento nos hace hijos e hijas de Dios. La ordenación sacerdotal quedaría, por tanto, entendida a partir de la igual dignidad que nos confiere el Bautismo, y en ningún caso, (18) "En otras iglesias del NT, bien sea que se complazcan en los carismas (apóstoles, profetas, maestros, etc., en 1 Cor 12,28), o bien que hayan desarrollado una serie de cargos estables (presbíteros-obispos y diáconos en las Pastorales), descubrimos siempre una tendencia a primar un carisma u oficio sobre otros" (R. BROWN, o.c., pág. 99). 46 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS dicho servicio podría ser considerado de más valor. De aquí se desprendería también el reconocimiento real del laicado y de la mujer en la construcción de la Iglesia. Ser hijos e hijas del mismo Dios, Padre y Madre, nos confiere el derecho de participar corresponsablemente en la edificación de la Iglesia. Puesto que el Espíritu es el que enseña a todos y todas, en esta comuni-dad se anula toda división en razón de que unos saben -los maestros- y otros y otras son los enseñadoslas. El reto está en aprender a discernir comunitaria-mente en caso de que haya polémica. La comunidad del Discípulo Amado no supo responder a este desafío y terminó dividiéndose, tal y como aparece reflejado en las cartas de Juan. No obstante, creemos que este hecho no anula el aporte decisivo de esta tradición. El Espíritu no es posesión exclusiva de los sacerdotes, de los obispos o del Papa, sino que éste nos enseña a todos y todas. Debido a su peculiar teología, la tradición del Discípulo Amado supone un aporte muy significativo no sólo para descubrir el papel del laicado en la Iglesia, sino también de la mujer('9). La valoración que esta tradición tiene de las mujeres es inseparable del desarrollo de su pensamiento acerca del Hijo único del Padre, del amor como vinculación definitiva y permanente con El, así como de su peculiar teología sobre el Espíritu, abogado y maestro de todo creyente. En el relato de la samaritana, se recoge probablemente una tradición que reconocía la presencia significativa de una mujer en la conversión de los samaritanos. Todo el relato gira en torno a la afirmación de Jesús en 4,10: "si conocieras el don de Dios.. . " El encuentro entre Jesús y la samaritana se inscribe en un contexto de revela-ción. En el diálogo con ella se revela a sí mismo como ese don, que lleva a la salvación a quien cree en él. Por su parte, la fe de Marta va creciendo hasta alcanzar la madurez del verdadero discípulola. Su confesión de fe tiene exclu-sivamente su paralelo en los Sinópticos, que la ponen en boca de Pedro (Mt 16,16-17). Nunca el Cuarto Evangelio pondrá las mismas palabras pronuncia-das por Pedro. La unción de Betania, realizada por María, es en sí misma un gesto profético que anticipa el hecho fundante de la Iglesia: la muerte y la resurrección del Hijo amado del Padre. Su estrecha vinculación con el Maes-tro hace posible que ella y toda la comunidad quede envuelta en el mismo per-fume que llena la casa: el amor entrañable del Padre hecho posible en el Hijo muerto y resucitado. María Magdalena es presentada como el apóstol de los apóstoles, con las mismas credenciales que Pablo reclama como suyas: el encuentro personal con el resucitado y el encargo de anunciarlo (! Cor 9,1-2; 15,s-11; Gal 1,ll-16). Por último, la madre de Jesús, vista pc; rsta tradición en (19) R. BROWN, en su obra La comunidad del discipulo amado dedica el último capítulo a estudiar con amplitud el papel de las mujeres en esta tradición. E. ESTEVEZ, "La mujer en la tradición del discipulo amado", RIBLA 17 (1994) 88-98. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 47 términos de seguimiento. Ella forma parte de la comunidad de seguidoreslas de Jesús. Además de madre, es discípula. Las cartas joánicas reflejan los problemas agudos que enfrentaron las comunidades pertenecientes a esta tradición y que se resolvieron en una divi-sión profunda. Los secesionistas se integraron fundamentalmente en el movi-miento gnóstico, mientras que el resto de la comunidad fue absorbida por la "gran iglesia"(20)T. anto un grupo como otro, al ser integrados perdieron los rasgos más propios de su identidad. De cara al desarrollo de la Iglesia en los siglos siguientes este hecho es bien importante, porque supone el silencia-miento de los aportes más significativos (señalados previamente) de esta tradi-ción. El modelo de Iglesia que se impuso no fue a partir de la tradición del Discípulo Amado, sino a partir de aquellas tradiciones que subrayaban más la necesidad de estructuración vertical eclesial, en lugar de subrayar la vincula-ción al Maestro y la apertura al Espíritu como garantía de fidelidad a los orí-genes. Para el resto de la comunidad joánica que se integró en la "gran igle-sia", "el mismo hecho de que una eclesiología centrada en el Paráclito no había ofrecido ninguna protección real contra los cismáticos, en último término hizo que sus seguidores aceptaran la estructura de autoridad docente de los presbíte-ros- obispos, la cual, en el siglo 11, se convirtió en la estructura dominante en la gran iglesia, pero que era totalmente extraña a la tradición ju~nica"(~'). 4. TRADICION DE PEDRO Esta tradición se convirtió en la hegemónica dentro de la Iglesia. Los escritos donde encontramos mejor reflejadas sus notas distintivas son el evan-gelio de Mateo y la primera carta de Pedro. Es una tradición de mediación y de síntesis. Mediación entre las trayec-torias que representan las tradiciones de Pablo y Santiago. Las comunidades petrinas mediarán, por ejemp10,entre temas tan importantes como fe y obras, carismas e instuciones. En la la de Pedro, nos encontramos con comunidades cristianas locali-zadas en ámbitos rurales, y cuyos miembros son socio-económicamente pobres. Probablemente, gentiles convertidos, que atraviesan situaciones difíci-les. (20) "...Iglesia del siglo I que procedía de los cristianos apostólicos del siglo I, y donde las igle-sias se hallaban asociadas más estrechamente entre sí por una creciente estructura común de episcopado y presbiterado en mutzLo reconocimiento ..." (R. BROWN, La comunidad del Discipulo, Amado, 139). (21) R. BROWN, La comunidad del Discipulo Amado, 140. 48 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS La carta, escrita desde Roma bajo la autoridad de Pedro, nos habla de grupos cristianos con un fuerte sentido de pertenencia que se mantienen fir-memente unidos e identificados plenamente con su propio ser. La identidad del Pueblo de Dios se describe teniendo de transfondo a 1srael.Lo mismo que la experiencia del desierto configuró a las tribus que salieron de Egipto en el pueblo elegido, así la conversión ha hecho de los gentiles, Pueblo de Dios. Al remarcar mucho la santidad de la Iglesia, corren el peligro de sepa-rarse del resto de personas y grupos. Internamente, se enfatiza la función sacerdotal de los bautizados (2,4-lo), resaltando la igualdad fundamental de los creyentes conferida por el Bautismo. Un desafío que nuestra Iglesia actual, que enfatiza tanto el sacerdocio ordenad0,necesita acoger y responder. En el capítulo 5 encontramos aspectos de la organización de la iglesia: Cristo es el pastor y guardián (2,25; 5,4) y los presbíteros son los responsables de la comunidad, a quienes los jóvenes deben obediencia. Aunque en princi-pio, esta estructura nos recuerda a la que aparece en las Pastorales; sin embar-go, hay una diferencia fundamental. No se hace de la estructura presbiteral la fortaleza que garantiza la superación de las pruebas (4,12). La confianza en Dios y la comunión con Cristo en su misterio pascua1 son, para todo creyente, la roca fuerte. Frente al odio de los de fuera, que consideran a los miembros de estas comunidades como una secta extraña y secreta, el autor de esta carta, afianza el sentido de pertenencia a la casa común, a la nueva familia de hijos e hijas de Dios. Una experiencia que tendría mucho que decirnos hoy, cuando muchos cristianos, hombres y mujeres, han dejado de sentir calor en nuestras iglesias, cuando tantos creyentes sienten una gran distancia afectiva y efectiva del caminar de esta iglesia. El evangelio de Mateo ha gozado de un gran prestigio en la Iglesia, pro-bablemente porque también se ha destacado por su matiz conciliador y de sín-tesis. Escrito en Antioquía, presenta a Pedro como el supremo maestro de la Iglesia(22R). esalta su autoridad para interpretar la enseñanza de Jesús, porque en torno a la tradición petrina se equilibran el resto de tradiciones existentes en Antioquía (23). Aunque se reconoce que es Jesucristo quien edifica y vela por la Iglesia, la tradición vinculada a Pedro es la que garantiza la auténtica enseñanza del Jesús histórico. (22) R.E. BROWN, Pedro en el Nuevo Testamento, Santander 1976, 77-104. R.E. BROWN-J. P. MEIER, Antioch and Rome, London 1983. R. AGUIRRE MONASTERIO, "La figura de Pedro en el Evangelio de Mateo" en Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1991. (23) H. KOSTER, Introducción al Nuevo Testamento, Salamanca 1988,681-695. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 49 La comunidad a la que se dirige el evangelio está integrada al principio por mayoría judía, pero muy pronto les superaron en número, los cristianos de origen pagano. Esta iglesia se debate entre dos frentes: hacia fuera, se vive un enfrentamiento con el judaísmo fariseo, que se impuso después del año 70 d.C. y que está centrado en torno a la Ley y a la Sinagoga. Esta tendencia encontraba eco también en sectores judaizantes radicales de la iglesia de Mateo, que probablemente toman como base la autoridad de Santiago. Al interior de la comunidad, otro problema grave es el de aquellos que rezan mucho, pero no practican obras de justicia (7,1523). Aquí, el evangelista com-bate sectores judeo helenistas radicales y libertinos, que podrían basarse en Pablo. Teológicamente, el evangelio de Mateo sintetiza espléndidamente tra-diciones legalistas sobre la ley y otras más liberales de origen pagano cristia-nas. La eclesiología de Mateo nos aporta valores importantes para nosotros hoy: dejando claro que la persona de Jesús, sus actitudes, y sobre todo, sus enseñanzas, constituyen el criterio de discernimiento definitivo, el evangelista demuestra un respeto grande por la ley y por la autoridad. Quiere evitar de este modo, los peligros de autoritarismo, legalismo e incluso clericalismo. 4. TRADICION DE SANTIAGO Santiago(") dirigió la Iglesia de Jerusalén desde el año 41-44 hasta el 62 en que fue martirizado. Probablemente es la figura más representativa del judeocristianismo estricto. Su influencia en los orígenes cristianos es tal que se le hace responsable de un escrito más bien tardío, la llamada carta de Santia-go. E incluso se le considera detrás de escritos apócrifos. La relevancia de Santiago se descubre igualmente en los escritos paulinos. En concreto, en la carta a los Gálatas, Pablo afirma que "Santiago, Cefas y Juan, que eran consi-derados como columnas nos tendieron la mano en señal de comunión a nzi y a Bernabé" (Gal 2,9). Es decir, probablemente Pablo está buscando con ello legitimar su apostolado entre los gentiles. No se nos esconden los conflictos existentes entre los judeocristianos y la Iglesia de Antioquía de Siria. La asam-blea de Jerusalén (Hech 15) significa una paso fundamental y decisivo en la construcción de la unidad en la pluralidad de la Iglesia de los orígenes, que de este modo se hace verdaderamente universal.Ambas corrientes se reconocen y (24) Para seguir el estudio puede consultarse: R. AGUIRRE, La Iglesia de Jerusalén, DDB, Bilbao 1989; H. KOSTER, o.c., págs. 592-597; J.M. ROBINSON-H. KOSTER, o.c., págs. 119-126; 211-216. 50 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS se acogen mutuamente, sin quedar supeditadas la una a la otra. Jerusalén se seguiría caracterizando por su respeto a la Ley y practicando la circuncisión, mientras que las comunidades provenientes de la gentilidad, simbolizadas en la comunidad antioquena seguirían caminando según su modo peculiar de vivir el Evangelio de Jesús. La comunidad de Jerusalén está dirigida por un grupo de presbíteros, presididos por Santiago (Act 15), al estilo de la organización en las comunida-des judías. Como afirma H. KOSTER, "Hay razones para pensar que los cristianos de Jerusalén se consideraban al principio como un grupo especial dentro del mundo cultural judío. Tomaban parte en el culto del templo, practicaban la cir-cuncisión y se atenían a las prescripciones judías referentes a los alimentos. Pero se diferenciaban radicalmente del resto de los judíos de Jerusalén por su conciencia entusiástica de la posesión del Espíritu.. ."("). Por tanto, esta tradición tiene un carácter marcadamente judío. La fe en Jesús es entendida como perfeccionamiento de la ley judía, y por tanto, como continuidad con la misma. La discrepancia llega solamente cuando se habla de la fe en la persona de Jesús. De este modo, no se ha dado una separa-ción real del Judaísmo. En este sentido, la importancia de las obras concretas es determinante en la verificación del seguimiento y en la construcción de la comunidad. REFLEXIONES FINALES Habernos abierto, aunque sea brevemente, a la pluralidad existente desde siempre en la Iglesia de Jesús, nos posibilita una visión más real y cerca-na de las primeras comunidades cristianas. Ciertamente, la existencia de con-flictos entre corrientes teológicas diversas y posiciones de vida y de doctrina, muchas veces encontradas, nos libera de dogmatismos y de absolutizaciones doctrinales que reclaman la hegemonía sobre la vida de las comunidades cris-tianas actuales. Nos abre igualmente a una lectura de la Palabra liberada de prejuicios y de posiciones preconcebidas que buscan principalmente la legitimación de sus propias posturas. Dejar que sean los textos los que hablen nos enriquece sobremanera, rescata la novedad como aliento de vida y nos proporciona nue-vas pautas para el discernimiento de nuestro aquí y ahora. En este sentido, (25) H. KOSTER, o.c., pág. 593. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 51 rescatar también la palabra y los gestos de las mujeres en los comienzos del cristianismo es condición necesaria de una nueva historia. Volver los ojos y el corazón a nuestros orígenes plurales y conflictivos, que no por eso, significaron desunión y perdición, nos libera y nos ayuda a enfrentarnos con nuestro presente con actitudes diferentes. La unidad en la pluralidad sigue siendo un reto en nuestro caminar eclesial actual. Las prime-ras comunidades pueden enseñarnos mucho en este sentido. Los dualismos - aquí está lo bueno, lo ortodoxo y allí lo malo y lo heterodoxo- cierran las puertas al diálogo, al contraste fraterno y sororal e impiden la unidad funda-mental. La primitiva Iglesia es un ejemplo claro de cómo la fe cristiana se encarna en distintos contextos, no sólo sociales y económicos, sino también culturales. La experiencia de los primeros cristianoslas nos invita a avanzar en el camino ya iniciado -con muchísima fuerza en algunos contextos- de la inculturación de la fe. Las palabras de Jesús a la samaritana: "...ha llegado la hora, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén" (Jn 4,21) nos abren una amplia perspectiva en este sentido. Es un diálogo libre de los dogmatismos que enfrentaban a judíos y samaritanos, un diálogo que respeta las diferencias culturales, y establece la cuestión funda-mental, "adorar a Dios en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). El caminar de la Iglesia naciente nos muestra el esfuerzo constante y consciente de fidelidad al evangelio proclamado por Jesús. La unidad funda-mental está en seguir las huellas del Resucitado, en acoger su Palabra de Justi-cia y de Amor, en repetir los mismos gestos de ternura con los últimos de la historia. Este sigue siendo nuestro camino de unidad hoy. La construcción de nuestras identidades locales no puede hacernos perder de vista la implicación que tenemos en la construcción de la Mesa compartida del Reino, donde todos y todas tienen su puesto, y donde hoy por hoy, para muchas personas y para muchos pueblos, ése es un puesto que tienen amenazado. Ahí están nues-tros hermanos y hermanas de Africa, en la Región de los Grandes Lagos. Su dolor y su sufrimiento nos habla. No puede dejarnos indiferentes. El evangelio de Jesús, vivido desde los orígenes de forma plural nos alienta en un compro-miso con las particularidades, pero, sin olvidar la gran globalidad de la familia humana que se extiende por todos los rincones del mundo. Elisa Estévez López
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Calificación | |
Colección | Revista Almogaren ISTIC |
Título y subtítulo | Pluralidad y unidad en los orígenes cristianos |
Autoría principal | Estévez López, Elisa |
Entidad | Centro Teológico de Las Palmas |
Publicación fuente | Almogaren. Revista del Centro Teológico de Las Palmas |
Numeración | Número 20 |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Instituto Superior de Teología de las Islas Canaria |
Fecha | jun-97 |
Páginas | pp. 031-051 |
Materias | Religión ; Iglesia ; Fe |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 861405 Bytes |
Texto | ALMOGAREN. 20. (97). Pags. 31-51 D CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS ELISA ESTEVEZ LOPEZ PROF. DE SAGRADA ESCRITURA. UNIVERSIDAD PONTlFlClA COMILLAS E s un hecho que, en la actualidad, la construcción de nuestras histo-rias personales y colectivas recibe influencias desde dos movimientos sociales y culturales contrapuestos. Desde las esferas del poder -cuyos tentáculos se extienden a nivel planetario-, se propugna una mundialización de la cultura del consumo, de la efectividad en la producción, del éxito de los fuertes, de los listos, de los que tienen. Aquellas personas que no son rentables, que tienen discapacidades psíquicas o físicas se dejan a un lado, como sub-productos que deben quedarse en los márgenes de la historia. Igualmente, los colectivos que se identifican con unos presupuestos culturales diferentes y que reclaman construirse en torno a valores como el compartir, la comunión con la naturale-za.. . no interesan. Se les excluye y castiga con actitudes y praxis sociales y cul-turales de intolerancia y de discriminación. Frente a este movimiento, existe hoy una fuerte afirmación de las culturas locales. Se siente la necesidad de reafirmarse en la identidad colectiva: identidad étnica, cultural, nacional, de género, religiosa.. ., y de defender el derecho a ser y actuar diferente. La afir-mación de lo local no constituye necesariamente un movimiento cerrado y que aisle a unos grupos de otros, rompiendo las bases de unidad fundamental del género humano. Al contrario, desde esta convicción, se afirma la necesidad de construir la "aldea global" desde el reconocimiento de las diferencias. Afirmar 32 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS el valor de la pluralidad en la construcción de la unidad es garantía de relacio-nes recíprocas marcadas por la igualdad y la fraternidad. Es esta sociedad, cada vez más consciente de la diversidad de grupos y personas que la conforman, donde valores como pluralidad, tolerancia, demo-cracia, libertad para la comunión y el entendimiento entre las distintas cultu-ras y religiones, la que nos aboca a una reconstrucción crítica de nuestros orí-genes cristianos que rescate su potencial liberador en este sentido. La Iglesia, que no permanece al margen de estos procesos, tiene planteado un reto importante: vivir y comprender su unidad y catolicidad, asumiendo el pluralis-mo existente en nuestro mundo y, por otro lado, asumiendo los desafíos que le plantea la inculturación del Evangelio. El re-encuentro en verdad con nuestra historia eclesial, con las heren-cias recibidas de aquellos y aquellas que nos precedieron en la fe, es funda-mental para una vivencia más enriquecida y potenciadora de nuestro compro-miso con la construcción del Reino desde el seno de nuestras comunidades cristianas. Por tanto, es necesario que las investigaciones de loslas estudiosos/as del desarrollo y crecimiento de la Buena Noticia de Jesús en los comienzos del cristianismo se abra a todas las personas -mujeres y hom-bres- y a todos los grupos que viven tras las huellas del Resucitado. Se nos ha transmitido una visión monolítica y unilateral del nacimiento de la Iglesia, como si su evolución hubiese sido lineal y sin rupturas. A partir de la visión simplificada e idealizada que refleja el libro de los Hechos, se han justificado concepciones teóricas que hacen hincapié en la homogeneidad y la uniformidad. "La concepción bíblico-historicista de los orígenes del Cristianis-mo impera todavía en muchos manuales y en la conciencia de numerosos cris-tianos y teólogos. Según esta concepción, Jesús instituyó la Iglesia, ordenó a los doce y determinó las formas institucionales de la Iglesia. Los apóstoles conti-nuaron la misión y la obra de Jesús y su mensaje se codificó a su vez en el Nuevo Testamento como Sagrada Escritura. Todos los desarrollos ulteriores han sido deducidos de la revelación de Dios en la Escritura y la Iglesia verdade-ra nunca se ha desviado de la tradición apostólica"(') Los Hechos de los Apóstoles, y más en concreto, los sumarios (2,42-47; 4,32-35; 5,ll-16), han generalizado y tipificado una imagen ideal de la Iglesia naciente como prototipo para todas las demás. No obstante, una mirada pau-sada sobre los acontecimientos concretos que se nos narran en los Hechos, nos devolvería una imagen más real, donde se daba el fraude (Ananías y Safira, 5,l-11) y existían diferentes conflictos como, por ejemplo, el que se da entre (1) E. SCHUSSLER FIORENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989,106. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 33 los hebreos y los helenistas en Jerusalén (6,1-6); y donde la persecución, no siempre es sufrida por la totalidad de la Iglesia (8,1-3). Lo que Lucas preten-dió que fuera horizonte de sentido y aliento en la construcción de la fraterni-dad y en el compromiso por el Reino, se tomó en sentido literal como realidad incuestionable de la pureza de los tiempos fundacionales. En los siglos siguientes, Eusebio de Cesárea (s. 111-IV d.C.), reforzará esta imagen, buscando con ello, legitimar la Iglesia de Constantino. Se basa en las palabras de Hegesipo, quien afirma que "hasta aquellas fechas la Iglesia permanecía virgen, pura e incorrupta" (H.E. III,32.7; IV,4). Según su testimo-nio, después de la muerte del último apóstol habría entrado en ella el error y la corrupción. Las consecuencias de una visión tan simplista no pueden ser más negativas: el presente eclesial, con todas sus riquezas y contradicciones, es visto como malo frente a un pasado original puro y sin mancha. Desde esta concepción dualista de la historia de la Iglesia, surgen los voluntarismos intransigentes que, o bien critican absolutamente todo, o bien justifican y legi-timan su propia y exclusiva visión eclesial. Se dificulta, por otra parte, el que los creyentes maduren en su fe, y sepan dar razón de su esperanza (1 Pe 3,15). Sin embargo, nada más lejos de la realidad de la naciente Iglesia, como se han encargado de demostrar numerososlas exegetas y teólogoslas Basta una lectura atenta y crítica del Nuevo Testamento para darnos cuenta que, los primeros tiempos se caracterizaron por una pluralidad de tradiciones, que no siempre se vivieron en armonía. Es un dato hoy incuestionable la presencia de los numerosos conflictos que tuvo que asumir la Iglesia naciente, que se con-formaba a partir de diversidad de concepciones teológicas -a veces en abier-ta contradicción-, de comunidades con problemáticas sociales, políticas, eco-nómicas, culturales.. . diversas, y, por tanto, con praxis también diferentes. Las polémicas se centraban no sólo en la vida interna de las comunidades, sino también los modos concretos en que se plasmaba el compromiso de los cre-yentes con los retos que la historia les planteaba. En abierta fidelidad al Evan-gelio de Jesús, los distintos grupos cristianos responden creativamente a las necesidades sentidas. La pluralidad de respuestas viene exigida también por la multiplicidad de situaciones internas que se les plantean y por la distinta pro- (2) Son numerosos los estudios críticos que encontramos y que pueden tomarse para una mayor profundización. Señalaremos solamente algunos: R. AGUIRRE, Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, DDB, Bilbao 1987; R. BROWN, Las Iglesias que los apósto-les nos dejaron, DDB, Bilbao 1986; H. KOSTER, Introducción al Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1988; J.M. ROBINSON - H. KOSTER, Trajectories through Early Christianity, Philadelphia 1971; E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989; R. VELASCO, La Iglesia de Jesús, Verbo Divino, Estella 1992. A un nivel más divulgativo, pueden consultarse otras obras: J.I. GONZALEZ FAUS, Hombres de la comunidad. Apuntes sobre el ministerio eclesial, Sal Terrae, Santander 1989. J.J. TAMAYO-ACOSTA, Hacia la comunidad. Iglesia profética, Iglesia de los pobres, Trotta, Madrid 1994. 34 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS veniencia de quienes se integran en las comunidades. En unos casos, se tratará de los problemas que surgen a partir de la comunión de mesa entre gentiles y judíos, del proceso de diferenciación y ruptura con el judaísmo, de los falsos doctores que amenazan la identidad de las iglesias de las Cartas Pastorales, etc. Al amparo de una autoridad apostólica (o discípulo de algún apóstol) y, vinculadas a lugares geográficos concretos, fueron creciendo distintas tradicio- - - nes y comunidades, tal y como se nos conserva en los testimonios de los textos bíblicos y en otros escritos de la literatura cristiana primitiva. Las autoridades de Juan, Pedro, Pablo, Santiago ... les dieron legitimidad y les aseguraron un puesto en la Iglesia naciente, si bien algunas de ellas se configuraron como tra-diciones dominantes. Todas ellas se entienden solamente en referencia las unas a las otras. Se trata de tradiciones dinámicas, que se fueron plasmando en un proceso evolutivo en el que intervinieron muchos factores. Se influye-ron y se condicionaron mutuamente, puesto que coexistieron en los orígenes cristiano^'^), es decir, en el momento en que las comunidades se enfrentan con la tarea de dar continuidad al Proyecto de Jesús, pero con una ausencia signifi-cativa, la de los testigos oculares. Nos encontramos, adoptando la terminolo-gía de R. Br ~wn ' ~en) , e 1 período sub-apostólico, caracterizado por la desapari-ción de los discípulos y discípulas que habían hecho camino con el Maestro. Es, en esta época, cuando se redactan la mayoría de los escritos neotestamen-tarios, vinculados a unas u otras tradiciones, y donde hallamos el testimonio claro de la preocupación existente en todas ellas por la fidelidad a Jesús. Explicar los procesos de formación y desarrollo de las comunidades nacientes exige tener en cuenta esta complejidad de vida y de pensamiento. Por otra parte, desde el mundo de la exégesis hecha por mujeres nos llega igualmente el reto de reconstruir estos principios desmontando prejuicios androcéntrico~(y~ d)e jando que emerja el protagonismo de las mujeres en las iglesias cristianas primitivas. Sólo de este modo es posible recuperar el pasado en toda su verdad, y abrirnos a un futuro l iberad~r '~L)a. historia de los oríge- (3) Algunos estudiosos prefieren hablar de trayectorias en lugar de tradiciones. De esta manera, quieren reflejar mejor el carácter dinámico y evolutivo de las tradiciones. Las trayectorias del cristianismo primitivo se abordan desde distintos criterios: el motivo lite-rario (los "Logia", los milagros. ..), la vinculación del cristianismo primitivo a determina-das ciudades y las tradiciones vinculadas a una figura apostólica. Así, R. AGUIRRE MONASTERIO en Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1991, 9. La obra clásica en este sentido en la de J.M. ROBINSON y H. KOSTER, Trajectories through Early Christianity, Philadelphia 1971. (4) R. BROWN, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1989, 15-16. (5) La mentalidad androcéntrica y patriarcal está presente, en primer lugar, en los mismos textos bíblicos y en los escritores del cristianismo primitivo, y en segundo lugar, se refleja en la interpretación que algunos autores hacen de los orígenes cristianos. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 35 nes cristianos, contada como tantas otras, por los varones pretende ser hege-mónica, es decir, pretende que sus puntos de vista, sus énfasis, sus historias, sus silencios.. . sean los de todos y todas. Sin embargo, es imprescindible intro-ducir la categoría de género como un nuevo paradigma hermenéutico desde el que abordar los orígenes cristianos. Borrando de la memoria las historias de las mujeres y silenciando su modo peculiar de enfrentar la vida, de sentirla y razonarla, de comprometerse y vivenciarla, no conseguimos sino poner en peligro la integridad y la universalidad de la Iglesia naciente. La reconstrucción crítica de nuestros orígenes cristianos fortalece y acrecienta nuestra fe, ofrece pautas de discernimiento en el claro-oscuro de nuestro caminar eclesial, nos enriquece y vivifica con experiencias inéditas, nos libera de dualismos inoperantes y destructivos. Mi exposición constará de varias partes. En primer lugar, me centraré en la experiencia de los discípulos y discípulas de Jesús, inmediatamente des-pués del acontecimiento pascual. El estudio del cristianismo primitivo se puede abordar a partir de tres grandes criterios: a) trabajando las tradiciones literarias que subyacen en el Nuevo Testamento, tales como la colección de los "Logia", los relatos de la Pasión y la Muerte de Jesús, los milagros, etc.; b) siguiendo la evolución de las primeras generaciones cristianas, vinculadas a una ciudad determinada; c) estu-diando las tradiciones vinculadas a un apóstol. Para la exposición que sigue, tomaré como criterio metodológico, el último. Por tanto, desarrollaré las diferentes tradiciones que detectamos en los orígenes cristianos, vinculadas a la autoridad de determinados apóstoles, y de las que hallamos firme testimonio en el Nuevo Testamento, en la literatura apócrifa y en los escritos de los primeros Padres de la Iglesia. Cada una de ellas se desarrolla conviviendo con las contradicciones y los problemas que le surgen también internamente. De hecho, no se da una homogeneidad total, y la evolución de las mismas no es completamente lineal. La existencia de esta diversidad -dentro de las mismas comunidades y con otras, que reclamaban autoridades apostólicas diversas o las mismas, pero bajo puntos de vista dife-rentes- nunca rompió la unidad fundamental de la Iglesia primitiva. La diver-sidad de escritos que integran el Nuevo Testamento y, que fueron admitidos por la Iglesia como canónicos, constituyen de por sí, un testimonio elocuente de esta unidad en la pluralidad. (6) Algunas obras que ayudan a profundizar en esta perspectiva son: E. SCHUSSLER FIO-RENZA, En memoria de ella, DDB, Bilbao 1989. R. AGUIRRE MONASTERIO tiene un magnífico capítulo en Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, DDB, Bilbao 1987. 36 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS 1. LOS ORIGENES DE LA IGLESIA: UNIDAD EN LA PLURALIDAD "Poneos en camino ..." Así termina el evangelio de Mateo (28,19-20). Con estas palabras, Jesús manda a sus discípulos a hacer realidad la mesa compartida. Con la seguridad de su presencia, son urgidos a salir de su tierra, como Abraham y Sara, y anunciar la Buena Noticia, enseñando, curando, per-donando.. ., por todos los rincones del mundo. Caminando tras las huellas del Resucitado, son enviados a formar la gran familia de los hijos e hijas de Dios, realizando los signos del Reino. La experiencia de la Pascua, hondamente vivida y compartida, está en el origen de la 1glesia.En torno al grupo que hizo camino con el Jesús histórico se va fraguando una nueva realidad comunitaria. Son estos hombres y muje-res, que le siguieron bien de cerca, que compartieron la misma comida y los mismos caminos polvorientos, que se sintieron atraídos irresistiblemente por su persona y su misión, los que, animados por el Espíritu de Jesús, se sienten convocados a recrear la historia desde las claves del Reino y haciendo vida el programa contenido en las bienaventuranzas. Han superado el escándalo de la cruz, y reunidos de nuevo, se disponen, de la mano del Resucitado, a dar a luz una nueva comunidad. Con la fuerza del Espíritu, salieron a los caminos y continuaron empeñados en la misma tarea de construcción del Reino de paz y justicia. Su testimonio provocó a otroslas muchoslas a caminar tras las huellas del resucitado. De este modo, surgieron en distintos lugares (Antioquía de Siria, Roma, Grecia, Asia Menor.. .) comunidades cristianas que se dispusie-ron creativamente a hacer vida el evangelio recibido. La primera gran crisis había sido superada. De ella, han salido no sólo más fortalecidos, sino más audaces, más entrañados con el proyecto de Jesús. Los años que siguieron a la muerte y resurrección de Jesús, la época apostólica"' (33-66 d.C.), estuvieron marcados por la confianza y la seguridad que daba la presencia de los que habían visto y tocado al Señor (1 Jn 1,1). La primera generación cristiana caminaba segura apoyándose en aquéllos y aqué-llas que habían sido compañeros de camino de Jesús y, que con su testimonio, podían ayudar a discernir las modalidades concretas, que las nuevas circuns-tancias históricas y culturales pedían para seguir encarnando la Buena Noticia de Jesús. (7) Continuando con la terminología de R. BROWN, consideraré la época apostólica, el período que abarca aproximadamente del año 33 al 66 d.C., y que corresponde a la prime-ra generación cristiana, la de los testigos oculares. El llamado período sub-apostólico (66- 100 d.c.), se caracteriza por la desaparición de los testigos presenciales del "aconteci-miento Jesús". Es el momento de la segunda generación cristiana, y cuando se escriben la mayor parte de los escritos del Nuevo Testamento. Por último, el período post-apostólico (100-150 d.C.). Es la época de la tercera generación cristiana, y donde tenemos escritos como las cartas de Ignacio de Antioquía y la carta primera de Clemente, dirigida por la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corinto. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 37 La segunda gran crisis surge cuando éstos desaparecen y las comunida-des que ellos habían acompañado tienen que continuar solas su compromiso en el mundo a la luz del Evangelio anunciado. Las diferentes iglesias locales, que se habían ido agrupando en torno a alguna de las figuras apostólicas, sien-ten la responsabilidad de mantenerse fieles al evangelio recibido y, a la vez, de buscar alternativas para las nuevas realidades sociales, políticas, económicas, culturales y comunitarias que estaban viviendo. Empieza así una etapa, la era sub-apostólica (66-100 d.C), caracterizada por diversidad de tradiciones, que encuentran su espacio de desarrollo y crecimiento, muchas veces conflictivo,dentro de la única Iglesia católica, y que buscan amparo invocando el nombre de alguna figura apostólica, como garante de la tradición heredada. Un desafío que la Iglesia naciente supo afrontar sin temor y consciente de que en todas estas tradiciones la revelación de Dios no se agotaba, sino que se complementaba. Fruto de ello, es la existencia de una Iglesia que se mantiene unida a pesar de una gran diversidad de situaciones histórico-sociales, cultura-les. .., y de concepciones teológicas no sólo diferentes, sino incluso, a veces, contrapuestas. Es el momento en el que se escriben la mayoría de los escritos neotestamentarios, donde encontramos recogida esta diversidad. En el Nuevo Testamento, podemos distinguir cuatro grandes tradicio-nes: la tradición paulina, la tradición del Discípulo amado, la tradición de Pedro y la tradición de Santiago. Al interior de cada una de ellas, se pueden distinguir, a su vez, diversas corrientes que dejan de manifiesto las diferentes concepciones eclesiológicas, éticas, cristológicas, etc., que latían en las prime-ras comunidades cristianas. 2. TRADICION PAULINA La figura de Pablo causó un gran impacto y su influencia se extendió ampliamente, como se muestra en las cuatro corrientes que se incluyen dentro de la trayectoria paulina. Su peculiar manera de enfrentar el compromiso con el Reino, y su postura crítica ante la ley judía está en el fondo de esta tradi-ción, que no obstante, no es uniforme en todas sus ramas. Descendiente de una familia rigurosamente judía de la diáspora (Gal 1,13-14; Flp 3,5-6; Act 21,39; 22,6; 23,6), y gozando de los derechos de la ciudadanía romana (Act 22,25.27-29; 23,27), Pablo se encuentra abocado desde su niñez, a vivir en su propia carne la riqueza y las tensiones que se generan en un diálogo intercul-tural. Este dato no es instranscendente a la hora de comprender la misión del Apóstol entre los gentiles rompiendo las estrechas fronteras del judaísmo, y afrontando con apertura, libertad y sabio discernimiento los retos de la fe y de la justicia en un mundo plural y complejo. PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS Identidad de las comunidades del Corpus paulinum: Están dirigidas a comunidades situadas en ciudades bien comunicadas, y algunas muy importantes, a lo largo delas regiones costeras de Asia Menor, Grecia e Italia (Rom 15, 19-20). El carácter marcadamente urbano de éstas contrasta ampliamente con las comunidades palestinenses, netamente rurales. El ambiente helenista en el que se insertan es cosmopolita, floreciente a nivel económico, plural en concepciones filosóficas y religiosas, pero también constituye un desafío constante y una amenaza para que arraigue el Evange-lio. Se trata de una sociedad donde el bienestar creciente trae parejo también la decadencia de la moral y la pérdida de valores, el hedonismo como norma de vida, los excesos de todo tipo, en particular los sexuales y otras costumbres que desafiaban abiertamente la inculturación del evangelio. Socialmente son comunidades heterogéneas, como conocemos por los conflictos que se suscitan y que son narrados en las cartas. Por ejemplo en 1 Cor 8-10, donde el problema de comer o no, carne sacrificada a los ídolos enfrenta a grupos social y culturalmente distintos. De todas las comunidades paulinas, la que mejor conocemos es la de Corinto, y podemos tomarla como paradigma. Sus miembros proceden de todos los estratos sociales, exceptuan-do la clase aristocrática.En este grupo cristiano, en concreto, son los miembros que viven más desahogados, los que ejercen, o pretenden ejercer, una gran influencia, causando no pocas tensiones. En general, los que se integran en estas comunidades proceden mayori-tariamente del mundo de la gentilidad. Por esta razón, algunos de los principa-les conflictos que vivieron se plantean en razón de su relación con el judaísmo. Por último, el intento de superación de las estructuras y modos de actuación de la sociedad patriarcal en las comunidades cristianas, trajo consi-go también una dosis, no pequeña, de conflictividad. Dirigidas a comunidades domésticas que se reúnen en las casas para celebrar y compartir la fe (1 Cor 16,19; Rom 16,23), reflejan una defensa firme de la libertad y la igualdad, que se genera cuando el Espíritu es la máxima autoridad. La experiencia de fe, vivida y transmitida, es fundamental. Se con-densa en fórmulas de fe centradas en el acontecimiento pascual: (8) Para una mayor profundización en este aspecto: G. THEISSEN, Studien zur Soziologie des Urchristentums, Tibingen 1979. W.A. MEEKS, Zur Soziolologie des Urchristentums, München 1979 (antología que recoge artículos de varios autores); The First Urban Chris-tians. The Social World of the Apostle Paul, New Haven and London 1983; "Social Con-text of Pauline Theology", Znterpretation, 36 (1982) 266-277. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 39 ". . .yo os transmitz; en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitado al tercer día según las Escrituras.. . " (1 Cor 15,343). Adheridas al mensaje de Jesús, crecen y se fortalecen como Cuerpo de Cristo, donde el mismo Espíritu suscita diversidad de carismas (1 Cor 12; Rom 12,6-8), que favorecen el desarrollo comunitario y se entienden referidos a la misión de los cristianos en el mundo. El amor con que se ejerzan es el princi-pio estructurante de una vida en comunión. Igual que la unidad del cuerpo es real en la diversidad de sus miembros, así también los distintos ministerios comunitarios garantizan la unidad de la Iglesia. Es de destacar que en las comunidades paulinas, las mujeres eran receptoras por igual de estos carismai (Rom 16; Fil 4,2-4; 1 Cor 16,19; etc.). Destaca el papel protagónico que desarrollaron. Bástenos con señalar algunos ejemplos: Priscila (Rom 16,3.5;1 Cor 16,19) que colaboró con Pablo en la tarea misionera y en la de enseñanza (Act 18,26), y según los textos, de un modo destacado. De cuatro mujeres, María, Trifena, Trifosa y Perside se dice que "han trabajado mucho en el Señor7' (Rom 16, 6.12). Pablo usa el verbo kopiao, el mismo que usa para designar el trabajo apóstolico de las autoridades de la comunidad (cfr. 1Cor 16,16; 1 Tes 5,12); o su propio trabajo apostólico (1 Cor 15,lO; Gal 4,11; Fil 2,16). De Junia (Rom 16,7) se dice abiertamente que es apóstol. Febe, a quien da el título de diácono, es decir, es responsable de la iglesia de Cencreas, y su tarea consiste en misionar y enseñar (". En 1 Cor 11,5, Pablo deja claro que las mujeres pueden "hablar en nombre de Dios", es decir, pueden profetizar. Dios puede expresar su querer para el grupo de creyentes. Pablo pide a los tesalonicenses que no apaguen la fuerza del Espíritu (1 Tes 5,19). Es ésta la base de una eclesiología de la comunión en la pluralidad, donde todos y todas tienen cabida. La postura personal de Pablo con respecto a las mujeres se caracteriza por una cierta ambigüedad que ha dado pie a interpretaciones de su doctrina contrapuestas. La afirmación tan audaz de Gal 3,28: "Ya no hay distinción ... entre varón o mujer.. ." no es llevada hasta sus últimas consecuencias en las situaciones reales, como sucedió en cambio, con el tema de la justificación por la fe o por las obras de la ley. Los conflictos que se generan, por ejemplo, en la comunidad de Corinto a causa de las mujeres que han optado por vivir consecuentemente con los (9) R. AGUIRRE MONASTERIO, Del movimiento.. . , págs. 183-184. 40 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS valores de libertad e igualdad que se proclaman desde el cristianismo (Gal 3,28) son resueltos por Pablo manejando a la vez dos afirmaciones en las que subyacen afirmaciones contradictorias (1 Cor 7): por un lado, se defiende el celibato subrayando de este modo, la igualdad de los sexos; pero, por otro lado, se apuesta por la estabilidad del matrimonio, es decir, se apuesta por mantener y asegurar la estructura patriarcal tradicional y base de la sociedad del momento. La imposición del velo a las mujeres en 1 Cor 11,2-16, incluida en el mismo contexto donde se les reconoce la capacidad de profetizar (v.5), no deja de sorprender. Por un lado, se favorece la igualdad y las tareas de direc-ción compartidas por hombres y mujeres, y, por otro, se les pide a las mujeres ajustarse a los usos y costumbres de una sociedad claramente patriarcal. A nivel de estructura eclesial, es significativo que no aparece en estos escritos, la triada obispos-presbíteros-diáconos. Pablo considera que la organi-zación debe responder a dos criterios: la participación y corresponsabilidad de todos y las funciones de dirigencia en manos de personas entregadas y dis-puestas a alentar el crecimiento de los carismas en la comunidad (1 Tes 5,12). La comunidad lucana, probablemente de origen paulino ('O), es mayori-tariamente de procedencia griega, con una minoría judeocristiana("). Esto explica que la obra esté dedicada a Teófilo, un griego, y que el evangelio pro-metido a los judíos se dirija a los paganos. Sus destinatarios se situarían en torno a Grecia-Macedonia-Asia Menor. Desde el punto de vista socio-económico, la comunidad de Lucas esta-ría conformada por un buen número de personas bien situadas. No pocos tex-tos (Lc 12,16-21; 19,l-10) nos hablan de las tensiones que esto generó en la comunidad. El evangelista se ve forzado a tomar las exigencias radicales del tiempo de Jesús como crítica a una comunidad que puede estar enfrentada al problema de la codicia, la especulación, etc. Estas iglesias se enfrentan a las herejías y a la crisis acentuando ya el proceso de institucionalización. No obstante, es significativo el hecho de que no se contraponen abiertamente los carismas con la institución eclesial. La (10) "Muy posiblemente se trata de una comunidad de origen paulino, lo cual explicaría el papel relevante que tiene Pablo en la obra, cuya actividad se defiende, se describe en paralelismo con Pedro y se presenta como ejemplo a imitar ... A favor de este punto de vista está igualmente la problemática en común con las cartas pastorales" (R. AGUIRRE MONASTERIO-A. RODRIGUEZ CARMONA, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apóstoles, Verbo Divino, Estella 1992). (1 1) No todos los autores están de acuerdo en que sea de este modo. Por ejemplo, J. Jerwell, Schneckemburger y E.R. Goodenough hablan de una mayoría judeocristiana. En contra, J.A. Fitzmyer. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 41 estructura que asumen proviene del judaísmo. El Espíritu sigue siendo decisi-vo en estas comunidades. Las figuras apostólicas, como Pedro y Pablo, se con-ciben como servidores del Espíritu, que actúa a través de ellos y que siempre permanece, a pesar de los momentos difíciles. Lucas subraya la importancia de los Doce como garantes de la continui-dad con el Jesús histórico, de quienes fueron testigos oculares y fidedignos. Su teología subraya el papel de una Iglesia única, santa, católica y apostólica, donde se concede primacía a los carismas de profecía y de enseñanza. La pre-ocupación por los pobres y la puesta en común de bienes constituyen dos de los rasgos fundamentales de esta corriente lucana. Su concepción de la Iglesia varía bastante con respecto a las preceden-tes. Este término, Iglesia, ya no es tomado en sentido local, sino en sentido absoluto y universal. Se parte de que ésta es santa e inmaculada (Ef 5,27), y su vida y crecimiento le viene de mantenerse unida a su cabeza, es decir, Cristo mismo (Ef 4,12-16). Es una imagen excesivamente idealista, que ciertamente puede plantear problemas cuando los distintos grupos prueban el sabor de las limitaciones. Y, sobre todo, que dado el carácter absoluto como se plantea su santidad, no admite que se abran muchas posibilidades a la renovación y al cambio. Por otra parte, es fundamental, no olvidar que nos encontramos ante una visión escatológica. Sin llegar a especificar bien las funciones concretas, esta corriente empieza a distinguir dos funciones de dirigencia y guía, importantes para la buena marcha de la comunidad, si bien no se hace hincapié en el aspecto de la sucesión apostólica. El restar importancia a las iglesias locales, en favor de una concepción de la iglesia más universal, implica igualmente restarle importancia a la cele-bración de la fe en las pequeñas comunidades, al compromiso de sus miem-bros, a los servicios que realizan, etc. En cuanto al papel de las mujeres en estas comunidades, conviene hacer mención de los "códigos domésticos", donde se legitima la sumisión y la obediencia de las mujeres, los hijos y los esclavos al varón que ejerce como padre, señor y amo (Col 3,18-4,l; Ef5,21-6,9). Estos textos avalan, por tanto, la estructura patriarcal que hace del pater familias, dueño absoluto de todo y de todos. "Estos códigos recogen una tradición griega muy antigua sobre la "oikonomia" u orden de la casa, que inculcaba la moral patriar-cal. Las relaciones del "pater familias" con la mujer, con los hijos PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS y con los esclavos era el núcleo de la casa, que, a su vez, constituía la piedra angular de toda la sociedad. La ciudad-estado no era sino la extensión de la casa. Por tanto, alterar la casa era alterar la '>olis", subversión política. Por eso cuando la iglesia acepta los códigos domésticos y legitima la subordinación de la mujer tiene, al mismo tiempo, una pretensión política latente, que muy pronto iba a aflorar. Se estaban poniendo las condiciones para hacer del cristianismo la ideología del imperio. La patriarcalización y la ins-titucionalización, de hecho, eran aspectos de un mismo pro-ceso"(' 2). 2.4. CORRIENTDEE LAS CARTASP ASTORALES En las cartas pastorales quedan reflejadas algunas de las preocupacio-nes más fuertes de grandes sectores de la Iglesia del s. 1. Es importante cono-cer algunos elementos del contexto vital en el que estos escritos surgieron. En primer lugar, las iglesias a las que van dirigidas las cartas a Timoteo y Tito, viven bajo la amenaza de maestros gnósticos y judaizantes (Tit 1,lO; 1 Tim 4,l-2; 2 Tim 4,3), y, en segundo lugar, estas comunidades necesitan avivar su experiencia de fe. Sobrevivir después de la muerte de Pablo'"), se presenta como un desafío que en las Pastorales se resuelve con el nombramiento de autoridades locales, presbíteros y obispos (Tit 1,5.7), que se encargarán de velar por la transmisión de la sana doctrina. Por tanto, en esta situación de crisis se acentúa la importancia de estructurar jerárquicamente la vida de estas comunidades. Se nombran autori-dades con funciones bien definidas: a) Función de magisterio ( 1 Tim 1,lO-11). Ellos son los maestros oficia-les de las comunidades, es decir, los responsables de velar por la ortodoxia, rechazando cualquier enseñanza que se presentase diferente al depósito reci-bido. Esto implica que se convierten en supervisores, y que queda netamente marcada la diferencia de los presbíteros-obispos con respecto al resto de los miembros de la comunidad. b) Ejercer como padres que tienen toda la responsabilidad del funcio-namiento y de la administración de la casa. Las cualidades que se les piden son las mismas que para cualquier organización de carácter familiar: irrepro-chable, no soberbio ni iracundo, dueño de sí mismo, ecuánime, pacífico, etc. (Tit 1,7-9; 1 Tim 3,3-5). "Estos últimos requisitos reflejan el surgimiento de la (12) R. AGUIRRE MONASTERIO, Del movimiento.. . , pág. 191. (13) La mayoría de autores mantiene en la actualidad el que estas cartas no fueron escritas por Pablo, sino por un discípulo suyo. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 43 iglesia como una sociedad con normas establecidas que se imponen sobre sus figuras públicas" (14). Este primitivo proceso de institucionalización, patriarcalización y estructuración jerárquica tuvo consecuencias muy significativas en el caminar de la Iglesia posterior. En concreto, en el protagonismo o no del laicado y de las mujeres como una realidad viva y operante en la vida eclesial. La crisis surgida en la Iglesia naciente después de la muerte de los testi-gos oculares provocó la búsqueda de seguridades concretas que garantizasen la fidelidad a los orígenes, es decir, al Evangelio proclamado por Jesús. Estos grupos, que reflejan las Pastorales, resolvieron el problema subrayando el papel de las autoridades eclesiales, vinculadas por una línea sin interrupción con las figuras apostólicas y subrayando el papel central de la ortodoxia como norma de estabilidad y de continuidad. Aunque es cierto que las comunidades destinatarias de las Pastorales gozaron de una fuerte estabilidad que se prolongó en el tiempo, fruto de una sólida estructura institucional (presbíteros, obispos y diáconos), lo cierto es que el precio pagado por ello fue muy alto. Ahí empezaron a gestarse los antecedentes de una teología que hacía de la tradición un depósito estable y que convirtió la presencia de maestros autorizados en las comunidades en garantía de la fidelidad al evangelio de Jesús. Categorías como sucesión, apostolicidad, oficio magisterial y reinter-pretación de la tradición se convierten en clave de discernimiento del ser y la misión de la Iglesia. Las consecuencias que se derivan de todo ello, han ejerci-do una gran influencia en el caminar de la Iglesia posterior. Asistimos ya desde este momento a las diferencias insalvables entre aquellos -siempre hombres- que pueden enseñar con autoridad, los maestros oficiales, y loslas que deben obedecer. Esto implicaba condenar al silencio a la mayoría de per-sonas que integraban las comunidades. Suponía no admitir ni sugerencias, ni ideas nuevas o diferentes, es decir, suponía vivir la experiencia de fe como si se tratase de una pieza arqueológica. En el fondo, se están poniendo las bases para determinar quién tiene el poder en la Iglesia('5)E. l pueblo de Dios en su conjunto pierde un protagonismo, que como bien sabemos, está tardando en recuperar, y particularmente la mujer queda ausente y silenciada. 14) R. BROWN, o.c., pag. 34. 15) No olvidemos que saber es poder, y de hecho, los destinos de estas comunidades estaban regidos por quienes poseían la "sana doctrina", los cuales vigilaban para que no entraran doctrinas erroneas en las comunidades. 44 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS Se descuidan los aspectos carismáticos y la profecía no es de los rasgos característicos de estas comunidades. Se apuesta no tanto por el cambio, cuan-to por la estabilidad y la seguridad, con un fuerte riesgo de inmovilismo. La misión y el trabajo misionero y pastoral no es lo principal, sino garantizar las estructuras eclesiales que, a su vez, garanticen la fidelidad a los orígenes. Estructuras, que por otra parte, son marcadamente patriarcales, y donde las mujeres son relegadas (2 Tim 3,6-7; 1 Tim 2,12.15). Haber acentuado tanto el contenido de estas cartas y haberlo hecho normativo para la Iglesia posterior supuso optar por entrar en una dinámica más conservadora que creativa; una dinámica que acentuó la verticalidad, la legitimación de las estructuras patriarcales y la construcción de las comunida-des, no tanto en función de la igualdad de los creyentes en razón del Bautismo recibido, sino en razón del cuidado de quienes poseían la doctrina oficial. Esta jerarquización de la vida eclesial condicionó el desarrollo clerical de la Iglesia a partir del s. 11 y 111. Era muy fácil dar el salto a la clericalización de los diversos ministerios y a la pérdida progresiva de protagonismo del resto de personas que conformaban las comunidades, es decir, de los laicos y laicas que perderían paulatinamente su participación y corresponsabilidad en la vida comunitaria, y especialmente las mujeres. No obstante, este planteamiento del ministerio que se da en las Pastora-les es respuesta a una determinada situación de la Iglesia, de donde se deduce que no se puede, con excesiva facilidad, dar el salto a afirmar que esta estruc-turación procede de Jesús o de Dios mismo. No se busca establecer unas determinadas estructuras del ministerio, sino garantizar la fiel transmisión del evangelio que puede hacerse también de otras maneras. Si se convierten en normativos estos aspectos, habría que hacer lo mismo con el matrimonio de los ministr~s"~E)s.t o no lo podemos olvidar. 3. TRADICION DEL DISCIPULO AMADO La tradición del Discípulo Amado (17) representa un modo completa-mente diverso de responder a la crisis surgida en la Iglesia cuando murieron los testigos oculares. A través de una historia conflictiva, esta tradición logró abrirse paso en la Iglesia naciente, si bien quedó bastante olvidada y relegada. (16) R. VELASCO, o.c., pág. 66. (17) Para una mayor profundización en el origen, desarrollo y teología de esta tradición remi-timos al libro de R. BROWN, La comunidad del discipulo amado, Salamanca 1991. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 45 Sus planteamientos eclesiológicos se configuran a partir de la categoría de discípulola, categoría primaria para el cuarto evangelio. Se garantizaba la continuidad con los orígenes a través del discípulo al que Jesús amaba. Y una vez que él ha muerto, no hay necesidad de sucesores, sino que el Espíritu que permanecerá siempre al lado de cada uno de los miembros de la comunidad (Jn 14,16) será el encargado de llevarles a la verdad completa (Jn 16,13). El Espíritu es prácticamente el único maestro autorizado para todoslas los las creyentes. Es quien guía a la entera comunidad, y no sólo a los dirigentes. Loslas cristianoslas que conformaron estos grupos, de procedencias bien diversas, entendieron que su fidelidad a las huellas del Resucitado, pasa-ba por una vinculación entrañable con el Señor de la Vida. Son muy significa-tivas las imágenes que usa el evangelio de Juan para describir la vinculación con Jesús de sus seguidores y seguidoras (Jn 10,1-21; 15,1-7). Como los sar-mientos permanecen unidos a la vid, así todos los creyentes. A mayor unión con la Vid, mayor garantía de fidelidad, de crecimiento comunitario y de con-tinuidad. Por tanto, el amor es la clave fundamental desde la que se entiende esta iglesia. Quien más ama, provoca más vida. Y de esto son capaces todos y todas. El amor genera discípulos y discípulas que sirven por igual en la comu-nidad. Desde aquí sólo es posible entender los diferentes servicios en la comu-nidad, incluido el de autoridad (Jn 10, 1-18; 21). La importancia viene dada, no por el cargo o función que se realice, sino por la vinculación amorosa con el Señor. En esta tradición, por tanto, los distintos ministerios están vistos en su verdadero contexto, la comunidad de discípulos y discípulas. De este modo, estas comunidades viven una igualdad fundamental a todos los niveles: de género, de status laica1 o consagrado, de tiempo ... Se rompe toda diferencia entre los creyentes, destacando el papel protagónico de las mujeres, que incorporándose a la marcha de la Iglesia por la obediencia al Resucitado se viven y son reconocidas como miembros con pleno derecho en la comunidad de Jesús. La fraternidad, por tanto, es recreada y fortalecida. Las consecuencias que se derivan, serían las siguientes: Se subraya la condición de igualdad de todoslas loslas creyentes ('*l. Según esta concepción, ser bautizadoslas es la condición más importante para los miembros de la comunidad cristiana, porque este sacramento nos hace hijos e hijas de Dios. La ordenación sacerdotal quedaría, por tanto, entendida a partir de la igual dignidad que nos confiere el Bautismo, y en ningún caso, (18) "En otras iglesias del NT, bien sea que se complazcan en los carismas (apóstoles, profetas, maestros, etc., en 1 Cor 12,28), o bien que hayan desarrollado una serie de cargos estables (presbíteros-obispos y diáconos en las Pastorales), descubrimos siempre una tendencia a primar un carisma u oficio sobre otros" (R. BROWN, o.c., pág. 99). 46 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS dicho servicio podría ser considerado de más valor. De aquí se desprendería también el reconocimiento real del laicado y de la mujer en la construcción de la Iglesia. Ser hijos e hijas del mismo Dios, Padre y Madre, nos confiere el derecho de participar corresponsablemente en la edificación de la Iglesia. Puesto que el Espíritu es el que enseña a todos y todas, en esta comuni-dad se anula toda división en razón de que unos saben -los maestros- y otros y otras son los enseñadoslas. El reto está en aprender a discernir comunitaria-mente en caso de que haya polémica. La comunidad del Discípulo Amado no supo responder a este desafío y terminó dividiéndose, tal y como aparece reflejado en las cartas de Juan. No obstante, creemos que este hecho no anula el aporte decisivo de esta tradición. El Espíritu no es posesión exclusiva de los sacerdotes, de los obispos o del Papa, sino que éste nos enseña a todos y todas. Debido a su peculiar teología, la tradición del Discípulo Amado supone un aporte muy significativo no sólo para descubrir el papel del laicado en la Iglesia, sino también de la mujer('9). La valoración que esta tradición tiene de las mujeres es inseparable del desarrollo de su pensamiento acerca del Hijo único del Padre, del amor como vinculación definitiva y permanente con El, así como de su peculiar teología sobre el Espíritu, abogado y maestro de todo creyente. En el relato de la samaritana, se recoge probablemente una tradición que reconocía la presencia significativa de una mujer en la conversión de los samaritanos. Todo el relato gira en torno a la afirmación de Jesús en 4,10: "si conocieras el don de Dios.. . " El encuentro entre Jesús y la samaritana se inscribe en un contexto de revela-ción. En el diálogo con ella se revela a sí mismo como ese don, que lleva a la salvación a quien cree en él. Por su parte, la fe de Marta va creciendo hasta alcanzar la madurez del verdadero discípulola. Su confesión de fe tiene exclu-sivamente su paralelo en los Sinópticos, que la ponen en boca de Pedro (Mt 16,16-17). Nunca el Cuarto Evangelio pondrá las mismas palabras pronuncia-das por Pedro. La unción de Betania, realizada por María, es en sí misma un gesto profético que anticipa el hecho fundante de la Iglesia: la muerte y la resurrección del Hijo amado del Padre. Su estrecha vinculación con el Maes-tro hace posible que ella y toda la comunidad quede envuelta en el mismo per-fume que llena la casa: el amor entrañable del Padre hecho posible en el Hijo muerto y resucitado. María Magdalena es presentada como el apóstol de los apóstoles, con las mismas credenciales que Pablo reclama como suyas: el encuentro personal con el resucitado y el encargo de anunciarlo (! Cor 9,1-2; 15,s-11; Gal 1,ll-16). Por último, la madre de Jesús, vista pc; rsta tradición en (19) R. BROWN, en su obra La comunidad del discipulo amado dedica el último capítulo a estudiar con amplitud el papel de las mujeres en esta tradición. E. ESTEVEZ, "La mujer en la tradición del discipulo amado", RIBLA 17 (1994) 88-98. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 47 términos de seguimiento. Ella forma parte de la comunidad de seguidoreslas de Jesús. Además de madre, es discípula. Las cartas joánicas reflejan los problemas agudos que enfrentaron las comunidades pertenecientes a esta tradición y que se resolvieron en una divi-sión profunda. Los secesionistas se integraron fundamentalmente en el movi-miento gnóstico, mientras que el resto de la comunidad fue absorbida por la "gran iglesia"(20)T. anto un grupo como otro, al ser integrados perdieron los rasgos más propios de su identidad. De cara al desarrollo de la Iglesia en los siglos siguientes este hecho es bien importante, porque supone el silencia-miento de los aportes más significativos (señalados previamente) de esta tradi-ción. El modelo de Iglesia que se impuso no fue a partir de la tradición del Discípulo Amado, sino a partir de aquellas tradiciones que subrayaban más la necesidad de estructuración vertical eclesial, en lugar de subrayar la vincula-ción al Maestro y la apertura al Espíritu como garantía de fidelidad a los orí-genes. Para el resto de la comunidad joánica que se integró en la "gran igle-sia", "el mismo hecho de que una eclesiología centrada en el Paráclito no había ofrecido ninguna protección real contra los cismáticos, en último término hizo que sus seguidores aceptaran la estructura de autoridad docente de los presbíte-ros- obispos, la cual, en el siglo 11, se convirtió en la estructura dominante en la gran iglesia, pero que era totalmente extraña a la tradición ju~nica"(~'). 4. TRADICION DE PEDRO Esta tradición se convirtió en la hegemónica dentro de la Iglesia. Los escritos donde encontramos mejor reflejadas sus notas distintivas son el evan-gelio de Mateo y la primera carta de Pedro. Es una tradición de mediación y de síntesis. Mediación entre las trayec-torias que representan las tradiciones de Pablo y Santiago. Las comunidades petrinas mediarán, por ejemp10,entre temas tan importantes como fe y obras, carismas e instuciones. En la la de Pedro, nos encontramos con comunidades cristianas locali-zadas en ámbitos rurales, y cuyos miembros son socio-económicamente pobres. Probablemente, gentiles convertidos, que atraviesan situaciones difíci-les. (20) "...Iglesia del siglo I que procedía de los cristianos apostólicos del siglo I, y donde las igle-sias se hallaban asociadas más estrechamente entre sí por una creciente estructura común de episcopado y presbiterado en mutzLo reconocimiento ..." (R. BROWN, La comunidad del Discipulo, Amado, 139). (21) R. BROWN, La comunidad del Discipulo Amado, 140. 48 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS La carta, escrita desde Roma bajo la autoridad de Pedro, nos habla de grupos cristianos con un fuerte sentido de pertenencia que se mantienen fir-memente unidos e identificados plenamente con su propio ser. La identidad del Pueblo de Dios se describe teniendo de transfondo a 1srael.Lo mismo que la experiencia del desierto configuró a las tribus que salieron de Egipto en el pueblo elegido, así la conversión ha hecho de los gentiles, Pueblo de Dios. Al remarcar mucho la santidad de la Iglesia, corren el peligro de sepa-rarse del resto de personas y grupos. Internamente, se enfatiza la función sacerdotal de los bautizados (2,4-lo), resaltando la igualdad fundamental de los creyentes conferida por el Bautismo. Un desafío que nuestra Iglesia actual, que enfatiza tanto el sacerdocio ordenad0,necesita acoger y responder. En el capítulo 5 encontramos aspectos de la organización de la iglesia: Cristo es el pastor y guardián (2,25; 5,4) y los presbíteros son los responsables de la comunidad, a quienes los jóvenes deben obediencia. Aunque en princi-pio, esta estructura nos recuerda a la que aparece en las Pastorales; sin embar-go, hay una diferencia fundamental. No se hace de la estructura presbiteral la fortaleza que garantiza la superación de las pruebas (4,12). La confianza en Dios y la comunión con Cristo en su misterio pascua1 son, para todo creyente, la roca fuerte. Frente al odio de los de fuera, que consideran a los miembros de estas comunidades como una secta extraña y secreta, el autor de esta carta, afianza el sentido de pertenencia a la casa común, a la nueva familia de hijos e hijas de Dios. Una experiencia que tendría mucho que decirnos hoy, cuando muchos cristianos, hombres y mujeres, han dejado de sentir calor en nuestras iglesias, cuando tantos creyentes sienten una gran distancia afectiva y efectiva del caminar de esta iglesia. El evangelio de Mateo ha gozado de un gran prestigio en la Iglesia, pro-bablemente porque también se ha destacado por su matiz conciliador y de sín-tesis. Escrito en Antioquía, presenta a Pedro como el supremo maestro de la Iglesia(22R). esalta su autoridad para interpretar la enseñanza de Jesús, porque en torno a la tradición petrina se equilibran el resto de tradiciones existentes en Antioquía (23). Aunque se reconoce que es Jesucristo quien edifica y vela por la Iglesia, la tradición vinculada a Pedro es la que garantiza la auténtica enseñanza del Jesús histórico. (22) R.E. BROWN, Pedro en el Nuevo Testamento, Santander 1976, 77-104. R.E. BROWN-J. P. MEIER, Antioch and Rome, London 1983. R. AGUIRRE MONASTERIO, "La figura de Pedro en el Evangelio de Mateo" en Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1991. (23) H. KOSTER, Introducción al Nuevo Testamento, Salamanca 1988,681-695. ELlSA ESTEVEZ LOPEZ 49 La comunidad a la que se dirige el evangelio está integrada al principio por mayoría judía, pero muy pronto les superaron en número, los cristianos de origen pagano. Esta iglesia se debate entre dos frentes: hacia fuera, se vive un enfrentamiento con el judaísmo fariseo, que se impuso después del año 70 d.C. y que está centrado en torno a la Ley y a la Sinagoga. Esta tendencia encontraba eco también en sectores judaizantes radicales de la iglesia de Mateo, que probablemente toman como base la autoridad de Santiago. Al interior de la comunidad, otro problema grave es el de aquellos que rezan mucho, pero no practican obras de justicia (7,1523). Aquí, el evangelista com-bate sectores judeo helenistas radicales y libertinos, que podrían basarse en Pablo. Teológicamente, el evangelio de Mateo sintetiza espléndidamente tra-diciones legalistas sobre la ley y otras más liberales de origen pagano cristia-nas. La eclesiología de Mateo nos aporta valores importantes para nosotros hoy: dejando claro que la persona de Jesús, sus actitudes, y sobre todo, sus enseñanzas, constituyen el criterio de discernimiento definitivo, el evangelista demuestra un respeto grande por la ley y por la autoridad. Quiere evitar de este modo, los peligros de autoritarismo, legalismo e incluso clericalismo. 4. TRADICION DE SANTIAGO Santiago(") dirigió la Iglesia de Jerusalén desde el año 41-44 hasta el 62 en que fue martirizado. Probablemente es la figura más representativa del judeocristianismo estricto. Su influencia en los orígenes cristianos es tal que se le hace responsable de un escrito más bien tardío, la llamada carta de Santia-go. E incluso se le considera detrás de escritos apócrifos. La relevancia de Santiago se descubre igualmente en los escritos paulinos. En concreto, en la carta a los Gálatas, Pablo afirma que "Santiago, Cefas y Juan, que eran consi-derados como columnas nos tendieron la mano en señal de comunión a nzi y a Bernabé" (Gal 2,9). Es decir, probablemente Pablo está buscando con ello legitimar su apostolado entre los gentiles. No se nos esconden los conflictos existentes entre los judeocristianos y la Iglesia de Antioquía de Siria. La asam-blea de Jerusalén (Hech 15) significa una paso fundamental y decisivo en la construcción de la unidad en la pluralidad de la Iglesia de los orígenes, que de este modo se hace verdaderamente universal.Ambas corrientes se reconocen y (24) Para seguir el estudio puede consultarse: R. AGUIRRE, La Iglesia de Jerusalén, DDB, Bilbao 1989; H. KOSTER, o.c., págs. 592-597; J.M. ROBINSON-H. KOSTER, o.c., págs. 119-126; 211-216. 50 PLURALIDAD Y UNIDAD EN LOS ORIGENES CRISTIANOS se acogen mutuamente, sin quedar supeditadas la una a la otra. Jerusalén se seguiría caracterizando por su respeto a la Ley y practicando la circuncisión, mientras que las comunidades provenientes de la gentilidad, simbolizadas en la comunidad antioquena seguirían caminando según su modo peculiar de vivir el Evangelio de Jesús. La comunidad de Jerusalén está dirigida por un grupo de presbíteros, presididos por Santiago (Act 15), al estilo de la organización en las comunida-des judías. Como afirma H. KOSTER, "Hay razones para pensar que los cristianos de Jerusalén se consideraban al principio como un grupo especial dentro del mundo cultural judío. Tomaban parte en el culto del templo, practicaban la cir-cuncisión y se atenían a las prescripciones judías referentes a los alimentos. Pero se diferenciaban radicalmente del resto de los judíos de Jerusalén por su conciencia entusiástica de la posesión del Espíritu.. ."("). Por tanto, esta tradición tiene un carácter marcadamente judío. La fe en Jesús es entendida como perfeccionamiento de la ley judía, y por tanto, como continuidad con la misma. La discrepancia llega solamente cuando se habla de la fe en la persona de Jesús. De este modo, no se ha dado una separa-ción real del Judaísmo. En este sentido, la importancia de las obras concretas es determinante en la verificación del seguimiento y en la construcción de la comunidad. REFLEXIONES FINALES Habernos abierto, aunque sea brevemente, a la pluralidad existente desde siempre en la Iglesia de Jesús, nos posibilita una visión más real y cerca-na de las primeras comunidades cristianas. Ciertamente, la existencia de con-flictos entre corrientes teológicas diversas y posiciones de vida y de doctrina, muchas veces encontradas, nos libera de dogmatismos y de absolutizaciones doctrinales que reclaman la hegemonía sobre la vida de las comunidades cris-tianas actuales. Nos abre igualmente a una lectura de la Palabra liberada de prejuicios y de posiciones preconcebidas que buscan principalmente la legitimación de sus propias posturas. Dejar que sean los textos los que hablen nos enriquece sobremanera, rescata la novedad como aliento de vida y nos proporciona nue-vas pautas para el discernimiento de nuestro aquí y ahora. En este sentido, (25) H. KOSTER, o.c., pág. 593. ELISA ESTEVEZ LOPEZ 51 rescatar también la palabra y los gestos de las mujeres en los comienzos del cristianismo es condición necesaria de una nueva historia. Volver los ojos y el corazón a nuestros orígenes plurales y conflictivos, que no por eso, significaron desunión y perdición, nos libera y nos ayuda a enfrentarnos con nuestro presente con actitudes diferentes. La unidad en la pluralidad sigue siendo un reto en nuestro caminar eclesial actual. Las prime-ras comunidades pueden enseñarnos mucho en este sentido. Los dualismos - aquí está lo bueno, lo ortodoxo y allí lo malo y lo heterodoxo- cierran las puertas al diálogo, al contraste fraterno y sororal e impiden la unidad funda-mental. La primitiva Iglesia es un ejemplo claro de cómo la fe cristiana se encarna en distintos contextos, no sólo sociales y económicos, sino también culturales. La experiencia de los primeros cristianoslas nos invita a avanzar en el camino ya iniciado -con muchísima fuerza en algunos contextos- de la inculturación de la fe. Las palabras de Jesús a la samaritana: "...ha llegado la hora, en que para dar culto al Padre, no tendréis que subir a este monte ni ir a Jerusalén" (Jn 4,21) nos abren una amplia perspectiva en este sentido. Es un diálogo libre de los dogmatismos que enfrentaban a judíos y samaritanos, un diálogo que respeta las diferencias culturales, y establece la cuestión funda-mental, "adorar a Dios en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). El caminar de la Iglesia naciente nos muestra el esfuerzo constante y consciente de fidelidad al evangelio proclamado por Jesús. La unidad funda-mental está en seguir las huellas del Resucitado, en acoger su Palabra de Justi-cia y de Amor, en repetir los mismos gestos de ternura con los últimos de la historia. Este sigue siendo nuestro camino de unidad hoy. La construcción de nuestras identidades locales no puede hacernos perder de vista la implicación que tenemos en la construcción de la Mesa compartida del Reino, donde todos y todas tienen su puesto, y donde hoy por hoy, para muchas personas y para muchos pueblos, ése es un puesto que tienen amenazado. Ahí están nues-tros hermanos y hermanas de Africa, en la Región de los Grandes Lagos. Su dolor y su sufrimiento nos habla. No puede dejarnos indiferentes. El evangelio de Jesús, vivido desde los orígenes de forma plural nos alienta en un compro-miso con las particularidades, pero, sin olvidar la gran globalidad de la familia humana que se extiende por todos los rincones del mundo. Elisa Estévez López |
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