ALMOGAREN. 19. (96). Págs. 11 - 22 O CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA
DEL MINISTERIO ORDENADO'"'
ISIDOROS ANCHEZL OPEZ
RECTOR DEL SEMINARIO DE CANARIAS
1. INTRODUCCION
E l te ma, sobre el que se me ha sugerido centrar esta lección. es el
Seminario. Dos cosas se me ocurre clarificar de entrada:
1. La perspectiva de esta reflexión
El Seminario, institución tan querida y tan importante para la Iglesia
Diocesana, no es objeto de consideración explícita en el área en la que yo tra-bajo
en el CET. Se me pide esta colaboración en razón de mi ministerio pasto-ral.
No es la perspectiva teórica, la perspectiva propiamente teológica, la que
más cabe que desarrolle, sino la perspectiva práctica, la perspectiva pastoral.
Pero en la Iglesia la praxis no puede cabalgar sino en la comprensión de la fe.
Esta lección es, por lo tanto, un ejemplo más de cómo en la Iglesia lo práctico,
lo organizativo, lo pastoral no puede hacerse sin el diálogo con la teología.
También aquí la "fides quaerens intelectum". Y el CET ha pretendido siem-pre
privilegiar esta orientación en su quehacer y comprometerse en esta tarea
de iluminación de las praxis eclesial.
(*) Lección inaugural del Curso 96-97. Centro Teológico de Las Palmas.
RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA DEL MINISTERIO ORDENADO
2. Justificación del tema: ;por qué ahora el Seminario?
Tres razones para ello:
La programación pastoral de nuestra Diócesis para el curso 1996-97,
aprobada por nuestro Consejo Pastoral Diocesano el pasado 15 de
junio, fija como acción prioritaria realizar un debate a fondo sobre
el Seminario en cumplimiento de lo dispuesto por el noveno Sínodo
Diocesano en su constitución 58, que dice así: "En la situación de la
sociedad y de la Iglesia, teniendo como referencias fundamentales la
misión del sacerdote ministro y la realidad socio-religiosa en la que
vivimos, es importante para la Iglesia Diocesana abrir un proceso
amplio de reflexión y debate sobre el Seminario, proceso que llegue
a todas las comunidades". Va a ser, por lo tanto, este curso un tiem-po
especialmente centrado en esta cuestión y el Seminario será
asunto monográfico de consideración en la Asamblea Diocesana
que celebraremos, Dios mediante, el próximo mes de marzo.
b) Otra motivación no carente de importancia es la de encontrarnos, ya
casi en el cierre, del treinta aniversario de la clausura del Vaticano 11
y de la aprobación de documentos tan importantes para la compren-sión
del ministerio ordenado como son "Lumen Gentium",
"Christus Dominus" y "Praesbiterorum Ordinis" y el decreto
"Optatam Totius" para la reorganización de los seminarios.
Tras la visita Apostólica realizada a los seminarios en los años 92-93
para verificar el grado de aplicación de cuanto dispuso el Concilio
sobre la organización de los seminarios diocesanos, nuestro Obispo
recibió una carta del Cardenal Prefecto de la Congregación de
Seminarios y Universidades, en la que le expresaba la satisfacción y
el reconocimiento de la Santa Sede por la acertada orientación de su
Seminario Diocesano y por la buena labor realizada en el mismo ...
pero no es cosa de dormirnos en laureles dando por hecho que ya
tenemos el Seminario que perfiló el Concilio. Los Documentos
Conciliares son una senda abierta para avanzar bajo la guía del
Espíritu Santo y nunca una especie de meta cerrada, desde la que no
quepa superar nuevas marcas. En la Asamblea Diocesana de este
curso el Espíritu podrá llevarnos, si sabemos escucharle, a nuevas y
más acertadas concreciones.
c) Nueva sede para el Seminario Mayor. En el presente curso también
se inaugurará, Dios mediante, la nueva sede del Seminario mayor.
Culminan las obras de construcción de los edificios de El Lomo
Blanco y Vega de S. José, que nuestro Obispo con el aliento de la
ISIDORO SANCHEZ LOPEZ 13
Santa Sede y tras consultar al presbiterio diocesano, decidió que se
realizaran en sustitución definitiva de lo que fue este edificio que
hoy nos acoge y que fue levantado por la Diócesis con la ilusión y el
impulso del Obispo Pildain. Después de unos años de interesante
andadura y de búsqueda creativa, nuestra Iglesia decide dar este
paso y el Seminario estrena nueva sede. Este dato, tal como lo está
viviendo el propio Seminario y la ilusión que supone para el presbi-terio
y la comunidad cristiana en general que se prepara para cele-brarlo
el próximo mes de febrero, parece demandar también que se
mire a este sector considerable de este Centro, que son los semina-ristas,
y hacer, en este caso, objeto de reflexión de esta lección inau-gural
al Seminario.
Aclarada queda la perspectiva desde la que nos situamos y clarificadas
también las motivaciones del tema de esta lección.
11. ALGUNAS NOTAS DE CARACTER HISTORICO
Algo cabría decir también sobre la historia tan interesante de nuestro
Seminario, aunque el tiempo de que disponemos no nos permita detenernos
en ello.
Nuestro Seminario Diocesano es una institución centenaria con dos-cientos
veinte años de historia y que ostentó la categoría de primera
Universidad de estas islas durante treinta y cinco años, entre los años 1896 al
1931.
Nace en el año 1777 en plena efervescencia del siglo de las luces cuando
los ideólogos y padres de la Revolución Francesa hacen tambalear ya los
cimientos ideológicos del antiguo régimen en lo que era entonces el centro de
Europa y cuando el abate Sieyes prepara su revolucionario opúsculo ''¿Qué es
el tercer estado?", auténtico toque de trompeta que incita a las masas popula-res
a la revolución.. . Llama la atención que se tuviera que esperar a este últi-mo
cuarto del siglo XVIII para que la Diócesis de Canarias diera cumplimien-to
a lo que doscientos quince años atrás había dispuesto el Concilio de Trento.
Y es que no era tarea fácil establecer un Seminario con todas sus exi-gencias
académicas y de infraestructura en una diócesis desmembrada en siete
islas, perdida entre las aguas del océano y con el escaso desarrollo cultural del
momento. Ya se encargaban los religiosos de nuestros numerosos conventos
de preparar a su manera a los que aspiraban al estamento clerical y no estaba
en el ánimo de aquellos frailes favorecer el intento.
14 RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA DEL MINISTERIO ORDENADO
Obispos como el prelado Dávila y Cárdenas lo intentaron, con seriedad
y sin lograrlo, cuarenta años antes y otros volvieron al intento como el obispo
Guillén apremiado por el papa Clemente XII para que diera cumplimento a lo
dispuesto por el Concilio Tridentino, pero su esfuerzo resultaba infructuoso
ya que, entre otras cosa, no se contaba con un edificio adecuado para ello. En
1767 son expulsados los Jesuitas y el Cabildo Catedral solicita del rey Carlos
111 que se permita disponer de una parte del Colegio que regentaban los
padres de la Compañía para establecer en él el Seminario Conciliar.
Es el Obispo Cervera quien tiene, al fin, el honor de comenzar la anda-dura
con once alumnos, de los que nueve son de Gran Canaria, uno de
Tenerife y uno de Lanzarote. Comienza así la marcha de la institución que se
va a convertir en foco de cultura y en escuela de formación de muchos de los
hombres piadosos o ilustrados que han marcado nuestra historia. La historia
de nuestro Seminario Diocesano ocupa un lugar importantísimo en la vida de
la Diócesis y en el desarrollo de estas islas y tenemos todavía sin duda una
deuda y un vacío en el ámbito de la investigación histórica en lo que concierne
a una institución tan significativa como ha sido nuestro Seminario Conciliar.
La profesora Alejandra Hernández Corrales nos promete romper el fuego con
las publicación de su tesis sobre la historia del Seminario que verá la luz en los
próximos meses. Que sea bienvenida su aportación.
111. RECREAR EL SEMINARIO
Pero no es la mirada al pasado, siempre tan sugerente, lo que hoy nos
ocupa. El Seminario de ayer tiene su continuidad y desarrollo en el presente y
ha de ser soñado y recreado día a día con la ilusión y el esfuerzo, con que
otros lo crearon y sostuvieron en el pasado ... ¿Qué hacer hoy para que esta
institución clave de nuestra Iglesia Diocesana responda al reto que se le plan-tea
de ser el taller en el que fragüe la personalidad humana, creyente y minis-terial
de los que serán pastores de esta Iglesia de Canarias que ha de anunciar
en esta hora decisiva el Evangelio "con nuevo impulso, nuevos métodos y
nuevo ardor"?
Re-crear el Seminario no es inventarlo a partir de cero, como si su pasa-do
no tuviera ningún valor. Es empujarlo para hacerlo en el presente instru-mento
adecuado a su misión de siempre. Es mantenerlo vivo, alcanzando la
eficacia que viene de la cruz de Cristo muerto y resucitado y presente entre
nosotros como oferta de salvación. Re-crearlo es permitir que el Espíritu
Santo, que todo lo hace nuevo, lo dinamice con su aliento renovador sin que
pase a ser una realidad caduca ... Re-crear es llevarlo al re-creo, a la re-crea-ción,
a llenar de aire puro sus pulmones y hacerlo de una forma ilusionada,
divertida, esperanzada, superadora de todo derrotismo paralizante.
ISIDORO SANCHEZ LOPEZ 15
Una óptica decisiva, desde la que debemos hacer este intento de re-cre-ación
es la sociológica: ¿cómo son los hombres y las mujeres y las estructuras
que los configuran en esta sociedad de hoy?, ¿cuáles son los retos de conver-sión
que plantea ahí la misión? Es ésta una óptica de referencia permanente,
desde la que estamos obligados a hacernos este planteamiento. Ni la Iglesia
hoy, ni sus pastores, ni nadie en ella puede justificar que nos tomamos en serio
el Evangelio, sin tomarnos en serio el mundo que pisamos. La encarnación de
Jesús marca el estilo de Dios en su oferta de salvación.
Pero la óptica desde la que hacemos esta reflexión de hoy es la de la
teología del ministerio ordenado. En estos treinta años de postconcilio el tra-bajo
de los teólogos en este campo ha sido verdaderamente fecundo..Aunque
el Concilio no nos ofrece una teología acabada del ministerio, especialmente
en lo que respecta a la teología del presbiterado, su aportación marca un "giro
sustancial" en la concepción del ministerio ordenado. Este "giro sustancial" es
inseparable del "giro radical" que supone el Concilio en la teología de la
Iglesia: una Iglesia que pasa a ser concebida como misterio de comunión. Los
documentos "Lumen Gentium", "Christus Dominus" y "Praesbiterorum
Ordinis" nos brindan datos teológicos y alusiones básicas decisivas, de las que
ya no cabrá prescindir en ese nuevo edificio de la teología del ministerio, que
en el Concilio no fue posible construir, pero sí quedó magistralmente diseña-do..
. Es éste uno de esos ámbitos en los que el Concilio es más punto de parti-da
que de llegada. El trabajo de los teólogos y los aportes del Magisterio en
este espacio corto de años ha hecho posible que nos encontremos, si no ya con
una obra rematada, al menos sí con su estructura claramente definida.
Dentro del campo de la teología del ministerio queremos ceñirnos a un
aspecto preciso y determinado: la sacramentalidad del ministerio ordenado,
aspecto tan presente en la reflexión y en la concepción católica del mismo, que
recupera nuevas potencialidades en la eclesiología de comunión, que vertebra
toda la obra y la doctrina conciliar. En la teología más actual del ministerio
ordenado esta reafirmación de la sacramentalidad supone una columna funda-mental
o, mejor, la columna vertebral de la comprensión del ministerio.
En la tradición católica puede decirse que la sacramentalidad del minis-terio
ordenado es un dato presente desde los inicios, aunque la expresión
"sacramentum ordinis" no haga su aparición hasta el siglo XII. Como se ha
dicho con acierto, la realidad ha precedido a la formulación y la Iglesia viven-ciaba
como gracia sacramental el ministerio ordenado, aun sin contar con la
expresión conveniente, según aquella recomendación a Timoteo: "te reco-miendo
que reavives la gracia de Dios que está en ti por la imposición de mis
manos" (2Tim 1,6).
16 RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA DEL MINISTERIO ORDENADO
Afirmar que el ministerio ordenado es un sacramento equivale a confe-sar
la convicción de que es una gracia que da Dios a la Iglesia, un don que
viene de lo alto; significa afirmar que no es la Iglesia la que lo da, sino la que
lo recibe. Por ello desde los inicios se confiere mediante la imposición de
manos.
En la homilía de la reciente ordenación presbiteral del pasado 22 de
septiembre se nos decía, recogiendo así esta concepción del ministerio: "El
ministerio eclesial se transmite mediante la imposición de las manos del obis-po
... La imposición de las manos significa la comunicación de la fuerza del
Espíritu de Dios y la autoridad para hablar y actuar en nombre de Dios ... La
ordenación confiere, de modo eficaz, el don del Espíritu Santo.. . Dios otorga
al llamado por Él el carisma que le habilita para ejercer el ministerio, hacién-dolo
de este modo instrumento del Señor (P.O. 12) ... La imposición de las
manos es, en consecuencia, bastante más que una mera legitimación pública
de un ministerio realizada en la Iglesia y a través de ella ... No es la mera
entrega de un cargo o un reparto de competencias jurídicas, sino una auténtica
infusión del Espíritu. No se trata de una investidura oficial para el servicio a la
comunidad; ni en la ordenación, simplemente, se examina y se confirma un
carisma ya existente en el ordenado, sino que se le confiere realmente ese
carisma por una comunicación particular del propio Espíritu.. . El carisma no
se transfiere del ordenante al ordenado. Es un don directo de Dios, un don del
Espíritu Santo al que se ordena".
La sacramentalidad del ministerio ordenado es rechazada por los confe-santes
en la edad media, pero son especialmente los padres de la Reforma
Protestante los que arremeten contra esta concepción católica del ministerio.
Para Lutero es inadmisible que, junto al único sacerdocio de Jesucristo, se
pretenda afirmar que Dios capacite a otros como sacerdotes. Es la Iglesia la
que crea y la que reparte esa función cuando considera oportuno establecer
este servicio. El ministerio no es un don dado por Dios a la Iglesia en la perso-na
de alguno de sus miembros. El ministerio es creación de la Iglesia.
El Concilio de Trento en su sesión XXIII va a definir, frente a la con-cepción
de los reformadores, que el orden es verdadera y realmente uno de
los siete sacramentos.
El Vaticano 11 supone una clarificación respecto a la sacramentalidad
del episcopado, hasta entonces más desdibujada y objeto de discusión, pero
respecto a la ya tan asumida sacramentalidad del presbiterado dice tan sólo
que "el sacerdocio de los presbíteros ... se confiere por un sacramento pecu-liar"
(P.O. 2). Una verdad tan evidente, especialmente desde Trento, parecía
no precisar más desarrollo.
ISIDORO SANCHEZ LOPEZ 17
Pero Trento había definido la sacramentalidad de una manera abstracta
y desde la pura óptica del individuo.. . Era el individuo, sin necesidad de otras
referencias a la Iglesia particular, el que recibía el sacramento para ser sacer-dote
para siempre y en cualquier lugar. La relación con la Iglesia diocesana
quedaba para el ámbito del derecho, mediante la incardinación. En esta con-cepción
parecería que el ministerio es anterior y que la vinculación a la Iglesia
diocesana era objeto negociable en un contrato de conveniencia. Trento supe-ra
la concepción protestante del ministerio como mera función originada por
la comunidad; lo que no supera es la concepción individualista del ministerio
que ha dejado su dimensión comunitaria en penumbra durante siglos. Se pre-cisará
la recuperación en el Vaticano 11 de la Iglesia diocesana como parte del
pueblo de Dios "en la que está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa,
católica y apostólica" (C.D. ll), para recuperar desde ella la dimensión comu-nitaria
del ministerio.. . Este es el aporte aunténtico del Vat. 11 a la sacramen-talidad
del ministerio ordenado. La eclesiología de comunión, que es la savia y
la sangre de todo el Vat. 11, nos empuja a recuperar la ladera comunitaria del
ministerio. La teología actual del ministerio ahonda de manera fecunda y cla-rificadora
en esta vertiente.
"El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y puede
ser ejercido sólo como una tarea colectiva" dice la P.D.V. Y prosigue: "El
ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsa-ble
con el ministerio del obispo, en su solicitud por la Iglesia universal y por
cada una de las Iglesias particulares, al servicio de las cuales constituyen con el
obispo un único presbiterio" (P.D.V. 17).
El rito sacramental de la imposición de manos, que significa acogida de
una gracia que viene del Espíritu, expresa igualmente que esa gracia es una
gracia de participación y de incorporación a un cuerpo, al presbiterio de una
Iglesia particular, constituido por el obispo y los presbíteros de esa Iglesia. En
la ordenación todos los presbíteros presente repiten el gesto de la imposición
de manos realizado por el obispo, porque el ordenado queda incorporado al
presbiterio. El efecto de la ordenación no consiste en la institución de una per-sona
en algo que no era, en su elevación a una dignidad superior. Consiste en
la incorporación a un presbiterio; es una gracia participada. El presbítero es,
como dice Pedro de sí mismo (1Pe 5,1), un copresbítero. Pues no cabe que
viva y realice su ministerio de manera individual, sino en permanente vincula-ción
al obispo y a los otros presbíteros de esa Iglesia constituyendo con ellos
un solo presbiterio. Ni el obispo ni los presbíteros pueden concebirse desliga-dos
de ese presbiterio.
Es justamente por esa vinculación permanente al ministerio de su obis-po
cómo el presbítero con sus otros hermanos presbíteros queda relacionado
18 RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA DEL MINISTERIO ORDENADO
con el ministerio originario de los apóstoles. "Cuando un individuo es consti-tuido
ministro, queda adscrito a una realidad que le precede,.. . una realidad
referida a otra realidad previa que le da origen y le otorga su implicación en la
misión apostólica ..., su incorporación al cuerpo ministerial instituido por
Jesús" (Sánchez Chamoso, R. "Apuntes para una genuina teología del presbi-terado":
Seminarios 139 (1996) 13). P.D.V. dirá: "El ministerio ordenado
surge con la Iglesia y tiene con los obispos y en relación y comunión con ellos
también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario
de los apóstoles, al cual sucede realmente aunque tenga modalidades diver-sas"
(P.D.V. 16) Y nuestro Obispo decía en la citada homilía: "La imposición
de manos significa además la vinculación del que se ordena a Jesucristo y al
origen apostólico de la Iglesia ... La imposición de manos no sólo confiere el
Espíritu, ni únicamente transmite la potestad ministerial, sino que los integra
a ustedes en el Colegio de los Presbíteros que está a través del obispo en suce-sión
formal y ministerial con el ministerio apostólico".
El presbiterio no queda constituido por la mera suma de los presbíteros
como resultado o consecuencia de la ordenación de cada uno, sino al contra-rio.
El presbiterio constituye una realidad previa, una magnitud anterior que
se remonta a los orígenes de la misma Iglesia y a la voluntad del Señor. El
presbiterio precede al presbítero.
Tampoco hay que entender esta vinculación al ministerio episcopal
como si los presbíteros quedaran, mediante la incorporación al presbiterio, al
servicio de su obispo. "El presbiterado no está primariamente al servicio del
episcopado sino que es con él solidario de la misión. Episcopado y presbitera-do
están al servicio del apostolado ... El apostolado es común a ambos ministe-rios
... El presbiterado no se deriva del episcopado -éste no es su fuente-, sino
que la verdadera fuente es el apostolado y el sacramento". (Sánchez
Chamoso, R., Id 16).
Las consecuencias que de aquí se derivan son claras:
El sacramento del orden no genera presbíteros aislados como indivi-duos
autónomos investidos de poderes especiales.
El presbítero no puede ejercer su ministerio ni en contra ni al mar-gen
del presbiterio constituido por los presbíteros de su Iglesia bajo
la presidencia de su obispo.
La vinculación y fraternidad de los presbíteros entre sí va más allá
de las coincidencias ideológicas o teológicas. Un presbiterio dividido
abofetea a la realidad misma de la Iglesia que es esencialmente
comunión y reflejo de la Trinidad.
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La riqueza que se deriva de esta recuperación de la ladera comunitaria
del ministerio hace que no quepa ya que ningún presbítero se conciba como
redentor de la humanidad en solitario desligado de su presbiterio.
Pero esa recuperación de la dimensión comunitaria hace además que en
la teología actual del ministerio comience a hablarse de la sacramentalidad
referida no sólo al presbítero, sino al mismo presbiterio. El presbiterio mismo,
no sólo cada uno de sus miembros, es una realidad sacramental. P.D.V. pare-ce
afirmarlo de un modo bastante claro cuando nos dice: " el presbiterio en su
verdad plena es un misterium; es una realidad sobrenatural porque tiene su
raíz en el sacramento del orden; es su fuente, su origen; es el «lugar» de su
nacimiento y de su crecimiento". (P.D.V. 74). Es justamente desde aquí, desde
donde cabe hablar en toda su profundidad, de "fraternidad sacramental",
como hace el Concilio (P.O. 8).
IV. EL SEMINARIO QUE ESTA TEOLOGIA DEMANDA
¿Qué aporta esta riquísima comprensión de la sacramentalidad del
ministerio a la configuración del seminario? Es aquí a donde querríamos abo-car.
Yo me atrevería a afirmar que en la vivencia del ministerio por parte de
muchos presbíteros y laicos hay tres maneras de comprenderlo, tres posiciona-mientos
existenciales:
a) El ministerio como opción personal .
Se es cura fundamentalmente, porque se ha tomado la opción per-sonal
de serlo.. .; por gusto, por inclinación, por entrega generosa.. .
Lo fundamental aquí se carga en la honda del sujeto. Diríase que el
diálogo de fe que supone toda decisión creyente lo inicia el indivi-duo,
no el Sefior. Es ésta una concepción nada ajena a muchos plan-teamientos
vocacionales.
b) El ministerio como función
Es el posicionamiento actualizado de la concepción originaria pro-testante.
Hay muchas funciones en la Iglesia y muchas responsabili-dades
que la comunidad reparte. Una de esas funciones sería el
ministerio ordenado. El presbítero recibe su función de la comuni-dad
y queda atado a ella. No es de la Iglesia diocesana, no es tanto el
representante de un presbiterio que aporta la apostolicidad a esa
comunidad, sino alguien que la recibe de la misma.. . Quienes subra-yen
esta perspectiva viven con incomodidad su integración en el
RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGlA DEL MINISTERIO ORDENADO
seminario, porque piensan que es la comunidad de referencia
(parroquia o asociación) y no la Iglesia diocesana, en su institución
seminario, la que debe acompañarles en su proceso formativo.
c) El ministerio como sacramento
La tercera concepción es la de la sacramentalidad, tal como la aca-bamos
de exponer; que no niega del todo lo afirmado o vivenciado
por las concepciones anteriores, pero lo resitúa.
Esta concepción, vivenciada en la marca que se alcanzó en Trento,
genera presbíteros seriamente convencidos de que Dios les ha elegi-do
y consagrado con la fuerza de su Espíritu, pero que pueden
correr el peligro de hacer camino en solitario; dueños absolutos de
su parcela pastoral y con pocas motivaciones teológicas para no
desentenderse de un planteamiento de corresponsabilidad ministe-rial,
cuando ello suponga una complicación para sus personas o su
programa. El seminario, en esta comprensión sacramental del minis-terio,
tendría el cometido de preparar individualidades (santos y
sabios sacerdotes), que pastoreen con acierto la parcela que se les
encomienda.
El Vaticano 11 asume esta concepción del ministerio como sacra-mento,
pero eleva el listón de su comprensión y de las exigencias
que de ello dimanan. Diríamos que si el Concilio establece un "giro
radical" en la eclesiología, que genera un "giro sustancial" en la
comprensión del ministerio, termina generando también un "giro
sustancial" en la concepción del seminario.
El seminario no puede ser concebido ya como mera escuela que
forma a los individuos, que han de ser un día buenos pastores de su
pueblo. El seminario ha de integrar ahora la dimensión sacramental
comunitaria del ministerio y ha de asumir la misión de re-crear al
presbiterio; el seminario será, más bien, "matriz del presbiterio7' o
"presbiterio en gestación" como a alguno gusta llamarle.
No podemos desarrollar aquí con la amplitud debida las consecuencias
que de ello dimanan. Pero apuntemos algunas para ir estableciendo este cami-no
de re-creación que intentamos a la luz de esta teología.
1. El seminario ha de ser concebido como ensayo del presbiterio. El
seminario ha de cuidar la vida comunitaria, no desde meras claves
afectivas de entendimiento mutuo o de buen clima de convivencia
en armonía. El seminario ha de potenciar una vida comunitaria en la
llamada recibida, que demanda hacer camino juntos tras el Señor, y
ISIDORO SANCHEZ LOPEZ 21
en la que se vivencie, urgidos por la misión, la unidad que Jesús
pidió al Padre en la oración sacerdotal para los doce.
2. El seminario, como ensayo del presbiterio, ha de hacer camino no
en solitario sino en estrecha comunión con el presbiterio de la dióce-sis.
El seminario precisa del arropamiento del obispo y de los presbí-teros,
de su estímulo, de sus aportaciones, de la comunicación de su
vivencia de la gracia recibida, de la comunión en sus planteamieiltos,
dificultades, gozos y esperanzas. No es suficiente una buena relación
con los curas. Se precisa una estrecha, sincera y profunda relación
con el presbiterio.
3. El seminario se ha de entender para la misión. La gracia del ministe-rio,
como todos los carismas, la da el Espíritu no para recrearse en
ella el individuo, sino para la misión. El ministerio se da a la Iglesia
como servicio a la comunión para que ésta realice su misión, no para
que se lo quede. La Iglesia no puede estar, por tanto, desentendida
del mundo.. . El seminario ha de ser una escuela de inquietud apos-tólica,
provocador de impulso misionero; con las ventanas siempre
abiertas a cuanto marca la vida de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo, especialmente de los más pobres.
4. El seminario ha de ser escuela de contemplación. Contemplar cómo
salva Dios hoy, rompiendo con su acción eficaz las barreras de este
mundo injusto. En la vida de la gente el Espíritu invita a la Iglesia a
recoger sus inspiraciones, a leer los signos de la presencia del reino
que llega.. . El seminario ha de ser una escuela de entrenamiento en
: dr~reli~irriiendtoe los s.li:iic, .¡, 10. : 1 ~ 1 t t 3 \,~ .
están más allá de nuestras cercas y vallados. Un seniin
que en la contemplación de la obra que Dios realiza en el muldo.
5. El seminario ha de ser potenciador de corresponsabilidad. La gracia
del ministerio es para la misión, pero la misión es de toda la Iglesia.
El ministerio no acapara, sino que está al servicio de los otros caris-mas
y de la potenciación de los mismos desde la unidad en el cuerpo
de Cristo. El cura no está para desplazar a nadie, sino para que
nadie sea desplazado. El presbítero ha de ser respetuoso con todo 10
que el Espíritu suscita y colaborar, con su servicio a la unidad, a ayu-dar
a reconducirlo en orden a la misión.
6. El seminario ha de suscitar la creatividad misionera. Integrarse en el
presbiterio no es acomodarse en él para repetir unos movimientos
programados y uniformes. Integrarse en el presbiterio no implica
RECREAR EL SEMINARIO EN LA TEOLOGIA DEL MINISTERIO ORDENADO
que el seminario deba formar pastores que se acomoden y acepten
lo que hay y repitan lo existente, también cuando sea mediocre.
Integrarse en el presbiterio no es anular las propias potencialidades,
que son también don del Espíritu.. . Cabe toda la iniciativa y toda la
audacia evangélica, y hasta esa especie de escape, aparentemente en
solitario, de quien está dispuesto a arriesgar más, pero han de ser
siempre escapes coordinados, referidos al pelotón, en comunión
mantenida, aunque fuera tensamente, y nunca rota.
La teología del ministerio es fuente de aportaciones muy sugerente
para la comprensión del seminario ... intentamos recoger e integrar estas
demandas. pero el Espíritu no cesa de aportarnos su novedad constante. En
la reflexión del seminario, que nuestra Iglesia quiere hacer este curso puede el
Espíritu conducirnos a concreciones ulteriores. Ojalá Él lleve a término entre
nosotros su obra.
lsidoro Sánchez López