ALMOGAREN. 17. (95). Págs. 207 - 221. O CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
HOMILIA Y COMUNICACION"'
JOSE L. GUERRA
CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
E l té rmino "comunicación" es, sin duda, una de las palabras favoritas
de nuestra sociedad. La usamos en casa, en la escuela, en el trabajo, en la polí-tica,
en la iglesia. Es normal, en un mundo como el nuestro, en el que los cam-bios
rápidos y profundos que lo cruzan y condicionan, tienen mucho que ver
con el fenómeno de la comunicación, no puede sorprendernos el que esta
situación haya traído consigo una serie de investigaciones que han hecho del
estudio de este tema una ciencia, es decir una disciplina de investigación espe-cializada
en el que concurren los trabajos de antropólogos, sociólogos, peda-gogos,
lingüistas, ingenieros electrónicos y filósofos.
La materia es vastísima y sería preciso afrontarla provistos de un baga-ge
de conocimientos muy amplio, extraído de diversas disciplinas científicas.
Haría falta el trabajo de un equipo. Pero mi intención es simplemente sugerir
(1) Este artículo corresponde a la ponencia que con el mismo título presentó el autor en las
jornadas de Delegados Diocesanos de Liturgia sobre el sentido evangelizador de la homi-lía
en enero de 1995. La misma fue publicada en Pastoral Litúrgica 227 (1995) 26-43. Si la
recogemos en este número se debe al interés que puede tener para los sacerdotes de esta
diósesis que reflexionan en la formación permanente de este año sobre este tema.
208 HOMILIA Y COMUN~CACION
que el tema homilía puede y debe ser estudiado también desde el punto de
vista de la comunicación.
La iglesia no puede pasar de largo junto a este hecho, entre otras cosas,
porque ella misma se define y se autocomprende desde esta realidad. Tanto su
misión como su naturaleza giran en torno a la comunicación que tiene su ori-gen
en Dios y ha alcanzado su nivel más profundo en Jesucristo. La Iglesia
debe, pues, dedicar tiempo y esfuerzo al estudio de la comunicación por la
necesidad continua que tiene de reformular su mensaje para hacerlo familiar
al hombre de hoy y por los retos permanentes que se nos plantean en nuestra
acción pastoral. Hablando, en concreto, sobre la homilía que es el ámbito,
sobre el que pretendo compartir con ustedes, esta sencilla reflexión, esta nece-sidad
se hace particularmente más ostensible y urgente: ¿Funciona, realmente,
la comunicación en nuestras celebraciones? La homilía, como nos recuerda el
Vaticano 11, forma parte de la acción litúrgica, no es una pieza autónoma y es,
en ese marco más amplio, en el que hay que situar su fuerza comunicativa: es
toda la celebración, su desarrollo ritual equilibrado y armónico, el conjunto de
las expresiones, el que debe hablar, decir, interpelar, sorprender. Flaco servi-cio
el que rinden a la celebración cristiana, esas homilías académicas, larga-mente
repensadas e, incluso, fuertemente emotivas, pronunciadas en el marco
de un ritual consumido a prisa y atropelladamente o en la distancia de la
incontaminación hierática. Hecha esta aclaración, cabe, ciertamente pregun-tarse,
dada la importancia que en el proceso comunicativo litúrgico tiene la
palabra y dado que muchas veces es el momento más esperado, más novedoso
de la celebración, en cuanto su contenido no está programado, no se conoce:
¿Son nuestras homilías un acontecer comunicativo?
1. PROBLEMAS DE LA HOMILIA
¿No suele ser la homilía la cruz semanal de todo buen cura? Piensen si
no: Buscar cada domingo algo nuevo que decir sobre un texto bíblico escucha-do
ya cientos de veces y además decirlo inteligentemente y decirlo, precisa-mente,
a un auditorio imposible: algunos jóvenes, muchas señoras de cierta
edad, tal vez algunos jubilados; pero también niños, el profesor del instituto o
de la universidad, el médico o el alcalde, las religiosas, la pareja casada hace
unas semanas o la madre que acaba de perder un hijo en accidente de tráfico,
los fieles incorporados a la acción pastoral de la parroquia y los de paso, de
vacaciones. La enumeración podría ser interminable. Pero me contento con
hacer de entrada esta constatación.
El Vaticano 11, retornando la tradición más genuina de la Iglesia, afirma
que la homilía, más que cualquier otro tipo de predicación, "es proclamación
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de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación, es decir en el
misterio de Cristo.. . siempre presente y actuante en nosotros, particularmente
en la celebración litúrgica" (SC 35,2). La enseñanza conciliar y el mismo desa-rrollo
de la Reforma Litúrgica nos permiten actualmente un planteamiento
más correcto y completo de la problemática que envuelve el quehacer homilé-tico.
Pero mientras algunos aspectos se presentan como adquisiciones definiti-vas,
otras cuestiones permanecen aún abiertas e incluso vivamente discutidas.
Es curioso notar cómo en el fondo cuando se reflexiona sobre la homilía se
termina uno por encontrar con los problemas más agudos de la Iglesia de hoy.
Nos detenemos sólo en algunos y de modo necesariamente breve.
1.1. Actualizar la Palabra de Dios.
Es la dificultad más vivamente sentida y que afecta de cerca la misma
finalidad de la homilía, al tiempo que condiciona otros aspectos de la celebra-ción
litúrgica: ¿Cómo actualizar la Palabra de Dios en relación a la historia
personal y colectiva de esa asamblea aquí y ahora convocada, de forma que
esa Palabra suene y se haga "acontecimiento"? ¿Cómo pronunciar el "hoy se
cumple esto7' y ayudar a leer los signos que lo manifiestan en el espesor de la
vida concreta de los hombres y mujeres aquí reunidos? Sin lugar a dudas, estas
preguntas tienen mucho que ver con el problema hermenéutico, hoy tan deba-tido.
La exégesis presta un gran servicio a la homilía interpretando la
Palabra de Dios para mostrarnos que no pertenece solamente a una situación
ya pasada que la condiciona, sino que permanece viva y actual para cada uno
de nosotros.
Ligada a la Persona y al Misterio de fe y de vida que se está celebrando
en la asamblea litúrgica, la homilía no puede dejar de recuperar la inquietud
original del "kerigma", que para ser eficaz y alcanzar su objetivo debe reali-zarse
siempre en nuevas actuaciones.
Partiendo de esta planteamiento, los teóricos de este tema (B. Dreher),
señalan que la homilía debe asumir y de hecho asume, como atestigua la histo-ria
de este género, las siguientes características:
1. Ha de insertarse en la continuidad de una tradición viva, que le dé
fuerza y solidez.
2. Esta continuidad lleva consigo un proceso de desarrollo hacia el cum-plimiento
escatológico. Es decir, una progresiva comprensión, siempre
actualizada en la Iglesia bajo el impulso del Espíritu, que la va guian-do
poco a poco hasta la total verdad revelada por Cristo (Jn. 16,13).
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3. Precisamente por ello debe subrayar la dimensión de actualidad, pro-pia
de la homilía: ello expresará y pondrá de relieve la forma en que
la Iglesia reflexiona y vive la Palabra.
4. Por último, es preciso que la homilía tenga en cuenta las condiciones
concretas de la asamblea a la que va dirigida, conduciéndola gradual-mente
desde la situación catecumenal a la madurez cristiana.
Es justamente en este último aspecto, relacionado con la comunidad
concreta que se tiene delante, en la escasa respuesta a las demandas que impo-ne
la realidad de cada día, donde residen las causas profundas de la crisis del
anuncio cristiano. Todo ello se traduce con demasiada frecuencia en abstrac-ciones
que constituyen un mundo distinto y diferente al mundo de la vida dia-ria
y de sus problemas: todas las encuestas sobre la homilía manifiestan de una
u otra forma esta crítica.
Mientras los problemas de cada día tienen un rostro y una historia
determinada, frecuentemente dramática, se acusa a los predicadores de hablar
en términos demasiado generales, de usar un lenguaje e, incluso un tono de
voz, ahistórico, abstracto, lejano, de no saber mostrar la carga existencia1 que
la Palabra de Dios tiene también para hoy, para ese hombre que vive en el
aquí y en el ahora de una historia concreta. De este modo, el predicador elige
un camino equivocado, porque el centro de toda comunicación, también y
sobre todo si es cristiana, lo ocupan las vivencias, los hechos reales, todo lo
que tiene que ver con la acción de cada día, hoy, por otra parte, más subraya-da
que nunca, dada la educación fílmica, icónica, de los oyentes, más predis-puesta
a evocar situaciones que a captar conceptos.
Actualizar la Palabra de Dios no quiere decir solamente traducirla al
lenguaje de nuestro tiempo: significa comprenderla y explicarla exegéticamen-te
en su fuerza originaria y ponerla valientemente en confrontación con los
problemas y con las situaciones críticas que vive nuestra sociedad. Significa
situarla en el circuito de la comunicación humana y expresarla con la fuerza, la
actualidad y la sorpresa que encierra toda noticia.
Ciertamente son pocos los problemas que nos agobian hoy, tratados
explícitamente en las Sagradas Escrituras: pero en la revelación podemos
encontrar la inspiración y el impulso para afrontar nuestras dificultades. En
ella podemos encontrar un sentido, una dirección y un significado.
Sin duda alguna, hoy nadie discute que todo aquel que asume el minis-terio
de la predicación debe meditar y presentar el mensaje bíblico en estrecha
relación con el "misterio" celebrado y la realidad concreta a la que todos
debemos traducirlo. Pero en la práctica pastoral este esfuerzo de actualización
lleva consigo serias dificultades:
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- Ante todo, la realidad misma de nuestras asambleas, la inmensa mayo-ría
de las veces, sobre todo en la gran ciudad, anónimas y heterogéneas,
cruzadas por problemas, mentalidades y espectativas diferentes. Es
claro que los oyentes desean reconocerse en todo discurso que se dirige
a ellos, por tanto también en la homilía. Por ello es fundamental tener
en cuenta lo que interesa, apasiona o irrita, lo que hace pensar, lo que
ocupa y preocupa a los oyentes y esto en nuestras asambleas masivas y
en nuestras homilías monologales, es casi imposible. De ahí que resulte
tantas veces un anuncio no esperado y por ello no recibido, una res-puesta
a problemas no planteados y ni siquiera sentidos.
- La homilía, por otra parte, actualmente, no dispone más que de un
tiempo limitado. Ello reduce la posibilidad de utilizar métodos o formas
para enraizar la enseñanza de la Escritura en las situaciones reales. Los
diez minutos de homilía no bastan para poner en evidencia las diversas
perspectivas, las distintas exigencias del acto de fe y sin embargo, uno
se siente en la tentación de, al menos, esbozar alguna de esas dimensio-nes
que necesariamente requieren un mayor desarrollo, sobre todo
cuando se parte del hecho de que para la mayoría de los oyentes la
homilía es el único cauce para una catequesis ordinaria.
- Por último, el tomar posición ante determinados problemas no es siem-pre
sólo cuestión de capacidad o de valor moral: el paso del mensaje
bíblico a la situación concreta no es en sí mismo fácil. Unas veces por la
misma condición del texto, otras veces porque puede aparecer como un
texto abierto a múltiples interpretaciones. Hacer esas concreciones
cuando se entra en el campo de lo opinable y en el contexto de una
asamblea heterogénea no deja de ser una dificultad añadida.
1.2. Nuevas formas de actualización.
Las propuestas para hacer más actual el mensaje bíblico para el hombre
de hoy son variadas y, muchas de ellas, discutibles. Van desde la participación
de los laicos en la homilía, hasta la utilización de páginas particularmente sig-nificativas
de autores contemporáneos, leídas antes de los textos bíblicos, el
uso de imágenes, diarios, filminas, mimos, escenificaciones breves, etc.
Desconozco hasta qué punto, estos medios útiles en pequeños grupos,
pueden responder a las condiciones de asambleas litúrgicas más amplias.
Quede constancia, sin embargo, del amplio cuadro que resulta de la respuesta
que intenta darse a esta difícil problemática.
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Me gustaría detenerme, aunque sólo sea ligeramente, en una fórmula,
sin duda discutible, pero, a mi entender, interesante.
Nosotros tendemos, tal vez, a ver en la predicación sólo un aspecto ver-tical.
La acción de Dios, por una parte, sobre todo desde que hemos descu-bierto
la grandeza de la teología de la Palabra, como acontecimiento actual de
salvación. Y, por otra, de transmisión, también vertical, de un mensaje, a
modo de adoctrinamiento que los fieles aceptan o no, pero siempre transmiti-do
más bien en clave didáctica. Sin embargo, el proceso de comunicación es
complejo: presenta todos los mecanismos -1ingüísticos y psicológicos- de
agresión y defensa, de relación interpersonal entre el predicador y los oyentes,
de asociaciones que las diversas palabras provocan en el auditorio, etc. Por
ello, el predicador debe saber valorar también toda la fuerza de que es porta-dora
la palabra humana, para que el mensaje divino pueda verdaderamente
"encarnarse" en el modo y en las condiciones del hombre.
Los teóricos de las comunicaciones sociales afirman que toda informa-ción
o anuncio pierde garra y significado con la repetición: "La idea de que
una información en una sociedad en continuo cambio, puede ser repetida
hasta el infinito sin perder por ello valor, es falsa".
De esta ley, teniendo incluso presente el carácter especial de la Palabra
de Dios, no se escapa el anuncio cristiano: cuanto más se conoce algo, más de
hace habitual, menos interesa. Deja de ser noticia.
Partiendo de esta constatación, el estudioso protestante Hans-Dieter
Bastian (un estudioso de la homilética en el campo protestante) ha tratado de
aplicar a la predicación el procedimiento que Bertolt Brecht usa en su teatro y
en sus escritos sobre teatro y que podríamos denominar, para entendernos,
"técnica del distanciamiento".
Con su lenguaje frecuentemente provocativo Brecht trata de que los
espectadores reaccionen distanciándose de los personajes y de las acciones
que protagonizan, hasta el punto que sientan "extrañeza" e incluso indigna-ción
por lo que ven y oyen. Sólo así conservarán su sentido crítico, su capaci-dad
de reacción, de forma que las cosas de todos los días, aparezcan con una
nueva o rara luz y así, a través del estupor o de la admiración, puedan ver y
leer la realidad humana con ojos nuevos.
Brecht pretende que lo que es habitual pueda resultar extraño, lo que es
cotidiano aparezca curioso, lo que es evidente resulte inexplicable y en lo que se
acepta como normal se reconozca el abuso y se reaccione poniéndole remedio.
La técnica del distanciamiento puede resultar eficaz a la hora de comu-nicar:
Provocar desorientación y extrañeza para favorecer una nueva com-
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prensión y confianza, tratar de que aquello que es usual, obvio, insignificante,
consiga suscitar interés, curiosidad, admiración. Quizá por ello, esta técnica
pueda resultar de interés a la hora de transmitir el mensaje bíblico.
El anuncio cristiano no puede convertirse en un "rollo" fijo, estereoti-pado.
Todo lo contrario. Debe ser superado continuamente por fórmulas de
transmisión siempre nuevas, como nos muestra el mismo Evangelio, para que
la Palabra de Dios sea dicha al hombre en un modo siempre nuevo, sorpren-dente,
imprevisto, concreto, existencial, de modo que éste se sienta permanen-temente
estimulado a la conversión y a la acción.
Esta técnica, por otra parte, no es nada nueva. Tanto el Antiguo
Testamento como el Nuevo Testamento nos presentan numerosos ejemplos
de este proceso. Es típico a este respecto el procedimiento seguido por el pro-feta
Natán con el rey David (2 Sam. 12) y en el Nuevo Testamento muchas
son las parábolas que encontramos en esta línea. Estas aparecen más como
armas polémicas que como formas didácticas para expresar verdades nuevas:
presentan situaciones de la vida ordinaria bajo aspectos desacostumbrados
que despiertan atención y admiración, subrayando así la idea del Reino de
Dios de una forma nueva, desconcertante y, por los mismo, eficaz e interpe-lante.
Es ésta, ciertamente una forma nueva de afrontar la comunicación a la
hora de la predicación homilética, un método para despertar del sueño que
provoca todo aquello que es obvio o común y hacer sentir de forma nueva la
urgencia de la Palabra de Dios, pero no es en absoluto aconsejable siempre.
Por ello no es tampoco la receta definitiva para solucionar los problemas que
la homilía plantea, aunque sí abre una perspectiva de reflexión y de acción
para aquellos que se quieran tomar en serio el anuncio cristiano.
1.3. Homilía jmonólogo o diálogo?
Un tercer aspecto de la actual problemática homilética es particular-mente
interesante: la participación de los laicos en la homilía.
Lo que se discute no es el carácter presidencial y magisterial de la
homilía, reservada tradicionalmente al obispo y a sus colaboradores como
enseña también el Vaticano 11 (LG 26-27; PO 24). Lo que se plantea es si esa
disciplina tradicional, oficialmente en vigor, es la única manera posible de
ejercer la función presidencial de la homilía.
Pero no es este aspecto sobre el que me gustaría detenerme en este
momento, sino sobre aquel que nace de la insuficiencia y dificultad de una
predicación que no realiza una comunicación bilateral y completa.
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En la homilía, se subraya, habla uno solo, desde un solo punto de vista,
con escaso o nulo conocimiento de la asamblea, con posibilidad de malenten-didos,
dada la carencia de retroalimentación -feedback- y, por tanto, de
posibilidad de comprobar el grado de aceptación o rechazo con que llega el
mensaje a sus destinatarios, tanto más necesaria, por otra parte, cuanto el pre-dicador
pertenece a un grupo sociológico muy especial por formación, fun-ción,
experiencias y estilo de vida.
Por otra parte, este criterio rigurosamente monódico no se corresponde
con la praxis de Cristo y de los apóstoles, en la que se dan todos los tonos
posibles de participación y de reacción que pueden caracterizar la relación
predicador-oyente: manifestaciones de admiración, diálogo o conversación,
preguntas bien intencionadas o capciosas, protestas, discusiones, blasfemias,
tumultos o amenazas.
La tradición de la iglesia en lo que respecta a la función presidencial de
la homilía, es clara y constante, desde los tiempos de Justino. Pero no aparece
que ésta sea, como decíamos hace un momento, la cuestión que se opone en
tela de juicio. Se trata más bien de afirmar esto sin dejar de sacar, por ello,
todas las consecuencias que se derivan de la función de los laicos en la misión
salvífica de la Iglesia en razón de su sacerdocio real y profético (2Pt 2,9) y de
su relación de comunión con la jerarquía.
Las modalidades que esta colaboración puede adquirir y, de hecho
adquiere, son variadas, aunque no todas igualmente válidas u oportunas.
Quede constancia aquí simplemente de este problema y de la necesidad de
integrar convenientemente algunas experiencias, entre las cuales no es insigni-ficante
la creación de un grupo operativo que junto con los sacerdotes se haga
corresponsable de la predicación cristiana en determinado ambiente, sobre
todo en lo que respecta a su preparación, aportando su experiencia desde su
condición de laicos, no sólo en el sentido de no sustituir el "ministerium verbi"
propio del que preside, sino sobre todo en relación a su condición secular
según la cual los laicos deben "buscar el Reino de Dios tratando las cosas tem-porales
y ordenándolas según Dios (LG 31)". En realidad, debemos afirmar:
no existe un modelo de homilía, a no ser aquel que más privilegie el anuncio
del Evangelio.
2. LA HOMILIA COMO COMUNICACION
Insistir a esas alturas en la importancia del proceso comunicativo de la
homilía, posiblemente sea redundar en algo que venimos insistiendo desde el
primer momento. Sin embargo nunca está de más.
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Este proceso tiene una doble vertiente: es un acontecimiento pneumáti-co,
influido por el Espíritu y es, a la vez, una acción psicológica, condicionada
por las leyes de la comunicación. Aquí insistiré sobre la segunda vertiente.
2.1. Elementos de la comunicación homilética.
La homilía, como todo proceso de comunicación, se estructura funcio-nal
y dinámicamente, en torno a tres factores fundamentales: a) el sujeto emi-sor
(en este caso el predicador), b) el mensaje o contenido y c) el sujeto recep-tor
o destinatario de la palabra.
a) El emisor: (predicador)
Es el que transmite el mensaje, a veces lo crea o, al menos, lo seleccio-na.
Antes que con los oyentes, se establece un diálogo entre él y el texto,
desde su vida y sus valores personales. El texto repercute en su mundo emo-cional
y su mundo emocional repercute en la proclamación que haga del texto.
Desde este punto de vista detenta el control del mensaje ante el que nunca es
neutral: la formación recibida, el estilo de vida, su mentalidad, sus dudas, sus
problemas quedan involucrados en la Palabra que proclama y en el modo
cómo la proclama. El tono, el énfasis que pone en determinados aspectos, su
actitud ... colorean, de hecho, el mensaje y emiten, a un tiempo, mensajes
paralelos.
Por otra parte, es evidente, que la actitud general del público frente a la
predicación, su sentido de Iglesia, el grado de identificación con la comunidad
de creyentes, la aceptación o el rechazo de la persona del predicador, sus
conocimientos precedentes, pueden modificar y, de hecho, modifican el proce-so
comunicativo.
No obstante, el predicador responsable, consciente de estas limitacio-nes,
antes de dirigirse a su auditorio, recorre y trata de resolver con profesio-nalidad,
todos aquellos pasos que conlleva el proceso de comunicación.
lo. Pre-codifica: Es decir trata de conocer y analizar previamente al
grupo humano al que piensa dirigirse. El tipo de asamblea, su com-posición
social, cultural, sexual, lenguaje, problemática, espectativas,
etc.
2". Codifica el mensaje: Es lo que podríamos llamar fase hermenéutica
o interpretativa del mensaje. Se trata de hacerlo inteligible, operati-vo,
eficaz, para ello es necesario traducirlo en señales y signos com-prensible~.
S eleccionar los contenidos y el modo de transmitirlo,
adaptándolo a las condiciones concretas de esa asamblea a la que se
dirige. Todo ello es imposible si entre el emisor y el receptor no
existe una mínima zona cultural compartida, una mínima zona de
HOMILIA Y COMUNICACION
experiencias y valores en común. En la práctica, esto supone que el
emisor y el receptor utilicen el mismo lenguaje, el mismo código.
3". Emite, difunde el mensaje: La Palabra recorre el trayecto emisor-receptor,
en cuya recepción tiene mucho que ver aspectos aparente-mente
tan insignificantes, pero sin duda, claves, como la mirada -
hablar a la asamblea, no ante la asamblea-, el correcto uso de la
megafonía, la dicción por parte del emisor, la comodidad del espa-cio,
etc.
b) El mensaje:
Es el contenido de la comunicación que, en el caso de la homilía, es
conocido por todos y no insisto más en ello.
Sólo recordar, si me lo permiten, que la homilía, por su especificidad no
se limita a provocar el encuentro con lo sagrado, sino que trata de explicar las
consecuencias existenciales que ese encuentro comporta. De hecho, la Palabra
no alcanzará su objetivo si no conlleva un cambia de vida, a partir de los tex-tos
proclamados, del Misterio celebrado en los ritos y en referencia a los acon-tecimientos
históricos que vivimos.
En la práctica, la homilía, como toda la celebración cristiana y como la
misma forma de entender globalmente la fe, oscila también entre esos dos
extremos igualmente peligrosos que es imprescindible integrar: el espiritualis-mo
y la política o lo que es lo mismo, por nombrarlo con términos que reco-rren
el cristianismo desde los primeros siglos: entre el monofisismo (se olvida
la condición humana y encarnada de Jesús, destacando sólo su divinidad) y el
nestorianismo y arrianismo (se prescinde de la condición divina, para recono-cer
en Cristo sólo lo humano).
De todas formas, es preciso no olvidar que el mensaje es el resultado
dialéctico de los dos polos de la comunicación. Y así, lo mismo que en un
periódico podemos distinguir la línea ideológica de la redacción y las tenden-cias
de los lectores, también en la homilía podemos constatar ese doble condi-cionamiento:
mientras, por una parte, el predicador refleja la dependencia
jerárquica y el magisterio oficial, por otra, emergen y se hacen sentir las espec-tativas
del público al que se dirige. Por ello, la homilía, permaneciendo fiel a sí
misma, necesita permanentemente cambiar su vestido.
c) El receptor:
La homilía es parte integrante de la acción cultual y se dirige a los que se
reúnen para celebrarla. En dichas reuniones, como en tantas otras, un análisis
superficial nos hace descubrir rápidamente dos clases diferentes de agrupacio-nes
humanas: aquellas formadas por personas que guardan entre sí una relación
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e integración más o menos estable, tanto antes de la reunión como después de
ella e incluso lazos de vecindad, y otras que son simples conglomerados huma-nos
sin más relación que la coincidencia en la acción celebrativa. En el primer
caso, nos encontramos ante una asamblea formada por una comunidad natural,
de corte rural o de pequeño grupo, en la que la celebración sólo es un momento
de una compleja red de interelaciones que engloban la totalidad de la vida y
sobre la que resulta más fácil incidir y en el segundo, con la asamblea-conglo-merado
urbano en el que el comportamiento de los fieles es colectivo, es decir
actúan y reaccionan conjuntamente, pero sin apenas conocerse y relacionarse y
con la que resulta más difícil comunicarse. Sin embargo la ausencia de comuni-cación
recíproca no quiere decir que esa asamblea sea una masa amorfa, atomi-zada,
gregaria, porque la asamblea cultual es una realidad compleja.
De todos modos, en la sociedad actual se desarrollan fundamentalmen-te,
dos tipos de personalidades que es importante tener en cuenta:
- La personalidad hetero-dirigida: muy atenta a lo que hacen los demás y
muy condicionada por los medios de comunicación. En el caso de la
predicación cristiana puede englobar a los que esperan de la predica-ción,
ante todo, seguridad y el mantenimiento del orden establecido -
como sucede de ordinario con las llamadas clases medias- y aquellos
que piden a la iglesia-que sea crítica con la sociedad y se haga cargo de
sus reivindicaciones.
- La personalidad auto-dirigida: son los que saben o creen saber que pue-den
dirigirse a sí mismos y lo que esperan de la Iglesia y, en concreto de
la predicación homilética, es potenciar las motivaciones que le dan sen-tido
último a su vida.
2.2. La dinámica de la comunicación homilética.
Individualizada la estructura estática de la homilía, se trata ahora de ver
esos mismos elementos desde la perspectiva dinámica, es decir, desde el desa-rrollo
comunicativo.
a) La comunicación social completa.
Seleccionado el código a utilizar -oral, icónico, escrito.. .- que va a
permitir transmitir el mensaje, la comunicación (la predicación), como ya
hemos indicado, tendrá lugar en tres momentos:
La codificación por parte del emisor.
La transmisión a través del canal seleccionado.
Y la descodificación por parte del oyente.
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Pero ésta es sólo una parte de la comunicación. Una comunicación
social auténtica y compleja requiere la respuesta del receptor que permita al
emisor verificar críticamente si su mensaje ha sido aceptado o rechazado. Es
el momento del "feedback", como ya hemos indicado, o retroalimentación, de
manera que el mensaje recibido da lugar a una respuesta o a una reacción que
parte ahora del receptor convertido en emisor, creándose así la circularidad
del proceso, elemento cualificador de la comunicación.
Es importante que el destinatario reaccione al estímulo y que el predi-cador
esté atento y sea capaz de detectar el eco que su mensaje suscita en el
auditorio.
b) La predicación homilética.
El feed-back no existe, sin embargo, en la homilía, al menos en los con-textos
ordinarios de nuestras asambleas. Consecuentemente el predicador no
dispone de información sobre el efecto que sus palabras suscitan en los oyen-tes,
desconoce si su mensaje ha sido aceptado o si ha sido aceptado en los tér-minos
en que él ha querido transmitirlo.
Ningún predicador puede garantizar por sí solo la comunicación con su
público. Lo demuestra el hecho de que todo buen comunicador (léase buen
orador) busca una continua verificación del proceso que se está realizando,
obteniendo informaciones del rostro de los que escuchan, de su actitud, de su
silencio, del ruido ambiente, etc.. . Pero ¿No es demasiado poco este feedback
para garantizar la libertad de los fieles y para ofrecer una predicación intere-sante,
adaptada a la asamblea y a su situación?
2.3. Funciones de la comunicación homilética.
Sólo nos detendremos en dos funciones, aquellas que son verificables
desde la óptica de la sociología de la comunicación.
a) Función persuasiva.
Es de capital importancia, porque la homilía forma parte de la retórica:
De hecho aunque se fundamenta en la autoridad de los textos sagrados o en la
autoridad del magisterio, de cara al cambio de actitudes que debe suscitar, la
homilía prefiere siempre la exhortación, captar la benevolencia y la buena
voluntad del oyente a cualquier tipo de expresión. En este aspecto, es conve-niente,
recordar que el comienzo y el final de la homilía son dos momentos a
cuidar de modo especial.
Ahora bien, no podemos olvidar que la función persuasiva de la homilía
no es sólo de orden cognoscitivo-emotivo, sino que está integrada y hay que
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contemplarla en el complejo de reacciones derivadas de los símbolos y gestos
que enriquecen la liturgia. Función, por otra parte, más adecuada a la hora de
reafirmar y mantener las opiniones pre-existentes o incluso a la hora de suscitar
nuevas convicciones que a la hora de remover o romper con las ya adquiridas.
b) Función de confirmar y reforzar.
Hay un mecanismo de defensa contra la función persuasiva: si el mensa-je
no coincide con las ideas o creencias preconcebidas de los oyentes, éstos
tienden a rechazarlo o a deformarlo en la línea de la confirmación en sus pro-pias
opiniones. Es lo que dice la teoría de la disonancia o la ley de la evitación
de la disonancia: el oyente tiende a eliminar lo que le disuena.
Esta función de reafirmación y reforzamiento de las opciones presenta-das
es una reacción, a su vez, contra ese mecanismo de defensa y, por ello, es
imprescindible. El predicador ha de tener presente esta condición del oyente y
tratar de cortarle el paso en los tres mecanismos de selección, tras los cuales
suele el oyente parapetarse en su huída:
- La exposición selectiva, es la inclinación natural de todo oyente: selec-cionar,
cuando es posible, a aquel predicador del que se espera un men-saje
en conformidad con las propias convicciones.
- La percepción selectiva, consiste en aceptar sólo aquellos estímulos que
responden a las espectativas que se alimentan, de modo que el sistema
de referencias que ya se tiene condiciona todo el mensaje.
- La memoria selectiva: es el proceso por el que sólo se recuerdan los
mensajes que interesan y se olvidan los que contradicen las propias for-mas
de pensar.
3. LA EXPERIENCIA PERSONAL DEL QUE PRESIDE
Ciertamente la predicación del Evangelio es incompatible con predicar-se
a sí mismo. No se puede reducir la predicación a comunicar experiencias
subjetivas.
Pero esta crítica no afecta a quien invita a participar en la praxis vital de
la fe cristiana y, por eso, en ciertos contextos, no silencia su propia experiencia
personal. Si la homilía es un acto de fe de la Iglesia, debe ser, por lo mismo, el
acto de fe del que la pronuncia. El que predica debe ser consciente que lo
hace cumpliendo una misión de la Iglesia. Ese es el fundamento de esta comu-nicación
pública tan especial. En efecto, el primer problema que plantea la
palabra pública es el de su fundamento: ¿En virtud de qué una persona tiene
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derecho a hablar en público? En cierto modo tomar la palabra en público es
tomar el poder en una asamblea.
Pero la experiencia personal viene exigida también por la misma diná-mica
comunicativa. La comunicación es un proceso integral de la persona.
Ante todo es intrapersonal, dentro de uno mismo, cara a los demás o cara a
los contenidos. Y luego, interpersonal. Decía, anteriormente, que la expe-riencia
del predicador, sus dudas, sus problemas afectan a la Palabra que
proclama y en el modo cómo la proclama: un predicador angustiado, miedo-so,
o bien, optimista, transmite la Palabra con esas mismas actitudes, aún sin
saberlo.
Estos problemas no basta con reprimirlos, pues aparecerían disfraza-dos
o desfigurados, es preciso ser conscientes de ellos y asumirlos, tratar de
superarlos o, en todo caso, aceptarlos con lucidez y humildad.
Esto es más importante de lo que a simple vista parece y últimamente
muchos homiletas, sobre todo los de lengua alemana, se han ocupado de este
campo, tratando de aplicar las adquisiciones de la psicología al ámbito de la
predicación. Son muchos los que afirman que la crisis de la predicación es la
crisis del predicador. Es éste el nivel más decisivo de la comunicación: la
sensibilidad del predicador ante las exigencias de la Palabra, ante la recep-ción
de los oyentes, ante la crítica a su homilía o a sus actitudes.. . El mensa-je
-afirma un teórico de la información- es el medio. En este caso, el pre-dicador.
4. TIPOLOGIAS DE LOS PREDICADORES HOMILETICOS
L. Maldonado en su obra "La homilía" (2) presenta una interesante
clasificación y descripción de los predicadores que puede ser una buena
gruía turística para pasearse, revisar y detectar los peligros de la predica-ción
monogal. A ellas les remito, al mismo tiempo que les invito a comple-tarla
con la galería de personajes que el P. Louis Sintas, conferenciante de
Notre Dame a lo largo de tres años, presenta en la revista "Celebrer" del
Centro de Pastoral Litúrgica de París'". Lo que se pretende con estos análi-sis
es caer en la cuenta, si cabe todavía más, de que la dificultad de una
homilía no está sólo en su contenido, en la exégesis y teología que la apo-yan.
Siendo esto de capital importancia, no es suficiente. También cuenta
(2) MALDONADO, L.: La homilía, predicación, litúrgica, comunidad, Paulinas, Madrid
(1993), págs. 142-144.
(3) Cf. CIVITAS L., L'homélie dans la celebrátion, en Celebrer 235 (1993), pág. 5-10.
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mucho el sujeto que asume esos contenidos, convirtiéndolos en predicación
personal y personalizada.
5. ;ES IMPOSIBLE HACER UNA BUENA HOMILIA?
La homilía, se ha dicho, es una especie de conversación familiar. No es
un curso de exégesis filológica, ni literaria o tipológica. No es tampoco una
lección de teología dogmática, moral o sacramental, ni un sermón de efectos,
ni un ejercicio oratorio, ni una catequesis, y sin embargo puede jugar con cual-quiera
de estos elementos. Es más bien la conversación de un amigo que
ayuda, ilumina, confirma, edifica a partir de la Palabra o de la misma celebra-ción
del Misterio. Se encuentra englobada en un marco complejo de símbolos,
gestos y palabras que hablan y comunican también. Su estructura dinámica,
como toda la celebración, debe conducir también a vivenciar ciertas actitudes
características de la Alianza: La escucha, la adhesión, la identificación, el com-promiso,
la súplica, la alabanza, etc. En este contexto, que no ha de perderse
nunca de vista, la homilía puede desarrollarse en distintas direcciones. No hay,
por tanto, un género homilético o, dicho en positivo, reafirmamos que el
mejor género es aquel que mejor ayuda al encuentro con el Evangelio.
Ciertamente la homilía, es un don del Espíritu, es un carisma confiado a
la Iglesia: el carisma de la autoridad, el carisma de la enseñanza. El pueblo de
Dios tiene derecho a una enseñanza que le permita acceder a una compren-sión
progresiva de la Palabra de Dios y tal enseñanza no puede ofrecerse más
que en nombre de la Trinidad.
Pero esta enseñanza no es impersonal, ahistórica. Debe adaptarse al
auditorio al que se dirige y provocar a las gentes que están allí. Todos los valo-res
puestos de manifiesto por la pedagogía o las ciencias de la comunicación
son mediaciones imprescindibles al servicio de la revelación. Por ello mismo,
la homilía también es un arte que hay que aprender.
Predicar una buena homilía no es imposible. Todos hemos sido testigos
de esta posibilidad. Hay homilías que llegan y otras que se quedan en simples
intentos, o en el mejor de los casos, en simples pérdidas de tiempo. Ahora
bien, no es fácil. No basta con superar aquellos aspectos que afectan al conte-nido
del mensaje, es preciso tener en cuenta también el complejo mundo de la
comunicación. Sin ello, cualquier mensaje quedaría invalidado.
Con esta exposición sólo he pretendido reafirmar ante ustedes su
importancia y ofertar claves a partir de las cuales poder revisar críticamente
nuestra propia experiencia de predicadores.
José Luis Guerra