ALMOGAREN 13. (941 PQs. IS 27 O CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
V JORNADAS DE HISTORIA DE LA
IGLESIA EN CANARIAS. "EL SIGLO XVII"
RAMON ECHARREYNS TURIZ
OBISPO DE CANARIAS
N o es fácil encontrar el calificativo adecuado que nos ayude a defi-nir,
con una palabra expresiva, lo que fue una u otra época de la Historia de
la Iglesia. Cuando uno recorre los veinte siglos transcurridos desde que el
Señor fundó la Iglesia, hasta nuestros días, cualquier período de esa historia
puede recibir el calificativo de "apasionante", de "doloroso", de "turbulen-to",
de "glorioso", de "renovador" ... o cualquier otro que a cualquiera se le
pueda ocurrir.
Y cuando nos referimos a un siglo entero, el intento se hace práctica-mente
una tarea imposible.
Sin embargo hay una afirmación que podemos hacer con todo funda-mento:
nuestra Iglesia de Canarias, a pesar de la distancia que la separa del
corazón de Europa, de una Europa rasgada por conflictos que difícilmente se
pueden llegar a definir con claridad como políticos, religiosos, ideológicos,
nacionales, teológicos ... jo Dios sabe qué!; nuestra Iglesia de Canarias, con
su configuración insular, que tanto supone para la definición de su idiosincra-sia
cultural y, por tanto, religiosa, moral, económica, política ... etc., no es, en
modo alguno, ajena a los acontecimientos y abatares que suceden a miles de
kilómetros de sus habitantes. Se trata de un hecho perfectamente demostra-
RAMOY ECHARREN YSTURIZ 16
ble que dice mucho en favor de nuestra sociedad canaria y de nuestra Iglesia.
Nuestra población canaria, nuestros cristianos (obispos, sacerdotes, religiosos
y seglares), en épocas en que las comunicaciones son escasas, difíciles, lentas
e inseguras, saben estar abiertos a lo que ocurre en el mundo, están abiertos
a las influencias socio-religiosas que nacen allende los mares, son receptivos
respecto a sucesos y movimientos culturales que, en teoría, tienen su hogar,
"son foyer culturel" que dirían los franceses, que se sitúa a remota distancia
de nuestras islas.
Me he permitido este pequeño "excurso" para poder explicar que, para
entender la historia de la Iglesia en Canarias en el siglo XVII, es necesario
comenzar por una visión, que aunque inevitablemente sea general, y, por
demasiado sintétic* corra el peligro de demasiado simplificada, de lo que fue
el siglo XVII dentro de la historia general de la Iglesia.
Me van a permitir Vds., pues, que ofrezca el marco general de referen-cia
de lo que fue, a grandes rasgos, ese siglo XVII para la Iglesia, con la pre-tensión
de que pueda ayudarles a comprender mejor las diferentes aportacio-nes
que van a hacer en estas Jornadas, especialistas de indudable valía,
tratando directamente temas referidos a la historia concreta de la Iglesia en
Canarias.
Es de todos sabido que el siglo XVII, en su primer tercio, y por mor de
las políticas de alianzas, en las que participan, por acción o por omisión, los
Papas Pablo V, Gregorio XV y, al menos en parte Urbano VIII, se puede
definir como la etapa final de la Contrarreforma. Ciertamente, la mentalidad
ante el choque frontal entre las dos grandes potencias católicas, España y
Francia, fue determinante del definitivo asentamiento de católicos y protes-tantes
en sus respectivos territorios en función de las conquistas militares o
en función de pactos resultantes de las mismas. Más en concreto -y sin dete-nernos
en detallar ese conjunto de conflictos bélicos que recibe el nombre de
"guerra de los treinta años"- la realidad es que Urbano VI11 no quiso -y
tal vez no pudo- impedir la política de alianzas protestantes del Cardenal
Richelieu: la derrota de los católicos en el imperio, selló el término de la con-trarreforma
y, lo que tal vez es más importante, para bien y para mal, el final
de la posición dirigente en política por parte del Papado. Desde la paz de
Westfalia la influencia del Papado retrocede inconteniblemente y languidece
el impulso tridentino de la Reforma católica. Se puede decir que en ese
momento. la dirección religiosa y espiritual de la Iglesia (sin quitar con ello
un ápice a lo que significa la autoridad moral y jurídica del Sucesor de Pedro)
pasa de Italia a España y a Francia. donde florecen escuelas teológicas y
autores significados en el campo del Derecho, de la Espiritualidad y de la
misma Teología. También hay que decir, por su importancia, que ya entonces
comienza a anunciarse la secularización del pensamiento europeo.
Y JORNADAS DE HISTORIA DE LA IGLESIA EN CANARIAS. "EL SIGLO XYII1. 17
Pablo V apoyó, una clara política de neutralidad frente a la tensión his-pano-
francesa.
A Pablo V le sucede Gregorio XV (9-2-1621). Y a Gregorio XV le
sucederá Urbano VI11 (6-8-1623).
Pero es de justicia señalar que no todo es política, pactos, guerras.. . en
la actividad de estos tres Papas.
Gregorio XV realiza una admirable labor artístico-religiosa: construye
la preciosa Iglesia romana de S. Ignacio, promueve la instalación de la Villa
Ludovisi junto al Pincio y recopila admirables colecciones de antigüedades.
Su recomendación al Cardenal Ludovisi es digna de citarse: "Temor y amor
de Dios, serán tu sabiduría política". Establece el sistema de elección del
Papa por votación secreta y no por aclamación, funda la Congregación Pro-paganda
Fide (1622) como contrapeso al patronato de las coronas portugue-sa
y española, y establece relaciones con las Iglesias orientales y con los terri-torios
protestantes del Norte de Europa. Su proyecto fue la prosecución de
reforma católica. Todo ello lo compatibilizó, eso sí, con el apoyo a los éxitos
político-militares de los católicos al comienzo de la guerra de los treinta años.
Tanto Pablo V como Gregorio XV hicieron un serio esfuerzo en favor
de la ejecución de los decretos del Concilio de Trento, aunque no siempre
con demasiado éxito: se impuso el deber de residencia de los obispos, se
comenzó a nombrar nuncios, no a obispos en funciones, sino a obispos titula-res.
Conscientes de que la renovación católica no dependía sólo de la ejecu-ción
de unas leyes, sino en igual o mayor grado, de la fuerza e incentivo de
auténticos ideales, los Papas canonizaron a los grandes renovadores de la
Iglesia en el siglo XVI: Carlos Borromeo, Ignacio de Loyola, Teresa de
Jesús, Felipe Neri, Francisco Javier fueron canonizados el 12 de Marzo de
1622 en una fiesta única que "superó en esplendor a todo lo anteriormente
conocido".
Pero no faltaban reveses. En 1605 se descubre en Inglaterra que un
grupo de católicos quería volar el parlamento para asesinar a Jacobo 1. El
Jesuita Garnot que conoció el proyecto bajo sigilo de confesión y desaconse-jó
el atentado, fue procesado y ejecutado. Del hecho nació una gran acusa-ción
contra el Papa y contra los jesuitas y nuevas leyes empeoraron la situa-ción
de los católicos ingleses. Se exigió el juramento de fidelidad al Rey y
hubo católicos, incluso sacerdotes, que se apartaron de la Iglesia, y 16 sacer-dotes
y 2 seglares fueron ejecutados.
La contrarreforma buscaba la ayuda de los estados, particularmente en
Centro-Europa, donde la Liga había unido a los católicos dispersos, y la Casa
de Augsburgo tenía en el Emperador Fernando 11 una cabeza para empren-der
la defensa y el fomento del Catolicismo "como asunto de conciencia".
Para él era preferible perder sus reinos que desaprovechar, a sabiendas, una
ocasión para favorecer la fe verdadera. Es entonces cuando se gesta la guerra
de los treinta años.
Desde 1621 se discuten numerosas posibles medidas contrarreformado-ras.
Desde la Iglesia se reconoce la necesidad, pero, a la par, la problematici-dad
que entrañan las medidas de coacción estatal. Se insiste en que el éxito
frente a la Reforma depende más bien de la intensificación de "la cura de
almas", aunque el postulado político de la unidad confesional quede en pie.
Con Urbano VI11 la extensión de la contrarreforma al imperio decae total-mente.
Urbano VI11 fue un Papa de grandes valores humanísticos: conocedor
de la literatura antigua y moderna, poseedor de una gran biblioteca y diestro
estilista, intervino personalmente en la reforma del breviario, realizó cambios
en el misal (1634) y en el pontifical (1644), centralizó la liturgia y fue el Papa
que concedió a los Cardenales el título de "Eminencia" (1634).
Partiendo del principio, acertado sin duda, de que el pontificado debía
estar por encima de las rivalidades de las grandes potencias y trabajar por la
paL, rio pudo -o acaso tampoco quiso- enfrentarse a la superior y astuta
diplomacia de Richelieu, que sin mirar el bien de la Iglesia, sólo quiso debili-tar
a los Habsburgos y lograr la hegemonía de Francia.
El hecho es que las implicaciones continuas de lo político y lo religioso,
complicaba hasta extremos insospechados la situación. En todo caso parece
claro que la política de neutralidad del Papa favoreció claramente a Francia y
la consecuencia fue que se detuviera la contrarreforma con un grave perjui-cio
(humanamente hablando.. .) para la causa católica en el imperio.
La paz de Augsburgo, firmada el 24 de Octubre de 1648, escindía defi-nitivamente
el imperio desde el punto de vista religioso. Las protestas de
Inocencia X (1644), sucesor de Urbano VIII, no sirvieron ya de nada.
Inocencio X, de presencia mayestática, prudente, reservado, hasta sus-picaz,
pero lento y vacilante en sus decisiones y preocupado siempre por el
derecho y el orden, representó un pontificado definido como "ni brillante ni
afortunado".
En Inglaterra, Cromwell, fanático anticatólico, persigue a los católicos
hasta extremos insospechados. Irlanda fue una de sus víctimas mas persegui-das.
En Inglaterra un decreto de 1653, disponía que todos los!sacerdotes
católicos abandonaran el país bajo pena de alta traición y los católicos queda-
V JORNADAS DE HITTORIA DE LA IGLESIA EN CANARIAS "EL SIGLO XVII. 19
ron diezmados por la deportación a las Indias occidentales o por la emigra-ción
o el hambre.
Hagamos aquí una referencia a algo que no deja de tener su importan-cia,
aunque no tengamos la posibilidad de extendernos en lo que sería una
preciosa ponencia.
La paralización de la contrarreforma católica no fue pareja a la de las
bellas artes. Urbano VI11 consagró en 1636 la nueva Basilica de S. Pedro, se
restauraron muchas Iglesias de mártires (p.e. la de Santa Bibiana y la de los
Santos Cosme y Damián), se llevó a cabo la urbanización de las Siete Colinas
iniciada por Sixto V, se instalan muchas de las maravillosas fuentes rpmanas,
se restauran monumentos clásicos, se construye en su forma actual la Iglesia
de Letrán, se acaban las Iglesias barrocas de S. Ignacio y San Audrea della
Valle, se entrega esa joya arquitectónica y urbanística que es la Piazza Navo-na,
y se ponen en marcha universidades y colegios. En el Jubileo de 1650 se
calculan en 700.000 los peregrinos que visitan Roma.
La violencia de la polémica entre católicos y reformadores y la sangre
derramada en las guerras de religión, hacen germinar una nueva ansia de paz
religiosa y de unidad eclesiástica. Las conversiones se hacen más frecuentes
hacia finales de siglo y se multiplican coloquios que, en realidad, dan lugar a
nuevas controversias. Se acomete la audacia del "irenismo", aunque sólo por
parte de personalidades muy individualizadas, se tiene claro que la unidad
religiosa dentro de los estados no puede imponerse por la fuerza y va ganan-do
terreno la idea de la tolerancia.
Los irénicos humanistas, desde la mitad del siglo XVI y durante todo el
XVII, partían de la distinción de Erasmo entre los artículos fundamentales
de la fe, sobre los que debe haber unanimidad, y las sentencias de opiniones
teológicas que se deben dejar a la libre discusión. De hecho existen dentro de
la Reforma y, también, dentro de la Iglesia católica. El único resultado, ape-nas
visible, pero de indudable importancia, es que se habla de la tolerancia
religiosa.
En estas disquisiciones teológicas sobre la tolerancia estatal, se refleja
el desplazamiento del poder en la relación entre la Iglesia y el Estado desde
el cisma protestante. Ahora ya no es el Papa el que acude a pedir ayuda a las
potencias seculares. Ahora deciden los príncipes en primer lugar y, en segun-do,
los individuos sobre la pertenencia a una confesión. De hecho se pasa del
feudalismo a la moderna burocracia en la formación del absolutismo del
príncipe y de las nuevas teorías estatales. Y así se abre paso la secularización
del mismo estado. La idea configurada por Maquiavelo del estado autónomo,
sometido a su propia ley de la razón del estado, va ganando lentamente
terreno.
RAMON ECHARREN YSTURIL 20
El papado defiende la libertad y la independencia de la Iglesia contra
las pretensiones de las potencias católicas de España y Francia, por lo gene-ral
sin resultados positivos: los decretos pontificios están sometidos al placet
real, se restringen los privilegios clericales y los tribunales propios, así como
el derecho de asilo, se gravan con impuestos los bienes eclesiásticos con o sin
autorización del Papa, se impide la Inquisición o la censura eclesiástica de
libros (en España se nacionalizan).
Y se inicia la secularización del pensamiento europeo. El escepticismo
y la incredulidad se convierten en un serio problema. Muchos rompen con
doctrinas centrales de la fe cristiana y chocan frontalmente con ella, con la
repulsa de la Iglesia Católica y de la Iglesia Protestante. Al margen de la
Teología, nace el "sistema natural de la ciencia del espíritu"; las ciencias
naturales no se fundan en argumentos de autoridad sino en la observación
empírica y en el cálculo matemático. No es preciso recordar los casos de
Kepler y de Galileo, de sobra conocidos.
En "el siglo que quería creer", pululó, sin embargo, la superstición. Se
cultivaba la astrología, la magia, la creencia en demonios y en brujas, en
posesiones y cosas semejantes. Tampoco es preciso insistir en "la quema de
brujas", tanto en países católicos, como, sobre todo, en países protestantes.
Descartes, muere en 1650. La duda metódica era el principio del filóso-fo
y, así, coloca la filosofía en una situación de total emancipación respecto a
la Teología.
Tras la paz de Westfalia (1648), al papado no le quedó más remedio
que aceptar la situación creada por las fuerzas políticas. Los papas pudieron
mantenerse todavía activos en la defensa contra los turcos. Respecto al resto
sólo pudieron protestar. En las controversias doctrinales sobre el jansenismo
y el galicanismo se desperdiciaron, a veces, fuerzas preciosas y los papas
desaprovecharon la oportunidad de sintonizar con las corrientes intelectuales
modernas o con las ideas de la época: se limitaron, eso sí, a predicar los idea-les
de la tolerancia y humanidad, apenas sin eco alguno. El resultado fue que
los estratos cultos consideraran a la Iglesia una institución reaccionaria y le
volvieran la espalda. Por el contrario, el pueblo sencillo se vio libre de esas
tendencias y la Iglesia llegó a tener un extraordinario predicamento entre las
masas.
Tras Inocencio X fue elegido Alejandro VI1 (1655-1677) que chocó
frontalmente con el Galicanismo, un movimiento que arranca de tiempos
pasados y que se actualiza notablemente incrementando el poder del Estado
en detrimento de una Iglesia a la que se desea dependiente, en todo, de los
poderes nacionales. Este movimiento alcanza sus cotas más altas, dentro del
V IORNADAS DE HlSTORlA DE LA IGLESIA EN CANARIAS «EL SIGLO XYII> 21
mundo católico en Francia, aunque perdure hoy en muchos países de la
reforma, en forma de Iglesias Nacionales (Inglaterra, Suecia, y otros países
nórdicos ... etc.), en tanto desaparece, prácticamente del todo, en los países
católicos a partir del Vaticano 11 que pone punto final a los "nacionales-cato-licismos",
residuos ideológicos del viejo Galicanismo. A Alejandro VI1 se le
debe la gran y genial obra de Bernini que es el diseño de la plaza de S. Pedro.
Clemente X (1670-1676) sucesor de Clemente IX que sólo desarrolló
su pontificado entre 1667 y 1669, y que logró la reconciliación con Francia,
fue un papa bondadoso y devoto, pero no fue una fuente especial de nuevos
impulsos. Su pontificado estuvo marcado por el peligro de los turcos y por la
organización de la coalición contra ellos. Canonizó a S. Pío V, primer Papa
que entraba en el catálogo de los santos desde la canonización de Celestino
Ven 1313.
Inocencio XI (1676-1689) fue un asceta rígido y, ya en vida, se le vene-ró
de forma casi universal como santo. Pero desgraciadamente no fue un
buen conocedor de la persona humana y su formación teológica era más
bien escasa. Rechazó el laicismo y, más tarde, el quietismo defendido por el
español Miguel Molina. La liberación de Viena de los turcos lo llevó a las
más altas cotas de prestigio. Introdujo la fiesta del Nombre de María y su
pontificado se vió ensombrecido por el conflicto con Francia a causa de 1s
regalías, de la proclamación de los artículos galicanos (1682) y de la abolición
de la inmunidad diplomática del barrio de la embajada francesa en Roma
(1687).
Alejandro VI11 (1689-1691), extrovertido y muy querido por los roma-nos,
revivió el nepotismo y no llegó a entendimiento alguno con Francia.
Inocencio XII (1691-1700), último Papa del siglo XVII, asqueado por
el nepotismo de su predecesor, publicó la Bula "Romanum dicit Pontificem"
que ponía fin al escandaloso nepotismo. Inocencio XII consiguió llegar a un
acuerdo con Luis XIV, el cual, permitió el nombramiento de obispos en
Francia, abolió las obligaciones relativas a los artículos galicanos, pero hizo
que el derecho de las regalías persistiera en la práctica.
Permítanme Vds. al llegar al final, hacer una breve alusión al Jansenis-mo
que tanta influencia tuvo en España y, particularmente, en Canarias.
San Antonio MTlaret, "el padrito", estando en Teror, escribió a su
Obispo de Vich, una carta en la que le indicaba la penetración tan profunda
que las doctrinas de Jansenius o Jansen, obispo de Ypres, tenían en Canarias.
Hasta tal punto que el Seminario y el clero, gravemente infeccionados por
esas doctrinas, negaban continuamente la absolución a los fieles hasta el
punto que casi nadie ya se confesaba. La raíz de esta situación de finales del
XIX, se encontraba, sin embargo, en el siglo XVII. Jansenius fallece en 1638
y su obra se publica en 1640. En ella Jansenius subraya la fuerza irresistible
de la gracia divina y la debilidad de la voluntad humana.
Inocencio X rechazó en la bula "Cum occasione" cinco afirmaciones
extraídas de la obra "Augustinus".
El hecho es que fueron las "Lettres provinciales" (1656) de Blas Pascal
(+1662) las que se divulgaron extraordinariamente, atacando con su fina
pluma la teología moral y la práctica penitencial de los jesuitas.
El movimiento jansenista, que entrañaba aspectos teológicos, morales,
espirituales y pastorales, perdura hasta 1729 en que muere el último dirigente
jansenista, El Cardenal Noailles de París.
Frente al voluntarismo de Jansenius, nace el quietismo de Molinos. Si
aquél reducía la salvación a un inmenso esfuerzo de una voluntad pecadora
enfrentada siempre a la acción de la gracia, Molinos acentuaba la acción de
la gracia de Dios y descartaba la necesidad de la actuación propia del hom-bre.
Y junto a ambos movimientos, citemos el "febrosianismo", que intenta
en Alemania la restauración de la Iglesia primitiva, y el "josefinismo" que en
Austria pretende que la Iglesia dependa totalmente del Estado, movimiento
que alcanza toda su fuerza en el siglo XVIII pero que se inicia en la simbiosis
de lo espiritual y lo secular del siglo XVII.
Me he referido hasta ahora a la Historia de la Iglesia en el siglo XVII
prácticamente con la atención puesta en la visión de la Iglesia desde la ópitca
de la Santa Sede. Aunque con brevedad, debo referirme a algunos aspectos
peculiares propios de las Iglesias de España: tal vez ya entonces y a pesar del
peso específico que en la historia universal tenía España, en relación con
Europa y extendida por América del Norte, del Centro y del Sur, por Ocea-nía,
por Asia y por Africa (aunque en estos dos últimos continentes su pre-sencia
fuera menor) se podía decir, no sin razón, el tópico de que España era
diferente.
En el siglo XVII, toda la vida española está penetrada por lo religioso.
La vida de todo individuo estaba acompañada por la Iglesia desde su naci-miento
hasta la muerte. Además, la Iglesia era casi la única institución que se
ocupaba de los niños expósitos y huérfanos. Hay que decir que el español de
los siglos de oro, pecó contra la moral, pero pocas veces contra la fe.
También la vida colectiva estaba penetrada por lo religioso y las igle-sias
se utilizan para asambleas municipales, reuniones profanas y hasta para
Y JOPINADAS DE H~STORIAD ELA IGLESIA ENCANARIAS "ELSIGLOXYI~ 23
representaciones teatrales. Son el lugar natural de reunión de los vecinos, el
centro cívico o el "casino" del lugar.
Dado que el Estado se desentendía de la enseñanza y de la beneficen-cia,
son los municipios en colaboración con la Iglesia, los que se preocupan
de estos campos: limosnas, fundaciones benéficas, atención a ancianos, cen-tros
de enseñanza, hospitales (algunos especializados en locos, sifiliticos y
leprosos, con una terapia rudimentaria propia de la época pero sin que les
faltara cobijo, calor, alimento y cariño...). A ello hay que añadir la acción de
la Iglesia para suavizar el régimen penitenciario, y para lograr la igualdad de
todos ante la ley (las cárceles estaban llenas de pobres que no podían pagar
sus deudas; la Iglesia incluso abría sus templos a los delincuentes para salvar-los
y no rara vez un condenado a muerte fue salvado gracias a la complicidad
de los eclesiásticos, con alegría del pueblo).
La enseñanza, especialmente la primaria, era atendida prácticamente
en su totalidad por la Iglesia, bien por los franciscanos, bien por los sacrista-nes
de los pueblos pequeños, y a finales del XVlI la Orden de las Escuelas
Pías establece algunas casas en la Corona de Aragón.
Las Universidades presentan una abigarrada muestra de elementos
eclesiásticos y seglares. Más clara es la separación de lo que hoy llamamos
enseñanza media, que se reducía casi al estudio del latín y de la filosofía. Hay
que decir que en este campo hicieron un esfuerzo impresionante las órdenes
religiosas, desde los jesuitas y dominicos, hasta los franciscanos, destacando
particularmente los primeros que alcanzaron un gran prestigio social.
Hay que señalar que, a pesar de sus defectos, el clero español era muy
popular: el clero, a diferencia de la nobleza, era pueblo. Era un clero pater-nalista,
pero con un paternalismo benéfico y aceptado. De hecho hay que
señalar que la actitud popularista del clero llegó a indisponerle muchas veces
con los poderosos y con las autoridades. Un ejemplo es Juan de Avila que
reacciona fuertemente ante el problema campesino andaluz y que en su pro-ceso
se le acusó de haber predicado que el paraíso estaba reservado a los
pobres y jornaleros, y que confesó haber amenazado con la condenación a los
ricos de Ecija por dejar a los pobres comiendo yerbas en tiempo de hambre.
De hecho, en las sublevaciones sociales de Jerez, del resto de Andalucía, de
Cataluña, de Portugal, ... aparecen "grande número de clérigos" "y de ordi-nario
comienzan por ellos los motines y turbaciones", escribe en 1648 el
Duque de Medinaceli.
Sin embargo aparecen brotes anticlericales, particularmente por pro-testas,
no de intelectuales (al modo de los "libertinos" franceses), sino de la
gente del pueblo que se queja en determinados casos de fraudes y de acapa-ramiento
de bienes, así como de conductas depravadas e inmorales.
RAMON ECLIARREN YSTURIZ 24
Los prelados constituyen el rango más elevado del clero y el mapa ecle-siástico
de España, configurado por Felipe 11, apenas varía hasta el Concor-dato
de 1861. La Iglesia española era muy rica. Sus ingresos eran el diezmo
de los productos de la agricultura y de la ganadería, y su reparto, totalmente
injusto: el obispo y el cabildo catedral se llevaba un tercio cada uno del total,
y a ello había que añadir otros ingresos por fincas, derechos señoriales de los
pocos pueblos que se salvaron de la desamortización de Felipe 11, derechos
de sello y visita, etc. Aunque hay que señalar que por un privilegio concedido
por los papas a la Corona, un tercio o un cuarto de los ingresos de la Mitra
iban a parar a personas virtuosas o meritorias a los ojos del rey ... o al mismo
rey cuando lo necesitaba.
Puede asegurarse, sin embargo, que el episcopado español del siglo
XVII, comparado con el de otras naciones (p.e., con el francés, acaparado
por la aristocracia), quedaba en buen lugar (Cf. Domínguez Ortiz). Los obis-pos
solían ser populares y el pueblo acudía a ellos en sus calamidades, quejas
y disturbios. Sus ingresos, de hecho, iban a parar casi siempre, al rey y a los
pobres en gran proporción. También la Curia Romana se llevaba su parte.
Naturalmente, hubo excepciones: P.e. lo de aquel Arzobispo de Burgos que
al morir en 1655 provocó un conflicto entre las autoridades españolas y
romanas, al dejar un inmenso tesoro (la Curia se conformó con 100.000 duca-dos
y el resto fue para el rey. ..). Simplemente señalo como una pincelada, el
juicio de Villoslada: "los numerosos pleitos entre los prelados y sus cabildos,
proyecta una sombra oscura sobre la vida eclesial de aquellos siglos".
Ya en los inicios del siglo XVII se intenta la reforma de las monjas,
proyecto que no se hace realidad hasta Felipe IV, que tal vez debido a su
poca recomendable vida privada y queriendo aplacar la ira divina, intenta
seriamente la reforma.
También se lleva a cabo la reforma de los religiosos o monjes: benedic-tinos,
bernardos, cistercienses, cartujos, jerónimos, carmelitas, trinitarios ...
Pero todos los testimonios coinciden en que hubo una degradación progresi-va
que se hace muy patente a fines del XVII: no hay grandes escándalos,
pero se da una gran tibieza y un olvido casi total de los ideales ascéticos. Y el
hecho es que los benedictinos, los cartujos y los jerónimos alcanzan fama de
opulentos, cosa que sin embargo no se puede aceptar de forma generalizada
(Domínguez Ortiz).
Entre las nuevas órdenes y las diócesis surgen problemas y conflictos,
expresión de los cuales es el memorial de la Congregación de Iglesias de
España a la Santa Sede en 1623 sobre "la opulencia a que han llegado, y se
v JORNADAS DE HISTORIA DE LA IGLESIA t~ CANARIAS 'EL SIGLO XVII.. 25
aumenta cada día, las religiones". En ambos casos se alude directamente a
los jesuitas, cosa normal dado que había 2.000 jesuitas presentes en cátedras,
confesouarios, púlpitos, y en muchos otros ministerios.
A ello hay que añadir la solidaridad que dentro de cada orden tenía
una tremenda fuerza y se manifestaba en la defensa a ultranza de ciertas tesis
teológicas. Y así chocaron los Jesuitas, con el clero secular por razones eco-nómicas,
y con los Dominicos y otras órdenes, por razones teológicas.
Las disensiones, sin embargo, dentro de las órdenes religiosas, fueron
muy generales y de ellas sólo se libraron los jesuitas dado su régimen de
estricta autoridad y obediencia. Y no era raro que los reyes intervinieran en
los conflictos.
Hay que señalar que en el siglo XVII se celebran multitud de Sínodos
Diocesanos, a los que asisten, por cierto, representantes reales o municipales.
Entre estos Sínodos hay que señalar el de nuestra Diócesis de Canarias que
se concretó en la obra "Constituciones synodales del obispado de Gran
Canaria.. . compuestas y ordenadas por el Doctor D. Christoval de la Cámara
y Murga" (Madrid 1631).
No puedo deternerme a exponer el tema de la Inquisición que necesi-taría
un largo espacio de tiempo. Aunque se trate de un tribunal religioso, la
Inquisición actúa con demasiada frecuencia como servidora complaciente del
poder político. Y ello de un modo especial durante el reinado de Felipe IV.
Un clarísimo abuso de sus poderes fue la inclusión en el índice de libros
prohibidos de publicaciones que molestaban a los gobernantes. Respecto al
siglo XVII es importante señalar que el acuerdo de paz de 1604 con Inglate-rra,
representa la admisión de una restringida pero significativa libertad reli-giosa
o de conciencia en favor de los extranjeros, siempre que no realizaran
actos públicos de desacato religioso. Hubo reacciones de todo tipo, aunque
las de los intransigentes fueron minoritarias. Y las paces con Holanda, en
1604, reforzaron de hecho la transigencia.
La realidad es que a finales del XVII el ambiente social y religioso se
expresa abiertamente contra la Inquisición, que ya no se sostenía con tanto
celo por el rey, entre otras razones, porque el pobre Carlos 11 no era capaz de
sostener con firmeza a nadie ni a nada.
Aunque la Inquisición española tenía un carácter eclesiástico, estaba
demasiado atada a los reyes como para que no dependiera de ellos práctica-mente
en todo, e incluso luchara unida a ellos contra los Papas. Recordemos
al respecto las cuestiones contra Sixto 1V e Inocencia VIII, el tristemente
célebre proceso contra el Arzobispo Carranza, la negativa a admitir bulas
pontificias, el ataque al libro de privilegios de la Compañía de Jesús ... etc.
etc. Puede decirse, con terminología de hoy, que era una institución "más
eclesiástica que eclesial".
No me extiendo más. Podríamos hablar de los moriscos. Podríamos
hablar del arte religioso en la España del XVII y, especialmente, del Teatro
religioso. Podríamos hablar del interesante tema del epistolario de Sor María
de Agreda y Felipe IV. Podríamos hablar, no sólo del jansenismo, al que ya
nos hemos referido, sino también de las discusiones mariológicas entre
"maculistas" e "inmaculistas", y de las luchas del "rigorismo" contra el "pro-babilismo".
Y tendríamos que haber hablado, muy despacio, de la ingente y
humanísima labor de la Iglesia en América, especialmente la realizada por
los franciscanos y los jesuitas junto a los dominicos, unido ello a innegables
sombras que todos conocemos. "Las Reducciones", fueron un ejemplo admi-rable
de acción social, aunque el hecho de que los brasileños las odiaran y los
españoles las envidiaran por su bienestar y porque les privaban de mano de
obra barata, dió lugar a que en 1750 comenzara su declive y destrucción. En
1801 ya sólo había algo más de 30.000 indios en las antiguas 30 reducciones.
Tendríamos que hablar, incluso, de formas variadas de espiritualidad y de
religiosidad populares, como fue la veneración del Corazón de Jesús y la
comunión de los Primeros Viernes, creados por Santa Margarita María de
Alocoque (+1690) y San Juan de Eudes. Pero todo ello exigiría un tiempo del
que no disponemos.
Acabemos señalando que la construcción doctrinal y la obra de refor-mas
resultantes del Concilio de Trento, a los que la Iglesia debió sin duda su
renovación y afirmación, imprimieron a la vida de la Iglesia su sello y hasta
vinieron a ser su forma de identificación exclusiva. La Iglesia posterior a
Trento fue antiprotestante y se definió en la Contrarreforma. No puede
dudarse que orientaciones teológicas que permanecieron incólumes en la
Edad Media (p.e., el Agustinismo), tuvieron una gran dificultad para seguir
afirmándose y evolucionando o propagando. Graciano y el derecho canónico
más antiguo, perdieron importancia. La imagen histórica de la Iglesia que
podría haber surgido del florecimiento de los estudios patrísticos y de la his-toria
de la Iglesia, no llegó a cristalizar y a alcanzar toda su posible importan-cia.
La liturgía, en su forma postridentina, se fosilizó en rúbricas. El derecho
canónico se hizo formulista y formulista se mantuvo durante tres siglos ente-ros.
¿Puede decirse, por tanto, que hay razón para extender la "época tri-dentina",
como con frecuencia se hace, hasta el siglo XIX o hasta el Concilio
Vaticano II?
No puede negarse que ciertos rasgos de la Iglesia postridentina han
continuado vivos más acá del siglo XVII: su orientación antiprotestante en
doctrina y en piedad y su centralismo y formulismo, por ejemplo.
Sin embargo, sería erróneo y cerraría la visión y la inteligencia de los
procesos históricos reales, partir de la actualidad, más en concreto, del ecu-menismo
y dc la apertura al mundo del Concilio Vaticano 11, y poner bajo
esta sola óptica los siglos pasados desde Trento y restar toda importancia,
P.e., al influjo de la Ilustración y de las grandes consecuencias de la Revolu-ción
Francesa, que, a su vez, tienen sus raíces en acontecimientos algunos de
los cuales henios narrado. No menos parcial sería concebir la escisión de la fe
sólo como una total tragedia y pasar por alto la profundización y reactivación
de la vida religiosa que fue consecuencia de la reacción ante la Reforma. O
prescindir de la riqueza de valores que entrañó la reforma católica en la Teo-logía,
en el Derecho, en las antigüas y modernas órdenes religiosas, en el arte
religioso, en la religiosidad popular, en la expansión misionera por tres conti-nentes,
y en tantos otros campos y aspectos. Bajo la dura costra definitiva
que se formó en la Iglesia como consecuencia de la Reforma, se ocultaba, sin
duda, un núcleo de vida realmente precioso, un núcleo específico, inconfun-dible,
evangélico, propio, además, de esta época. Rechazarlo como si no
tuviera valor, olvidar que cada tiempo de la historia de la Iglesia está, de
forma inmediata, delante de Dios, es antihistórico y arrogante: antihistórico
porque las leyes y los límites puestos a la Iglesia peregrinante no pueden
verse con simples ojos humanos, es decir, sin la mirada de la fe; y arrogante,
porque se olvida que tampoco nosotros poseemos el don de la perfección
total, sino que lo perfecto y acabado lo estamos aguardando desde nuestra
esperanza, y sólo cuando llegue la Omega definitiva, dispondremos de crite-rios
claros para juzgar con justicia cualquier momento de la historia humana
y de la historia de la Iglesia, en definitiva, de la Historia de la Salvación.
Ramón Echarren Ystúriz