ALMOGAREN. I I ,931 -85 171 176. ii CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
HOMlLlA DE SAN ANTONIO MARlA CLARET
(24 DE OCTUBRE DE 19921
(DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO)
Ecl. 35,lSb-37. 20-22a
2" Tim. 4,6-8.16-18
Lc. 18.9-14.
Queridos amigos sinodales:
Por una feliz coincidencia, celebramos la festividad de San Antonio Maria
Claret, co-patrono de la Diócesis, dentro de una sesión de nuestro Sínodo
Diocesano. Y lo celebramos aquí, en el Colegio Claret de Tamaraceite, en un
lugar claretiano por excelencia, un lugar donde una comunidad de continuadores
del carisma de San Antonio Maria, nos ha acogido con todo cariño, con total
disponibilidad, ofreciéndonos no sólo unas instalaciones, sino una hospitalidad
total y servicial, llena de delicadezas y llena de fraternidad. Una vez más todos
los que participarnos en el Sínodo, la Diócesis misma, les damos las gracias
de todo corazón y les expresamos nuestro cariño y nuestra admiración cristiana
por el servicio evangelizador que realizan, tantas veces entre cansancios e
incomprensiones, en un sector nada fácil de nuestra Iglesia, de nuestra sociedad
y de nuestra pastoral.
Todos recordamos hoy sin duda, lo que el Padrito, San Antonio Maria
Claret, supo hacer en nuestra Diócesis en un momento histórico nada fácil,
en un momento en el que un liberalismo anticlerical amenazaba la fe de los
cristianos, intentando encerrar la Iglesia en las sacristías; en un momento en
el que en nuestra Diócesis el jansenismo enturbiaba la misión de la Iglesia e
infectada de doctrinas extrañas el ministerio de los sacerdotes. Todos
172 RAMON ECHARREN YSTURIZ
recordamos con agradecimiento a Dios y agradecimiento a Antonio Maria
Claret, su entrega a nuestra gente de entonces, a los más débiles y pobres, a
nuestro clero de aquella época; recordamos con agradecimiento a Dios su acción
incansable evangelizando, proclamando la Buena Noticia, reconduciendo la
vida cristiana, impulsando la vida de piedad, la participación en la Eucaristía
y en los Sacramentos, la devoción a Maria (particularmente a la Virgen del
Pino), y enseñando el respeto a la moral cristiana desbordada por los rigorismos
jansenistas y por las permisividades liberales.
Nuestro Sínodo, el Sínodo que ya está a punto de concluir, este Sínodo
que es sin duda -porque es una tarea de la Iglesia de Jesús- fruto del Espiritu;
este Sínodo, en el que si lo contemplamos con ojos cristianos, podemos descubrir
la inmensa ayuda que Dios nos ha ofrecido, que el Espíritu nos ha concedido,
el inmenso amor con que Dios nos ha cuidado y conducido; este Sínodo que
ha hecho aflorar en todos nosotros un gran amor mutuo, la superación de
lejanías e incomprensiones, un gran amor al Padre, al Señor, a su Espíritu,
a la Iglesia, a su Misión Pastoral, a la Virgen Maria, Madre del Señor y madre
nuestra, a la oración y al compromiso, al seguimiento de Jesús, a la Eucaristía
y a los Sacramentos, a los sacerdotes, a los laicos y a los consagrados, a los
alejados y a todo nuestro pueblo (ricos y pobres); este Sínodo en el que hemos
podido descubrir tantas riquezas ocultas que Dios ha concedido a nuestra Iglesia
y, entre ellas, nuestro amor cristiano, evangélico, preferencial, por los pobres
y los desgraciados, por los pecadores mal vistos y por los marginados, al estilo
de la Virgen Maria la que proclamó el "Magnificat", este Sínodo representa
sin duda un camino de continuidad de la acción evangelizadora que desarrolló
entre nosotros San Antonio Maria Claret.
Por eso mismo, hoy, en esta Eucaristía, lo seguimos poniendo en sus
manos para que él siga intercediendo por el Sínodo y por nuestra Diócesis de
Canarias. Lo seguimos poniendo en manos de Maria, Madre de es& y Madre
de la Iglesia, a la que tanto amó San Antonio Maria Claret y a la que tanto
deseamos amar nosotros. Lo seguimos poniendo de un modo especial en manos
del Señor, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para que no se quede en
papel mojado y constituya, en su aplicación, tiempo de gracia y salvación para
todos los que vivimos en Canarias, creyentes y no creyentes, ricos y pobres,
para que todos descubran la Buena Noticia de la bienaventuranzas y la fuerza
liberadora del amor de Dios, para que todos descubramos, con un corazón
humilde, que sólo del Señor podemos recibir la luz de una esperanza que el
mundo jamás podrá ofrecer como liberación de la injusticia, del pecado y de
la muerte, que es voluntad de Dios, del que proclamamos con Maria su
HOMILIA DE SAN ANTONIO MARIA CLARET 173
grandeza, ofrecernos su misericordia, derriba del trono a los poderosos y levanta
a los humildes.
Hemos escuchado los textos de la Misa del Domingo, textos que debemos
interiorizar para que nuestros corazones, tantas veces de piedra, se conviertan
en corazones de carne; textos que nos pueden ayudar, sin duda, a alcanzar unas
actitudes evangélicas que nos permitirán a todos convertir en vida lo que, entre
todos, hemos elaborado como texto sinodal.
Hemos hablado, en nuestro diálogo sinodal, de horizontalismo y
verticalismo. Para Dios no hay dimensiones. No hay tampoco tiempo. Pero
hay preferencias aunque no haya exclusivismos.
Precisamente porque Dios es justo, no puede ser parcial, precisamente
por ello, "no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido, no
desoye los gritos del huérfano o de la viuda" como hace tantas veces nuestra
sociedad. Precisamente porque no puede ser parcial, las penas de los pobres
consiguen su favor y su grito alcanza a Dios. Y Dios las atiende y Dios, justo
juez, les hace justicia. Por eso los pobres nos pueden evangelizar y nos
evangelizan, como nos está diciendo continuamente Juan Pablo 11.
Dios es incorruptible, no acepta sacrificios u oraciones en favor de la
injusticia, no tiene acepción de personas (Rom. 2,ll). Si Dios manifiesta una
preferencia es precisamente por los mas débiles y necesitados (Cf. DI. 15,9;
Sam. 9,10; Prov. 17,15). Estaba anunciado como rasgo del Mesias el anuncio
de la Buena Nueva a los pobres (1s. 61.1) y se cumplió plenamente en la persona
de Nuestro Señor Jesucristo, el Ungido del Espíritu, que lo aduce, además,
como signo de su venida, de la venida del Mesias (Cf. Mt. 11,5; Lc. 8,19). El
mismo quiso nacer de una familia pobre. Los pobres son evangelizados y
llamados dichosos en la nueva economia (Lc. 6,lO); ellos forman la primitiva
Iglesia (Sant. 2,5) y constituyen una gran parte de nuestra lglesia en contra
de tanto tópico y de tanta visión superficial de nuestra Iglesia. El Señor consuela
a los humildes y les ofrece su gracia (2 Cor. 7,6; Sant. 4,6), escucha la oración
de los pobres, sus gemidos (Cal. 11,6) y justifica al que reza con humildad.
Y él quiere que su Iglesia, nosotros, sigamos sus mismos pasos como nos indica
el anuncio profético del juicio final (Mt. 25).
El Salmo 33 nos lo repite. Frente a la injusticia humana que explota al
pobre, Dios se constituye en juez de apelación en favor del oprimido. Es un
Mensaje alegre de la Palabra de Dios, es Buena Noticia o Evangelio: que los
humildes lo escuchen y se alegren. Y aprendan (que les enseñemos) a gritar
174 RAMON ECHARREN YSTURIZ
a Dios todos los que tienen sed de justicia, o porque sufren ellos la injusticia,
o porque la sufren sus hermanos. Cristo se ha reservado el juicio definitivo,
pero ya está actuando en la historia.
Pablo, anciano, en la cárcel, pobre, en espera de la sentencia de muerte,
reflexiona sobre su vida. Su experiencia de Cristo termina en un fracaso desde
una perspectiva humana ... Parece que nadie lo ha entendido; en los tribunales,
nadie sale en su defensa. Y Dios parece estar en silencio, parece callar.
También nosotros, como Iglesia, debemos pensar cuantas veces nos ocurre
lo mismo dentro de una sociedad secularizada, conflictiva, tantas veces
anticlerical y hasta anticristiana.
Pero Pablo (y nosotros debemos hacer lo mismo) vive en profundidad
las exigencias del misterio de la cruz, las exigencias del programa de todo pobre
de Yavéh. Ya dijo Dios de él: "yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer
por mi nombre" (Hech. 9,16). Pero su fe ha sido fuerte y firme, sólidamente
cimentada (Col. 1,23), operativa y constante. Como debe ser la nuestra. Ha
competido por Cristo y ha sido fiel hasta la meta. Su esperanza, firme e
inconmovible (Col. 1,23), le lleva a la certeza de la recompensa en Cristo. Y
no sólo a él, sino a todos nosotros, los que por la causa de Jesús, intentamos
entregar nuestras energías y nuestra vida por el hermano, prolongando en el
mundo, en el tiempo y en la historia, el amor liberador de Cristo. Como a Pablo,
tampoco a nosotros nos deben importar los desamparos y los desprecios
humanos. Estamos obligados a no odiar y a perdonar (Mt. 18,22). Pero hay
uno, Cristo-Jesús, el Señor, que está siempre con nosotros, que nos asiste y
es nuestra fuerza para ser colaboradores de Dios (1 Cor. 3,9) a través de nuestra
autenticidad de vida.
La parábola que hemos escuchado en el Evangelio debiera ser algo así
como "la consigna" de nuestro Sínodo. Siempre nos acecha el peligro de
confundir la piedad auténtica con la falsa, cuando oramos o cuando actuamos.
Y el Señor nos advierte de ese gran y real peligro.
Los protagonistas de la parábola responden a tipos perfectamente
conocidos de la sociedad israelita de entonces y, también, (no caigamos en la
tentación de no verlo) de tipos perfectamente conocidos de nuestra Iglesia.
El uno da gracias a Dios porque todo lo ha hecho bien. Y no dice el
Evangelio que mienta. El otro sólo sabe pedir perdón por sus pecados. Y no
dice el Evangelio que mienta.
HOMILIA DE SAN ANTONCO MARIA CLARET 175
Pero la acción de gracias del primero es en realidad un pretexto para
alabarse y complacerse de sí mismo por la limpieza de todo pecado y por el
mérito de las buenas obras, que sin duda las hacia y por las que se creia
justificado y por las que, según pensaba, podría exigir a Dios la recompensa.
No pensaba que sólo Dios es santo y que todos los hombres somos pecadores,
que nadie es santo ante Dios, que hasta el justo peca inumerables veces al día.
El publicano, por el contrario, sólo tiene conciencia de su culpa, de sus
pecados, que eran, sin duda, muy reales. No se gloriaba de nada ante Dios,
ni se comparaba con nadie. Se sentía pecador (Cf. Rom. 3,9.19.23) y lo era.
Y es que, como decía Pascal, los hombres se dividen en dos: los que siendo
pecadores se sienten santos y perfectos y los que siendo santos se sienten y saben
pecadores. Los primeros siempre estarán lejos de Dios. Los segundos siempre
alcanzarán misericordia. Y tanto los primeros como los segundos pueden
acentuar en sus vidas el "horizontalismo" o el "verticalismo" ...
El juicio de Dios resulta enteramente opuesto a las previsiones del fariseo
(Cf. 1s. 54, 8.9), enteramente contrario a la lógica habitual de los hombres que
se consideran, buenos y "religiosos". El único justificado es el que no ha
pensado ni tan siquiera en alegar título alguno de justicia (Cf. Mt. 23,13; Lc.
14,ll). El que era bueno o se creía bueno, no recibe la justificación de Dios.
El que se había pecador, recibe la justificación de Dios.
Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
También estas palabras del Señor podrán servir de consigna a nuestro Sínodo.
Que nadie se enaltezca pensando que conoce todo el misterio de Dios y que
él es mejor que los demás. Que todos se humillen sirviendo a los demás,
ayudando a los demás, sintiéndose pequeños y pecadores, confiando sólo en
Dios y no juzgando a nadie.
En esta Eucaristía debemos pedir al Señor, por intercesión de María y
por intercesión de San Antonio Maria Claret, que todos los cristianos de nuestra
Diócesis y particularmente los que hemos trabajado más directamente en nuestro
Sínodo, no caigamos en la tentación de ponernos en el centro de la Iglesia y
dar gracias a Dios porque no hemos sido como los demás y porque hemos hecho
cosas buenas, frente a "los desgraciados" que siguen pecando fuera ... Debemos
pedir al Señor una gran humildad y, contemplando nuestro Sínodo, no olvidar
que es un regalo suyo, que es obra del Espíritu, de muchísimos cristianos que
han rezado, que han ofrecido sus sufrimientos, que son tan humildes que no
han aportado nada, que se sienten pecadores ... Debemos pedir al Señor, con
176 RAMON ECHARREN YSTURIZ
una gran humildad y recordando lo que somos, que tenga compasión de estos
pecadores, de todos nosotros, de todos los que a pesar de nuestras limitaciones,
hemos sido ayudados por El para ofrecer a nuestra Iglesia un instrumento de
renovación evangélica y evangelizadora, para bien de todos los que, en Canarias,
en nuestra Diócesis, ríen y lloran, esperan y se angustian, esperando, tantas
veces sin saberlo, la Buena Noticia del Señor.
Que el Señor-Jesús les bendiga a todos,