ALMOGAREN. 21. (97).P ágs. 173-177. D CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
IMPRONTA CULTURAL CANARIA
EN EL SIGLO XVlll
JOSEA NTONIO INFANTESF LORIDO
OBISPO EMERITO DE CORDOBA
EX-OBISPO DE CANARIAS
Canarias, en el siglo XVIII vivió con pasión la lectura, de manera que
el libro impreso tenía una presencia en los sectores ilustrados de las islas. La
Inquisición tuvo un gran trabajo con los canarios aficionados a los libros
extranjeros, a veces de ideas revolucionarias y en general de idearios avanza-dos.
Lo que más llamaba la atención no era la facilidad con que se adquirían y
circulaban, sino la libertad de leer. Los Inquisidores dejan constancia de este
hecho: "Chicos y grandes y hasta mujeres -informaban al Inquisidor
Mayor- se han entregado de poco tiempo a esta parte a leer cuantos libros de
novedad y libertinaje pueden recabar, especialmente de Francia y de las libre-rías
de Cádiz y Madrid" ('). Parecía que había sonado la hora de leer.
Ni que decir tiene que los impulsores de este afán cultural eran las per-sonalidades
más influyentes, a menudo con cargos importantes que suponían
la confianza de la Corte, como el Comandante General de las Islas, Marques
de Branciforte. Este militar aristócrata y culto fue paradigma de ilustrador y
difusor de libros, amparado en su autoridad y prestigio. De su mano y de otros
personajes del sector civil y eclesiástico los papeles impresos corrían como
peces por el agua.
(1) EL MUSEO CANARIO, Cartas de la Inquisición de Canarias. T. 9., fol. 99.
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A través de las bibliotecas privadas y de las intervenciones de la Inqui-sición
puede seguirse, en gran parte, el movimiento cultural del pensamiento
europeo en Canarias. La óptica inquisitorial -salvando la rectitud de inten-ción-
desfiguraba el verdadero retrato de hombres e ideas. De Viera y Clavi-jo
llegan a decir que es "de genio audaz muy aficionado a la novedad y libros
de libertinaje" ('l. En el ambiente adormecido de estas Islas semejantes desa-fueros
sonaban como algo demoníaco. Nombres señalados como peligrosos
venían a ser en general canarios cultos y deseosos de elevar la vida intelectual
de todos: D. Fernando Molina y Quesada, D. Juan de Torres Chirinos, D.
Bartolomé González de Mesa, Viera y Clavijo, Clavijo y Fajardo, algunos
obispos y clérigos relevantes del Cabildo, como Madan y otros, constituían las
cabezas de la Ilustración y el progreso.
Los libros que llegaban a las Islas eran de lengua inglesa, francesa y
española, con una variedad de los escritos en latín. Los caminos para llegar a
manos de los lectores eran de los más extraños y hasta sofisticados. Un con-ducto
ordinario, bajo el debido camuflaje, lo formaban los libreros. Conoce-mos
una lista de obras, la mayor parte en inglés, retenida por los inquisidores,
a través de la intervención en 1778 de una remesa enviada desde Londres
mediante la corbeta británica "La Esmeralda" y recibida por D. Nicolás Blan-co,
comerciante de origen irlandés en el Puerto de la'orotava. Se encontraban
libros sobre filosofía historia, critica, memorias, viajes, astrología y otros de
temas bíblicos, teológicos y morales.
La conciencia de que el libros era un peligro para la salvación hizo a
veces que salieran a la luz oficialmente, a la muerte de un converso extranjero.
La convivencia con gente de toda procedencia y de toda lengua y religión hizo
de estas islas una Babel viviente, con todas las consecuencias familiares, cultu-rales
y espirituales de las que es testigo la pastoral canaria, distinta de la lleva-da
en otras partes. En España esta permanencia de comerciantes y cónsules,
así como el tráfico de buques de paso hacia América y a otros puntos de Euro-pa
era una realidad compleja. El Obispo Delgado y Venegas informa al Rey
de la situación: "Estas Islas -dice el prelado- son muy frecuentadas de
extranjeros, especialmente de los paises del norte infectados de herejía. Y por
lo mismo se necesita especial cuidado en todo lo perteneciente a sacramentos
y preceptos de la 1~1e;a, que son los puntos más impugnados y aborrecidos de
los herejes" (3'. Había presbiterianos, anglicanos y luteranos de Holanda y Ale-mania
y franceses tocados de enciclopedismo. Todos ellos con su cultura y sus
libros. Además hay que tener en cuenta la población de malteses, griegos, por-tugueses,
berberiscos, negros y un sin fin de traficantes de todo tipo, lo que
(3) A.H.N. SECCION DE ESTADO, Informe del Obispo Delgado y Venegas, Leg. 2844. no 148.
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daba colorido humano, influencia de costumbres e intercambio de libros o
devociones, paganas y cristianas. Sin olvidar el trato canario de respeto y tole-rancia,
común estreno de convivencia ecuménica, propia de una sociedad cos-mopolita.
Dicho talante no quitaba la incidencia apostólica y el proselitismo cató-lico,
frente al otro proselitismo, abierto o disimulado. De hecho, la diócesis de
Canarias cuenta en su haber con gran número de conversiones, bautismos de
extranjeros y abjuraciones, entre ellas sobre profesar una gran devoción por
los libros opuestos a la fe católica, incluso defensores de los principios revolu-cionarios
ya en pleno apogeo. La reacción inquisitorial era constante, preten-diendo
salvar la fe, ponía en peligro pulverizar todos los "récords" culturales.
Los libros se ocultaban, si eran sospechosos o estaban incluidos en el Indice, y
pasaban como sombras pegadas a las paredes para llegar a su destino, el lector
o las tertulias. La lectura fascinaba y afrontó una lucha desafiante, siendo el
libro el puesto fronterizo de una constante batalla en pro de la cultura.
Un fruto de ese apasionamiento por saber fue las magníficas colecciones
bibliográficas y las bibliotecas. Así quedaba establecido el paso benéfico de
este meteoro luminoso de lo razonable y de lo crítico, de lo ideológico y de lo
experimental, de lo religioso y de su purificación. Estos rasgos se encuentran,
según Cioranescu, en toda la historia cultural del Archipiélago: "y si esta cultu-ra
tuvo un momento de esplendor, este fue precisamente nuestro siglo XVIII,
cuando los San Andrés, los Iriarte, los Viera y Clavijo y los Clavijo y Fajardo
fueron los representantes más eminentes del cosmopolitismo europeo"(4).
Sería una valiosa aportación contar con los inventarios y su valoración
lo más realista posible de las bibliotecas existentes en Canarias entonces.
Claro que era una élite la que podía permitirse el lujo de tener una biblioteca
en su casa Estas librerías están proyectando la mirada sobre ciertas metas cul-turales,
sociales, religiosas y económicas, abriendo claros de optimismo para
un futuro que se soñaba, sabiendo muchos que el beneficio podía ser para
otras generaciones.
Un paso trascendental fue la creación por Carlos 111 de la Biblioteca
Pública, reservando los libros de los obispos fallecidos para el uso de sus suce-sores
y para el aprovechamiento público de los diocesanos. Salta a la vista el
impacto producido por la decisión real, facilitando el acceso a obras valiosas, a
las colecciones selectas e interesantes desde todos los puntos de vista. El Rey
mandó incorporar a dicha biblioteca los libros de los jesuitas expulsados de
sus casas y colegios y de la propia Nación.
(4) A. CIORANESCU, Formación; José Viera y Clavijo. Noticias de la historia general de las
lslas de Canaria. Sta. Cruz de Tenerife 1950. T.I. Pág. 49.
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En las Palmas, a partir del Obispo Cervera, se incrementaron los catá-logos
de obras puestas al servicio del público. Pero pronto se halló una seria
dificultad y era la ubicación de la Biblioteca en el palacio episcopal, bajo el
amparo del propio pastor. Los lectores rehuían temerosos de encontrarse de
bruces con el Obispo, lo que hizo pensar en otra ubicación más accesible. Por
ello se hicieron las diligencias oportunas para su traslado al Seminario conci-liar,
como así se consiguió. Carlos 111, en la misma real cédula de creación,
declaró necesaria la asistencia de un bibliotecario que estuviese a disposición
de los lectores, cada vez más numerosos. Cervera presentó a Rodrigo Raymon
y Alemán, clérigo bien dotado cultural y religiosamente hablando, siendo
designado para este fin. Estaba al tanto de las publicaciones en España y en
Europa, por lo que repetidas veces acudió al obispo y a Madrid para ampliar
los fondos bibliográficos. Son admirables las listas que presentaba, llenas de
títulos atractivos, de vanguardia y de calidad clásica.
Junto a esta institución pública, real y episcopal, debe recordarse el
acopio de colecciones manuscritas e impresas guardadas en los conventos,
pues eran centros de estudios teológicos casi todos ellos. Por los profesores de
Filosofía y Teología que impartieron la enseñanza, y por las conclusiones que
se defendieron en las sucesivas Academias, sabemos que algunos frailes mili-taban
en las nuevas corrientes de pensamiento y, a veces en la línea más avan-zada.
Los temas sobre las temporalidades y el poder real, la infalibilidad del
Papa, la burla de los siligismos y la exaltación de la física experimental eran
los nuevos polvorines que quitaban el sueño a la Inquisición. Todas estas
bibliotecas conventuales no siempre fueron bien guardadas, ni defendidas,
pues con la decadencia de los religiosos se vendieron importantes obras. Hay
que contar además, con la biblioteca del Cabildo Catedral y la del Seminario.
Tenemos que tener muy en cuenta las bibliotecas privadas, muchas des-conocidas
en las islas. Es digna de mención la del Marques de Villanueva del
Prado, Don Tomás de Nava y Griñón, dedicada a su servicio personal y al de
su famosa tertulia, así como al aprovechamiento de la Real Sociedad de Ami-gos
del País. A la muerte del marqués, su hijo, Don Alonso, tuvo que presen-tar
en el Tribunal de la Inquisición la lista completa de los libros que dejaba
en su testamento. Por ella sabemos la riqueza cultural que representaban los
cuatrocientos títulos de obras impresas, que eran las que verdaderamente pre-ocupaban
al Santo Tribunal.
Del mismo interés era la biblioteca de Don Manuel Verdugo y Albitu-rría,
Obispo de Canarias entonces, así como la de Madan, la de Viera y Clavi-jo,
entre otros en Las Palmas, junto a las de hombres y apellidos distinguidos
de La Laguna y La Orotava. No pueden olvidarse otras bibliotecas, tal vez
menos completas, pero igualmente notables, como la de los Bencomo, Anto-
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nio María de Lugo, Graciliano Afonso y las propias de los obispos de esta
Diócesis.
Con esta breve exposición queda de manifiesto el esfuerzo de los ilus-trados
canarios, civiles y eclesiásticos, por incrementar la cultura de su tiempo
y de su tierra. Deseaban, con todo el alma, impedir que Canarias cayera en la
inercia, se postrara en la lejanía de los centros más vivos de la cultura, se que-dasen
baldías tantas posibilidades, o desperdiciado el potencial humano, reli-gioso
y cultural del Archipiélago. Pero la realidad se fue haciendo cada vez
más dura, las novedades políticas, las cuestiones sociales, la pobreza acentua-da,
la caída del comercio con Indias y tantos otros inconvenientes, hacían
sobrehumana la lucha de cuantos amaron a esta tierra y desearon el cumpli-miento
de los mejores proyectos de promoción y modernización que se suce-dieron
en sus manos. El siglo de las "luces" iba ya cruzando la frontera de la
revolución de las ideas, el freno reaccionario, el desmoronamiento de muchas
ideas y utopías y los desaciertos políticos y sociales. Las Islas entraban tam-bién
en plena fermentación.
Quedan en pie esos hombres que hemos mencionado, presididos por la
figura colosal del Obispo Tavira, cuya acción pastoral exhaustiva y avanzada,
su biblioteca -una de las más llenas de su entorno- y su influyente persona-lidad,
intentaron lo que no pudo ser un éxito, la transformación, desde lo más
hondo, de este pueblo dotado de cualidades exquisitas y de posibilidades
numerosas Esa estampa canaria del siglo XVIII es un tributo que debemos
conocer, valorar e imitar.
José Antonio Infantes Florido