ALMOGAREN. 20 (97). Págs. 123-130. O CENTRO TEOLOGICO DE LAS PALMAS
SECULARIZACION Y NACIONALISMO.
REPERCUSIONES SOBRE LA RELIGIÓN
JOSEM ANUECLA STROC AVERO
PROFESOR DEL CENTRO TEOLOGICO
INTRODUCCION
L a re lación que pudieran tener las diversas manifestaciones del nacio-nalismo
con el hecho religioso, no se ha estudiado, entre nosotros, con el
empeño que merece la cuestión. Una herencia más que prolonga la rivalidad,
ya caduca, entre creyentes y laicistas.
Si nos remitimos a la no-bien-pacificada guerra en Bosnia-Herzegovina
entre croatas, musulmanes y serbios, no han faltado analistas que la han des-crito,
más que explicado, como nueva guerra de religión"'. Con la misma lige-reza,
tal vez ignorancia o mala fe, hay quien escribe de un terrorismo actual de
cuño nacionalista y religioso (¿El asesinato de los monjes trapenses en suelo
(1) J. VALENZUELA, "El Pais 20 años", número extra de El PAIS Semanal, no 1.023 (5 de
mayo de 1996), pág. 164.
En una línea parecida (una guerra azuzada por la religión) se expresa el periodista H.
TERTSCH, "El mito serbio", en Claves 31 (abril 1993) 20-25; artículo ampliado de su
libro LLI venganza de la historia.
Al respecto de esta cita conviene no ignorar la polémica con ocasión del libro de
Peter HANDKE, Un viaje de invierno ..., en el que acusaba a los periodistas de haber
tomado partido por los musulmanes y en contra de los serbios, sin haber pisado nunca
territorio serbio (Entrevista en La Esfera, no 273 (6 de julio de 1996), pág. 13.
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argelino es una acción terrorista imbricada en lo religioso?). Para evitar ambi-güedades
conviene precisar conceptos. ¿Hasta dónde llega el nacionalismo y
cuál es el campo específico de la religión? ¿No tendremos que preguntarnos,
más bien, qué tipos de nacionalismos se dan, y en cuál de ellos las religiones
toman carta de naturaleza? ¿Existen nacionalismos exclusivamente religiosos?
¿El nacionalismo se alía con la religión por simple azar? ¿Qué vínculos se dan
entre el nacionalismo, el patriotismo, el fundamentalismo y el integrismo? ('1.
Hay muchas clases de nacionalismo, escribe el teólogo y sociólogo de la
universidad McGill de Montreal, Gregory Ba ~ r n ' ~T)o.d as ellas se reducen a
dos funciones políticas: una, en la que el nacionalismo cumple con la función
de derrocar los órdenes feudales, aristocráticos, más adelante imperialistas y
coloniales, con vistas a construir un Estado moderno de ciudadanos; la otra
(2) Para algún autor el nacionalismo aparece por vez primera en los cronistas de las Indias, al
comentar con qué ardor defendían sus culturas los indígenas. Para S. GINER, el naciona-lismo
se asocia en sentido estricto al proceso de modernización, en el que confluyen el
capitalismo, la civilización burguesa, el modo industrial de producción y la implantación
del estado en su reciente versión política (art. citado, El Ciervo 399 (1984), 7).
No faltan autores que vinculan las identidades nacionales a los procesos de confesionali-zación
tras la Reforma cristiana del siglo XVI (M. TOMKA, en Concilium 262 (1995) 973).
El nacionalismo, según define S. GINER, "es un estado de conciencia colectiva que
afirma la particularidad y privilegios o derechos específicos -lingüísticos, territoriales,
políticos, culturales y económicos- de un pueblo y que lo moviliza o intenta movilizar
para que los hagan efectivos. Esa movilización crea problemas pues siempre ocurre en
detrimento de alguien ..." (art. c., 5).
El patriotismo es el amor a la patria (caritas patriae), y en perspectiva católica (Gau-dium
et spes 75) se considera un deber (AMBROSIO, AGUSTIN y Juan CRISOSTO-MO).
El nacionalismo, en cambio se ve como cupiditas internperantiae, enemigo de la paz
y el bienestar (PIO XI, Ubi arcano (1922), Caritati Christi compulsi (1932), Divini illius
Magistri (1929).
El fundamentalismo es un término que aparece con fuerza en los años veinte, en
EE.UU., a raíz de una publicación de doce volúmenes titulados The Fundamentals, en los
que se redactan noventa artículos por teólogos protestantes opuestos a toda relación con
el modernismo. El caso 'Scopes'intodujo la palabra fundamentalismo en el lenguaje coti-diano
norteamericano, al ser juzgado un profesor de biología por enseñar la evolución de
las especies. El fundamentalismo se define por la fe en la veracidad de la Biblia (G.
KEPEL, o.c., 150ss). En el fundamentalismo, creer en la verdad se equipara a poseerla.
El integrismo vendría a ser la aplicación a una sociedad de un modelo social (Reino de
Israel, cristiandad, o Estado islámico) amparado en cánones únicamente confesionales.
Para ser más exactos también formaría parte del integrismo aquellos esfuerzos intoleran-tes
para implantar un Estado absolutamente arreligioso. En palabras de A. TOURAINE
(¿Qué es la democracia?, Madrid 1994), diremos que los movimientos integristas se opo-nen
a la secularización e intentan unir de nuevo el poder espiritual con el poder temporal;
este proceso supone la confusión de religión y política. El mismo autor francés precisa: el
papel de estos movimientos, "se explica menos por la naturaleza de la religión que por las
luchas nacionales y nacionalistas en las que están metidos los países en cuestión. No hay
que confundir las implicaciones políticas de una creencia religiosa con la utilización de
una tradición religiosa por un poder nacionalista autoritario" (pág. 368).
(3) G. BAUM, "¿,Qué clase de nacionalismo? Distinciones éticas", en Concilium 262 (1995)
1.057-1.068.
En cuanto a las clasificaciones de los nacionalismos, S. GINER, "La radical ambiva-lencia
del nacionalismo" en El Ciervo 399 (mayo 1984), págs. 5-7, establece la siguiente:
a) religiosos (Polonia, Euskadi e Irlanda), b) mesiánicos (sionismo e islámico chiíta),
c)laicos (francés y catalán), d) hegemónicos (soviético, yanki, francés, británico), e)
emancipatorios (estonio, letón, kurdo), f) fascistas.
JOSE MANUEL CASTRO CAVERO 125
función, contempla a los nacionalismos desde la órbita del impacto cultural y
cómo se lamentan del impacto cultural de la modernidad y, por tal motivo,
quisieran recuperar su identidad perdida, sus raíces étnicas, culturales o reli-giosas.
En esta segunda función es donde los vínculos entre nacionalismos y
religiones se muestran más entrañados, porque para quienes buscan la 'cueva
del mito', las religiones sirven como arcas del tesoro, ámbito que sacraliza la
lengua materna, en la que se ora, el patrimonio y las tradiciones culturales en
los que se realizan los ritos.
El esfuerzo de todas estas clarificaciones acerca de los nacionalismos
entiendo que ha de llevarnos a un objetivo, el de que no todos los nacionalis-mos
son iguales, ni están transfigurados por causas justas y nobles; tampoco es
que haya nacionalismos buenos o malos, su ambigüedad los hace ser el regalo
del dios Jano (Anthony Giddens, Luis Racionero). Por eso mismo, para poder
distinguir, en lo posible, las formas.justas de las injustas, el anidamiento del
mal en los proyectos nacionalistas, sirve este breve ensayo. Al mismo tiempo,
nos daremos cuenta de cómo los nacionalismos son un fenómeno más amplio
que lo meramente político y sus estrategias de cara a conseguir o mantener el
poder. Precisamente por considerarlos desde esta estrecha óptica, se prestan a
la confusión; proceder que observamos comúnmente al reducirlos a la lucha
política. ¿Qué encantos poseerá el nacionalismo para ser tan cortejado hoy día
por los partidos políticos?
Hasta tal extremo es cierto esto, que en Canarias no tendríamos la polí-tica
(ni los partidos políticos) que conocemos si el nacionalismo fuese una de
esas ideas dormidas. Con algunos hechos históricos recientes, que nos sirven
de ayuda, vamos a fundamentar los pasos siguientes de nuestra reflexión.
El nacionalismo, en general, tiene siempre relación con el hecho religio-so
(cuius regio, eius religio), ya sea como cantera de votos o en orden a conse-guir
la plausibilidad del grupo que intenta comandar los movimientos sociales.
Aceptando la clasificación de G. Baum, en los nacionalismos de impronta cul-tural,
se acude a lo religioso como fuente de identidad, quizá como la más
segura, el campo en el que de modo más puro se ha conservado la cultura pro-pia.
El caso árabe y musulmán es paradigmático en esta perspectiva. Pero en
el caso hindú, no cabe mayor duda. En el judaísmo el debate ya se conoció a
raíz de la so'a, (el holocausto de la 2" Gerra Mundial) entre judíos conserva-dores
y aquellos que pretendieron asimilarse a la cultura europea (W. Benja-mín
tampoco se libró de las garras del exterminio); nada les libró de las cáma-ras
de gas. El cristianismo no está exento de esta vinculación de lo religioso
con los nacionalismos. En Francia, por ejemplo, el nacionalismo reconvertido
en chovinismo, capitaneado en la actualidad por el frentista Le Pen, se sirve
de los movimientos más integristas del catolicismo para defender su identidad
126 SECULARIZACI~NY NACIONALISMO.R EPERCUSIONES SOBRE LA RELIGIÓN
y atacar a las minorías (alguna de sus manifestaciones ha sido encabezada por
una joven representando a Juana de Arco).
El puente establecido entre las religiones y los nacionalismos no falta
en estas 11" Jornadas; por este motivo me adentraré en otra relación, la que se
produce a tres bandas entre el nacionalismo, la religión y la secularidad.
1. CUESTION DE IDENTIDAD. DE LA SECULARIDAD AL
NACIONALISMO
La tesis se la debo a Ashis Nandy'"', autor de más de una decena de
obras sobre el tema. No sólo la historia de la India posibilita esta hipótesis,
sino que la vemos realizarse en otras sociedades distantes, como son las euro-peas
y canadienses. Viene a sostener este sociólogo y psicólogo de la política,
que el secularismo es fuente y causa de la búsqueda de la comunidad tradicio-nal.
Esto supone de antes que el secularismo es un producto de sociedades sin
secularizar; una vez alcanzado el límite secularizador se retorna a la búsqueda
de la comunidad tradicional que libere del desarraigo. Como sostenía F.
Tonies, los lazos comunitarios son primordiales para la vida humana.
A. Nandy explica esta relación establecida entre la secularidad, el
nacionalismo y la religión, desde un punto de vista, a mi modo de ver, innova-dor
y muy acertado. Al tomar conciencia las personas de que su sociedad se
seculariza cada vez más -que se despoja de la religión y de ideas relacionadas
con la trascendencia-, se disponen a una búsqueda de creencias que les den
sentido para vivir y, a la vez, las integren en una comunidad tradicional. Con
estos pasos se pretende reencantar la vida, recuperar la ilusión, y así se entra
en las dimensiones de las creencias, el retorno a unas tradiciones que desafien
el mundo hostil en el que se vive. De esta hipótesis nada encuentro que obvie
su aplicación en Europa.
En la India, afirma A. Nandy, mientras lo religioso era intocable, la
secularidad se veía como camino de inconformismo, como algo bueno, el
remedio frente a tanto atraso y odios religiosos. En cambio, hoy, se ha llegado
a identificar socialmente que el secularismo implica el declive de la moral
pública, y ello como consecuencia de la insensibilidad religiosa. Hasta la vuel-ta
(o atrapamiento) a las sectas de tantas personas (en España más de
200.000), explica el autor indio, se debe no tanto a un resurgir de lo religioso,
cuanto a una estrategia de defensa contra la secular.
(4) Ashis NANDY, "Seci~larismon, acionalismo hindLi y temores del pueblo", Concilium 262
(1995) 1069-1078. Me llama la atención que coincidan en sus hipótesis dos investigadores
de sociedades diferentes, la india y la islámica. Para esta última, el artículo de Z. SAR-DAR,
"Islam y nacionnlisnzo", e11 Concilium 262 (1995) 1079-1088.
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El ataque a la mezquita Babri de Ayodhya, durante los días 6 y 7 de
diciembre de 1992, se preparó durante siete años antes. Los habitantes de la
ciudad no se llegaron a movilizar a pesar de todas las intrigas para alzarlos en
una revuelta. Hindúes y musulmanes llevaban conviviendo en la ciudad varios
siglos. La paz social la rompieron, por fin, grupos de forasteros, no eran aldea-nos,
ni tipos de corte tradicional, sino individuos urbanizados, en parte occi-dentalizados.
Una conclusión estremecedora deriva de este suceso: el secula-rismo,
protegido y asumido por el Estado hindú como forma de imponer
progreso a la nación, en contra de una tradición de atrasos y odios ancestrales
por motivos religiosos, se transforma ahora en el invocador supremo de las
esencias de la Madre India, y, se ha vuelto genocida.
En el Sur de Asia, afirma Nandy, la religión se ha convertido en una
peculiaridad de los pobres, los débiles y campesinos. El nacionalismo hindú,
nacido y educado en la secularidad, ha pagado a sus seguidores con la moneda
falsa del desarraigo de sus tradiciones. Ante este fracaso, retornar a los funda-mentos
del hinduismo supone recuperar la identidad, acceder a una comuni-dad
que te ampara. Así es como se crean nuevas idolatrías, por eso un asesino,
que no un loco, llamado Godse mató al antimodernista Gandhi. En la actuali-dad,
esa oposición radical entre el nacionalismo hindú y el hinduismo va a
mayores, porque el primero se ha dado cuenta de que si no se apodera del
segundo, sucumbe. El nacionalismo secular o hindutva contra Gandhi, el anti-modernista
hindú(5).
2. LA CRISIS DE LA MODERNIDAD
El libro de Gilles Kepel, La revancha de Dios (París 1991), estudia los
fundamentalismos religiosos vinculados al islam, al cristianismo y al judaísmo.
La parte que este estudio ignora con respecto a las religiones asiáticas, lo deja-mos
apuntado con la aportación anterior del estudioso indio, A. Nandy.
G. Kepel, da crédito a unos datos que para la mayoría no pasaron de
ser inconexos en los días que se estaban sucediendo; en 1976 es elegido presi-
(5) Entre la idea de nacionalismo de Tagore y de Gandhi pueden señalarse diferencias, pero
nunca oposición. El nacionalismo de Gandhi (por ejemplo con su campaña de la rueca y el
khadi) reclama la no cooperación, pero no dirigida contra Occidente, sino contra su civili-zación
material. Para R. Rolland, los dos son universalistas, pero el Mahatma es medieval.
El nacionalismo de Rabrindranaz se resume en: lo, el gobierno inglés de la India era
impersonal y eficaz como máquina de tortura; el genio de la India estaba en reelaborar los
elementos foráneos recibidos para integrarlos en una síntesis cultural superior; 2", el
moderno culto a la nación traerá funestas consecuencias;3", en la India se impone la supre-sión
radical de las antiguas injusticias sociales. Cf., R. TAGORE, Obra selecta (Prólogo de
A. CABALLERO), Barcelona 1991, pág., 47. C. DREVET, Gandhi, su pensamiento y su
acción, Barcelona 1969. A. FRAGA, El pensamiento politico de Gandhi, Madrid 1968.
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dente de EE.UU. el baptista Jimmy Carter y en 1980 R. Reegan, ambos esgri-miendo
convicciones religiosas para revitalizar moralmente la sociedad norte-americana;
en mayo de 1977 Menagen Begin se convierte en primer ministro y
los laboristas se quedan por primera vez en la historia del Estado de Israel
fuera del gobierno; en 1978 el cónclave de cardenales elige a Juan Pablo SI,
quizá para reorientar los excesos amparados en el concilio Vaticano 11; el año
1979 regresa el ayatola Jomeini a Teherán e instaura la República islámica.
La crisis, o el fracaso, de la modernidad secular se manifiesta de varias
formas. Vista desde los pueblos del Mundo Empobrecido, se atribuye a la
modernidad secular todas las deficiencias de las que son víctimas. Esta convic-ción
la mantienen las élites culturales y científicas, los graduados en las uni-versidades
occidentales, que al regreso a su tierra valoran las señas de identi-dad
y pretenden defenderlas del acoso de un mundo extraño y dominador. No
rechazan los valores occidentales, pero sí reivindican el derecho a actuar de
modo diferente, en este caso mediatizado por las enseñanzas coránicas (Tarik
Ramdán, El País 18-IV-96, pág. 13).
Por sernos más extraño y, a la vez, por la desfiguración que en las socie-dades
occidentales se da sobre el mundo islámico, voy a centrarme brevemen-te
en la vinculación entre secularidad e Islam en las sociedades árabes y
musulmanas, sobre todo en lo que va de siglo. Una obra fundamental, consi-derada
por la mayoría de los estudiosos que he consultado, es el texto de A.
Hourani, Historia de los pueblos árabes (Barcelona 1992).
Si bien es verdad que el nacionalismo en sentido islámico no existe, ni
puede existir (Corán 49,13), sí que ha desarrollado su propia génesis y evolu-ción.
El origen lo sitúa Hourani a finales del siglo XIX entre los turcos, ára-bes,
egipcios y tunecinos (o.c., 409-411). Estos movimientos nacionales surgie-ron
por diferentes desafíos, contra la creciente presión colonizadora europea,
como resurgir de una cierta conciencia del pasado árabe, esta vez promovido
por musulmanes y cristianos de Siria y Líbano, y también, como reacción con-tra
un islam conservador y retrógrado(6).
Lo que no deja de resultar impactante es la paradoja siguiente. Si el
nacionalismo está condenado, como ideología por el islam, ¿qué relación exis-te
entre el nacionalismo y el auge del fundamentalismo islámico?. Demos un
paso más, ¿todo nacionalismo, no sólo en la India y entre los pueblos musul-manes,
tiene que ver con los nuevos fundamentalismos religiosos?
(6) Z. SARDAR, "Islam y nacionalismo", Concilium 262 (1995), págs. 1.079-1.088.
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El fundamentalismo incluye a una minoría excluyente, poseedora de la
verdad. Y resulta del fracaso experimentado por el nacionalismo secular y la
modernidad llegada de Europa; en palabras de A. Touraine"', que ha fracaso
la democracia, un fracaso por no crear liberaciones. Los fundamentalistas de
hoy son los excluidos y perseguidos de los poderes dictatoriales de ayer, entre-gados
en brazos de Occidente. La diferencia entre fundamentalismo e islam
tradicional, es que de una cosmovisión centrada en Dios, se pasa a implantar
el islam como un orden mundial que anula las diferencias entre sociedad y
Estado, politiza lo sagrado y sacraliza la política.
CONCLUSIONES
Con la ayuda de los autores citados, hasta ahora, podemos concluir lo
siguiente: el nacionalismo, quizá más en los pueblos empobrecidos, recurre a
las expresiones religiosas autóctonas, no como experiencia espiritual auténti-ca,
sino como ataque y erradicación de una modernidad secular que les ha
robado las posibilidades de la igualdad y del bienestar.
Los nacionalismos de corte europeo o canadiense no andan alejados de
estos parámetros con respecto a la secularidad. Dejo de lado los nacionalismos
salidos de detrás del muro soviético, porque allí la secularización no existió, se
trató, en todo caso, de una imposición ateista desde las estructuras del poder.
La Liga italiana de Bossi con su independencia de La Padania, la Frislandia de
los Países Bajos, los corsos y bretones en Francia, las mayor autonomía exigi-da
por Escocia, el independentisrno de Quebéc, además de nuestro soterrado
federalismo español o el chovinismo ultraconservador comandado por Le Pen.
Todos ellos aparecen como más políticos que otra cosa, pero a medida que el
movimiento siga adelante se verá obligado a reclamar signos de identidad, y
estas fuentes le serán presentadas, bien mantenidas, por los movimientos reli-giosos
más conservadores. De ahí la vinculación a tres bandas, entre seculari-dad,
religión y nacionalismo.
Una cuestión nada baladí, según afirma algún autor @), pues lo mismo
que se había estudiado el movimiento obrero para saber la marcha de las
sociedades, las luchas y progresos, ahora es el tiempo de analizar el movimien-
7) ¿Qué es la democracia?, Madrid 1994.
8) G. KEPEL, o.c., 27 SS.
to de lo religioso, porque en él se resguarda, diríamos, las esperanzas y fraca-sos,
las ilusiones y luchas de los hombres y mujeres de este inicio cercano del
siglo XXI. Todo un signo de los tiempos.
José Manuel Castro Cavero