© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121
Vol. 14 N.o 1. Págs. 181-192. 2016
www .pasosonline.org
* Investigador Postdoctoral del Gobierno Vasco en la Universidad de Salford (UK) y la Universidad del País Vasco; E‑mails:
HYPERLINK “mailto:d.muriel@salford.ac.uk” HYPERLINK “mailto:daniel.muriel@ehu.eus”.
Resumen: Este artículo busca acercarse a la dimensión histórica del patrimonio cultural, donde me
preguntaré por sus coordenadas temporales: una realidad tardo o postmoderna que tiene sus ecos en
sensibilidades, prácticas, dispositivos e instituciones precursores de lo que hoy conocemos por patrimonio.
Tras situar el origen del patrimonio cultural en torno a la segunda mitad del siglo XX, consolidándose como
noción y realidad social en las tres últimas décadas, describiré los mecanismos por los que muchos teóricos
sociales han tendido tradicionalmente a generalizar la noción más allá de su propia génesis sociohistórica.
Finalmente, exploraré la idea del modelo patrimonial como concepto que ayuda a entender por qué la lógica
patrimonializante se extiende, de forma retrospectiva, a prácticas y realidades anteriores: el patrimonio
cultural se convierte en el modo genérico de referirse a toda clase de prácticas preservacionistas.
Palabras Clave: Patrimonio Cultural; Modernidad Avanzada; Modelo Patrimonial; Genealogía; Sociología.
The Heritage Model: The Emergence of Cultural Heritage in Advanced Modernity
Abstract: This article seeks to approach the historic dimension of cultural heritage, posing the question
about its origin: a postmodern reality that echoes in previous sensibilities, practices, apparatuses and insti-tutions
of what we know today as heritage. After placing the origin of cultural heritage in the second half
of the 20th century – and being consolidated as a social reality in the last three decades, I will describe the
mechanisms by which several social theorists have traditionally applied the concept beyond its own socio‑historic
genesis. Finally, I will explore the idea of the heritage model as a notion that helps us to understand
why the logic of heritage extends retrospectively to earlier practices and realities: cultural heritage becomes
the generic model used to identify all kinds of conservative actions.
Keywords: Cultural Heritage; Advanced Modernity; Heritage Model; Genealogy; Sociology.
El modelo patrimonial: el patrimonio cultural
como emergencia tardomoderna
Daniel Muriel*
University of Salford (U. K.)
1. Introducción
El objetivo de este artículo es el de situar las coordenadas temporales en las que surge, grosso modo,
el patrimonio cultural como realidad social. No se trata de determinar el origen —como punto primige-nio—
del patrimonio al modo en el que lo harían los historiadores, quienes buscan fechas significativas
marcadas por algún acontecimiento considerado relevante, sino más bien de una aproximación tentativa a
los contornos temporales de una realidad que va consolidándose paulatinamente. En definitiva, antes
que un enfoque histórico abogaría por un acercamiento genealógico en su sentido más Foucaultiano,
el de historia efectiva (Foucault, 2004).
Tradicionalmente, el origen del patrimonio cultural tiende a vincularse a la Revolución Francesa,
como reacción a la efervescencia revolucionaria y a una consciencia del devenir histórico que se ha ido
asentando desde el periodo de la Ilustración. También ha sido asociado a la tradición romántica que
le sucede durante el siglo XIX, aunque no han faltado los autores que postulan el patrimonio como
algo intemporal, como parte de las pulsiones humanas por conservar y aferrarse a lo que desaparece.
Daniel Muriel
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Aun siendo sensible a estas argumentaciones que extienden la vigencia del patrimonio cultural más
allá de los límites temporales que son contemplados aquí, la tesis defendida en este texto puede ser
resumida de este modo: el patrimonio cultural es una realidad que emerge y sólo es posible pensar a
partir de la segunda mitad del siglo XX, o lo que es lo mismo, en condiciones de post o tardo modernidad.
Su emergencia es lo que permite a posteriori, redefinir prácticas anteriores dentro de una lógica de
patrimonialización, siguiendo un modelo patrimonial (Macdonald, 1997).
Resulta crucial llevar a cabo una aproximación sociohistórica que permita entender las propias
condiciones de posibilidad en las que emerge el patrimonio en la contemporaneidad. Es por ello que,
en primer lugar, se defenderá la interpretación del patrimonio cultural como realidad contemporánea,
teniendo en cuenta otras interpretaciones más continuistas y que extienden la vigencia temporal
del mismo. Después, se mostrarán los dos principales mecanismos por los que se generaliza la lógica
patrimonial a épocas anteriores, a saber, la equiparación y la adaptación. Por último, como conclusión,
se describirá la consolidación del patrimonio como el modelo genérico utilizado para entender, desde el
presente, las prácticas conservacionistas a lo largo de la historia.
2. Las coordenadas temporales del patrimonio cultural: la contemporaneidad
Aunque el patrimonio cultural esté casi siempre asociado a aquello que nos antecede, a legados más o
menos lejanos en el tiempo, cabe repetir la afirmación que sostiene que su emergencia es relativamente
reciente, en torno a la mitad del siglo XX. Por lo tanto, es de capital importancia situar de forma más
precisa la emergencia de los procesos de patrimonialización y a qué contextos sociohistóricos están
vinculados.
Complementando la argumentación de Lowenthal en la que afirma que no es hasta el siglo XX que
cada país comienza a buscar la seguridad de su propio patrimonio ante la decadencia y la expoliación
(Lowenthal, 1985: xvii), Ariño determina que solamente será durante segunda mitad del siglo XX “cuando
aparezcan y se definan los conceptos clave de patrimonio cultural y bien cultural” (Ariño, 2007: 74).
El bien cultural, fundamental en la lógica de la patrimonialización de aspectos socioculturales de un
colectivo porque abría la posibilidad de materializar elementos simbólicos al mismo tiempo que hacía
simbólicos elementos materiales, es formulado inicialmente en 1954 durante la Convención de la Haya
(Santamarina, 2005: 36). Posteriormente, su consolidación vendrá de la mano de la legislación italiana
de los setenta, donde la llamada Comisión Franceschini acuña el término beni culturali. Es un concepto
que designa un bien público en el que, independientemente de su titularidad, todos tienen derecho a
su disfrute (Hernández, 2002: 170).
Es también en los años 50 cuando se documentan las primeras apariciones en documentos oficiales
del sintagma patrimonio cultural. Por un lado, exactamente en 1950, la UNESCO —en la no muy
difundida Conferencia de Florencia— plantea entre las actividades culturales de su programa básico
la conservación del patrimonio cultural de la humanidad:
Conservación del Patrimonio Cultural Mundial. A través de medidas legales y técnicas, así como mediante
cualquier otro medio apropiado, la UNESCO alentará y ayudará a los Estados Miembros con la intención de
garantizar la conservación y protección de los trabajos, monumentos o documentos que forman el patrimonio
cultural de la humanidad (UNESCO, 1950: 27).
Por otro lado, el Consejo de Europa promociona en 1954 el Convenio Cultural Europeo, que España
ratificó en 1957 —según anuncio en el BOE nº 204/1957 del 10 de agosto de ese año—, en el que aparecen
las siguientes menciones al concepto de patrimonio cultural en los artículos 1 y 5:
Artículo 1. Cada parte contratante adoptará las medidas convenientes para salvaguardar su aportación
al patrimonio cultural común de Europa y fomentar su desarrollo. (…) Artículo 5. Cada parte contratante
considerará los objetos que tengan un valor cultural europeo que se encontraran colocados bajo su vigilancia
como parte integrante del patrimonio cultural común de Europa, tomará las medidas necesarias para
conservarlos y facilitará el acceso a los mismos (Consejo de Europa, 1954: 1‑2).
Desde un organismo internacional como el Consejo de Europa, que entre sus principales objetivos
se encuentra “promover y alentar el desarrollo de la identidad cultural de Europa”1, se proyecta esta
primera aparición, al menos en un documento formal, del patrimonio cultural.
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Mayor peso tendrá para la consolidación del concepto, por su relevancia y difusión, la Convención
del Patrimonio Mundial Cultural y Natural auspiciada por la UNESCO en 1972. Como vemos, tanto el
bien cultural como el patrimonio cultural son conceptos mencionados por primera vez a mediados de los
1950 y consolidados a lo largo de la década de los 1970. Para Smith, es entre el final de los años 1960
y a lo largo de la siguiente década, cuando es posible reconocer un interés creciente en las sociedades
occidentales sobre “temas patrimoniales” (Smith, 2006: 25), especialmente en dos ámbitos: en un turismo
de corte patrimonial2 y en la introducción de políticas y legislaciones sobre patrimonio cultural —lo
que incluye la corrección de leyes existentes para adaptarla a esta nueva realidad—. Movimientos que
dan cuenta de en qué momento comienza a cristalizarse la idea de un patrimonio cultural de forma
generalizada: objeto directo de normas, prácticas e intereses.
Prueba de ello son, no sólo la ratificación por multitud de países de esos y otros convenios, re-comendaciones
y convenciones, sino también el desarrollo de legislaciones en el ámbito nacional e
internacional. Todas ellas son desarrolladas en el último tramo del siglo XX o ya en la actualidad. En
el caso español, encontramos la ley del Patrimonio Histórico Español de 1985, que poco a poco ha ido
siendo superada por las legislaciones autonómicas, entre las primeras estaban, en 1990, las leyes del
Patrimonio Histórico de Castilla‑La
Mancha y del Patrimonio Cultural Vasco, y algo más tarde en
1991, 1993 y 1995, las leyes del Patrimonio Histórico de Andalucía, del Patrimonio Cultural Catalán
y del Patrimonio Cultural de Galicia respectivamente. Entre 1998 y 1999 aparecen las leyes de las
comunidades autónomas de Valencia, Madrid, Cantabria, Islas Baleares, Aragón, Islas Canarias y
Extremadura. Más recientemente, en pleno siglo XXI, han aparecido las leyes del patrimonio cultural
en Asturias (2001), Castilla y León (2002) y Murcia (2007).
A nivel internacional, son numerosas las leyes relacionadas con el patrimonio, y todas ellas de
relativo reciente cuño. Prueba de ello es que la más antigua se encuentra en el haber de la legislación
colombiana, con la Ley 47 del 30 de Octubre de 1920: Normas sobre patrimonio documental y artístico y
sobre bibliotecas, museos y archivos. A partir de ahí, una ley de 1930 de la República Islámica de Irán,
otra de 1943 en Paraguay, y dos de 1959 de nuevo en Colombia y en Costa Rica3. Después la mayoría
de las leyes se constituyen a partir de la década de 1970, en un desarrollo constante que se extiende
hasta el propio año 20144.
El desarrollo de estas legislaciones, normativas, convenios y recomendaciones son sumamente
importantes en la medida en que están ayudando a desarrollar y consolidar la emergencia de un objeto
de gobierno y de conocimiento, que es el patrimonio cultural. Al mismo tiempo, también están dando
pistas del momento en el que el patrimonio aparece como realidad social relevante:
Para la década de 1970, al menos, se hizo posible hablar acerca de y reconocer un conjunto de procesos
y técnicas guiados por una legislación nacional y unas cartas, convenciones y acuerdos nacionales e
internaciones, cuyo interés radicaba en la conservación y gestión de una serie de sitios de patrimonio y
lugares (Smith, 2006: 26)
Generalmente, no se documentan otros usos del concepto de patrimonio bajo esta idea contemporánea
del acervo sociocultural de un colectivo antes de estas fechas. Existe alguna excepción a esta afirmación,
ya que se encuentran ciertos usos anteriores del término patrimonio que podrían considerarse algo
ambiguos, pero no parecen en ningún caso hacer referencia, al menos de forma clara, a la idea de
patrimonio cultural tal y como se entiende en la actualidad.
En este sentido es interesante hacer referencia a la ley aprobada en 1933 por la II República
española, ya que en ella se hace mención al concepto de patrimonio histórico‑artístico5.
En parte, esta
ley tiene coincidencias con lo que más tarde se conocerá bajo el rubro de patrimonio cultural, pero aún
se observa bajo el prisma del tesoro nacional, esto es, un conjunto de bienes (monumentos, obras de
arte, yacimientos arqueológicos, paisajes) que son valiosos en tanto que constituyen un tesoro para la
nación, un importante valor material. No sin motivo, para el cumplimiento de las disposiciones de la
ley, por su artículo séptimo se instituye la Junta Superior del Tesoro Artístico y la reglamentación que
se publica tres años más tarde para la aplicación de la ley se hace en referencia, literalmente, a la “Ley
del Tesoro Artístico Nacional” (Ministerio de la Gobernación, 1936: 493).
Algunos autores han señalado la llamada Carta de Atenas, de 1931, como el primer manifiesto inter-nacional
donde se habla de la defensa del patrimonio. Es un texto que ayudaría, además, a consolidar esa
denominación del patrimonio para aspectos que van más allá de las cuestiones de la hacienda, dándole
“su definitivo impulso” (Ballart y Juan i Tresserras, 2005: 56). Sin embargo, en la Carta6, que no deja de
ser un texto con las conclusiones del Primer Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monu-
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mentos Históricos que se celebró en Atenas en 19317, no hay en ningún caso referencias a la cuestión del
patrimonio [heritage] y sí a al concepto de monumento histórico. Esto, al menos, problematiza el hecho de
que se considere el texto que sancionara el concepto de patrimonio tal y como se conoce en la actualidad.
La referencia más antigua que me ha sido posible rastrear sobre el patrimonio es tan efímera como
excepcional. Se trata de un uso de la noción de patrimonio que está vagamente relacionada con su
sentido contemporáneo, que data de finales del XVIII (Choay, 2007: 87)8. El texto al que hace referencia
Choay es sobre unos discursos de Kersaint (1791), que pueden encontrarse en la Biblioteca Nacional de
Francia y que se titulan Discursos sobre los monumentos públicos. Sólo se menciona una vez la palabra
patrimonio [patrimoine], sirviendo como adjetivación concreta en un texto de unas cien páginas que
está consagrado a la idea de monumento histórico. En este caso, se refiere únicamente a esos edificios
o monumentos que se querían proteger del ímpetu revolucionario, entendiendo el patrimonio en su
sentido más económico, como un bien que se ha de conservar y mantener para evitar la pérdida de
bienes comunes9. Por lo tanto, aunque resulta impactante encontrar una referencia relativamente
tan lejana, no parece ser un antecedente lo suficientemente claro de la realidad patrimonial actual10.
No obstante, la existencia de estas excepciones en ningún caso trastocaría el argumento principal,
ya que la consolidación y desarrollo de la realidad patrimonial pertenece más bien al último cuarto
de siglo XX —cuando no su última década— como ya se ha visto, por ejemplo, en las referencias a las
legislaciones locales e internacionales. En todo caso ayudan a dar cuenta de algunos momentos históricos
en los que, de forma larvaria, se va gestando.
Siguiendo su etimología resulta muy visible que la ampliación semántica de la voz patrimonio es
muy reciente. En Lowenthal encontramos la siguiente transición de significados, tanto refiriéndose al
término utilizado generalmente en el mundo anglosajón —heritage— como los más cercanos a nuestros
usos —las voces inglesa patrimony o la francesa patrimoine—, donde se opera un cambio que no tiene
mucho más de cincuenta años:
Hace cincuenta años, así lo sugieren títulos e índices de libros, el patrimonio [heritage] se movía principal-mente
en el terreno de las herencias, los testamentos, y los impuestos; ahora lo hace enfocándose hacia las
raíces de las antigüedades, la identidad, el sentimiento de pertenencia. La palabra francesa “patrimonio”
[patrimony], prácticamente equivalente, muestra el mismo cambio: la definición del diccionario Larousse
de patrimonio [patrimoine] se ha expandido desde “los bienes heredados de los padres” a aceptar legados
de remotos ascendientes y herencias culturales en general (Lowenthal, 1998: 3‑4).
Puede que hoy comience a estar muy asentada una concepción del patrimonio que, adjetivada de
algún modo, nos haga identificar rápidamente cuestiones que van más allá de testamentos y herencias
familiares o de las rentas y bienes con valor económico que posee una empresa o persona. Sin embargo,
no lo era, según esta argumentación, hace apenas cincuenta o sesenta años. Para Lowenthal está claro,
la “preocupación moderna sobre el patrimonio data de alrededor de 1980” (Lowenthal, 1998: 4), así lo
hace para Estados Unidos, Reino Unido y Francia, y nos recuerda, como ya lo hacía Hoyau (2005), que
1980 fue el año del patrimonio en el Estado francés.
Hewison también considera reciente el uso del concepto de patrimonio en este sentido (en su obra
publicada en 1987), y para apoyar su argumentación expone que ni siquiera en las leyes del Patrimonio
Nacional del Reino Unido (de 1980 y 1983) se había logrado desarrollar una definición sobre él (Hewison,
1987: 31). El propio Hewison hace referencia a la designación del Año del Patrimonio Arquitectónico
Europeo como hito en el ámbito del patrimonio, que data de 1975 (Hewison, 1987: 31). Esto es refren-dado
por Samuel, quien considera que el término de patrimonio entró en circulación general tanto en
Reino Unido como en Europa a partir de su designación (Samuel, 1996: 244). Resulta difícil imaginar
entonces que, mucho antes de esas fechas, el patrimonio ayudara a construir imágenes y experiencias
de lo nuestro y que se postulara como plataforma para la construcción de identidades.
No es de extrañar, por lo tanto, que la ampliación del espectro semántico del patrimonio sea tan reciente
que, entendido éste como una herencia cultural que define lo que nos pertenece como colectividad, no se
haya visto reflejado en los contextos sociales más que en las últimas décadas. Por ejemplo, en la RAE, el
sintagma patrimonio histórico sólo incluirá una acepción similar en la próxima edición de su diccionario
(la vigésimo tercera edición). No deja de ser llamativo que, ni siquiera a día de hoy, en pleno 2015, no haya
en el léxico de referencia del español más acepciones de patrimonio que las relacionadas con la hacienda.
Pero no es únicamente en una dimensión semántica donde se producen ampliaciones, extensiones y
transformaciones, ya que la emergencia del patrimonio viene ligada a lo que —en las décadas de 1970
y 1980— Walsh (1992) consideraba un boom patrimonial. Lo cierto es que si antes de esas fechas era
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impensable hablar de centros de patrimonio, museos territorio, centros de interpretación patrimonial,
ecomuseos, museos de sociedad, ciudades patrimonio o joya, parques temáticos, distritos patrimoniales,
conjuntos interpretativos, denominaciones de origen, itinerarios o rutas patrimoniales, en la actualidad
es posible reconocerlos en multitud de localidades.
Pero hay datos todavía más concluyentes, ya que incluso elementos como los museos, cuyo origen es previo
a la emergencia del patrimonio cultural, al entrar bajo su área de influencia son transformados radicalmente:
es a partir de la segunda mitad de siglo XX —o aún más cerca en el tiempo— cuando se produce la eclosión
museística. Lowenthal asegura que el 95 % de los museos fueron abiertos después de la Segunda Guerra
Mundial (Lowenthal, 1998: 3), datos que otros como Houlihan (2007: 99) o Boylan (Glaser y Zenetou, 1996)
comparten. Sin embargo, en ningún caso estos autores citan la fuente de la que extraen tan contundente
afirmación. Por ello, tomaré como más fiables otros datos que, sin ser tan contundentes, igualmente dan
idea de lo mucho que han crecido los museos cuando entran en la órbita del patrimonio. Por ejemplo, Walsh
se basa en los resultados que el Proyecto para una base de datos de museos [Museums Database Project]
obtuvo en el Reino Unido y por el que un 75 % de los museos que respondieron a la encuesta “habían sido
establecidos a partir de la Segunda Guerra Mundial y la mitad de ellos lo habían hecho desde 1971” (Walsh,
1992: 122‑123)
11. En similar dirección, Macdonald se hace eco del estudio de la Autoridad Británica de
Turismo (Hanna, 1989) por la que se llegaba a la conclusión de que el 57 % de los museos habían abierto a
partir de 1970 (Macdonald, 2002: 38).En todo caso se trata de un signo más que apoya el argumento de la
contemporaneidad de la realidad del patrimonio cultural, que multiplica sus instituciones y las transforma
radicalmente. También resulta significativa la dificultad de encontrar estadísticas que registren variaciones
históricas, más allá de los últimos años, relacionadas con el patrimonio cultural.
De la mano de la aparición y multiplicación de leyes, instituciones y normativas, tanto a nivel
global como local que tienen como objeto el patrimonio, también se puede vislumbrar un conjunto de
movimientos en el ámbito organizacional y sobre todo experto en fechas muy similares. Es la década
de 1980 cuando se comienzan a introducir los primero modelos de gestión del patrimonio, entendidos
como un “planteamiento global de la intervención patrimonial” (Bermúdez et al., 2004: 19). No quiere
decir que no existieran antes mecanismos de intervención sobre una idea de patrimonio que ya había
comenzado a despuntar algunos años atrás, sino que empieza a cristalizarse como superficie de
intervención ordenada y sistemática solamente en los últimos 30 años. Modelos de gestión que están
ligados a cadenas de intervención inspiradas en “la lógica y metodología científicas” (Bermúdez et al.,
2004: 19), cadenas que, por otra parte, no dejan de construir el objeto patrimonio cultural.
En este sentido, el patrimonio como disciplina (Howard, 2003: 14‑31),
o mejor dicho, como campo de
estudios de una variada y amplia tipología interdisciplinar, es cuestión relativamente reciente. Para Howard,
por ejemplo, el patrimonio “es quizás el primer objeto de estudio postmoderno” (Howard, 2003: 29). Sin ir
más lejos, las obras precursoras más relevantes sobre la cuestión del patrimonio cultural sólo comenzaron a
publicarse a partir de 1980: en el mismo 1980, La noción de patrimonio (Babelon y Chastel, 2008); publicado
en 1985, El pasado es un país extraño (Lowenthal, 1985); en el mismo año, 1985, se publica Viviendo en un
país viejo (Wright, 2009); en 1987 sale a la luz La industria del patrimonio: Gran Bretaña bajo un clima de
declive (Hewison, 1987); en el año 1994 se publica Teatros de la memoria (Samuel, 1996); en 1986, Patrimonio
disonante: la gestión del pasado como un recurso en conflicto (Ashworth y Tunbridge, 1996).
Y estos son sólo algunos de los textos fundamentales relacionados con la cuestión del patrimonio,
aunque sólo hace falta bucear en bases de datos de bibliotecas o tiendas virtuales para observar la
gran cantidad de obras publicadas sobre el tema en tan sólo los últimos quince o veinte años, apenas
encontrando alguna obra más atrás de 1980. Igualmente, la primera revista internacional dedicada
exclusivamente a la cuestión del patrimonio cultural, entendido como un campo de estudios patrimoniales,
es la International Journal of Heritage Studies12 que fue constituida en el año 1994.
Como explica Choay, la imposibilidad de configurar la idea de un patrimonio urbano como propio
del “culto patrimonial” (Choay, 2007: 191) antes de la década de 1960, esto es, la ciudad como objeto a
conservar en sí y no como la acumulación de sus monumentos, se atañe a varios factores. Por un lado,
hasta principios del XIX no empiezan a surgir catastros y cartografías fiables, y no existen tampoco
archivos ni monografías que estudien —más allá de los monumentos tratados individualmente— las
transformaciones del espacio urbano a través del tiempo. Por otro lado, tampoco existen estudios
históricos de espacio de la ciudad hasta la segunda mitad del siglo XX, incluso se pueden afirmar que
son pocos los estudios hasta que no se entra en la década de 1980 en adelante (Choay, 2007: 163‑164).
Al fin y al cabo, esas operaciones, la existencia de inventarios, cartografías, o estudios, no dejan de
ser condiciones de posibilidad para que emerja un objeto concreto, en este caso el patrimonio urbano.
Lo mismo se puede decir, por lo tanto, del patrimonio cultural en general. Éste, ni puede surgir en el
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vacío social, ni puede ser reducido a una forma más sofisticada de reproducción de la tradición. Aunque
no es el único factor o condición de posibilidad, sin el entramado experto resulta difícil pensar tanto la
emergencia del patrimonio como su rápida y múltiple expansión.
Como se acaba de mostrar, en los niveles semántico, normativo, legal, experto, organizacional y
empresarial, el patrimonio cultural es una realidad muy reciente: nunca antes de la segunda mitad del
siglo XX —excepto en un estado larvario o latente— y más evidente en el último tramo del mismo siglo o
ya en el siglo XXI. Todos ellos no dejan de ser indicadores que ayudan a demarcar los límites temporales
en los que surge el patrimonio cultural como un modo objetivado de representar colectivamente a grupos,
sociedades, comunidades e individuos.
3. Los mecanismos de generalización de la lógica patrimonial
Partiendo de la idea de que el patrimonio cultural es una realidad que hunde sus raíces básicamente
en los últimos cincuenta años de historia, haciéndose más evidente en los últimos treinta, se mostrarán
aquí algunos mecanismos que describen el proceso por el que se generalizan y consolidan las lógicas de
patrimonialización más allá de ese intervalo temporal.
Dos son las principales mecanismos detectados cuando, a pesar de evidencias como las mostradas
más arriba, se insiste en la antigüedad histórica del patrimonio que —en los casos más leves— se sitúa
tras la Revolución Francesa o —en los casos más extremos— se le otorga un halo de intemporalidad: la
equiparación y la adaptación. El primero, consiste en equiparar nostalgia, sentido histórico o prácticas
conservadoras con patrimonio cultural, conciencia patrimonial o prácticas patrimoniales en general.
El segundo, considera que el patrimonio es la culminación o acentuamiento de un proceso más largo
o, en todo caso, es la redefinición de lo mismo adaptado a los nuevos tiempos. Son dos mecanismos
generalmente interrelacionados.
3.1. Equiparación
La equiparación, se produce cuando un determinado aspecto de la realidad pasada se equipara a
uno de la realidad presente, sin mayor explicación que alguna coincidencia temática o lógica, lo que
produce un cruce que puede generar confusión. Por ejemplo, Ballart y Juan i Tresserras consideran
que sólo es posible contemplar la emergencia de una conciencia patrimonial13 en la medida en que se
construye un tiempo histórico14 (Ballart y Juan i Tresserras, 2005), lo cual se muestra como una hipótesis
perfectamente plausible: sólo en la medida en que hay una percepción del tiempo que transcurre de
modo consecutivo, en una relación lineal y causal, es posible empezar a pensar en elementos que se van
dejando irremediablemente atrás si no se hace algo explícitamente por evitarlo.
Sin embargo, cuando la relación de estos elementos se convierte en automática, soslayando el hecho
de que existen más condicionantes involucrados en la construcción de una sensibilidad por el patrimonio
cultural, se produce la equiparación: la conciencia patrimonial surge en el mismo momento en el que
se consolida una sensibilidad histórica del acontecer temporal. De un hecho probable, a saber, que la
conciencia patrimonial descansa, entre otras cosas, en un sentido histórico, se deriva una aporía: sentido
histórico equivale a conciencia patrimonial. Es lo que les ocurre a estos autores cuando plantean la
realización de un recorrido por la construcción histórica de la conciencia patrimonial, que les lleva desde
el mundo antiguo hasta la mitad del siglo XX (Ballart y Juan i Tresserras, 2005: 31‑57),
curiosamente,
los límites en los que puede observarse, de acuerdo a las pruebas presentadas, la emergencia de la
realidad del patrimonio cultural (y por lo tanto, la sensibilidad hacia ese objeto). Equiparar el proceso de
construcción de un sentido histórico, junto con el desarrollo de determinadas prácticas conservacionistas,
con la conciencia y prácticas patrimonial de hoy día, es lo que provoca el equívoco. ¿Quiere decir que no
son importantes esos procesos históricos para el patrimonio? En absoluto, sí lo son; pero su relación no
es, en ningún caso, de equivalencia.
Esta equiparación es la que sustenta afirmaciones como la realizada por Netzer, quien, para
ilustrar aspectos internacionales de las políticas patrimoniales, considera que la demanda de servicios
relacionados con el patrimonio cultural se remonta a tiempos tan lejanos como el siglo IV, cuando
Santa Elena descubrió el lugar de la crucifixión de Cristo, la Vera Cruz y el Santo Sepulcro, motivo
de peregrinaje durante siglos (Netzer, 1998: 135). Que hoy día, o en las últimas dos o tres décadas,
ése y otros enclaves religiosos y culturales se hayan convertido no sólo en lugares de peregrinaje sino
también en patrimonios culturales, no justifica la antigüedad patrimonial que le supone el autor (que
no histórica, de ahí la equivalencia que los equipara y genera confusión).
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Es lo mismo que le ocurre a Hernández cuando plantea, de forma brusca, que en los comienzos de
la Ilustración tiene lugar una toma de conciencia por el patrimonio:
En los albores de la Ilustración, cuando apenas ha desaparecido el Antiguo Régimen, tiene lugar el despertar
de una nueva sensibilidad que toma conciencia de la necesidad que siente la sociedad de recuperar, proteger
y conservar el patrimonio histórico que se ha recibido para transmitirlo a la posteridad (2002: 69).
De nuevo, relaciona patrimonio (aquí adjetivado como histórico) con el despertar de cierto sentido del
acontecer histórico, todo mediante una equiparación. En todo caso, si de la protección de un patrimonio
se hablaba entonces, era del tesoro nacional que, en la forma de edificios y monumentos, constituía una
hacienda de la que no había que desprenderse sólo por el hecho que hubiese pertenecido a la nobleza,
el estamento desposeído por los revolucionarios.
3.2. Adaptación
Del mecanismo de equiparación muchas veces surge un argumento más sofisticado por el que el patrimonio
cultural establece cierta continuidad con realidades anteriores: es el mecanismo de la adaptación, por el
que el patrimonio cultural es el modo en el que algo pasado —la tradición, el sentido histórico, prácticas
conservacionistas anteriores— sobrevive, se desarrolla, se transforma o se consolida en el presente.
Así, Santamarina (2005: 26‑31)
presenta un amplio recorrido histórico, apoyada en Ballart (1997),
Iniesta (1994) y Hernández (2002), por el que, sin apenas preámbulo, se data el nacimiento del patrimonio
desde el inicio de la humanidad, aunque aclara que no será hasta los dos últimos siglos cuando se geste
la designación de “ese conjunto de acervos culturales bajo la denominación de patrimonio cultural”
(Santamarina, 2005: 29). Según este razonamiento la equiparación seguiría existiendo, aunque en
este caso matizada por la mayor cercanía temporal, hacia el final del siglo XVIII o ya en el XIX, donde
las coincidencias y semejanzas pueden ser más palpables, realizando la siguiente concatenación de
acontecimientos que también la conducen a realizar una adaptación en forma de redefinición:
Por lo tanto, encontramos los antecedentes inmediatos al patrimonio cultural en la segunda mitad del
siglo XVIII, con la Ilustración y la Revolución Francesa; su génesis la podemos datar en el siglo XIX,
con la aparición del estado moderno y su concreción en el monumento histórico‑artístico;
y su desarrollo
lo situamos a lo largo del siglo XX, donde hallamos su redefinición como bien cultural a partir de 1950
(Santamarina, 2005: 30‑31)
Coloca la antesala del patrimonio cultural en el siglo XVIII, que todavía se puede entender, así lo
estipula, como una serie de antecedentes. Después, el XIX vería nacer el patrimonio, momento en el que
la autora asimila el monumento histórico‑artístico
al patrimonio cultural, llevando a cabo la equiparación
entre un elemento que hoy día sí sería parte del patrimonio cultural, pero que en el siglo XIX aún no
era codificado según esas claves. Por lo tanto, al equiparar el monumento con el patrimonio cultural, sin
tener en cuenta la trama histórica, le lleva a estimar que la génesis del patrimonio cultural se produce
más de un siglo y medio antes de sus primeras formulaciones. Pero no para ahí, puesto que considera
que el desarrollo del patrimonio cultural se sitúa a lo largo del siglo XX, un desarrollo que a mitad de
camino de ese siglo, culmina en su redefinición como bien cultural. Ahí es cuando se pone en marcha
el mecanismo de adaptación, mucho más efectivo que el de la simple equiparación.
Al presentar el bien cultural como un redefinición del patrimonio a partir de 1950, viene a fijar la
continuidad del patrimonio desde un pasado remoto, como una etapa más en su desarrollo o como la
culminación de un proceso que empezó casi dos siglos más atrás. Se trataría del patrimonio adaptado a
los nuevos tiempos, pero un patrimonio cultural ya existente, como si permaneciera una cierta esencia
patrimonial que pudiera atisbarse durante los años de la Ilustración, presente en el siglo XIX en el
monumento histórico, y que siguiera manteniéndose en la segunda mitad del siglo XX como bien cultural.
El mecanismo de adaptación generaliza la lógica patrimonial: el patrimonio cultural viene de mucho
más atrás, únicamente se adapta a los nuevos contextos sociohistóricos por los que pasa. Por lo tanto,
esta estrategia adaptativa fuerza la conclusión de que el patrimonio cultural ya lo era antes, sólo que
bajo otras denominaciones, puesto que no ha dejado de desarrollarse y redefinirse.
En un sentido muy similar, en la presentación del libro Introducción al patrimonio cultural de Tugores
y Planas, los autores afirman que el marco cultural que acompaña al concepto de patrimonio es “el de
la ilustración, y su concretización histórica surge con la Revolución francesa, cuando la destrucción y
PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. 14 N° 1. Enero 2016 ISSN 1695-7121
188 El modelo patrimonial: el patrimonio cultural como emergencia tardomoderna
el saqueo conviven con la idea de monumento y museo” (Tugores y Planas, 2006: 9). Un primer paso, la
equiparación, por la que, ya a finales del XVIII museos y monumentos se igualan a patrimonio cultural.
En el párrafo siguiente, sin embargo, se considera que la “idea de patrimonio como patrimonio cultural
se esboza a partir de la segunda guerra mundial” (Tugores y Planas, 2006: 9), lo que constituye una
adaptación. El patrimonio cultural lo es desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no deja de
ser una denominación contemporánea de aquello que nació un par de siglos atrás.
Incluso entre quienes defienden claramente la contemporaneidad del patrimonio cultural, en ocasiones
se hace en función de extraños contrastes con otras formulaciones del patrimonio más anteriores que,
aunque equivocadas para el autor, no dejan de ser un patrimonio como algo que es nuestro y que existe más
allá de las coordenadas inicialmente establecidas. Esa es la transición que dibuja Iñaki Arrieta entre un
patrimonio catalogado como histórico‑artístico
que sería previo a un patrimonio cultural que sólo emerge
a partir de los años sesenta con la institucionalización del concepto de bien cultural, las aportaciones
de la llamada Nueva Museología, la Convención para la protección del patrimonio cultural y natural
(UNESCO, 1972) y los movimientos sociales de mayo del 68 junto con los procesos de descolonización
(Arrieta, 2007: 154‑155).
Para él, que se pasara a adjetivar el patrimonio de un colectivo como cultural
en lugar de histórico y/o artístico, supuso una transformación radical, puesto que cambia el centro de
atención de los objetos que forman parte del patrimonio cultural a los grupos que los definen como tal.
Siendo esto cierto, que el énfasis en el patrimonio realmente descansa en los sujetos del patrimonio
antes que en los objetos, el problema que plantea esta perspectiva es que lo que cambia simplemente
es la lógica de lo patrimonializado, o su extensión, pero parece mantenerse, incluso aunque no sea esa
la intención del autor, esa visión que justifica la emergencia del patrimonio cultural siglos atrás.
Entiendo que sólo es posible mantener que el patrimonio tiene unos orígenes que hunden sus
raíces siglos más atrás mediante operaciones como la equiparación o la adaptación, produciendo una
generalización de la lógica del patrimonio. Sin embargo, estas operaciones en sí mismas no ayudan a
entender por qué varios autores reproducen estos mecanismos, lo que requiere que, a modo de conclusión,
se profundice en los procesos que explicarían estos planteamientos y que permitiría mantenerlos —al
menos de forma acotada— con alguna modificación en su orientación.
4. Conclusión: El modelo patrimonial y su extensión retrospectiva
El patrimonio cultural no nace en un vacío social y si uno se acerca a él observará que es posible
reconocer determinadas sensibilidades —por lo anterior, por lo que está en peligro—, prácticas —de
colección, de conservación— y dispositivos —colecciones, museos, monumentos— ya presentes en
otras épocas. Es por esto que se reconoce la profundidad histórica de algunos de los elementos que en
la actualidad confluyen en la realidad patrimonial, que es posible rastrear en el tiempo para ayudar a
entender algunas de los procesos que fueron roturando el campo de las condiciones de posibilidad de
lo que hoy conocemos como patrimonio cultural.
Respecto a la conformación de sensibilidades que tienen en cuenta el paso del tiempo, que derivan
en una preocupación por lo anterior y lo que puede llegar a perderse, habría que atender a dos grandes
divisiones: primero, sus formulaciones iniciales, la naciente percepción del paso del tiempo (desde
la Antigüedad hasta los principios de la Edad Moderna); segundo, la eclosión del sentido histórico
propiamente dicho, como Historia, con la aparición de las retóricas del progreso y, en lo que respecta a
la percepción preservacionista, de un mundo en descomposición, el romanticismo (desde la Ilustración
y la Revolución Francesa, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial).
En relación con el desarrollo de unas prácticas conservadoras que tienden a preservar, coleccionar,
clasificar, almacenar y archivar, se puede trazar un esquema que iría desde un primer coleccionismo
como mero atesoramiento propio de las sociedades antiguas y medievales, de carácter individual y
personal, hasta las cada vez más depuradas —desde un punto de vista técnico y científico— formas de
conservación colectiva ya presentes en la modernidad ilustrada y romántica.
Por último, en referencia a la presencia en otras épocas de dispositivos en los que coinciden las
sensibilidades y prácticas descritas, y que hoy caben bajo el área de dominio del patrimonio cultural
como museos, colecciones, exposiciones, archivos o monumentos, se puede establecer un recorrido
histórico que se desarrolla, primero, en el Renacimiento, con las colecciones principescas, y más tarde,
en la época clásica, con las cámaras maravillosas o gabinetes de curiosidades, que se irán desarrollando
hasta acercarse a las instituciones, en los siglos XVIII y XIX, del monumento histórico y del museo15.
PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. 14 N° 1. Enero 2016 ISSN 1695-7121
Daniel Muriel 189
Una vez formalizado el concepto, una vez instaurado, cristalizado y dado por supuesto —y en esas
está el patrimonio— es muy fácilmente colocado en la lista de realidades sancionadas y asumidas por
la mayoría del universo social y científico y, por lo tanto, aplicado retrospectivamente16.
Así, por un lado he afirmado que el patrimonio cultural es una emergencia contemporánea que
emerge en el último medio siglo, mientras que por otro he dado cuenta de otros planteamientos que
parten de unas coordenadas temporales mucho más amplias. Teniendo esas visiones contrapuestas en
cuenta, considero que es posible —desde un punto de vista teórico— reconciliar ambas perspectivas o
circunvalar el problema que plantean cuando se enfrentan.
Se trataría de diferenciar entre la génesis histórica del patrimonio cultural, como realidad social
históricamente y espacialmente localizada, y la construcción de un modelo teórico sobre el patrimonio
entendido como mecanismo genérico de patrimonialización, es decir, los procesos y los modos por los
que, en cualquier época y lugar, dentro de los límites que su aplicación permita, algo se hace propio
o se convierte en un activo en cualquier nivel imaginado (simbólico, material, individual, colectivo,
económico, cultural, religioso, identitario, etc.).
Esta es la lógica que, aunque no de manera explícita, parece subyacer bajo las premisas de David
C. Harvey cuando reflexiona sobre el rango temporal al que los estudios sobre patrimonio suelen
hacer referencia. Para Harvey el patrimonio es una realidad que “siempre ha estado con nosotros”
(Harvey, 2001: 320) puesto que lo presenta como una condición humana, lo que lo eleva a categoría de
antropológico universal.
Este autor no comparte el presentismo en el que, en su opinión, se instalan muchos de los estudiosos
del patrimonio. Todos coinciden en situar la aparición del fenómeno patrimonial en la última mitad del
siglo XX, a lo sumo, algún ejemplo que sitúa sus orígenes en el XIX (Harvey, 2001: 321).
Del mismo modo, aventura una explicación de lo que él considera un rango de visión mermado y excesi-vamente
centrado en el presente, y que descansa en el hecho de que quienes estudian el patrimonio se han
dejado llevar por el crecimiento exponencial de los sitios de patrimonio durante los últimos años llevándoles
a vincular esa explosión con su emergencia. Harvey piensa que todos parecen aceptar sin mucho problema
esa tendencia a considerar el patrimonio dentro de un marco temporal reciente (Harvey, 2001: 322).
Lo que plantea Harvey desde el principio es abordar una “narrativa histórica más amplia de la
patrimonialización como proceso” (2001: 320). Si dejamos a un lado el momento en el que surge el
patrimonio cultural y las prácticas de patrimonialización de aspectos de índole cultural, y lo tomamos
como un mecanismo genérico para hacer propio —independientemente del nivel en el que se haga—
cualquier pedazo de realidad, entonces su planteamiento, y el de otros, tiene un sentido analítico (que
no sociohistórico). No podrá decir, sensu stricto, que existían determinadas prácticas patrimoniales en el
medievo tal como las entenderíamos ahora, pero sí servirá como modelo para referirse a los mecanismos
que utilizaban en determinadas épocas y lugares para hacer algo suyo, defenderlo o conservarlo (y si
es que lo hacían colectivamente, individualmente, con sentido histórico, secular, etc.) y así poder hacer
comparaciones en distintos momentos y lugares (y ahí sí, quizás, ser rigurosos con las emergencias
sociohistóricas del momento y del lugar). Que sirva como una herramienta analítica y metodológica
antes que como un modelo o teoría de carácter universal.
En este sentido, Macdonald menciona la existencia de un modelo patrimonial que se define como un
formato estandarizado e internacionalmente difundido que “descansa principalmente sobre tecnologías
de exhibición que han sido asociadas a lo inauténtico (reconstrucciones)” (1997: 157). Más allá de la
vinculación que se hace al carácter reconstruido o inauténtico de las producciones que caen bajo el modelo
patrimonial del que habla Macdonald, lo que deduzco es que el patrimonio cultural se ha constituido como
un modelo de representación, una manera en la que, a través de determinadas tecnologías discursivas
y materiales —formas de exhibición, discursos, prácticas, interpretaciones— se representa lo que le es
propio de una sociedad, comunidad o grupo. Y en ese modelo es posible identificar prácticas, discursos,
objetos, tecnologías y un largo etcétera de elementos, que, si son aislados y recortados, es posible quizás
reconocer en otros momentos históricos.
Como herramienta para el análisis genérico desde nuestra posición a otros contextos sociales es
defendible. El mayor problema viene cuando los autores que defienden estas posiciones, como postula
Harvey, utilizan estos recorridos para fundamentar históricamente la presencia del patrimonio cultural
y sus prácticas en el presente como la culminación de viejos procesos que siempre estuvieron allí.
Este problema se agrava cuando el patrimonio cultural se confunde, por ejemplo, con la preocupación por
el pasado, lo que lo constituye en la forma universal de relacionarse con él (y no como una forma concreta
y contemporánea, entre otras, de relación con lo anterior), y se busca como tal en todo momento histórico,
lejano o cercano en el tiempo, sin presentarlo como una herramienta analítica para acercarse a determinadas
PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. 14 N° 1. Enero 2016 ISSN 1695-7121
190 El modelo patrimonial: el patrimonio cultural como emergencia tardomoderna
realidades que de otro modo serían muy difíciles de incluso nombrar. Y sobre todo se complica el planteamiento
si ello implica ignorar que el patrimonio, además de una forma de relacionarse con el pasado, es otras cosas17.
El uso indiscriminado de un hipotético modelo patrimonial como universal ayuda a vaciarlo de
contenido por su ahistoricidad, ya que está presente en cualquier momento y lugar. Esto es lo que le
ocurre a Ballart, quien afirma que “habrá que discutir qué tipo de impulsos (…) por conservar los bienes
materiales y de la cultura y qué valores otorgados al patrimonio han prevalecido en cada momento
histórico” (Ballart, 1997: 121). Al fin y al cabo deja como constante la existencia de bienes patrimoniales en
todas las épocas y hace variable el modo de conservarlos y los usos que se le dan a lo largo del tiempo. Si
dejara también como variable la existencia del producto de las lógicas de patrimonialización, entendidas
como un mecanismo metodológico para acercarse a los procesos por los que en otras épocas un colectivo
hace algo suyo, serían de nuevo reconciliables todos los planteamientos (el histórico y el analítico).
En cualquier caso, como Samuel observa, entre los últimos años de 1980 y los primeros de 1990 el
patrimonio se define en términos de reliquias que se encuentran en peligro. Esto es así porque una vez
ha sido disociado de cualquier idea de destino nacional final, es un concepto que puede circular libre-mente,
instalándose en cualquier recién descubierta localidad histórica y vinculándose a una variedad
promiscua de objetos. No sólo da cuenta de la tremenda extensión patrimonial, sino también de lo que
hoy día significa el patrimonio, una forma genérica de referirse a cosas en riesgo, independientemente
de su naturaleza y su antigüedad. De hecho, Samuel considera que patrimonio es posible entenderlo
como “un término genérico para referirse a entornos en riesgo” (Samuel, 1996: 221).
Y en este sentido puede utilizarse entonces el patrimonio: como modelo genérico para aludir a
determinadas prácticas de conservación y promoción de aquello que puede considerarse como lo nuestro
o que se utiliza para referirse a lo que culturalmente nos define como pueblo, comunidad o sociedad.
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192 El modelo patrimonial: el patrimonio cultural como emergencia tardomoderna
Notas
1 Ver objetivos enhttp://www.coe.int/aboutCoe/index.asp?page=nosObjectifs&l=en.
2 Sobre la importancia del aumento de tiempo libre en las clases medias para el turismo internacional en general y para
el turismo orientado al patrimonio y de tipo histórico, ver Urry (2002).
3 La referencia completa a las leyes es como sigue: Irán, Ley del 3 de noviembre de 1930: Ley de Protección del Patrimonio
Nacional; Paraguay, Ley 18.904 del 15 de julio de 1943: Ley de Patrimonio Nacional; Colombia, Ley 163 del 30 diciembre de
1959: Ley de defensa y conservación del patrimonio histórico, artístico y monumentos nacionales; Costa Rica, Ley 2.366 de Junio
de 1959: Ley sobre Patrimonio Material.
4 Esto se puede comprobar en la “Base de datos de la UNESCO sobre las leyes nacionales del patrimonio cultural”, que
puede encontrarse en su página web: http://bit.ly/1usOhJS.
5 Publicada en La gaceta de Madrid (Ministerio de la Gobernación, 1933).
6 http://www.icomos.org/docs/athens_charter.html
7 No confundir con la también llamada Carta de Atenas, del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna —CIAM— de
1933.
8 Ver también nota al pie número 9 en la misma obra (Choay, 2007: 103).
9 En el fragmento de texto en cuestión Kersaint considera que “el Palacio Nacional no es el único monumento que resulta
necesario para construir algo en común: el museo, el ámbito de la Federación, el templo de la memoria o panteón francés,
la Academia Central de la educación, el Hospicio de los ciegos, sordos y mudos; todas estas instituciones o establecimientos
son patrimonio de todos, y por lo tanto deben ser conservados, ampliados y embellecidos a expensas de todos” (1791: 18).
10 Una vez pasada la efervescencia revolucionaria, la metáfora de la herencia, de la riqueza nacional, del patrimonio,
comienza a caer en desuso, y el que monopoliza el ámbito de la conservación es el de monumento histórico (Choay, 2007:
99).
11 A esa mismo estudio se refiere Hewison para dar cuenta del carácter inflacionario de los pasados a conservar ya en la
órbita de los años 70, e inserta a continuación la respuesta que le dio el Director del Museo de Ciencia del Reino Unido,
Neil Crossons, en el programa Un futuro para el pasado que conducía en la BBC Radio 4: “No podemos proyectar ese
ratio de crecimiento mucho más allá antes de que todo el país se convierta en un gran museo al aire libre, al que entras
nada más salir del avión en Heathrow” (1987: 24). Los procesos de patrimonialización son relativamente recientes pero
su crecimiento ha sido exponencial.
12 http://www.tandf.co.uk/journals/routledge/13527258.html
13 No es definida en ningún caso por los autores, aunque se deduce que hace referencia al despertar de una sensibilidad por
las cuestiones relacionadas con el patrimonio cultural, una preocupación por aquello que nos pertenece y que, por el paso del
tiempo o cualquier otra circunstancia, se encuentra en peligro.
14 Los autores lo definen como “el tiempo que pasa, aquel del que tenemos consciencia de que transcurre”(2005: 28‑29)
15 Para el desarrollo histórico de sensibilidades y prácticas que hoy día confluyen de algún modo en la realidad del patrimonio
ver Ballart y Juan i Tresserras (2005: 27‑57),
Ballart (1997: 29‑59),
Hernández (2002: 15‑78)
y Santamarina (2005:
26‑32).
En lo que respecta a la emergencia y desarrollo de instituciones proto y parapatrimoniales como las colecciones
principescas, el gabinete de curiosidades, las exposiciones universales, el monumento histórico o los museos, ver Bennet
(1995), Hooper‑Greenhill
(1992), Hetherington (1999), Hernández (2002: 79‑146)
y Choay (2007: 7‑160).
16 En relación al uso retrospectivo de modelos o conceptos que se construyen en el presente (cualquiera, no necesariamente
el actual), tiene mucho que ver con lo que he considerado llamarla redefinición retrospectiva de la ciencia, que apoyada en
reflexiones llevadas a cabo por autores como Latour o Woolgar, da cuenta de cómo en muchas ocasiones la aceptación de
un conocimiento científico que se eleva a la categoría de verdad, redefine el status de lo real de tal modo que se consolida
como una realidad que siempre estuvo ahí independientemente de su génesis histórica. Para ello, ver el ejemplo de los
microbios y Pasteur en Latour (2001: 174‑207)
y las lógicas del descubrimiento y el modo en el que la ciencia lo explica
en Woolgar (1991: 81‑125).
17 Lo que muchas veces obvian estos modelos que se aplican retrospectivamente es que el patrimonio no es únicamente
una forma de relacionarse con el pasado, sino que tiene mucho que ver con cuestiones relacionadas la construcción de
identidades hoy día, con la revitalización social y/o económica de una zona, con su capacidad para integrar personas en
peligro de exclusión, etc. Y es que incluso en su creciente extensión ya casi no tiene que ver exclusivamente con lo pasado,
sino también con lo presente y lo futuro, pues ya se patrimonializan cosas vivas, en uso, de ahora.
Recibido: 17/09/2014
Reenviado: 17/01/2015
Aceptado: 27/04/2015
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