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© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121 Vol. 10 Nº 4. Special Issue. págs. 39-48. 2012 www.pasosonline.org La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861) de Pedro Antonio de Alarcón Jordi Canalsi Università degli Studi di Trento (Italia) i E-mail: jordi.canals@lett.unitn.it Resumen: Pedro Antonio de Alarcón, autor de la crónica de viajes que lleva por título De Madrid a Nápoles (1861), se presenta a sí mismo en sus páginas como un observador crítico del incipiente fenómeno del turismo organizado, en torno al cual disemina en el texto numerosas observaciones. Alarcón enjuicia también de modo negativo los nuevos auxilios edito-riales que, tales como la guía turística, cuentan con el favor creciente de los viajeros de mediados del siglo XIX. Desde un punto de vista formal, la obra se presenta como una hibridación de géneros que une estrategias redaccionales que derivan de la innovadora crónica periodística, clichés formales propios de la narrativa tradicional de viajes (básicamente las que entroncan con el diario y el epistolario), coexistiendo todo ello con abundantes notas en estado bruto del viajero que va dejando constancia periódica de sus impresiones en su diario personal. Palabras clave: literatura de viajes, turista, viajero, guías turísticas Title: Tourist / traveller dichotomy in Pedro Antonio de Alarcón’s De Madrid a Nápoles (1861) Abstract: Pedro Antonio de Alarcón, the author of the book entitled From Madrid to Naples (1861), appears in its pages as a critical observer of the emerging phenomenon of organized tourism, around which he makes numerous remarks in his work. Even new editorial tools, such as tourist guides that were increasingly used by travelers in the mid-nineteenth century, are considered by Alarcón in a negative way. From a formal point of view, Alarcón’s book is a hybridisation of genres that summons innovative journalistic writing skills, literary patterns already experienced in classical travel writing (concerned mainly with diary and epistolary genres) and a great deal of sketches taken d’après nature by the traveler and kept in his notebook. Keywords: travel writing, tourist, traveler, tourist guide PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 40 Introducción En la literatura contemporánea que gravita en torno al fenómeno cultural del viaje es constante el intento de los autores occidentales de tomar distancias respecto al estereotipo del turista, entendido este como “el producto y el cliente de estructuras comerciales que administran el viaje de ocio de acuerdo con las exigencias de las empresas comerciales y su burocracia” (Pera, 1998: 509). La singu-laridad de la experiencia del viajero, que privilegia metas insólitas, aunque no necesariamente lejanas en el espa-cio, y que afronta dicho reto como un hito en el desarrollo formativo del individuo, se contrapone a la actitud homo-logada de la masa de turistas que se desplaza de modo planifi cado a destinos turísticos impuestos por modas que obedecen a ritos sociales y condicionamientos de carácter económico. Ha calado hondo tal distinción, hasta el punto de que los estudiosos del lenguaje del turismo han advertido en las publicaciones especializadas en el sector de los viajes la tendencia editorial al reemplazo generalizado del sus-tantivo turista, lo que comporta por parte de periodistas y redactores la búsqueda de alternativas léxicas menos marcadas. Limitándose al análisis de medios españoles, Maria Vittoria Calvi (2000) ha puesto de relieve la tendenza a sostituire il termine [turista] con altri vicini che si distinguano dall’immagine più stereoti-pata. Si osserva ad esempio una netta prevalenza del termine viajero, di signifi cato più ampio (“colui che viaggia”) rispetto a turista, ma che soprattutto rich-iama modalità di turismo meno standardizzate e più orientate alla ricerca personale: come abbiamo visto, la condizione di viaggiatore viene contrapposta a quel-la di turista, e rivendicata da scrittori e intellettuali (2000: 62). Es esta una actitud editorial que refl eja el tan extend-ido rechazo al turista, que se confi gura como objetivo pre-dilecto de la censura promovida por sectores intelectuales, tal como apunta Dean MacCannell (2005: 13), uno de los padres fundadores de la sociología científi ca del turismo. Con él se alinea Hans Magnus Enzensberger, para quien el turista se ha convertido en una de las fi guras sociales más condenadas y caricaturizadas por la cultura de nues-tro tiempo (1998: 27). El sustantivo español turista deriva del inglés tourist que, a su vez, se remonta al postverbal francés tour (vid. DCECH, s.v. torno). De la palabra homónima inglesa, que denota ‘viaje’ (y ya no, como en francés, ‘vuelta, paseo’), se formaron por derivación tanto el sustantivo tourism como tourist. Se ha documentado por vez primera el sustantivo inglés tourist en Remarks Made in a Tour from London to the Lakes of Westmoreland and Cumberland (1792), texto en el que Adam Walker, al describir el tramo de sendero que de Patterdale lleva a Keswick, teme que el silencio del paraje y la armonía social de los lugares que atravie-sa puedan quedar alterados al paso del turista ruidoso: “Solitude and peace reign here undisturbed, except by the rattling tourist, who excites envy and false ideas of happi-ness among the peaceful inhabitants” (Walker, 1792: 82)1. Numerosos son los testimonios hispanos de la entrada de dicho anglicismo en nuestra lengua a lo largo del s. XIX2, por más que la RAE no recoja la voz turista en el diccionario académico sino hasta su edición 14ª (1914), donde la defi ne s.v. como “Viajero que recorre un país por distracción y recreo”. La necesidad de ir en busca de en-tretenimiento en los períodos de ocio y el placer que de-riva de tales escapadas, ha sido para los académicos de la RAE el rasgo distintivo que caracteriza al desplazamiento turístico y que presupone, por contraste, la existencia de otros muchos individuos pertenecientes a nuestra socie-dad que se desplazan movidos por intereses heterogéneos, pero en ningún caso por el gusto de afrontar la experiencia viajera. Desde su primera entrada, tal consideración per-sistirá en el conjunto de ediciones del diccionario de la RAE hasta llegar a la 22ª (2001), la más reciente hasta la fecha, y en la que sigue defi niéndose el turismo como la “Actividad o hecho de viajar por placer” y turista sencil-lamente la “Persona que hace turismo”. Contraponemos esta visión académica, en exceso re-ductiva, a la defi nición que proporciona la Organización Mundial del Turismo (WTO/OMT), la cual nos da indicios de la actitud sincrética con la que hoy en día se valora el difundido fenómeno social del turismo, que se interpreta como el conjunto de actividades que realizan las personas du-rante sus viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual, por un período de tiempo consecu-tivo inferior a un año, con fi nes de ocio, por negocio o por otros motivos, y no por motivos lucrativos (cit. en Calvi, 2006: 14). Bastaría con dar un vistazo a la actitud con la que al-gunos autores contemporáneos, pertenecientes a distintas tradiciones culturales, se aproximan al fenómeno del viaje para caer en la cuenta de que en nuestra época se ha prob-lematizado la dicotomía turista / viajero hasta cargar, des-de un punto de vista semántico, estos términos con muy otros signifi cados. Es por lo demás un binomio que, como hemos mencionado, percibimos con acusado carácter an-titético, si bien en tal distinción no entra necesariamente en juego el factor hedonístico que se supone comparten ambas categorías de individuos. El rasgo distintivo cabe buscarlo, en todo caso, en la mayor o menor empatía que estos muestran en su respectivo desplazamiento por el es-pacio: “turista – ha escrito Julio Llamazares – es el que viaja por capricho y viajero el que lo hace por pasión” (1998: 22). El primero sacia pronto el deseo de evasión con su deambular casual, mientras que el viajero lleva a cabo su acción por una determinada geografía a la que queda ligado de modo tan íntimo que el viaje acaba convirtién-dose incluso en acto introspectivo. Y es que para el escri-tor leonés cuenta poco la distancia que se recorre y mucho, en cambio, el fardo de referencias culturales y autobiográ- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 41 fi cas con el que se adentra en el microcosmos familiar, ya sea este el Valle del río Curueño, en el que se compendia gran parte de la geografía de su infancia, como la región portuguesa de Trás-os-Montes, tan desconocida pese a es-tar tan al alcance de su mano. La de Llamazares es una sintética defi nición que armoniza con la sublimación del viaje ‘doméstico’, aquel que se efectúa al llevar a cabo una incursión en nuestro pequeño mundo y que, en opinión de Claudio Magris, constituye la aventura que mayor riesgo comporta para el viajero: il viaggio più affascinante è un ritorno, un’odissea, e i luoghi del percorso consueto, i microcosmi quotidiani, attraversati da tanti anni, sono una sfi da ulissiaca (2005: XXI). Se desprenden de estas líneas los motivos que carac-terizan algunos de los rasgos distintivos del viaje: la con-ciencia del peligro inherente al viaje que se lleva a cabo con total implicación por parte del individuo; el retorno aventurero que tiene por referencialidad libresca la na-vegación de Ulises a Ítaca; la fascinación por todo aquel desplazamiento en el espacio, y en el fondo también en el tiempo, que entraña un desafío. Aunque la intención resulta en apariencia contradictoria, es completa la sin-tonía de las palabras de Magris con las de Paul Bowles, el novelista norteamericano que en las páginas iniciales de The Sheltering Sky (1949) incluye una larga disquisi-ción en la que se interroga en torno a la esencia del viaje y, convirtiéndose en intérprete de cuanto medita uno de los personajes protagonistas recién desembarcado en un puerto del norte de África, escribe lo siguiente: He did not think of himself as a tourist; he was a traveler. The difference is partly one of time, he would explain. Whereas the tourist generally hurries back home at the end of a few weeks or months, the travel-er, belonging no more to one place than to the next, moves slowly, over periods of years, from one part of the earth to another (2002: 6). Tarde o temprano el turista pondrá un día término a su viaje, mientras que para el viajero no existirá jamás, en defi nitiva, la seguridad de un regreso a casa. En el frag-mento se perfi la la imagen del viaje lineal, antítesis del viaje circular, en el que la trayectoria existencial del via-jero se proyecta hacia el infi nito: “Il viaggio deviene allora un cammino senza ritorno, alla scoperta che non c’è, non può e non debe esserci retorno” (Magris, 2005: XII). El autor de libros y reportajes de viajero vende a me-nudo al lector la ilusión de que se halla por encima del turista y ello por más que sea consciente de que terminará cayendo en parecidas trampas, como en el caso paradójico de los autores modernistas de América Latina asentados en Europa desde fi nes del siglo XIX (Pera, 1998: 513-514). Goza el viajero de una superioridad moral que estriba en cualidades excepcionales que lo distinguen de la masa homologada de turistas y de su insaciable “voracidad vi-sual”, de acuerdo con una célebre observación barojiana (Arbillaga, 2005: 433). Así, por ejemplo, en la capacidad para poder enfrentarse a la realidad con una sensibilidad distinta a la del turista o en su facilidad para dar con los rincones secretos a los que otros difícilmente podrían lle-gar. El viajero es también el individuo capaz de percibir lo trascendente en episodios aparentemente nimios de la vida cotidiana de los lugares por los que pasa: estampas que revisten importancia y a las que presta atención hasta el punto de que no olvida dejar constancia pormenorizada de ellas en sus cuadernos de viaje, sin dejarse cegar en cambio por los grandes iconos de atractivo monumental que le puedan salir al encuentro y que suscitan el rito de la sacralización colectiva por parte de la masa de turistas. El viajero es un ser dotado de sensibilidad superior, capaz de reparar en lo que pasará desapercibido al turista, al que el periodista argentino Lucio Vicente López así cari-caturiza en sus Recuerdos de viaje (1881): Ya veo la cara de un turista burgués, que ha regresado a Buenos Aires, contando la hazaña de haber trepa-do hasta el último peldaño de la cúpula del Panteón, ávido de una descripción catalogada o inventariada, contrariarse con una página cuyos actos principales son los pájaros, y meditar en la diferencia que existe entre ver estos personajes humildes, y la muy erudita de contar los pies de altura de la columna Vendôme. Por ahí no más, queriéndose salir de los puntos de la pluma, anda alguno de estos entes seráfi cos, que es-pulgan a Bædeker como si bebieran la crónica de lo desconocido en un papiro egipcio; echémosle a un lado para que la malicia no lo descubra, y volvamos a nues-tros pájaros (López, 1915: 149). En el fragmento se satiriza al nuevo rico adinerado que afronta el viaje como rasgo de distinción, que acata las prescripciones de la guía, de la que nunca se separa en el transcurso de su viaje, y que viaja con la convicción de que tal experiencia le será útil para adquirir de ma-nera natural la erudición indispensable con la que poder desenvolverse, al regreso a casa, en los círculos en los que aspira a poder integrarse en calidad de experimentado hombre de mundo. Llevaremos a cabo, acto seguido, una aproximación a la literatura de viajes de Pedro Antonio de Alarcón, pio-nero en la España decimonónica de este renovado género editorial sensible a las transformaciones sociales y cultu-rales. Juzgamos que constituye un testimonio clave para comprender la visión con la que el intelectual decimonóni-co enjuicia de manera crítica el turismo organizado que a mediados del s. XIX constituye un fenómeno consolidado. Alarcón y la literatura de viajes Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) alcanzó notorie-dad de reportero durante la campaña de África, el primer confl icto bélico en el que los mandos castrenses españoles se valieron de estrategias mediáticas de manera delibera- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 42 sión de viajar a Italia en compañía de Charles Yriarte le lleva a Ginebra, luego al valle de Chamonix movido por la curiosidad de contemplar el Mont Blanc y, remontando su andadura, al Cantón de Valais para entrar de ese modo, tras superar el Puerto del Simplón, en aquella Italia ya libre de la tiranía de los austríacos. Alarcón es tan solo el primero de una serie de escritores españoles que se aproximarán a Italia, ese “volcán que revienta” como lo defi ne en su prólogo (1861: VIII), acuciados por el interés de documentar el proceso de unifi cación del nuevo Estado que está surgiendo al sur de los Alpes5. Alarcón no abandonará en el futuro el gusto por la narrativa de viajes, si bien en ninguna de las obras suc-esivas que cabe adscribir a dicho género – La Alpujarra (1874), Mis viajes por España (1883) y Más viajes por Es-paña (1891) – mostrará parecida ambición periodística por dejar constancia escrita de la fugacidad de sucesos que confi guran la historia inmediata. Un viaje de indagación social El Capt. 1 de De Madrid a Nápoles se enmarca en Francia, cuya visita por parte de Alarcón se confi gura como una incursión hacia el futuro. Explicitamente defi ne aquella estancia como “un viaje al porvenir de nuestro pueblo” (1861: VIII), siendo París el modelo al que aspira la sociedad española decimonónica. Había viajado a la capital por vez primera en 1855, desde donde envió cróni-cas destinadas al periódico madrileño El Occidente dando noticia sobre la Exposición Universal que se celebró aquel año (Pardo Canalís, 1991: 8-9); pero un lustro más tarde, el choque del escritor andaluz con aquella realidad fue traumático: el Alarcón tradicionalista, opuesto a la so-ciedad industrial y defensor de valores conservadores, se fragua tal vez en este contacto fallido con el progreso y la civilización moderna, con el París que se erige en em-blema de la civilización moderna y de la modernidad que Alarcón teme que se imponga como modelo social en todo Occidente (López, 2008: 174-179). El tradicionalismo del escritor de Guadix poco sintoni-za a su vez con la Roma pontifi cia a cuya agonía asistirá al término de su viaje y de la que queda igualmente desen-cantado. Tal rechazo lo subraya todavía más al contrapon-er la postración en la que ve sumidos a quienes sufren todavía la administración de los Estados de la Iglesia, con la exaltación de los italianos libres, de la que ha sido tes-tigo al recorrer los territorios bajo la tutela de los Saboya antes de poner pie en territorio papal. Entre ambos ex-tremos, París y Roma, el autor se muestra confusamente equidistante: Sepamos quien tiene razón; si París o Roma; si los dos, o si ninguno. Estudiemos los inconvenientes del Impe-rio y los del Papado. Comparemos las iniquidades de la libertad y las de la tiranía. Veamos dónde está más degradada la humanidad, si bajo el yugo de un positiv-ismo grosero o bajo el yugo de un fanatismo irracional (Alarcón, 1861: VIII). da. En 1859 sentó plaza el guadijeño como voluntario en las tropas españolas que, en su avance hacia Tetuán, com-batieron al ejército del Sultán marroquí. Aprovechando su posición privilegiada en la primera línea del frente, re-dactó crónicas periodísticas en las que daba cuenta de los éxitos de la expedición militar bajo el mando supremo del general Leopoldo O’Donnell. Dado el interés con que los lectores españoles siguieron sus artículos, el mencionado material periodístico se recogió más tarde en el volumen Diario de un testigo de la guerra de África (1859), que co-sechó de inmediato gran fortuna editorial3. El prólogo, que al mismo tiempo constituye una dedi-catoria de la obra al general Antonio Ros de Olano, lleva la fecha del 2 de diciembre de 1859, cuando aún había de llegar la victoria de Wad-Ras tras la cual se entablaron las negociaciones de paz que concluirían con el Tratado de Tetuán. En estas páginas preliminares, el cronista-solda-do anticipa a los lectores de su obra que en ella se propone recoger “el diario de mis impresiones y pensamientos du-rante la guerra; la crónica de lo que vea y medite; la de-scripción de los lugares que recorra y de los acontecimien-tos a que asista” (Alarcón, 2005: IV). Pasa a un se gundo plano el objetivo de facilitar las claves de un confl icto que propicia un clima de fervor patriótico, mientras que el autor admite en cambio querer “hacer viajar conmigo al que me lea” (2005: IV). Es esta toda una declaración de principios que encaja con los acostumbrados propósitos de quien desde antaño decide poner por escrito la propia ex-periencia nómada. José F. Montesinos ha defi nido a Alarcón como “un hombre de ojos” (1977: 17), poniendo de relieve una cuali-dad que ha favorecido su talento para la descripción4. Es este un rasgo con el que concuerda Juan Luis Alborg, que destaca en Alarcón el hecho de que “poseía una podero-sa retina de pintor particularmente dotada para captar el detalle plástico y apresar el rasgo lleno de vida y mo-vimiento” (1996: 513). Lo demostrará el escritor andaluz también en la obra sucesiva: De Madrid a Nápoles (1861), que Pardo Bazán defi ne como el resultado literario de “un viaje en toda regla” (Pardo Bazán, [s.a.]: 37). Fue este tex-to, a su vez, el resultado de un Viaje de recreo, realizado durante la guerra de 1860 y sitio de Gaeta en 1861, como se lee en el subtítulo. Tendrá de nuevo trasfondo bélico, si bien en esta ocasión Alarcón no queda implicado en la guerra por la unifi cación italiana más que como especta-dor distanciado de los hechos, sin ir deliberadamente en su busca, tal como admite en el prólogo: Creo que el que busca los hechos casi nunca los halla, y que es mejor pararse en una esquina y aguardar a que pasen delante de uno. Todo el que penetra en las cosas, las violenta y desnaturaliza. Yo prefi ero dejarlas ma-nifestarse espontáneamente (1861: IX). Con frecuencia los viajeros decimonónicos no eligen el itinerario más razonable y directo para llegar a destino, sino que acaban optando por la distancia más larga entre dos puntos. El caso de Alarcón no es excepcional: la deci- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 43 En estas líneas del prólogo se encierra el objetivo de-clarado de un viaje que nada tiene de recreo (desmintien-do el largo subtítulo de la obra) y que se confi gura, en cambio, como vía directa al conocimiento de un modelo de sociedad que avanza imparable, frente a una anacrónica teocracia secular que agoniza en el corazón del Mediter-ráneo. Aunque el relato de viaje de Alarcón parece apuntar a una tesis de naturaleza ideológica, su autor muestra cau-tela llegada la hora de manifestar abiertamente las propi-as convicciones. Actúa de manera deliberada, incitando a que sea el lector quien saque las debidas conclusiones tras la lectura de sus notas de viaje. Quiere hacerlo partícipe de su experiencia y evitarle, en cambio, el condicionami-ento de un punto de vista interpretativo que ha sumido en el desconcierto al mismo Alarcón (1861): haré que me acompañéis en mi viaje; os daré mis im-presiones con preferencia a mis raciocinios; recorreréis conmigo la Italia y la Francia; veréis lo que yo he visto; oiréis lo que yo he oído; me seguiréis a todas horas; os pasará lo que a mí me ha pasado; sentiréis induda-blemente las indignaciones, las alegrías y las tristezas que yo he sentido, y de esta manera, al fi nal de nuestra peregrinación, tendréis las ideas que yo tengo y podré-is, si se os antoja, publicar la obra dogmática, el folleto político o el ensayo fi losófi co que yo no me atrevo a escribir hoy (1861: IX). De Madrid a Nápoles, que constituye un espejo de cu-anto ve a su paso el autor y es compendio de una realidad heterogénea, se impone como instrumento auxiliar que hace posible que el lector viaje de modo virtual. Alarcón no busca agradar a los lectores por sus méritos descrip-tivos, sino que le basta con que se embelesen ante la reali-dad que ha quedado plasmada en las páginas de su obra: “quiero que viajen, no que me lean; que miren, no que me oigan; no les presento una pintura, sino un espejo; no les ofrezco una copia de los objetos, sino un lente para que los vean por sus propios ojos” (1861: 206). En busca de un formato textual En las páginas introductivas de los textos a los que nos hemos aproximado se hace explícito en ambos el de-seo insistente, por parte de Alarcón, de que el lector lo ‘acompañe’ en su viaje. El autor experimenta con distintas estrategias redaccionales con el objetivo de hacer revivir la emoción de su experiencia al interlocutor pasivo que toma el libro entre sus manos. La más destacable constituye el trasvase al texto de las hojas de su cartera de viaje, “llenas de apuntes insus-tanciales, inconexos, acerca de mis aventuras propias” (Alarcón, 1861: IX). La obra fi nal se confi gura en buena parte como un producto que surge de la sensación inme-diata, de la que deja constancia el autor en sus notas es-critas a lápiz en el libro de memorias que redacta en “los mismos sitios y en los mismos instantes a que hacen re-ferencia” (1861: 106 y 231). Es esta una idea sobre la que volverá en Historia de mis libros al evocar la técnica de escritura adoptada para De Madrid a Nápoles, destacan-do el hecho de que fue redactado verdaderamente en los propios sitios o ante las propias obras de arte que menciona, y tanto es así, que aún conservo los álbumes de bolsillo en que fui apuntando con lápiz, muy extensamente, y d’aprés na-ture, los caracteres, rasgos fi sonómicos y circunstan-cias accidentales de cada cosa, así como los arranques, exclamaciones o juicios de impresión que me inspiró a primera vista (Alarcón, 1943: 15). Es por tanto un proceso que, de dar crédito a las pala-bras del autor, ha llevado a cabo sometiendo tales apuntes a una revisión muy superfi cial, limitándose a ofrecer a sus lectores la redacción en bruto: “El libro está por escribir. De este volumen a un libro hay la misma distancia que del mineral a la moneda” (Alarcón, 1861: X). Con ello tra-ta de conservar la misma frescura y espontaneidad con la que se redactaron aquellas notas dispersas y hetero-géneas que garabateó en el transcurso del viaje. Aunque cabe suponer que Alarcón sometió el texto a un proceso mínimo de reescritura antes de darlo como defi nitivo a la imprenta, son frecuentes los pasajes en los que intenta transmitir al lector la ilusión de tener entre sus manos la primicia de un raro work on progress, haciéndolo partícipe del proceso germinal de su escritura. El proceso es, en realidad, más complejo. En la obra lista para la imprenta, que sin duda fue sometida a una intensa labor de revisión, se funden heterogéneos materi-ales textuales. Distinguimos, por una parte, los apuntes personales tomados al hilo del viaje y que, como se ha di-cho, algunas veces se trasvasan directamente al texto; así, por ejemplo, aquellos en los que describe los sentimientos que le asaltan al contemplar la caída de la noche sobre el Mont Blanc, la víspera de abandonar Chamonix6. A estas notas tomadas en la inmediatez de los hechos, se agregan otros materiales, muchos de los cuales introducen voces distintas en el texto: incorporación de textos literarios de otros autores – la navegación por el Lago de Ginebra fa-vorece, por ejemplo, la inclusión de largos fragmentos del Childe Harold’s Pilgrimage de Lord Byron que Alarcón mismo traduce (1861: 95-96) –; la transcripción de pasajes de carácter enciclopédico que toma de la guía Bædeker que le acompaña en su viaje7 y que vierte al castellano – véase al respecto la larga descripción del fenómeno gla-ciar del que le urge dejar constancia tras la excursión por el Mar de Hielo del Mont Blanc (1861: 111-114) –; notas que derivan de textos especializados – así las noticias relativas a Arnaldo de Brescia que encontramos en nota a pie de página y que confi esa vagamente haber sacado de un “diccionario biográfi co” (1861: 280) –. A la polifonía de su texto contribuye también la incorporación de otros muchos materiales que observa a lo largo de su viaje: la reproducción de un cartel que anuncia un espectáculo tea-tral (1861: 398), rótulos curiosos (1861: 438), graffi tis que PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 44 lee en las paredes de las calles por las que pasa y que transcribe en las páginas de su cuaderno de viaje antes de que los cancele el paso del tiempo (1861: 389, 400 y 401) e incluso las palabras que escucha al azar en sus paseos por las callejuelas de Venecia (1861: 307 y 328). Todo le resulta curioso y llamativo, digno de tener cabida en su obra, por lo que no duda en amalgamar estos materiales heterogéneos dando pie a una experimentación formal. En algunas partes de su obra se ajusta a las formas convencionales propias del diario de viajero y llega a adoptar, en los últimos capítulos, las que son caracterís-ticas del género epistolar. Ello ocurre a partir del Capt. X, cuando Alarcón pone por escrito sus primeras impre-siones romanas y se dirige a un impreciso “Inolvidable amigo” (1861: 514). En este recae parte de la responsabili-dad de la redacción de la obra, pues el guadijeño recuerda que en víspera de partir para Italia: “[me exigiste] que te escribiese una carta diaria” (1861: 514). Ruega Alarcón al amigo que conserve las cartas que le ha estado enviando, pues estas le serán de ayuda cuando redacte el volumen (1861: 514). La identidad de este misterioso destinatario se aclara al rememorar una velada con amigos españoles en el Caffè Greco8: también te recordaban a ti en el Café Greco, ¡oh Ger-mán Hernández, mi buen amigo, que pasaste allí tan-tos años, de codos en aquellas mesas, dejando fl uctuar tu espíritu entre las ilusiones del arte y las melancóli-cas memorias de la patria; a ti, el idólatra de la belleza pagana, que no supiste abandonar a Roma sin hacer de una de sus hijas la compañera de tu existencia!... Allí te recordaban y allí te recordé, porque muchas veces me habías hablado de aquel ahumado templo, de tus ilusiones de artista! (1861: 557). Los últimos dos capítulos de la obra, centrados respec-tivamente en las ciudades de Roma y de Nápoles, enmar-cados temporalmente en las fechas del 22 de diciembre de 1860 y del 25 de enero de 1861, mantienen intacta la forma epistolar. De Madrid a Nápoles es una obra en la que Alarcón experimenta, como acabamos de comprobar, con variados formatos textuales. Conviven en ella el diario, la epístola, los apuntes del natural tomados en el transcurso del viaje y las descripciones reelaboradas al regreso a casa. Com-bina tales materiales con la armonía de un collage en el que cada elemento se subordina a un efecto que deriva del conjunto, conservando al mismo tiempo sus característi-cas textuales peculiares. Consigue, de ese modo, una obra amena que presenta formas y ritmos descriptivos vari-ados mediante un formato textual que no se alterará en la reescritura de la segunda edición, aparecida en 18789. Una fi losofía del viaje La mejora de las vías de comunicación, la expansión del ferrocarril, el nacimiento de una clase media con capacidad económica sufi ciente para poder ambicionar al enriquecimiento cultural y cosmopolita del que en el pasado reciente habían disfrutado de modo exclusivo los aristócratas del Grand Tour, el éxito de la compañía de Thomas Cook (ya consolidado a mediados de siglo) cuya creación fue decisiva para dar con un modelo empresarial que facilitara la coordinación de los muchos y heterogé-neos elementos que entraban en juego en la industria turística ya desde sus inicios, la existencia de una red efi ciente de establecimientos hoteleros, el nacimiento del género editorial de la guía (que alcanzó una gran difusión gracias a la calidad de las obras propuestas por Murray y Bædeker), son todos ellos factores que favorecieron el auge del turismo a lo largo del siglo XIX (Buzard, 1993: 47-79). Como tantos otros viajeros europeos del s. XIX, Alarcón observa con mezcla de curiosidad y de desdén a los turistas que encuentra en su viaje y a los que cata-loga en todos los casos con el galicismo touriste (Alarcón, 1861: 109, 292, 475 y 566)10, pese a que, por lo general, se trata de ingleses con los que tropieza en los lugares más impensables. La fi losofía de viaje de Alarcón entra en confl icto con la de quienes se desplazan por el continente y que encuentra a lo largo de su periplo europeo. Alarcón rechaza la plani-fi cación y su viaje es el resultado de quien se mueve de-liberadamente dejándose llevar por el azar, la casualidad y el hedonismo: “he rodado por las ciudades y los cami-nos a merced de mi capricho, en vez de supeditarme a un plan de observación, de estudio, o cuando menos de viaje” (1861: IX). Desdeña, en cambio, el itinerario turístico y to-dos aquellos elementos que restan sorpresa y maravilla a la exploración viajera (1861: 94), al tiempo que privilegia lo imprevisible, algo que hay que poner en relación con el pasaje de su prólogo que acabamos de citar. En este sentido destaca el placer que como viajero le produce el partir “a la buena de Dios” (1861: 97). Es una idea recur-rente que trasluce en muchos otros lugares, como cuando recién llegado a Venecia evita el auxilio de quienes le of-recen acompañarlo a un hotel cercano a un lugar célebre: “Yo no quería probar las delicias de Venecia por medio de terceros o corredores. Prefería buscar a la deidad por mí mismo, aun a riesgo de que, desdeñosa, me ocultase al principio su hermosura” (1861: 297). El viaje es para el escritor guadijeño un instrumento de valor pedagógico. Alarcón e Yriarte, en compañía de Jusuff, pasean por las calles de Turín y observan aten-tamente detalles y comportamientos, con lo que, de ese modo, el lugar habla “a pesar suyo” (1861: 178). En este sentido, se confi gura como un observador deductivo: a partir de la observación, se adquieren unas certezas que “llevaréis eternamente en lo íntimo del espíritu” (1861: 178) y concluye que “Si algo enseñan los viajes es preci-samente esto” (1861: 178). Es todo él un fragmento muy interesante, pues incluye una larga lista de elementos que son los que han llamado la atención del viajero en su pa-seo por la turinesa Via Po, que se transmuta, de acuerdo con su defi nición metafórica, en un “cosmorama” (1861: 179). Del gusto por la observación de los detalles, de las “menudas circunstancias”, escribirá por extenso el autor PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 45 al dar noticias de su estancia romana (1861: 586). Una vez en Ginebra, tras haber dejado atrás la aborre-cida París, se produce el choque con la explotación turísti-ca del territorio y su consiguiente decepción: “¡Qué grato me hubiera sido venir a Suiza, cuando Suiza era bella sin saberlo; cuando aún no había hecho una mercancía de sus naturales encantos!” (1861: 94). Es una actitud que delata la nostalgia del autor por los tiempos en los que se corrían verdaderas aventuras de viaje y que lo emparenta, entre otros literatos viajeros, a Gérard de Nerval (Pera, 1998: 511-512). Esta predilección por la aventura y el riesgo le persuade a abandonar el territorio helvético tan pronto le resulte posible y escapar al encuentro de los recónditos parajes del Valle de Chamonix: Yo no sentía ninguna gran curiosidad de recorrer to-dos aquellos puntos que las Guías y los ciceroni me describían como muy deliciosos. Estaban tan previstas y consignadas las emociones que se esperimentan en cada punto del lago; se ven en Ginebra tantos graba-dos y fotografías de sus más insignifi cantes parajes; érame tan notoria la historia de uno y otro lugar; ha-bía, en fi n, tanto de rutinario y de normal en aquella escursión, hecha a gusto del capitán del vapor que lo llevase a uno, en compañía de otros cien touristes des-conocidos, sin poder detenerse donde le agradara ni buscar a las cosas otro punto de vista que el prefi jado por la costumbre, que preferí las espediciones en mulo que me aguardaban en medio de las nieves, solo, libre, entregado a mis contemplaciones y luchando a cada momento con accidentes imprevistos (1861: 94). La previsibilidad de las expectativas de cuanto le de-parará una meta geográfi ca al término de la etapa, unido al bagaje de las muchas impresiones y testimonios per-sonales, que se han tejido en torno a ella y que el viajero lleva consigo, lo inmunizan y hacen que muestre insensi-bilidad frente a las excelencias del lugar11. Queda constancia, en De Madrid a Nápoles, de los con-tactos esporádicos de Alarcón con los turistas. Son, a gran-des rasgos, encuentros que suscitan su desaprobación, en los que les reprocha a menudo una conducta indecorosa. Así sucede en Isola Bella, donde las “touristes inglesas” (1861: 154)12 demuestran una elemental falta de respeto hacia los isleños al entrar con desenfado en la iglesia y examinar una a una sus capillas, sin importarles que se esté desarrollando en aquel momento una ceremonia re-ligiosa. Es la misma actitud de repulsa que le suscita el hábito de los turistas británicos que, poco a poco, han ido cancelando la huella del paso de Napoleón por el palacio de la isla, arrancando la corteza del laurel monumental en que éste había dejado grabada la palabra Battaglia la vís-pera del combate de Marengo (1861: 155). Contempla asi-mismo con superioridad a quienes adquieren en Verona, “a peso de oro” (1861: 292), pequeños recuerdos alusivos al pretendido sarcófago de Julieta. De algún modo rece-la de estas presencias intrusas que transforman el lugar por el que pasan, hasta el punto de favorecer incluso una economía que explota los deseos de los mismos turistas. Eso no quita que el autor termine dejándose arrastrar por la corriente, incurriendo en tales actos de turista proclive al fetichismo e incluyéndose fi nalmente a sí mismo entre quienes cometen similares acciones censurables: “el [lau-rel junto a la Tumba de Virgilio] que hoy lo ha sustituido, plantado por Casimiro Delavigne, desaparecerá también, a causa de la costumbre que tienen o tenemos todos los viajeros de arrancarle una hoja cada vez que lo visitamos” (1861: 621). Alarcón se hace eco de un ideal que la modernidad ha relanzado: la esperanza de que el paso del viajero no ter-mine alterando el modo de vida del entorno que se atra-viesa. Le disgusta el hecho de que la sociedad termine plegada a los deseos de los turistas o a su explotación, tal como advierte al llegar a la capital de la Toscana: “Flo-rencia es un pueblo parásito que se nutre de los estranje-ros. Yo creo que hay establecida en la Toscana una vasta asociación cuyo solo objeto es explotarlos” (1861: 487). En Verona, otro de los iconos del turismo internacional ya a mediados del s. XIX, Alarcón, tal como hemos apuntado, censura la banalización de la cultura que se doblega a una demanda masiva de los visitantes, burlándose sutilmente de las explicaciones del joven muchacho que muestra la supuesta sepultura de Julieta: penetra en la vida pronunciando a todas horas y sin comprenderlas las dos palabras sacramentales de los humanos destinos, amor y muerte, sabe de memoria el argumento de la tragedia del inmortal Guillermo, y cuenta las cosas con tanto aplomo, inocencia, natu-ralidad y gracia, que hay momentos en que cree uno que Capulet, Montagu, Scalus, Baltasar, Mercutio y Gertrudis existen todavía; que Romeo, Julieta y Pa-ris murieron hace dos o tres años, y que este chico se acuerda vagamente de ellos y de su trágico fi n, como de una cosa que sucedió cerca de su cuna (1861: 292). En las reacciones de Alarcón como viajero advertimos actitudes contradictorias, que Fernández Cifuentes ha llevado al extremo de tachar como falaces (1991: 16-17). Rechaza abiertamente el instrumento de la guía turística, que a mediados de s. XIX se ha erigido ya en símbolo de un nuevo modo de viajar, y toma distancias con respec-to a este novedoso género editorial. Tal actitud equivale al rechazo a la estandarización del viaje que la guía im-pone a todos los viajeros que de ella se sirven, en lo que coincide con Enzensberger cuando advierte que el viaje se ha transformado en mercancía (1998: 40). No quiere ser confundido con un ramplón autor de guías: “yo no escribo la Guía de Turín, sino mis propias impresiones” (1861: 195). Y, sin embargo, a menudo este género de textos se hallan presentes a lo largo de su viaje: “Caballero echaba entre tanto cuentas con una Guía en la mano y murmura-ba gozosamente: -¡Pasado mañana en Roma!” (1861: 492). Es más, dicho auxilio bibliográfi co llega a formar parte integrante de sus hábitos como viajero, hasta el punto de que, antes de adentrarse en la capital del Piamonte, hace PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 46 que le traigan una guía y un plano, al tiempo que un co-nocedor de la ciudad le brinda una descripción primaria de corte enciclopédico que se funde con el texto (1861: 167- 168). Cae, por tanto, en la misma actitud contradictoria de Rubén Darío, que lucha por librarse del cliché y usos del turista sin lograr conseguirlo (Pera, 1998: 513). Conclusiones Al publicar De Madrid a Nápoles (1861) Pedro Antonio de Alarcón nos brinda un documento de notable interés para poder calibrar la visión crítica que un intelectual de mediados del s. XIX, avezado a los viajes, tenía del fenó-meno de la incipiente industria turística. La valoración que lleva a cabo Alarcón es negativa, por cuanto advier-te que está desapareciendo el modelo de viajero capaz de afrontar el riesgo y los imprevistos que, hasta pocas dé-cadas antes, comportaba cualquier desplazamiento por el continente europeo. Lamenta que las metas geográfi cas de mayor belleza e interés estén sucumbiendo al turismo organizado de acuerdo con el modelo británico, restando de este modo valor a la experiencia del viaje, un acto que el escritor de Guadix concibe como exploración de un te-rritorio y de una cultura ajena. Al mismo tiempo alerta sobre la modifi cación del entorno que la expansión del tu-rismo está comportando. De modo simultáneo, Alarcón alimenta desconfi anza respecto a los instrumentos a los que está supeditado el turista. Sobre todo por lo que se refi ere a la guía turística cuyo arquetipo Murray y Bædeker pusieron en circula-ción, ya en la primera mitad del s. XIX, con notable éxito editorial. El escritor guadijeño condena tales textos por su capacidad para allanar difi cultades y crear expectati-vas, difi cultando que sea el propio viajero quien ponga a prueba su talento para hacer frente a las adversidades del camino y sobre todo crear su propia vía al conocimiento geográfi co y sociocultural. En este sentido cabe destacar el concepto de instrumento para la formación de la per-sonalidad que el viaje reviste para Alarcón, el cual huye por lo demás del prejuicio y de las ideas preconcebidas de las que la guía turística se convierte en un temible instru-mento de transmisión. Pese a tales convicciones de principio, Alarcón no per-manece inmune a la seducción de los productos que la in-dustria editorial está creando, aquilatando y divulgando en aquellos mismos años con el objetivo de favorecer el disfrute turístico. A lo largo de su viaje echa mano repe-tidamente de la guía e incluso saca abundante partido de ella para la redacción de su propia obra. Desde este punto de vista, Alarcón presenta similitudes con nume-rosos escritores-viajeros contemporáneos que comparten con el andaluz el temor ante el avance arrollador de la industria turística y que, al mismo tiempo, sucumben a las comodidades y facilitaciones que esta propicia. Alar-cón es el paradigma de quien evoca con nostalgia el viaje romántico (de cuya caducidad tiene plena conciencia) y se amolda a la modernidad y a las ventajas que brinda la so-ciedad industrial, por más que lo haga con desconfi anza y lamentando que viejos estilos de vida hayan desaparecido de modo defi nitivo. Como autor de libros de viajes, Alarcón no duda en experimentar con un formato textual nuevo. Manifi esta rechazo explícito a escribir una guía turística y busca en cambio la construcción de un texto en el que el lector que-de atrapado, dándole la ilusión de estar acompañando al autor en su viaje. Al respecto, no ahorra estrategias re-daccionales que aporten vivacidad a la descripción y vero-similitud al relato. Funde para ello formas tradicionales, como son el diario, el género epistolar o la presentación en bloque de datos enciclopédicos propios de las obras eru-ditas, con un texto innovador que deriva de la visión pe-riodística de quien deja constancia escrita de encuentros ocasionales, conversaciones y estampas aparentemente nimias que permitan que el lector construya, partiendo de sus propias deducciones, un cuadro de aquella realidad que no conoce por experiencia personal, pero en la que ha logrado entrar de la mano del autor. Es Alarcón, desde este punto de vista, un precursor excepcional de la moder-na narrativa de viajes. Bibliografía Alarcón, Pedro Antonio de 1861 De Madrid a Nápoles. Madrid: Impr. y Libr. de Gas-par y Roig. Alarcón, Pedro Antonio de 1943 “Historia de mis libros”. En Martínez Kleiser, Luis (Ed.), Obras completas (pp. 3-28). Madrid: Ediciones Fax. 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Es decir, que, dedu-cidos gastos de impresión, y aunque aquellos señores se por-taron conmigo espléndidamente (pues que, motu proprio me dieron doble cantidad de la contratada), el benefi cio líquido del negocio pasó, para ellos, de noventa mil duros” (1943: 14). V.q. Martínez Kleiser (1943: 53-54). 4 También Julio Romano insistirá en este aspecto: “Los viajes, para un observador tan agudo y sagaz como Alarcón, eran es-pléndidas cacerías visuales” (1933: 131). 5 En el último cuarto de siglo registramos la publicación de las siguientes obras: Emilio Castelar, Recuerdos de Italia (1872 y 1876); José de Lasa, De Madrid al Vesubio (1873); Benito Pérez Galdós, Viaje a Italia (1888); Vicente Blasco Ibáñez, En el país del arte. Tres meses en Italia, (1896); Gregorio Iribas y Sánchez, Viaje por Italia y Suiza, pasando por el mediodía de Francia (1897). 6 No oculta este trasvase crudo, sino que lo explicita al lector. Apunta lamentando la falta de luz por la llegada de la noche: “no puedo descifrar la última línea que escribí o quise escribir a tientas en esa hoja de mi cartera de viaje» (1861: 122). 7 A la que se refi ere en cierta ocasión como la Guía del viajero en Suiza (Alarcón, 1861: 123). Es en realidad, tal como hemos constatado, la versión francesa que lleva por título; La Suïsse, les lacs italiens, Milan, Turin, Gênes et Nice. Manuel du voya-geur, Bædeker, Coblenz, 1859 (4ª edic.). 8 Remitimos a Hernández Latas (2011) para más noticias so-bre los contertulios habituales en el célebre establecimiento romano. 9 Las variantes y omisiones obedecen a otro tipo de causas, tal como señala Liberatori (1981: 66): “ha eliminato alcuni brani romanzeschi che ben diffi cilmente sarebbero stati accettati da un lettore di fi ne secolo; in altri casi, al contrario, i cambia-menti riguardano impressioni personali su fatti politici che avrebbero resa ancora più diffi cile la sua posizione». 10 Fernández Cifuentes incurre en distracción al afi rmar que se registra tan solo una vez el galicismo en el conjunto de la obra del escritor de Guadix: “En sus cuatro libros de viajes (que ocupan casi el doble de páginas que sus novelas, y bastante PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 48 más del triple que sus libros de cuentos o de ‘otros escritos’), Alarcón solo utiliza una vez la palabra turista. Lo hace todavía en francés y en cursiva, pero ya en plural – touristes – como si previera la equivalencia de turismo y multitud” (1991: 16). 11 Tales divagaciones se suprimieron a partir de la segunda edición, que se publicó en 1878. 12 Estas turistas a las que en otro lugar aludirá, de modo burlesco, con el epíteto de fashionabilísimas inglesas (1861: 464). Recibido: 10/1/2012 Reenviado: 22/2/2012 Aceptado: 27/2/2012 Sometido a evaluación por pares anónimos
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Título y subtítulo | La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861) de Pedro Antonio de Alarcón |
Autor principal | Canals, Jordi |
Publicación fuente | Pasos. Revista de turismo y patrimonio cultural |
Numeración | Volumen 10. Número 4 |
Sección | Artículos |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | El Sauzal, Tenerife |
Editorial | Universidad de La Laguna |
Fecha | 2012-05 |
Páginas | pp. 039-048 |
Materias | Turismo ; Patrimonio cultural ; Publicaciones periódicas |
Enlaces relacionados | Página web: http://todopatrimonio.com/revistas/101-pasos-revista-de-turismo-y-patrimonio-cultural |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 254957 Bytes |
Texto | © PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121 Vol. 10 Nº 4. Special Issue. págs. 39-48. 2012 www.pasosonline.org La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861) de Pedro Antonio de Alarcón Jordi Canalsi Università degli Studi di Trento (Italia) i E-mail: jordi.canals@lett.unitn.it Resumen: Pedro Antonio de Alarcón, autor de la crónica de viajes que lleva por título De Madrid a Nápoles (1861), se presenta a sí mismo en sus páginas como un observador crítico del incipiente fenómeno del turismo organizado, en torno al cual disemina en el texto numerosas observaciones. Alarcón enjuicia también de modo negativo los nuevos auxilios edito-riales que, tales como la guía turística, cuentan con el favor creciente de los viajeros de mediados del siglo XIX. Desde un punto de vista formal, la obra se presenta como una hibridación de géneros que une estrategias redaccionales que derivan de la innovadora crónica periodística, clichés formales propios de la narrativa tradicional de viajes (básicamente las que entroncan con el diario y el epistolario), coexistiendo todo ello con abundantes notas en estado bruto del viajero que va dejando constancia periódica de sus impresiones en su diario personal. Palabras clave: literatura de viajes, turista, viajero, guías turísticas Title: Tourist / traveller dichotomy in Pedro Antonio de Alarcón’s De Madrid a Nápoles (1861) Abstract: Pedro Antonio de Alarcón, the author of the book entitled From Madrid to Naples (1861), appears in its pages as a critical observer of the emerging phenomenon of organized tourism, around which he makes numerous remarks in his work. Even new editorial tools, such as tourist guides that were increasingly used by travelers in the mid-nineteenth century, are considered by Alarcón in a negative way. From a formal point of view, Alarcón’s book is a hybridisation of genres that summons innovative journalistic writing skills, literary patterns already experienced in classical travel writing (concerned mainly with diary and epistolary genres) and a great deal of sketches taken d’après nature by the traveler and kept in his notebook. Keywords: travel writing, tourist, traveler, tourist guide PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 40 Introducción En la literatura contemporánea que gravita en torno al fenómeno cultural del viaje es constante el intento de los autores occidentales de tomar distancias respecto al estereotipo del turista, entendido este como “el producto y el cliente de estructuras comerciales que administran el viaje de ocio de acuerdo con las exigencias de las empresas comerciales y su burocracia” (Pera, 1998: 509). La singu-laridad de la experiencia del viajero, que privilegia metas insólitas, aunque no necesariamente lejanas en el espa-cio, y que afronta dicho reto como un hito en el desarrollo formativo del individuo, se contrapone a la actitud homo-logada de la masa de turistas que se desplaza de modo planifi cado a destinos turísticos impuestos por modas que obedecen a ritos sociales y condicionamientos de carácter económico. Ha calado hondo tal distinción, hasta el punto de que los estudiosos del lenguaje del turismo han advertido en las publicaciones especializadas en el sector de los viajes la tendencia editorial al reemplazo generalizado del sus-tantivo turista, lo que comporta por parte de periodistas y redactores la búsqueda de alternativas léxicas menos marcadas. Limitándose al análisis de medios españoles, Maria Vittoria Calvi (2000) ha puesto de relieve la tendenza a sostituire il termine [turista] con altri vicini che si distinguano dall’immagine più stereoti-pata. Si osserva ad esempio una netta prevalenza del termine viajero, di signifi cato più ampio (“colui che viaggia”) rispetto a turista, ma che soprattutto rich-iama modalità di turismo meno standardizzate e più orientate alla ricerca personale: come abbiamo visto, la condizione di viaggiatore viene contrapposta a quel-la di turista, e rivendicata da scrittori e intellettuali (2000: 62). Es esta una actitud editorial que refl eja el tan extend-ido rechazo al turista, que se confi gura como objetivo pre-dilecto de la censura promovida por sectores intelectuales, tal como apunta Dean MacCannell (2005: 13), uno de los padres fundadores de la sociología científi ca del turismo. Con él se alinea Hans Magnus Enzensberger, para quien el turista se ha convertido en una de las fi guras sociales más condenadas y caricaturizadas por la cultura de nues-tro tiempo (1998: 27). El sustantivo español turista deriva del inglés tourist que, a su vez, se remonta al postverbal francés tour (vid. DCECH, s.v. torno). De la palabra homónima inglesa, que denota ‘viaje’ (y ya no, como en francés, ‘vuelta, paseo’), se formaron por derivación tanto el sustantivo tourism como tourist. Se ha documentado por vez primera el sustantivo inglés tourist en Remarks Made in a Tour from London to the Lakes of Westmoreland and Cumberland (1792), texto en el que Adam Walker, al describir el tramo de sendero que de Patterdale lleva a Keswick, teme que el silencio del paraje y la armonía social de los lugares que atravie-sa puedan quedar alterados al paso del turista ruidoso: “Solitude and peace reign here undisturbed, except by the rattling tourist, who excites envy and false ideas of happi-ness among the peaceful inhabitants” (Walker, 1792: 82)1. Numerosos son los testimonios hispanos de la entrada de dicho anglicismo en nuestra lengua a lo largo del s. XIX2, por más que la RAE no recoja la voz turista en el diccionario académico sino hasta su edición 14ª (1914), donde la defi ne s.v. como “Viajero que recorre un país por distracción y recreo”. La necesidad de ir en busca de en-tretenimiento en los períodos de ocio y el placer que de-riva de tales escapadas, ha sido para los académicos de la RAE el rasgo distintivo que caracteriza al desplazamiento turístico y que presupone, por contraste, la existencia de otros muchos individuos pertenecientes a nuestra socie-dad que se desplazan movidos por intereses heterogéneos, pero en ningún caso por el gusto de afrontar la experiencia viajera. Desde su primera entrada, tal consideración per-sistirá en el conjunto de ediciones del diccionario de la RAE hasta llegar a la 22ª (2001), la más reciente hasta la fecha, y en la que sigue defi niéndose el turismo como la “Actividad o hecho de viajar por placer” y turista sencil-lamente la “Persona que hace turismo”. Contraponemos esta visión académica, en exceso re-ductiva, a la defi nición que proporciona la Organización Mundial del Turismo (WTO/OMT), la cual nos da indicios de la actitud sincrética con la que hoy en día se valora el difundido fenómeno social del turismo, que se interpreta como el conjunto de actividades que realizan las personas du-rante sus viajes y estancias en lugares distintos al de su entorno habitual, por un período de tiempo consecu-tivo inferior a un año, con fi nes de ocio, por negocio o por otros motivos, y no por motivos lucrativos (cit. en Calvi, 2006: 14). Bastaría con dar un vistazo a la actitud con la que al-gunos autores contemporáneos, pertenecientes a distintas tradiciones culturales, se aproximan al fenómeno del viaje para caer en la cuenta de que en nuestra época se ha prob-lematizado la dicotomía turista / viajero hasta cargar, des-de un punto de vista semántico, estos términos con muy otros signifi cados. Es por lo demás un binomio que, como hemos mencionado, percibimos con acusado carácter an-titético, si bien en tal distinción no entra necesariamente en juego el factor hedonístico que se supone comparten ambas categorías de individuos. El rasgo distintivo cabe buscarlo, en todo caso, en la mayor o menor empatía que estos muestran en su respectivo desplazamiento por el es-pacio: “turista – ha escrito Julio Llamazares – es el que viaja por capricho y viajero el que lo hace por pasión” (1998: 22). El primero sacia pronto el deseo de evasión con su deambular casual, mientras que el viajero lleva a cabo su acción por una determinada geografía a la que queda ligado de modo tan íntimo que el viaje acaba convirtién-dose incluso en acto introspectivo. Y es que para el escri-tor leonés cuenta poco la distancia que se recorre y mucho, en cambio, el fardo de referencias culturales y autobiográ- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 41 fi cas con el que se adentra en el microcosmos familiar, ya sea este el Valle del río Curueño, en el que se compendia gran parte de la geografía de su infancia, como la región portuguesa de Trás-os-Montes, tan desconocida pese a es-tar tan al alcance de su mano. La de Llamazares es una sintética defi nición que armoniza con la sublimación del viaje ‘doméstico’, aquel que se efectúa al llevar a cabo una incursión en nuestro pequeño mundo y que, en opinión de Claudio Magris, constituye la aventura que mayor riesgo comporta para el viajero: il viaggio più affascinante è un ritorno, un’odissea, e i luoghi del percorso consueto, i microcosmi quotidiani, attraversati da tanti anni, sono una sfi da ulissiaca (2005: XXI). Se desprenden de estas líneas los motivos que carac-terizan algunos de los rasgos distintivos del viaje: la con-ciencia del peligro inherente al viaje que se lleva a cabo con total implicación por parte del individuo; el retorno aventurero que tiene por referencialidad libresca la na-vegación de Ulises a Ítaca; la fascinación por todo aquel desplazamiento en el espacio, y en el fondo también en el tiempo, que entraña un desafío. Aunque la intención resulta en apariencia contradictoria, es completa la sin-tonía de las palabras de Magris con las de Paul Bowles, el novelista norteamericano que en las páginas iniciales de The Sheltering Sky (1949) incluye una larga disquisi-ción en la que se interroga en torno a la esencia del viaje y, convirtiéndose en intérprete de cuanto medita uno de los personajes protagonistas recién desembarcado en un puerto del norte de África, escribe lo siguiente: He did not think of himself as a tourist; he was a traveler. The difference is partly one of time, he would explain. Whereas the tourist generally hurries back home at the end of a few weeks or months, the travel-er, belonging no more to one place than to the next, moves slowly, over periods of years, from one part of the earth to another (2002: 6). Tarde o temprano el turista pondrá un día término a su viaje, mientras que para el viajero no existirá jamás, en defi nitiva, la seguridad de un regreso a casa. En el frag-mento se perfi la la imagen del viaje lineal, antítesis del viaje circular, en el que la trayectoria existencial del via-jero se proyecta hacia el infi nito: “Il viaggio deviene allora un cammino senza ritorno, alla scoperta che non c’è, non può e non debe esserci retorno” (Magris, 2005: XII). El autor de libros y reportajes de viajero vende a me-nudo al lector la ilusión de que se halla por encima del turista y ello por más que sea consciente de que terminará cayendo en parecidas trampas, como en el caso paradójico de los autores modernistas de América Latina asentados en Europa desde fi nes del siglo XIX (Pera, 1998: 513-514). Goza el viajero de una superioridad moral que estriba en cualidades excepcionales que lo distinguen de la masa homologada de turistas y de su insaciable “voracidad vi-sual”, de acuerdo con una célebre observación barojiana (Arbillaga, 2005: 433). Así, por ejemplo, en la capacidad para poder enfrentarse a la realidad con una sensibilidad distinta a la del turista o en su facilidad para dar con los rincones secretos a los que otros difícilmente podrían lle-gar. El viajero es también el individuo capaz de percibir lo trascendente en episodios aparentemente nimios de la vida cotidiana de los lugares por los que pasa: estampas que revisten importancia y a las que presta atención hasta el punto de que no olvida dejar constancia pormenorizada de ellas en sus cuadernos de viaje, sin dejarse cegar en cambio por los grandes iconos de atractivo monumental que le puedan salir al encuentro y que suscitan el rito de la sacralización colectiva por parte de la masa de turistas. El viajero es un ser dotado de sensibilidad superior, capaz de reparar en lo que pasará desapercibido al turista, al que el periodista argentino Lucio Vicente López así cari-caturiza en sus Recuerdos de viaje (1881): Ya veo la cara de un turista burgués, que ha regresado a Buenos Aires, contando la hazaña de haber trepa-do hasta el último peldaño de la cúpula del Panteón, ávido de una descripción catalogada o inventariada, contrariarse con una página cuyos actos principales son los pájaros, y meditar en la diferencia que existe entre ver estos personajes humildes, y la muy erudita de contar los pies de altura de la columna Vendôme. Por ahí no más, queriéndose salir de los puntos de la pluma, anda alguno de estos entes seráfi cos, que es-pulgan a Bædeker como si bebieran la crónica de lo desconocido en un papiro egipcio; echémosle a un lado para que la malicia no lo descubra, y volvamos a nues-tros pájaros (López, 1915: 149). En el fragmento se satiriza al nuevo rico adinerado que afronta el viaje como rasgo de distinción, que acata las prescripciones de la guía, de la que nunca se separa en el transcurso de su viaje, y que viaja con la convicción de que tal experiencia le será útil para adquirir de ma-nera natural la erudición indispensable con la que poder desenvolverse, al regreso a casa, en los círculos en los que aspira a poder integrarse en calidad de experimentado hombre de mundo. Llevaremos a cabo, acto seguido, una aproximación a la literatura de viajes de Pedro Antonio de Alarcón, pio-nero en la España decimonónica de este renovado género editorial sensible a las transformaciones sociales y cultu-rales. Juzgamos que constituye un testimonio clave para comprender la visión con la que el intelectual decimonóni-co enjuicia de manera crítica el turismo organizado que a mediados del s. XIX constituye un fenómeno consolidado. Alarcón y la literatura de viajes Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) alcanzó notorie-dad de reportero durante la campaña de África, el primer confl icto bélico en el que los mandos castrenses españoles se valieron de estrategias mediáticas de manera delibera- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 42 sión de viajar a Italia en compañía de Charles Yriarte le lleva a Ginebra, luego al valle de Chamonix movido por la curiosidad de contemplar el Mont Blanc y, remontando su andadura, al Cantón de Valais para entrar de ese modo, tras superar el Puerto del Simplón, en aquella Italia ya libre de la tiranía de los austríacos. Alarcón es tan solo el primero de una serie de escritores españoles que se aproximarán a Italia, ese “volcán que revienta” como lo defi ne en su prólogo (1861: VIII), acuciados por el interés de documentar el proceso de unifi cación del nuevo Estado que está surgiendo al sur de los Alpes5. Alarcón no abandonará en el futuro el gusto por la narrativa de viajes, si bien en ninguna de las obras suc-esivas que cabe adscribir a dicho género – La Alpujarra (1874), Mis viajes por España (1883) y Más viajes por Es-paña (1891) – mostrará parecida ambición periodística por dejar constancia escrita de la fugacidad de sucesos que confi guran la historia inmediata. Un viaje de indagación social El Capt. 1 de De Madrid a Nápoles se enmarca en Francia, cuya visita por parte de Alarcón se confi gura como una incursión hacia el futuro. Explicitamente defi ne aquella estancia como “un viaje al porvenir de nuestro pueblo” (1861: VIII), siendo París el modelo al que aspira la sociedad española decimonónica. Había viajado a la capital por vez primera en 1855, desde donde envió cróni-cas destinadas al periódico madrileño El Occidente dando noticia sobre la Exposición Universal que se celebró aquel año (Pardo Canalís, 1991: 8-9); pero un lustro más tarde, el choque del escritor andaluz con aquella realidad fue traumático: el Alarcón tradicionalista, opuesto a la so-ciedad industrial y defensor de valores conservadores, se fragua tal vez en este contacto fallido con el progreso y la civilización moderna, con el París que se erige en em-blema de la civilización moderna y de la modernidad que Alarcón teme que se imponga como modelo social en todo Occidente (López, 2008: 174-179). El tradicionalismo del escritor de Guadix poco sintoni-za a su vez con la Roma pontifi cia a cuya agonía asistirá al término de su viaje y de la que queda igualmente desen-cantado. Tal rechazo lo subraya todavía más al contrapon-er la postración en la que ve sumidos a quienes sufren todavía la administración de los Estados de la Iglesia, con la exaltación de los italianos libres, de la que ha sido tes-tigo al recorrer los territorios bajo la tutela de los Saboya antes de poner pie en territorio papal. Entre ambos ex-tremos, París y Roma, el autor se muestra confusamente equidistante: Sepamos quien tiene razón; si París o Roma; si los dos, o si ninguno. Estudiemos los inconvenientes del Impe-rio y los del Papado. Comparemos las iniquidades de la libertad y las de la tiranía. Veamos dónde está más degradada la humanidad, si bajo el yugo de un positiv-ismo grosero o bajo el yugo de un fanatismo irracional (Alarcón, 1861: VIII). da. En 1859 sentó plaza el guadijeño como voluntario en las tropas españolas que, en su avance hacia Tetuán, com-batieron al ejército del Sultán marroquí. Aprovechando su posición privilegiada en la primera línea del frente, re-dactó crónicas periodísticas en las que daba cuenta de los éxitos de la expedición militar bajo el mando supremo del general Leopoldo O’Donnell. Dado el interés con que los lectores españoles siguieron sus artículos, el mencionado material periodístico se recogió más tarde en el volumen Diario de un testigo de la guerra de África (1859), que co-sechó de inmediato gran fortuna editorial3. El prólogo, que al mismo tiempo constituye una dedi-catoria de la obra al general Antonio Ros de Olano, lleva la fecha del 2 de diciembre de 1859, cuando aún había de llegar la victoria de Wad-Ras tras la cual se entablaron las negociaciones de paz que concluirían con el Tratado de Tetuán. En estas páginas preliminares, el cronista-solda-do anticipa a los lectores de su obra que en ella se propone recoger “el diario de mis impresiones y pensamientos du-rante la guerra; la crónica de lo que vea y medite; la de-scripción de los lugares que recorra y de los acontecimien-tos a que asista” (Alarcón, 2005: IV). Pasa a un se gundo plano el objetivo de facilitar las claves de un confl icto que propicia un clima de fervor patriótico, mientras que el autor admite en cambio querer “hacer viajar conmigo al que me lea” (2005: IV). Es esta toda una declaración de principios que encaja con los acostumbrados propósitos de quien desde antaño decide poner por escrito la propia ex-periencia nómada. José F. Montesinos ha defi nido a Alarcón como “un hombre de ojos” (1977: 17), poniendo de relieve una cuali-dad que ha favorecido su talento para la descripción4. Es este un rasgo con el que concuerda Juan Luis Alborg, que destaca en Alarcón el hecho de que “poseía una podero-sa retina de pintor particularmente dotada para captar el detalle plástico y apresar el rasgo lleno de vida y mo-vimiento” (1996: 513). Lo demostrará el escritor andaluz también en la obra sucesiva: De Madrid a Nápoles (1861), que Pardo Bazán defi ne como el resultado literario de “un viaje en toda regla” (Pardo Bazán, [s.a.]: 37). Fue este tex-to, a su vez, el resultado de un Viaje de recreo, realizado durante la guerra de 1860 y sitio de Gaeta en 1861, como se lee en el subtítulo. Tendrá de nuevo trasfondo bélico, si bien en esta ocasión Alarcón no queda implicado en la guerra por la unifi cación italiana más que como especta-dor distanciado de los hechos, sin ir deliberadamente en su busca, tal como admite en el prólogo: Creo que el que busca los hechos casi nunca los halla, y que es mejor pararse en una esquina y aguardar a que pasen delante de uno. Todo el que penetra en las cosas, las violenta y desnaturaliza. Yo prefi ero dejarlas ma-nifestarse espontáneamente (1861: IX). Con frecuencia los viajeros decimonónicos no eligen el itinerario más razonable y directo para llegar a destino, sino que acaban optando por la distancia más larga entre dos puntos. El caso de Alarcón no es excepcional: la deci- PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 43 En estas líneas del prólogo se encierra el objetivo de-clarado de un viaje que nada tiene de recreo (desmintien-do el largo subtítulo de la obra) y que se confi gura, en cambio, como vía directa al conocimiento de un modelo de sociedad que avanza imparable, frente a una anacrónica teocracia secular que agoniza en el corazón del Mediter-ráneo. Aunque el relato de viaje de Alarcón parece apuntar a una tesis de naturaleza ideológica, su autor muestra cau-tela llegada la hora de manifestar abiertamente las propi-as convicciones. Actúa de manera deliberada, incitando a que sea el lector quien saque las debidas conclusiones tras la lectura de sus notas de viaje. Quiere hacerlo partícipe de su experiencia y evitarle, en cambio, el condicionami-ento de un punto de vista interpretativo que ha sumido en el desconcierto al mismo Alarcón (1861): haré que me acompañéis en mi viaje; os daré mis im-presiones con preferencia a mis raciocinios; recorreréis conmigo la Italia y la Francia; veréis lo que yo he visto; oiréis lo que yo he oído; me seguiréis a todas horas; os pasará lo que a mí me ha pasado; sentiréis induda-blemente las indignaciones, las alegrías y las tristezas que yo he sentido, y de esta manera, al fi nal de nuestra peregrinación, tendréis las ideas que yo tengo y podré-is, si se os antoja, publicar la obra dogmática, el folleto político o el ensayo fi losófi co que yo no me atrevo a escribir hoy (1861: IX). De Madrid a Nápoles, que constituye un espejo de cu-anto ve a su paso el autor y es compendio de una realidad heterogénea, se impone como instrumento auxiliar que hace posible que el lector viaje de modo virtual. Alarcón no busca agradar a los lectores por sus méritos descrip-tivos, sino que le basta con que se embelesen ante la reali-dad que ha quedado plasmada en las páginas de su obra: “quiero que viajen, no que me lean; que miren, no que me oigan; no les presento una pintura, sino un espejo; no les ofrezco una copia de los objetos, sino un lente para que los vean por sus propios ojos” (1861: 206). En busca de un formato textual En las páginas introductivas de los textos a los que nos hemos aproximado se hace explícito en ambos el de-seo insistente, por parte de Alarcón, de que el lector lo ‘acompañe’ en su viaje. El autor experimenta con distintas estrategias redaccionales con el objetivo de hacer revivir la emoción de su experiencia al interlocutor pasivo que toma el libro entre sus manos. La más destacable constituye el trasvase al texto de las hojas de su cartera de viaje, “llenas de apuntes insus-tanciales, inconexos, acerca de mis aventuras propias” (Alarcón, 1861: IX). La obra fi nal se confi gura en buena parte como un producto que surge de la sensación inme-diata, de la que deja constancia el autor en sus notas es-critas a lápiz en el libro de memorias que redacta en “los mismos sitios y en los mismos instantes a que hacen re-ferencia” (1861: 106 y 231). Es esta una idea sobre la que volverá en Historia de mis libros al evocar la técnica de escritura adoptada para De Madrid a Nápoles, destacan-do el hecho de que fue redactado verdaderamente en los propios sitios o ante las propias obras de arte que menciona, y tanto es así, que aún conservo los álbumes de bolsillo en que fui apuntando con lápiz, muy extensamente, y d’aprés na-ture, los caracteres, rasgos fi sonómicos y circunstan-cias accidentales de cada cosa, así como los arranques, exclamaciones o juicios de impresión que me inspiró a primera vista (Alarcón, 1943: 15). Es por tanto un proceso que, de dar crédito a las pala-bras del autor, ha llevado a cabo sometiendo tales apuntes a una revisión muy superfi cial, limitándose a ofrecer a sus lectores la redacción en bruto: “El libro está por escribir. De este volumen a un libro hay la misma distancia que del mineral a la moneda” (Alarcón, 1861: X). Con ello tra-ta de conservar la misma frescura y espontaneidad con la que se redactaron aquellas notas dispersas y hetero-géneas que garabateó en el transcurso del viaje. Aunque cabe suponer que Alarcón sometió el texto a un proceso mínimo de reescritura antes de darlo como defi nitivo a la imprenta, son frecuentes los pasajes en los que intenta transmitir al lector la ilusión de tener entre sus manos la primicia de un raro work on progress, haciéndolo partícipe del proceso germinal de su escritura. El proceso es, en realidad, más complejo. En la obra lista para la imprenta, que sin duda fue sometida a una intensa labor de revisión, se funden heterogéneos materi-ales textuales. Distinguimos, por una parte, los apuntes personales tomados al hilo del viaje y que, como se ha di-cho, algunas veces se trasvasan directamente al texto; así, por ejemplo, aquellos en los que describe los sentimientos que le asaltan al contemplar la caída de la noche sobre el Mont Blanc, la víspera de abandonar Chamonix6. A estas notas tomadas en la inmediatez de los hechos, se agregan otros materiales, muchos de los cuales introducen voces distintas en el texto: incorporación de textos literarios de otros autores – la navegación por el Lago de Ginebra fa-vorece, por ejemplo, la inclusión de largos fragmentos del Childe Harold’s Pilgrimage de Lord Byron que Alarcón mismo traduce (1861: 95-96) –; la transcripción de pasajes de carácter enciclopédico que toma de la guía Bædeker que le acompaña en su viaje7 y que vierte al castellano – véase al respecto la larga descripción del fenómeno gla-ciar del que le urge dejar constancia tras la excursión por el Mar de Hielo del Mont Blanc (1861: 111-114) –; notas que derivan de textos especializados – así las noticias relativas a Arnaldo de Brescia que encontramos en nota a pie de página y que confi esa vagamente haber sacado de un “diccionario biográfi co” (1861: 280) –. A la polifonía de su texto contribuye también la incorporación de otros muchos materiales que observa a lo largo de su viaje: la reproducción de un cartel que anuncia un espectáculo tea-tral (1861: 398), rótulos curiosos (1861: 438), graffi tis que PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 44 lee en las paredes de las calles por las que pasa y que transcribe en las páginas de su cuaderno de viaje antes de que los cancele el paso del tiempo (1861: 389, 400 y 401) e incluso las palabras que escucha al azar en sus paseos por las callejuelas de Venecia (1861: 307 y 328). Todo le resulta curioso y llamativo, digno de tener cabida en su obra, por lo que no duda en amalgamar estos materiales heterogéneos dando pie a una experimentación formal. En algunas partes de su obra se ajusta a las formas convencionales propias del diario de viajero y llega a adoptar, en los últimos capítulos, las que son caracterís-ticas del género epistolar. Ello ocurre a partir del Capt. X, cuando Alarcón pone por escrito sus primeras impre-siones romanas y se dirige a un impreciso “Inolvidable amigo” (1861: 514). En este recae parte de la responsabili-dad de la redacción de la obra, pues el guadijeño recuerda que en víspera de partir para Italia: “[me exigiste] que te escribiese una carta diaria” (1861: 514). Ruega Alarcón al amigo que conserve las cartas que le ha estado enviando, pues estas le serán de ayuda cuando redacte el volumen (1861: 514). La identidad de este misterioso destinatario se aclara al rememorar una velada con amigos españoles en el Caffè Greco8: también te recordaban a ti en el Café Greco, ¡oh Ger-mán Hernández, mi buen amigo, que pasaste allí tan-tos años, de codos en aquellas mesas, dejando fl uctuar tu espíritu entre las ilusiones del arte y las melancóli-cas memorias de la patria; a ti, el idólatra de la belleza pagana, que no supiste abandonar a Roma sin hacer de una de sus hijas la compañera de tu existencia!... Allí te recordaban y allí te recordé, porque muchas veces me habías hablado de aquel ahumado templo, de tus ilusiones de artista! (1861: 557). Los últimos dos capítulos de la obra, centrados respec-tivamente en las ciudades de Roma y de Nápoles, enmar-cados temporalmente en las fechas del 22 de diciembre de 1860 y del 25 de enero de 1861, mantienen intacta la forma epistolar. De Madrid a Nápoles es una obra en la que Alarcón experimenta, como acabamos de comprobar, con variados formatos textuales. Conviven en ella el diario, la epístola, los apuntes del natural tomados en el transcurso del viaje y las descripciones reelaboradas al regreso a casa. Com-bina tales materiales con la armonía de un collage en el que cada elemento se subordina a un efecto que deriva del conjunto, conservando al mismo tiempo sus característi-cas textuales peculiares. Consigue, de ese modo, una obra amena que presenta formas y ritmos descriptivos vari-ados mediante un formato textual que no se alterará en la reescritura de la segunda edición, aparecida en 18789. Una fi losofía del viaje La mejora de las vías de comunicación, la expansión del ferrocarril, el nacimiento de una clase media con capacidad económica sufi ciente para poder ambicionar al enriquecimiento cultural y cosmopolita del que en el pasado reciente habían disfrutado de modo exclusivo los aristócratas del Grand Tour, el éxito de la compañía de Thomas Cook (ya consolidado a mediados de siglo) cuya creación fue decisiva para dar con un modelo empresarial que facilitara la coordinación de los muchos y heterogé-neos elementos que entraban en juego en la industria turística ya desde sus inicios, la existencia de una red efi ciente de establecimientos hoteleros, el nacimiento del género editorial de la guía (que alcanzó una gran difusión gracias a la calidad de las obras propuestas por Murray y Bædeker), son todos ellos factores que favorecieron el auge del turismo a lo largo del siglo XIX (Buzard, 1993: 47-79). Como tantos otros viajeros europeos del s. XIX, Alarcón observa con mezcla de curiosidad y de desdén a los turistas que encuentra en su viaje y a los que cata-loga en todos los casos con el galicismo touriste (Alarcón, 1861: 109, 292, 475 y 566)10, pese a que, por lo general, se trata de ingleses con los que tropieza en los lugares más impensables. La fi losofía de viaje de Alarcón entra en confl icto con la de quienes se desplazan por el continente y que encuentra a lo largo de su periplo europeo. Alarcón rechaza la plani-fi cación y su viaje es el resultado de quien se mueve de-liberadamente dejándose llevar por el azar, la casualidad y el hedonismo: “he rodado por las ciudades y los cami-nos a merced de mi capricho, en vez de supeditarme a un plan de observación, de estudio, o cuando menos de viaje” (1861: IX). Desdeña, en cambio, el itinerario turístico y to-dos aquellos elementos que restan sorpresa y maravilla a la exploración viajera (1861: 94), al tiempo que privilegia lo imprevisible, algo que hay que poner en relación con el pasaje de su prólogo que acabamos de citar. En este sentido destaca el placer que como viajero le produce el partir “a la buena de Dios” (1861: 97). Es una idea recur-rente que trasluce en muchos otros lugares, como cuando recién llegado a Venecia evita el auxilio de quienes le of-recen acompañarlo a un hotel cercano a un lugar célebre: “Yo no quería probar las delicias de Venecia por medio de terceros o corredores. Prefería buscar a la deidad por mí mismo, aun a riesgo de que, desdeñosa, me ocultase al principio su hermosura” (1861: 297). El viaje es para el escritor guadijeño un instrumento de valor pedagógico. Alarcón e Yriarte, en compañía de Jusuff, pasean por las calles de Turín y observan aten-tamente detalles y comportamientos, con lo que, de ese modo, el lugar habla “a pesar suyo” (1861: 178). En este sentido, se confi gura como un observador deductivo: a partir de la observación, se adquieren unas certezas que “llevaréis eternamente en lo íntimo del espíritu” (1861: 178) y concluye que “Si algo enseñan los viajes es preci-samente esto” (1861: 178). Es todo él un fragmento muy interesante, pues incluye una larga lista de elementos que son los que han llamado la atención del viajero en su pa-seo por la turinesa Via Po, que se transmuta, de acuerdo con su defi nición metafórica, en un “cosmorama” (1861: 179). Del gusto por la observación de los detalles, de las “menudas circunstancias”, escribirá por extenso el autor PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 45 al dar noticias de su estancia romana (1861: 586). Una vez en Ginebra, tras haber dejado atrás la aborre-cida París, se produce el choque con la explotación turísti-ca del territorio y su consiguiente decepción: “¡Qué grato me hubiera sido venir a Suiza, cuando Suiza era bella sin saberlo; cuando aún no había hecho una mercancía de sus naturales encantos!” (1861: 94). Es una actitud que delata la nostalgia del autor por los tiempos en los que se corrían verdaderas aventuras de viaje y que lo emparenta, entre otros literatos viajeros, a Gérard de Nerval (Pera, 1998: 511-512). Esta predilección por la aventura y el riesgo le persuade a abandonar el territorio helvético tan pronto le resulte posible y escapar al encuentro de los recónditos parajes del Valle de Chamonix: Yo no sentía ninguna gran curiosidad de recorrer to-dos aquellos puntos que las Guías y los ciceroni me describían como muy deliciosos. Estaban tan previstas y consignadas las emociones que se esperimentan en cada punto del lago; se ven en Ginebra tantos graba-dos y fotografías de sus más insignifi cantes parajes; érame tan notoria la historia de uno y otro lugar; ha-bía, en fi n, tanto de rutinario y de normal en aquella escursión, hecha a gusto del capitán del vapor que lo llevase a uno, en compañía de otros cien touristes des-conocidos, sin poder detenerse donde le agradara ni buscar a las cosas otro punto de vista que el prefi jado por la costumbre, que preferí las espediciones en mulo que me aguardaban en medio de las nieves, solo, libre, entregado a mis contemplaciones y luchando a cada momento con accidentes imprevistos (1861: 94). La previsibilidad de las expectativas de cuanto le de-parará una meta geográfi ca al término de la etapa, unido al bagaje de las muchas impresiones y testimonios per-sonales, que se han tejido en torno a ella y que el viajero lleva consigo, lo inmunizan y hacen que muestre insensi-bilidad frente a las excelencias del lugar11. Queda constancia, en De Madrid a Nápoles, de los con-tactos esporádicos de Alarcón con los turistas. Son, a gran-des rasgos, encuentros que suscitan su desaprobación, en los que les reprocha a menudo una conducta indecorosa. Así sucede en Isola Bella, donde las “touristes inglesas” (1861: 154)12 demuestran una elemental falta de respeto hacia los isleños al entrar con desenfado en la iglesia y examinar una a una sus capillas, sin importarles que se esté desarrollando en aquel momento una ceremonia re-ligiosa. Es la misma actitud de repulsa que le suscita el hábito de los turistas británicos que, poco a poco, han ido cancelando la huella del paso de Napoleón por el palacio de la isla, arrancando la corteza del laurel monumental en que éste había dejado grabada la palabra Battaglia la vís-pera del combate de Marengo (1861: 155). Contempla asi-mismo con superioridad a quienes adquieren en Verona, “a peso de oro” (1861: 292), pequeños recuerdos alusivos al pretendido sarcófago de Julieta. De algún modo rece-la de estas presencias intrusas que transforman el lugar por el que pasan, hasta el punto de favorecer incluso una economía que explota los deseos de los mismos turistas. Eso no quita que el autor termine dejándose arrastrar por la corriente, incurriendo en tales actos de turista proclive al fetichismo e incluyéndose fi nalmente a sí mismo entre quienes cometen similares acciones censurables: “el [lau-rel junto a la Tumba de Virgilio] que hoy lo ha sustituido, plantado por Casimiro Delavigne, desaparecerá también, a causa de la costumbre que tienen o tenemos todos los viajeros de arrancarle una hoja cada vez que lo visitamos” (1861: 621). Alarcón se hace eco de un ideal que la modernidad ha relanzado: la esperanza de que el paso del viajero no ter-mine alterando el modo de vida del entorno que se atra-viesa. Le disgusta el hecho de que la sociedad termine plegada a los deseos de los turistas o a su explotación, tal como advierte al llegar a la capital de la Toscana: “Flo-rencia es un pueblo parásito que se nutre de los estranje-ros. Yo creo que hay establecida en la Toscana una vasta asociación cuyo solo objeto es explotarlos” (1861: 487). En Verona, otro de los iconos del turismo internacional ya a mediados del s. XIX, Alarcón, tal como hemos apuntado, censura la banalización de la cultura que se doblega a una demanda masiva de los visitantes, burlándose sutilmente de las explicaciones del joven muchacho que muestra la supuesta sepultura de Julieta: penetra en la vida pronunciando a todas horas y sin comprenderlas las dos palabras sacramentales de los humanos destinos, amor y muerte, sabe de memoria el argumento de la tragedia del inmortal Guillermo, y cuenta las cosas con tanto aplomo, inocencia, natu-ralidad y gracia, que hay momentos en que cree uno que Capulet, Montagu, Scalus, Baltasar, Mercutio y Gertrudis existen todavía; que Romeo, Julieta y Pa-ris murieron hace dos o tres años, y que este chico se acuerda vagamente de ellos y de su trágico fi n, como de una cosa que sucedió cerca de su cuna (1861: 292). En las reacciones de Alarcón como viajero advertimos actitudes contradictorias, que Fernández Cifuentes ha llevado al extremo de tachar como falaces (1991: 16-17). Rechaza abiertamente el instrumento de la guía turística, que a mediados de s. XIX se ha erigido ya en símbolo de un nuevo modo de viajar, y toma distancias con respec-to a este novedoso género editorial. Tal actitud equivale al rechazo a la estandarización del viaje que la guía im-pone a todos los viajeros que de ella se sirven, en lo que coincide con Enzensberger cuando advierte que el viaje se ha transformado en mercancía (1998: 40). No quiere ser confundido con un ramplón autor de guías: “yo no escribo la Guía de Turín, sino mis propias impresiones” (1861: 195). Y, sin embargo, a menudo este género de textos se hallan presentes a lo largo de su viaje: “Caballero echaba entre tanto cuentas con una Guía en la mano y murmura-ba gozosamente: -¡Pasado mañana en Roma!” (1861: 492). Es más, dicho auxilio bibliográfi co llega a formar parte integrante de sus hábitos como viajero, hasta el punto de que, antes de adentrarse en la capital del Piamonte, hace PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 46 que le traigan una guía y un plano, al tiempo que un co-nocedor de la ciudad le brinda una descripción primaria de corte enciclopédico que se funde con el texto (1861: 167- 168). Cae, por tanto, en la misma actitud contradictoria de Rubén Darío, que lucha por librarse del cliché y usos del turista sin lograr conseguirlo (Pera, 1998: 513). Conclusiones Al publicar De Madrid a Nápoles (1861) Pedro Antonio de Alarcón nos brinda un documento de notable interés para poder calibrar la visión crítica que un intelectual de mediados del s. XIX, avezado a los viajes, tenía del fenó-meno de la incipiente industria turística. La valoración que lleva a cabo Alarcón es negativa, por cuanto advier-te que está desapareciendo el modelo de viajero capaz de afrontar el riesgo y los imprevistos que, hasta pocas dé-cadas antes, comportaba cualquier desplazamiento por el continente europeo. Lamenta que las metas geográfi cas de mayor belleza e interés estén sucumbiendo al turismo organizado de acuerdo con el modelo británico, restando de este modo valor a la experiencia del viaje, un acto que el escritor de Guadix concibe como exploración de un te-rritorio y de una cultura ajena. Al mismo tiempo alerta sobre la modifi cación del entorno que la expansión del tu-rismo está comportando. De modo simultáneo, Alarcón alimenta desconfi anza respecto a los instrumentos a los que está supeditado el turista. Sobre todo por lo que se refi ere a la guía turística cuyo arquetipo Murray y Bædeker pusieron en circula-ción, ya en la primera mitad del s. XIX, con notable éxito editorial. El escritor guadijeño condena tales textos por su capacidad para allanar difi cultades y crear expectati-vas, difi cultando que sea el propio viajero quien ponga a prueba su talento para hacer frente a las adversidades del camino y sobre todo crear su propia vía al conocimiento geográfi co y sociocultural. En este sentido cabe destacar el concepto de instrumento para la formación de la per-sonalidad que el viaje reviste para Alarcón, el cual huye por lo demás del prejuicio y de las ideas preconcebidas de las que la guía turística se convierte en un temible instru-mento de transmisión. Pese a tales convicciones de principio, Alarcón no per-manece inmune a la seducción de los productos que la in-dustria editorial está creando, aquilatando y divulgando en aquellos mismos años con el objetivo de favorecer el disfrute turístico. A lo largo de su viaje echa mano repe-tidamente de la guía e incluso saca abundante partido de ella para la redacción de su propia obra. Desde este punto de vista, Alarcón presenta similitudes con nume-rosos escritores-viajeros contemporáneos que comparten con el andaluz el temor ante el avance arrollador de la industria turística y que, al mismo tiempo, sucumben a las comodidades y facilitaciones que esta propicia. Alar-cón es el paradigma de quien evoca con nostalgia el viaje romántico (de cuya caducidad tiene plena conciencia) y se amolda a la modernidad y a las ventajas que brinda la so-ciedad industrial, por más que lo haga con desconfi anza y lamentando que viejos estilos de vida hayan desaparecido de modo defi nitivo. Como autor de libros de viajes, Alarcón no duda en experimentar con un formato textual nuevo. Manifi esta rechazo explícito a escribir una guía turística y busca en cambio la construcción de un texto en el que el lector que-de atrapado, dándole la ilusión de estar acompañando al autor en su viaje. Al respecto, no ahorra estrategias re-daccionales que aporten vivacidad a la descripción y vero-similitud al relato. Funde para ello formas tradicionales, como son el diario, el género epistolar o la presentación en bloque de datos enciclopédicos propios de las obras eru-ditas, con un texto innovador que deriva de la visión pe-riodística de quien deja constancia escrita de encuentros ocasionales, conversaciones y estampas aparentemente nimias que permitan que el lector construya, partiendo de sus propias deducciones, un cuadro de aquella realidad que no conoce por experiencia personal, pero en la que ha logrado entrar de la mano del autor. Es Alarcón, desde este punto de vista, un precursor excepcional de la moder-na narrativa de viajes. Bibliografía Alarcón, Pedro Antonio de 1861 De Madrid a Nápoles. Madrid: Impr. y Libr. de Gas-par y Roig. Alarcón, Pedro Antonio de 1943 “Historia de mis libros”. En Martínez Kleiser, Luis (Ed.), Obras completas (pp. 3-28). Madrid: Ediciones Fax. 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Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 Jordi Canals ISSN 1695-7121 47 Fernández Cifuen tes, Luis 1991 “Los viajes de Alarcón”. Ínsula, 535: 16-17. Hernández Latas , José Antonio 2011 “De Madrid a Nápoles: Alarcón en la tertulia es-pañola del Café Greco y en el gabinete fotográfi co de Altobelli y Molins”. En Yeves Andrés, Juan Antonio (Ed.), Una imagen para la memoria. La carte de visite. Colección de Pedro Antonio de Alarcón (pp. 89-97). Ma-drid: Fundación Lázaro Galdiano. Liberatori, Fil omena 1981 I tempi e le opere di Pedro Antonio de Alarcón. Na-poli: Istituto Universitario Orientale. López, Ignacio Javier 2008 Pedro Antonio de Alarcón (prensa, política, novela de tesis). Madrid: Ediciones de la Torre. López, Lucio Vi cente 1915 Recuerdos de viaje. Buenos Aires: L.J. Rosso y Cía. Llamazares, Jul io 1998 Trás-os-Montes. Madrid: Alfaguara. MacCannell, Dean 2005 Il turista. Una nuova teoria della classe agiata. To-rino: UTET. 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Walker, Adam 17 92 Remarks Made in a Tour from London to the Lakes of Westmoreland and Cumberland. London: G. Nicol. Notas 1 A quien desee profundizar en esta y sucesivas documentaciones en lengua inglesa, remitimos a Buzard (2011: 1). 2 La consulta de CORDE [en fecha de 24 de octubre de 2011] arroja el siguiente inventario de autores decimonónicos: Juan Valera, Francisco Carrasco y Guisasola, Lucio Vicente López, Emilia Pardo Bazán y José María de Pereda. A ellos cabe añadir los que emplean el galicismo touriste (Pedro Antonio de Alarcón, Gustavo Adolfo Bécquer, Lucio Vicente López, Adolfo de Castro, Luis Coloma y Juan Valera) y el anglicismo tourist (Lucio Victorio Mansilla). 3 La fuente es el mismo autor: “A cincuenta mil ejemplares llegó la tirada hecha en Madrid por las prensas de mis buenos ami-gos los Sres. Gaspar y Roig (hoy difuntos); y como el precio medio de cada ejemplar ascendió a cincuenta reales, resulta que la obra produjo dos millones y medio. Es decir, que, dedu-cidos gastos de impresión, y aunque aquellos señores se por-taron conmigo espléndidamente (pues que, motu proprio me dieron doble cantidad de la contratada), el benefi cio líquido del negocio pasó, para ellos, de noventa mil duros” (1943: 14). V.q. Martínez Kleiser (1943: 53-54). 4 También Julio Romano insistirá en este aspecto: “Los viajes, para un observador tan agudo y sagaz como Alarcón, eran es-pléndidas cacerías visuales” (1933: 131). 5 En el último cuarto de siglo registramos la publicación de las siguientes obras: Emilio Castelar, Recuerdos de Italia (1872 y 1876); José de Lasa, De Madrid al Vesubio (1873); Benito Pérez Galdós, Viaje a Italia (1888); Vicente Blasco Ibáñez, En el país del arte. Tres meses en Italia, (1896); Gregorio Iribas y Sánchez, Viaje por Italia y Suiza, pasando por el mediodía de Francia (1897). 6 No oculta este trasvase crudo, sino que lo explicita al lector. Apunta lamentando la falta de luz por la llegada de la noche: “no puedo descifrar la última línea que escribí o quise escribir a tientas en esa hoja de mi cartera de viaje» (1861: 122). 7 A la que se refi ere en cierta ocasión como la Guía del viajero en Suiza (Alarcón, 1861: 123). Es en realidad, tal como hemos constatado, la versión francesa que lleva por título; La Suïsse, les lacs italiens, Milan, Turin, Gênes et Nice. Manuel du voya-geur, Bædeker, Coblenz, 1859 (4ª edic.). 8 Remitimos a Hernández Latas (2011) para más noticias so-bre los contertulios habituales en el célebre establecimiento romano. 9 Las variantes y omisiones obedecen a otro tipo de causas, tal como señala Liberatori (1981: 66): “ha eliminato alcuni brani romanzeschi che ben diffi cilmente sarebbero stati accettati da un lettore di fi ne secolo; in altri casi, al contrario, i cambia-menti riguardano impressioni personali su fatti politici che avrebbero resa ancora più diffi cile la sua posizione». 10 Fernández Cifuentes incurre en distracción al afi rmar que se registra tan solo una vez el galicismo en el conjunto de la obra del escritor de Guadix: “En sus cuatro libros de viajes (que ocupan casi el doble de páginas que sus novelas, y bastante PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural, 10(4). Special Issue. 2012 La dicotomía turista / viajero en De Madrid a Nápoles (1861)... ISSN 1695-7121 48 más del triple que sus libros de cuentos o de ‘otros escritos’), Alarcón solo utiliza una vez la palabra turista. Lo hace todavía en francés y en cursiva, pero ya en plural – touristes – como si previera la equivalencia de turismo y multitud” (1991: 16). 11 Tales divagaciones se suprimieron a partir de la segunda edición, que se publicó en 1878. 12 Estas turistas a las que en otro lugar aludirá, de modo burlesco, con el epíteto de fashionabilísimas inglesas (1861: 464). Recibido: 10/1/2012 Reenviado: 22/2/2012 Aceptado: 27/2/2012 Sometido a evaluación por pares anónimos |
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