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Vol. 1 Nº 1 págs. 65-78. 2003 www.pasosonline.org © PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121 Del “mar es de todos” al mar reservado: turistas, poblaciones de pescadores y reservas marinas en Canarias1 José J. Pascual † Universidad de La Laguna (Islas Canarias, España) Resumen: Los patrones de desarrollo de las últimas décadas en Canarias y en otras zonas del Estado han originado nuevos usos del espacio marítimo y litoral. Frente a los tradicionales vinculados a la pesca, ahora dominan frecuentemente los turísticos y recreativos. La naturaleza, construida o recreada, se con-vierte especialmente en los últimos años en un atractivo clave para muchos destinos. En este contexto, las reservas marinas intentan preservar ciertas zonas de especial valor biológico de los excesos de la pesca, a la vez que deberían conjugar los usos turísticos y recreativos a realizar en tales espacios con la conservación de sus valores naturales. En Canarias han constituido uno de los instrumentos claves de la política de conservación y gestión de pesquerías en las áreas costeras de las Islas. Actualmente hay tres en funcionamiento, siguiendo una tendencia cada vez más general en todo el mundo. Pero a la vez que con ellas se controla la extracción de recursos por los profesionales, se impulsan una serie de usos vincu-lados a determinadas formas de turismo que han generado importantes transformaciones en las poblacio-nes vinculadas a estas zonas protegidas. Otros impactos inducidos por el turismo o la acuicultura han alterado también sus estrategias económicas o el uso de los espacios tanto en tierra como en el mar. Palabras clave: Turismo; Pesca; Acuicultura; Conflictos; Espacios; Estrategias económicas; Reservas marinas. Abstract: In the last decades, the development patterns in the Canary Islands have changed the uses of maritime and littoral areas. Instead of traditional activities linked to fishing, now tourism and recreation are the core of the new uses. Nature, constructed or re-created, is now a key feature of many tourist des-tinies. In this context, marine protected areas attempt to preserve areas with special biological values from fisheries overexploitation, offering tourist and recreational uses compatible with conservation and following a general tendency all around the world. In the Canary Islands they constitute one of the most important measures of fisheries management and nature preservation. Nowadays there are three marine reserves in the Archipelago. The normative of marine protected areas limit professional fishing activities, and also drive forward tourism, especially scuba diving, involving relevant social impacts in the com-munities nearby. Also, those communities have had to confront many different impacts induced by tour-ism or aquaculture, changing economic strategies or the use of social spaces in land or at sea. Keywords: Tourism; Fisheries; Aquaculture; Conflicts; Space; Economic strategies; Marine reserves. † Doctor en Antropología Social. Instituto Universitario de Ciencias Políticas y Sociales y Departamento de Prehisto-ria, Antropología e Historia Antigua de la Universidad de La Laguna (Tenerife, España). E-Mail: jpascual@ull.es 66 Del “mar es de todos” al mar reservado Introducción2 El litoral español ha sido sometido en las últimas décadas a transformaciones que en algunas regiones del Estado han resul-tado radicales. De un contexto en el que los espacios costeros se hallaban vinculados sobre todo al comercio a través del tráfico de cabotaje, a la defensa militar y a la acti-vidad pesquera, hemos pasado a una nueva situación en la que tales espacios litorales se han visto colonizados de manera progre-siva y continua por nuevos usos, más liga-dos al turismo o al ocio. Además, han sur-gido con fuerza nuevas formas de residen-cia que buscan disfrutar de un paisaje lito-ral revalorizado y al que se accede con ma-yor facilidad debido a las mejoras en los medios de comunicación. En Canarias, por ejemplo, esta tenden-cia ha conducido a importantes transforma-ciones en el litoral y en las poblaciones que lo ocupaban. Buena parte de ese litoral se encontraba a principios del siglo XX prácti-camente desierto, especialmente en las vertientes suroeste de las islas, donde las calmas continuas dificultaban incluso la navegación. Varios procesos que trascendí-an a estas zonas y a sus escasos pobladores se convertirían con el paso del tiempo en determinantes de su futuro. Por una parte, la demanda de conservas y salazones de atún, importante tanto en la península como en Italia, indujo a una serie de com-pañías a establecer factorías en varios pun-tos de esta vertiente de las islas desde el siglo XIX, pero sobre todo a comienzos del XX. En estas mismas zonas se expandieron también cultivos destinados a la exporta-ción, como el tomate y posteriormente el plátano. Estos dos hechos significaron la posibilidad de crear o expandir asenta-mientos estables de población. Pero sobre estas mismas zonas se establecieron con el paso del tiempo industrias turísticas que alterarían de una forma mucho más radical la configuración de este litoral, creando entornos totalmente nuevos -como muchas playas artificiales-, construyendo viviendas para cientos de miles de personas en espa-cios circunscritos y apropiándose de espa-cios o paisajes de una manera que no tenía precedente en la historia. Tales procesos han afectado de manera indudable a las poblaciones de pescadores litorales, que eran hasta los años sesenta y setenta, junto con algunos asentamientos agrícolas, los únicos usuarios de tales espa-cios. La competencia por los ámbitos coste-ros y por la fuerza de trabajo ha sido desde ese momento constante, aunque más inten-sa en algunas zonas de las islas que en otras. Los usos de la franja litoral y de los recursos marinos han cambiado de forma sustancial en los últimos años, vinculados a grandes transformaciones demográficas, de las condiciones de mercado, o incluso de la ecología marina a causa de las intervencio-nes humanas. Para explicar los procesos que han teni-do lugar debemos recurrir siempre en algu-na medida al análisis de fuerzas o constric-ciones que trascendían las poblaciones loca-les, tanto cuando a finales del XIX se esta-blecen industrias pesqueras en las costas insulares como cuando a comienzos del siglo XXI se establece la tercera reserva marina del archipiélago (Pascual Fernán-dez, 2002). En este último caso, su implan-tación no respondía únicamente a la coyun-tura pesquera de la zona, sino que obedecía a una tendencia favorable a tal figura de protección desarrollada a nivel mundial. El sector pesquero en las islas y en bue-na parte de la península ha afrontado en los últimos años retos que han comprome-tido la viabilidad de gran número de explo-taciones o de flotas enteras. La imposibili-dad de faenar en el vecino banco sahariano, utilizado por los barcos canarios y de otras zonas del Estado desde el siglo XV, ha pro-vocado que buena parte de la flota que tenía su base en las islas (arrastreros, ne-veros, sardinales y atuneros), haya perma-necido en tierra cobrando subsidios durante un largo periodo, abocados al desguace los barcos y los marineros al desempleo, las prejubilaciones o bien a la colocación en otros sectores productivos. Y la flota de litoral se enfrenta al desafío de unos recur-sos que muchos estiman sobreexplotados o en declive. Entre los retos a los que se enfrenta la pesca en las islas quizás uno sea especial-mente significativo. La competencia del sector servicios por la mano de obra ha estado descarnando la actividad, pues mu-chos de los puestos de trabajo creados en tierra ofrecen unas condiciones de trabajo y una regularidad en los ingresos que atraen José J. Pascual 67 al personal más cualificado del sector, y sobre todo a los más jóvenes que han goza-do de algún tipo de educación formal aun-que fuera mínima. De hecho, tanto las acti-vidades relacionadas directamente con el turismo, como aquellas que mantienen una relación menos directa, han sido las que han conducido a una expansión económica muy importante desde los años setenta en el archipiélago y ocupan actualmente la mayor parte del V.A.B. canario. El porcen-taje vinculado a la actividad pesquera de este V.A.B. se hallaba calculado hacia el año 1999, considerando la fase extractiva de la pesca y la acuicultura, en un 1,05%, e incluyendo la transformación industrial alcanzaría el 1,22% (Macías González; Pas-cual Fernández et al., 1999: 477). Además, este cálculo se realizó previamente a la finalización del acuerdo pesquero con Ma-rruecos, que significó la finalización de la actividad realizada sobre el vecino banco pesquero canario-sahariano de jurisdicción marroquí, hecho que ha disminuido de ma-nera muy importante la relevancia del sec-tor pesquero en la economía canaria. El sector pesquero artesanal En el sector pesquero artesanal de las islas trabajan entre 1500 y 2000 personas en la fase extractiva, distribuidas entre más de 1500 kilómetros de línea de costa. Esta es una combinación de acantilados y playas abiertas, pero en la mayor parte de los casos la plataforma submarina adyacen-te es de reducido tamaño. Los ecosistemas marinos que rodean al archipiélago se ca-racterizan por su biodiversidad y fragilidad, y en su análisis se deben tener en cuenta una serie de factores básicos, como el redu-cido número de individuos de cada especie, las complejas interrelaciones entre ellas, las presiones sobre los ecosistemas costeros originadas por la acción humana, y la emi-sión de cantidades significativas de sustan-cias contaminantes (Aguilera Klink; Brito Hernández et al., 1994). A lo largo de esta costa se sitúan un gran número de pequeños puertos de pesca. En la mayor parte de ellos sólo unas pocas unidades artesanales desarrollan activida-des extractivas, frecuentemente cambiando sus técnicas de pesca y comercializando sus productos a través de canales informales (Pascual Fernández,1991). Sólo en algunas comunidades de Fuerteventura y El Hierro se desarrolla la comercialización a cargo de la cofradía3. A través de todas las islas pre-valecen diferentes alternativas, tales como la comercialización directa por las mujeres de los pescadores, restaurantes que com-pran toda la producción de varios barcos, o intermediarios que controlan las capturas de buena parte de la flota en algunos puer-tos. La combinación de actividades en dife-rentes sectores económicos constituye uno de los principales problemas a la hora de evaluar la relevancia del sector. Por ejem-plo, en las unidades domésticas vinculadas a la pesca artesanal, las mujeres y los jóve-nes trabajan frecuentemente en labores alternativas: hoteles y restaurantes, comer-cio y construcción. Esta estrategia de com-binar actividades económicas no es nueva. Desde el siglo XV las poblaciones litorales han sobrevivido por medio de una compleja matriz de labores interconectadas en secto-res diferentes. Hasta hace muy poco tiempo se combinaban con la pesca litoral, por ejemplo, la agricultura, el cabotaje y la pesca en el banco sahariano. Después de la conquista europea de las islas, la mayor parte del contenido proteíni-co de la dieta de sus habitantes se hallaba relacionada con el mar. El pescado salado, especialmente el proveniente de la vecina costa africana, constituía el complemento ideal a los productos agrícolas de las islas. La productividad de la costa sahariana era de tal nivel que durante los siglos XVIII y XIX atrajo el interés de muchos viajeros e incluso de misiones de investigación de diferentes naciones, siendo comparada fa-vorablemente con los mejores bancos en el mundo (Berthelot, 1840; Glas, 1982). En este contexto, sin embargo, las actividades pesqueras realizadas en el litoral de las islas eran marginales; su productividad era mucho más reducida y no bastaba para compensar los menores costes de transpor-te. Sólo cuando los ataques piratas o las guerras hacían imposible visitar los vecinos bancos africanos tenía lugar la pesca inten-siva en el litoral suroeste de algunas islas, donde los mares se hallaban en calma du-rante casi todo el año debido a la acción protectora que la gran masa de ciertas is-las, como Tenerife o Gran Canaria, realiza- 68 Del “mar es de todos” al mar reservado ba sobre los vientos alisios dominantes. "La altura de las montañas opone una barrera á los vientos generales que soplan comunmente del N.E., quedando al socaire toda la costa meridional de las Islas. Los isleños denominan con el nombre de Cal-mas el trozo de mar que baña esta parte de las costas del archipiélago canario. Las goletas pescadoras tienen algunas veces que pasar a remo todo este litoral, cuando los vientos del S.O. no les favorecen en la navegación." (Webb y Berthelot: "Histoire Naturelle...", traducido en Silva Ferro (1875)) Los cambios en los hábitos de consumo, acentuados desde los 50 e incrementados todavía más con la nueva demanda del sector turístico -no internacional-, elevaron la explotación de las especies demersales y el valor del pescado capturado en la zona litoral. Junto con el establecimiento de fac-torías de enlatado o salazón para procesar las capturas de túnidos, estas nuevas de-mandas estimularon el crecimiento de pe-queñas poblaciones de pescadores en las costas insulares a través de todo el archi-piélago. Muchas de tales factorías se esta-blecieron precisamente en las calmas de las islas. El buen tiempo a lo largo de todo el año hacía posible capturar allí las especies de túnidos de forma continua cuando pasa-ban cerca de la isla. La presencia de estas factorías y la demanda que originaban hacía posible el asentamiento permanente de poblaciones dependientes de la pesca en las zonas hasta ese momento más áridas y menos habitadas de Tenerife, Gran Cana-ria y La Gomera. Previamente, la ausencia de comunidades agrícolas en estas áreas costeras y la imposibilidad subsecuente del comercio o el intercambio de productos pes-queros por agrícolas había prevenido el asentamiento. No sólo había allí calmas en el mar durante todo el año; la ausencia de vientos y el clima cálido convertían estas zonas en lugares ideales para vivir. Un problema relevante durante largo tiempo fue la ausencia de infraestructuras de co-municación y transporte, que serían cons-truidas a partir de la implantación de asen-tamientos turísticos, primero en el suroeste de Gran Canaria y más tarde también en esta misma zona de Tenerife. Las calmas favorecieron el establecimiento de compa-ñías de pesca, pero más tarde la industria turística se vio atraída también por condi-ciones que resultaban todavía más favora-bles para su desarrollo. El buen tiempo durante todo el año (sol, ausencia de vien-tos, mar tranquilo), las grandes extensiones de tierra que podían ser transformadas en urbanizaciones turísticas, el desarrollo de las comunicaciones y una fuerza de trabajo disponible que podía ser entrenada para solventar muchas de las demandas, confi-guraban un destino potencialmente ideal. En Canarias se encontraban con climas y paisajes de muy diverso tipo, unos poten-cialmente africanos o saharianos, otros casi centroeuropeos, en la misma isla y a muy pocos kilómetros de distancia. Pero el con-texto social, el gobierno, la sanidad o las infraestructuras eran claramente europeas. Esto se revelaría cómo especialmente im-portante cuando durante los 90 muchos destinos potenciales del Norte de África se vieron afectados por la guerra o el terro-rismo, mientras Canarias incrementaba claramente su cuota de mercado. La expansión del turismo en las islas ha sido prácticamente continua desde los 60 hasta nuestros días, con algunas crisis oca-sionales relacionadas con la energía o con factores económicos. Desde 1995 a 2000, por ejemplo, de acuerdo con los datos oficia-les el incremento total de turistas en las islas fue de más de dos millones y esta ten-dencia parece haberse incrementado aún en Entrada de turistas extranjeros por isla 1995-2000 1995 1996 1997 1998 1999 2000 ISLAS CANARIAS 7.971.928 8.007.118 8.433.873 9.349.152 9.855.255 9.975.977 Lanzarote 1.348.700 1.381.195 1.466.570 1.662.427 1.719.949 1.750.507 Fuerteventura 912.087 911.201 958.975 1.131.983 1.272.648 1.305.874 Gran Canaria 2.592.007 2.602.220 2.733.978 2.987.098 3.136.262 3.109.066 Tenerife 3.012.568 2.993.084 3.157.343 3.440.551 3.591.020 3.675.206 La Gomera - - - - .. .. La Palma 106.566 119.418 117.007 127.093 135.376 135.324 El Hierro .. .. .. .. .. .. Fuente: Aeropuertos Españoles y Navegación aérea (AENA). Fuente: Instituto Canario de Estadística (ISTAC) José J. Pascual 69 el 2001 hasta el atentado de las Torres Gemelas. Los datos describen una situación donde el sector turístico de las islas juega el principal rol de la economía. Dado que ésta expansión ha tenido lugar sobre todo en el litoral, las poblaciones dependientes de la pesca y las actividades que tienen lugar en estas áreas costeras han recibido la mayor parte de los impactos. La pesca ha sido una de las actividades que ha sufrido un conti-nuo proceso de adaptación debido a la ex-pansión de las industrias de servicios preci-samente en lo que había sido su ubicación tradicional. Los conflictos por el espacio litoral y marítimo Las poblaciones de pescadores litorales canarias se han visto sometidas a un siste-mático proceso de marginación espacial en las últimas décadas, ya que muchos de sus espacios tradicionales se han visto ocupa-dos por las actividades vinculadas a los servicios y al turismo. En las playas tradi-cionales muchas veces ya no se pueden varar barcos, ni tender pescado para secar-lo, ni extender las redes para repararlas. La costa se ha llenado de construcciones, de muelles deportivos, de bares y restauran-tes. Esto conduce a la vez tanto a proble-mas —el desplazamiento físico de los pes-cadores—, como a oportunidades —nuevos puestos de trabajo, aunque sea en otros sectores. Un elemento clave en este proceso ha sido la propiedad de la tierra. En mu-chos casos los asentamientos de pescadores se habían realizado en espacios relativa-mente marginales. Por ejemplo, en el caso de San Miguel de Tajao (Tenerife) (Pascual Fernández, 1991) los pescadores sólo pudie-ron construir durante décadas en los espa-cios inservibles para la agricultura, los “morros” rocosos que fueron dando forma al pueblo, ya que los propietarios de las fincas que llegaban hasta el mar no estaban dis-puestos a comprometer la tierra cultivable. Si esto ocurría cuando la tierra sólo tenía utilidad para las explotaciones agrícolas, al desarrollarse el turismo los problemas de vivienda de las poblaciones litorales no hicieron más que aumentar. Foráneos con un poder adquisitivo mucho más elevado podían siempre competir en condiciones ventajosas por la tierra, especialmente por aquella situada más cerca del litoral, gene-rando un proceso de desplazamiento de las poblaciones de pescadores hacia el interior que poco a poco iba distanciándolas del mar, cuya observación continua siempre había sido uno de los rasgos básicos de su estilo de vida. Si las viviendas se distancia-ban de la costa, los espacios sociales que habían sido patrimonio de las poblaciones locales, tales como la playa, las calles, los bares o las plazas, fueron siendo ocupados de forma cada vez más constante por los foráneos. Esto fue dificultando cada vez más usos como el secado del pescado o de las redes en la playa, o la utilización de técnicas de pesca como el chinchorro que implican habitualmente el utilizar amplios espacios de las playas. Las tensiones derivadas de estos proce-sos han sido más o menos significativas, pero no han llegado a la magnitud de las relacionadas con la implantación de los cultivos marinos en las islas, especialmente en el Sur de Tenerife. En este caso concre-to, la actividad de cultivos marinos nace hacia 1987 ligada a la empresa Cultivos Marinos Teide, constituida por personas indirectamente relacionadas con la activi-dad pesquera. Despertó conflictos a partir de comienzos de los 90 al realizarse la acti-vidad cerca de la playa de Los Cristianos, en escasa profundidad y ocupando un espa-cio precioso en la dársena de esta localidad, por lo que tuvo que ser trasladada la explo-tación al este, frente a un acantilado cerca-no a esta población, hacia 1995. En los úl-timos años han surgido tensiones muy im-portantes en torno a la proliferación de explotaciones en derredor a esta originaria, privatizando de hecho un espacio marítimo por las concesiones preceptivas para des-arrollar cada explotación, que pueden tener una extensión bastante considerable (Pas-cual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 205 y ss.). Esta expansión de la acti-vidad no fue espontánea, ya que resultó impulsada de manera determinante por la Agencia Insular del Mar, organismo depen-diente del Cabildo de Tenerife, que generó una escuela taller de cultivos marinos en la zona e impulsó de manera determinante la creación de empresas en este ramo de acti-vidad a partir de 1998-9. En noviembre de 2000 había ocho concesiones en la zona de los acantilados de Guaza, al este de Los 70 Del “mar es de todos” al mar reservado Cristianos, despertando cada vez mayores tensiones entre pescadores y empresarios turísticos de la zona. Cuando tales granjas marinas se concentran sus efectos sobre la navegación y la pesca, o incluso sobre las actividades de ocio, se hacen cada vez más evidentes y las consecuencias de la conta-minación producida también cobran más importancia. Los enfrentamientos y alega-ciones realizados por los pescadores o em-presarios turísticos de la zona han crecido en los últimos años, pero con frecuencia el respaldo que reciben de las instituciones públicas es reducido. Un titular reciente de un periódico insular rezaba así: “Rodríguez (el Consejero de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias) reprende a los pes-cadores por su oposición a la acuicultura” (Pérez, 2002), haciéndose eco el periodista de la polémica entre este político y Vicente Rivero, el Patrón Mayor de la Cofradía de los Cristianos (y presidente de la Federa-ción Provincial de Cofradías de Santa Cruz de Tenerife). Las razones que han impedido a los pescadores litorales el acceder a este sector son diversas (Pascual Fernández, 2001), pero entre ellas destacan su carencia de los conocimientos biológicos o empresa-riales para dirigir una empresa de cultivos marinos, el gran monto de la inversión ne-cesaria para llevarla a buen puerto y la existencia de posibilidades alternativas de inversión en otros sectores que suponen un menor riesgo (apartamentos o restauran-tes) y exigen mucho menos capital. De hecho el proceso al que están asis-tiendo los pescadores de algunas zonas es a una privatización de espacios marinos que de siempre se habían considerado como de acceso público, aunque su titularidad fuera estatal, y que ahora pasan a ser controlados por empresarios que en la mayor parte de los casos no se hallan arraigados en la co-munidad y que son conceptualizados como gente de tierra que les va a hacer la compe-tencia La gestión de la pesca y las reservas: control del estado vs. gestión comunal El papel del Estado en la gestión y el control de las costas de las islas fue, duran-te un largo periodo, muy limitado. Las re-gulaciones dirigidas especialmente al caso canario eran escasas. El nuevo marco polí-tico que se genera con el proceso de descen-tralización del poder estatal en comunida-des autónomas y que culmina con el Esta-tuto de Autonomía conduce a las transfe-rencias de competencias sobre la actividad pesquera en aguas interiores hacia finales de 1985. Las primeras regulaciones real-mente específicas para el ordenamiento del caladero archipielágico, basadas en medi-das de corte protector muy ligero —tallas, técnicas y modalidades de pesca y regula-ción de la actividad deportiva—, no se de-cretan hasta 1986 (Decretos 154 y 155/ 1986 de 9 de Octubre, BOC 17 Octubre) ante la presión y las movilizaciones prota-gonizadas por un conjunto de comunidades de pescadores, representadas por sus Co-fradías, descontentas con la utilización de ciertos artes que estimaban lesivos para los ecosistemas marinos. Tales decretos fueron promulgados por el Gobierno de Canarias y se hallaban limitados a las aguas interiores —entre puntas. El estado asumirá poste-riormente estas mismas medidas para las aguas de su competencia —el mar territo-rial o las llamadas aguas exteriores. A par-tir de este primer intento de ordenación del caladero archipielágico, las disposiciones reguladoras han sido escasas en número y de poca relevancia. Una medida de gestión que está comen-zando a proliferar en las pesquerías litora-les son las reservas marinas. Desde 1975 diferentes estudios (Bacallado; Cruz et al., 1989; Hernández Otero, 1975; Hiscock, 1976), han propuesto la creación en Cana-rias de reservas marinas que pudieran ayudar a preservar la vegetación y fauna submarina. Esta iniciativa se enmarcaba en una tendencia que ya desde hacía déca-das estaba forjándose en los ámbitos con-servacionistas. Por ejemplo, en la Primera Conferencia Mundial sobre Parques Natu-rales, celebrada en Seattle en 1962, se invi-taba a los países costeros a valorar la crea-ción de parques o reservas naturales sub-marinas (Bacallado; Cruz et al., 1989: 17). En otros Estados tal modelo de gestión también ha cobrado especial relevancia en estos últimos años (Munro y Willison, 1998; Shackell, 1995). Hacia 1970 había 118 áreas marinas protegidas en 27 naciones (Kelleher y Kenchington, 1992), que en 1980 se habían convertido en 319 (Silva; Gately et al., 1986), y que recientemente José J. Pascual 71 (1995) habían llegado a superar las 1300 (Boersma y Parrish, 1999: 288; Kelleher; Bleakley et al., 1995). Probablemente tal número se haya incrementado de forma sustancial en los últimos años. Dentro de nuestro país tal tendencia había quedado ya recogida en varias inicia-tivas que promovían el establecimiento de un parque reserva submarino en las Islas Medas en 1971 (Bacallado; Cruz et al., 1989: 19), declarándose por la Generalitat como Parque Natural en 1985 (Resolución del 29 de Abril de 1985, DOCG nº 544), con una legislación por la que se establecían limitaciones a la navegación en la zona, al fondeo, y por supuesto a la pesca. La reser-va Marina de la Isla Plana o Nueva Tabar-ca en Alicante fue declarada como tal en 19864, por medio de una Orden donde se plantea que habiendo sido realizado un estudio ecológico de la zona encargado por el Ayuntamiento de Alicante, en sus con-clusiones se cita la conveniencia de estable-cer una reserva marina en la citada isla, “a fin de preservar la fauna y flora marina de la zona y servir de base de repoblación en beneficio de la riqueza ecológica de las aguas colindantes”. Probablemente el estu-dio al que se refiere la orden sea el elabora-do por Ramos Esplá hacia 1980 (Ramos Esplá, 1980). La motivación fundamental en casi to-dos estos casos parece tener un origen cla-ramente conservacionista, como en tantos otros procesos de protección de espacios naturales, aunque para su salvaguarda se obvien en mayor o menor grado los usos tradicionales que las poblaciones cercanas hayan desarrollado a lo largo del tiempo. En algunos estudios se hace mención explí-cita a la necesidad de estas instituciones para asegurar el futuro de la actividad pes-quera, por ejemplo en el caso canario (Baca-llado; Cruz et al., 1989: 16)5. Pero es fre-cuente también que se haga referencia a otros usos alternativos para los espacios protegidos. En la concepción de la reserva marina de Tabarca quedaba esto bastante claro: “Una reserva marina no se contempla únicamente como una zona de protección del ecosistema marino y sus especies aso-ciadas, sino también, como objeto de una ordenación racional que permita realizar un conjunto de actividades científicas, edu-cativas y culturales, junto a otras de carác-ter pesquero y turístico-recreativo” (Ramos Esplá, 1985: 169)6. Esto resultaba espe-cialmente evidente en este caso pues la isla en el momento de la declaración como re-serva marina recibía en verano un turismo de visita diaria que llegaba a alcanzar unas 2000 personas, con una infraestructura de chiringuitos, restaurantes y transportes vinculada a esta actividad (Ramos Esplá, 1985: 170), y entre los usos compatibles con la ordenación del espacio protegido se plan-tea el turístico-recreativo, centrado en el buceo, el baño o la pesca deportiva desde la costa con aparejo y anzuelo (Ramos Esplá, 1985: 176). Desde una perspectiva biológica, con su creación se aspira a permitir que las pobla-ciones de interés pesquero alcancen la ple-na edad reproductiva en tales zonas, con lo que se incrementarían sus efectivos y ello conduciría a su expansión fuera de la zona protegida, haciendo las funciones de criade-ro para los pesqueros circundantes. El dise-ño de estas reservas en Canarias define una zona de protección integral, en la que no es posible prácticamente ninguna activi-dad humana y la pesca profesional está totalmente prohibida. En sus márgenes en algunos casos se plantea una zona de amor-tiguamiento con muchas restricciones, y finalmente el área de reserva restante don-de la pesca profesional puede realizarse bajo ciertas condiciones, al igual que otras actividades recreativas (buceo o pesca de-portiva en algunos casos). Actualmente en Canarias hay tres reservas en funcionamiento, una alrededor de la Isla de La Graciosa, otra en el Suroeste de El Hierro y la última de reciente creación en el Sur de La Palma7. La implantación de estas reservas ha sido realizada con un cierto acuerdo por parte de las cofradías implica-das. Además, en varios de los decretos que marcan su creación se hace referencia ex-plícita al deseo de los pescadores de esta-blecer la reserva (62/1995, BOC) o a que se ha dado audiencia al sector pesquero afec-tado (Orden de 18 de julio de 2001, BOE 3 de Agosto). Sin embargo, su creación parece obedecer más a la necesidad de regenerar los recursos demersales, y a la iniciativa de biólogos y conservacionistas que a las de-mandas del sector, que también se expresa-ron, por ejemplo en La Restinga cuando el 30 de Marzo de 1995 se aprobó la creación 72 Del “mar es de todos” al mar reservado de la reserva con el pronunciamiento favo-rable de 40 de los 49 cofrades con derecho a voto (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 84). Algunos de los clubes de buceo protestaron por no poder hacer in-mersiones en la zona de máxima protección (op. cit), pero en general parece que se han visto bastante beneficiados con de la reser-va, que ha asegurado la presencia de unos fondos especialmente ricos en la zona y un marchamo de calidad que ofrece atractivos indudables. Una consecuencia de la creación de re-servas marinas es el incremento del flujo de turistas atraídos por unos atractivos natu-rales incuestionables. Las actividades que estos turistas desarrollan pueden generar impactos sensibles en la propia reserva, pero pueden constituir una alternativa económica para aquellas unidades domésti-cas que pueden ver restringida su actividad pesquera. Sin embargo, en las reservas marinas de Canarias parece que las opor-tunidades económicas que se derivan de la presencia de turistas en la zona no son aprovechadas por los locales sino por per-sonas foráneas, que tienen una participa-ción importante en los clubes de buceo, restaurantes, barcos de transporte o excur-siones, etc. Tales usos turísticos han recibi-do hasta ahora menor atención de parte de los científicos que han colaborado en su diseño, pero con frecuencia los políticos que han demandado su implantación han teni-do muy en cuenta su efecto para incremen-tar un turismo ecológico de calidad. Espe-cialmente en el caso de la última reserva implantada en Canarias, en La Palma, políticos de municipios aledaños al de la Reserva como Tazacorte demandaban otra adicional con tal fin, entre otros8. Las re-servas marinas tienen el mismo atractivo para los turistas que los parques nacionales tierra adentro (Roberts y Hawkins, 2000: 69), ya que la gente supone que la vida marina será más fascinante o inusual y estará bien protegida, y de facto cuando este es el caso se pueden encontrar en ellas ejemplares de peces inusuales, de mayor tamaño o más abundantes de lo habitual. Las reservas marinas podrían ofrecer a los pescadores oportunidades importantes de mejorar su nivel de vida, pero de hecho se ven limitados por algunos aspectos de nues-tra legislación. Una de las actividades más interesantes que podrían desarrollar son los paseos en barco y las excursiones de pesca, pero con la legislación actual no pueden utilizar sus barcos para tales fines, a diferencia de lo que ocurre por ejemplo en otros países europeos. Esto limita enorme-mente las posibilidades de mejorar su nivel de vida y de reducir su esfuerzo pesquero al implicarse a tiempo parcial en actividades alternativas que valorizan sus conocimien-tos del medio reduciendo al mismo tiempo su necesidad de extraer recursos marinos para ganarse la vida (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001; Roberts y Hawkins, 2000: 70). Las ventajas percibidas por los pescado-res de las zonas implicadas son diversas. Por una parte, pretendían incrementar las capturas y obtener un uso más restringido del territorio. Otra ventaja sería el hacer más difícil para pescadores profesionales de otras comunidades o incluso peninsulares el acceso a la reserva, al hallarse el acceso vinculado a aquellas embarcaciones que hubieran venido utilizándola previamente. El uso restringido para los extraños hace posible que se acepte, en general, por los pescadores la restricción de las técnicas de pesca en las zonas de reserva no integral, aunque la polémica respecto a este punto en el caso de La Graciosa ha sido importan-te. Además, el establecimiento de las reser-vas se halla aparejado con un incremento sustancial de la vigilancia, con inspectores dedicados exclusivamente a la zona, ha-ciendo más difíciles las prácticas ilegales que en otras zonas. Los primeros proyectos de reservas ma-rinas fueron recibidos con mucha precau-ción por los pescadores, pero más tarde algunas de las poblaciones implicadas han asumido las reservas con mayor esperanza. Sin embargo, la percepción de buena parte de las poblaciones afectadas es que las con-sultas para su creación fueron muy limita-das, y sobre todo de que su participación en la gestión de la reserva es mínima. Con el fin de gestionar estas reservas se han crea-do Comisiones Conjuntas entre el Ministe-rio y el Gobierno de Canarias, dado que tanto en el caso de La Graciosa como en el de La Restinga se comparten aguas interio-res y exteriores. En ellas se encuentran representados cargos políticos y técnicos de ambas administraciones y de alguna otra José J. Pascual 73 como cabildos o incluso del Parlamento de Canarias (habitualmente más de una doce-na), así como el patrón mayor de la cofradía y en ocasiones algún representante de los clubes de buceo9. “Pero la falta de un ver-dadero órgano gestor local, integrado por científicos y asociaciones locales, capaz de evaluar de forma continua los recursos y hacer efectivo un control real de los mis-mos, difumina las medidas reguladoras aprobadas por la Comisión Conjunta y re-fuerza la idea de que la reserva marina es una idea impuesta por las administraciones públicas” (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 83). De esta forma, la población local está representada de mane-ra casi anecdótica en los órganos de gestión de las reservas, que se reúnen además de una forma muy ocasional, habitualmente una vez al año. Esta es la queja fundamen-tal: la ausencia de participación en la ges-tión de estas instituciones. Esto conduce a contemplarlas como algo ajeno y que en cierta forma les impone desde fuera restric-ciones que pueden resultar incluso capri-chosas desde su perspectiva. Como dice un pescador de La Graciosa: “Pero me parece que lo que tienen que hacer es poner una directiva de La Graciosa, porque, al fin y al cabo, los afectados somos nosotros” (Lance-lot 971, 1-3-2002, p. 32) En el caso de La Graciosa, un colectivo de pescadores ha realizado multitud de alegaciones a las restricciones impuestas por la reglamentación de la reserva marina, que limita muchas de las prácticas tradi-cionales de pesca y marisqueo en la zona, alegaciones que hasta ahora no han sido tenidas en cuenta. Además, la vigilancia de la zona protegida es otro de los puntos can-dentes, especialmente de nuevo en el caso de La Graciosa que posee la zona protegida más amplia y rica, y donde la presencia de embarcaciones foráneas que no respetan las limitaciones impuestas por la legislación parece que resulta frecuente (La Voz, Lan-zarote, 16 de Mayo de 2002, p. 12). La vigi-lancia sobre los barcos que tienen su base en esta isla es potencialmente más sencilla de la que debe realizarse en el mar, y por ello con frecuencia estas unidades producti-vas se sienten más vigiladas que las forá-neas con diferente puerto base. Uno de los problemas esenciales radica en el modelo de gestión de las reservas ca-narias. Siguiendo a Roberts y Hawkins (2000: 89-90), los patrones de gestión de las reservas marinas oscilan entre el vertical (top-down), que vincula la gestión a institu-ciones y organismos gubernamentales que deben realizar una vigilancia y seguimiento constante del territorio protegido, y el mo-delo basado en la comunidad, que coloca el control de los recursos en la población local, con muchas ventajas y también algunos posibles inconvenientes. La efectividad de estas figuras de protección se incrementa directamente con el apoyo de los propios usuarios, y con su colaboración en la ges-tión y vigilancia. Por ello el implicarlos en las responsabilidades de gestión suele ser una buena opción. No siempre este esque-ma funciona, como Robert Wade (1992 [1987]) planteó hace ya algunos años hay precondiciones de la acción colectiva que pueden facilitar enormemente esta gestión comunitaria. Entre ellas, el contar con una población circunscrita y no demasiado am-plia, con un fuerte sentido de comunidad y con instituciones que estuvieran ya gestio-nando los recursos o pudieran hacerse car-go de la gestión, constituyen elementos que pueden facilitar muchísimo la gestión (o cogestión) local. Si los organismos guber-namentales asumen esta tarea ello no ga-rantiza el uso sostenible de los recursos, ya que su falta de medios o interés puede con-ducir a la sobreutilización de ciertos recur-sos, su perspectiva temporal de gestión puede diferir de la necesaria para el uso sostenible planteando objetivos a corto pla-zo, sus posibilidades de obtener informa-ción sobre los recursos pueden ser limita-das, o que simplemente la normativa pro-mulgada se entienda como caprichosa y fomente en cierta forma el incumplimiento de los usuarios (Pascual Fernández, 1993: 37), procesos todos ellos de los que hay mu-chos ejemplos en diversos ámbitos. La ges-tión gubernamental por tanto no garantiza la utilización sostenible de los recursos naturales, ni que las reservas marinas sean gestionadas de forma sostenible utilizando los recursos públicos de forma óptima. Las cofradías de pescadores actúan for-malmente como organismos consultivos de la administración a muchos efectos. Pese a que en las islas son instituciones con menos poder de lo habitual en otras zonas del Es-tado, ya que apenas controlan la primera 74 Del “mar es de todos” al mar reservado venta del producto y abundan las cofradías con muy pocos miembros, muchas de las regulaciones que sobre artes de pesca se han realizado en Canarias tienen mucho que ver con iniciativas de estas institucio-nes (Macías González; Pascual Fernández et al., 2000; Macías González; Pascual Fer-nández et al., 1999; Pascual Fernández, 1999). En algunos momentos parece que las cofradías han tomado un papel significativo en el origen de las reservas, pero esto no ha tenido continuidad. En el diseño institucio-nal de sus órganos rectores la representa-ción de las cofradías es mínima, frente a la administración central, autonómica u otras instancias. El tema de la gobernanza10 de las pesquerías es en estos momentos un elemento recurrente en los análisis que desde las ciencias sociales se hacen del sec-tor (Alegret, 2000; Kooiman; Vliet et al., 1999), y el problema de la participación de los usuarios en la gestión de los recursos pesqueros resulta especialmente relevante en la literatura de ciencias sociales sobre la actividad pesquera desde hace algunos años (Jentoft y McCay, 1995). Desde mu-chas perspectivas se ha planteado que la participación de los usuarios en los procesos de gestión de recursos naturales, y específi-camente de la pesca, resulta una necesidad para optimizar la gestión. En este sentido, con el diseño actual de gestión de las reservas se está minimizando la participación de las poblaciones locales en la gestión, desaprovechando la presencia de instituciones como las Cofradías que podrían asumir muchas de las tareas de gestión cotidiana y limitando el sentido que las poblaciones locales pueden tener de estas instituciones como algo propio. Conclusiones El desarrollo turístico de las Islas ha cambiado progresivamente la forma de vida y las estrategias económicas de las pobla-ciones litorales, modificando especialmente las actividades que las familias de pescado-res habitualmente combinaban en sus es-trategias económicas. Las poblaciones anfi-trionas no son siempre espectadoras pasi-vas de las fuerzas globalizadoras del turis-mo y los mercados (Boissevain, 1996: 21), sino que pueden adaptarse de manera crea-tiva a las nuevas circunstancias en función de cómo los locales desarrollan estrategias exitosas para aprovechar las oportunidades que se abren, combinando diferentes activi-dades para mejorar sus condiciones de vida o de trabajo. Los cambios no sólo acaecen a partir de los impactos del turismo, sino también a través de otras fuerzas que mo-difican a la sociedad y especialmente a la cultura (Santana, 1997: 92). Especialmente en aquellas áreas donde el ritmo del desa-rrollo turístico ha sido pausado y su impac-to no ha desplazado a las poblaciones de pescadores lejos de la costa, ni ha conducido a un monopolio de la propiedad de la tierra, las oportunidades para invertir en aparta-mentos o en restaurantes han quedado abiertas para los locales y con cierta fre-cuencia son aprovechadas. Una ventaja importante de las estrategias que conducen los excedentes de la pesca hacia estos usos alternativos es la seguridad de la inversión y la diversificación de los riesgos en dife-rentes sectores. La gente adopta habitual-mente tecnologías que reducen los riesgos (Bailey; Jentoft et al., 1996: 11), y frecuen-temente selecciona inversiones con el fin de minimizarlos y diversificarlos, tomando en consideración el conocimiento disponible. Dada la expansión turística casi continua en Canarias en las últimas décadas la in-versión en actividades o en bienes inmue-bles relacionados con los servicios de hecho aparece como una opción segura. A ello se suman las dificultades para intensificar la actividad pesquera por las limitaciones de los recursos o de la fuerza de trabajo dispo-nible, y las posibilidades de utilizar la fuer-za de trabajo femenina en estas nuevas opciones. La acuicultura no resulta una opción tan atractiva a los pescadores de muchas po-blaciones litorales (Pascual Fernández, 2001). El conocimiento empresarial de la actividad o de la biología y fisiología de estos peces queda lejos de su formación (Bailey; Jentoft et al., 1996: 6), y el volu-men de la inversión necesaria se aleja de sus posibilidades. El riesgo también resulta más elevado y concentrado, ya que una tormenta severa puede afectar tanto a las actividades acuícolas como pesqueras. Además, en algunas zonas de las islas las explotaciones de cultivos marinos, contro-ladas por empresarios de tierra, han des-pertado muchos conflictos y el rechazo al José J. Pascual 75 establecimiento de concesiones en zonas tradicionalmente utilizadas por los pesca-dores ha sido generalizado entre estos. Las restricciones de uso de ciertos espa-cios marinos a través del establecimiento de reservas ha sido desde 1995 una de las medidas de gestión más interesantes y a la vez polémicas en Canarias. En su concep-ción promueven restricciones importantes o totales en la utilización de ciertos espacios marinos delimitados para usos como la pesca, la navegación o incluso el buceo. En la práctica, el establecimiento de las reser-vas conlleva limitaciones más o menos im-portantes en las prácticas pesqueras profe-sionales o deportivas, un incremento sus-tancial de la vigilancia sobre tales espacios, y un aumento de las actividades relaciona-das con el buceo deportivo en torno a clubes instalados en las cercanías de la reserva, que atraen a un cierto número de turistas y que sin control pueden generar efectos ne-gativos significativos (Davis y Tisdell, 1995). El apoyo de las poblaciones de pescado-res a estas instituciones ha sido en algunos momentos importante, en otros marginal, pero siempre han constituido elementos de debate. Uno de sus problemas esenciales es la gestión desde arriba (“top-down”) instau-rada por Ministerio y Consejería, que da muy pocas posibilidades a la población local de participar en la gestión. Este modelo va directamente en contra de la evidencia que muchos estudios aportan sobre las vías ideales de gestión de estas figuras (Roberts y Hawkins, 2000: 89-90): son las goberna-das por las poblaciones locales las que fun-cionan mejor, entre otras cosas por contar con mayor apoyo social y por hallarse sus gestores monitorizando continuamente la situación de los recursos y de las medidas de gestión. La dependencia de un modelo operativo muy complejo vinculado a comi-siones de seguimiento que se reúnen con poca frecuencia y en el que apenas hay re-presentación de la población local conduce con gran probabilidad a la ineficiencia y la confrontación. La existencia de cofradías que podrían asumir algunas de las labores de gestión constituye un hecho que apenas ha sido aprovechado en el diseño institu-cional de estas figuras, y que probablemen-te habría de ser reconsiderado. Quizás de esta forma los usos y beneficios de las re-servas, especialmente los relacionados con el turismo, redundarán algo más a favor de las poblaciones de pescadores, disminuyen-do los conflictos en torno a su gestión. Bibliografía Aguilera Klink, Federico; Brito Hernández, Alberto; Castilla Gutiérrez, Carlos; Díaz Hernández, Antonio; Fernández-Palacios, José María ; Rodríguez Rodríguez, Antonio; Sabaté Bel, Fernando y Sánchez García, Juan 1994 Canarias: economía, ecología y medio ambiente. La Laguna: Francisco Lemus Editor. Alegret, Juan Luis 2000 "Economics and political anthropology of fisheries governance: the incipient failure of collective in Catalan cofradias". Management institutions and governance systems in European fisheries. 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El equipo de investigación esta compuesto por: Dr. Agustín Santana Talavera, Dr. José Antonio Batista Medina, D. Álvaro Díaz de la Paz, D. Carmelo Dorta Morales, Dª. Beatriz Martín de la Rosa, D. Javier Macías y Dr. Juan Lluis Ale-gret (U. Girona). 3 Institución de derecho público que puede hacer las funciones en ciertos aspectos de una cooperativa de pesca pero con muchas otras atribuciones a la hora de regular el sector y con una historia muy prolon-gada y diversa en España (Pascual Fernández, 1999). 4 Orden de 4 de abril de 1986, por la que se estable-ce una reserva marina en la Isla de Tabarca, B.O.E. nº 112, 10 de Mayo de 1986. 5 “El segundo proyecto que hemos llevado a cabo, auspiciado y subvencionado por la Consejería de Agricultura y Pesca del Gobierno Autónomo Cana-rio, tuvo como finalidad el estudio de zonas coste-ras con vistas a la creación de RESERVAS MARI-NAS, cuyo informe final aparece reflejado en las páginas de este libro. Queda aún mucho camino por recorrer; en base a nuestros informes y a los que paralelamente han presentado los investigadores del Departamento de 78 Del “mar es de todos” al mar reservado Botánica, deben tomarse –URGENTEMENTE- las medidas y resoluciones administrativas necesarias tendentes a la salvaguarda de aquellos enclaves marinos seleccionados susceptibles de recupera-ción. Con ello estaremos abriendo de nuevo las purtas a un futuro prometedor para la PESCA EN CANARIAS” (Bacallado; Cruz et al., 1989: 16) Mayúsculas en el original. 6 “Además de las premisas anteriores, se ha intentado armonizar dos de los potenciales más importantes del área mediterránea (Murdoch y Onuf, 1974) compati-bles en un mismo lugar, la pesca y el turismo, que a primera vista parecen contrarios a la protección me-dioambiental. Ambos, organizados de forma controlada y racional pueden llegar a ser compatibles con la con-servación del medio ambiente” (Ramos Esplá, 1985: 170). 7 Decreto 30/1996, de 16 de febrero, por el que se establece una reserva marina de interés pesquero en la isla de El Hierro, en el entorno de la Punta de La Restinga, Mar de las Calmas, BOC 11 de Marzo de 1996. Orden de 24 de enero de 1996 por la que se establece una reserva marina en el entorno de la Punta de La Restinga-Mar de las Calmas (Isla de El Hierro); BOE número: 30-1996, 03/02/1996. Decreto 62/1995, de 24 de marzo, por el que se establece una reserva marina de interés pesquero en el entorno de la isla de La Graciosa y de los islotes del norte de Lanzarote, BOC 26 de abril de 1995. Orden de 19 de mayo de 1995 por la que se establece una reserva marina en el entorno de la Isla Graciosa y de los Islotes del Norte de Lanzarote; BOE número: 131-1995, 02/06/1995. Orden de 18 de julio de 2001 por la que se estable-ce una reserva marina en la isla de La Palma, BOE número: 185-2001, 03/08/2001. 8 “TAZACORTE Actualmente se tramita una en la costa de Fuencaliente. La Corporación propone crear una segunda reserva marina en la Isla. TAZACORTE (RE-DACCIÓN). El Pleno del Ayuntamiento de Tazacorte acordó en su última sesión, tras estudiar una moción presentada por Unión Bagañeta, solicitar a la Conseje-ría de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias que estudie y acelere la creación de una segunda reser-va marina en la Isla, además de la que ya se tramita en Fuencaliente. La Corporación bagañeta pide que en un plazo de un año, si es posible, se puedan disponer de estas dos reservas para potenciar la variedad y cantidad de especies, además de posibilitar un turismo ecológico de naturaleza subacuática. En esta solicitud se advierte de que la situación de los caladeros tradicionales en lo referente a pesca artesa-nal es preocupante debido a que la sobreexplotación pesquera «está agotando las pocas especies de nuestras aguas, y todos conocemos la precariedad de nuestra plataforma, que se puede considerar inexistente». El Ayuntamiento cree necesario que se estudie la posi-bilidad de crear dos reservas marinas en la Isla al entender que en pocos años se podría aumentar consi-derablemente la actividad pesquera al subir el número de especies. Además, los concejales aseguran que de salir adelante su petición se desarrollará una actividad subacuática de cara a un turismo ecológico, de calidad, «que en todas las reservas existentes es una alternativa bastante aceptable», citando como ejemplos los casos de La Restinga, en El Hierro, y Cabrón, en Gran Canaria”. El Día (Santa Cruz de Tenerife) 17-5-2000. 9 Tomando como ejemplo una reunión de la comi-sión conjunta de gestión y seguimiento de la reser-va marina de La Restinga, Mar de Las Calmas de 8 de Junio de 1999, encontramos con que participan en ella cinco cargos políticos (Ministerio, Vicecon-sejería de Pesca, Cabildo del Hierro, Director Insu-lar de las Administraciones del Estado Representnte ), nueve técnicos de alto nivel de diferentes admi-nistraciones y centros de investigación, y sólo dos representantes locales, el Patrón Mayor de la Co-fradía y un representante de la Asociación de Cen-tros de Buceo Fondos de El Hierro. Evidentemente, la implicación de la población local en la toma de decisiones respecto a la reserva es mínima, y no resulta extraño que se la perciba como algo ajeno. 10 En la edición de 2001 del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua se encuentra finalmente una definición de este término que en el inglés governance constituía desde tiempo atrás un concepto clave para el análisis de la gestión de los asuntos públicos. En la definición de la DRAE este término haría referencia al Arte o manera de go-bernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional dura-dero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la econo-mía.
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Título y subtítulo | Del “mar es de todos” al mar reservado: turistas, poblaciones de pescadores y reservas marinas en Canarias |
Autor principal | Pascual, José J. |
Publicación fuente | Pasos. Revista de turismo y patrimonio cultural |
Numeración | Volumen 01. Número 1 |
Sección | Artículos |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | El Sauzal, Tenerife |
Editorial | Universidad de La Laguna |
Fecha | 2003-01 |
Páginas | pp. 065-078 |
Materias | Turismo ; Patrimonio cultural ; Publicaciones periódicas |
Enlaces relacionados | Página web: http://todopatrimonio.com/revistas/101-pasos-revista-de-turismo-y-patrimonio-cultural |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 295884 Bytes |
Texto | Vol. 1 Nº 1 págs. 65-78. 2003 www.pasosonline.org © PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121 Del “mar es de todos” al mar reservado: turistas, poblaciones de pescadores y reservas marinas en Canarias1 José J. Pascual † Universidad de La Laguna (Islas Canarias, España) Resumen: Los patrones de desarrollo de las últimas décadas en Canarias y en otras zonas del Estado han originado nuevos usos del espacio marítimo y litoral. Frente a los tradicionales vinculados a la pesca, ahora dominan frecuentemente los turísticos y recreativos. La naturaleza, construida o recreada, se con-vierte especialmente en los últimos años en un atractivo clave para muchos destinos. En este contexto, las reservas marinas intentan preservar ciertas zonas de especial valor biológico de los excesos de la pesca, a la vez que deberían conjugar los usos turísticos y recreativos a realizar en tales espacios con la conservación de sus valores naturales. En Canarias han constituido uno de los instrumentos claves de la política de conservación y gestión de pesquerías en las áreas costeras de las Islas. Actualmente hay tres en funcionamiento, siguiendo una tendencia cada vez más general en todo el mundo. Pero a la vez que con ellas se controla la extracción de recursos por los profesionales, se impulsan una serie de usos vincu-lados a determinadas formas de turismo que han generado importantes transformaciones en las poblacio-nes vinculadas a estas zonas protegidas. Otros impactos inducidos por el turismo o la acuicultura han alterado también sus estrategias económicas o el uso de los espacios tanto en tierra como en el mar. Palabras clave: Turismo; Pesca; Acuicultura; Conflictos; Espacios; Estrategias económicas; Reservas marinas. Abstract: In the last decades, the development patterns in the Canary Islands have changed the uses of maritime and littoral areas. Instead of traditional activities linked to fishing, now tourism and recreation are the core of the new uses. Nature, constructed or re-created, is now a key feature of many tourist des-tinies. In this context, marine protected areas attempt to preserve areas with special biological values from fisheries overexploitation, offering tourist and recreational uses compatible with conservation and following a general tendency all around the world. In the Canary Islands they constitute one of the most important measures of fisheries management and nature preservation. Nowadays there are three marine reserves in the Archipelago. The normative of marine protected areas limit professional fishing activities, and also drive forward tourism, especially scuba diving, involving relevant social impacts in the com-munities nearby. Also, those communities have had to confront many different impacts induced by tour-ism or aquaculture, changing economic strategies or the use of social spaces in land or at sea. Keywords: Tourism; Fisheries; Aquaculture; Conflicts; Space; Economic strategies; Marine reserves. † Doctor en Antropología Social. Instituto Universitario de Ciencias Políticas y Sociales y Departamento de Prehisto-ria, Antropología e Historia Antigua de la Universidad de La Laguna (Tenerife, España). E-Mail: jpascual@ull.es 66 Del “mar es de todos” al mar reservado Introducción2 El litoral español ha sido sometido en las últimas décadas a transformaciones que en algunas regiones del Estado han resul-tado radicales. De un contexto en el que los espacios costeros se hallaban vinculados sobre todo al comercio a través del tráfico de cabotaje, a la defensa militar y a la acti-vidad pesquera, hemos pasado a una nueva situación en la que tales espacios litorales se han visto colonizados de manera progre-siva y continua por nuevos usos, más liga-dos al turismo o al ocio. Además, han sur-gido con fuerza nuevas formas de residen-cia que buscan disfrutar de un paisaje lito-ral revalorizado y al que se accede con ma-yor facilidad debido a las mejoras en los medios de comunicación. En Canarias, por ejemplo, esta tenden-cia ha conducido a importantes transforma-ciones en el litoral y en las poblaciones que lo ocupaban. Buena parte de ese litoral se encontraba a principios del siglo XX prácti-camente desierto, especialmente en las vertientes suroeste de las islas, donde las calmas continuas dificultaban incluso la navegación. Varios procesos que trascendí-an a estas zonas y a sus escasos pobladores se convertirían con el paso del tiempo en determinantes de su futuro. Por una parte, la demanda de conservas y salazones de atún, importante tanto en la península como en Italia, indujo a una serie de com-pañías a establecer factorías en varios pun-tos de esta vertiente de las islas desde el siglo XIX, pero sobre todo a comienzos del XX. En estas mismas zonas se expandieron también cultivos destinados a la exporta-ción, como el tomate y posteriormente el plátano. Estos dos hechos significaron la posibilidad de crear o expandir asenta-mientos estables de población. Pero sobre estas mismas zonas se establecieron con el paso del tiempo industrias turísticas que alterarían de una forma mucho más radical la configuración de este litoral, creando entornos totalmente nuevos -como muchas playas artificiales-, construyendo viviendas para cientos de miles de personas en espa-cios circunscritos y apropiándose de espa-cios o paisajes de una manera que no tenía precedente en la historia. Tales procesos han afectado de manera indudable a las poblaciones de pescadores litorales, que eran hasta los años sesenta y setenta, junto con algunos asentamientos agrícolas, los únicos usuarios de tales espa-cios. La competencia por los ámbitos coste-ros y por la fuerza de trabajo ha sido desde ese momento constante, aunque más inten-sa en algunas zonas de las islas que en otras. Los usos de la franja litoral y de los recursos marinos han cambiado de forma sustancial en los últimos años, vinculados a grandes transformaciones demográficas, de las condiciones de mercado, o incluso de la ecología marina a causa de las intervencio-nes humanas. Para explicar los procesos que han teni-do lugar debemos recurrir siempre en algu-na medida al análisis de fuerzas o constric-ciones que trascendían las poblaciones loca-les, tanto cuando a finales del XIX se esta-blecen industrias pesqueras en las costas insulares como cuando a comienzos del siglo XXI se establece la tercera reserva marina del archipiélago (Pascual Fernán-dez, 2002). En este último caso, su implan-tación no respondía únicamente a la coyun-tura pesquera de la zona, sino que obedecía a una tendencia favorable a tal figura de protección desarrollada a nivel mundial. El sector pesquero en las islas y en bue-na parte de la península ha afrontado en los últimos años retos que han comprome-tido la viabilidad de gran número de explo-taciones o de flotas enteras. La imposibili-dad de faenar en el vecino banco sahariano, utilizado por los barcos canarios y de otras zonas del Estado desde el siglo XV, ha pro-vocado que buena parte de la flota que tenía su base en las islas (arrastreros, ne-veros, sardinales y atuneros), haya perma-necido en tierra cobrando subsidios durante un largo periodo, abocados al desguace los barcos y los marineros al desempleo, las prejubilaciones o bien a la colocación en otros sectores productivos. Y la flota de litoral se enfrenta al desafío de unos recur-sos que muchos estiman sobreexplotados o en declive. Entre los retos a los que se enfrenta la pesca en las islas quizás uno sea especial-mente significativo. La competencia del sector servicios por la mano de obra ha estado descarnando la actividad, pues mu-chos de los puestos de trabajo creados en tierra ofrecen unas condiciones de trabajo y una regularidad en los ingresos que atraen José J. Pascual 67 al personal más cualificado del sector, y sobre todo a los más jóvenes que han goza-do de algún tipo de educación formal aun-que fuera mínima. De hecho, tanto las acti-vidades relacionadas directamente con el turismo, como aquellas que mantienen una relación menos directa, han sido las que han conducido a una expansión económica muy importante desde los años setenta en el archipiélago y ocupan actualmente la mayor parte del V.A.B. canario. El porcen-taje vinculado a la actividad pesquera de este V.A.B. se hallaba calculado hacia el año 1999, considerando la fase extractiva de la pesca y la acuicultura, en un 1,05%, e incluyendo la transformación industrial alcanzaría el 1,22% (Macías González; Pas-cual Fernández et al., 1999: 477). Además, este cálculo se realizó previamente a la finalización del acuerdo pesquero con Ma-rruecos, que significó la finalización de la actividad realizada sobre el vecino banco pesquero canario-sahariano de jurisdicción marroquí, hecho que ha disminuido de ma-nera muy importante la relevancia del sec-tor pesquero en la economía canaria. El sector pesquero artesanal En el sector pesquero artesanal de las islas trabajan entre 1500 y 2000 personas en la fase extractiva, distribuidas entre más de 1500 kilómetros de línea de costa. Esta es una combinación de acantilados y playas abiertas, pero en la mayor parte de los casos la plataforma submarina adyacen-te es de reducido tamaño. Los ecosistemas marinos que rodean al archipiélago se ca-racterizan por su biodiversidad y fragilidad, y en su análisis se deben tener en cuenta una serie de factores básicos, como el redu-cido número de individuos de cada especie, las complejas interrelaciones entre ellas, las presiones sobre los ecosistemas costeros originadas por la acción humana, y la emi-sión de cantidades significativas de sustan-cias contaminantes (Aguilera Klink; Brito Hernández et al., 1994). A lo largo de esta costa se sitúan un gran número de pequeños puertos de pesca. En la mayor parte de ellos sólo unas pocas unidades artesanales desarrollan activida-des extractivas, frecuentemente cambiando sus técnicas de pesca y comercializando sus productos a través de canales informales (Pascual Fernández,1991). Sólo en algunas comunidades de Fuerteventura y El Hierro se desarrolla la comercialización a cargo de la cofradía3. A través de todas las islas pre-valecen diferentes alternativas, tales como la comercialización directa por las mujeres de los pescadores, restaurantes que com-pran toda la producción de varios barcos, o intermediarios que controlan las capturas de buena parte de la flota en algunos puer-tos. La combinación de actividades en dife-rentes sectores económicos constituye uno de los principales problemas a la hora de evaluar la relevancia del sector. Por ejem-plo, en las unidades domésticas vinculadas a la pesca artesanal, las mujeres y los jóve-nes trabajan frecuentemente en labores alternativas: hoteles y restaurantes, comer-cio y construcción. Esta estrategia de com-binar actividades económicas no es nueva. Desde el siglo XV las poblaciones litorales han sobrevivido por medio de una compleja matriz de labores interconectadas en secto-res diferentes. Hasta hace muy poco tiempo se combinaban con la pesca litoral, por ejemplo, la agricultura, el cabotaje y la pesca en el banco sahariano. Después de la conquista europea de las islas, la mayor parte del contenido proteíni-co de la dieta de sus habitantes se hallaba relacionada con el mar. El pescado salado, especialmente el proveniente de la vecina costa africana, constituía el complemento ideal a los productos agrícolas de las islas. La productividad de la costa sahariana era de tal nivel que durante los siglos XVIII y XIX atrajo el interés de muchos viajeros e incluso de misiones de investigación de diferentes naciones, siendo comparada fa-vorablemente con los mejores bancos en el mundo (Berthelot, 1840; Glas, 1982). En este contexto, sin embargo, las actividades pesqueras realizadas en el litoral de las islas eran marginales; su productividad era mucho más reducida y no bastaba para compensar los menores costes de transpor-te. Sólo cuando los ataques piratas o las guerras hacían imposible visitar los vecinos bancos africanos tenía lugar la pesca inten-siva en el litoral suroeste de algunas islas, donde los mares se hallaban en calma du-rante casi todo el año debido a la acción protectora que la gran masa de ciertas is-las, como Tenerife o Gran Canaria, realiza- 68 Del “mar es de todos” al mar reservado ba sobre los vientos alisios dominantes. "La altura de las montañas opone una barrera á los vientos generales que soplan comunmente del N.E., quedando al socaire toda la costa meridional de las Islas. Los isleños denominan con el nombre de Cal-mas el trozo de mar que baña esta parte de las costas del archipiélago canario. Las goletas pescadoras tienen algunas veces que pasar a remo todo este litoral, cuando los vientos del S.O. no les favorecen en la navegación." (Webb y Berthelot: "Histoire Naturelle...", traducido en Silva Ferro (1875)) Los cambios en los hábitos de consumo, acentuados desde los 50 e incrementados todavía más con la nueva demanda del sector turístico -no internacional-, elevaron la explotación de las especies demersales y el valor del pescado capturado en la zona litoral. Junto con el establecimiento de fac-torías de enlatado o salazón para procesar las capturas de túnidos, estas nuevas de-mandas estimularon el crecimiento de pe-queñas poblaciones de pescadores en las costas insulares a través de todo el archi-piélago. Muchas de tales factorías se esta-blecieron precisamente en las calmas de las islas. El buen tiempo a lo largo de todo el año hacía posible capturar allí las especies de túnidos de forma continua cuando pasa-ban cerca de la isla. La presencia de estas factorías y la demanda que originaban hacía posible el asentamiento permanente de poblaciones dependientes de la pesca en las zonas hasta ese momento más áridas y menos habitadas de Tenerife, Gran Cana-ria y La Gomera. Previamente, la ausencia de comunidades agrícolas en estas áreas costeras y la imposibilidad subsecuente del comercio o el intercambio de productos pes-queros por agrícolas había prevenido el asentamiento. No sólo había allí calmas en el mar durante todo el año; la ausencia de vientos y el clima cálido convertían estas zonas en lugares ideales para vivir. Un problema relevante durante largo tiempo fue la ausencia de infraestructuras de co-municación y transporte, que serían cons-truidas a partir de la implantación de asen-tamientos turísticos, primero en el suroeste de Gran Canaria y más tarde también en esta misma zona de Tenerife. Las calmas favorecieron el establecimiento de compa-ñías de pesca, pero más tarde la industria turística se vio atraída también por condi-ciones que resultaban todavía más favora-bles para su desarrollo. El buen tiempo durante todo el año (sol, ausencia de vien-tos, mar tranquilo), las grandes extensiones de tierra que podían ser transformadas en urbanizaciones turísticas, el desarrollo de las comunicaciones y una fuerza de trabajo disponible que podía ser entrenada para solventar muchas de las demandas, confi-guraban un destino potencialmente ideal. En Canarias se encontraban con climas y paisajes de muy diverso tipo, unos poten-cialmente africanos o saharianos, otros casi centroeuropeos, en la misma isla y a muy pocos kilómetros de distancia. Pero el con-texto social, el gobierno, la sanidad o las infraestructuras eran claramente europeas. Esto se revelaría cómo especialmente im-portante cuando durante los 90 muchos destinos potenciales del Norte de África se vieron afectados por la guerra o el terro-rismo, mientras Canarias incrementaba claramente su cuota de mercado. La expansión del turismo en las islas ha sido prácticamente continua desde los 60 hasta nuestros días, con algunas crisis oca-sionales relacionadas con la energía o con factores económicos. Desde 1995 a 2000, por ejemplo, de acuerdo con los datos oficia-les el incremento total de turistas en las islas fue de más de dos millones y esta ten-dencia parece haberse incrementado aún en Entrada de turistas extranjeros por isla 1995-2000 1995 1996 1997 1998 1999 2000 ISLAS CANARIAS 7.971.928 8.007.118 8.433.873 9.349.152 9.855.255 9.975.977 Lanzarote 1.348.700 1.381.195 1.466.570 1.662.427 1.719.949 1.750.507 Fuerteventura 912.087 911.201 958.975 1.131.983 1.272.648 1.305.874 Gran Canaria 2.592.007 2.602.220 2.733.978 2.987.098 3.136.262 3.109.066 Tenerife 3.012.568 2.993.084 3.157.343 3.440.551 3.591.020 3.675.206 La Gomera - - - - .. .. La Palma 106.566 119.418 117.007 127.093 135.376 135.324 El Hierro .. .. .. .. .. .. Fuente: Aeropuertos Españoles y Navegación aérea (AENA). Fuente: Instituto Canario de Estadística (ISTAC) José J. Pascual 69 el 2001 hasta el atentado de las Torres Gemelas. Los datos describen una situación donde el sector turístico de las islas juega el principal rol de la economía. Dado que ésta expansión ha tenido lugar sobre todo en el litoral, las poblaciones dependientes de la pesca y las actividades que tienen lugar en estas áreas costeras han recibido la mayor parte de los impactos. La pesca ha sido una de las actividades que ha sufrido un conti-nuo proceso de adaptación debido a la ex-pansión de las industrias de servicios preci-samente en lo que había sido su ubicación tradicional. Los conflictos por el espacio litoral y marítimo Las poblaciones de pescadores litorales canarias se han visto sometidas a un siste-mático proceso de marginación espacial en las últimas décadas, ya que muchos de sus espacios tradicionales se han visto ocupa-dos por las actividades vinculadas a los servicios y al turismo. En las playas tradi-cionales muchas veces ya no se pueden varar barcos, ni tender pescado para secar-lo, ni extender las redes para repararlas. La costa se ha llenado de construcciones, de muelles deportivos, de bares y restauran-tes. Esto conduce a la vez tanto a proble-mas —el desplazamiento físico de los pes-cadores—, como a oportunidades —nuevos puestos de trabajo, aunque sea en otros sectores. Un elemento clave en este proceso ha sido la propiedad de la tierra. En mu-chos casos los asentamientos de pescadores se habían realizado en espacios relativa-mente marginales. Por ejemplo, en el caso de San Miguel de Tajao (Tenerife) (Pascual Fernández, 1991) los pescadores sólo pudie-ron construir durante décadas en los espa-cios inservibles para la agricultura, los “morros” rocosos que fueron dando forma al pueblo, ya que los propietarios de las fincas que llegaban hasta el mar no estaban dis-puestos a comprometer la tierra cultivable. Si esto ocurría cuando la tierra sólo tenía utilidad para las explotaciones agrícolas, al desarrollarse el turismo los problemas de vivienda de las poblaciones litorales no hicieron más que aumentar. Foráneos con un poder adquisitivo mucho más elevado podían siempre competir en condiciones ventajosas por la tierra, especialmente por aquella situada más cerca del litoral, gene-rando un proceso de desplazamiento de las poblaciones de pescadores hacia el interior que poco a poco iba distanciándolas del mar, cuya observación continua siempre había sido uno de los rasgos básicos de su estilo de vida. Si las viviendas se distancia-ban de la costa, los espacios sociales que habían sido patrimonio de las poblaciones locales, tales como la playa, las calles, los bares o las plazas, fueron siendo ocupados de forma cada vez más constante por los foráneos. Esto fue dificultando cada vez más usos como el secado del pescado o de las redes en la playa, o la utilización de técnicas de pesca como el chinchorro que implican habitualmente el utilizar amplios espacios de las playas. Las tensiones derivadas de estos proce-sos han sido más o menos significativas, pero no han llegado a la magnitud de las relacionadas con la implantación de los cultivos marinos en las islas, especialmente en el Sur de Tenerife. En este caso concre-to, la actividad de cultivos marinos nace hacia 1987 ligada a la empresa Cultivos Marinos Teide, constituida por personas indirectamente relacionadas con la activi-dad pesquera. Despertó conflictos a partir de comienzos de los 90 al realizarse la acti-vidad cerca de la playa de Los Cristianos, en escasa profundidad y ocupando un espa-cio precioso en la dársena de esta localidad, por lo que tuvo que ser trasladada la explo-tación al este, frente a un acantilado cerca-no a esta población, hacia 1995. En los úl-timos años han surgido tensiones muy im-portantes en torno a la proliferación de explotaciones en derredor a esta originaria, privatizando de hecho un espacio marítimo por las concesiones preceptivas para des-arrollar cada explotación, que pueden tener una extensión bastante considerable (Pas-cual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 205 y ss.). Esta expansión de la acti-vidad no fue espontánea, ya que resultó impulsada de manera determinante por la Agencia Insular del Mar, organismo depen-diente del Cabildo de Tenerife, que generó una escuela taller de cultivos marinos en la zona e impulsó de manera determinante la creación de empresas en este ramo de acti-vidad a partir de 1998-9. En noviembre de 2000 había ocho concesiones en la zona de los acantilados de Guaza, al este de Los 70 Del “mar es de todos” al mar reservado Cristianos, despertando cada vez mayores tensiones entre pescadores y empresarios turísticos de la zona. Cuando tales granjas marinas se concentran sus efectos sobre la navegación y la pesca, o incluso sobre las actividades de ocio, se hacen cada vez más evidentes y las consecuencias de la conta-minación producida también cobran más importancia. Los enfrentamientos y alega-ciones realizados por los pescadores o em-presarios turísticos de la zona han crecido en los últimos años, pero con frecuencia el respaldo que reciben de las instituciones públicas es reducido. Un titular reciente de un periódico insular rezaba así: “Rodríguez (el Consejero de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias) reprende a los pes-cadores por su oposición a la acuicultura” (Pérez, 2002), haciéndose eco el periodista de la polémica entre este político y Vicente Rivero, el Patrón Mayor de la Cofradía de los Cristianos (y presidente de la Federa-ción Provincial de Cofradías de Santa Cruz de Tenerife). Las razones que han impedido a los pescadores litorales el acceder a este sector son diversas (Pascual Fernández, 2001), pero entre ellas destacan su carencia de los conocimientos biológicos o empresa-riales para dirigir una empresa de cultivos marinos, el gran monto de la inversión ne-cesaria para llevarla a buen puerto y la existencia de posibilidades alternativas de inversión en otros sectores que suponen un menor riesgo (apartamentos o restauran-tes) y exigen mucho menos capital. De hecho el proceso al que están asis-tiendo los pescadores de algunas zonas es a una privatización de espacios marinos que de siempre se habían considerado como de acceso público, aunque su titularidad fuera estatal, y que ahora pasan a ser controlados por empresarios que en la mayor parte de los casos no se hallan arraigados en la co-munidad y que son conceptualizados como gente de tierra que les va a hacer la compe-tencia La gestión de la pesca y las reservas: control del estado vs. gestión comunal El papel del Estado en la gestión y el control de las costas de las islas fue, duran-te un largo periodo, muy limitado. Las re-gulaciones dirigidas especialmente al caso canario eran escasas. El nuevo marco polí-tico que se genera con el proceso de descen-tralización del poder estatal en comunida-des autónomas y que culmina con el Esta-tuto de Autonomía conduce a las transfe-rencias de competencias sobre la actividad pesquera en aguas interiores hacia finales de 1985. Las primeras regulaciones real-mente específicas para el ordenamiento del caladero archipielágico, basadas en medi-das de corte protector muy ligero —tallas, técnicas y modalidades de pesca y regula-ción de la actividad deportiva—, no se de-cretan hasta 1986 (Decretos 154 y 155/ 1986 de 9 de Octubre, BOC 17 Octubre) ante la presión y las movilizaciones prota-gonizadas por un conjunto de comunidades de pescadores, representadas por sus Co-fradías, descontentas con la utilización de ciertos artes que estimaban lesivos para los ecosistemas marinos. Tales decretos fueron promulgados por el Gobierno de Canarias y se hallaban limitados a las aguas interiores —entre puntas. El estado asumirá poste-riormente estas mismas medidas para las aguas de su competencia —el mar territo-rial o las llamadas aguas exteriores. A par-tir de este primer intento de ordenación del caladero archipielágico, las disposiciones reguladoras han sido escasas en número y de poca relevancia. Una medida de gestión que está comen-zando a proliferar en las pesquerías litora-les son las reservas marinas. Desde 1975 diferentes estudios (Bacallado; Cruz et al., 1989; Hernández Otero, 1975; Hiscock, 1976), han propuesto la creación en Cana-rias de reservas marinas que pudieran ayudar a preservar la vegetación y fauna submarina. Esta iniciativa se enmarcaba en una tendencia que ya desde hacía déca-das estaba forjándose en los ámbitos con-servacionistas. Por ejemplo, en la Primera Conferencia Mundial sobre Parques Natu-rales, celebrada en Seattle en 1962, se invi-taba a los países costeros a valorar la crea-ción de parques o reservas naturales sub-marinas (Bacallado; Cruz et al., 1989: 17). En otros Estados tal modelo de gestión también ha cobrado especial relevancia en estos últimos años (Munro y Willison, 1998; Shackell, 1995). Hacia 1970 había 118 áreas marinas protegidas en 27 naciones (Kelleher y Kenchington, 1992), que en 1980 se habían convertido en 319 (Silva; Gately et al., 1986), y que recientemente José J. Pascual 71 (1995) habían llegado a superar las 1300 (Boersma y Parrish, 1999: 288; Kelleher; Bleakley et al., 1995). Probablemente tal número se haya incrementado de forma sustancial en los últimos años. Dentro de nuestro país tal tendencia había quedado ya recogida en varias inicia-tivas que promovían el establecimiento de un parque reserva submarino en las Islas Medas en 1971 (Bacallado; Cruz et al., 1989: 19), declarándose por la Generalitat como Parque Natural en 1985 (Resolución del 29 de Abril de 1985, DOCG nº 544), con una legislación por la que se establecían limitaciones a la navegación en la zona, al fondeo, y por supuesto a la pesca. La reser-va Marina de la Isla Plana o Nueva Tabar-ca en Alicante fue declarada como tal en 19864, por medio de una Orden donde se plantea que habiendo sido realizado un estudio ecológico de la zona encargado por el Ayuntamiento de Alicante, en sus con-clusiones se cita la conveniencia de estable-cer una reserva marina en la citada isla, “a fin de preservar la fauna y flora marina de la zona y servir de base de repoblación en beneficio de la riqueza ecológica de las aguas colindantes”. Probablemente el estu-dio al que se refiere la orden sea el elabora-do por Ramos Esplá hacia 1980 (Ramos Esplá, 1980). La motivación fundamental en casi to-dos estos casos parece tener un origen cla-ramente conservacionista, como en tantos otros procesos de protección de espacios naturales, aunque para su salvaguarda se obvien en mayor o menor grado los usos tradicionales que las poblaciones cercanas hayan desarrollado a lo largo del tiempo. En algunos estudios se hace mención explí-cita a la necesidad de estas instituciones para asegurar el futuro de la actividad pes-quera, por ejemplo en el caso canario (Baca-llado; Cruz et al., 1989: 16)5. Pero es fre-cuente también que se haga referencia a otros usos alternativos para los espacios protegidos. En la concepción de la reserva marina de Tabarca quedaba esto bastante claro: “Una reserva marina no se contempla únicamente como una zona de protección del ecosistema marino y sus especies aso-ciadas, sino también, como objeto de una ordenación racional que permita realizar un conjunto de actividades científicas, edu-cativas y culturales, junto a otras de carác-ter pesquero y turístico-recreativo” (Ramos Esplá, 1985: 169)6. Esto resultaba espe-cialmente evidente en este caso pues la isla en el momento de la declaración como re-serva marina recibía en verano un turismo de visita diaria que llegaba a alcanzar unas 2000 personas, con una infraestructura de chiringuitos, restaurantes y transportes vinculada a esta actividad (Ramos Esplá, 1985: 170), y entre los usos compatibles con la ordenación del espacio protegido se plan-tea el turístico-recreativo, centrado en el buceo, el baño o la pesca deportiva desde la costa con aparejo y anzuelo (Ramos Esplá, 1985: 176). Desde una perspectiva biológica, con su creación se aspira a permitir que las pobla-ciones de interés pesquero alcancen la ple-na edad reproductiva en tales zonas, con lo que se incrementarían sus efectivos y ello conduciría a su expansión fuera de la zona protegida, haciendo las funciones de criade-ro para los pesqueros circundantes. El dise-ño de estas reservas en Canarias define una zona de protección integral, en la que no es posible prácticamente ninguna activi-dad humana y la pesca profesional está totalmente prohibida. En sus márgenes en algunos casos se plantea una zona de amor-tiguamiento con muchas restricciones, y finalmente el área de reserva restante don-de la pesca profesional puede realizarse bajo ciertas condiciones, al igual que otras actividades recreativas (buceo o pesca de-portiva en algunos casos). Actualmente en Canarias hay tres reservas en funcionamiento, una alrededor de la Isla de La Graciosa, otra en el Suroeste de El Hierro y la última de reciente creación en el Sur de La Palma7. La implantación de estas reservas ha sido realizada con un cierto acuerdo por parte de las cofradías implica-das. Además, en varios de los decretos que marcan su creación se hace referencia ex-plícita al deseo de los pescadores de esta-blecer la reserva (62/1995, BOC) o a que se ha dado audiencia al sector pesquero afec-tado (Orden de 18 de julio de 2001, BOE 3 de Agosto). Sin embargo, su creación parece obedecer más a la necesidad de regenerar los recursos demersales, y a la iniciativa de biólogos y conservacionistas que a las de-mandas del sector, que también se expresa-ron, por ejemplo en La Restinga cuando el 30 de Marzo de 1995 se aprobó la creación 72 Del “mar es de todos” al mar reservado de la reserva con el pronunciamiento favo-rable de 40 de los 49 cofrades con derecho a voto (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 84). Algunos de los clubes de buceo protestaron por no poder hacer in-mersiones en la zona de máxima protección (op. cit), pero en general parece que se han visto bastante beneficiados con de la reser-va, que ha asegurado la presencia de unos fondos especialmente ricos en la zona y un marchamo de calidad que ofrece atractivos indudables. Una consecuencia de la creación de re-servas marinas es el incremento del flujo de turistas atraídos por unos atractivos natu-rales incuestionables. Las actividades que estos turistas desarrollan pueden generar impactos sensibles en la propia reserva, pero pueden constituir una alternativa económica para aquellas unidades domésti-cas que pueden ver restringida su actividad pesquera. Sin embargo, en las reservas marinas de Canarias parece que las opor-tunidades económicas que se derivan de la presencia de turistas en la zona no son aprovechadas por los locales sino por per-sonas foráneas, que tienen una participa-ción importante en los clubes de buceo, restaurantes, barcos de transporte o excur-siones, etc. Tales usos turísticos han recibi-do hasta ahora menor atención de parte de los científicos que han colaborado en su diseño, pero con frecuencia los políticos que han demandado su implantación han teni-do muy en cuenta su efecto para incremen-tar un turismo ecológico de calidad. Espe-cialmente en el caso de la última reserva implantada en Canarias, en La Palma, políticos de municipios aledaños al de la Reserva como Tazacorte demandaban otra adicional con tal fin, entre otros8. Las re-servas marinas tienen el mismo atractivo para los turistas que los parques nacionales tierra adentro (Roberts y Hawkins, 2000: 69), ya que la gente supone que la vida marina será más fascinante o inusual y estará bien protegida, y de facto cuando este es el caso se pueden encontrar en ellas ejemplares de peces inusuales, de mayor tamaño o más abundantes de lo habitual. Las reservas marinas podrían ofrecer a los pescadores oportunidades importantes de mejorar su nivel de vida, pero de hecho se ven limitados por algunos aspectos de nues-tra legislación. Una de las actividades más interesantes que podrían desarrollar son los paseos en barco y las excursiones de pesca, pero con la legislación actual no pueden utilizar sus barcos para tales fines, a diferencia de lo que ocurre por ejemplo en otros países europeos. Esto limita enorme-mente las posibilidades de mejorar su nivel de vida y de reducir su esfuerzo pesquero al implicarse a tiempo parcial en actividades alternativas que valorizan sus conocimien-tos del medio reduciendo al mismo tiempo su necesidad de extraer recursos marinos para ganarse la vida (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001; Roberts y Hawkins, 2000: 70). Las ventajas percibidas por los pescado-res de las zonas implicadas son diversas. Por una parte, pretendían incrementar las capturas y obtener un uso más restringido del territorio. Otra ventaja sería el hacer más difícil para pescadores profesionales de otras comunidades o incluso peninsulares el acceso a la reserva, al hallarse el acceso vinculado a aquellas embarcaciones que hubieran venido utilizándola previamente. El uso restringido para los extraños hace posible que se acepte, en general, por los pescadores la restricción de las técnicas de pesca en las zonas de reserva no integral, aunque la polémica respecto a este punto en el caso de La Graciosa ha sido importan-te. Además, el establecimiento de las reser-vas se halla aparejado con un incremento sustancial de la vigilancia, con inspectores dedicados exclusivamente a la zona, ha-ciendo más difíciles las prácticas ilegales que en otras zonas. Los primeros proyectos de reservas ma-rinas fueron recibidos con mucha precau-ción por los pescadores, pero más tarde algunas de las poblaciones implicadas han asumido las reservas con mayor esperanza. Sin embargo, la percepción de buena parte de las poblaciones afectadas es que las con-sultas para su creación fueron muy limita-das, y sobre todo de que su participación en la gestión de la reserva es mínima. Con el fin de gestionar estas reservas se han crea-do Comisiones Conjuntas entre el Ministe-rio y el Gobierno de Canarias, dado que tanto en el caso de La Graciosa como en el de La Restinga se comparten aguas interio-res y exteriores. En ellas se encuentran representados cargos políticos y técnicos de ambas administraciones y de alguna otra José J. Pascual 73 como cabildos o incluso del Parlamento de Canarias (habitualmente más de una doce-na), así como el patrón mayor de la cofradía y en ocasiones algún representante de los clubes de buceo9. “Pero la falta de un ver-dadero órgano gestor local, integrado por científicos y asociaciones locales, capaz de evaluar de forma continua los recursos y hacer efectivo un control real de los mis-mos, difumina las medidas reguladoras aprobadas por la Comisión Conjunta y re-fuerza la idea de que la reserva marina es una idea impuesta por las administraciones públicas” (Pascual Fernández; Santana Talavera et al., 2001: 83). De esta forma, la población local está representada de mane-ra casi anecdótica en los órganos de gestión de las reservas, que se reúnen además de una forma muy ocasional, habitualmente una vez al año. Esta es la queja fundamen-tal: la ausencia de participación en la ges-tión de estas instituciones. Esto conduce a contemplarlas como algo ajeno y que en cierta forma les impone desde fuera restric-ciones que pueden resultar incluso capri-chosas desde su perspectiva. Como dice un pescador de La Graciosa: “Pero me parece que lo que tienen que hacer es poner una directiva de La Graciosa, porque, al fin y al cabo, los afectados somos nosotros” (Lance-lot 971, 1-3-2002, p. 32) En el caso de La Graciosa, un colectivo de pescadores ha realizado multitud de alegaciones a las restricciones impuestas por la reglamentación de la reserva marina, que limita muchas de las prácticas tradi-cionales de pesca y marisqueo en la zona, alegaciones que hasta ahora no han sido tenidas en cuenta. Además, la vigilancia de la zona protegida es otro de los puntos can-dentes, especialmente de nuevo en el caso de La Graciosa que posee la zona protegida más amplia y rica, y donde la presencia de embarcaciones foráneas que no respetan las limitaciones impuestas por la legislación parece que resulta frecuente (La Voz, Lan-zarote, 16 de Mayo de 2002, p. 12). La vigi-lancia sobre los barcos que tienen su base en esta isla es potencialmente más sencilla de la que debe realizarse en el mar, y por ello con frecuencia estas unidades producti-vas se sienten más vigiladas que las forá-neas con diferente puerto base. Uno de los problemas esenciales radica en el modelo de gestión de las reservas ca-narias. Siguiendo a Roberts y Hawkins (2000: 89-90), los patrones de gestión de las reservas marinas oscilan entre el vertical (top-down), que vincula la gestión a institu-ciones y organismos gubernamentales que deben realizar una vigilancia y seguimiento constante del territorio protegido, y el mo-delo basado en la comunidad, que coloca el control de los recursos en la población local, con muchas ventajas y también algunos posibles inconvenientes. La efectividad de estas figuras de protección se incrementa directamente con el apoyo de los propios usuarios, y con su colaboración en la ges-tión y vigilancia. Por ello el implicarlos en las responsabilidades de gestión suele ser una buena opción. No siempre este esque-ma funciona, como Robert Wade (1992 [1987]) planteó hace ya algunos años hay precondiciones de la acción colectiva que pueden facilitar enormemente esta gestión comunitaria. Entre ellas, el contar con una población circunscrita y no demasiado am-plia, con un fuerte sentido de comunidad y con instituciones que estuvieran ya gestio-nando los recursos o pudieran hacerse car-go de la gestión, constituyen elementos que pueden facilitar muchísimo la gestión (o cogestión) local. Si los organismos guber-namentales asumen esta tarea ello no ga-rantiza el uso sostenible de los recursos, ya que su falta de medios o interés puede con-ducir a la sobreutilización de ciertos recur-sos, su perspectiva temporal de gestión puede diferir de la necesaria para el uso sostenible planteando objetivos a corto pla-zo, sus posibilidades de obtener informa-ción sobre los recursos pueden ser limita-das, o que simplemente la normativa pro-mulgada se entienda como caprichosa y fomente en cierta forma el incumplimiento de los usuarios (Pascual Fernández, 1993: 37), procesos todos ellos de los que hay mu-chos ejemplos en diversos ámbitos. La ges-tión gubernamental por tanto no garantiza la utilización sostenible de los recursos naturales, ni que las reservas marinas sean gestionadas de forma sostenible utilizando los recursos públicos de forma óptima. Las cofradías de pescadores actúan for-malmente como organismos consultivos de la administración a muchos efectos. Pese a que en las islas son instituciones con menos poder de lo habitual en otras zonas del Es-tado, ya que apenas controlan la primera 74 Del “mar es de todos” al mar reservado venta del producto y abundan las cofradías con muy pocos miembros, muchas de las regulaciones que sobre artes de pesca se han realizado en Canarias tienen mucho que ver con iniciativas de estas institucio-nes (Macías González; Pascual Fernández et al., 2000; Macías González; Pascual Fer-nández et al., 1999; Pascual Fernández, 1999). En algunos momentos parece que las cofradías han tomado un papel significativo en el origen de las reservas, pero esto no ha tenido continuidad. En el diseño institucio-nal de sus órganos rectores la representa-ción de las cofradías es mínima, frente a la administración central, autonómica u otras instancias. El tema de la gobernanza10 de las pesquerías es en estos momentos un elemento recurrente en los análisis que desde las ciencias sociales se hacen del sec-tor (Alegret, 2000; Kooiman; Vliet et al., 1999), y el problema de la participación de los usuarios en la gestión de los recursos pesqueros resulta especialmente relevante en la literatura de ciencias sociales sobre la actividad pesquera desde hace algunos años (Jentoft y McCay, 1995). Desde mu-chas perspectivas se ha planteado que la participación de los usuarios en los procesos de gestión de recursos naturales, y específi-camente de la pesca, resulta una necesidad para optimizar la gestión. En este sentido, con el diseño actual de gestión de las reservas se está minimizando la participación de las poblaciones locales en la gestión, desaprovechando la presencia de instituciones como las Cofradías que podrían asumir muchas de las tareas de gestión cotidiana y limitando el sentido que las poblaciones locales pueden tener de estas instituciones como algo propio. Conclusiones El desarrollo turístico de las Islas ha cambiado progresivamente la forma de vida y las estrategias económicas de las pobla-ciones litorales, modificando especialmente las actividades que las familias de pescado-res habitualmente combinaban en sus es-trategias económicas. Las poblaciones anfi-trionas no son siempre espectadoras pasi-vas de las fuerzas globalizadoras del turis-mo y los mercados (Boissevain, 1996: 21), sino que pueden adaptarse de manera crea-tiva a las nuevas circunstancias en función de cómo los locales desarrollan estrategias exitosas para aprovechar las oportunidades que se abren, combinando diferentes activi-dades para mejorar sus condiciones de vida o de trabajo. Los cambios no sólo acaecen a partir de los impactos del turismo, sino también a través de otras fuerzas que mo-difican a la sociedad y especialmente a la cultura (Santana, 1997: 92). Especialmente en aquellas áreas donde el ritmo del desa-rrollo turístico ha sido pausado y su impac-to no ha desplazado a las poblaciones de pescadores lejos de la costa, ni ha conducido a un monopolio de la propiedad de la tierra, las oportunidades para invertir en aparta-mentos o en restaurantes han quedado abiertas para los locales y con cierta fre-cuencia son aprovechadas. Una ventaja importante de las estrategias que conducen los excedentes de la pesca hacia estos usos alternativos es la seguridad de la inversión y la diversificación de los riesgos en dife-rentes sectores. La gente adopta habitual-mente tecnologías que reducen los riesgos (Bailey; Jentoft et al., 1996: 11), y frecuen-temente selecciona inversiones con el fin de minimizarlos y diversificarlos, tomando en consideración el conocimiento disponible. Dada la expansión turística casi continua en Canarias en las últimas décadas la in-versión en actividades o en bienes inmue-bles relacionados con los servicios de hecho aparece como una opción segura. A ello se suman las dificultades para intensificar la actividad pesquera por las limitaciones de los recursos o de la fuerza de trabajo dispo-nible, y las posibilidades de utilizar la fuer-za de trabajo femenina en estas nuevas opciones. La acuicultura no resulta una opción tan atractiva a los pescadores de muchas po-blaciones litorales (Pascual Fernández, 2001). El conocimiento empresarial de la actividad o de la biología y fisiología de estos peces queda lejos de su formación (Bailey; Jentoft et al., 1996: 6), y el volu-men de la inversión necesaria se aleja de sus posibilidades. El riesgo también resulta más elevado y concentrado, ya que una tormenta severa puede afectar tanto a las actividades acuícolas como pesqueras. Además, en algunas zonas de las islas las explotaciones de cultivos marinos, contro-ladas por empresarios de tierra, han des-pertado muchos conflictos y el rechazo al José J. Pascual 75 establecimiento de concesiones en zonas tradicionalmente utilizadas por los pesca-dores ha sido generalizado entre estos. Las restricciones de uso de ciertos espa-cios marinos a través del establecimiento de reservas ha sido desde 1995 una de las medidas de gestión más interesantes y a la vez polémicas en Canarias. En su concep-ción promueven restricciones importantes o totales en la utilización de ciertos espacios marinos delimitados para usos como la pesca, la navegación o incluso el buceo. En la práctica, el establecimiento de las reser-vas conlleva limitaciones más o menos im-portantes en las prácticas pesqueras profe-sionales o deportivas, un incremento sus-tancial de la vigilancia sobre tales espacios, y un aumento de las actividades relaciona-das con el buceo deportivo en torno a clubes instalados en las cercanías de la reserva, que atraen a un cierto número de turistas y que sin control pueden generar efectos ne-gativos significativos (Davis y Tisdell, 1995). El apoyo de las poblaciones de pescado-res a estas instituciones ha sido en algunos momentos importante, en otros marginal, pero siempre han constituido elementos de debate. Uno de sus problemas esenciales es la gestión desde arriba (“top-down”) instau-rada por Ministerio y Consejería, que da muy pocas posibilidades a la población local de participar en la gestión. Este modelo va directamente en contra de la evidencia que muchos estudios aportan sobre las vías ideales de gestión de estas figuras (Roberts y Hawkins, 2000: 89-90): son las goberna-das por las poblaciones locales las que fun-cionan mejor, entre otras cosas por contar con mayor apoyo social y por hallarse sus gestores monitorizando continuamente la situación de los recursos y de las medidas de gestión. La dependencia de un modelo operativo muy complejo vinculado a comi-siones de seguimiento que se reúnen con poca frecuencia y en el que apenas hay re-presentación de la población local conduce con gran probabilidad a la ineficiencia y la confrontación. La existencia de cofradías que podrían asumir algunas de las labores de gestión constituye un hecho que apenas ha sido aprovechado en el diseño institu-cional de estas figuras, y que probablemen-te habría de ser reconsiderado. Quizás de esta forma los usos y beneficios de las re-servas, especialmente los relacionados con el turismo, redundarán algo más a favor de las poblaciones de pescadores, disminuyen-do los conflictos en torno a su gestión. Bibliografía Aguilera Klink, Federico; Brito Hernández, Alberto; Castilla Gutiérrez, Carlos; Díaz Hernández, Antonio; Fernández-Palacios, José María ; Rodríguez Rodríguez, Antonio; Sabaté Bel, Fernando y Sánchez García, Juan 1994 Canarias: economía, ecología y medio ambiente. La Laguna: Francisco Lemus Editor. Alegret, Juan Luis 2000 "Economics and political anthropology of fisheries governance: the incipient failure of collective in Catalan cofradias". Management institutions and governance systems in European fisheries. 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El equipo de investigación esta compuesto por: Dr. Agustín Santana Talavera, Dr. José Antonio Batista Medina, D. Álvaro Díaz de la Paz, D. Carmelo Dorta Morales, Dª. Beatriz Martín de la Rosa, D. Javier Macías y Dr. Juan Lluis Ale-gret (U. Girona). 3 Institución de derecho público que puede hacer las funciones en ciertos aspectos de una cooperativa de pesca pero con muchas otras atribuciones a la hora de regular el sector y con una historia muy prolon-gada y diversa en España (Pascual Fernández, 1999). 4 Orden de 4 de abril de 1986, por la que se estable-ce una reserva marina en la Isla de Tabarca, B.O.E. nº 112, 10 de Mayo de 1986. 5 “El segundo proyecto que hemos llevado a cabo, auspiciado y subvencionado por la Consejería de Agricultura y Pesca del Gobierno Autónomo Cana-rio, tuvo como finalidad el estudio de zonas coste-ras con vistas a la creación de RESERVAS MARI-NAS, cuyo informe final aparece reflejado en las páginas de este libro. Queda aún mucho camino por recorrer; en base a nuestros informes y a los que paralelamente han presentado los investigadores del Departamento de 78 Del “mar es de todos” al mar reservado Botánica, deben tomarse –URGENTEMENTE- las medidas y resoluciones administrativas necesarias tendentes a la salvaguarda de aquellos enclaves marinos seleccionados susceptibles de recupera-ción. Con ello estaremos abriendo de nuevo las purtas a un futuro prometedor para la PESCA EN CANARIAS” (Bacallado; Cruz et al., 1989: 16) Mayúsculas en el original. 6 “Además de las premisas anteriores, se ha intentado armonizar dos de los potenciales más importantes del área mediterránea (Murdoch y Onuf, 1974) compati-bles en un mismo lugar, la pesca y el turismo, que a primera vista parecen contrarios a la protección me-dioambiental. Ambos, organizados de forma controlada y racional pueden llegar a ser compatibles con la con-servación del medio ambiente” (Ramos Esplá, 1985: 170). 7 Decreto 30/1996, de 16 de febrero, por el que se establece una reserva marina de interés pesquero en la isla de El Hierro, en el entorno de la Punta de La Restinga, Mar de las Calmas, BOC 11 de Marzo de 1996. Orden de 24 de enero de 1996 por la que se establece una reserva marina en el entorno de la Punta de La Restinga-Mar de las Calmas (Isla de El Hierro); BOE número: 30-1996, 03/02/1996. Decreto 62/1995, de 24 de marzo, por el que se establece una reserva marina de interés pesquero en el entorno de la isla de La Graciosa y de los islotes del norte de Lanzarote, BOC 26 de abril de 1995. Orden de 19 de mayo de 1995 por la que se establece una reserva marina en el entorno de la Isla Graciosa y de los Islotes del Norte de Lanzarote; BOE número: 131-1995, 02/06/1995. Orden de 18 de julio de 2001 por la que se estable-ce una reserva marina en la isla de La Palma, BOE número: 185-2001, 03/08/2001. 8 “TAZACORTE Actualmente se tramita una en la costa de Fuencaliente. La Corporación propone crear una segunda reserva marina en la Isla. TAZACORTE (RE-DACCIÓN). El Pleno del Ayuntamiento de Tazacorte acordó en su última sesión, tras estudiar una moción presentada por Unión Bagañeta, solicitar a la Conseje-ría de Agricultura y Pesca del Gobierno de Canarias que estudie y acelere la creación de una segunda reser-va marina en la Isla, además de la que ya se tramita en Fuencaliente. La Corporación bagañeta pide que en un plazo de un año, si es posible, se puedan disponer de estas dos reservas para potenciar la variedad y cantidad de especies, además de posibilitar un turismo ecológico de naturaleza subacuática. En esta solicitud se advierte de que la situación de los caladeros tradicionales en lo referente a pesca artesa-nal es preocupante debido a que la sobreexplotación pesquera «está agotando las pocas especies de nuestras aguas, y todos conocemos la precariedad de nuestra plataforma, que se puede considerar inexistente». El Ayuntamiento cree necesario que se estudie la posi-bilidad de crear dos reservas marinas en la Isla al entender que en pocos años se podría aumentar consi-derablemente la actividad pesquera al subir el número de especies. Además, los concejales aseguran que de salir adelante su petición se desarrollará una actividad subacuática de cara a un turismo ecológico, de calidad, «que en todas las reservas existentes es una alternativa bastante aceptable», citando como ejemplos los casos de La Restinga, en El Hierro, y Cabrón, en Gran Canaria”. El Día (Santa Cruz de Tenerife) 17-5-2000. 9 Tomando como ejemplo una reunión de la comi-sión conjunta de gestión y seguimiento de la reser-va marina de La Restinga, Mar de Las Calmas de 8 de Junio de 1999, encontramos con que participan en ella cinco cargos políticos (Ministerio, Vicecon-sejería de Pesca, Cabildo del Hierro, Director Insu-lar de las Administraciones del Estado Representnte ), nueve técnicos de alto nivel de diferentes admi-nistraciones y centros de investigación, y sólo dos representantes locales, el Patrón Mayor de la Co-fradía y un representante de la Asociación de Cen-tros de Buceo Fondos de El Hierro. Evidentemente, la implicación de la población local en la toma de decisiones respecto a la reserva es mínima, y no resulta extraño que se la perciba como algo ajeno. 10 En la edición de 2001 del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua se encuentra finalmente una definición de este término que en el inglés governance constituía desde tiempo atrás un concepto clave para el análisis de la gestión de los asuntos públicos. En la definición de la DRAE este término haría referencia al Arte o manera de go-bernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional dura-dero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la econo-mía. |
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