Vol. 1 Nº 2 págs. 155-160. 2003
www.pasosonline.org
© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121
Nuevos turistas en busca de un nuevo producto:
El patrimonio cultural1
Beatriz Martín de la Rosa†
Universidad de La Laguna (Islas Canarias, España)
Resumen: La actividad turística experimenta cambios. En la actualidad los turistas demandan naturaleza
y cultura, no sólo sol y playa. Nuevos turistas y por tanto nuevos productos turísticos, aparecen en esce-na.
Analizar algunas de las consecuencias asociadas con la proliferación del turismo cultural es el objeti-vo
de este artículo.
Palabras clave: Cultura; Patrimonio; Turismo cultural
Abstract: The tourism is dynamic. At the present time, the tourists want nature and culture, not only sun
and beach. New tourists and new products (Cultural tourism) appear. To analyze some of these conse-quences
is objetive of this article.
Keywords: Culture; Heritage; Cultural tourism
† Licenciada en Filosofía por la Universidad de La Laguna, desarrolla su tesis doctoral desde la perspecti-va
de la antropología social sobre las relaciones existentes entre turismo y desarrollo sostenible en la isla
de El Hierro (Islas Canarias). E-mail: bmarsa@ull.es
156 Nuevos turistas en busca de un nuevo producto: …
Introducción
Cultura y turismo no son dos esferas se-paradas,
sino realidades que convergen en
la vida cotidiana de numerosos actores. En
primer lugar, en el quehacer rutinario de
los turistas, que se desplazan desde sus
lugares de origen hasta los destinos elegi-dos
para pasar sus vacaciones, con la ilu-sión
de conocer y disfrutar de culturas dife-rentes
a la propia. En un segundo frente,
en la vida diaria de las personas que habi-tan
en los lugares de llegada, que en dife-rentes
contextos, y de distintas formas, son
conscientes de que su diferencia cultural es
un atractivo turístico, y el turismo una
fuente de ingresos. Tampoco podemos olvi-darnos
de las preocupaciones centrales de
los promotores turísticos y los gobiernos
nacionales, regionales o locales que trans-miten
con sus mensajes la necesidad de
mantener vivo el carácter auténtico de “las
culturas” a través de la conservación de
tradiciones, patrimonio, fiestas, rituales,
creencias, gastronomía, artesanías, etc. Y
por supuesto, estas dos realidades también
convergen en las inquietudes diarias de
numerosos investigadores, que desde disci-plinas
como la antropología, intentamos
comprender y aclarar, en la medida de lo
posible, este panorama.
De la cultura a los productos cultura-les
La cultura ha constituido y constituye el
eje central de la antropología. En sus orí-genes
la preocupación eran “los otros”, en la
actualidad “los otros” siguen siendo objeto
de estudio, pero la antropología ha experi-mentado
una especie de revolución coperni-cana
y nuestras propias culturas, con sus
rasgos específicos y sus problemas han pa-sado
a ser objeto de estudio.
Durante este proceso histórico en la an-tropología
se han venido sucediendo dife-rentes
paradigmas que han supuesto cam-bios
en la forma de entender la cultura y en
los procedimientos utilizados para su estu-dio.
No se trata de realizar un recorrido
histórico por los avatares de la disciplina,
aunque por supuesto, reconocemos la im-portancia
de conocer este proceso para si-tuar
lo cultural en la dinámica de las socie-dades
actuales y en el complejo sistema
turístico.
Son comunes en nuestro tiempo expre-siones
como: “viajo para conocer la cultura
de otros pueblos”, “debemos conservar
nuestro acervo cultural, nuestras tradicio-nes,
nuestra identidad”, “el turismo cultu-ral
representa una vía de desarrollo para
muchas regiones”, “de mi reciente viaje me
he traído de recuerdo esta cinta de folklore,
esta máscara, y unas fotos increíbles de
unos templos de no sé que año y de la gente
bailando una danza de lo más extraña”...
Detrás de este tipo de afirmaciones radica
una de nuestras preocupaciones centrales;
¿cómo podemos entender la cultura en este
contexto?
Nuestro marco actual no es otro que el
de la globalización. Ahora bien, qué claves
aporta el marco global y cómo afectan a la/s
cultura/s. La globalización nos inserta en el
sistema mundo, en el que las condiciones
económicas, políticas, ecológicas y de cual-quier
tipo (se incluyen las culturales) no se
remiten al interior de los estados naciona-les
y soberanos. En este sistema mundo, el
estado y el individuo, pierden su esfera de
autonomía en pro de conexiones mundiales
(BecK, 1998 [1997]). Globalización significa
la omnipresencia de las redes financieras y
las multinacionales (el mercado mundial).
Implica la expansión de las tecnologías de
la comunicación que transmiten la idea de
un mundo más cercano. Posibilita la exis-tencia
de organismos internacionales (tanto
gubernamentales como no gubernamenta-les).
La pobreza, los problemas ecológicos,
las relaciones de producción, las redes fi-nancieras,
etc. se plantean a escala global
y, por supuesto, implica la exportación a
escala mundial de los valores y modo de
vida occidentales a través de la reproduc-ción
cultural.
Por tanto, resulta obsoleto considerar
“las culturas” como entidades autónomas,
específicas, y claramente definidas. Las
diferentes culturas, deben analizarse te-niendo
en cuenta los complejos procesos
económicos, políticos, culturales...que tie-nen
lugar a escala mundial. En este contex-to
global, al mismo tiempo que se tiende a
la universalización cultural (unificación de
los modos de vida, símbolos culturales y
modos de conducta), “se adquiere la con-
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ciencia de diferencia, la identidad de grupos
humanos como pueblo, es decir, es el marco
en que surge la configuración de lo que
denominamos culturas” (Comas, 1998: 145).
Desde este contexto, la cultura debe ser
entendida como un conjunto de recursos: “la
cultura puede funcionar como un cúmulo de
recursos del que los usuarios echan mano
de diferente manera, en diferentes momen-tos
y contextos y con resultados que pueden
ser imprevisibles” (García, 1998: 14). De
esta forma, fiesta, tradiciones, monumentos
históricos, arquitectura popular, procesos
productivos, artesanías, folklore, y cuanto
más elementos culturales se nos puedan
ocurrir son recursos a nuestra disposición.
La cultura, en definitiva es un conjunto de
recursos utilizables en beneficio de nuestra
capacidad de adaptación. Este acercamien-to
no causa problemas y es comprensible, si
nos referimos por ejemplo al uso de las tec-nologías
para comunicarnos, al uso de nue-vos
productos alimentarios en pro de una
mejor salud... Todos estos son recursos cul-turales
que nos facilitan nuestra adapta-ción,
y en definitiva, nuestra supervivencia.
Pero, sin embargo, no resultan tan fácil-mente
aceptables cuando nos referimos a
cuestiones ligadas más directamente al
patrimonio, tradicionalmente asociado con
la quintaesencia de las culturas y la identi-dad
de un pueblo.
El patrimonio cultural aparece en esce-na
como sustituto de la cultura y se con-vierte
en el producto por excelencia. Cultu-ra
y patrimonio cultural pueden ser consi-derados
como sinónimos, aunque se trata
de una similitud metodológica. En un sen-tido
más estrictamente antropológico, el
patrimonio cultural es un elemento conte-nido
en la cultura, que a su vez contiene
otros elementos.
El patrimonio está constituido por re-cursos
que en principio se heredan y de los
que se viven (García, 1998). La herencia
nos conecta con la historia, con lo que se
transmite de generación en generación. El
patrimonio nos vincula al pasado. Pero
historia y patrimonio no son sinónimos. El
patrimonio es historia procesada a través
de mitología, ideologías, nacionalismo, ro-manticismo,
orgullo local, planes de marke-ting
(Schouten, 1995: 21). El patrimonio es
una utilización de la historia, un rescate de
elementos del pasado, desde el presente,
desde las circunstancias y necesidades del
presente.
Pero si atendemos más concretamente a
una definición del patrimonio cultural tipo
inventario, tenemos que señalar que ha
sufrido un importante proceso de transfor-mación.
En 1972 la UNESCO en la Con-vención
sobre la protección del Patrimonio
Cultural y Natural, se refería al patrimonio
como monumentos, grupos de edificios y
lugares. En 1998 la misma institución, en
la Conferencia Intergubernamental sobre
Políticas Culturales para el Desarrollo se
plantea la necesidad de renovar y ampliar
la definición tradicional de patrimonio. El
patrimonio tiene que ser entendido como
todos los elementos naturales y culturales,
tangibles e intangibles (materiales e inma-teriales)
que son heredados o creados re-cientemente.
De esta forma, “los tesoros
artísticos o monumentales conservados del
pasado, los elementos de la alta cultura, no
son ya los únicos. En la actualidad podemos
considerar como admitido que integran el
patrimonio otros elementos como la cultura
inmaterial, haciendo especial hincapié en
todo lo que afecta a la cultura tradicional”
(Ibarra, 2001: 17).
Con el firme objetivo de trabajar en esta
línea la UNESCO ha propuesto la declara-ción
de las Piezas Maestras del Patrimonio
Oral e Inmaterial de la Humanidad en ma-yo
de 2001, entendiendo por cultural tradi-cional:
“el conjunto de creaciones que ema-nan
de una comunidad cultural fundadas
en la tradición, expresadas por un grupo o
por individuos y que reconocidamente res-ponden
a las expectativas de la comunidad
en cuanto expresión de su identidad cultu-ral
y social; las normas y los valores se
transmiten oralmente, por imitación o de
otras maneras. Sus formas comprenden
entre otras, la lengua, la literatura, la mú-sica,
la danza, los juegos, los ritos, las cos-tumbres,
la artesanía, la arquitectura y
otras artes” (Ibarra, 2001:17). En definiti-va,
en esta definición parece que todo está
incluido, o que en apariencia todo puede ser
considerado como patrimonio cultural y por
tanto convertido en producto turístico, apto
para ser consumido por los numerosos tu-ristas
que buscan una oferta diferente.
158 Nuevos turistas en busca de un nuevo producto: …
¿Quiénes son los “turistas” que desean
disfrutar del patrimonio?
El turismo se caracteriza por su dina-mismo.
Los gustos de los turistas, del mis-mo
modo que cualquier otra moda, cambian
rápidamente. Los destinos, por tanto, deben
adaptarse continuamente, modificar su
oferta para ajustarse a las nuevas deman-das.
Pero esta continua y necesaria adapta-ción
de los destinos, en pro de su continui-dad
en el mercado turístico internacional y
de la competitividad, no resulta en ocasio-nes
tan sencilla, como el hecho de que los
turistas, cambien sus preferencias2.
El turismo, como fenómeno de masas ac-tual,
es relativamente reciente. Después de
la Segunda Guerra Mundial se producen
una serie de consecuencias que desencade-nan
su desarrollo. Institucionalización de
las vacaciones pagadas, adelantos en los
medios de transportes, cierta estabilidad
económica que permite ingresos adicionales
para gastar en las vacaciones, instauración
del consumo masivo, y por supuesto, la
firme convicción de que unas vacaciones
son necesarias y merecida recompensa a la
rutinaria y dura vida laboral3.
Ahora bien, ¿qué cambios han experi-mentando
las motivaciones de los turistas?
¿demandan lo mismo ahora que en los años
60-70, apogeo del turismo de masas? Evi-dentemente
no, el contexto mundial y el
contexto turístico ha cambiado. A partir de
la década de los 80 se produce un despertar
de la conciencia ecológica, (el planeta tiene
unos recursos limitados que hay que con-servar)
y de una conciencia cultural, (la
diversidad cultural también deber ser res-petada),
es necesario un desarrollo sosteni-ble.
El modelo de masas o turismo de sol y
playa, evidentemente no tiene entre sus
premisas básicas estas consideraciones4. Se
limita a ofertar vacaciones en grandes
complejos turísticos, y disfrutar de una
forma pasiva del sol, la arena y de sexo (las
famosas cuatro “S”: sea, sand, sun, and
sex). El paquete turístico es la excelencia de
unas buenas vacaciones.
A partir de la década de los 80 el pano-rama
se torna más complejo. La aplicación
del concepto de sostenibilidad ha originado
un amplio debate que ha cambiando en
profundidad la naturaleza del turismo.
Para muchos teóricos su adopción podía
solventar muchos de los problemas negati-vos
que han resultado del desarrollo del
turismo5. El turismo sostenible aparece, por
tanto, como la solución a los desastres del
turismo convencional o turismo de masas6.
Implica nuevas relaciones entre la activi-dad
turística y el entorno natural y socio-cultural
de las comunidades receptoras.
Relaciones capaces de minimizar los impac-tos.
Precisa de un cambio de actitud en los
turistas, no se trata de tropas de hedonis-tas,
ahora son ciudadanos preocupados por
el medio ambiente, interesados por las cul-turas
anfitrionas, y que demandan otras
actividades.
Surge de esta forma el turismo alterna-tivo:
“formas de turismo que son consecuen-tes
con los valores naturales, sociales y
comunitarios, que permiten disfrutar posi-tivamente
tanto a anfitriones como a invi-tados
y hacen que merezca la pena compar-tir
experiencias” (Smith y Eadington 1994:
3). Estas nuevas formas de turismo: “ecotu-rismo”,
“agroturismo”, “turismo rural”, “tu-rismo
cultural” … proliferan a velocidad de
vértigo, y bajo sus premisas se diseñan
destinos que intentan satisfacer estas nue-vas
demandas.
Las motivaciones de los viajeros con-temporáneos
se han diversificado, conoci-miento,
identidad, y diversión constituyen
los ejes centrales (Smith, 2001: 109) Los
“nuevos turistas” han aparecido en escena
con valores orientados hacia el medioam-biente
y hacia un consumo más ético. Sus
motivaciones han pasado a ser más activas,
y a constituir una vía de escape y una bús-queda
de autenticidad. Se necesitan por
tanto nuevas categorías que definan a los
“nuevos turistas”: más experiencia, cambios
en los estilos de vida, cambio de valores y
más flexibilidad. Supuestamente, ahora, se
trata de turistas activos que demandan
actividades, experiencias en los destinos,
que les permitan “acercarse” más al desti-no,
a su paisaje, a sus gentes…
De esta forma, la demanda de productos
turísticos relacionados con el patrimonio, o
la práctica del turismo cultural y también
del conocido como ecoturismo (dentro del
patrimonio cultural se insertan elementos
naturales, el paisaje es una construcción
sociocultural) se desarrolla en toda su ple-nitud.
En los destinos turísticos se origina
Beatriz Martín de la Rosa 159
una vorágine desenfrenada, encaminada a
ofertar estos nuevos productos turísticos.
Los procesos de adaptación y reconversión
afectan a la totalidad de los destinos. Los
que inician su andadura turística se esfuer-zan
y centran en diseñar una oferta turísti-ca
fiel a estas directrices, (sostenibilidad,
respecto cultural, autenticidad). Por otro
lado destinos ya consolidados y vinculados
a una oferta turística de sol y playa, reali-zan
ímprobos esfuerzos por adaptar y di-versificar
su oferta turística según los nue-vos
cánones7.
Ahora bien, ¿qué tipo de experiencia tu-rística
lleva asociado el turismo vinculado a
los productos culturales? La actividad tu-rística
entronca directamente con el con-sumo,
no se trata de un consumo de objetos,
sino del consumo de servicios (Urry, [1995]
2000). Los productos culturales son en de-finitiva
un servicio más que los turistas
consumen. Pero ¿es necesario que los turis-tas
tengan una especie de disposición espe-cial
para consumir este tipo de actividades?
Los turistas tienen una mayor formación y
preparación, que se traduce en exigencias,
y en la demanda de productos más elabora-dos.
Evidentemente, los turistas interesados
en el patrimonio cultural, necesitan al me-nos
un grado de sensibilidad mínima, pero
no de conocimiento, “a esos turistas les guía
más el sentimiento de nostalgia que el de
conocimiento” (Herbert, 1995: 9). Su interés
radica más en “ver” lo que ellos “han perdi-do”,
que en descubrir lo que realmente son
o han sido las comunidades receptoras,
ahora “empaquetadas” y convertidas en
producto turístico. El consumo está funda-mentado
en cuestiones estéticas, y no en el
conocimiento... se trata de “romantic tourist
gaze”, (Urry, [1995] 2000: 180). La actitud
romántica es la frecuente en los turistas
que se acercan al patrimonio cultural, “bus-can
un contacto directo con la naturaleza,
con sus gentes, pero se idealizan los desti-nos
como propiamente auténticos, vírgenes,
y en los que sus gentes y marcos naturales
en los que “habitan” recrean esa vida tradi-cional,
que para los viajeros urbanitas, ya
se ha convertido en nostalgia ante los pro-cesos
de industrilización” (Rodríguez, 2001:
6).
Recordemos que están de vacaciones,
aunque no sea en la playa, disfrutar del
patrimonio cultural debe ser una actividad
ociosa, placentera, y que transmita ilusión.
Al fin y al cabo, el turismo, en cualquiera
de sus manifestaciones (rural, cultural, de
aventuras..) significa una ruptura con la
vida cotidiana y un tiempo para la ilusión.
De esta forma, aunque el turismo cultural
implique una aparente “necesidad de cono-cimiento”,
los gestores deben siempre tener
presente, que se trata de un tiempo de ocio,
y de ilusión. En muchas ocasiones esta
premisa básica se olvida, y los turistas,
aunque “desean conocer el patrimonio cul-tural”
se ven sometidos a charlas y explica-ciones
interminables, pocos relacionados
con la idea que ellos manejan de “unas va-caciones
culturales”.
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NOTAS
1 Este trabajo refleja el trabajo del proyecto de
investigación “Reservas marinas y poblaciones de
pescadores litorales: impactos y estrategias para un
desarrollo sostenible”, dirigido por el Dr. José
Pascual y financiado por el Ministerio de Ciencia y
Tecnología y el FEDER dentro del Plan Nacional
de Investigación Científica, Desarrollo e Innova-ción
Tecnológica (I+D+I), con referencia REN
2001/3350 MAR. El equipo de investigación esta
compuesto por: Dr. Agustín Santana Talavera, Dr.
José Antonio Batista Medina, D. Álvaro Díaz de la
Paz, D. Carmelo Dorta Morales, Dª. Beatriz Martín
de la Rosa, D. Javier Macías y Dr. Juan Lluis Ale-gret
(U. Girona).
2 Implica rehabilitar y construir nuevas infraestruc-turas;
crear, promocionar y rentabilizar nuevos
productos turísticos (afines a la cultura y la natura-leza);
educar y formar a los trabajadores del sector,
y un largo etcétera de medidas, que destinos como
Canarias, o como Baleares, se ven en la necesidad
de acometer. Problemática que trataremos más
adelante.
3 Recordar que estas condiciones son “habituales”
en Estados Unidos, Europa, Australia, Japón, y
poco más. En el resto del planeta, las condiciones
no son tan favorables, sus problemas están más
relacionados con la satisfacción de las necesidades
básicas. Por eso mientras los países ricos son emi-sores
de turistas, la amplia mayoría de países sub-desarrollados,
son receptores, en el mejor de los
casos, o simplemente no existen en el mapa turísti-co
internacional. No se trata de analizar las causas
de estas desigualdades, pero señalar que el turismo
es un privilegio de unos pocos, realidad que en
muchas ocasiones se olvida.
4 En la actualidad aunque sólo se trate de un recur-so
de marketing, esta oferta turística intenta refor-mularse
siguiendo estas directrices.
5 Otra cosa es que estas nuevas formas de turismo
consigan realmente un desarrollo sostenible en las
regiones en la que se desarrollo.
6 Butler (1999) entro otros muchos autores critican
la dicotomía que plantea que el turismo de masas es
insostenible por definición, mientras que las nuevas
formas de turismo son sostenibles. El turismo de
masas puede ser sostenible, y por supuesto no todas
las “formas alternativas” son sostenibles. Temática
que retomaremos más adelante.
7 Dos ejemplos de nuestro entorno más cercano. Por
un lado las Directrices de Ordenación del Territorio
y del Turismo de Canarias que apuestan por un
control del crecimiento turístico y por la necesidad
de diversificar el producto turístico (ofertar además
de sol y playa, paisajes, patrimonio...). Y por otro
lado, el modelo de la Ecotasa de las islas Baleares,
parte de los ingresos derivados de estos impuestos
serán destinados a mejoras en el entorno natural y
en la recuperación de elementos culturales.