Vol. 2 Nº 2 págs. 311-318. 2004
www.pasosonline.org
© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121
Reseñas de publicaciones
Antropologia del turismo. Strategie di ricerca e contesti etnografici.
Simonicca, Alessandro. Roma: Carocci. 2000.
ISBN 88-430-1728-4
Sara Pérez Barrera
sarpe@ull.es
A mi parecer existen múltiples formas
de leer un libro; ya sea porque el abanico
literario disponible resulta, más que amplio
casi infinito (no es lo mismo leer una novela
que una guía didáctica o una antología poé-tica),
o quizás porque influyen nuestros
estados de ánimo, las motivaciones (u obli-gaciones)
que nos impulsan a elegir tal o
cual libro, el tiempo del que dispongamos
para sumirnos en el mágico placer de la
lectura o incluso las recomendaciones y/o
críticas a las que hayamos tenido acceso
antes de comenzar a viajar más allá de las
palabras. De una u otra manera, lo que sí
es cierto, y de eso estamos seguras todas
aquellas personas que amamos la lectura,
es que este hobbie, este estilo de vida o si se
prefiere esta afición milenaria, crea adic-ción.
Eso es lo malo, que engancha, y cuan-do
una empieza a leer se le olvida a una
hasta que el mundo gira, y ya no puede
parar hasta que el libro no se acaba, y se
desquita una de responsabilidades, y se le
mezclan a una las historias de su vida per-sonal
con las de ficción y los problemas se
esfuman cuando la novela vale la pena, y es
por ello que el imaginario personal crece
con cada epopeya, y la ingrata e inoportuna
vida cotidiana, que interrumpe de cuando
en cuando a los personajes, se aparta por
momentos, se entierra durante 50, 85 o 200
páginas; y luego se enfrenta una a ella
como renovada pero distante, como confun-dida,
como si estuviera en las nubes y no
quisiera bajar, aunque nos obliguen a
hacerlo la norma y la rutina.
Si se me permite el atrevimiento, esta
podría ser quizás para Alessandro Simonic-ca
una buena descripción del viaje turístico,
con la sola diferencia de que los efectos de
quien viaja literariamente no son ni tan
siquiera comparables a los de quien lo hace
de manera turística. Ahora bien, empece-mos
por el principio, que ya tendremos más
tarde tiempo de definir y contextualizar
cada forma de hacer turismo y de ser turis-ta.
Lo que caracteriza la manera de leer
Antropología del Turismo, es la temporali-dad,
para leer a Simonicca hace falta tiem-po,
no ya por la extensión de sus páginas,
sino y sobre todo, por la densidad de sus
contenidos. El libro se divide en diez capítu-los
estricta y metódicamente estructurados,
repletos de ejemplos gráficos y divididos en
dos bloques claramente diferenciados, los
anteriores y los posteriores al capítulo cin-co,
que aterriza en la práctica para resumir
un estudio de casos de elaboración propia
312 Antropología del turismo …
en el Sudeste asiático. Así pues, en el pri-mer
bloque podremos encontrar las direc-trices
fundamentales para entender tal
investigación, y se nos pone en conocimien-to
partiendo de un recorrido teórico por
toda la historia de la antropología del tu-rismo,
de su definición y su objeto de estu-dio,
para pasar seguidamente a identificar
de manera descriptiva y en ocasiones tam-bién
un tanto crítica, numerosos modelos
de análisis de quienes trabajan en dicho
campo temático (incluyéndose entre líneas
la del propio autor). En el segundo bloque,
se concretan los aspectos que hasta el mo-mento
de la publicación del texto fueron
considerados como los más actuales y pri-mordiales
de la actividad turística (rela-ciones
entre huéspedes y anfitriones, dife-rencias
entre áreas receptoras y emisoras
de turismo, turismo y desarrollo, nuevas
formas de turismo o turismos alternativos,
la dicotomía entre turismo doméstico e in-ternacional...),
así como las características
de quienes hacen turismo en el mundo mo-derno
(imágenes, estereotipos y motivacio-nes
del y para el turista). Mención aparte
merece quizás el último capítulo, en el cual
siguiendo en la línea teórica del libro, se
formula la necesidad de repensar la antro-pología
del presente, con claras y obligadas
referencias a los conceptos de cultura, iden-tidad,
autenticidad, patrimonio y por su-puesto
antropología del turismo, que según
éste y otros muchos pensadores, deben ser
reformulados para poder ser adaptados a la
contemporaneidad.
Aproximaciones teóricas a un nuevo tópico
disciplinar: la antropología del turismo
Según se asevera en el capítulo inicial
del libro, para encontrar las primeras in-vestigaciones
sobre estudios antropológicos
del turismo no es preciso remontarse dema-siado
atrás en el tiempo. La andadura co-mienza
en los años 70 del siglo pasado con
la publicación de dos innovadoras obras
fruto del esfuerzo de numerosos autores y
de la conjunción teórico-práctica de no po-cas
disciplinas: por un lado, Tourism, Pass-port
to Development?. Pespectives on the
Social and Cultural Effects of Tourism in
Developigng Countries (1978), con De Kadt
E. como editor principal; y por otro, Host
and Guests: The Anthropology of Tourism
(1977), una compilación de textos coordina-dos
por V. Smith. Ambas obras se han con-vertido
en manuales imprescindibles para
cualquiera que hoy en día pretenda acer-carse
a la antropología del turismo, aunque
sin duda adquiere carácter prioritario ésta
última.
Así pues el turismo se da a conocer como
un nuevo fenómeno de masas que moviliza
y consume una infinita cantidad de recur-sos
materiales, culturales, naturales y
humanos, y que por consiguiente establece
un contacto no equilibrado entre dos o más
sociedades, a las que se denomina metafóri-camente
huéspedes y anfitriones. El eleva-do
flujo turístico que aumentaba vertigino-samente
desde los años 60, impulsaría el
nacimiento de una corriente teórica extre-madamente
pesimista. Ésta, al reconocer el
carácter transaccional del turismo apunta-ba
también, la problemática de unos en-cuentros
y desencuentros que inevitable-mente
iban a producir cambios tanto en las
culturas visitantes como en las visitadas,
pero cuyos efectos más perjudiciales recae-rían
siempre en aquellas consideradas más
débiles y desprotegidas, aquellas que reci-bían
la carga turística, según estos autores
de manera pasiva (las poblaciones locales).
Dicha forma de analizar la actividad turís-tica
a partir exclusivamente de los impac-tos
que acarrea en las áreas receptoras,
arrastra consigo un problema, no es posible
delimitar con precisión qué proporción de
tales efectos negativos son directamente
producidos por el turismo y cuales son, por
el contrario, consecuencia de los cambios
que acarrea la sociedad contemporánea (el
progreso, las nuevas tecnologías, los flujos
migratorios etc.). Problemas globales que
exigen intervenciones globales y no se co-rrigen
con parches ni con soluciones de
urgencia, quizás sea por eso que aún en la
actualidad este planteamiento continúa
abordándose por parte de la antropología
del turismo de forma recurrente, sin obte-ner,
al menos en apariencia, resultados
efectivos (Santana Talavera, 1998). Algu-nos
años después de la publicación del libro
de Simonicca, en el 2001, Smith y Brent
reeditan Host and Guest, con una meticulo-sa
revisión diacrónica que hace no pocas
nuevas aportaciones en la materia, de esta
manera constatan que “el turismo no cons-tituye
un elemento único en los procesos de
Sara Pérez Barrera 313
cambio cultural, antes bien, se muestra
como un vehículo a través del cual las so-ciedades
receptoras entran en contacto con,
o ven impulsadas según el caso, formas
permisibles de desarrollo económico” (San-tana
Talavera, 1997). En otras palabras,
aunque haya quedado suficientemente evi-denciado
que el turismo es un fuerte motor
que impulsa mutaciones culturales sobre
todo en aquellas sociedades receptoras de
turistas, también es cierto que tan denos-tada
actividad puede servir para aumentar
la calidad de vida o simplemente avanzar
en la consecución de una mejora de las ne-cesidades
de aquellas personas que han
decidido (o se han visto obligadas) a conver-tir
su área de residencia en un producto
turístico.
Consecuentemente es viable afirmar,
que ambos autores destapan “la caja de
Pandora” de esta recién estrenada subdis-ciplina
(si es que se pueden designar así las
primeras aproximaciones hechas desde la
antropología social hacia el turismo); se
abre un debate que permanece aún canden-te
y que muestra dos posturas contrapues-tas
pero no radicalmente enfrentadas, no
excluyentes. Una dialéctica a la que Simo-nicca
se suma, como es obvio, ora defen-diendo
la una, que se ha convenido en de-nominar
“Acercamiento en Términos de
Política Económica”, ora patrocinando la
otra, la cual se entiende como una postura
más de tipo “Funcional”.
La que se erige en términos de política
económica, considera las relaciones propias
del fenómeno turístico (transacciones no
equivalentes entre centro y periferia tal y
como veíamos anteriormente), como una
reproducción de aquellas otras que se di-eran
históricamente entre las metrópolis y
sus colonias, donde las primeras explotaban
a las segundas usurpándoles los recursos
de los que disponían y modificando por
completo su estructura socioeconómica,
cultural, política, religiosa etc. El matiz
funcional lo ofrece desde otra óptica, una
perspectiva más de tipo descriptivo que
analítico, cuyo empeño está en comprender
y abordar de manera imparcial el sistema
turístico: tipologías, características y efec-tos
positivos y negativos provocados como
resultado del proceso. Así descritas, tal y
como las expone el autor, y tras advertir
durante la lectura posicionamientos en
ambos sentidos por su parte, no resulta
difícil deducir que, sólo combinándolas se
logrará un enfoque más global y apropiado
a las necesidades de cada momento, te-niendo
en cuenta tanto costes y beneficios
del sector turístico, como sus elementos
estático (de permanencia en un lugar), di-námico
(que incluye el viaje a un determi-nado
destino) y consecuencial (referido a las
secuelas directas o indirectas del turismo
en otros sectores como el económico, el físi-co
y el social).
En éste libro existen tantas definiciones
de turismo como autores que las defienden,
pero sin duda prevalece una postura que lo
identifica como hecho social total. Puesto
que conjuga un componente psicosocial, y/o
motivación que impulsa a los individuos a
viajar fuera de su lugar de residencia habi-tual,
con otro procesual, a través del cual se
ponen en circulación personas, servicios,
imágenes, rentas e ideas. El turismo es
para Simonicca un hijo de su tiempo, la
consolidación definitiva de una nueva era,
cuando las personas tienen ya cubiertas sus
necesidades primarias comienzan a plan-tearse
la necesidad de disfrutar de su tiem-po
de ocio, relajarse y dejar de lado momen-táneamente
compromisos y responsabilida-des.
Esta es una imprescindible demanda a
la que deben hacer frente las sociedades
que respeten el pacto social del bienestar, si
les interesa obtener ciudadanos libres, ín-tegros
y socialmente integrados, y con ca-pacidad
de acción y de decisión. El descanso
es también una parte imprescindible del
trabajo bien hecho, no en vano ya desde la
época clásica los romanos acuñaron la frase
panem et circenses. Dichos populares apar-te,
el turismo es una actividad que estruc-tura
el curso de la vida de aquellas perso-nas
que la puedan practicar, a través de
periodos alternos de ocupación laboral y
ociosa (lo cotidiano y la trasgresión de la
norma, la rutina y la novedad, el ocio y el
negocio como las dos caras de una misma
moneda). Pero además el viaje turístico
posee una importante connotación de dis-tinción
social, en la actualidad hay que
viajar no sólo con la finalidad de relajar
cuerpo y mente, sino además con el objetivo
de compartir con los demás: amigos, fami-lia...
las experiencias, aventuras y desven-turas
de nuestras vacaciones. Esto que
para muchos puede parecer una frivolidad,
314 Antropología del turismo …
es sin duda una presión social que nos obli-ga
a consumir una determinada forma de
hacer turismo, aunque se encuentre fuera
de nuestro alcance.
Si se concibe el turismo como una forma
de alterar el estado natural de la concien-cia,
producido a consecuencia de una deci-sión
voluntaria y opuesta a las imposicio-nes
de la costumbre; no hay que pensar
demasiado para relacionarlo con una espe-cie
de rito de pasaje al más puro estilo
posmodernista, que hace posible el cambio
de estatus y la mutación de ciertas acciones
y pensamientos de quienes practican tu-rismo.
Retomando teorías durckenianas, el
libro alude al cambio que se produce en un
individuo cuando se convierte en turista,
cómo se adapta su imaginario a la nueva
situación, cómo prepara el viaje siguiendo
un modelo más o menos preestablecido,
cómo se inserta temporalmente en una
cultura que no es la suya en busca de la
diversión, y cómo tras su regreso se hace
preciso un periodo de readaptación para
que todo vuelva a la normalidad antedicha
(si es que eso es aún posible). El paso de lo
sacro a lo profano si se desea seguir la ter-minología
del sociólogo alemán, se equipara
al paso que todos damos en algún momento
de nuestras vidas, cuando abandonamos la
rutina para emprender cualquier tipo de
práctica turística.
Pero el turismo no es una actividad que
implica sólo a quien viaja y/o pasa sus va-caciones,
sino que incluye además otros
muchos factores sin los cuales todas las
prácticas anteriormente descritas no serían
posibles. Así por ejemplo, con la denomina-ción
de industria turística nos referimos al
conjunto de servicios preparados para el
buen desarrollo de esta actividad (infraes-tructuras,
material humano...); tales indus-trias
se implantan en las áreas de destino
turístico, y son puestas en marcha por per-sonas
que a través de su trabajo permiten
dicha forma de consumo (anfitriones). Esta
otra cara del turismo, depende directamen-te
de los turistas, sobre los cuales genera
también un vínculo no demasiado arraiga-do,
estimulando las relaciones de desigual-dad
de las que habláramos más arriba.
Líneas maestras y modelos de análisis en la
antropología del turismo
El corto pero intenso paseo histórico por
la antropología del turismo, corto por la
juventud de la temática que lo ocupa y no
porque carezca de información relevante
suficiente, empieza y termina con la pre-sentación
de dos de las teorías más impor-tantes
en el estudio de aquella: la Tradición
Anglosajona y la Escuela Francesa. Es cu-rioso,
pero siguiendo tales líneas maestras
podría parecer que los únicos lugares donde
se trabaja sobre estudios antropológicos del
turismo son, Inglaterra, Estados Unidos y
Francia, abandonando quizás por cuestio-nes
más de tipo idiomático que académico,
otros países con un importante arraigo in-vestigador
en este campo. Así por ejemplo,
algunas zonas de Latinoamérica albergan
perspectivas teóricas fuertes, y no todo lo
conocidas que fuera deseable. Escribir en
castellano, en portugués e incluso en italia-no
(como hace el propio Alessandro Simo-nicca),
supone además del desconocimiento
internacional de quienes lo hacen, la dis-minución
de las motivaciones investigado-ras,
las cuales, se ven truncadas al percibir
las dificultades añadidas de quienes no
pertenecen a cualquiera de las dos corrien-tes
principales. Un círculo vicioso que pare-ce
no tener fin, pues a pesar de que las
nuevas tecnologías han facilitado enorme-mente
las comunicaciones, permitiendo
unas relaciones más fluidas, la teoría y la
práctica de los estudios antropológicos del
turismo, continúan siendo ocupadas por las
tradiciones de más renombre; en una época,
la actual, en la que cada vez hay más espa-cios
de participación para todos (o al menos
eso es lo que se encarga de vendernos el
discurso dominante).
La Tradición Anglosajona, viene de la
mano de los que a lo largo de la historia se
han erigido como sus máximos represen-tantes.
Destacan entre otros: los contra-puestos
Boorstin y Mac Cannell, Turner y
su escuela ritualista y la fenomenología del
turismo de Cohen. Es bien cierto que entre
todos ellos se evidencian no pocas discre-pancias:
algunos describen la actividad
turística como un hecho peculiar de la mo-dernidad,
totalmente criticable o desmesu-radamente
loable según lo resuma el pri-mer
autor o el segundo; otros, quienes com-
Sara Pérez Barrera 315
plementan las teorías turnerianas hacen
más hincapié en el aspecto experiencial del
turismo, pero igualmente homogeneizan las
características de las miles de personas que
lo practican; y no será hasta la aparición de
Cohen, cuando se consiga establecer una
serie de clasificaciones que diferencien los
numerosos tipos de turistas existentes.
Según la duración de su viaje, el tamaño
del grupo de turistas, la organización del
viaje y del grupo, el tipo de destino, la cali-dad
de los servicios y las formas de trans-porte,
se puede hablar de: turismo de mo-chila,
exploradores, turismo institucionali-zado,
de masa individual y de masa organi-zado.
En la actualidad es posible encontrar
profusas clasificaciones de este tipo, puesto
que se asume que, evidentemente, no son
fieles a la realidad, las definiciones univer-sales
del turismo.
Ahora bien, se observa al menos un as-pecto
común en las investigaciones de estos
autores, todos ellos hablan del turismo pro-piamente
dicho, al contrario que la Escuela
Francesa, la cual suele referirse más a las
formas de ocio. Esta es una visión clásica,
cuya orientación posestructuralista mani-fiesta,
en ocasiones, retazos historicistas
que se empeñan en comparar a los peregri-nos
y aventureros de antaño, con los turis-tas
modernos. Pero la dimensión histórica
no marca las diferencias entre una y otra
corriente, antes bien, es posible encontrar
en ambas defensores de las dos posturas.
Entre las investigaciones más relevantes de
la escuela francesa, quizás debido a su en-raizada
relación con los estudios más cos-tumbristas,
la cultura material, etc. desta-can
las abundantes referencias que en el
texto se dan sobre el arte turístico y los
souvenirs. Concebidos como una forma in-directa
de turismo, que contribuye a man-tener
las relaciones entre áreas transmiso-ras
y receptoras, participando activamente
en el proceso de mutación cultural de éstas
últimas sociedades, y favoreciendo el pro-greso
endógeno y exógeno al activarse como
productos turísticos, unos determinados
recursos patrimoniales.
Atendiendo al carácter cíclico y proce-sual
del turismo, el capítulo cuarto del li-bro,
se configura con la descripción exhaus-tiva
de los modelos analíticos utilizados en
momentos puntuales por algunos escritores
(pretéritos y contemporáneos) en sus inves-tigaciones
sobre la antropología del turis-mo.
Greenwood, Norona, Peck y Lepie, Co-hen,
Pearce, Butler, Rodenber, Wallace y
un largo etcétera de nombres imprescindi-bles
para construir la sólida base bibliográ-fica
de cualquier investigación antropológi-ca
sobre el turismo. Amparándose pues, en
tan efectivas herramientas empíricas, pre-senta
Simonicca en el capítulo quinto, su
particular etnografía del turismo del sudes-te
asiático, un estudio de caso que analiza
el proceso de turistización de tres socieda-des
no occidentales: Bali, Tana Toraja, Java
y Malasia.
Las dos primeras, son regiones con un
fuerte desafío turístico que han soportado
un sufrido proceso de modernización. El
cual ha sido debido, entre otras cosas, a su
compleja estructura política y sus desave-nencias
socioeconómicas, que han chocado
frontalmente con unas arraigadas tradi-ciones
religiosas. Ambas se diferencian no
obstante, porque poseen imaginarios turís-ticos
nada comparables. Pionera en esta
andadura fue Bali, Isla del archipiélago
indonesio que se presenta como el último
paraíso oriental y museo viviente. Lo em-blemático
de su historia está en la manera
en que la población y la inteligencia local
han sabido asimilar de manera selectiva, la
influencia externa adaptando las aporta-ciones
extranjeras en un proyecto de inte-gración
armónica y original. El proceso
turístico de Bali comienza en 1965, promo-cionando
su patrimonio natural (el mar y
los volcanes) para el turismo de masas,
pero pronto se darán cuenta que el turismo,
más que motor del desarrollo local, está
siendo generador de efectos negativos en la
zona1. La oferta se diversifica y comienza a
hablarse del turismo cultural como alterna-tiva
y elemento diferenciador del destino. A
la belleza paisajística se une ahora la revi-talización
de las costumbres populares:
danza y teatro tradicionales, fiestas religio-sas
y ritos funerarios etc., en una imagen
homogeneizada y construida en occidente
que los balineses han tomado como propia.
Ciertos elementos de La cultura son sepa-rados
del resto y dotados de valor mercan-til;
se producen en cadena y se incluyen en
el paquete turístico como estandartes de la
cultura balinesa.
Una atracción más, un espectáculo ca-rente
de su sentido originario, pero por
316 Antropología del turismo …
supuesto adaptado a todo tipo de público
como evidenciador de “lo auténtico”.
Aún más curioso es el caso de Tana To-raja,
un distrito centro meridional de la isla
de Sulawesi, con un elaborado sistema ri-tual
fundado sobre el culto a los antepasa-dos.
La vida social del lugar se desenvolvía
alrededor de los rituales funerarios, que
además significaban una forma de inter-cambio
entre la población, y el momento
perfecto para satisfacer los compromisos
sociales contraídos. El periodo que transcu-rría
en Toraja desde que una persona moría
hasta que era enterrada, venía dado por el
tiempo que tardara la familia en preparar
su funeral, de esto se deduce que tales cele-braciones
poseían un acusado interés por
aumentar el prestigio social. Pero al igual
que ocurriera en Bali, con la modernización
se le otorga a esta práctica un nuevo cariz,
más suntuoso. Posteriormente, desde los
años 60-70 del siglo pasado, el turismo
irrumpe en la isla atraído por el morbo de
lo desconocido. Este hecho, que en un prin-cipio
pudiera parecer beneficioso para el
desarrollo local, provocó numerosas muta-ciones
en su estructura socioeconómica. Se
pierde la finalidad ceremonial de los ente-rramientos,
los cuales se convierten en fies-tas
que simulan espectáculos circenses, la
economía regional que dependía directa-mente
de estos se debilita, y ahora los luga-reños
se ven obligados a convertirse en
trabajadores del turismo. El turismo étni-co/
mortuorio de Toraja, tal y como se desig-na
en el texto, consigue desvirtuar el con-tenido
de las tradiciones culturales locales
convirtiéndose en su principal fuente de
ingresos; en este contexto, resulta muy
interesante observar como dichas tradicio-nes
van cambiando para adaptarse a los
tiempos y a los acontecimientos.
Como último ejemplo práctico, señala
Simonicca el caso de la isla de Jaba, un
modelo turístico que, si bien se sitúa geo-gráficamente
en el mismo archipiélago que
los dos anteriores y aunque intentó imitar
el proceso acaecido en Bali, presenta un
desarrollo significativamente diferente. El
turismo que viaja a Jaba es de tipo cultu-ral,
y entre sus recursos patrimoniales ac-tivados
destaca la danza ritual. Esta tenía
lugar originariamente en templos y pala-cios,
y se ejecutaba por personas que baila-ban
por afición y/o por devoción, pero que
poseían otras dedicaciones y no cobraban
por aquella. En las últimas décadas han
proliferado academias que preparan a
quienes realizan estas danzas, personas
que pasarán a vivir del baile, trabajando a
tiempo completo en una actividad directa-mente
relacionada con el turismo, que ofre-ce
mayores oportunidades y mejores rentas.
Se muestra la danza tradicional como es-pectáculo
único e irrepetible en otras partes
del mundo, de manera que se promueve el
desarrollo endógeno ligado al proceso de
turistización. La cultura de Jaba ha sabido
adaptarse a las demandas de los nuevos
tiempos y a las necesidades del mercado,
distinguiéndose como micro destino especí-fico
dentro del destino más amplio consti-tuido
por todo el archipiélago indonesio,
mediante la explotación de un recurso muy
concreto de su realidad social: la danza
ritual.
Tal y como nos demuestran sobrada-mente
estos tres estudios de caso, las cultu-ras
no son estáticas, sino que se modifican
progresivamente, ajustándose y reajustán-dose
al ritmo de los acontecimientos.
Del turismo actual y otros demonios
Los capítulos que restan ofrecen una
panorámica general de los que fueran pro-blemas,
características principales y de-mandas
generales en los estudios antropo-lógicos
del turismo hasta el momento de la
publicación del libro en 1997. Partiendo de
las relaciones existentes entre las imágenes
que se deben analizar para lograr un acer-camiento
correcto al sistema turístico, ex-pone
Simonicca que: el turismo vende fan-tasías
a través de imágenes, es destacable
el fuerte componente visual de su promo-ción
y su publicidad. La población local, los
anfitriones, posee una imagen concreta de
quienes practican turismo en su región, y
sobre los impactos físicos, sociales y cultu-rales,
que estos van a producir en ella. Pero
esta imagen contrasta directamente con
aquella que se crea y recrea para ser pri-mero
promocionada y posteriormente ofer-tada
a los turistas; una construcción que
básicamente homogeneiza la cultura de una
determinada zona para presentar como
auténtica una muestra espectacular, enla-tada
y estática de lo que desean ver aque-llos
que la van a consumir. Además pode-
Sara Pérez Barrera 317
mos encontrar otro tipo de imágenes, las
percibidas por los turistas, que van bus-cando
“lo auténtico”, tal vez lo idílico o lo
paradisíaco, anhelando advertir las dife-rencias
entre lo ordinario de su rutina
habitual y lo extraordinario de su viaje. Lo
importante de todo esto son las consecuen-cias
que se producen al confluir los diferen-tes
tipos de imágenes, tal es el caso del
efecto feedbak resultante del choque entre
estereotipos de locales y turistas, causa
directa de la mutación y el reforzamiento
de roles para ambos grupos.
De este exhaustivo pero concreto acer-camiento
teórico a la temática turística,
conviene destacar un aspecto al que el au-tor
se refiere en el capítulo ocho, el turismo
desarrollado sobre la celebración de eventos
especiales. Un turismo muy concreto en el
tiempo, muy específico, que posee unas
características peculiares; los más habitua-les
son fiestas regionales, certámenes polí-ticos
o cinematográficos, experiencias de-portivas
(olimpiadas, campeonatos, jue-gos...),
que duran unos pocos días o sema-nas
y que se repiten periódicamente. La
imagen de los destinos se asocia a este tipo
de acontecimientos, y las motivaciones que
atraen a los turistas hacia ellos son las
mismas que en cualquier otro tipo de tu-rismo
pero acompañadas de un matiz parti-cular,
el disfrutar de algo único y teórica-mente
irrepetible, combinando entreteni-miento,
estimulación sensorial, producto e
imagen. Son hechos que conjugan autenti-cidad
y comercialización, diversificando su
oferta en un intento de atraer al gran pú-blico.
Pero lo que Simonicca no dice es que
estos actos turísticos también pueden ser
completamente inventados, no es necesario
tomar un producto local y revitalizarlo co-mercialmente
(como en las fiestas religiosas
o paganas), ni tampoco tiene que existir
obligatoriamente relación entre la región y
la actividad (como en los campeonatos de-portivos).
También podemos encontrar pue-blos,
ciudades, localidades, etc. que se su-men
al carro de los eventos turísticos aun-que
no tengan nada que celebrar, estos
serán entonces algo completamente ajeno a
la comunidad que lo acoja, pero aún así
válido para promocionar turísticamente su
imagen. Me refiero por ejemplo, a los festi-vales
de música que se celebran en no pocas
zonas de Europa, los cuales tienen poco o
nada que ver con los sitios donde se llevan
a cabo. Son organizadas por empresas ex-ternas,
que sólo demandan determinados
espacios e infraestructuras a las áreas des-tinadas
a su puesta en escena, aunque és-tas,
que pueden ser o no zonas turísticas el
resto del año, se beneficiarán en la medida
de lo posible de tales circunstancias (sus
comercios, supermercados, bares, restau-rantes...
recibirán durante una corta tem-porada,
un elevado número de clientes).
Adentrarnos más en el texto significa
descubrir los entresijos del turismo inter-nacional,
comparándolo y/o enfrentándolo
al doméstico, para poder definir las carac-terísticas
de ambos y advertir sus parale-lismos
y sus discrepancias. La mayor parte
de los flujos turísticos mundiales parten de
Europa, América Central y América del
Norte; turismo internacional y en su mayo-ría
de masas, que establece flujos constan-tes
entre el occidente industrializado (áreas
emisoras) y las sociedades en vías de desa-rrollo
(áreas receptoras). De las consecuen-cias
que este intercambio acarrea (moder-nización
forzada del tercer mundo, desarro-llo
de la economía informal y cambios en las
culturas anfitrionas, enriquecimiento eco-nómico
de algunos de los factores que in-tervienen
en la actividad turística...) ya se
ha hablado sobradamente, pero el turismo
que se practica en las zonas periféricas, el
turismo doméstico, sigue siendo el gran
desconocido. Es este, un turismo familiar
sin problemas de idioma ni de moneda, de
cortos periodos temporales, que supone una
baja inversión y unos efectos económicos
muy favorables para la población, que no
suele entablar relación con los locales y
cuyos impactos a nivel global son reducidos;
en general, podemos comparar satisfacto-riamente
sus resultados económicos con los
del turismo internacional..
Pero existen otras muchas categoriza-ciones
del turismo que no excluyen estas
dos, el ocio del mundo posmoderno ha des-embocado
en una serie de turismos alterna-tivos
que, cumplen el doble objetivo de
atender intereses especiales y diversificar
mercados para atraer a un mayor número
de clientes (turismo educativo, religioso,
patrimonial, artístico...). Además, durante
los años 70, surge una corriente radical-mente
opuesta a la concepción del turismo
como motor del crecimiento económico, y
318 Antropología del turismo …
por consiguiente del desarrollo. Preocupa-dos
por los efectos altamente nocivos de
esta actividad sobre el medio natural, social
y cultural en que se despliega, contribuyen
a la gestación de una serie de turismos
denominados “blandos”, respetuosos con el
medio ambiente, y empeñados en promover
políticas de desarrollo sostenible en el ám-bito
local. Otra vuelta de tuerca para el
turismo convencional como modelo indus-trial
único, que promete unas vacaciones
cargadas de experiencias realmente autén-ticas,
en contacto directo con la naturaleza
y las culturas anfitrionas, que invita a la
autorrealización, y que rechaza criterios
típicos y tópicos amparándose en motiva-ciones
múltiples. Así, según las actividades
que se oferten y el tipo de relaciones que se
propongan, se puede hablar de: turismo
étnico, ecológico, natural, de aventuras...
Inmediatamente después de una meticu-losa
y perfecta revisión del turismo alterna-tivo
(aparición, categorización, característi-cas,
etc.), el autor del texto ofrece su propia
visión sobre el tema, demostrando con ar-gumentos
suficientes que, éste no debe ser
más que un mero complemento del turismo
tradicional. Sus elevados costes no pueden
competir con los máximos beneficios mer-cantiles
del turismo de masas, la dispersión
de sus turistas es también peor, y para
colmo, los lugares en donde se suele practi-car
son ambientalmente muy débiles (si el
contacto es intenso y prolongado y la carga
excesiva, corre el riesgo de convertirse en
peligroso y muy dañino, obteniendo justo el
resultado opuesto al que se buscaba. Sin la
estructura del turismo convencional el al-ternativo
no hubiese podido ver la luz, de la
misma manera que nunca podrá sustituir-lo;
no obstante es preciso tender hacia el
equilibrio entre recursos naturales y con-sumo,
imponiendo la reducción de impactos
sobre los destinos y relacionando armonio-samente
ecosistemas, ambiente histórico y
sociedades locales, con productos turísticos
rentables.
NOTA
1 El empobrecimiento ciudadano, el aumento
de la economía informal y la proliferación de
la delincuencia, son algunos de los impactos
que acompañan a las primeras fases del proce-so
turístico. Cuando la planificación es nula o
de mala calidad, estos pueden acarrear conse-cuencias
devastadoras, las buenas intenciones
iniciales que aludían al turismo como elipsir
mágico y salvador de la economía del tercer
mundo, revierten así, en el neocolonialismo al
que nos refiriéramos al principio. Una clara
muestra de este proceso la podemos encontrar
en el ejemplo balinés, pero no se puede olvidar
que a tales impactos turísticos, se les suman
los provocados directa o indirectamente por la
occidentalización acontecida en la isla tras su
independencia.
Recibido: 14 de abril de 2004
Aceptado: 21 de mayo de 2004