ARTíCULO
Documentos Episcopales Canarios. Tomo 11
Don Bartolomé García-Ximénez y Rabadán.
Juan A. Martínez de la Fe
Centro de Documentación
La Caja de Canarias
Documentos episcopales canarios es una
colección que, por iniciativa de don Francisco
Caballero Mujica y con el patrocinio de la Real
Sociedad Económica de Amigos del País, pretende
ofrecer la vasta producción pastoral de
los obispos que han ocupado la sede de la
Diócesis de Canarias y Rubicón.
En el mes de noviembre apareció el segundo
tomo de la serie, dedicado íntegramente a
Bartolomé García-Ximénez y Rabadán, que
rigió los destinos diocesanos entre 1665 y
1690. Un largo pontificado pocas veces superado
en las islas.
La bibliografía sobre Bartolomé GarcíaXiménez
no es abundante. Sus datos biográficos
se deben, sobre todo, a un documento
redactado por su primo y secretario Juan
García-Ximénez, titulado Epítome de las
Singularissimas Virtudes del Exemplaríssimo,
Virtuosisinw, y doctissimo Señor, el Ilmo. Dr.
Dn. Bartholomé García-Ximénez Dignissimo
Qbpo de estas Yslas Canarias, muy digno de
imitación, y que todos lo Veneren, dato que
recogemos del capítulo que le dedican, en su
Parabíblos¡ n.9 (7995-7997)
obra Obispos de Canarias y Rubicón, Santiago
Cazorla León y Julio Sánchez Rodríguez.
Era natural de Zalamea la Real, provincia
de Huelva, donde nació en 1622. Cursó estudios
en Salamanca, de cuya Universidad fue catedrático
de Escoto. Se le consagró obispo en 1665;
tras un accidentadísimo viaje que le llevó hasta
las costas americanas, alTibó a Tenerife en
diciembre del mismo año. A partir de ese
momento, se dedicó a visitar continuamente
todas las islas, movido de su celo pastoral que le
impulsó a redactar un amplio repertorio de documentos
que ahora vuelven a ver la luz.
Devotísimo de la Virgen de Candelatia, fue
enterrado en su templo cuando mudó el 14 de
mayo de 1690. De todas formas, su cuerpo no se
conserva allí, al desaparecer en la famosa riada
que devastó la iglesia el 7 de noviembre de 1826.
Las líneas que siguen (una aproximación a
esta obra recién publicada) pretenden apuntar
las siguientes ideas: en primer lugar, que
Bartolomé García Jiménez y Rabadán fue un
obispo comunicador; en segundo lugar, que su
mensaje fue para sus coetáneos y para nosotros;
sr
Juan Antonio Martínez de la Fe
para aquéllos, su doctrina; para nosotros, la
idea de que fue un obispo preocupado por su
realidad circundante y que esta preocupación le
brinda'la oportunidad de hacemos un retrato de
las costumbres de sociedad canaria del siglo
XVII.
En los últimos día de noviembre, varias
noticias ocuparon las portadas de la prensa y
amplios espacios en radio y televisión. La ciudad
de Melilla se vio afligida por la tragedia de
la rotura de un <depósüo de aguas que, en su
loca búsqueda del mar, arrebataron la vida a
nueve personas; mientras, en Egipto, un
comando integrista pretendía imponer su razón
por la fuerza de las armas, asesinando a varias
decenas de visitantes cuya última visión en este
mundo fue la bella estampa de los templos de
Luxar; en Italia, cerca de Nápoles, tres brutos
asesinos habían elegido a un niño como fuente
de placer y como objeto de su saña criminal. A
cualquier lector de la obra le vendrían rápidamente
las palabras del obispo Bartolomé
García Jiménez, que rigió nuestra diócesis
entre 1665 y 1690: "Y por cuanto los azotes
conocidos que tan de próximo se han experimentado,
así en España como en estas islas, de
tantas enfermedades contagiosas, esterilidad,
guerras, hambres, tenemotos, aluviones, volcán
(... ), horrendo cometa (... ) cuyos efectos
naturales pueden ser tan perniciosos y dañinos
(... ) por nuestra obligación pastoral debemos,
temiendo esta justa amenaza por nuestros
muchos pecados, amonestar a nuestros fieles
muden de vida convirtiéndose muy de corazón
a Dios, haciendo penitencia de sus culpas ... "
Posiblemente éste hablia sido un comentario
válido de nuestro obispo ante tales hechos.
Era su respuesta a los problemas de cada día, a
los que él prestaba tanta atención, viviéndolos
intensamente, porque afectaban a su feligresía
de la que él era y se sentía responsable.
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La lectura de sus documentos puede constituir
una oportunidad valiosísima para asomarse
a la hondura de su forma de ser y de sentir la
realidad; probablemente, permita a quienes se
sumerjan en las apretadas líneas de esta publicación,
acercarse a otras realidades que, sin
duda, aguardan a ser desentrañadas por ojos
más especialistas.
Estos documentos son abundantes. Tanto
que por sí solos constituyen todo un tomo, el
segundo, de ese ambicioso proyecto concebido
por don Francisco Caballero de dar a conocer
los escritos que se conservan de los pastores de
esta diócesis, como una parte importante de la
Historia de la Iglesia en Canarias. Una historia
que comienza a desvelársenos desde dentro,
con aportaciones valiosas que vayan colmando
la brecha abierta entre los investigadores del
pasado, los historiadores, y el riquísimo acervo
documental que encierran los archivos eclesiásticos.
Debemos, pues, congratularnos de aportaciones
como la presente, agradeciendo la decidida
vocación de mecenas que ha adoptado la
Económica de Amigos del País para hacer posible
la impresión de la obra, y la de investigador
de don Francisco Caballero Mujica, alma mater
y pater del proyecto. Ellos han arrancado del
oscuro mundo de la inexistencia estos documentos,
dándoles el valioso don del ser por el
hecho de ser conocidos. Muchos conocen ya
esa categórica afirmación, moneda de uso
corriente en el mundo de la comunicación: lo
que no se comunica, no existe. Y estos escritos
del obispo García Jiménez se habrían ido hundiendo
en la tenebrosa categoría del olvido,
como si nunca hubiesen tenido carta de existencia,
de no haber sido por estas personas que
les han insuflado el espíritu de vida renacida.
Comunicación: es la palabra clave, el eje
por el que van a disculTir estas líneas, centrán-
Parabib.los, n.9 (1995-1997)
donas en los aspectos de comunicación que
pretendemos en nuestro obispo.
Esta inquietud por'comunicar y comunicarse
alentó, casi sin resquicio de dudas, a
Bartolomé García-Jiménez y Rabadán. Si no,
no se explica tan abundante producción de textos
sobre los más variados temas. Y se preocupa,
no sólo de intentar transmitir sus ideas,
sino, además, de que los católicos de su diócesis
reciban efectivamente todo lo que él trata de
transmitirles. No se cansa nuestro obispo de
repetir una vez y otra, de forma machacona,
que se saquen copias suficientes de sus escritos,
de manera que lleguen a los más lejanos rincones
y a las más alejadas almas puestas bajo su
tutela pastoral. Y, a fin de que no resulte gravoso
a las palToquias y ermitas, para que el costo
no resulte una excusa en la que escudarse para
ocultar una negligencia en transmitir los mensajes
recibidos, siempre solicita que le pasen la
cuenta de los amanuenses, que él los costeará
de muy buen grado.
Es una queja frecuente, con reiterada presencia
en sus escritos, la falta de tales amanuenses.
Por ello, suspira una y otra vez por la
imprenta, ese maravilloso invento que multiplica
con rapidez y economía los escritos que
desea dirigir a sus ovejas. Hace, así, suyas las
palabras de San Anastasia Niceno: Cosa lastimosa
es que en todos los lugares y ciudades
haya oficiales para todas las necesidades de la
vida temporal; y que en muchos obispados y
provincias no haya un impresor ni mercader de
libros para el socorro y remedio de las necesidades
de la vida espiritual y en que puede consistir
la salud de muchas almas. Ohabla por su
propia boca: Y porque por lafalta de imprenta
y amanuenses no podemos dar despacho original
para todas las parroquias, queremos que
(...) hagan sacar tantas copias (... ) cuantas
fueren las parroquias (... ) y el gasto que hicie-
Parabiblos, n.9(7995-1991)
Dan Barta/amé García-Ximénez y Rabadán
ren los amanuenses lo pondrán de mi cuenta.
Le preocupa, además y lógicamente, la
escrupulosidad en la transcripción manual de
S:lS escritos, esto es, las temidas y siempre inev.
lta~les erratas, de las que no escapan, ni
SIqUIera, las obras impresas que aunque se procuran
corregir y enmendar (... ) tal vez no se
puede y lo mismo pasa en las imprentas más
finas y cuidadosas.
Y ¿qué quiere comunicar nuestro obispo?
¿Cuál es el mensaje que desea transmitir a sus
fieles? Don Bartolomé García-Jiménez, en
estos sus escritos, encierra una misiva explícita
a, quienes eran sus ovejas en aquel ya lejano
SIglo XVII; y otro mensaje, más bien otros,
involuntario aunque inevitable, a quienes tuvieran
la oportunidad, como tenemos nosotros
ahora, de acercarse a sus escritos en cualquier
momento de la historia, fuera ya de la dimensión
temporal próxima a los años que le tocó
vivir.
Su mensaje directo a quienes le podían
leer o escuchar en las últimas décadas de 1600,
es variado. Sólo tenemos que mirar el índice
cronológico o el analítico de este libro, para
hacernos una idea de la riqueza temática que
aborda. Es cierto que, en muchos de estos textos,
en la mayoría, subyacen unas ideas fundamentales
que se reiteran machaconamente; son
ideas, si no obsesivas, sí fijas, que constituyen
algo así como el armazón ideológico de su doctrina
y de su pensamiento. Pero esta insistencia
básica, este núcleo elemental de su pensamiento,
adopta manifestaciones diversas, tantas
como temas diferentes expone. Resultan, así,
fundamentales y parte de ese núcleo elemental,
su preocupación, ya mencionada, porque todos
tengan conocimiento de lo esencial de la doctrina
cristiana, así como su devoción por la
Virgen de Candelaria o la formación de las conciencias
erróneas, por poner unos pocos ejem-
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Juan Antonio Mart(nez de la Fe
plos. Mientras que la diversidad de su mensaje
a la hora de transmitir estas ideas básicas se
manifiesta en la va¡iedad temática: toque de
campanas, oraciones por el gobierno, caja y
crismeras, diezmos, pecados públicos, ...
Pero esta comunicación directa a sus coetáneos,
que contiene matices hoy ya superados,
que carecerían en muchos casos de interés para
nosotros, adquiere otra nueva dimensión que
trasciende su tiempo y hace llega¡' hasta hoy su
mensaje, con la fuerza y rotundidad que cualquier
medio actual de comunicación podría
imprimirle,
¿Qué nos dicen estos documentos de hace
cuatrocientos años a los hombres y mujeres de
hoy?
Lo primero que nos dicen es que el obispo
que los firma asumió su responsabilidad pastoral.
Y lo hizo con una intensidad tal que no
decayó a lo largo de los muchos años que duró
su pontificado. El alma es la parte espiritual de
nuestro ser, la que carece de corporeidad, la
más etérea y leve; sin embargo, el peso de las
almas puestas bajo su tutela pastoral oprimió en
grado sumo sus hombros, pese a la excelente
disposición que en todo momento mostró para
acepta¡" la misión que Dios le encomendó.
¡Cuántas veces, a 10 largo de estos textos, se
hace eco del profundo respeto que le producía
la cuenta que el Juez Supremo le pediría al final
de los tiempos de cada una de aquellas almas!
Lo repite hasta la saciedad; y, pese a la distancia
en el tiempo, podemos percibir la profundidad
de ese sentimiento a través de las acertadas
palabras que escoge para expresarse.
Un primer mensaje para nosotros, pues, es
su sentido de la responsabilidad.'Y es este sentido
de la responsabilidad tan acentuado, esta
perenne preocupación por sus fieles y los problemas
que los afectan, el que ha permitido que
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el obispo nos haga un retrato de la sociedad que
le tocó vivir. Cada escrito es una pincelada, un
retoque, en ese magnífico cuadro que magistralmente
nos hace de las islas en el siglo XVll.
Nada escapa a su atención y a su perspicaz
visión de la realidad; una realidad que él quiso
conocer directamente, bien visitando en persona
las islas, bien exigiendo de párrocos y sacerdotes
que le informaran con detenimiento de
cuanto acontece en sus respectivas parcelas de
cuidado presbiteral.
La exposición de algunos de estos aspectos,
elegidos al azar entre los conceptos que
figuran en el índice analítico, podrá servir
como un primer acercamiento de los posibles
lectores a su contenido, alumbrándoles los primeros
pasos de su aproximación.
¿Cuáles eran, pues, los problemas que
aquejaban a los habitantes de las islas, según el
obispo? ¿Qué constituía motivo de preocupación
para Bartolomé García-Jiménez y, sin
embargo, pasaban inadvertidos a muchas personas,
especialmente las que habitaban en lugares
alejados? 0, ¿qué aspectos nos describe
como de pasada, cuando aborda un tema?
Veamoslo en algunos ejemplos.
En una tierra como la nuestra, cercana a la
costa africana, y de la que los agricultores
intentaban arrancar su sustento, las plagas eran
temidas. A ellas se refiere el obispo: ... porque
tan frecuentemente nos están pasando las
molestas plagas referidas y las especiales de
l1'lOros, langosta, lagarta ,y otras especies de
animalejos que destruyen las mieses y viñas.
En un mismo saco entran los saqueadores que
nos visitaban desde el vecino continente y los
bichos que aniquilaban las cosechas; en el
fondo, todos atacan a la base del sustento de la
población. Estos flagelos eran, en opinión del
prelado, consecuencia de los vicios y pecados
de la población, un castigo divino a las malda-
Parabiblos, n.9 (1995-7997)
des de la humanidad. El remedio, por tanto, ha
de venir de las alturas, por lo que dispone medidas
especiales para impetrar el divino perdón.
En una ocasión, se expresa así: y en dicho día
arbitrarán la iglesia, ermita o imagen de devoción
en que más piadosamente se crea aceptará
Dios nuestro Señor nuestras humildes súplicas,
haciendo a ella procesión general (. .. )
amonestamos y encargamos a dichos fieles que
en él ayunen y ofrezcan la mortificación del
ayuno por este fin, y por todo el tiempo en que
duraren dichas calamidades se irán repitiendo
en uno de los domingos de cada mes.
Las plagas. Un hecho presente en la cotidianidad
de las islas en el siglo XVII. Otra preocupación
que embargaba el corazón de nuestro
prelado la constituía la familia. La familia
se nos presenta como una compleja institución
con problemática bien diferenciada según la
escala social a la que pertenecieran sus miembros.
En las más pudientes, destaca, por sus responsabilidades,
el paterfamilias; a él corresponde
la obligación de que quienes de él
dependen acudan a la catequesis para aprender
la doctrina cristiana: esposa, hijos, sirvientes y
esclavos han de asistir a estas enseñanzas, salvo
excepciones que el prelado se encarga de enumerar.
Las situaciones en las familias menos afortunadas
son muy otras. Los problemas aquÍ,
aparte de recibir la pertinente formación cristiana,
suelen revestir tintes relativos a temas
más directos; así, el caso de la promiscuidad.
Era frecuente que, careciendo de espacio, se
vieran obligados a dormir en una misma habitación
familiares de distinto sexo, dando origen
a situaciones con consecuencias no deseadas
que tanto agobiaban a los que las padecían
como al solícito pastor, que extrema sus recomendaciones
para hacer frente a esta problemática.
Como remedio saludable para evitar posi-
Parabib/asj n.9 (7995-7997)
Don Barta/amé García-Ximénez y Rabadán
bIes tentaciones, exhorta a los matrimonios a
vivir juntos, proponiendo a las esposas que
acompañen a sus maridos cuando prevean largas
ausencias, como suele acontecer a los marinos.
Sí deben evitar las parejas una costumbre,
al parecer extendida. Cuando los novios oficialmente
se declaraban ante sus familias como
tales, no tenían reparos en convivir antes de'la
boda; descubrimos, pues, que las relaciones
prematrimoniales no son un invento de este
siglo y a ello se opone nítidamente el prelado,
haciendo que los párrocos y religiosos de la
diócesis expongan a sus fieles claramente cuál
es la doctrina de la Iglesia en este orden.
Así las cosas, las relaciones entre hombres
y mujeres debían guardar unas rigurosas reglas,
que llegan a situaciones como las que expresa
en el punto 30 del Edicto General de Gobierno:
ltenz mandamos, pena de excomunión mayor, a
los zapateros, oficiales y aprendices, no calcen
ni ayuden a calzar zapatos, ni otro algún género
de calzado a mujer alguna en sus casas, ni
en las tiendas, o casas de ellos, ni en otra casa,
parte o lugar, por ser esta materia no sólo indecente,
sino escandalosa y poder ocasionar graves
inconvenientes.
Pero no sólo son las relaciones personales
las que nos retrata el obispo. Veamos qué nos
dice sobre la comida.
No alude a las viandas que se sirven a las
mesas de las familias adineradas; pero sí hace
expresa mención a aspectos que se han de guardar
en la aplicación de algunas normas generales:
en los sábados que no son días de ayuno, en
que se puede comer grosura, sólo se puede
comer de los animales y aves solas las cabezas,
sin cosa del pescuezo y sus pies, mantecas, sangre,
asaduras y menudos. Pero, atento como
está a las carencias de los más necesitados, nos
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Juan Antonio Martínez de la Fe
infonna de la dieta que usan los pobres en los
momentos de calamidad: en este obispado,
donde saben pasarse con el basto alimento del
helecho, cenizos, leche de camellas, legumbre y
gofio. Y, en otra parte, aludiendo a los habitantes
de la Gomera y El Rien"o, que pasaban un
período de esterilidad, dice: los labradores o
pobladores de todos los lugares de todo este
obispado, especialmente los que llaman de los
campos, cuyos estómagos están tan igualmente
hechos a sustentarse con el gofio, raíz de helechos,
millo, patatas, u otras legumbres y lúerbas
como con el pan u otros alimentos mejores
al modo con que en España, aun los más pobres
y mendigos se sustentan.
Las enfermedades son otro azote que aflige
el corazón de este padre, tan estricto en la doctrina
como misericorde con los que no la cumplen
por su humana debilidad. A ellas hace alusión
y, principalmente, cita las calenturas, las
pestes, la puntada, el tabardillo y las viruelas.
No todo va a ser sufrimiento ni restricciones;
el corazón de los cristianos ha de ser alegre,
como corresponde a los discípulos de
Jesús. Sin embargo, las diversiones han de
tener un límite, traspasado el cual dejan de ser
un bien para el espíritu, convirtiéndose en un
peligro para la salvación. No le importan al
obispo las tertulias de los parroquianos, pero sí
cuando se celebran en lugares no convenientes,
como pueden ser los templos. Así dispone el
prelado que ninguna persona de cualquier calidad
que sea se junten en corrillos en los templos,
ni a las puertas de las iglesias a tiempo
que se celebran las misas y divinos oficios,
pena de excomunión mayor; y, so la l1'tisma
pena, mandamos no se pongan bancos a las
puertas de ellas y si los hubiere se quiten.
Estricto es también el obispo con los juegos
de cartas, al menos con algunos, hasta el
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punto de que ordena que intervenga la justicia
secular a cuyo cargo está la conservación del
bien común y la paz política de esta república
para extirpar y deshacer las tablajerías de naipes
y otros juegos prohibidos a los que califica
de sentina y seminario de innumerables vicios
y pecados. Una recomendación que hace encarecidamente
en esta provincia por ser más
necesario el remedio para esto, cuanto más ha
crecido el vicio del juego.
y ¿qué decir de los bailes? Las misas de
aguinaldo, celebradas a muy temprana hora,
eran bastante concurridas; cuando aún era
noche cerrada, para matar el tiempo hasta que
se abriera la iglesia, los feligreses hacían representaciones,
cantaban o bailaban. Esta costumbre
es cercenada de raíz por el obispo, ordenando
que no se celebren tales misas hasta
haber amanecido, por considerar indecentes las
actividades que se llevaban a cabo durante la
espera. Pero no sólo en estas situaciones no le
eran agradables los bailes; era una postura personal
bien arraigada. En otra ocasión, se queja
de que los religiosos y hombres doctos no prediquen
(... ) los días de fiesta por las tardes
algunos ejemplos y pláticas espirituales (... )
con que los fieles vivieran con más conocimiento
y temor de Dios y dejaran los bailes,
cantares lascivos y otros juegos y torpes entretenimientos
a que se entregan más en tales
días. Lógicamente, en todo esto, no olvida las
celebraciones de las paridas y los problemas
que acarrean en lo que a la decencia y buenas
costumbres se refiere.
Los esclavos son también fuente de preocupación
para nuestro obispo, al tiempo que el
concepto en que los tiene no deja de llamarnos
la atención. Desea, en primer lugar, que acudan
a aprender la doctrina cristiana, para 10
que responsabiliza a sus amos de que los manden
en los tiempos establecidos para la cate-
Parabiblos, n.9 (7995-7997)
quesis; esta formación, los preparará adecuadamente
para que, en su momento puedan
recibir los sacramentos. En primer lugar, el
bautismo; ya se sabe que, cuando los apresaban
en Guinea y Cabo Verde, los bautizaban
sin preparación alguna, a fin de poder sacarlos
de allí y venderlos, por estar legislada en el
reino de Portugal la prohibición de erradicarlos
de su país sin haber recibido las aguas bautismales.
Por ello, en estos casos, la preparación
ha de ser muy meticulosa. Tras el primer
sacramento, los restantes, observando lo
siguiente: He reparado que (. .. ) esclavos de
muchísima edad vienen con la nota de ser sólo
de confesión; hase notar por qué éstos no
comulgan y ver si es por ineptitud y no poder
ni alcanzar a percibir lo que se contiene en el
Santísimo Sacramento de la Eucaristía, si son
bozales y tan rudos que ya de ellos no se espere
hayan de saberlo. En el caso de que sean
incapaces de entender los sagrados misterios,
habrá que reputarlos en cuanto a esto como
infantes. Especial cuidado han de tener los
párrocos cuando sus dueños sean extranjeros,
vigilando si han comprado algunos negros
bozales que, o los tengan por bautizar o los
hayan ellos bautizado aquí con el rito de su
secta en sus casas. En fin: todo haga que conviene
para que no nos lleve el demonio las
almas que Dios puso en sus manos. También
el sacramento del matrimonio entre esclavos
suscita su celo pastoral y, en sus instrucciones,
nos retrata, una vez más, los usos y costumbres
de la época: En cuanto a los casamientos
de los negros y negras, ha de estar el párroco
con muy vivo y especial cuidado en examinar
cuando dichos negros y negras quieren contraer
matrimonio, si en sus tierras y cuando
eran infieles fueron casados, teniendo los
varones una o más mujeres o las negras uno o
más maridos, con la poligamia que entre esta
gente bárbara se estila.
Parabiblos, n.9 (1995-1997)
Don Bartofomé García-Ximénez y Rabadán
Si lo que llevamos expuesto se refiere al
común de sus fieles, la postura ante los sacerdotes
y religiosos es la de un padre seriamente preocupado
por su perfección a la par que la de un
superior estricto en exigir el cumplimiento de sus
obligaciones. Sólo este tema puede constituir el
objeto de un estudio, pero, en la línea de esta
exposición superficial, nos referiremos sólo a
unos pocos aspectos pintorescos que reflejan
algunas de las constumbres de aquellos años. Por
ejemplo, el atuendo. Así les exhorta el obispo: Y
porque es debido a los clérigos traigan siempre
las vestiduras congruentes y convenientes al
orden que tienen para que por la decencia del
hábito exterior muestren la honestidad interior
de las costumbres (. .. ) mandamos a todos los clérigos
de orden sacro y a los de menores órdenes
se vistan de sotanas largas y mantos negros, y si
alguno de menores órdenes trajerenferreruelos y
sotanas cortas, han de llegar debajo de la rodilla
y no pueden traer cabelleras ni guedejas, sino
que anden muy compuestas con cara abierta y
cuello bajo (... ) y si alguno fuere osado a traer
espada ceñida o debajo del brazo de día ni de
noche, si no es yendo de camino, incurra pena
doblada. Tampoco se permite a los clérigos que
sean tratantes en mercaderías, ni compren vino,
aceite, carne ni otra cosa alguna para revender,
bajo severas penas, en caso de no obedecer. Y si
esto toca a la generalidad del clero, de modo
especial se dirige a los que han abrazado la vida
religiosa, temiendo la tibieza y relajación, tan
aborrecibles al Señor hasta el grado de producirle
vómitos; encarga, pues, el obispo a las abctdesas
que sepan que todos aquellos entretenimientos,
vanas conversaciones, aplicación a libros
profanos y de comedias, profanidad en los trajes,
demasiada libertad en los locutorios y devociones,
entretenimientos de perrillos y otras sabandijas,
chismes y cuentecillos y otras cosas de esta
casta (... ) en el justo pueden destruir la perfección
religiosa.
57
Juan Antonio Martínez de la Fe
Los libros y las lecturas son otro tema que,
con reiteración, aparece en las páginas abundantes
de la producción pastoral de Bartolomé
García-Jiménez. En la obra encontramos una
serie de títulos citados y de obras heréticas,
dedicando algún escrito específico al tema. Sin
embargo, alienta el pastor a sus sacerdotes que
se acerquen con frecuencia a las fuentes sabias
de las páginas de los santos padres y doctos
escritores para guiarse, sobre todo, en los
ternas de conciencia y moral, a fin de poder
guiar espiritualmente a los feligreses, a través,
especialmente, de la labor en el confesionario.
Por el contrario, se queja de la falta de lectura
de los clérigos cuando se sientan en el tribunal
de la penitencia: el ser juez y tan soberano en
el confesonario por la mañana y después, a la
tarde, irse a chocarrear o brindar con el reo,
(... ) el ser pedigüeños cuando confiesen o recibir
allí algo que les traigan, ser muy amigos de
despachar a prisa y muchos y, por último, el no
abrir los libros. Unos libros que, a su juicio,
abordan materias que no son útiles sólo para
una clase intelectual, porque si (... ) fuera sólo
conveniente para noticiada a los confesores y
no a los fieles del pueblo, no la dejaran los
doctores escritas en lengua vulgar y en romance
y en libro que igualmente puede leer el
labrador como el catedrático.
Tema igualmente reiterativo en la obra,
fiel reflejo de la preocupación del obispo, es el
de las relaciones comerciales. Son tantos los
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ejemplos y tan pormenorizadas las instrucciones
que da, que es imposible seleccionar alguno
que sea representativo en la línea de esta
exposición. Los problemas que plantean las
creces de los granos cuando, al ser transportados
por mar, ven incrementado su peso; las
tasas y los precios que se deben aplicar, qué
cosas se pueden dar en pago, la palabra dada en
los contratos mercantiles, los fletes, ." Es una
temática amplia que, por sí misma, da pie a un
análisis más detallado que el pretendido en esta
corta exposición.
Pensamos que lo expuesto es suficiente
para avalar la hipótesis inicial, sin necesidad de
recurrir a otros ejemplos, que los hay y
muchos, en esta obra: a través de sus escritos,
el obispo Bartolomé García-Jiménez y
Rabadán nos deja un retrato fiel de su acendrado
espíritu pastoral, preocupado por un sinfín
de temas que afectan a sus feligreses y, a través
de los cuales, podemos conocer, como en un
retrato, costumbres y usos de los años en que le
tocó ejercer su misión episcopal en esta
Diócesis de Canarias y Rubicón.
Una labor que podemos calificar de ingente
y que él, sin embargo, en poco tenía: Dios a
todos nos abra los ojos para que conozcamos su
grandeza y nuestra vileza, y lo caduco y perecederos
con que al tiempo de nuestra mayor
ambición o vanagloria, con un achaque repentino,
se da con todo en la sepultura. O
Parabiblos, n.9 (7995-1997)