• JORDÉ [SUÁREZ LEÓN, Sebastián]. Al margen de la vida
y de los libros; [il. de cub. por Manolo Reyes]. Las Pal-mas:
Edición Imprenta y Litografía de J. Martínez, 1914.
EN UN LIBRO DE DOSCIENTAS VEINTICINCO PÁGINAS, Sebastián
Suárez León, actor y dramaturgo, el crítico y columnista
que firmaba con el alias de “Jordé”, reunía e imprimía en
1914 cuarenta artículos que abarcaban quince años de crea-ción
y colaboración periodística (entre 1900 y 1914) y le
daba a la compilación el críptico título de Al margen de la
vida y de los libros. Quizás pretendía así el agudo observador
y lector que fue Jordé, quitarle hierro a los aspectos más
duros y reñidos del ejercicio crítico, y situar su escritura
periodística en márgenes más neutrales. Aseguraba en este
libro que él no era un crítico real, y que lo suyo eran meros
comentarios y ocurrencias a los hechos, libros y tendencias
que conformaban la realidad canario-española de la prime-ra
década y media del siglo veinte.
Nada más lejos de la verdad. La más somera visión de
sus críticas literarias nos muestra a un auténtico guerrille-ro
de la opinión independiente, a un exponente de la liber-tad
y del progresismo. Jordé no dudo en ensalzar la figura
y la obra de Salvador Rueda, el verso llano y profundo de
Vicente Medina, por una parte, y, por otra, en señalar las
graves incoherencias que lastraban la novelística de Gabrie-le
d’Annunzio y aseverar que Miguel de Unamuno no era
en esencia poeta cuando escribía poesía. Se oponía a ese
tradicionalismo ultramontano español que emponzoñaba
el desarrollo del estado moderno y a priori hacía de la opi-
22
C JONATHAN ALLEN
Universidad de
Las Palmas de Gran Canaria
rítica y opinión progresista en los albores
de la Gran Guerra: Al margen de la
vida y de los libros
Cubierta de Al margen de
la vida y de los libros,
por Jordé; il. de cub.
Manolo Reyes (1914).
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
nión literaria un prejuicio. Estas posturas contrarias y favo-rables,
no acaban, empero, de definir su perfil. Si Sebastián
Suárez León, como sus hermanos brillantes, el pintor rea-lista
Francisco Suárez León y el famoso Maestro de La Isle-ta,
era un republicano convencido, censuraba los excesos
de la ultra izquierda y podía reconocer la valía de los con-servadores
progresistas y moderados. Una y otra vez, llama-rá
la atención de sus lectores a las vidas de los más ilustres
españoles (Canarias es España y España es Canarias para
él), dedicándole sendas necrológicas a Joaquín Costa y a
Nicolás Estévanez.
Colaborador asiduo de otros medios impresos como Flo-rilegio,
Suárez León logra gracias al impulso compilador de
estos cuarenta artículos, darnos una visión general de su
personalidad y pensamiento en este libro poliédrico (expe-riencia
que repetiría al final de la década de 1920 con otros
artículos). La vena crítica más ancha se manifiesta en aque-llos
artículos que abordan, por ejemplo el ya citado caso de
d’Annunzio. En su resumen de la novela del gran vate ita-liano
(hecho que Suárez León no pone en duda, o sea, que
parte de una justicia crítica) El triunfo de la muerte, pronto
advierte al lector de una fundamental inestabilidad textual:
“…tan pronto me parecía una producción genial como un engen-dro
de la peor especie”. La imaginación dannunziana es mara-villosa
y fértil, mas no así su capacidad para “enlazar”. No
narra con sencillez sino con “afectación violenta” (una
observación clave a la hora de leer su diario El libro secreto).
Entorno a los dos protagonistas, Hipólita Sanzio y Jorge
Eurispea, ella trasunto de la femme fatale y mujer diabólica
del diecinueve, y él un joven heredero del “mal de siglo”, se
prolonga una “…acción pobre, lánguida, incoherente, monótona,
que aburre, que cansa, que fatiga, a pesar que tiene páginas magis-trales”.
La crónica ausencia del amor como fundamento de
un proyecto vital y el daño psicológico del sometimiento
sexual a la hembra dominadora se resuelven en un melodra-mático
suicidio por despeñamiento. Jordé, desde el lejano
Atlántico en 1900, pone los puntos sobre las mismas íes que
pondrá la crítica contemporánea un siglo después: las limi-
23
Caricatura de Jordé por
Manolo Reyes (1914).
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
Cubierta de Florilegio, il.
de Manolo Reyes.
taciones narrativas del caudillo-poeta y su rechazo de lo sen-timental
a favor de un credo pagano sensualista.
Varios poetas concitan su admiración, y primero entre
éstos, Salvador Rueda, “un gran lírico con fisonomía propia”.
En la prolífica obra de Rueda encuentra el crítico la espon-taneidad,
la justeza con que emplea los epítetos, la versifi-cación
clara y limpia, y hace un análisis de su diversidad
prosódica, subrayando la importancia de la silva de seis a
doce sílabas. Nos topamos aquí con un tipo de análisis que
solo maneja la “alta” crítica, una herramienta que caracte-riza
al especialista y no al comentarista generalista. Suárez
León entrevé a figuras señeras de la lírica española en los
versos de Rueda, a Zorrilla con quien comparte frescura, y
a Campoamor (“más elegante en la forma que el maestro inmor-tal
de las doloras”). Encapsula de tal modo su arte para con-trarrestarlo
a esos que denomina “archimodernistas”,
“…que hacen del idioma una jerigonza, dislocando el léxico en ver-sos
extravagantes y chirles, sin fondo, forma, ritmo…”. Esos que
dañan la visión justa de la poesía y afectan negativamente
a tantos poetas latinoamericanos, que toman el ya decaden-te
parnasianismo francés como meta y modelo (en su artí-culo
sobre Víctor Rocamonde el poeta venezolano a quien
salva de esta mimesis infructuosa). Anota, asimismo, la tras-cendencia
de Rueda para los jóvenes creadores españoles:
“…una pléyade de jóvenes que ensayan sus alas de poetas, entre
ellos Tomás Morales, ya saludado como vate futuro de original ins-piración,
le proclaman maestro” (1908).
De los críticos insignes, el grancanario señala a Leopol-do
Alas “Clarín” como ejemplo de equilibrio y buen hacer.
Clarín, argumenta en su artículo (1900) “Cruzada contra
Clarín”, se ha convertido en la diana fácil de muchos jóve-nes
creadores (como le sucedería a Galdós), que a través de
testaferros intentan comprometer su estatus literario. Clarín
es un escritor de primera línea intelectual –nos recuerda–
profundo, serio y riguroso, que denuestan ciertos modernis-tas
a quien él lanza sus pullas satíricas. La higiene intelec-tual
que marca su quehacer crítico (la misma “Higiene inte-lectual”
que necesita España para alinearse con el futuro, tal
24
Retrato de Salvador
Rueda.
Portada de Rosario de
Sonetos líricos,
de Unamuno (1911).
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
como expone en un artículo que así titula) evita que crez-can
falsas reputaciones literarias, tan abundantes en un país
que más que el fondo admira los efectos de las cosas.
Un único yerro, si en esencia es tal, proyecta una
sombra sobre la certeza y agudeza crítica de Jordé, su cues-tionamiento
del estatus poético de Unamuno. No estamos
ante un ataque a la figura y obra del gran pensador, sino
ante una acusación parcial: “Cierro el libro Rosario de
Sonetos Líricos y me pregunto: ¿Es Unamuno poeta? Indudable-mente
es poeta del pensamiento, pero no de la forma”. Y en
términos de prosodia tradicional, sin duda tiene razón.
Llegamos a los límites de una ideología crítica, que le exige
y exigirá al soneto una serie de características, y de la poesía
una transformación léxica que dista de la sonoridad inte-rior
y descarnada de la lírica unamuniana. El ritmo seco,
duro, “anti-poético” que evidencia su poesía es una voz pre-vanguardista
y meta-lírica que rompe con la tradición, tal
como el dodecafonismo estaba rompiendo con la
melodía. Lo importante, es que sin chanzas ni
afrentas, Jordé se expresa y Unamuno le contesta
(desde su altura): “La gente está aquí habituada a una
pésima declamación de versos, a que se presta los del
tamboril Zorrilla y otros. La música de Wagner tardó en
entrar por falta de ejecutantes-cantores y tocadores-apro-piados;
los tenores hechos a cantar arias de Donizetti
destrozaban lo otro.” En el segundo párrafo de su
misiva Unamuno explica: “Por lo demás pocas cosas he
cuidado más que la forma en estos sonetos buscando un
castellano de la tierra, enjuto, conciso, sin hojarascas,
denso, consonantes poco vulgares y el ritmo, más másculo
y menos tamborilesco”.
Se genera mediante esta réplica rápida y seria, una dia-léctica
de la actualidad literaria, algo a estimar especialmen-te
en un universo de comunicaciones lentas. La línea direc-ta
establecida con Unamuno nos ilustra acerca de un clima
intelectual libre del proteccionismo que en nuestros días
aísla y protege a los escritores de éxito, cuya exposición a
la crítica seria es prácticamente nula o se anula desde el pri-
25
Retrato de Tomás Morales
por Eladio Moreno
Durán, 1908.
Carboncillo sobre papel
34 x 27,8 cm.
Fondo artístico de la
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
mer momento, solo estimándose en el caso de constituir un
apoyo más o menos incondicional.
Dieciséis artículos integran la sección de las críticas teatra-les,
especialidad de Suárez León por sus avatares como actor,
productor y dramaturgo. Debemos recalcar de nuevo la liber-tad
y no-partidismo de sus opiniones, que implican el aprecio
y la crítica a obras de Benito Pérez Galdós, la práctica conde-na
de ciertos dramas como La Reina joven de Guimerá, y la
defensa de los modestos valores de los Hermanos Quintero.
De Casandra de Galdós, Suárez León deplora el “prose-litismo
grosero de halagar las pasiones exaltadas de la turba dema-goga”,
habiendo alabado de antemano la figura innovado-ra
de Galdós. Su paisano le insufló vida y realidad a un tea-tro
español “…que languidecía entre ñoñeces y efectismos pirotéc-nicos
de género híbrido, mezcla de un romanticismo trasnochado y
falso realismo”. La tara de Casandra se halla, a su juicio, en
que es el “engendro de la fantasía del diputado don Benito Pérez
Galdós, que no es precisamente el ilustre maestro de las novelas con-temporáneas”.
Acertado o no, y al margen de decepciones y
enconamientos políticos personales, Jordé realiza una crí-tica
razonable al drama, ya que ve en él una distorsión pro-gramática
que obedece a una determinada y coyuntural
politización del autor.
Todo lo contrario sucede al glosar el éxito de Celia, cuya
singular trama, y cuyo singular protagonista femenino, no
duda en exaltar. “Celia encarna un ideal de reparación y justi-cia,
es la mujer-idea que predica y practica el bien de sus semejan-tes”.
Además, Suárez León despliega en el artículo que al
estreno consagra, su servicio de resumen y síntesis de la
obra, tarea que siempre lleva a cabo cuando se trata de cri-ticar
una obra literaria. Le informa por tanto a sus semejan-tes
que Celia, tras no corresponder al amor sincero de un
subalterno que eventualmente huye con otra mujer de su
casa, busca y encuentre a éste y pone al servicio de la
empresa en que trabaja todo su capital. Galdós idea, ensa-ya
y dramatiza la utopía social, que jamás ha prendido en
suelo español, y Jordé le rinde tributo por haber creado
“Una hermosa obra de ensueño y realidad”.
26
Deseo, finalmente, concluir esta aproximación a la obra
crítica de Sebastián Suárez León, retornando al prólogo de
su libro, “En el umbral”, espacio preliminar donde nuestro
autor apunta algunas hirientes, y mucho lamento decir,
intemporales verdades sobre la situación de la literatura y
el escritor en Canarias. Nos dice: “Aquí pocos, contadísimos
son los que publican libros, no sé si por desconfianza en las pro-pias
facultades o por pereza mental, o por miedo a la indiferencia
del público [subrayo]. De todo habrá un poco”. Unas cuantas
frases más atrás, el crítico incidía también en una idea muy
similar: “En Las Palmas donde no se escribe porque no se lee”.
Cien años después solo podemos reivindicar su denun-cia.
La literatura escrita por canarios e impresa por edito-res
canarios apenas se lee y sigue destinándose a un gueto
temático. Bastaría que un mero diez por ciento de la pobla-ción
de Canarias en 2014 comprase libros escritos por sus
compatriotas para que las ventas de su literatura, de nues-tra
literatura, devolviesen a todos, a creadores, editores y
lectores, una mínima medida de éxito y esperanza.
27
“SALVADOR RUEDA” POR JORDÉ EN
AL MARGEN DE LA VIDA Y DE LOS LIBROS
Hace tiempo vaticinose que la forma poética estaba llamada a desaparecer. Tal profesía
(sic), arbitraria y caprichosa, promovió apasionadas discusiones y polémicas en las que lucieron
su ingenio ilustres literatos y poetas.
Pasada la fiebre de la controversia, años más tarde, a pesar de hallarse la lírica española
en lamentable decadencia, pues entre tantos rimadores no se veían surgir nuevos poetas, de
estos briosos, ya nadie se atrevía a sostener semejante aseveración.
Al decir de Marmallé, los versos son siempre bellos, y también alguien, con autoridad en
las letras, ha declarado ingeniosamente que los poetas saben hacer lo mismo que los demás
hombres y, además, versos.
Obsérvese, actualmente, si no es engañoso optimismo mío, el despertar de la lírica en
España, algo así como un renacimiento de la poesía, remozada y modernizada, al compás de
los tiempos nuevos y de las corrientes y orientaciones de arte en boga. En cambio, la poesía
épica no hay quien la desentierre, y apenas si a la dramática llevan su inspiración alguno que
otro poeta como Rueda y Marquina.
Þ
Prescindiendo de los archimodernistas que hacen del idioma una jerigonza, dislocando el
léxico en versos extravagantes y chirles, sin fondo, forma, ritmo ni cosa que lo valga, empiezan
a darse a conocer jóvenes poetas, de inspiración y gusto, que prometen enriquecer la litera-tura
española con bellos cantos.
No quiero citar nombre, porque mi propósito hoy es hablar exclusivamente de Salvador
Rueda, cuyo hermoso libro Lenguas de fuego, acabo de gustar con el mayor deleite. ¡Cuántas
sensaciones he sentido a través de su páginas! ¡Qué placer estético he experimentado con la
lectura de esa obra que encierra una colección variada, primorosa, bella, exquisita, de
composiciones poéticas, frutos lozanos de la inspiración del ilustre lírico, de quien soy devoto
admirador!
Vino Rueda al mundo de las letras, donde hierven pasiones y fermentan envidias, cuando
en España cantaban los grandes poetas, Campoamor y Núñez de Arce (de Zorrilla no hablo
porque, a la sazón, era un sol que declinaba) y tuvo que sufrir la injusticia de estar algún tiempo
olvidado y solitario, perfeccionando su arte.
Más al fin Rueda se ha impuesto; y así tenía que suceder porque para ello cuenta con
méritos bien aquilatados e indiscutibles quien, con elementos castizos, ha renovado la poesía
castellana.
Tan espontáneo como Zorrilla, el dulce trovador de la leyendas nacionales, más fluido,
flexible y fecundo que Núñez de Arce, el poeta de las estrofas cinceladas, sin la filosofía y el
humorismo insuperable de Campoamor; pero más elegante en la forma que el maestro
inmortal de las doloras, Rueda es un gran lírico, con fisonomía propia e inconfundible, sin
parecerse a nadie, original y vigoroso.
Es poeta moderno, culto, amplio y sonoro. Ha estudiado la evolución de la poesía, y conoce
tan bien a los clásicos españoles como a los vates extranjeros que han hecho una verdadera
revolución en la forma poética.
La musa de Rueda solo a él inspira, porque es hecha de luz, color y armonía. Al poeta debe
aparecérsele, en los momentos de fiebre creadora, como lampo fulgurante que ilumina su
cerebro, estremece su alma y hace vibrar su sensibilidad.
Rueda no imita a nadie. En cambio a él le remedan muchos, que quieren pasar por inno-vadores,
y una pléyade de jóvenes, que ensayan sus alas de poetas, entre ellos Tomás Morales,
ya saludado como vate futuro de original inspiración, le proclama maestro.
El lírico malagueño tiene hoy, sin disputa, el cetro de la poesía española.
Es un mago prodigioso del ritmo. Sus estrofas son ondas de luz y armonía. Su lira es, a
veces, orquesta que entona bellas sinfonías a la naturaleza madre; en ocasiones, órgano que
canta majestuosamente todas las cosas grandes, y, a ratos, guitarra morisca que preludia alegres
cantares o gime querellas del alma.
Sus versos son siempre de entonación adecuada al asunto: ora suaves, tiernos, con dejos
sentimentales; ya rotundos, grandiosos, de rasgos viriles.
La versificación de Rueda es limpia, clara, diáfana, con transparencias luminosas. No tiene
versos ásperos; todos son eufónicos, de armoniosa sonoridad. No hay en sus composiciones
rigidez, afectación, artificio ni discordancias. Por el cauce de la métrica y entre las mallas de
28
Þ
la rima sus versos corren sueltos, ágiles, alados. En sus poesías suele advertirse una copiosa
lluvia de epítetos que no las afea, porque Rueda sabe emplearlos con admirable propiedad,
para dar mayor relieve y colorido al paisaje que describe o para hacer más vivo y cordial el senti-miento,
sensación o estado del alma que expresa.
En cuanto escribe vierte Rueda la efusiva ternura de su corazón. Sus himnos a la natura-leza
y sus cantos al amor le elevan sobre las impurezas y miserias de la realidad. Es un alto poeta
que siente muy hondo y sabe expresar, en versos de ritmo maravilloso y colorido deslumbrador,
sus ideas y sentimientos.
Maneja con igual gallardía todas las combinaciones métricas. La silva, cuyos versos, de variado
número de sílabas, ondula, se estrecha y se alarga sin perder el ritmo, siempre con incomparable
euritmia; majestuoso alejandrino, el dodecasílabo sonoro, el cadencioso endecasílabo, etc. toda,
toda la escala poética la recorre con suprema facilidad y dominio. Entre los diversos metros que
emplea parece que tiene marcada predilección por la silva de seis a doce sílabas.
Su verbo de poeta, espontáneo y culto, ha dado una mayor amplitud y flexibilidad a la
métrica, abriendo a la poesía nuevos horizontes.
Hállese en la actualidad Rueda en la plenitud de sus facultades, en la cúspide de su inspi-ración
fácil y ardiente. Los versos le brotan a raudales, como a los pájaros los trinos. Su lenguaje
es rico en giros, frases e imágenes luminosas. Es tal la abundancia de su vocabulario que cuando
se desborda su inspiración las estrofas parecen catarata de notas y arpegios con todos los
matices de la luz y los tonos de la armonía.
En alguna de sus composiciones flota el espíritu panteísta que le inspira sus cantos a la
eterna evolución de la materia que ‹‹cambia de forma, pero nunca muere››. En otras relampa-guean
las juveniles ilusiones en flor del poeta mezcladas con los acentos amargos de los
primeros desengaños.
Los versos más sentidos se los arranca a su lira la santa memoria de la madre muerta, que
en Rueda no es falso subjetivismo retórico, sino hondo y sincero sentimiento que emociona y
conmueve.
Salvador Rueda es ruiseñor que canta la noche y alondra que saluda el amanecer y cisne
triste que vierte en las estrofas la melancolía de sus penas.
Gran lírico por la fuerza del pensamiento, y, sobre todo, por la gallardía rítmica de la
expresión, la musa de Salvador Rueda puede decirse que, como las águilas reales del poeta, se
remonta, deja atrás las nubes y se corona con el sol.
Septiembre de 1908.
JORDÉ [José Suárez Falcón]
Reproducido de Al margen de la vida y de los libros, por Jordé [José Suárez Falcón]; [cub. il. por Manolo Reyes]
Las Palmas: Imprenta y Litografía de J. Martínez, 1914, pp. 129-134.
29