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EL GOBIERNO DE CANARIAS DEDICÓ AL POETA Agustín Milla-res
Sall (Las Palmas de Gran Canaria, 1917-1989) y Premio
Canarias de Literatura en 1985 el Día de Las Letras Cana-rias
2014. Esta elección supuso un especial reconocimien-to
a su prestigioso trabajo intelectual como escritor.
La elección del día, 21 de febrero, como fecha conme-morativa
obedece a que ese mismo día del año 1813 tuvo
lugar en Las Palmas de Gran Canaria el fallecimiento de
José de Viera y Clavijo, polifacético autor canario que cons-tituye
un claro exponente de nuestra literatura y que
entronca con varias áreas de conocimiento. Con la institu-cionalización
del Día de las Letras Canarias, el Gobierno
pretende reconocer la labor llevada a cabo históricamente
por los autores canarios dedicados a cualquier faceta de la
cultura, en el convencimiento del importante valor que
tiene para la comunidad el conocimiento de sus literatos,
investigadores, críticos, editores y, en general, de todas
aquellas personas que de una u otra manera forman parte
del sector del libro y que ayudan al desarrollo cultural de
las Islas. Por eso, cada año está dedicado a uno o a varios
autores que transmitan los valores que la comunidad cana-ria
quiere que prevalezcan.
Como referencia señalamos las ediciones del Día de las
Letras Canarias que se han realizado hasta hoy en día
(2014-2006):
• 2014, Agustín Millares Sall (1917-1989)
• 2013, José de Viera y Clavijo (1731-1813)
• 2012, Pedro García Cabrera (1905-1981)
• 2011, Tomás Morales (1884-1921)
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ía de las Letras Canarias 2014.
Agustín Millares Sall: Yo poeta declaro
• 2010, María Rosa Alonso (1909-2011)
• 2009, Mercedes Pinto (1883-1976)
• 2008, Benito Pérez Galdós (1843-1920)
• 2007, Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610) y
Antonio de Viana (1578-1650)
• 2006, José de Viera y Clavijo (1731-1813)
La Consejería de Presidencia, Cultura y Nuevas Tecno-logías
del Cabildo de Gran Canaria, a través de la Bibliote-ca
Insular de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran
Canaria, la Librería del Cabildo de Gran Canaria y la Casa-
Museo Tomás Morales, quiso sumarse, con el objetivo de
fomentar y divulgar, aún más, la vida y obra de Agustín
Millares, a los distintos actos programados por el Gobier-no
de Canarias para conmemorar el Día de las Letras
Canarias 2014. Así, en la Biblioteca Insular de Gran Cana-ria
y bajo el título “La poesía social de Agustín Millares
Sall”, por un lado, se impartieron las conferencias “Agus-tín
Millares Sall, un poeta de Antología cercada (1947)”, por
Nicolás Guerra Aguiar; “La poesía de Agustín Millares:
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Programa del Cabildo
de Gran Canaria del Día
de las Letras Canarias
2014: La poesía social
de Agustín Millares Sall.
entre lo social y lo amoroso”, por Jesús Páez; y
“Cuando la poesía estaba en la calle”, por Luis
León Barreto. Por otro lado, se celebraron dos
conciertos (estas dos actividades se llevaron a
cabo desde el 28 de febrero hasta el 27 de
marzo). Además, el Departamento de Edicio-nes
del Cabildo de Gran Canaria ha puesto en
circulación dos ediciones electrónicas de dos
títulos: Agustín Millares Sall: el hombre y su época
y Agustín Millares Sall: la obra comprometida. Se
trata de dos ensayos realizados por el profesor
Jesús Páez Martín sobre la personalidad y tra-yectoria
creadora del poeta Agustín Millares
Sall. Ensayos publicados por Ediciones del
Cabildo de Gran Canaria en formato tradicio-nal
en 1993 y 1995 y que se reeditan ahora en
versión e-pub. Mientras, La Librería del Cabil-do
de Gran Canaria inauguró el 19 de marzo
un escaparte homenaje a Agustín Millares Sall
realizado por Cristian Jorge Millares. Este acto
contó con la presencia de la viuda del poeta,
Magdalena Cantero que recitó una composición poética.
Por otro lado, en la Casa-Museo Tomás Morales se desarro-lló
el taller didáctico “Agustín Millares Sall: la palabra que
no palidece” del 24 de febrero al 28 de marzo de 2014. Y
por último, dentro de los actos programados para celebrar
los 15 años del Teatro Cuyás (1999-2014) se organizó un
recital de poesía el 14 de marzo donde no pudo faltar
Agustín Millares Sall y donde se interpretó un fragmento
de una de sus composiciones más representativas “Saludo”,
Yo poeta declaro.
En 1997, el Cabildo de Gran Canaria junto con otras
instituciones insulares patrocinan la edición Salvas de jugue-tería
(1989) de Agustín Millares Sall; edición ilustrada por
Alberto Manrique y prologada por Carlos Álvarez. Magda-lena
Cantero Navarro, la viuda de Agustín Millares, nos re-cordaba,
en un artículo publicado en La Provincia – Diario
de Las Palmas el pasado 27 de marzo de 2014, lo siguiente:
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Ilustración de Alberto
Manrique para
Salvas de juguetería.
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
“Cuando Agustín murió dejó escrito
una serie de poemas dedicados a sus
hijos/as y nietos/as con el título Sal-vas
de juguetería… Fui yo quien quiso
que se publicara y que, aparte del va-lor
de sus versos, fuera un libro her-moso
de mirar”. Acerca del ilustrador
del libro Magdalena Cantero escribe
lo siguiente: “…Alberto Manrique,
de cuyas manos salieron esas páginas
con sus guarniciones y letras capitula-res
tan hermosas y, como el libro es-taba
dividido en seis partes (los cinco
hijos y yo), seis magníficas láminas
con sus hermosos dibujos”. Por otro
lado, Magdalena Cantero nos cuenta
como contactó con el prologuista de
la edición: “También contacté con
Carlos Álvarez, el poeta, escritor y
gran amigo de Madrid, que consta en
el libro y es uno de los mejores traba-jos
que se han escrito sobre la obra de Agustín”. Nos dice
Carlos Álvarez en la segunda frase del prólogo que le de-dica
a Agustín Millares Sall “una reflexión impregnada de
serena sabiduría”. La Casa-Museo Tomás Morales reprodu-ce
el prólogo completo de esta edición como homenaje a
Agustín Millares Sall sumándonos a la opinión que tiene
Magdalena Cantero sobre este prólogo que reproducimos
a continuación.
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Capitular de Alberto
Manrique para la
composición poética
“Espejo deseado” en
Salvas de juguetería.
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
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PRÓLOGO DE SALVAS DE JUGUETERÍA, DE AGUSTÍN
MILLARES SALL POR CARLOS ÁLVAREZ
Nos llega un soplo de la tragedia griega, una reflexión
impregnada de serena sabiduría: ‹‹¿Quién, hasta el final de
su vida, puede decir que ha sido dichoso?›› Sin duda, de
haber llegado antes de conocer tanto dolor, en los momen-tos
de su plenitud vital, por difícil que le resultara en tiem-po
de más amplio disfrute de su gloria afrontar el trance
irreversible. Y el lamento del coro griego, esa voz plañide-ra
de la muchedumbre, encuentra su eco en una interro-gante
moral: ¿quién, hasta el final de su vida, puede decir
que ha sido justo? Nunca fueron las tentaciones patrimo-nio
exclusivo de los que se refugiaron en la soledad del
desierto, de quienes abandonaron por su propia vida deci-sión
de los goces mundanales. En la simple cotidianidad
de cualquier aventura vital, tras las esquinas de lo impre-visto,
donde las horas –siempre misteriosas– acechan,
puede surgir aquello que no habíamos imaginado, pero
que nos llama con su toque purpúreo: lo que acaso tuerza
por zonas de penumbra escondidas en su esplendorosa
luminosidad la rectitud de un pensamiento íntegro.
Pero no cabe la incertidumbre, la vacilación, ante
quien culminó su peripecia. Cuando un hombre es recuer-do
y su biografía no esconde capítulos, ni perfiles ignora-dos,
sólo entonces podemos establecer su valoración defi-nitiva,
afirmar nuestra certeza sin temor a que el futuro
modifique la imagen que la realidad esculpió. Y si tal hom-bre
era, –y, por lo tanto, es– un poeta que trazó con el cin-cel
de su palabra y dejó expuesto a la contemplación de los
demás el desarrollo de su pensamiento –y de sus aspiracio-nes,
propias y plurales–, sólo nos basta mirar que para que,
como dijera otro gran poeta fraterno, aquél que se llama-ra
barro aunque Miguel se llamara ‹‹se llene de verdad la
mirada››. Mirada que se ensancha ante el estímulo de un
ejemplo humano de altísima magnitud luminosa si en
Agustín Millares la descansamos.
Me resulta difícil hacer un comentario, por apresu-rado
que éste sea, de la obra de Agustín Millares, de una
parte de ella –incluso aunque se tratara de un solo verso,
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Portada de Salvas de
juguetería (1997)
de Agustín Millares Sall.
Archivo-Biblioteca
Casa-Museo Tomás Morales.
Cabildo de Gran Canaria.
Þ
dentro del cual tal vez podría contenerse todo un esclarecimiento poético–, sin poner delante
la afirmación de que –lo que no siempre ocurre en un gran poeta– en el poeta, el enorme
poeta Agustín Millares, habitaba un hombre de excepcional categoría humana. Y que esa
humanidad era la fuente desbordada de su inspiración… y de su trabajo, que es la forma más
a ras de tierra de llamar a aquélla. La añadidura consistió, simplemente, en embriagarse con
el ejercicio de un don que, en una familia pródiga en artistas, le había sido otorgado por la
evolución autodinámica de la materia a la que algunos llaman Dios: la palabra. El don de la
palabra. El don más peligroso, según Hölderlin.
Porque la palabra no es un simple sonido cuya percepción provoque, como la de la Música,
posibles sensaciones: encierra un añadido intelectual, porque configura conceptos. Puede
estancarse o fluir en el espacio –ese reverso del tiempo–, y dialogar con el tiempo, que es la
otra cara del espacio. Y si quien con ella juega y al jugar investiga, está en posesión de una
mente lúcida capaz de desentrañar los significados esenciales, si a tanto llega, puede explicar
lo que existe bajo la corteza de lo cotidiano o perderse en el deslumbramiento de los arcanos
más insondables; aprehender el significado profundo de lo aparentemente sencillo… o desen-mascarar
la vacuidad de lo que se disfraza y reviste con un oropel de un falso ropaje. Es
entonces cuando la palabra se transmuta en poesía: cuando revela el oculto significado de las
cosas, cuando establece la relación entre hechos aparentemente distintos, cuando se sale de
su propia envoltura anecdótica para adquirir validez y enjundia precisamente cuando tras-ciende
el tiempo, añadiéndole a la palabra el paradójico adjetivo, no definidor en este caso
como pedía tantas veces, ‹‹esencial››, porque entonces se armoniza lo antagónico y da origen
el sobresalto poético. Veámoslo, por ejemplo en estos versos:
Lo dice el castaño en flor,
aunque silenciosamente;
lo dice el agua en la fuente
aunque con nublada voz.
………………………….....
Lo dice el aire de nieve
del dedo que disparó:
Aunque parezca que no,
por aquí pasó la muerte.
Versos, del poema “Agaete”, escrito en 1974, en los que el tiempo parece haberse detenido,
congelado en una imagen fotográfica, para producir la sensación de atemporalidad –o de lo
que se canta y cuenta ocurre en un momento continuo, lo que vendría a ser lo mismo– que el
poeta persigue cuando recuerda un sangriento episodio de la represión franquista.
La búsqueda de la expresión reveladora de un sentimiento de sorpresa, lo que podría cons-tituir
una definición de la poesía ni más ni menos gratuita que tantas otras con las que se ha
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pretendido encasillar lo inefable. Pero lo que nos causa sorpresa puede habernos sobresaltado
–y el poeta tal vez intentó así conseguirlo– tanto arriesgándose por terrenos peligrosos como
dejándose llevar por la pereza apacible, acaso sólo aparente, de los caminos menos atormenta-dos.
En el poeta suele haber una pendular tentación dialéctica ante la llamada de la cumbre y
la llanura; no siempre es idéntica la imantación de la brújula que le indica el rumbo de su ebrie-dad.
Recuerdo unos versos que no son de Agustín y sobre ellos meditan: ‹‹El poeta / ¿culpable
no es al fin de su destino? / Su horror a la llanura fue su crimen. / No encontrará de nuevo,
su castigo››. El tono de Agustín Millares suele ser sosegado, a veces incluso cuando increpa, por-que
sabe que la altivez de la cumbre necesita el contraste de la llanura; nunca prosaico, absur-da
acusación que suelen hacer los exquisitos de cuello de cisne a quien trató de sumergir su
sentimiento y su expresión en las mismas aguas frescas de la vida, y en el sudor y en el barro
para ponerse al servicio de los demás, y utilizó como instrumento de trabajo adecuado a tal ser-vicio
la palabra poética. Que la poesía es un arma, la tan repetida aserción de Celaya continua-dora
de la de Hölderlin, es una verdad, no por lejana o aún no demostrada, discutible. La poe-sía
puede determinar la toma de conciencia de un hombre de acción, de un grupo humano. Y
son los grupos humanos actuantes los que tienen a su alcance, o les es posible tenerlo, el aco-metimiento
de la hazaña aún no realizada… o frustrada cuando se realizó: La Revolución.
Te digo que no vale
meter el sueño azul bajo las sábanas,
pasar de largo, no saber de nada,
hacer la vista gorda a lo que pasa,
guardar la sed de estrellas bajo llave.
……………………………………………
Vuelvo a la carga y digo: Aquí no cabe
esconder la cabeza bajo el ala,
decir no lo sabía, estoy al margen,
vivo en mi torre solo y no sé nada.
Te digo y te repito que no vale…
Declaración de principios que se completa con la del poema “Saludo”:
Yo, poeta, declaro que tú eres poeta
porque anuncias y cantas el mañana del mundo…
en la que, alterando el orden cronológico de los versos, se pasa del rechazo de quienes se encie-rran
en su torre de marfil y no afrontan el peso de las circunstancias porque no han querido
ser, parafraseando a Feuerbach, ‹‹estudiosos del más acá››, a la afirmación de que el horizonte
puede ser venturoso… si entre todos nos esforzamos y arrimamos el hombro para que lo sea.
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Es por ello por lo que otro de sus iguales, Leopoldo de Luis, siempre certero como crítico
y elevado como poeta, le definió en su momento como ‹‹poeta de la utopía››. Pero, ¿no es la
utopía de ayer, si reparamos en algunos logros y alcanzados, la realidad de hoy? Poeta de la
realidad anticipada, hombre que ve sobre la pértiga del tiempo lo que se esconde tras la curva
del camino por el que avanzamos (de un poeta hay que hablar siempre en presente), Agustín
Millares ha dedicado gran parte de su existencia y su talento a convocarnos a la tarea común:
la posible transformación de la sociedad y de cada ser humano, que desprendidos de su lastre
competitivo pueden llegar a ser cooperativos: la inconmensurable hazaña cultural, moral y polí-tica,
consistente en realizar en sentido inverso un ejercicio de licantropía bajo el impulso lunar
de los principios dignos: la metamorfosis del lobo en hombre, la victoria sobre el monstruo
por Hobbes.
Matizo, claro, el sentido de lo que estoy afirmando, pero no lo contraigo. La utopía de ayer
no es la realidad de hoy. No se alboroza aún –nada más lejos– el espíritu humano ante la visión
placentera de una convivencia idílica, e incluso no es impensable que no se alcance nunca tal
maravilla: siguen el hambre y la guerra, la ignorancia y el crimen señoreando la tierra. Pero la
utopía de hoy puede llegar a ser, tiene que llegar a ser, la realidad de mañana. Que sólo será mejo-rable
mediante el cultivo de los atributos positivos del ser humano, de cada ser humano: a través
de esa revolución. ¿No habría sido el sueño de Leonardo volar a Roma a Nueva York, tal como
hoy la conocemos, hubiera existido en tiempos de Leonardo y hubiera tenido él conocimiento
de su existencia… o alcanzar la Luna, aunque pronto se llegara a ella y en ella permanezcamos
en sentido metafórico? Lo que en el terreno de los acontecimientos de la física y su proyección
tecnológica y se ha logrado puede ser un optimista, pero firme, punto de partida para imaginar
que, liberada de los perversos condicionantes de un mezquino interés, la inteligencia colectiva,
alguna vez, encontrará los estímulos necesarios para conseguir un renacimiento moral plane-tario
basada en los ideales auténticamente elevados que conducen a la fraternidad. ¿No fue
otrora utópico soñar con el fin de la esclavitud? ¿No se ha visto el hombre inicuo obligado a
ocultar el espectáculo, antes público, de la conciencia de su vileza? Cuando toda la energía, el
talento, la sabiduría de quienes han transformado la naturaleza y sus fenómenos, antes terrorí-ficos
la mayoría de ellos, en la casa y la veste que nos protegen de sus inclemencias o en la luz
que nos permite ver en plena noche el conjuro de un simple gesto de la mano, se ponga al
servicio de lo útil –y pasen a ser la guerra y su parafernalia tanto como quienes las conducen,
o la explotación de los seres hermanos, un recuerdo siniestro cuyos vestigios se conserven en
los museos–, ¿no serán la simple constatación de la realidad de los versos de Agustín:
Yo, poeta, declaro que el poeta es humano
aunque a veces nos haga presentir lo divino.
Agustín Millares anuncia y canta el mañana del mundo. Un mañana posible. Probable, si su
mensaje encuentra eco. Cierto, cuando el eco de su mensaje se haya convertido en acción: acción
liberadora. Sí. La poesía es un instrumento para cambiar el mundo, un arma cargada de futuro.
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Quien así piensa, y en función de ello así canta, suele ser definido como un poeta social.
Pero tengamos cuidado con los adjetivos, porque parcelan la realidad y, al parcelarla, acortan
su dimensión. Y aunque por ese camino haya transitado siempre, o al menos con mucha
frecuencia, la poesía de Agustín Millares, no aceptamos sin más la tópica clasificación de poeta
social con que generalmente se le ha encasillado aunque, eso sí, situándosele en la cima de
tal supuesta tendencia estética. Por dos razones: la segunda, y no fundamental, porque el
abanico temático de sus inquietudes, pese a su exigencia civil, no le ha reducido a la preocu-pación
solidaria. El amor, la muerte, la duda… los grandes misterios que ponen zozobra en
la mente de cualquier ser humano escriba o no poesía, han sido también, cómo no, objeto
del diálogo que un buen día inició su yo subjetivo con cuanto inspiró su necesidad de inves-tigarlo
a través del lenguaje poético. Y, en primer lugar, porque es sospechosa la etiqueta de
social que, siempre desde la crítica burguesa (¿y cuál no lo es, si se ejerce desde los medios de
comunicación, y éstos obedecen servilmente a las leyes del mercado?), se coloca a los poetas
inconformistas con el Sistema, a los que no aceptan los dictados del Poder constituido, a los
rebeldes –o revolucionarios– en suma. Tengo la mala costumbre de repetirme, quizá porque
soy consciente de que son muy pocos los que habrán leído mis prosas o escuchado mis pala-bras,
y no creo incurrir por ello en el riesgo de que se me haga tal reproche, por lo que volveré
a decir algo que he expresado en alguna otra ocasión: si el poeta social (es decir, un poema
limitado a un tipo de discurso, generalmente mal considerado por los cancerberos del Parnaso,
y en todo caso sujeto a la minimización que todo adjetivo, por reducción de su más amplio
ámbito, conlleva) el de quien fundamenta el temblor expresivo de su palabra –o la esclavitud
verbal–, la angustia de su sentimiento, en los problemas sociales, ¿por qué no se califica de
botánico al dedicado a la rosa, por qué no de zoológico al del enamorado del ruiseñor? Un
poema es un poema; un poeta, un poeta. Si ocurre que, además o ademenos, asienta su nece-sidad
de comunicación subjetiva impregnada de su propia sensibilidad en problemas del ser
humano, tanto mejor para su valoración como tal, como ser humano. Pero nada le añadirá,
no le restará, su fuente de inspiración a la elevación de su vuelo, que dependerá de otros
factores: nunca de los temáticos.
Con Salvas de juguetería, libro póstumo de Agustín Millares, el lector acostumbrado a pala-dear
su poesía se llevará una buena sorpresa. Aunque dividido en cuatro secciones, contiene
dos partes claramente diferenciadas, no cuatro. Las tres primeras se distancian considerable-mente
de los poemario anteriores de Agustín Millares, aunque no demasiado en lo más simple-mente
forma, porque siguen atendiéndose a la disciplina de rima y ritmo constante en la obra
de su autor, pero sí en lo más sutilmente formal, esa forma que es ya parte de su contenido y
se identifica con él, cumpliendo la exigencia estética que una vez formuló José Ángel Valente
al opinar que cada contenido requiere una forma concreta y no otra. La última sección, por
el contrario, Divertimento en la grada, es perfectamente continuadora sin ruptura de los trabajos
ya conocidos de nuestro poeta, y podría ser considerada una lógica consecuencia de Metamor-fosis
de la estrella, ya que entre sus poemas asoma continuamente no sólo el poeta lírico de Más
lejos que yo amargo, sino también el poeta civil de Poesía unánime. El final, por ejemplo, de Canto
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inaplazable. ‹‹Pongo mi voz en peligro / para que alumbre la calle››, además de sintetizar la
trayectoria literaria de quien, en efecto, sembró luz en la ceguera de sus paisanos y sufrió por
ello, como el mejor de los bienaventurados, persecución por la justicia, tiene este tono rotundo
que siempre ha sido una constante en la voz de quien confió más en la expresión coloquial –y
en la comunicación oral– que en la palabra esotérica perdida por lo vericuetos de un laberinto
visionario. El revisor del tren de la fortuna, que taladra su saludo, podría ser otro ejemplo válido
de quién es el poeta y cómo se ha expresado a través del tiempo, a la vez que la clarificación
de por qué, en el momento final, renuncia a saber ‹‹dónde está el sueño perdido››. Pero Versos
para una infanta, Salvas de juguetería y Amor que estás en lo cierto (Salvas de juguetería en realidad)
nos muestran a otro Agustín Millares: un poeta que, ante la proximidad de la muerte, comienza
con libertad irracional un juego infantil con sus nietos.
Trágica paradoja: salvas de juguetería. Pero no nos dejemos engañar por el título. Ni
Agustín ha disparado nunca balas –en el sentido lírico de la expresión– ni son juguetes infan-tiles
los que maneja e intercambia cuando intenta entregarse a la voluptuosidad de lo lúdico.
En Segunda enseñanza –1974–, y más concretamente en el poema “Una coliflor inmensa”, nos
confesó: ‹‹Y yo le dije en una hora / en que jugaba con la imagen nueva, / en mi época /
surrealista››. La admirable antología La palabra o la vida que con pasión amistosa compuso
Jesús Páez, estudioso de la obra de Millares, no recoge muestra que permita suponer algo
distinto de que su ‹‹época surrealista›› hay que situarla en su prehistoria poética y que proba-blemente
fue extremadamente breve. No parece que hasta Salvas de juguetería (de la que, por
cierto, incluye el antólogo algunos poemas en La palabra o la vida) haya pretendido Agustín
Millares sobrepasar lo real impulsando con automatismo psíquico lo imaginario y lo irra-cional,
que es como explica la edición actualizada de la DRAE lo que pretende el superrea-lismo,
a no ser que tal expresión sea común a toda expresión poética. Es cierto que ha jugado
muchas veces con la ironía, que ha contrapuesto a la belleza de la palabra con que lo definía
un contenido supuestamente antipoético, que el humor no es un ingrediente ajeno a la
composición de su tristeza y que lo onírico ha subyacido en la materia de la que ha hecho
nacer sus poemas Agustín Millares. Desde Tierra batida –1986–, y es un dato que conviene
tener en cuenta, prescinde, salvo en raras ocasiones de la coma, lo que presupone dejar al
lector en libertad de colaborar en la recreación del poema con más independencia de criterio
al mismo tiempo que difumina su contenido, y esto revela a su vez un alejamiento del didac-tismo,
frecuente como es natural en quien intenta movilizar conciencias ajenas transmitién-doles
sus propias inquietudes. Camina hacia una liberación de trabas –en el sentido primario
de la expresión ‹‹formal››– que (recordemos que artificio y arte son conceptos relacionados)
es paradójicamente imposible, ya que si es difícil concebir una poesía sin libertad –que no es
lo mismo que formalmente libre– es igualmente difícil imaginar un arte no intelectualmente
sujeto a las formas que lo condicionan. En Salvas de juguetería se aproxima Millares al supe-rrealismo,
lo onírico penetra en su expresión con más fuerza que en otros momentos de su
andadura literaria. ¡Extraños juguetes los de la guerra! Que acuden como ráfagas a su cerebro
desde “Aldea del Cano (1937)”:
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Concentración de cerdos por las alas
sorteando batallas
inventadas
o desde “Caudete de la fuente (1939)”:
El mar era de naranjas
como el dedo era de la cruz
de las finanzas.
El pez vistió de azul
dentro del agua
mientras iba la luz
de un mar de plata
hasta un menú
que no encajaba.
Su imaginación, la que viene de las profundidades del sueño, se ha hecho más libre, más
irracional por tanto –diría, al menos, Jorge Guillén ya que ‹‹lo oscuro se dirige hacia lo claro››–.
“Las dormidas ciudades”:
Parecen muertas
con su luz desierta
expectante contemplan
cada descendencia
de su imagen negra
sobre los cristales.
Las ciudades viejas
emprenden el gran viaje.
Ante la hora que se avecina el gran poeta Agustín Millares –quizás más joven y más irra-cional
y más libre, pero sin renunciar en aras de la libertad a cuanto de sabiduría acumuló, a
todo lo que aprendió y practicó para que su expresión fuera arte– juega y experimenta, inclu-so
–moderadamente– con la disposición de sus versos. Y lanza, como un guiño genial al desti-no,
sus salvas de juguetería:
Seguro y dispuesto salto.
Aún no sé se de caballo
Me han dejado cabalgando
en el espacio.
CARLOS ÁLVAREZ
Madrid, febrero de 1995
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