22 LA PRÁCTICA DEL RETRATO POR PARTE DE JOSÉ DÁMASO se remon-ta
a los inicios absolutos de su carrera pictórica. Junto a su
Autorretrato, Dámaso dibuja en tinta roja sobre papel sen-dos
semblantes de creadores literarios, a cuya obra y vida
se acerca el joven artista a través de Agaete, su pueblo na-tal.
Desde la adolescencia la poesía de Tomás Morales y la
prosa de Alonso Quesada dejan honda huella en el imagi-nario
damasiano, huella que aquilata además la relación vi-tal
de ambos con Agaete, destino profesional del médico
Tomás Morales y punto de visita del ya muy enfermo Alo-nso
Quesada.
La simbología modernista de Morales se concretará en
la pintura de Dámaso en el icono de Eros, un Eros reforza-do
por la imagen nestoriana del Niño Arquero en su cua-dro
homónimo y en la rosa hercúlea.
La influencia de Quesada aflorará de modo más difuso,
a partir de la obra teatral La Umbría que Dámaso realizará
en cine, en la figura alegorizada de la muerte, una muerte
que es trasunto de una intensa estética neobarroca.
Así, los vaticinios de la mortalidad que como un coro
trágico puntúan el drama de Quesada, se transforman en
las principales series del neobarroco damasiano: La Muer-te
puso huevos en la herida, La Umbría y las Muertes roja, ver-de,
blanca.
En 1956 Dámaso pintaba, como ya se ha dicho, a To-más
Morales y a Alonso Quesada. Son dos retratos neoex-presionistas
que revelan el rostro estragado y preagónico
de dos creadores condenados a la muerte prematura. La
construcción de cada rostro se basa en una composición
volumétrica casi abstracta, parcelando sencillamente luces
y sombras. Dámaso trasciende el mero ejercicio formal e
histórico de la recreación de identidades artísticas glorio-sas
para la tradición local. Los retratos de Morales y Quesa-da
son caras amigas, cercanas en una amistad virtual y co-nocimiento
psiquíco. El óleo que dedica a Alonso Quesada
ese mismo año, con sus grises, azules y pardos conjugados,
nos sitúa claramente en la cultura de lo espectral y de la
imagen fúnebre.
José Dámaso y
el retrato de artistas
23
Otros hitos memorables en la dialéctica damasiana del
personaje es la serie Dámaso a Lorca de 1987 y la importan-te
serie de Pessoa que no sólo rescata el rostro del maestro
sino que recupera estampas de su vida tomadas de hábitos
e instantes reales. La larga y onírica sucesión de retratos
que integran Dámaso a Lorca nos presenta el busto del poe-ta
que gira de cuadro a cuadro, presentándonos una espec-tral
animación del genio lírico, que el observador contem-pla
bajo capas diversas de pintura aplicada al goteo y con
envejecimientos y manchas del papel poroso.
Las características fisionómicas de Lorca derivan de los
sencillos y sentimentales retratos neoexpresionistas de Mo-rales
y Quesada, aunque el artista, por supuesto, controla
la atmósfera espectral en que hace aparecer al poeta con la
inteligencia de un escenógrafo avezado. El color de la líri-ca
lorquiana está presente en el dripping, así como su ima-ginario
que surge como imagen de fondo dibujada (por
ejemplo Retrato de García Lorca con peces ). No muy distante
de esta alucinada pasarela solitaria del rostro del poeta está
el “retrato doble” de Saramago, icono que representa una
tercera fase de la concepción damasiana del personaje.
El rostro de Saramago aparece dos veces sobre un libro
abierto, en dos atmósferas aparentemente idénticas mas
sutilmente variadas para indicar la transición de la vida a
la muerte y viceversa. Dámaso pasa a la simultaneidad de
la condición humana, encapsulando la imagen dentro de
la obra artística que simboliza el libro. Al margen de esta
estética existe otra manera retratística damasiana, más ale-górica
y “viva” que él emplea para fijar la imagen de perso-najes
vivos.
En esta construcción del personaje escogido, la perso-na
suele aparecer de tres cuartos cuerpo. La estrategia del
color suele ser vívida, así como las texturas, ricamente tra-tadas.
Dámaso es fiel a las máximas del género ya que siem-pre
busca la caracterización del personaje mediante sím-bolos
y objetos que marcan su conducta, por ejemplo las
ubicuas bolsas de Antonio Zaya que usaba para transportar
sus revistas artísticas o el bastón fetiche de Antonio Gala.
24 PARA REPRESENTAR AL POETA MODERNISTA de Canarias Dámaso
opta por una de las fotografías de juventud conservadas.
El esquema tonal del retrato es similar al ya comentado de
Néstor, un azul en dos tonos, claro y oscuro, que constru-ye
el patrón de luces y sombras. Una rotación de símbolos
y atributos se despliegan por los planos oníricamente co-nectados
del cuadro. Los poemarios de Morales se apilan
bajo el brazo del poeta y en surreal secuencia una Rosa de
Hércules cae de la boca de un caballo para estamparse, ne-gra
y marchita, en la página de un libro abierto. Este deta-lle
de la flor que muere es el único referente a la muerte
en una obra pletórica de vitalidad, especialmente cuando
contemplamos el dinámico tratamiento del mar, visto con-tra
La Punta de la Aldea y que se transforma en corcel, re-cordándonos
el mítico cuadro simbolista de Walter Crane,
quien alegoriza las olas rompientes del mar como caballos
galopantes. La cabellera del poeta ondula con vehemen-cia
al viento.
Ambas obras comparten un espacio cinematográfico
virtual que determina el carácter fluido de secuencia, re-lacionando
al creador artístico con la condición y los ob-jetos
creados por su arte donde la habitual espectralidad
del proceso damasiano se ve transformada por un idealis-mo
conceptual.
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Retrato de Tomás Morales. 2002
JOSÉ DÁMASO
Técnica mixta sobre lienzo
105 × 75cm
Donación de D. José Dámaso