82 Vargas Vila y la exaltación biográfica
de Rubén Darío
El pasado año 2003 la Casa-Museo Tomás Morales adquiría
una parte de las obras completas del escritor, pensador y
político colombiano José María Vargas Vila (Bogotá 1860).
Expulsado de su patria en 1885 por su participación activa
en contra del conservadurismo dictatorial, Vargas Vila se
establece en Venezuela donde dirige diarios liberales como
La Federación y El Eco Andino. En 1891 se ve obligado a aban-donar
Venezuela y se asienta en Nueva York; funda el diario
El Progreso y la importante revista Hispano América. En 1898
inicia un largo periplo europeo, estrenándose como Cón-sul
General y Ministro del Ecuador en Roma. En 1904, es
Cónsul de Nicaragua en Madrid y será en España donde se
publicarán las dos ediciones principales de sus obras com-pletas.
El lote de obras de Vargas Vila que ya forma parte
de la biblioteca de la Casa-Museo corresponde a la segunda
y definitiva edición de la obra completa, que emprendió la
barcelonesa Editorial Ramón Sopena en 1935.
Bestia negra del conservadurismo político español por
sus tesis anarquistas y libertarias, las reseñas oficiales sobre
su vida y obra estuvieron lastradas por opiniones taimadas
y prejuicios políticos. Abarcando unos cincuenta y cinco
volúmenes, su obra integra diversos géneros: la novela, el
comentario filosófico, la historia, la biografía, la escritura
político-teórica y panfletaria y el drama. Vargas Vila es un
prosista singular, padre de un peculiar “no-estilo”, que de-construye
los presupuestos de la prosa mientras incorpora
los ritmos y las formas de la poesía, sin olvidar recursos es-cénicos
propios de la dramaturgia.
Contrario a toda regla semántica y a las taxonomías li-terarias,
Vargas Vila produjo una prosa extravagante, exal-tada,
e incluso a veces, sensacionalista. Rotundo e hiperbó-
JONATHAN ALLEN
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José María Vargas Vila
lico, el tono de gran parte de su literatura es el de una
soflama inspirada. No obstante, bajo la rutilante velocidad
de su narración, fulge la estética modernista en imágenes
de nítidos y cultos contornos. En 1917 publica Rubén Darío,
grandioso y tragicómico anecdotario que dedica a ensalzar
la imagen del poeta genial y amigo, a quien siempre quiso
y ayudó, al margen de sus posturas políticas que eran en to-do
punto inconciliables.
Un breve resumen de las cualidades estilísticas de
Rubén Darío confirman la idea de la prosa “declamatoria”
del escritor colombiano que la crítica ortodoxa usó contra
él como arma arrojadiza. En rápidos capítulos, que siem-pre
preludia la fecha corriente (“Era en 1902”...), Vargas
Vila desglosa las circunstancias y las épocas de la amistad
sincera que le unió al poeta cumbre del modernismo his-pano.
La prosa semi-poética de la biografía procede me-diante
un efecto de cadencia entre frases cortas e imágenes
pictóricas que se concatenan y sirven para encapsular im-presiones
e ideas acerca del poeta nicaragüense.
La biografía tiene por tanto una estructura abierta y
suelta, aunque lineal y progresiva. Su narrativa la marca
una polaridad dialéctica. Por una parte, la aseveración dra-mática
e incuestionable de una serie de convicciones o ca-racterizaciones
absolutas de los valores del poeta, por otra,
la más sutil recreación visual en imágenes contundentes de
la vida de Darío.
Vargas Vila deplora con elegancia los servilismos socia-les
y políticos de Darío, así como su actitud hacia el cato-licismo
y el más allá. Su ironía para con estos excesos tra-dicionalistas
de su amigo es fina y corrosiva, pero jamás las
diferencias ideológicas le conducen a juzgarlo. Dice sobre
este aspecto de Darío, cosas como ésta: “Sentía una gran ve-neración
por esa momia de cera y talco, que era León XIII,
al cual atribuía la política seudo-democrática y el liberalis-mo
florentino del Cardenal Rampolla del Tindaro”.
En otra ocasión cuenta como, “En Santa María Maggio-re
siguió una procesión, cirio en mano y se licuó en lágri-mas,
oyendo la plática de un fraile franciscano...”
84 Estas efusiones católico-sentimentales entroncan con
otra vertiente de la personalidad del poeta, su calidad de
hombre impresionable ante cualquier clase de historia de
terror, una predisposición al miedo que le impedía pasar
ciertas noches solo y que Vargas Vila, relaciona con su di-mensión
de “niño” perenne. El pensador social colombia-no,
forjado en la escuela del materialismo dialéctico y en el
estudio socio-político, se ríe en su fuero interno de la pre-disposición
mistérica de Rubén Darío, un imperativo de
creer que él interpreta como debilidad fundamental en la
estructura de la personalidad masculina:
“había en Darío, la tendencia, casi la necesidad de
creer, que es inherente a todos los débiles;
creía en todo, hasta en las cosas más absurdas;
el mundo sobrenatural, lo atraía con una fascina-ción
irresistible, como todos los aspectos del Misterio;
creía en Dios...
creía en el Diablo...
y, estos dos fantasmas, lo hacían temblar...”
El poeta posee además un don de lágrimas fuera de lo
común, que se manifiesta espontánea y copiosamente en
las situaciones más distinguidas. Vargas Vila afila aún más la
ironía de su pluma al relatarnos desde la comicidad conte-nida
del observador una memorable soirée parisina:
“fuimos al comedor...
continuó la sesión de silencio, por parte del Poeta:
nada lo sacaba de su actitud monosilábica...
con su volubilidad habitual, las señoras terminaron
por prescindir de él, y la conversación se hizo animada
al calor de los buenos vinos;
se habló de amor;
se contó una reciente historia muy conmovedora...
Darío lloró...
al ver llorar al Poeta, nuestra bella anfitriona llo-ró
también;
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Rubén Darío, cartujo.
Daniel Vázquez Díaz.
Óleo.
(Reproducción monocroma).
86 lloró, la dama sentimental;
lloró la niña romántica;
lloró la vieja Señora...
aquello fue una sesión de llanto a domicilio;
sólo Zumeta, Palacio Viso, y yo, no llorábamos;
hacíamos esfuerzos inauditos para no reír;“
La imagen viva que Vargas Vila proyecta a través de su
memoria personal del poeta es compleja. Subraya un com-portamiento
que a primera vista nos parece harto sorpren-dente,
la tendencia de Darío hacia el silencio, su escasez
de elocuencia, su yo taciturno, condición que contradice
la exuberancia rítmica y lingüística de su verso. El afecto
que le tiene al poeta le permite escenificar sus extravagan-cias
y manías sin mermar la grandiosa idea que a la vez de-fiende
de su genio creador. Así Darío, pronuncia las “pala-bras
sacramentales”:
—Tengo sed...
Expresión que precede sus aventuras dipsómanas noc-turnas.
Darío pierde los trenes porque se le va la hora co-miendo
y bebiendo. Aunque las más de las veces condena-do
a vivir de los exiguos emolumentos que le proporcionan
sus colaboraciones en el diario argentino La Nación, el poe-ta
es cortés y amable con sus invitados. Le gusta cocinar y
preparar platos nuevos, y, en consonancia con el universo
brillante y sensual de su lírica, Darío enarbola “todas las
formas de la exquisita distinción”. Vargas Vila refleja la fa-ceta
dandiesca del poeta como un valor y un ornamento
connaturales al genio.
La vida profesional de Darío como poeta es fríamen-te
secuenciada por Vargas Vila. Siempre reacio a tolerar
la corte y séquitos varios que acompañan al poeta por do-quier,
distingue entre los entusiastas seguidores y amigos
del creador (los poetas españoles en París, por ejemplo,
Blanco Fombona y Gómez-Carrillo) y la troupe posterior
de sicofantes, que son manifestación de decadencia perso-nal
y literaria. Como lamento sincero Vargas Vila relata los
años finales y patéticos de la fama del modernista cuando
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Darío, “...había ya entrado en aquel período de exhibicio-nismo
de Circo, que anunció su decadencia...” Banquetes
concertados “a tanto el cubierto” por sus agentes y empre-sarios
literarios que sobreexponen y dañan la imagen del
Genio.
Extravagante, a veces delirante, la biografía de Vargas
Vila es un ensayo panegírico casi clásico, sostenido sobre
una dinámica de la exaltación y la admiración. Este tras-fondo
generoso y positivo es lo que por otra parte hace po-sible
la integración de comentarios y opiniones críticamen-te
duras acerca del personaje biografiado. Humor, ironía,
censura e interpretación son los hilos que tejen esta inspi-rada
y teatral recreación de la vida del paladín del moder-nismo
hispano.
El juicio literario de Vargas Vila sobre la esencia del va-lor
poético de Rubén Darío es ilustrado y superior. Insis-te
en el hecho que Darío, aunque atroz y frecuentemen-te
imitado, era inimitable porque sólo él manejaba la rara
habilidad de producir una estética literaria tan pictórica y
cultista. Los versos del poeta funcionan como cuadros, de-terminando
una experiencia poética básicamente pictóri-ca
y cerebral: “ por eso sus versos, eran un milagro de arte
exótico, y de condensación pictural, acuarelas miliunoches-cas,
...”.
Darío es el supremo orfebre de una estética universal,
un orfebre que sin duda por su condición de criollo inter-continental,
sintetiza con armonía la imagen del pasado y
la vivencia del presente, recicla y refunde, y como bien ano-ta
Vargas Vila, tiene una cara vuelta hacia el diecinueve y
otra hacia el veinte, siendo una bisagra entre etapas de la
cultura occidental. El sincretismo es el instrumento de su
emoción estética, una emoción mental, un disfrute intelec-tual
de todo lo sensorial que se salva, porque:
“a pesar de todos sus refinamientos, la Musa de Da-río,
permaneció bárbara...
ésa fué su única fureza...
tal vez, su sola fuerza...”
88 A RUBÉN DARÍO EN SU ÚLTIMA
PEREGRINACIÓN
Et lorsqu’il eut donné son
obole à Charon...
BAUDELAIRE
En el fatal transcurso de la noche homicida
han quebrado las parcas la hilaza de una vida;
prestigio de los dioses, de las musas amor.
Las cenagosas aguas del lívido Aqueronte
cruza entenebrecida la barca de Caronte,
llevando el simulacro corporal del Cantor.
Sereno va. No arredra su espíritu lo arcano.
Ya, en juveniles horas, el Griego y el Toscano,
por gracia de los númenes, descendieran con él.
Ya el óbolo debido pagó al fatal barquero
y en las abiertas fauces del triple Cancerbero
ha arrojado los panes de adormidera y miel.
Es tan hondo el silencio, tan profundo el misterio...
La soledad se arroga su temeroso imperio
y las tinieblas hielan un funeral sopor:
silenciosa la noche, silenciosa la charca,
silencioso el bichero que da impulso a la barca...
¡Ni el oído más brujo percibiera un rumor!
La oscuridad redunda su aparato nocturno.
Adivínase el pálido rebaño taciturno
de sombras impalpables, en vagoroso errar.
El aire subterráneo, del vacío remedo,
tiene las inquietantes frialdades del miedo
y hasta al poeta mismo se le ha visto temblar...
Mas, al momento, el germen original le inspira,
y sus dedos recorren la multicorde lira
que arrebatada vibra con elocuente son.
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Nace una forma nueva del estro siempre encinto
y vuela por los ámbitos del avernal recinto
el fugaz aleteo de una alucinación.
Despiértanse los manes del eternal reposo,
y trémulos acuden al foco melodioso
presos del bebedizo violento del cantar.
Y la palabra aédica rueda en las soledades,
riza sobre las aguas, truena en las oquedades,
y en las soturnas bóvedas se estrella como un mar...
¡Oh sortílego hechizo del lírico momento!
¡Oh poder formidable del mágico instrumento
y Normas inviolables que urdisteis la canción!
Por vez segunda vieron las ondas del Leteo
desarrollarse el mito plutónico de Orfeo
y operarse en sus antros una transmutación:
Y es encendida, ahora, la mansión tenebrosa;
por el influjo rítmico, tórnase luminosa
y amplias sonoridades por el espacio van.
Del universo antiguo surge un nuevo universo,
a sus cubiles hoscos huye Carón adverso
y el remo, ahora florido, bate el divino Pan...
La quimérica nave trasunto del destino,
al arranque animoso del remero caprino,
surca el agua, ligera cual esquife sutil;
y más que hacia el Averno, naufragio de los seres,
parece que acomete la ruta de Citeres
a una venérea fiesta, dionisiaca y gentil.
Los verdinosos juncos, las negras espadañas,
los limos corrosivos y las infectas cañas,
reviven a una vida fragante y floreal.
Y dicen, robledales y hayedos, su prestancia;
las mazorcas de Ceres pregonan la abundancia,
y el triunfo de Pomona canta el árbol frutal...
90 Y acuden a las márgenes bandadas de palomas;
los satirillos jóvenes muerden las verdes pomas,
regustando, golosos, su agridulce acidez;
y en el baño, sorpresa por la voz extrahumana,
olvidando sus velos, la cazadora Diana
muestra a todos los ojos su intacta desnudez.
—¿Dónde van los viajeros? ¿Hacia qué sirtes bogan?
Bestezuelas y genios, curiosos se interrogan,
puestas sus inquietudes en la interrogación.
Y un fauno milenario de melenas espesas
que aún gusta de las vides y de las satiresas:
—¡Por Baco, que es insólita tal peregrinación!...
Y la pregunta cunde por el haz dilatado:
—¿Busca la húmeda gruta o el jardín perfumado
donde acampan las dríadas en setos de arrayán?
¿Va en pos de las adelfas donde Edgardo reposa,
o al prado de esmeralda que cubre el laurel rosa
donde, ha tiempo, le esperan Hugo y Pobre Lelián?
—¡Yo sé el gentil secreto! —dice una ninfa bella—.
Sabed: que este adamita del corazón de estrella
concurrió en el enojo del divo Flechador,
por yo no sé qué cuento de una musa raptada
y de un viril ensayo sobre la yerba hollada
sin miedo a las saetas de Apolo vengador...
—¡La sangre primigenia del floral sacrilegio
le dio del armonioso poder el privilegio!
—dicen— mientras la nave se hunde en la eternidad.
Detrás quedan el tedio, la tristeza y el lloro;
mas vaga en los silencios como un temblor sonoro
y flota en las tinieblas una astral claridad...
TOMÁS MORALES
“Alegorías”
Libro II de Las Rosas de Hércules