JOSEFINA DE LA TORRE. LA ÚLTIMA VOZ DEL 27.
Seminario celebrado en la Facultad de Filología de la Uni-versidad
de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), del 20
al 23 de marzo de 2007.
EL AÑO 2007 FINALIZÓ CON UN MAYOR AHONDAMIENTO en la
figura y la obra de Josefina de la Torre Millares, cuyo cen-tenario
del nacimiento (Las Palmas de Gran Canaria,
1907) ha servido para sacar del silencio sus poemas de Ver-sos
y Estampas, que publicó a los 20 años con prólogo de
Pedro Salinas, y Poemas de la Isla (1930), libros ambos que
favorecerían su inclusión en la Antología de Poesía Española
(Contemporáneos) de Gerardo Diego en 1934, donde apare-ce
junto a Ernestina de Champourcín como únicas repre-sentantes
de la poesía escrita por mujeres. Bajo el comisa-riado
de la periodista Alicia Mederos se me encargó la
dirección del 20 al 23 de marzo del pasado año un semi-nario
en la Facultad de Filología de la Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria (ULPGC) que, bajo el título Jose-fina
de la Torre Millares. La última voz del 27, tenía como
finalidad excavar en su faceta literaria, pero también apro-vechar
la ocasión para recuperar por primera vez una serie
de materiales sintetizados en dos direcciones: por un lado,
aspectos biográficos inéditos que nos dan cuenta de la
bonanza cultural sobre la que transita la élite cultural de
principios del pasado siglo en la Isla, heredera, como en el
caso de nuestra protagonista, de una tradición intelectual
no ajena al desarrollo económico procedente del comer-cio
portuario y del ejercicio independiente de la profesión;
y por otro, como no podía ser de otra manera, el empeño
del Seminario por conquistar los otros espacios artísticos
de Josefina de la Torre, es decir, el cine, el teatro, la música,
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JAVIER DURÁN El rescate de Josefina de la Torre
la edición y la radio, actividades que nos llevan a emparen-tarla
de forma definitiva con el ansia cultural que manifes-taba
la Generación del 27 con Dalí, Lorca o Buñuel, por
citar algunos de los creadores que frecuentó en la Residen-cia
de Estudiantes de Madrid junto con su hermano Clau-dio,
autor teatral, novelista y director de cine (la carrera de
Josefina no se puede desgajar de la de él).
Sería una pretensión sin solución abordar aquí qué
parte de la obra literaria de Josefina de la Torre proviene
de la insularidad, y qué otra nos lleva hacia derroteros no
tan extraños a los escritores del 27 que exaltaron a Góngo-ra
y que alcanzaron su plenitud en la Segunda República.
¿Es correcto subrayar que la autora de Marzo incompleto (San
Borondón. Las Palmas de Gran Canaria, 1968) y Medida del
tiempo fue, tal como señalaron los obituarios de los periódi-cos
el día de su muerte, “la última de la Generación del 27”?
El interrogante se trató intensamente en el Seminario, y al
respecto ofrezco la valoración que Alicia Mederos y yo acor-damos
a modo de conclusión: “Su inclusión en la Antolo-gía
de Gerardo Diego cumplimenta su deuda con el entor-no
de la Residencia de Estudiantes de Madrid, una convi-vencia
con Dalí, Alberti o Buñuel que le permitió realizar-se
literariamente y formar parte del movimiento que aban-deró
la modernidad cultural española”. Y a continuación:
“Siendo de la Generación del 27, tiene también una deuda
con la tradición literaria canaria. Su obra no puede ser des-gajada
de Tomás Morales, Saulo Torón, Alonso Quesada y
Domingo Rivero, de los que recibirá el corpus poético de
la insularidad, desde el intimismo a la búsqueda de mate-rial
en el espacio de la Playa de Las Canteras, inspiración
que le lleva a inaugurar una tendencia que será recurrente
en autores posteriores”.
Levantar un perfil completo de Josefina de la Torre signifi-có
también tropezar con la ausencia que la democracia
demostró hasta hace poco con la cultura que se desarrolló
en España entre la adversidad del nacionalcatolicismo y el
falangismo estatal, y por encima de ellos el formidable apa-rato
de la censura. Frente a la interpretación que sitúa a
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Josefina y a Claudio de la Torre bajo el
prisma unidireccional del franquismo, no
faltaron quienes ilustraron su “protesta en
silencio” con la amistad que el hermano
mayor tenía con el exiliado Max Aub, cuyo
único contacto intelectual con España era
la voz del grancanario, además de su dimi-sión
de la dirección del Teatro María Gue-rrero
por no aceptar la directrices progra-máticas
emanadas del poder. El descen-diente
Bernardo de la Torre ofreció el tes-timonio
de una salida frustrada hacia
México que, sin embargo, torció la palabra
de la madre, que los reclamó para ayudar-la
a superar el bache económico que atra-vesaba
la familia tras la ruina del negocio
familiar, aparte de su interés por acabar
con un noviazgo no aceptado de Josefina.
La estancia en la Isla, más allá de la Gue-rra
Civil, posibilitó el conocimiento de otra
de las facetas de la escritora: la creación de
La novela ideal, unos folletines que conta-ban
historias de evasión, escritos en algu-nos
casos con la estructura del guión cine-matográfico.
La iniciativa sirvió de sustento económico a
una familia acostumbrada ya de por sí a mostrar su lideraz-go
intelectual en una sociedad desabastecida culturalmen-te,
ya fuese en la casa de Vegueta de los Millares o en la
vivienda de verano de Las Canteras, donde Josefina y su
hermano dan a conocer la experiencia del Teatro Mínimo,
un “teatro artístico”, según Rivas Cheriff, a la manera de
El mirlo blanco de Pío Baroja o a lo que años después sería
La barraca de Federico García Lorca, cuya limitada puesta
en escena iba a estar compensada por la fuerza de la temá-tica,
el descubrimiento de autores y una interpretación
carismática.
La abundancia de conocimientos que se pueden des-prender
de las jornadas de un Seminario que duró casi una
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Josefina de la Torre en su
casa de Las Canteras
Archivo Fotográfico de la
Casa Museo Pérez Galdós
Cabildo de Gran Canaria
semana hace imposible una visión pormenorizada, restric-ción
que traslado asimismo a la mención de los ponentes,
pues no me perdonaría dejar a ninguno fuera dada la cali-dad
del contenido de las comunicaciones seguidas por unos
sesenta alumnos. En todo caso, y no sin miedo a equivocar
sus voces autorizadas, lo que aquí escribo trata de ser la hue-lla
dejada. Y entre las conversaciones, debates y coloquios
uno que apasionó como ninguno: Josefina de la Torre des-pojada
de su poesía íntima para aparecer bajo el foco de la
fama. El mundo del cine le permitió abordar trabajos no
sólo como actriz sino como ayudante de dirección, guionis-ta
y columnista de la revista Primer Plano. En 1934 trabajó
en labores de doblaje para la Paramount en Joinville (Fran-cia),
bajo las órdenes de su hermano Claudio y, codo con
codo, junto al viejo amigo Luis Buñuel. Josefina de la Torre
es la voz en castellano de Marlene Dietrich. Otros directores
como Julio Flechner, Miguel Pereyra o Edgar Neville requi-rieron
su trabajo como actriz. El estudio en el Seminario
del apartado cinematográfico hizo hincapié en su interpre-tación
en El misterio de las marismas (1943), un filme que nos
descubre a un Claudio de la Torre como un director rara
avis del panorama español, exquisito en los decorados y en
los enfoques de la cámara, y a una Josefina de la Torre
rubia, casi nórdica, que incumple los requisitos del momen-to,
provenientes del estereotipo de la mujer morena. En
1954, años después de haber terminado su carrera como
actriz de cine, Josefina de la Torre escribe una novelita en
la que relata las peripecias de una ambiciosa e indocumen-tada
joven (con el kafkiano nombre artístico de Bela Z.),
para abrirse camino como ‘estrella’ en el pobre, triste y
pacato cine español de los años 40. La obra se titulaba
Memorias de una estrella y en ella hay depositado un poso de
amargura por la estupidez que alumbraba el séptimo arte
hispano, envuelto en guiones maniqueistas y absurdos
sobre la mujer. El último viaje ante las cámaras de Josefina
de la Torre sería ya en los ochenta para la serie de televisión
Anillos de oro y un papel en uno de los formatos de Ibáñez
Serrador.
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El programa del Centenario del nacimiento de Josefina
de la Torre, que incluye la producción de un audiovisual y
la publicación de un catálogo, ha sido la primera oportuni-dad
para atrapar de manera global la enorme actividad de
una trayectoria artística, necesitada de una biografía y de la
publicación de unas obras completas, pues ello permitiría
corregir algunos errores que permanecen sobre su vida y
en la transcripción de poemas. Sólo cabe decir que una vez
fue dada por muerta.
Josefina de la Torre en la
Playa de Las Canteras, 1930
Archivo Fotográfico de la
Casa Museo Pérez Galdós
Cabildo de Gran Canaria
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