ESTAMPAS
VISI6N
La vida empezó a adquirir el ritmo de siempre, El
patio se lleno de luz. Por todas partes el sol se filtraba
con fuerza inundando las hojas verdes de las enredaderas
con reflejos dorados. Toda la casa adquirid movimiento.
Unos iban, otros venían. Siempre igual, conocido. Las
mismas .inquietudes se producian cada día en todos los
que habitaban aquella casa. Era una vida sencilla, sin
complicaciones.
El escenario cuotidiano volvid a mover sus figuras,
Ilenns hoy con la tremenda fuerza de la vibrante luz del sol.
En ud extremo del inmenso patio, junto a la enreda.
dera verde que rapida trepaba por entre las rejillas ama-rillas,
la vieja sirvienta, con ademan reposado, descolgó
la jaula de los pajaros donde una pareja formaba ya su
nido y con rostro placido contemplb a los pajarillos, que-dándose
extasiada con IR jaula entre las manos.
Del fondo del mismo patio surgid la figura noble del
padre, quien, con ritmo seguro y decidido, le atraveso en
toda su longitud, llamando con voz fuerte y acogedora;
«iMadre, madre... carta del hijo...!»
Junto n él, con ademan rapido, como si todo quisiera
cogerlo de una vez, aparecio el otro hijo, fuerte y hermo-so,
despojandose rápidamente de sus vestiduras, con el
traje de baño entre las manos, como si temiera que el mar,
la playa, fueran a escapársele.
Allá en la sala, la tía solterona sentada junto a una
mesa en donde reposaba un cestillo de agujas y ovillos,
tejia un nuevo encaje de crochet, siempre distinto y siem-pre
igual. En sus ojos miopes y curiosos, dormidos y vi-
73
vos, sus lentes de oro parecían perderse. El movimiento
de sus manos era suave, rítmico.
Sentada en el piano, la hija mayor repasaba la últi-ma
canción de moda y en su picaresca y graciosa expre-sión
dibujgbase una sonrisa
La figura erguida de la madre, reposada y altiva, apa.
reci6 en el otro extremo, cerca del patio de entrada, Ile-vando
de la mano R LIIIA nifia junto a In cual otrns dos
tiraban del vestido,
Recorriendo su milenario objetivo, el destino cruz6 ve-loz
entre los múltiples problemas que en su desenfrenada
carrera atesoraba. Unos contra otros iban estrujados, como
perdidos borregos, incapaces del menor movimientb pro-pio,
aceptando de antemano el camino trazado.
La radiante luz de aquella mañana de verano dio de
lleno en su inmensa retina, con tal fuerza luminosa, que
amortiguando su arrolladora carrera y cogiendo entre sus
garras aquel trozo de luz cegador, ínfimo y poderoso, atro-n6
el aire con un grito que repercutió a través de miles
y millones de siglos.. . «Detente.. , ioh vida!»
La vieja sirvienta colgó despacio la jaula de los phja-ros
y apoyando sus dos manos en el delantal, por sus ojos
cansados, sin aíioranzas, cruzó un ligero destello de sor-presa
y temor...
El impetuoso joven, lleno de vida, con su traje de ba-
AO apretado entre las manos, dejó de correr, escuchando
atentamente aquel extraño eco.. .
Los lentes de oro de la tía solterona cayeron resba-lando
sobre su pecho y el encaje de crochet hízose un
montoncíllo dentro del cesto, mientras sus ojos inquietos
algo anormal presentían.. .
La canción moderna dejó de sonar y la expresión pi-caresca
y alegre de la hija mayor, volvióse asustada, y
curiosa.. .
La madre y sefiori-t apretd m&s la mano infantil que
sujetaba entre las suyas y alzando su figura y SU VOZ
gritó:
74
--{Quién llama.. .?
Las niñas aprovechando ese instante de rápida confu-sidn
riraron aún mas del vestido de la pequeña que, con
el esfuerzo, soltdse de la mano que la aprisionaba.
Una de ellas, corriendo loca hacia la orilla del mar,
llevando tras sí R las otras hermanas, gritó tambi&
-~MarnS, marn&! No es nada, déjanos, ipor Dios!, ira
jugar si la playa...
El mar, lleno de luz y pieclrecitas de colores, agitaba
sus olas de baja mar en suave balanceo, dulce y mondtono.
Las tres niñas, junto a la orilla, comenzaron a cons-truir,
impacientes, sus castillos de arena.
ELCUADRO
Cuando atravesaba corriendo el patio y luego el hall
grancle de cristales, antes de llegar al zaguan, sus ojos
invariablemente tropezaban con el cuadro,
Era un cuadro pcquefio, sin valor. Contenía una es-tfunp
en colores, muy sencilla: una mujer y dos niñas en
lo alto de unas rocas, desafiando al mar con expresidn de
dolor y miedo en sus ojos.
Ella no veía nada de esto. Nunca lo vio.
En su carrera a travks de los largos patios buscando
In salida hacia In playa, el mar y sus ilusiones, siempre
mird el cuadro) su claro colorido, su composición, pero
nunca vio en él la amargura y tormento de su asunto. El
ímpetu de su juventud y la alegría regocijada de su carac-ter
formaban la gran barrera que le impedía llegar hasta
el fondo de aquella amarga estampa.
Mas no se podía dudar que siempre lo contempló con
alegría.
En aquel simple grabado quedó recogida toda la in-comparable
fuerza cle su inquieto espíritu.
Muchos, muchos años pasaron y no volvid a ver aque,
cuadro Ni siquiera lo recordaba. Todo estaba ya tan leja-
75
no que si alguien le hubiese hablado de un pequefío cua-dro,
«que estaba allí, en determinado rinc&i»... hubiese
tenido incluso que pensar,. . recordnr.. . ~cómo eI-a.. .?
Pero volvió a verlo.
Estaba entonces en otra habitación, en otra casa, con
un decorado totalmente distinto, pero sus ojos, perdida ya
la inquietud, le hallaron instantáneamente.
Toda su vida pasada estaba allí, rcconcentrnda en aquel
cuadro pequeñito. Uno a uno fueron desfilando ante su
mente los recuerdos intactos de su juventud: el pequeño
rincin junto a la puerta de entrada, el cuadro quieto, fijo,
inconmovible a trav& de los años. Volvió a sentir el olor
salobre del mar, el ruido alborotado de aquelltis olas vi-brantes
y como un caleidoscopio brillante, lleno de múlti-ples
colores, retrocedió a su vida pasada, a la alegría
desbordada de su alma de niña,
Y entonces contempld el cuadro. SSI0 entonces lo vio
tal cual era.
Y pudo llegar a comprender toda la amargura y des-consuelo
que aquella estampa vulgar y descolorida ence-rraba...
EL PIANO
-II& llegado el piano nuevo1
Se oyen pasos apresurados, risas, voces. Todos corren R
presenciar el acontecimiento de la llegada del piano nuevo.
Ha venido por. el mar, en un barco extranjero, me-ciendose
sobre las olas.
Todos le rodean, curiosos, y le contemplan admirados.
--iQue piano tan hermoso! iEs una maravilla1
El piano parece regodearse, orgulloso, ante tanta ala-banza.
Es realmente hermoso el piano nuevo. De larga cola,
con su brillante y pulido barniz negro, hace reflejarse en
Cl cuanto se le acerca,
Aquella noche hubo reunidn familiar. Todos vinieron
s escucharle. La abuela, los tíos, los primos quisieron pre-senciar
tambikn aquel acontecimiento.
76
Las niñas se pusieron sus nuevos vestidos de organdí
y apretaron bien los lazos de sus trenzas rubias.
Una a una fueron sent&ndose al piano y tocando la
pieza convenida. iCon cuánta emocidn se oyeron los pri-meros
acordes! iQue bien sonaba!
Alguien clijo: «Este piano durará varias generacio-nes,..
itiene tan rico sonido!»
Por ùltimo se agruparon las tres hermanas junto a el
para tocar el trío final. El piano recogió, por primera vez,
entonces, aquellas tres imágenes juntas, curvadas, refleja-das
fuertemente en el negro pulido y brillante de su tapa.
Así aquellas nifias, luego mujeres, fueron habituándose
al sonido fuerte y dulce de aquel piano y él supo de la
alegría y las emociones de aquellas vidas incipientes,
A partir de entonces, muchas fueron las pulsaciones
que aquel piano recibiõ. Manos habiles e inspiradas, arran-caron
sonidos deliciosos a su perfecta caja de música y
los martinetes se multiplicaban adivinando la recia y dis-tinta
forma de intcrprctarlos,
Pero el piano, acostumbrado al sencillo roce de aque-llas
manos familiares y a recoger invariablemente el re-flejo
de sus cuerpos jdvenes sobre el pulido brillante de
su negra tapa, nada le importaba que manos mks firmes
y seguras le hicieran sonar con precisión.
Aquel piano tan grande y tan brillante contrastaba
enormemente con las tres figuras rubias y frágiles.
El piano aquel -que alguien profetizd a aquella fami-lia
que duraría varias generaciones- esU hoy colocado
en el escaparate de una tienda cle compraventa, a travks de
grueso cristal.
Puede versete allí, mudo y quieto, esperando algo que
nunca m8s podrá ya percibir.
Su porte es más severo, SLI brillo mks intenso.
Pero de todo él parece desprenderse algo perdido, ido,
que en vano busca en aquel absurdo y desconcertante
rincdn. . . : el reflejo querido de aquellas tres figuras jdve-nes,
curvadas, grabadas intensamente en la tapa negra y
brillante de aquel pianu de cula...
77
MI AMIGA JUANITA
Mi amiga Juanita vive en un pueblo rústico con aires
de pequefía ciudad. Es una mujer alegre, simparica, de
cara agraciadn. Me sentí atraída hacia ella por la sencillez
y alegría de su carácter. La invité a mi Casa al POCO tiem-po
de conocerla y ella, a su vez, me invito a la suya.
Me obsequiaba esplendiclamente. Me sorprendib verla
siempre tan contenta, tan animada. No podía explicarmelo,
conociendo la vulgaridad de aquella vida pueblerina. Lo
atribuía a cualquier gozo intimo que yo no podía percibir.
Estaba casada con un hombre terriblemente vulgar y cor-to
de alcances. No tenía hijos ni con ella vivía ningún
otro pariente. Su casa era bastante modesta y aunque su
marido ocupaba en el pueblo un cargo destacado- ilos
cargos desracados de los pueblos!- no parecian tampoco
poseer grandes bienes de fortuna.
<De dónde provenía, entonces, aquella contagiosa ale-gría?
Deseando llegar a conocer el fondo de aquella viva-cidad
tan atrayente, poco a poco fui adentrándome en su
vida.2 Cuales eran sus deseos, cuales sus ilusiones?
Con simple sonrisa me confesó que jamás cogía un
libro entre sus manos, que le aburría enormemente leer y
que incluso el periódico era exclusiva lectura de su marido.
Queriendo insistir un poco m&s le dije:
-Bueno... alguna novelita rosa.. .
iQuiá-- me contestó- ni eso tampoco!
Entonces me aventure a hacerle otras preguntas:. la
música, por ejemplo, algún simple y pequeño entreteni-miento.
._ bordar... Y rápida e ingenuamente me contesto:
-3510 me gusta comer. ,.
La miré perpleja. Pero, iesta mujer con cara tan alegre
y graciosa, no puede tener otra ilusión?
Se acercó más confidencialmente a mi y con expresidn
radiante me dijo:
-Sa bes. , . he oído decir que si pudiesemos matar a la
luna viviríamos eternamente,. ,
Di un salto, asustada. La mire fijamente, con sumo
interes.
SU expresión era plácida, serena. Toda ella reflejaba
una gran felicidad mientras levantaba los ojos al .cielo
esperando aquel transcedental acontecimiento.
Quedé sobrecogida.
Aquella pobrecita mujer, simple y vulgar, soñaba con
la eternidad. Y CcuCtles eran sus anhelos, cuhles sus ilu-siones?
Simplemente el goce mAs vulgar de los sentidos.
Turbada, no pude menos que recordar aquel cuento
de hzorín en que nos dice: <para ser feliz, no es requi-sito
indispensable tener cerebro.. .»
MARGA ROSA DE LA TORRE MILLARES
79