NARRACIONES Y CUENTOS
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Se ha abierto tus abanico de milagros
en la mano creadora del olvido.
ANTONIO MACHADO
LA MUERTE BE BARBA AZUL
{Quién no ha oído hablar de este famoso personaje, de
su extraflo adorno capilar y de su tragica y macabra le-yenda?
Muchos creerán que Se trata de un ser EantSstico,
pero yo que tuve no se si el gusto o la desgracia de co-nocerle,
aseguro a ustedes que existib, que fue un perso-naje
real y tangible.
NOS hablamos en pleno verano del afro 1920. Finaliza-da
la primera Gran Guerra, afluian a nuestro puerto nu-merosos
turistas ganosos de respirar a pleno pulm6n las
brisas del oceano y saturarse del oro solar de que tan pró-digo
se muestra nuestro cielo.
XT fuc en In plflya de las Cnntcras donde tuvo lugar
nuestro primer encuentro. Paseaba yo una tarde, según
costumbre, por la orilla del mar. Poníase lentamente el
sol, desapareciendo tras la ingente mole del Teide, cuyo
nevado picacho se recortaba claramente sobre el cielo que,
por aquella parte, semejaba un gran ventanal abierto sobre
una irreal llanura iluminada por resplandores de incendio,
y en la que monstruos tan extrnfíos y diformes como $610
podría crearlos una imaginación calenturienta, flotaban
errantes en el vacío. A mis pies, las olas se deshacían
blandamente en espumas ~IIP reflejaban todos los colores
del iris.
Mientras paseaba, leía. De improviso, tuve la sensa-cidn
de que alguien, a mis espaldas, me miraba fijamen-te,
Con cautela, por no llamar la atención, me volví hacia
atr;Ls y me encare con él. Era 61 indudablemente. Recor-daba
con exactitud los rasgos característicos de un rostro
y el color de una barba. Era tal como la representaban
los grabados de los libros de cuentos de la &L%Z Calleja
que hicieron las delicias de nuestra infancia.
Al ver que le miraba, se sonriú y aproximándose a
mí, me dijo con marcado acento extranjero:
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-Usted ser alemán, lverdad, señor?
-Rspxñot--le contesté.
Al oir nii respuesta me COntenlpld COI1 CUriOSiCh~, CO-sa
que no me sorprendió por no ser aquella la primera
vez que me han atribuido procedencia teutõnica. Entabln-mas
luego conversación sobre temas triviales. Aquella tar-de
no pude ni tan sdlo entrever algo del alma complicada
-así se me antojaba a mí- de aquel famoso personaje.
La confesibn tuvo lugar mucho más tarde, transcurri-dos
dos meses poco m8.5 0 menos de nuestro primer en-cuentro.
Una tarde, sentados en la terraza del hotel Mira-mar
en el que se alojaba, se franqued conmigo. Supe en-tonces
toda la horrible tragedia de su vida, dedicada por
entero a la persecución de un ideal tan intangible como la
inmortalidad; encontrar una mujer que careciera de ese
sexto sentido que todas, absolutamente todas --iy 131 lo
sabía por dolorosa experiencia!-, esth dotadas. Siete ve-ces
intentó la experiencia y otros tantos frw3sos se si-guieron.
iCon s&dico placer y al mismo tiempo desolado-ra
amargura, detallaba la muerte de las siete infelices mu-j
eres!
-De lo que sí estoy seguro -me dijo, mientras brilla-ban
extrañamente sus ojos-, de lo que sí estoy seguro,
idigalo usted bien!, es de que ninguna de ellas, ininguna!,
hubiera sido capaz de sentir la malsana curiosidad de co-nocer
sexualmente a otro hombre.
Y por fin, me contó su última aventura, la que nadie
sabe aún, porque no se relata en los cuentos infantiles.
A la octava experiencia Barba Azul clauclicb y tuvo la de-bilidad
de perdonar. Hoy, enamorado de su octava espo-sa,
ha venido n ocultar su definitiva derrota en estas pe-íías
aisladas en medio del Mar Tenebroso. Ademas, Bar-ba
Azul está herido de muerte. Los gases asfixiantes, pe-netrando
traidoramente en su pecho, han destrozado sus
pulmones, y hoy busca no sólo su retiro apacible sino un
alivio a su mal, aunque sdlo sea moment$tneo.
Despu& de sus revelaciones estuve varios días sin ver
a Barba Azul. Supe luego que estaba enfermo, y LILIR ma-ñana
fui al hotel con objeto de preguntar por su salud.
Inútil Visita. La noche anterior Barba Azul había muerto.
Pregunté por su viuda y supe, con la natural sorpresa e
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indignación, que aquella misma noche había huido con un
marino que se alojaba en el mismo hotel. 1Pobre Rarba Azul!
iLa curiosidad femenina te persiguib hasta el ÚUimo y su-premo
instante de tu vida!
Y mientras la ira hacía asomar lagrimas a mis ojos,
no pude menos de gritar, con gran asombro de las co-rrectos
camareros del hotel:
-1Idiotal iPor que la perdonaste?
. ..Mas. luego comprendí el porque: Barba Azul, iba
para viejo y estaba herido de muerte.
1948 JUAN MILLARES CARLO
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