ENSAYO
. ..Elcgar con la mano a esa capu finisima, casi incolora
ya del aire, donde es& las ideas inéditas,
JUAN RAMÚN JIMÉNEZ
Introducción y comentarios.
En la biblioteca del Museo Canario hay un libro, pro-
Cedente de Ia testamentaría del doctor Chil, formado por
la reUnidn de varios cuadernos de recio papel de hilo.
Estos CUadernos contienen las notas 0 apuntes que,
día por día, desde el domingo 17 de enero de 17% hasta el
domingo 18 de octubre de 1807, día de san Lucas, escribía
don Antonio ‘Betancourt, comercianre cuyo escritorio y al-mackn
se hallaban en la calle de la Peregrina, en una casa
que, según dicen, se conserva tal como la vivía ea aquella
época lejana el autor de estos apuntes. Los cuales, en
su mayoría, se refieren a las operaciones mercantiles de
don Antonio, pues en la citada época (dichosa edad y siglos
dichosos aquellos) no había Cddigo de Comercio que obli-gara
a los comerciantes a llevar complicados libros de
contabilidad, de modo que el sefior Betancourt o Vetan-court,
como el mismo suele titularse con perversa orrogra-fía,
habia elevaclo nuc.Urík& J~YO$JY&Js, us cuadernos a la
categoria de Libro Diario y hasta de copiador de cartas,
ya que no es raro encontrar en ellos extractos de las epís-tolas
conminatorias que nuestro hombre dirigía a sus deu-ilores
recnlciLrwlItes.
Pero la originalidad de estos cuadernos no estSt en que
le sirvieran a clon Antonio para anotar sus tratos y Ilevar
sus cuentas. SUS colegas contemporáneos seguramente ha-rían
10 mismo (los que sabían escribir). Lo que da a esas
ptginas pedestres y vulgares sabor de vida JT curiosidad
atrayente para los que arin conservamos la afici6n a las
cosas de la Canaria vieja, es que nuestro don Antonio,
entre la llegada, por ejemplo, del falucho que le traía 1%
piedra de cal de la tierra majorera o del cargamento de
tabaco o de ron que le remesaba de La Habana SU hijo
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Amaro, colocaba los mínimos sucesos de SU Vida íntha
y familiar; vgr., SUS cfjlicos, diversos, extracciones cruen-tas
de mojares, noviazgos de Ia criada Manuela Higuera,
estreno de la capa azul el 28 de agosto de 1796, en pleno
verano, y los acontecimientos de la ciudad, defunciones,
entierros, bautizos, hodas, pendencias, comilonas y franca-chelas.
Vo mc figuro al excelente don Antonio despachando en
su almacen de la calle de la Peregrina sus operaciones co-rrientes,
que, por lo modestas, nunca habían de ser peli-grosas,
exento de la pesadilla del teléfono y de la emoción
deprimente de1 telegrama, cuya cubierta azul bien puede
encerrar una noticia de ruina o de muerte, libre sobre todo
del impuesto de utilidades y de la inspección del Timbre
(dichosa edad y siglos dichosos aquellos); yo me figuro a
don Antonio, llegada la noche y despues de un paseo a
San Telmo o a los Callejones en compañía de SLI vecino
y colega el beato Carmen o del escribano don Thomas
Gramas, me lo figuro sentado delante de su pupitre, con
las antiparras caladas, trazando a la luz de un velbn de
aceite Sus abigarrados apuntes, con mala sintaxis y peor
ortografía.
T.os cuales apuntes pueden clasificarse en dos series:
la comercial y la que pudiera llamarse periodística (efe-merides
y gacetillas),
Hace afios, pensamos mi hermano Luis y yo hacer un
extracto del curioso diario de Retancourt, entresacando
casi exclusivamente la parte autobiográfica y periodística,
omitiendo lo meramente comercial, no porque carezca de
interes para el estudio de la vida isleña en aquellos tiem-pos
(fines clel siglo XVIII y principio del XJX), sino por-que
los lectores no resistirían su pesadísimo y drido con-tenido.
Aún reducido este libro R lo mas interesante del DIARIO
DE BETANCOURT, conviene que el lector pierda la ilusión,
si la tuviere, de que aquí se trata de un memorialista, dig-no
de ponerse al lado de Saint-Simón, o siquiera del Ge-neral
Marbot o de la Duquesa de Abr~antes. Desde la pri-
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mera línea ya quedar& convencido de que don Antonio fue
un perverso escritor, enemigo personal de la Gramática,
Hay que admirar, sobre todo, su inverosímil ortograffa,
que yo me he creído obligado a respetar, para no quitar
al texto SU característico sabor. Para don Antonio es pe-cado
venial 1~1ju bilacibn de la h, poner como buen meri-dional
la s en los lugares correspondientes a la c y a la
3 y permitir que la b y la W se sustituyñn recíproca y frn-ternalmente.
Con cierta vacilacidn, me dedico a dar a la imprenta
este trabajo, bajo los auspicios de la ilustre sociedad El
Museo Canario, CCdmo reCibir8n el humilde DIARIO de
don Antonio las nuevas generaciones, tan diferentes por
su ideología y aEiciones de las que conocieron la ciudad
de Las Palmas, tal como era antes de la inauguracidn de
las obras del Puerto del Refugio?
Y, sin embargo, a esas generaciones nuevas, hombres
y mujeres en la plenitud de la vida y en la mocedad, na-ciclos
en la tierra canaria, ha de dirigirse forzosamente
este libro, ya que seria mucho pretender que interesara a
los extrafíos. Como la pobre tentativa folklórica, que, tal
vez con sobra de pretensidn, titulamos Léxico de Gran
Cn~~nrin, este trabajo se ha hecho preferentemente para
los canarios, Así como en aquél no hay ni un adarme de
Fitologla, en este no le hay de erudicidn. Nuestro único
propdsito ha sido entretener y divertir a los isleilos, mos-trkndoles
cómo hablaban y cdmo vivían sus ascendientes.
Desde tal punto de vista, considero innegable el interb
cle este libro, en cuanto nos prcscnta el total cuadro de
las ocupaciones diarias, aspiraciones, esparcimientos, vir-tudes
y defectos, en suma, la integra vida de un burguks
de la socieclad canaria, de aquella epoca interesantísima,
albor de la clase media, predestinada a la hegemonía po-lítica
y económica del mundo contempor8neo.
Durante la .$poca que abarca el DIARIO que comenta-mos,
padecid España una guerra exterior, fecunda en de-sastres
y calamidades. La que sosteníamos con la Repú-
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blica francesa termino el 22 de julio de 1795 con la paz de
Basilea, que le vali,ó un grotesco titulo a Un0 de loS mas
&stacndos faroles de la historia contemporbnea, Y POCO
tiempo c~espu~s, en 6 de octubre de 179ú, fue declarada,
previa alianza con el Directorio frances, la estupida gue-rra
con IOS ingleses, a la que puso termino el pueblo de
Madrid en 2 de mayo de 1808.
LOs canarios de aquel tiempo no podía-n quejarse co-mo
los de ahora, de la monotonía de su eXiSteIlCia. Vivían
en continuo enzbtillo y sobresalto. El cafien de San Fer-nando
y el toque de rebato de las campanas de la Cttte-dra1
anunciaban una vela en el horizonte. El redoble de
las cajas difundía el pavor y la zozobra por toda la ciu-dad,
Los blanquillos, armas al hombro, recort-fan las ca-lles.
Las fortalezas cargaban sus caÍIones, la vela se acer-caba,
se precisaba, se definía. Era un corsario ingles, que,
sin mas tardar, se apoderaba de los pobres barcos coste-ros
fondeados en el Puerto de la Luz, delante de las CO-nzedu~‘
as o en San Cristobal, y después de poner en tie-rra
a la tripulación, les daban fuego y ardían ante la pow
blacion consternada. Vease en el DIARIO la nota puesta en
29 de julio de 1806 y os convenceréis de que a los cana-rios
de entonces no les faltaban emociones: a dos barcos
del pobre don Josef Cerdeña y al San Antonio, que era
de don Domingo Suárez, «les dieron ftiego a Za media no-che
por aqul enfrente de Zn carnicerh; todos enfilndos ar-dZan
a un tiempo>.
A veces, sobre el atkvico impulso de damnificar al
enemigo, prevalecía el estímulo del negocio. El inglés pro-ponía
el rescate de los barcos, ofreciendo devolverlos a
cambio de dinero y yefvescos, proposiciones que indigna-do
rechazaba el gobernador de las Armas, sin que falten
en el DIARIO veladas insinuaciones acerca de componendas
Y transacciones no muy compatibles con la dignidad y el
patriotismo.
De improviso circulaba por la vetusta ciudad el rumor
de que BZ ingZt% Jzabia saltado por Arguineguín. Voltea-ban
Ias campanas, redoblaban los tambores, se ordenaba
la Cmcentración de las tres compañías (Telde, La Vega,
Guía) Y muchos se anticipaban la trágica visión de los ba-tallones
ingleses asaltando la $wrlnclidZa de San JOSe. De
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estas hipot&icas campañas conocemos por 10 menos una
víctima, que don Antonio ofrece a la admiracidn de la
posteridad. Véase la nota del 5 de abril cle 1805, en la que
consta que en ese día, viernes de Dolores, don Agustín
Romero y MRrquez, que estaba en el segtindo dZa de pw-ga,
se murió de miedo porque de repente le dio un gua-són
la noticia de que el inglés había saltado en tierra.
Cun esla irrevocable 1-elirada conlrasLa el llerolsmo de don
Antonio, que ofreció al Gobernador de las Armas dos li-bras
de jilo caweto y su persona.
Para ahuyentar y repeler a los corsarios, la’ciudad de
Canaria contaba con sus fortalezas, Ahí las ten&& aún,
casi todtls tales como eran en tiempo de Betancou’ft: San
Fernando, Santa Catalina, San Felipe, Santa Ana, Santa
Isabel, San Cristdbal.. . De intitiles las califica el ilustre
don Domingo Jose Navarro en sus preciosos Recuera!os
de UH noventdn, y es muy posible que ya lo fueran en
nquella época, porque en el DIARIO de don Antonio hay
constancia de que el enemigo menospreciaba a los casti-llos
y hasta se burlaba de ellos.
La nota fechada en 1.’ de septiembre de 1797 en la
que se relata el apresamiento por los ingleses de una fra-gata
frrîncesa que SC había refugiado en cl Confital, en In
cual nota se dice que tambitSn dispar6 ei castillo clel Ca-brón,
me trae cl la memoria un viejo cuento canario, rela-tado
por nosotros bajo el titulo El áomóa?‘&o del! Cab?*dn.
,411í se verá con qu6 clase de armas contestaron los ingle-ses
al ataque clcl heroico reducto.
Parecer& extraíío que el gobierno de Madrid, ya que
no sustituir los arruinados castillos por fuertes n la mo-derna,
por lo menos no tuviera en aguas del archipielago
barcos de guerra que evitasen los desmanes de los corsa-rios
Y la ruina de nuestros humildes armadores. Era que
la monarquía espafiola, poseedora de los inmensos impe-rios
de ultramar, miraba con ojos indiferentes a estas mo-destísimas
parcekzs.
y: * *
Suspendido el comercio con Inglaterra, uno de los mas
intensos del archipielago entonces y ahora, la actividad de
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dOn Antonio en 1~ 6poca en que escribía SUS alJuntes tu-vo
que reclucirse a las denxts islas y a la Gran Antilla,
considerada siempre por los CanariOS CO1110 LUM prolon@-
cidn de ],CJ patria. En el DIARIO consta que exportaba a CU-ba
nzol~z;Zlo~ de mano 3, cle aquella importaba ~lcol~ol, mie-les,
tabaco que le remitía su hijo Amaro, dependiente de
una señora llamada doña María de la LUZ Valdb, mujer
de don Jonquin Garró, matrimonio que Vivia en la Haba-na,
en la esquina de la Cruz Verde,
El~umel-ando rápidamente los negocios de dnn Anronin,
mencionaremos la venta de vinos del Monte (tenía bode-ga
en su casa y en alguna Vtra parte de la poblscidn),
la de cereales, IR de tejidos (muselinas, terciopelos, alepi-nes,
lienzo casero, importados clandestinamente de Inglu-terra
por el comerciante de1 Puerto de la Cruz, don L.IIPRS
Real), prestamos sòbre alhajas, remate de la recaudación
de diezmos (consta haberse acljudicado el de San Juan de
Telde para el año de 1797 en 1.430 pesos). En suma, en
el modestísimo comercio isleí?o de aquella kpoca, don Rn-tonio
Betancourt era u~zn destacada pelrconalidad. Tenía
agente en Madrid, que lo era clon Pedro Seclano, y un día
memorable, el 6 de marzo de 1801, don Antonio vendió en
su tienda n dz’nero al coninr, cerca de 4.500 reales (de pla-ta)
o sean prdximamente 4.160 pesetas, triunfo sin prece-dente
en su larga vida de comerciante,
CuBnto ganarían en amenidad y simpatía los actuales
libros de contabilidad (el Diario, el Mayor, el de Cuentas
comentes), si en ellos se permitiera la amable familiari-dad
de este venerable patriarca del comercio isleño, don
Antonio Betancourt. Cuán grande serían la sorpresa y el
deleite del inspector del Timbre o del Impuesto de utili-dades
si en mitad de un folio tropezara con Ia receta pa-rn
hacer el turrdn de gofio, que figura en el libro de clon
Antonio: «Cada qwartillo de nzieel pesa cinco ,T$)ras mds
pe menos: a cada quartillo de miel se le e&a dos IiOTas
Y ~~~dh de #Pa Y bes gS¿evos. Ln mieZ ha de sey quayti-
IlO por p~nrtillo de caña y aveja>.
PUes iy la förmuht que empleaba nuestro clon Anto-nio
para consignar la absoluta y desconsoladora insolven-cia
de un deudor, la definitiva pkrdicla de Un crédito, lo
we vQ-ar y prosaicamente se llama partida fallida?
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En vez de &-idas cifras para sumergir el crédito en el
abismo de un pasivo irredimible, el patriarca escribía al
pie de la cuenta incobrable: Reqzhscat in pace, amen,
fórmula acertada y justisima, que recomendamos a nues-tros
modernos comerciantes. El crédito insoluble <no es
un autkntico cad:tver? Pues digkmosle un adibs eterno, Re-quiesculi
in pace, amen.
Siendo nuestro comercio, el de entonces y el de hoy,
csencin¿mcnte WZMzndti7~20, por razones que est&n a la vista,
no es de extrafiar el lugar que en el DIARIO Ocupan. IOS
barcos y la navegaciún.
Hay muchas notas consagradas a la botadura, salida
y llegada de buques, incluso los costeros, dedicados a la
pesca en In costa de Africa.
El comercio con la isla de Cuba se hacía por medio
de grandes veleros, fragatas y bergantines, de los cuales
el mSts popular en aquella época era el que llevaba el de-licioso
nombre cle Felia Compafin de los Panaderos, cuyo
capitttn era don Manuel Abreu, conocido por el mnqbretfl
de Biscocho; su contramtiestre clon Francisco Rodríguez
Alemtin, y su escribiente (<sobrecargo?) don Juan Naranjo.
La salida de uno de estos barcos que hacían Za cuwe-ya
de Zas Am&icas, era un acontecimiento, no ~610 para
las familías de los viajeros, sino’ para toda la ciudad. El
embarque se realizaba, si la tranquilidad del mar lo per-
‘mitía, por la caleta cle San Telmo, esto es, por el maris-co
que se extendía. al pie del Castillo de Santa Ana (adn
no había empezado la construcción del muelle de Las Pal-mas),
En los accesos ck mal humor del Padre Oceano,
los emigrantes tomaban la lancha, en hombros de los ma-rineros,
por la playa de Santa Catalina, o por la del Ca-yo,
en. el Puerto de la Luz.
El viaje, que poclía durar dos o tres meses, se presen-taba
a la imaginacidn como una aventura extraordinaria, de
las que forman época en una vida. LOS viajeros confesa-ban,
comulgaban y hacían testamento. La isla de Cuba,
que est& hoy a diez o doce días de Las Palmas, merced
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a laS potentes m&uinas de magníficos transatlBnticos, y
que IO estará maaana a tres o cuatro días, merced a lOS
sucesivos triunfos de la tknica, .maga espléndida cle los
tiempos contempor&neoS, parecía entonces una regibn de
ensueño, casi inaccesible, perdida en las sombras del re-moto
occidente. Pocos eran los que hacían el viaje de re-torno,
y una carta de Bonn era, en la ciudad y en los
campos, un suceso memorable. Reuníanse los amigos y
los vecinos para escuchar su lectura, sobre todo el capitu-lo
de las memorias, que empezando por los parientes,
amigos y conocidos, alcanzaba a todos los que por el au-sente
preguntasen.
En cuanto a las comunicaciones con la Península, no
eran frecuentes ni regulares. Los que partían, eran casi
siempre litigantes o pretendientes que iban a ventilar sus
peticiones y querellas ante la burocracia de la corte. Los
que venían, eran generalmente funcionarios de justicia
(oidores y fiscales).
LOS barcos dedicados a la travesía Ckdiz-Canaria, eran
BN
IOS del farmacCutico don Luis Vernetta y los de don Agus-tin
Pkez, especialmente el Sati José, cuyo capitfin era
don Francisco Bethencourt Volandino,
*sQ*
En aquellos tiempos (y aún en los actuales) era fre-cuente
que las personas acomodadas (propietarios o co-merciantes)
tuvieran clienles en el sentido romano de la
palabra, esto es, menestrales, artesanos, labriegos, que
acudían aL sefior en las circunstancias críticas de su vida
en demanda de consejos o de auxilio económico. La fra-se
don Fulano es mi pnd?)e la he oído muchas veces en
mi vida, con relttción a personajes o sencillamente a gen-te
adinerada. (EI protector degenera alguna vez en caci-que
o instrumento de él.)
En el DIARIO de don Antonio encontramos numerosas
indicaciones de esa clientela.
De seguro llamarti la atencidn del lector la frecuencia
con que nuestro hombre se ocupa de los individuos de la
familia Higuera.
Por personas a quienes conocí muy viejas, tuve noticias
50
de lns Higuedzs, asi llamadas porque vivían en una Ca-sa
terrera de la ex-panza de la calle de Triana, en la Cual
casa había un gran patio y en el centro de él una higue-ra.
En esa casa hemos de ver el germen y el antecedente
histórico del actual restaurante y aun del moderno casino,
pues según la susodicha tradicidn oral y el DIARIO que
comentamos, las Higueritcrs cE&kw cEe cowaer a los foraste-ros
(marinos franceses u holandeses) y orgcznixnóan fes-tivales
como el de domingo 9 de febrero de 1800, que ha-biendo
empezado por la tarde con el concurso de m8s de
noventa personas, termind a las cuatro de la madrugada
del dia siguiente, con espléndida cena, ponche y refresco
LI ca~iu paso.
Una muchacha de esta familia, Manuela Higuera, hi-ja
de Francisco Mgrquez y de María Higuera, servía en
casa de don Antonio Betancourt, donde se le trataba Con
especial predilección. Muchas son las notas del DIARIO de-rlicadns
a esa chica, a sus pretendientes, ti su matrimo-nio,
que tuvo lugar en casa de don Antonio, a sus par-tos,
a sus arre’chuchos y dolencias, todo ello tratado con
tales pormenores y con tal cariño, que despiertan involun-tariamente
en el lecror la sospecha de si a don Antonio,
entonces sesentón, pudiera haberle inspirado su domestica
uno de esos awows ancillaires, por desgracia no infre-cuentes.
***
Una de las notas más curiosas e interesantes del DIA-RIO
es la del 10 de octubre de 1800, en que se describe
minuciosamente la ceremonia medico religiosa de la uncidn.
El proceso de ella, que nuestros antepasados obser-vaban
con todo rigor, se iniciaba con ~lna purga y una
sangría. Seis días después, el enfermo tomaba los refres-cos,
luego confesaba y comulgaba, yI seguidamente, se
metía en la cama y se le daba la primera untura, seguida
de otras dos, y a los nueve días de la última, se le ponía
cama Jim$ia. Seguían las dietas, que en este caso fueron
dos, y acabadas ellas, la enferma de quien se trata en la
nota, o sea la susodicha ManuelaHiguera, ya podía salir a
la calle. NOtese el aspecto de ceremonia que entunces le-
51
nían estos y otros procedimientoS profitácticos 0 curativos.
Diríase qw se trataba de un bautizo o de un matrimonio:
confesibn y comunidn previas, asistencia de una madrina,
que lo fue en eí caso que comentamos Pinn (María del
Pino), la hija de Losero, y celebracibn de una fiesta que
durb toda la noche.
En las pbginas del DIARIO abundan las notas relativas
a enfermedades y al tratamiento de las mismas, ptiginas
cuya lectura paréceme que ha de ofrecer algiln interés pa-
1-n la clase mtdica. Cítansc por don Antonio IOE nombres
de algunos facultativos: don Francisco Pano, don Rgus-tín
Collado, don Nicolás Negrín, clon Juan Mandini o Man-diny
y el practicante don Antonio Jardín; de ellos, el don
Agustín Collado era cirujano, constando la operacidn que
hizo, en 26 de diciembre de 1804, a la esposa de clon Rn-fael
Pastrana.
En suma, en este libro encontrar&, el que lea, numero-sas
indicaciones acerca de los remedios entonces emplea-dos,
preconizados por la medicina oficial o por la casera,
honorarios de tos mtjdicos, etc.
Como la muerte es la maxima preocupación de los
vivos, nadie extrañará que en casi todas las hojas del DIA-RIO
se de cuenta de la benkvola actuacidn de dicha seño-ra.
Sobre todo, cuando el palo es repentino y eficaz, acu-de
don Antonio a dar cuenta de lo que hoy llamaríamos Jk-nesto
desenhce (e.stt+ico, insulto, que no dio lugar al s&+
talio, ataques probables de angina de pecho o conges-tiones
cereúrales), y, rara vez, deja de mencionar el lugar
del sepelio (entonces no existía el cementerio municipal y
los enterramientos se hacían en las iglesias), por ejemplo,
el difunto fue enterrado en sefior San Agustín, en señor
Santo Domingo, en los Remedios (ermita de los), en fue-rn
dc la Portada, etc. Ni falta en algulíos casos la men-cidn
del lucido acompañamiento, sustituido hoy por la ele-gante
förmula periodística: &l acto fue una imponente
manifestación de duelo, en la que estaban representadas
todas las clases sociales)).
52
Podría formarse un padrdn de la Canaria de antaño
con los nombres que cita don Antonio de las personas que
entonces vivlan en nuestra querida ciudad, desde las mas
ilustres hasta las m¿ls ínfimas y humildes.
Con todas ellas tuvo trato nuestro memorialista. ya
hemos indicado la accidn tutelar y protectora que ejercía
sobre su clientela, integrada principalmente por e] elemen-to
wz~r~i%w (capitanes de altura, patrones, mandadores,
marineros a la costa, llamados despu& roncotes).
Como en los anos de su juventud fue don Antonio
músico de la Santa Iglesia Catedral (declara ser músico
jubilado en varios pasajes del DIARIO, singularmente en la
nota fechada en 11 de sepliembre de 1803), no es de ex-trafiar
la frecuencia con que se ocupa en estos artistas,
que de haber florecido afios rds tarde, hubieran encajado
perfectamente en la ilustre corporacidn de los hohenzios,
algunos de cuyas aventuras, chistes, engaños y perrerías
han llegado hasta mí por la tradicibn oral de mi abuelo
Gregorio, violoncelista de la Capilla, y de mi bisabuelo
Cristbbal, organista mayor cle aquélla y compositor de al-gtin
merito.
De la vida. irregular que hacían muchos de ellos son
clara prueba y testimonio las notas de] DIARIO, entre ellas
la del 10 de junio de 1500, en la que consta que Fray Se-bastihn,
religioso franciscano y músico de la Santa Igle-sia,
dio una calda (carcla) a las Cnpzkzns, en cuya casa se
alojaba, a wusa $e hnber estado tomado de Iicores. Pro-bablemente
las c@z’trts serían unas infelices mujeres, que
tenían casa de huéspedes o cosa así... 0 la nota de 26 de
marzo de 1801, jzleves de Dolores (en aquellos tiempos la
semana anterior a la Santa se llamaba de Dolores), según
]a cual el mtisico Cristbbal, estando en prebus (en el en-sayo)
le embistib al milsico fraile Francisco @era el mis-mo
que le pegó n las Capitas?) por negarse este a tocar el
bajoncillo en la procesidn del Jueves Santo.. .
No S~IO con los humildes tenía trato y amistad don
Antonio. La lectura del DIARIO revela sus relaciones con
las personas más ilustres de la sociedad atlbntica de
aquellos tiempos.
Sirva eI ejemplo del obispo canario don Manuel Ver-dugo,
prelado ejemplar y gran patriota, de cuyo nombra-
53
miento se tuVO noticia en Las Palmas en 19 de marzo (día
de San Joseph) de 1796. De la popularidad Y alto renom-bre
que en su patria llegd a tener el Ilmo. Verdugo, SXI
muestras 10s festejos con que la ciudad aCOgió 1% nOtiCiEi
de SU elevaci&~ a IR Silla de Canzwias. L’I sábado 16 de
abril hubo repiques en la Iglesia (la Catedral) y en todos
10s conventos, y al día siguiente, domingo a la noche,
enzpexayon ICLS Zuminarias. No sin orgullo, escribe don
Antonio que 61 puso en su casa veinte y ocho hlces kX%S
W&ZS y en Ia calle tres luminarias de tea con SLIS respec-tivos
palenques.
Nótese, asimismo, la satisfacción con que relata, en
la nota del día 18 de agosto de 1802, el paso del Sefior
Obispo (que acababa de desembarcar de regreso de su
visita pastoral a las islas de La Palma, Hierro y Gomera)
por la calle de la Peregrina, en la que don Antonio tenía
su domicilio y almacen. Don Mwwel se pard erL mi $WWY-ta,
me kuúM y k bm.? el awillo. Ve11ía iMJI~J~afi¿ldV del
Corregidor don Antonio Aguirre, que tnw?ái&¿ wze snluràd,
hnciéndonze uun gran Besnnznno, probable $we$mmcidn de
terreu¿o para el tremendo snblazo que tres días mds tarde
le asestó a su desprevenido tocayo Betancourt, en la figu-ra
de un prktnmo cle cuatrocientos pesos cosrientcs (1,600
pesetas) en duros y en oro.
Este Corregidor es el mismo qqe en 10 de mayo de
180ú fue victima de un atentado en el Risco de San Ni-colás,
en 2112 baile de &wida (probablemente en el llama-do
z&ti?%?n por 10s cmRrim) ~IIP SP debn en una ~21~2 si-tuada
jwto al a&zwobo. Recibid Aguirre una pedrada y
un palo, sin que conste en el ~~4~10 si se le tratd de ese
modo como a bailarín indiscret-o o como a autoridad venida
para poner orden en el sarao.
Larga seria la enumeración de las personas ilustres
de la sociedad canaria de entonces que designa don AQ.
tonio con detalles que han de interesar de seguro a sus
descendientes que viven en la actualidad. I-Ial-enlos una
excepción en favor del popularísimo farmacéutico oriun-do
de Italia, don Luis Vernetta, clueno de la Gni& botica
de toda la isla, llamada hasta nuestros días botica & ~0s
Cadefgas, Por estar situada en la calle de los Remedios
frente a las cadenas que servían de resgLlarclo al barranc;
54
Guiniguada. Don Luis, tronco y origen de ,numerosas J
distinguidas familias de la población, era, ademas de far-macéutico,
comerciante en general y armador,
El caso de este extranjero, naturalizado canario e iden.
tificado con nosotros, nos trae como por la mano a recor-dar
la singular inmigración de los malteses, {Cu& fue el
impulso, el motivo determinante del 6xodo de aquellos
marinos y comercinntcs al lcjnno archipiélago cantirio?
Los que arribaron a Gran Canaria y aquí se establecieron,
fueron en número bastante considerable para que se die-ra
el nombre de calle de los Malteses a una de las vías
mas considerables del barrio de Triana. El DIARIO de Be-rancourt
menciona los nombres de esos extranjeros (don
Cayetano Inglott, don Francisco Parlar, don Jose Portelli,
don Salvador Madrid, don Roque Greclr), fundador el pri-mero
de una distinguida familia de la sociedad contem-porAnea,
uno .de cuyos miembros ha ilustrado su apellido
en las lctrns 9 en el profesorado canario, mi inolvidable
maestro y queridisimo amigo don Fernando Inglott y Na-val-
ro.
Acabaremos la lista de las personas conspicuas, cuya
amistad cultivara don Antonio, nombrando al insigne Obis-po
de Arequipa, en el Reino del Perti, el canario don
Luis de la Encina, a cuya consagracidn asistió el autor
del DIARIO; al cura del sagrario don Pedro Gordillo, natu-tural
de Gula, nombrado para ese cargo en 18 de abril de
1807, y que, pocos afios despues, había de adquirir notorie-dad
como diputado doceañista, y al excelso don Gracilia-no
Afonso, Doctoral de la Catedral de Las Palmas, de cu-yos
ejercicios de oposición da cuenta el DIARIO, así COMO
del aplauso y satisfacción COn que el pueblo äcogid el
triunfo del sabio humanista.
Ahora nos ocurre intercalar una pregunta, que tal vez
el lector de estas paginas se haya dirigido más de una
vez: {Eran aquellos tiempos mejores 0 peores que los ac-tuales?
Aquí hay que conceder la palabra a la sefíora Esta-d[
stica, y confiado en su testimonio, creo que puedo afir-
55
mar que en cuanto í3 inmoralidad y criminologia poca db
ferencia puede aprecjarse entre 10s pretéritos Y IOS mo-del-
nos tiempos canarios.
Ell el período de once afíos que abarca eI IXAIZIO de
don Antonio, los ímicos delitos por éste registrados, son
hurtos, lesiones LI homicidios en riña. Excepttio el horren-cIo
asesinato de la confitera, ocurrido en La Laguna el 28
de noviembre de 1805, obra seguramente de un s:iclico, de
un J/rcher tinerfeño, probablemente irresponsable. Es el
mismo cuadro que nos ofrece la Canaria de ayer y la de
hoy. La suavidacl de las costumbres corre pareja con la
del clima. Hoy los delitos corrientes soíl los mismos de
la época belsuncuri¿rnrr, lnl vez ca11 In sola excepcidn cIel
asesinato de ,la criada del letrado don Laureano 1-Iernbn-dez,
pues los parricidios de Clara Méndez, la lavandera
de los Barrancos, que mat6 a SLI marido durante el sueño
de kste y el de Miquelo, que es casi de nuestros días,
fueron obra de probables perturb:tdos, que nuestros tribu-nales
de hoy hubieran seguramente declarado exentos de
responsabilidad.
Otro crimen vulgar, frecuente en todas las latitudes,
como todos los inspirados por el demonio del alcohol, es
el que relata don Antonio en su nota de 8 de abril de 1808.
Una anciana que vivid muchos años en mi casa y en ella
murid en el extremo límite de la vejez, nos referja con
todos sus detalles, lo que ella llamaba la muerte del Ca-llejón
de l3otas.
Parece que un estudiante natural de Fuerteventura,
llamado Uasilio Velkquez, mozalbete cle unos 21 aBos,
que se alojaba en el convento de San Agustín, cometió la
imprudencia de concurrir con algunos camaradas R un bai-le
que daban las BolTenas Patricias en la rascl de éstas,
situada en la calle de la Carnicería (hoy de Menclibtbal),
haciendo esquina al Callejón de Rotas. Probablemente los
flsistcntes al sarao se 7~w2wo;Y~, como se clice en balen ca-nario,
Y salieron desafiados hasta la calle de la Pelota, en
la que le dieron al infeliz Velázquez una espantosa cuchi-
56
llada, siendo la víctima arrastrada por los malhechores
hasta el Callejdn de Botas, en el que el cadáver fue reco-gido
por la. justicia.
Fueron detenidos como presuntos autores o cómplices
dos estudiantes de Lanzarote, Ilamados Sosa y Cabrerita
(dos canariotes indudables) y un tal Roberto Macías, al
que don Antonio califica de seglar, de lo que parece de-ducirse
que los tres estudiantes eran aspirantes a clkrigos
y que, probablemente, estarian cursando sus estudios en
el Seminario Conciliar.
Los encartados pasaron a la cbcel, que entonces ocu-paba
infectos departamentos de la planta baja del ala dere-cha
del Ayuntamiento viejo, destruido después por un incen-dio,
precioso edificio del cual existe en el Museo Canario
un dibujo al lápjz, procedente de la biblioteca de mi padre;
en IR cual ala, que comunicaba con la Casa Regenta1 por
medio de un voladizo, se hallaba entonces instalada Ia
Real Audiencia. En el ala izquierda estaba el Cabildo se-cular
o Ayuntamiento, y ambas corporaciones tenían sen-dos
balcones a la plaza de Santa Ana, para sus exhibi-ciones
y actos oficiales.
Pero lo mAs fant&stico y miis canwio del caso fue que,
a los pocos meses, el día 15 de agosto signienre, orgatni-zaron
en la cárcel un ponche el Roberto Macías y el So-sa,
emborracharon al carcelero y se fugaron aquella tnis-nla
noche cl.21 estableciwkmto penitenciario, pero no solos,
sino llev&ndose los cofres y colchones, en vista de lo cual
no puecle negarse que IR desaprensión y la frescura no
eran desconocidas en aquella epoca lejana.
Poco m8.s nos cuenta Betancourt clel proceso. No se
sabe en qué pararon Cabrerita y los tr&nsfwgas Soqp y
Macías, aunque de estos dos últimos puede presumirse que
se metieron en algún velero que les deis en América. Fue-ron
procesados dos individuos más, más adelante libera-dos.
El que pagó el plato por haber permitido la confec-ción
clel ponche fue el pobre alcaide, condenado a seis
afíos de presidio.
Como premio y recompensa de mi constancia en tra-
57
ducir al lenguaje vulgar la pésima letra y peor ortografía
de nuestro comerciante memorialista, creo me Será per-mitido
comentar las pocas noticias que acerca de miS an-tecesores
nos transmite don Antonio. En dos notas, como
verá el lector m8s adelante, se ocupa en ellOS don AntO-nio.
En la una da cuenta de haber encargado a mi bisa-buelo
Cristdbal Millares, organista de la Catedral, la ense-ñanza
de la guitarra a Nicofasito, hijo de don Antonio.
Los honorarios del maestro ascendian a cuatro pesos, quin-ce
pesetas mensuales, y era clon Antonio tan meticuloso
que tambien anotaba el precio de las cuerdas y bordones
y al margen del cuaderno señalaba cada leccibn con una
raya.
Este bisabuelo mío don Cristóbal, era uno de los so-brinos
de Frasquita Millares, mujer de Ildefonso de San-tana,
matrimonio sin hijos que llegd a reunir una relativa
fortuna con e1 tráfico de salpreso (tenían barcos a la costa,
varias cRsas en la poblaciún, cercados en los Ciillejones,
en el Fondillo y algunos préstamos probablemente usura-rios).
Primero murió el var6n y luego la mujer. Por cier-to
que esta, según nos cuenta don Antonio, se resistid a
recibir los auxilios espirituales y expiró como una mora,
COII la cara vuelta hacia la pared. Guardo entre mis pa-peles
la particidn de sus bienes entre sus sobrinos, que
por cierto no tardaron mucho en echar la herencia por
la ventana.
Un acontecimiento de extraordinaria magnitud era pa-ra
nuestros antecesores la bajnda a Las Palmas de la Vir-gen
del Pino,
Esta sagrada y milagrosa imagen que se venera en la
iglesia parroquial de Teror, era conducida algunas veces
a la ciudad, por acuerdo del Cabildo eclesiástico, a instan-cia
del secular o de los vecinos.
La llegada de la Virgen la anunciaba el Castillo del
Rey con quince salvas, y su entrada a la población por
San Nicol& (entonces no existía la carretera del norte ni
se soñaba con ella) era presenciada por un inmenso gen-tío,
que acompañaba a la imagen y a los santos que for-maban
su sdquito, hasta la iglesia catedral.
58
Se llamaba a Nuestra Señora para evitar o conjurar
calamidades públicas, sobre todo la falta de lluvias. Siem-pre
ha siclo el agua la constante preocuph.On clel cana-rio,
no sólo en las pobres islas llamadas menores y espe-cialmente
en Lanzarote y Fuerteventura, sjno aun en las
privilegiadas Tenerife y Gran Canaria. Es indiscutible que
hoy llueve menos que ayer, por la escasez del arbolado o
por 10 que sea, y no pucclo olvidar la frase de un amigo
y compafiero de profesión, hoy fallecido, según la cual las
siete islas Canarias llegarían a perder toda vegetación,
convirtiéndose en posndews de gaviotas.
El caso es que el miércoles 22 de abril de 1801, llegó
a la ciuchcl cle Cnnarin nuestra Sefíora del Pino, que po-co
tiempo después Ilovid y tronó y que el domingo 31. de
mayo del mismo año, por la tarde, se celebrci la proce-sibn
de gracias, asistiendo el Cabildo y demcts clérigos
particulares, como dice don Antonio, comunidades religio-sas,
pueblo y tropa, que hizo fuego varias veces cn el’tra-yecto
de la procesión, cuyo itinerario puede ser mas o
menos el de una procesídn de nuestros días, Salida de la
iglesia (la Catedral), plaza de Santa Ana arriba, calle del
Colegio hasta la iglesia de San Agustín, calle de la Car-nicería,
el barranco Guiniguada, la calle de Cotwclo a sa-lir
a la del Cano, el convento de San Rernardo, la calle
de San Francisco hasta el Monasterio de las Monjas cla-ras,
viniendo a salir al puente (al puente viejo bnico que
entonces unía los barrios de Triana y Vegueta) por el pi-larillo
del Perro, que entonces existía en la plazuela, en
sitio que no he podido precisar. Consta en el DIARIO que
don Agustín Falcón, formb una enramada en todo el puen-te;‘
que con escasa diferencia ocupaba el mismo emplaza-miento
que el actual del Obispo Verdugo, hasta llegar a
su casa, que erà entonces una (vieja naturalmente) del
grupo o manzana en que hoy se encuentra el Hotel Regi-na,
continuando la enramada hasta el pilar del Perro,
adornado con muchas flores y un czIe~v0 vivo.
El jueves, 4 de junio siguiente, día del Corpus, salió
la procesión tradicional, de la que form6 parte nuestra
Señora del Pino con todos los santos, distinguiéndose, por
10s adornos de sus casas, don Nicol& Massieu, el provi-sor
don Miguel Toledo y don Pedro Ramos que exornó
con gran primor su casa, situada en la calle del Colegio,
hoy del Doctor Chil, y ndemks el pilar del Espíritu San-to.
También se distinguid la compañía de soldados que
estaba acuartelada frente al Colegio (la iglesia de los PP.
Jesuitas), la cual compañía formó una gran enramada y
ademas adornó elegantemente el balcón.
En fin, el martes 16 del propio mes de junio, a las
ocho y media, se despidid nuestra Seflora de la ciudad,
emprendiendo el regxso a Teror acompañada por las
quince salvas reglamentarias del Castillo del Rey,
YO no se si ustedes participan de esta singular afi-cion
mía a todo lo, pequeño, humilde, insignificante e irre-vocablemente
desaparecido en la lejanía cle los tiempos.
En esta aficióti se funda la atracción que sobre mí ha
ejercido siempre el DIARIO del viejo Betancourt, atraccidn
que me ha inducido al hecho, tal vez indisculpable, de
darlo a IR luz pilblica.
Lo he leído y releído muchas veces, sacando de el la
impresidn de la Canaria vieja, en la que vivieron, ama-ron,
lucharon y murieron nuestros abuelos. Son innume-rables
los rasgos de costumbres y trazos curiosos de la
época que no he querido comentar por no incurrir en el
vicio de la pesadez.
Por ejemplo, una casa de la calle de la Arena se ven-dfa
en 477 pesos corrientes (el peso equivalía a 3 pesetas
75 céntimos), y el escribano cobraba ocho pesos por los
honorarios de la operación. El criado Salvador ganaba
seis redes plata en cnda mes. Un real plata, moneda in~-
ginaria, valía cuarenta y ocho centimos de la peseta ac-tual.
La wgrn a~@+ann, que vivía de su oficio cle enfer-mera,
ganaba dos reales plata diarios.
Yo veo, pero con visión perfecta y deleitable, como si de-lante
de mí los tuviera, a don Bartolomo, cnstellano del Cas-tillo
del Rey, apodado por el pueblo boca de cabrilla, a Ca-gala
.%.yn, a la comadre Josefa Tilano; a doña María Val-csln
y a su hermano el canónigo don Francisco, íntimos
60
de don Antonio; al cabo Manuel, el feo de Lanzarote, pro-cesados
por robo de unas botijas de aceite, al beato Car-men,
comerciante, amigo y vecino de Betancourt; a Nico-lás
Patata; a las Per-petas, que vivían en la Callejuela,
hoy calle de Constantino...
Hay otro documento que sobre mí ejerce la misma
fascinacidn que los cuadernos periodísticos y mercantiles
del bueno de don Antonio.
Ese documento, en cuya contemplacidn he pasado ho-ras
y m&s horas, es una copia del plano de Las Palmas
en el siglo XVII, levantado por el sabio ingeniero y eru-dito
historiador del archipielago don Pedro Agustín del
Castillo. Debo esa copia a la bondad de un descendiente
del autor, mi fraternal amigo don Pedro del Castillo y
Manrique de Lara.
Allí aparece nuestra humilde y querida ciudad, tal co-mo
era en aquellos lejanos tiempos, tal como la vio y des-cribe
el insigne clon Domingo José Navarro en sus ina-preciables
Recwldos de un noventds, librito del que de-biera
hacerse una edición popular.
La urbe estaba cerrada por dos murallas, una al nor-te
y otra al sur.
La primrl-a partia clel Castillo de Santa Ana y termi-naba
mas allã del Castillo del Rey. La portada de Triana
se hallaba mrls o menos donde hoy se alza la Jefatura de
Obras Públicas. Fuera cle Za Portada, habia un inmenso
arenal que a veces rebosaba de la muralla e invadía los
cercados de San Telmo. Al pie de la Cordillera había al-gunas
fincas con sus pobres viviendas y establos. Bor-deando
dichas fincas, serpeaba una vereda, que era el ca-mino
viejo del Puerto, si bien los viajeros preferían la
playa en las horas de la baja mar.
En el Puerto de la Luz, en aquel barrio que hoy cuen-ta
quiza mas de veinte mil almas, solo había en aquel
tiempo y en el de mi infancia, la Ermita de Nuestra Se-fiara
de In Luz, con la cwa de Za Vi~gtin adosada a aque-lla,
edificio casi en ruinas que el párroco de San Bernar-do
solia prestar a algunas familias de Las Palmas ,para
pasar eI verano. Había que llevar los muebles y hasta las
barricas con el agua para toda la temporada, en carretas,
único vehículo posible.
61
HaY que mencionar tambjen la casa del Sargento, tini-co
representante de la autoridad civil Y militar en el Puer-to,
que en tiempos de don Antonio 10 era don Josef Ro-mero
y en los de don Domingo J. Navarro, el Sargento
Llagas; la casa de1 Mesón, que pertenecia al Cabildo Se-cular,
y unos arruinados almacenes del Ramo de Guerra,
.-n loS que solian veranear algunos oficiales de la guarni-cidn.
En el Arrecife no había absolutamente nada. En los
tielipos de mi juventud, todos los veranos, la playa del
Arrecife, era invadida por tribus de peSCadoreS PrOCeden-tes
de IOS Llanos de Telde, que acampaban en la arena,
viviendo y durmiendo en chozas formadas con esteras de
palma. El resto de la playa desempeñaba el oficio de Pa-lacio
clas Necesidades y atravesarlo era arriesgada empre-sa
por la difícil tarea de evitar la $odn de Las $w’?‘us, que
numerosas se ocultaban debajo de la arena,
Entrando por la portada de Triana, nos encontramos
a la derecha el cuartelillo en que se alojaba el retén de
vigilancia, y m8s lejns el rnnvento de San Mzaro, casi
en ruinas, que servía de leprosería.
Frente a la misma portada, como avanzadas de la ur-be,
se alzaban dos ermitas, la de San SebastisIn y fa de
San Telmo; y luego seguia la caleta, 0 sea el marisco
pr6ximo a San Telmo, por donde se embarcaban los via-jeros
cuando el estado del mar, o sea la ausencia del f’e-bOs0,
lo permitía.
El espacio que hoy ocupa cl delicioso Parque de San
Telmo era entonces y lo fue por mucho tiempo, un revolea-
&Yo de ~UYYOS, lleno de detritus y despojos de tecla clase,
Donde hoy se alza el Palacio militar había un cercado, al
final del cual empezaba la calle de Triana, tortuosa y hu-milde
vía, formada por pobres casas terreras. EIastti hace
POCOS añOS existía la famosa panza de la calle de Triana,
que es hoy, sin disputa, la mejor del Archipiélago, por
sus eleganres casas, cassi todas de planta alta, y espl&Kli-dos
establecimientos mercantiles.
LO primero que se encontraba a In derecha era una
servidumbre que conducía a San LAzaro y era conocida
por el callejdn de la Vica. Seguía luego el grupo cle ca-sas
conocido por las Lagunetas, que, mhs o menos, pre-
62
sentaba entonces el mismo aspecto que hoy, Venía des-pués
la citada Callejuela, hoy calle de Constantino, y las
calles de la Arena, Torres, Travieso y Malteses que enla-zaban
la calle de Triar-m con la del Cano.
Mucho me ha dado que cavilar la llamada calle de
Cotlt&vda, citada varias veces en el DIARIO de don Antonio
y que, sin duda alguna, era de las que conducían de la
calle de Triana a la del Cano. Repito que en estos apun-tes
(me refiero a los mios), escritos a la ligera y sin pre-vio
estudio, no hay ni sombra de erudicidn. Así es que
ignoro cual fuera la calle de Cotardo, aunque supongo
fuera una de las tres, la de Travieso, la de Torres o la de
los Malceses, que pudo en lejanos tiempos llevar el nom-bre
de cotnrf20, que probablemente seria el de un comer-ciante
originario de Fuerteventura, en la que existe ese
apellido, exdtico en Gran Canaria.
La plaza de San Bernardo, de cuyo feísimo monaste-rio
recordamos haber visto algunas celdas ruinosas y so-bre
todo la huerta que se extendía por la espalda de aquel,
era un terregw?~o inmundo, lugar de esparcimiento para
la escandalosa chiquillería procedente de los prõximos ris-cos
de San Bernardo y San Lázaro. Siguiendo la calle de
San Francisco nos encontramos en el convento de este
nombre, y luego con el de Santa Clara, que ocupaba el
emplazamiento de la actual Alameda de Colon, del Casi-no
o Gabinete Literario y de la plaza de Cairasco. Aque-lla
parte de la población es la que con mayor dificultad
iclentificarían nuestros abuelos, si alguno de ellos resuci-tara.
En vez del enorme y destartalado monasterio, encon-trarían
paseos con arboles, elegantes edificios. Además,
en aquella epoca a que el plano se refiere, el terreno de
la antigua Plazuela, que luego se llam6 de la Democracia
y hoy de Hurtado de Mendoza, formaba una hondonada
en la cual vertía sus aguas pestilentes el pilar del Perro
y se alzaban las casas medio ruinosas que hoy, .construi-das
al mismo nivel que el resto del barrio, forman la
manzana en que se encuentran el 1-Iotel Regina y la ca-sa
en que tiene sus oficinas la Compafija Trasatlántica.
A la izquierda, la b~jndn de los Remedios, la ermita del
mismo nombre, R la que se llegaba mediante una escali-nata
y en la que se aparecia una luz misteriosa, la ZuX
63
de Ios Remedios, cuya intermitencia dio lugar a que
cuando, por ejemplo, un visitante se presentaba en una
CaSa a intervalos cortos e irregulares, se dijese de él que
era como la luz de los Remedios, que tan pronto apare-cja
como desaparecía.
No lejos de allí teníamos el famoso paraje de las cua-tro
esquinas, lugar cle cita para tndos los vagos y habla-dores
de la ciudad, y la botica de las Cadenas, única de
la isla, regentada por don Luis Vernetta, y en la que se
reunía, al decir de don Domingo Jose Navarro, una abi-garrada
y omnisciente tertulia.
El único puente, que, segtín se ha dicho, enlazaba en-tonces
los dos barrios de Triana y Vegueta, OCupaba m8S
o menos el mismo sitio que el actual del Obispo Verdu-go,
y asi corno había que llegar a él, en aquellos tiempos,
por medio de escalones, por la parte de la Plazuela, ha-bía
que bajarlos para alcanzar la calle del Obispo Codina
(antes Nueva) que conducía a la plaza de Santa Ana, cen-tro
de la ciudad, con sus Casas Consistoriales al naciente
(las que fueron luego destruidas por un incendio) y al po-niente
la iglesia, cuyo frontis provisional se reducía a un
lienzo de pared rematado por una cruz, y a derecha e jz-quierda
las torres, en una de las cuales estaba instalado
el reloj.
Al t&mino de la calle de Triana corría, cuando lleva-ba
agua, el barranco Guiniguada. El puente que hoy lla-mamos
de Palo, o m&i finamente de Palastro, no existía
aún, y el público, para pasar de la calle de Triana a la
de la Carnicería, tenía que saltar de piedra en piedra
como en plena c.ampiña.
Ya en la calle de la Carniceria, dejando a la izquier-da
el matadero, del que rios hace el excelentísimo sefior
clon Domingo J. Navarro una descripción inolviclable, su-biendo
por la derecha el callejdn de Montesdeoca, kga-mas
al pequeilo y tortuoso barrio de San Antonio Abad,
nticleo y origen de nuestra ciudad de Las Palmas. En
efecto, Juan Rejdn, con su pufiado de hombres, tenía que
establecer SU campamento 0 Renl junto a la primera agua
que encontrase. Ningún paraje m6s adecuado que la coli-na
de San Antonio Abad, que se alzaba en la margen del
barranco Guiniguada, adornada de palmeras y de len&-
64
cos. Así quedó fundado el Real de Las Palmas, defencli-do
y atrincherado por troncos de palmeras, y construida
la primera iglesia rle Gran Canaria, la humilde ermita de
San Antonio Abad, que figura en el plano de don Pedro
Agustín, rodeada de una red de callejuelas, eu las que se
hallan las casas m8s antiguas de Las Palmas, calles que
todavía llevan algunos nombres característicos que segu-r;
zrnente datan clc la época, por ejemplo la cle Armas, la
de la Herrería, correspondiendo a los locales en que se
instalaron las industrias indispensables a aquel embridn
de sociedad en que la guerra con los pobladores deI te-rruño
había de ser la primordial ocupacibn.
En aquella pobre iglesia, In de entonces, no la de
ahora, que, según creo, fue construida en el siglo XVIII,
pudo orar el Almirante, si es cierta la leyenda de que,
durante su breve estancia en Las Palmas, se alojó en la
antigua casa situada en In calle de Coldn, en la que se ha-llan
actualmente instalados los talleres del diario La Pro-
Vl%W¿Z.
Así fue lentamente formándose el barrio de Vegueta,
residencia de las familias pudientes y aristocráticas del
país, En él se alzaban tres conventos: el de San Agustín,
en cuya iglesia 6e insta16 luego la parroquia matríz y en
el resto del edificio el Colegio cle San Agustín, cuyo pri-mer
Rector fue el insigne patricio don Antonio Ldpez Bo-tas,
a quien sucedi0 su yerno, mi respetado maestro y
querido amigo clon Diego Mesa de León. En el gran pa-tio
que ocupa cl centro clel edificio, dedicado hoy R Pala-cio
de Justicia, se celebraron las fiestas de la primera di-visidn
de la Provincia, de la que existe en el Museo Ca-nario
una descripción debida a la pluma entusiasta de mi
padre, mozalbete entonces de 24 años.
Además clel edificio en que residiú el Tribunal de la
Inquisicidn, sito en la actual calle de San Marcos, había
en el barrio de Vegueta dos conventos más, el de San
Ildefonso y el de Santo Domingo. De aqukl pude ver las
ruinas sienclo alumno del colegio de San Agustín, que en-tonces
ocupaba una parte del Seminario Conciliar. Por
cierto que en. la parte del solar en que se hallaba la huer-ta,
se alzaba, LIR magnifico ejemplar del Drago Canarien-se,
en cuya corteza solíamos clavar 10s chicos nuestras
65
pwztilhs por el gusto de ver brotar la savia color de san-gre.
Ciaro esla que el hospital, debido n la iniciativa y a la
caridad de los grandes prelados sefiores Cervera, Herrera,
plaza y Tavira, no existía aún. El que hoy la prensa lla-maría
ccbenefico establecimiento», se encontraba en la ca-
IIe de la Herrería, hoy de Mesa de Le&, en la casa que
forma esquina con el callejón de San Marcial, y en el pla-no
se ve claramente el poyo construido delante del edifi-cio,
sin duda para reposo de los visitantes y descanso de
las camillas en que eran trasiadados los enfermos. Tam-poco
se ve en el plano indicacidn alguna de la Recoba
Vieja, armatoste del que mi hermano guardaba confuso
recuerdo, adosado a la pared de contencibn del barranco,
frente n las casas que hoy pertenecen a 10s señores Ave-llaneda
y Díaz Saavedra.
De lo que hoy llamamos barrios o riscos, apenas si
hay alguna indicacibn en el plano de clon Pedro Agustín
del Castillo. Todo se reduce a algunas casitas en las la-deras
de San Jose y San Nicol&.
Tal era nuestra hoy esplendida y populosa ciudad en
el siglo XVII y tal continuo siendo en los tiempos que
siguieron hasta Ia epoca de clon Domingo J. Navarro y
de don Antonio Betancourt, y algo de la vetusta y solita-ria
urbe vimos nosotros, los de la gencracion anterior $11
comienzo de las obras del Puerto de Refugio.
Creo que debeis perdonar esta digresion que os retar-da
el 1nu11m~1u de snburear la prosa de don Antonio. yo
he tenido un placer especial, una delectacidn inexplicable
al escribir esta introducción y estos comentarios, que aja-la
contribuyan a fomentar en vosotros el amor y la
afición a esta querida ciudad nuestra, cuya vieja fisono-mía,
cuyas pacíficas y monótonas costumbres van poco a
POCO esfum&nclose y disipándose en la lejanía del tiempo,
AGUSTÍN MILLARES CUBAS
66
ALGUNAS NOTAS SOBRE EL DIBUJO COMO
LENGU~4JE ELEMENTAL DEL HOMBRE
Hace pocos meses, en el acto de clausura de una expo-sición
de trabajos que las alumnas del Instituto ISABEL DE
ESPAÑA celebraban en el Museo Canario, diserte un poc0
improvisadamente sobre eZ &‘bz~~o como segundo elemento
del +kngUaj~. Éste fue, en rigor, el título anunciado de mi
charla, aunque luego, en una especie de hiperbaton, mas
adecuada al verdadero sentido de mis palabras, su deno-minación
se trastrocara más propiamente en el que enca-beza
este trabajo: ed dibtdJ*o como segundo Zertg*Laje ele-mental
del honzbre. Es obvio que la actualidad del tema
así enunciado rebasa la circunstancial oportunidad de glo-sar
una muestra, por otra parte admirable, de las tareas
escolares de unas incipientes artistas. El panorama actual
de las nrtcs plasticas, cn cl que tantos pintores se acogen
a fáciles expedientes técnicos que soslayan, cuando no
eluden del todo, el duro y paciente aprendizaje del dibujo,
confiere al tema una imprescriptible vigencia. Ello justifi-ca
que me haya decidido a ordenar y articular un poco
las apresuradas notas que hube de acopiar en aquella oca-sión.
Repetire, puesto que tal marginal sugerencia me
brota inicialmente, en la verdadera utilidad, en el multi-plicado
interés que ofrece siempre en unas ciudades de
vida artística tan desmayada como la nuestra la promo-ción
de certhnenes del tipo que movía entonces mi comen-tario,
Por un lado permiten valorar la eficiencia de una
labor pedagógica en un terreno tan decisivo para la for-mación
del espíritu como es la educacidn artística. Cons-tituye
esca la base de la creación del gusto, del desarrollo
del sentido estetico de los alumnos, que no solo es com-ponente
ineludible de una verdadera cultura, fuente ina-gotable
de emoción, sino instrumento social por excelen-cia.
Los sentidos físicos son susceptibles de feliz desen-
67
volvimiento, pero faltos de debida educacibn pueden caer
en la atrofia por mal LISO o por desuso. El arte tiene siem-pre
una función social de primera magnitud como activo
fermento para elevar, con el nivel del gUSt0, la sensibili-dad
del hombre, que es, como bien se sabe, factor deci-sivo
de la tolerancia y de la convivencia humanas. El Otro
interés que ofrecen siempre estas exposiciones colectivas
es que brindan a los aprendices un primer fructuoso con-tacto
con el público, siempre indispensable para que e?l
arte cumpla su esencial cometido de dialogo abierto entre
la obra y sus múltiples y sucesivos espectadores. Dubuffet,
el pintor francés que ha revolucionado las teorías artísti-cas,
opina que el papel del artista de nuestros días con-siste
más en escoger que en crear. Se inscribe con ello en
una especie de existencialismo dominado por el impera-tivo
vital de la elección. Un objeto vulgar cualquiera, dice,
un cacharro,’ una rueda, un harapo, feos y vulgares en su
ambiente habitual, si son bien escogidos, colocados y com-puestos
por el artista, se convierten en una obra de arte.
El espectador sensible deja dc considernr sus valores or-dinarios
y pasa a estimar instintivamente sus valores ex-cepcionales
de orden estético, logrando hacer así eficaz y
completa la obra del artista. De esta ineludible colabora-ci&
r se deriva la necesidad de favorecer, desde sus juve-niles
inicios, In fructífera confrontación de la obra con el
espectador.
Otro plausible aspecto digno de subrayar es el hecho
de que estas exposiciones de alumnos establecen entre los
jbvenes concurrentes una noble competencia, LIS verda-dera
emulación. En sus escritos, que como todos saben
están elaborados de derecha a izquierda, pues el hombre
era zurdo, Leonardo preceptuaba que es como dibujar en
compafiía que hacerlo solo por tres principales razones:
porque uno se avergtienza si es desmafiado y ello nos in-cita
a trabajar y estudiar; porque la emulacion nos em-puja
a querer figurar entre los mejores, entre los mifis elo-giados,
y el elogio es una verdadera espuela; porque po-demos
aprender los métodos de los mejores y m& capa-citados,
y si somos mas capacitados no sólo logramos evi-tar
1~ faltas de ’10s otros, sino que el oirnos alabar con-tribuye
a aumentar nuestra habilidad. En su ingenua y
68
simple formulación es evidente que estas razones contie-nen
una aguda apreCiaCión de las ventajas de toda tarea
en común.
Tras esta didbctica digresión volvamos al camino real.
Entiendo el dibujo como segundo lenguaje elemental del,
hombre en sentido directo, y en sentido figurado. Todos
debemos poseer un segundo idioma, adem&s del nuestro
propio, con posesión que entrañe verdadero dominio hasta
el punto de hacernos posible pensar en y con él. Se ha
dicho que el hombre tiene tantas almas como lenguas CO-noce.
Cada lenguaje, en efecto, incorpora disrintas viven-cias,
distintos modos de ser, porque el ser humano es
esencialmente expresibn, la expresidn se articula con los
nombres, que son palabras, y cada palabra tiene en cada
idioma, referida a un mismo hecho, a una misma cosa, a
un mismo símbolo, si no un distinto estricto significado,
sí un distinto matiz, un diferente eco, una variante acep-ción.
Sin contlw los vocablos que tienen en cada lengua
humana una significacidn propia e inalienable, que aunque
encuentre en otras extrañas cierto paralelismo no halla
nunca exacta y certera versión. No es lo mismo leer a un
poeta, maximo acendrador de un idioma, pues que otorga
ü las palabras su prístina esencia y múltiples ecoicas re-sonancias,
en su idioma original que en una traducción,
por fiel ajustada que esta sea. Las palabras poseen un sig-nificado,
pero tambikn un aroma, y éste puede perderse al
pasar a otro lenguaje como se devanecen los perfumes SU-tiles
al ser trasvasados. Si leemos, por ejemplo, aquellos
bellos y conocidísimos versos de Paul Verlaine:
Le cied est, pay desws k bit,
si bleu, si calme!
Un adwe, par desws le toit
berce sa palnze,
no es lo mismo que si, a pesar de la aparente simplicidad
y la diferente rima de la traducción, decimos en espafiol:
El cielo es, sobre los tejados
tan azul, tan calmo!
Un Arbol, sobre los tejados
mece SLI palrnii,
69
cada idioma, pues, posee un alma, es expresión entrañada
del alma de un pueblo. De aquí se infiere que Poseer dos
idiomas, varios idiomas, equivale a poseer dOs almas, varias
almas, El dibujo guarda, como el lenguaje, un sentido di-recto
y propio como medio de expresión, de COmunicacidn.
Y es un medio de expresián elemental pOrqUe para enten-derlo
soI0 se necesita el uso de una aptitud que tenemos
todos los videntes, el cabal disfrute del MganO de la reti-na,
que Rafael Alberti, en su bellísima «Cantata a la Pin-tura
» llamara
Jardín redondo donde mora
de par en par pintada la bellezn
torre del homenaje de la vida,
ajimez a la mar de la ventura,
fuente inmortal de la Pintura.
El dibujo fue perdurable lenguaje del hombre primitivo:
bien lo proclaman esos maravillosos repertorios grafitos
de Altamira, Lascaux, etc., etc. Era a la vez en sus co-mienzos
evocación religiosa, mágico conjuro alejador de pe-ligros,
propiciador de presas anheladas, instintiva mani-festacidn
del deseo humano de inmortalidad. Después ha
seguido valiendo lo que vale en toda la larga historia de
la pintura para acabar siendo instrumento indispensable
en la expresión del hombre moderno.
Decía antes que es un medio de expresicin elemental.
Y por elemental también universal. En esta universalidad
radica el secreto, no de la superioridad, pues ningún arte
puede disputarle a la música su evidente supremacia, pe-ro
sí de la mejor, de la superior accesibilidad, del mas f&
cil acercamiento que posee la pintura entre todas las ar-tes.
La literatura y la poesía, cuando no son las de nues-tra
lengua, requieren para su entera fruicidn el conoci-miento
de su idioma original. La mhica exige un int&r-prete,
un capacitado intermediario, cuando no es uno mis-mo
hbbil ejecutante. La pintura, para su pleno deleite, no
reclama ser pintor. No por ser cocinero, joh, pin;tor~uelo
Vano!, Se h?ze MejOY paladar, ha escrito Juan Ramon Ji-m@
nez. Basta para eho que depuremos y ensanchemos gra-dualmente
nuestro gusto y que sepamos alzar propiciato-riamente
nuestra retina: fijo en el muro nos brinda e] cua-
70
dro incontinenti todo el apretado tesoro de sus emociones
y de sus sugerencias.
El dibujo, como lo definiera líricamente Rlberti, ha si-clo
siempre en verdad nndanzio y sostEn de In Pintura.
Resultará, si no aleccionador e instructivo, al menos opor-tuno
recordar crjmo todos los grandes pintores han sido
paralelamente grandes dibujantes. Citemos al azar de una
rapida enumeracion unos cuantos nombres significativos.
Piero della Frnncesca, el gran pintor italiano contempo-raneo
del descubrimiento de America, escribió que la pin-tura
se componía de tres partes: dibujo, perspectiva y co-loracidn.
Los definia así: el dibujo lo constituyen los per-files
y el contorno como realmente existen en los obje-tos;
la perspectiva, los mismos perfiles reducidos pro-porcionalmente
y colocados en su lugar; la coloracibn la
forman los colores tales como se muestran en las cosas,
brillantes u oscuros según la luz los varíe. Las definicio-nes
no puede ser mks ajustadas. La perspecriva es, en ri-gor,
un ingenioso artificio del dibujo. Su descubrimiento
ha venido siendo atribuido al pintor florentino Pcfolo Uce-
IZO, de quien se cuenta que trabajando una noche en su
estudio, cerca de la madrugada, al dar una pincelada en
el lienzo descubrió con asombro que la pintura parecía
cobrar relieve, corporeidad, se le salía del plano. Lleno de
alborozo corrió a despertar con grande voces a su mujer
para contarle qttnl dolce cosa .4 Za prospettiva. Antonio
Aveî,Zino, llamado Fila?+ete, escultor y tratadista de arte
que escribió entre los aflos 1451 a 1464, cree sin embargo
que fue otro pintor, Pippo di Ser Bwnellesco, quien la in-ventara.
Giotto, el maravilloso pintor florentino, corno otros pin-tores
de su tiempo, no conocid la perspectiva, lo que no
fue obstáculo para que en sus cuadros se destaque nitida-mente
el firme dibujo de sus perfiles. Fue este gran artis-ta
un típico ejemplo del papel que siempre juega el azar
en la revelacidn del genio. El suyo lo descubrid casual-mente
CZnznbtie, otro gran pintor toscano. Nos lo cuenta
Lorenzo Ghiberti, el famoso escultor que fue tambikn u?l
primer historiaclor de arte del Renacimiento. Pasaba UTI
día Cimabue por el camino de Vespignano a Bolonia cuan-do
llarn su atencidn un niUo que sentado en el suelo di-
71
bLljaba con rara perfeccibn en una lasca de piedra una
oveja que ramoneaba R su alrededor. Pidió PermiSO a SU
padre, modestísimo labriego, para llevarlo a su taller de
Bolonia y allí comenzó la gloriosa carrera de una de Ias
figuras cimeras en la his[orin Llt: lii5 ¿lrtGS plásticris. ES
bien conocida In condición de magistral dibujante que tu-vo
Leonardo de Vinci, que ilustr6 con ceñidos y revela-dores
dibujos todas sus copiosas notas sobre pintura, ana-tomía,
arquitectura,- ingeniería, etc., entre ellas sus famo-sas
reglas sobre las proporciones de la figura humana
(desde Zn baYbiZZa al arrnnque &Z pelo, unfl dt?cimn pnrte
de Za fig-asya; desde la barbilla a lo nito de Za cnbexa, Una
octava parte; desde Zn bnrbilh a Zas ventnws de In na~i.8,
am tercio de Za ca?x, y lo mismo des& In nnrl8 hasta Zas
cejaos, y desde las ceJ*ns hastn el awanqw del pelo) y sus
complicados ingenios mec&nicos, algunos de ellos geniales
precursores teóricos del avidn moderno.
Gran dibujante fue también otro ilustre representante
de la escuela velleciana, Puolo CaZinri, El Veron&. Casi
todos los grandes artistas han teorizado sobre su arte res-pectivo,
bien en escritok de su propia pluma, memoriales,
epístolas, etc. o bien a través de confesiones hechas a
otros cronistas de su epoca. Del Veron& no se conocen
escritos directos, pero se conserva, sin embargo, como tes-timonio
inapreciable en favor de la libertad del artista y
de los sagrados derechos de su fantasía, el curioso proce-so
a que lo sometió la Santa Inquisicibn por las supuestas
herejías contenidas en un cuadro, LU cenn B?Z cnsn de Le-
Si, que hoy custodia la riquísima Academia de Venecia,
Se acusd al pintor de haber introducido en su obra ele-mentos
decorativos fantásticos e irrespetuosos para la dig-nidad
del tema. El pintor, que se sentía además protegi-do
por los poderosos SeAores de la ciudad, sblo accedió a
suprimir Ja nariz sangrante de uno de los personajes, pero
de.@ intactos los otros componentes incriminados que le
condenaron a corregir, y que hoy siguen subsistentes en
Ia admirable tela: un perro, un bufön, un papagayo y dos
alabarderos alemanes. A los jueces del Santo Oficio debió
PareCerleS extrema herejía que en un cuadro bíblico, pin-tado
POCO tiempo despu& del Concilio de Trento, se evo-
72
caran las siluetas marciales de unos coterráneos de Mar-tín
Lutero.
En esta general, casi unanime, apología de las virtudes
del dibujo por parte de los grandes pintores se registran,
como no podía ser menos, algunas curiosas excepciones.
Relata ~IYZPK~‘SCO Pacheco, el conocido pintor sevillano,
suegro de Velázquez, en su libro famoso AYte de Za pin.
turn, la gran sorpresa que le causara la respuesta que
Dominico Greco hubo de dar a una pregunta suya:
-¿Qué es m&s difícil, dibujar o colorear?
-Colorear -contest6 el Greco.
Pacheco comenta luego que aún msls asombroso re-sultd
para él oir 11 pintor cretense hablar con ían poca es-tima
de Miguel Angel, eel padre de la pintura», de quien
decía el Greco que era un buen hombre pero que no sabz’a
pintar. U Pacheco subraya: Este hombre fue tan ~a~o en
todo como en su pinttwa. Para nuestro juicio moderno no
tiene niida de extt-afro esta. oposición de clos temperamentos
pictdricos tan contrapuestos: Miguel Angel fue un pintor,
como diría Hildebrand y glosa Eugenio d’Ors, de Zas for-mas
que pesan; el Greco fue pintor de Zas formas que
vuelan. En el uno tuvieron marcada supremacía la linea, el
modelado, el dibujo; en el otro el contraste, cl clarosctzro, el
color. En tiempos mds recientes encontramos idéntica con-tradiccidn
entre dos grandes figuras de la pintura europea
del siglo pasado: Juan Augusto IiVGXES y Eugenio DE-LACKOIX,
Ingyes fue un dibujante excepcional. Para este
soberbio pintor al dibzsj’o es la $wol>idad deì nrte. Pero di-bz,
dar no siglujpica tan sólo Tpepvoducir los contornos; el
dibwjo no consiste únicamente en Za Zinea, sino que es
también expresión, Joruna interior, plano modelado. El
dibujo incZuye Zas tres cuartas partes de Za pintura. Si
me pidieran que coZocarn un cartel sobr% nzi ~Z,If?rta eS-cribi?
h 6% &: uEscueZa de Dibzzjo», y estoy seguro que
crearfa wuchos pintores.
Para Delacroix, en cambio, la probidad del arte ra-dica
en el color.
En SLI famoso Diario afirma: LOS $into?*es qwe vzo
son coZoristas producen ihminacidn pero no pintura. Toda
pintura digna de su nombre debe inchir Za idea del GOZOY
como uno de sus necssartos SopoYtes, del misww nzodo q%e
73
Este debate teórico, de clásica ascendencia, sobre laS
cualidades preponderantes, y en cierto modo exchwntes
las nnas de las otras, que poseen el dibujo 0 el Color, ha
vuelto a actualizarse en nuestros días. Un erróneo concep-to
del arte abstracto, que vincula la pintura a valores me-ramente
cromnáticos, ha difundido la idea de que es posi-ble
ser pintor sin ser dibujante. Para desvanecer este falso
supuesto bastar8 recordar qué enormes dibujantes fueron
y que magistral dominio de la línea poseyeron #7~~sily
Kandinsky, Pu?& lislee y Piet Mondricm. Las ubras conju-gadas
de estos tres artistas encierran, no solamente los
primeros y m8s logrados brotes de la pintura abstracta,
sino los g&nencs virtuales y potenciales de la fecunda y
variada proliferacibn que de estas nuevas formas de arte
venimos presenciando actualmente, desde el t4zzLwzo
inicial hasta. el último y reciente op-nrt. Kandinsky fue
un magnífico escritor, profundo y atinado. Su libro El
ade de In nrwzonh~ espivitunl, publicado en Munich el
afro 1910, puede considerarse justamente como el evange.
lia de la nueva pintura. Aplicb a la ensefianza sus postu-lacios
más puros dentro de aquel famoso grupo clel ak3laue
ReiterD (EI jinete azul), que tanto influjo ejerció en la pin-tura
contempor6ne.a. Años más tarde, en 1935, Kandinslcy,
viviendo ya en París, escribió sobre el papel de la línea
unas páginas que tienen toda la sobria y sugerjdora be-lleza
de un apblogo. Corno son poco conocidas en nuestro
país, inserto seguidamente una concisa traducci6n:
La lhea y el pea.
4Zonsiderados en cierto sentirlo, yo no veo esencial
diferencia entre una línea ((abstracta» y un pez; m8s bien
un esencial parecido.>
aLa línea aislada y el pez aislado son igualmente se-res
vivos, con fuerzas peculiares a cada uno de ellos, aun-que
latentes. Hay en ellos fuerzas de expresidn propias y
fuerzas de impresión sobre los seres humanos, porque ca-da
uno de ellos tiene un uaspecto», una apariencia impre-sivn
que se manifiesta por su expresibn.»
74
*Pero la voz de esas fuerzas latentes es débil y limi-tada.
Es el ambiente que rodea a la línea y al pez el que
realiza el milagro: las fuerzas latentes se despiertan, la
expresión se torna radiante, la impresión profunda. En
lugar de una voz baja, escuchamos un .coro. Las fuerzas
latentes se han convertido en dinámicas. El medio am-biente
es la composicion. La composicidn es la suma or-ganizada
de las funciones interiores (expresiones) de cada
una de las partes de la obra.»
(<Pero considerados de otra manera hay una diferen-cia
esencial entre una línea y un pez2
eY es que el pez puede nadar, comer y ser comido.
Tiene, pues, capacidades de las cuales la línea esta des-provista.
Estas capacidades del pez son cualidades extras
necesarias para el pez en sí mismo y para la cocina, pe-ro
no para la pintura. Y así, no siendo necesarias, son
superfluas.*
CHe aquí por qué yo prefiero la linea al pez -al me-nos
en mi pintura».
***
Bastará este ligero esquema para valorar la importan-cia
que asume en el ejercicio cabal de la pintura un rigu-roso
aprendizaje del dibujo.
Pero nuestro tema comprende otros aspectos del dibu-jo
como lenguaje, lo que bien pudiera llamarse su ver-tiente
utilitaria, Aclaro que no es precisamente la utilidad
espiritual de que nos habla A¿Bcrto Durero en unas pági-nas
famosas. El genial pintor aleman escribi6 que la pin-tura
es un arte útil porque procura santa edificación; por-que
evita los males que engendra el ocio; porque propor-ciona
ricas alegrias, grande y duradera memoria y debido
honor de Dios, que dotó con tal aptitud a una de SUS
críaturas. Es útil, finalmente, porque con tal arte puede
el hombre pobre advenir a la riqueza. La utilidad que yo
le atribuyo, aparte, claro es, este sesgo enriquecedor que
también le descubre Durero, se refiere a su posibilidad
practica de convertirse realmente en nuestro segundo idio-ma,
en un eficaz medio de expresión y comunicacibn. Re-cordemos
la fuerza expresiva que tiene la línea en gran-des
dibujantes, como Miguel Angel, como Goya, como
73
Daumier, como AMisse, como Picasso. Un buen dibujo
supera siempre la mhs exacta clescripci6n verbal. Algunos
grandes novelistas -recuerdo ahora a Gald6s y a Flau-bert
- hacían previos escorzos de sus PerSOnajeS Para
evocarlos m8s vívidamente. Es innegable qtle el mundo
ViVe hoy una civifizacidn Visual, como apuntd anks que
nadie el escritor frances René Huyghen. LoS grabados de
los rotativos, IOS carteles de la desaforada publicidad CO-mercial,
las imágenes del cine y de la televisión, presen-tes
a teclas horas en nuestros Ilugares, han conferido al
sentido de la vista una clara preeminencia. Ha sido posi-ble
por ello la creación de lo que, con frase feliz, ha lla-mado
André Malr;iux ~CC&¿ ftiseO z’?ívagiFm’io &l Wh t%%WZ-diah.
Los poderosos medios de la técnica moderna, espe-cialmente
los de reproduccidn meckca, -libros, revistas,
monografías, láminas en color, imfigenes televisadas, etc.,
etc., como en otros terrenos discos y cintas magnetoföni-cas
- permiten al hombre de nuestros días el goce y la
contemplación de todas las riquezas artisticas que la hu-manidad
atesora, desde los relieves asirios y los templos
egipcios y románicos hasta las fantasfas arquitectónicas
de un Niemeyer y los *mbvilesD decorativos de un Calder.
En la imaginacibn de cualquier pintor surrealista el hom-bre
contemporaneo pudiera representarse como una espe-cie
de monstruo en cuyo rostro se insinúan levemente
boca, nariz y orejas, pero en el que surgen, a guisa de
ávidos periscopios, unos ojos dotados de verdaderas ma-crometinas.
En esta civilización nuestra, tan caracteriza-damente
visual, resulta obvio señalar, pues, que el domi-nio
del dibujo -en todas sus particularidades, artísticas y
técnicas- no ~610 aÍIade un segundo elemento a nuestro
lenguaje, sino que incorpora un nuevo y eficaz idioma a
nuestra propia expresidn, a nuestros dones de comunicacidn.
Seame permitido insertar aquí, a titulo de ejemplari-dad,
unos recuerdos personales ligados R una dramfitica y
azaroza kpoca de mi existencia. Evoco el episodio, aparte
de que sirve a mi fundamental propbsito de mostrar cbmo
el dominio del dibujo puede resultar en algtin momento
de vital practicidad, porque contiene no escasa dosis de
humorismo, 6nico aspecto de aquellas dolorosas peripecias
que a mí me complace recordar. Durante nuestra guerra
7b
me tocb en suerte estar detenido algunos años en una
prisión local. Alguien descubrió mi afición a las bellas ar-tes,
y el director del penal me nombró encargado artísti-co
y proyectista del taller de carpintería que allí funcio-naba.
La necesidad de adaptarme a mi nuevo medio y
situación -hay que ser a la fuerza lamarckiano- me oblig6
a desempolvar en mi memoria aquellas nociones de dibu-jo
que era obligatorio aprender en la ensenanza secunda-ria.
Pero un día tropecé con un serio escollo: no lograba
rememorar con fidelidad el trazado de una perspectiva.
Acudí a un viejo y entrafiable amigo, famoso escultor, pa-ra
que me enviase un croquis explicativo. Así lo hizo. Po-cos
días despues, en su visita semanal, mi esposa entre-gaba
el bosquejo, para su censura previa como era regla-mentario,
al personal de servicio en la penitenciaría. Al
cabo de una hora me hacían comparecer: sentados en la
sala de guardia, y con caras en la que se leían contradic-torios
sentimientos, entre ellos el de cierta ill~lar-ga decep-ción,
se encontraban todos los componentes de la plantilla
que estaban de turno. ‘Uno de ellos, con aire reservado, me
alargb la hoja de cartulina que mi mujer me había traído:
-CQuiere usted explicarnos qu6 significa esto?
Cogí el papel y 10 cxamint brevemente:
-Esto es un modelo para dibujar perspectivas...
Mas, apenas callado, ojeando el boceto con mayor aten-cibn,
me saltó a la vista la causa cle aquella especie de
consternada tristeza de mis interrogadores, que eran enton-ces
ciertamente benignos y estimables: en el laberinto de
puntos y rayas que mi amigo el escultor había trazado, se
destacaban netamemente varias líneas auxiliares que se
apartaban del cuerpo central del dibujo para confluir en
un vértice lejano sobre el cual se leía: *punto de fuga>>.
Mis buenos cancerberos habían confundido el inocente di-sefio
con un siniestro plan de evasibn colectiva.
Sirva este gracioso suceso para ejemplificar, no los
riesgos de la ignorancia, que siempre son muchos, sino
las ventajas del conocimiento, en este caso de las leyes del
dibujo y de la perspectiva, que desde los viejos tiempos
de Piero della Francesca se consideran titiles, provechosos
y hasta edificantes.
JUAN RoDRfGuEz DORESTE
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