LA ARRUGA
AGONfA EN UN ACTO
(La escena wpresenta un cuarto de estar, aba-rrotado
de muebles y objetos diaersos. De pie, quie-tos,
ZnnedviZes Alfredo, h’ort Alfredo, empleado de
banco, favorito de su director y jefe; su nwjer, blan-ca
conzo una muñeca de porcelana; y Casia, especie
de criada.
MUJER.-BUf%O, Casia, ya puedes retirarte, (casia si&e
firme.) i Ay Alfredo!, esta arruga me tiene preocu-pada.
Cada vez corre mas.
AIXREDO.-¿Y la crema que te traje ayer? Mejor no la
pude encontrar.
CASIA.-QUC2 ya está Usted Vieja, SefiOra. ESO sí que no hay
quien lo pare.
MUJER.-Por Dios, Casia, no digas eso. A los 180 años no
es para tener arrugas, y menos ésta. iEs enorme!
CASIA.- Que sí, senora, eso no tiene remedio; hay que jo-robarse.
~IUJEK.-jAy, ay!
ALFREDO.-Bueno, mujer, no te pongas así; después de
todo no es para tanto.
MUJER.-CQue no es para tanto? Es horroroso, horroroso.
Es... es... como una grieta que cada vez se extiende
más deprisa, y no hay manera de dctenerln.
CASTA.-NO hay manera.
MUJER.--Ya me ha atravesado la espalda y pronto se me
enredará en las piernas. iEs espantoso! (Llwa.)
ALFREDO .-Vaya, vaya; pero si eso no es nada extraordi-nario,
mujer: eso le puede pasara cualquiera. (Con-
115
fidencial.) Si te digo la verdad, hasta me parece que
R mí me esth saliendo una igual, je, je, je.
CASIA.-Ji, ji, ji.
MUJER (le nziya sor$~endi~a).-iTambién..? (Llora mds
fiderk,)
ALFREDO.-Caramba, hoy no hago mas que meter la pata.
CASTA.-YO no digo nada, pero el otro día... ji, ji, ji, la
seaora que sirvo de 2 8 3 de la madrugada, se me
quedó en el sitio, cuando la estaba visciendo. Sí, así
como se lo digo. Estaba esperando al señor querido
de los jueves, pues don Octavio, su marido, estaba
en la cama, cansado como un perro. De repente y
cuando más tranquila estaba, izas!, se rompió en pe-dazos
como si fuera una muñeca vieja. Los trozos
rodaron por el suelo, y yo pens6: *Que se pudrau.
Así como se lo cuenta. No dijo ni pío, ..,p ni una
gota de sangre. iLa muy tacana! Yo no quito ni pon-go
nada, pero tambi& tenía la sefiora una arruga
que le corría por todo el cuerpo.
ALFREDO.-Casia, por favor.
ALFREDO (A Caskr.).--{Ve lo que ha conseguido?
CASIA.-Si es la pura verdad, sefiorito; que se lo pregun-ten
a la cocinera que tambien lo vio.
COCINERA.-~~W.2Ul loS SeiíOreS..?
ALFREDO. -jYo no la he llamado!
COCINERA.-PUES sí, señor, todo eso es la pura verdad.
Pero yo diría aún mas. La mujer de don Octavio,
que en paz descanse, se iba agrietando poco a poco
por aquella arruga tan grande que tenía. Sí, sí, se-
Rora, cada vez se abría más. Y más. Hasta apes-taba.
Como se lo digo, olía a demonios. La sefiora
esposa de don Octavio, que Dios la acoja en su se-no,
se ponía cosas para quitar aquel olor tan malo,
pero nada. Al final casi ni se podía aguantar, olía
toda la casa a rayos. Y cada vez se abría mas, y yo
diría que más. ,. hasta que se rompió.
MUJER. - 1 Ay, ayl
ALFREDO.-iBah!, todo eso son exageraciones. Yo tengo
una muy pequeña, aquí, aquí detrás (seGaZa Zn es-
116
PUa), y no es para tanto. Ni apesta, ni por eso me
voy a romper en pedazos, iEs absurdo1
MUJER (entre SO~~O~Os).--(Además por qué precisamente
nosotros? iQue mal hemos hecho? @s que no hemos
cumplido? NO se nos puede reprochar nada, ¿verdad,
Alfredo?
ALFREDO.- Sf, querida, nada. Llevamos una vida honrada,
recta, no como esa, que tenía amantes para todos
los días de la semana. Somos virtuosos, ni una sola
mancha, impecables. ¿Qué nos puede pasar? Vivi-mos
con la conciencia tranquila, vamos a misa, pa-gamos
los impuestos, hacemos caridad y no roba-mos
ni maramos... (Que podemos temer? Dios esta
wn nosotros; nuestro Presidente está con nosotros;
mi Jefe del Banco está con nosotros. iA diablo los
temores1 Ya verás como pronto desapareceran estas
arrugas.
MUJER.-YO que soy tan buena y piadosa... (qué podría
pasarme? A todas vosotras os doy lo que me sobra,
lverdad que me quereis?
C.4sIA.-Sí, sel’iora.
COCINERA.-ChrO CJLLe Sí, SeñOl-a.
MUJER.-Si alguien estuviese en contra mía, entonces tc-mería
algo, pero todos me quieren. CTenemos ene-migos,
Alfredo?
ALFREDO. -Siempre los hay, querida. La envidia; nuestro
dinero, nuestra posición social tan dificilmente con-seguida
por mis abuelos, atraen a toda esa chusma
de vagos y borrachos. Sí, querida, tenemos enemi-gos,
Ahí, en la misma puerta de la calle los tienes
mordiendo las paredes y las ventanas para ver si
consiguen destruirnos. (Se oye el &smo rzkZ0 que
al p~ínc@~o,) Arañan las paredes con las uñas hasta
que sangran; pero no se detienen. iEs tanto lo que
nos odian. .!
MUJER.-Alfredo, qué mundo mas triste <verdad?
ALFREDO.-Sí, querida, hay que vivir lejos de esta sucia
tierra para no oler a todos estos apestados.
APESTADO 1.“. -Aquí estamos, señor, siempre a sus ordenes.
APESTADO 2.“. -Para lo que gusten limpiar.
ALFREDO. -(Y ustedes quiénes son?
117
C~s~~,-son los apestados que limpian el culo a los señores.
ALFREDO.---/A~! <Y quién les ha mandado llamar? HUelen
a demonios.
APESTADO 1 .“.-A mierda, sefior.
ALFREDO.-A lo que sea, pero ifuera de aquí!
APESTADO 2.“.- Nosotros nunca hemos abandonado a los
senores, aUn en los momentos difíciles.
ALFREDO .-Pero (qué momentos difíciles?
CASIA.-La arruga, señor.
TOCINERA. -La arruga.
MUJER.-jAy, ay! (Llora de mevo.)
ALFfzEno.-Están acabando con mi paciencia. Pero, mujer,
no llores, si no nos va a pasar nada. Ea, para que
te convenzas, y que se convenzan todos ustedes, voy
a llamar a mi jefe del Banco. Casia, trAeme el te-léfono.
CmA.-Señor (Le da el tetbfono).
COCINERA.-(SC dirige al @&&co y dice c.das ;baZab~as y
Zas que contindan, abundo nzucho los bmms, con
abe espe@&tico, temible.) Tiemblas (eh? (ALfwZo
ernpiean a ponwse visiblemenk ne?wioso.) El miedo
ya se te agarrota en la garganta. Ese sudorcillo que
te corre por la frente... Tú siempre tan firme, tan
seguro, ahora te tambaleas Ceh? El miedo te muerde
las entrañas, casi ni te deja respirar. iCdmo sufres,
imbkcil! Y tú, mujercita delicada ¿no sientes cõmo el
dolor se te clava en la espalda cada vez con mas fuer-za?
{Cómo te tira hacia adelante, cada vez m6s y
m& fuerte hasta doblarte el espinazo?
(La Mujer se va encorvn~&o poco a fiocn, como
respondiendo n Ias palabras de la Cocinera, hasta
quedarse com$Zetanzente horizontal.)
ALFREDO.-Con el sefior jefe del Banco, por favor.
COCINERA. -i Ah, cómo deseaba este día1 iEstúpidos! Pronto
reventaréis por el suelo, secos, sin un pizco de san-gre.
Rotos en pedazos, como lo que sois, simples y
ridículos muñecos; porque no llegais a ser hombres;
nada más que objetos que ni ven, ni oyen, ni qnie-ren
ver, ni oir, porque no estáis pegados R esta su-cia
tierra, sino que os eleváis para no sentir el roce
118
con esa vuestra chusma de vagos y borrachos. KO-sotros,
esa chusma, somos los que os limpiamos y
desinfectamos, para que no os lleveis una partícula
de polvo, para que estí5is limpios, limpios y perfu-mados.
Nosotros, vuestra despreciable chusma, man-tenemos
vuestros piojos, y nos bañamos en vuestra
porquería. Sudamos por vosotros, trabajamos por
vosotros, aguantamos todu de vosotros pol-que en
realidad ni existimos, no somos más que esa masa
informe que aúlla cuando tiene hambre y roba para
salir de la miseria o por la cochina costumbre. iPu-dríos,
imbkiles!
ALFREDO. - {Seííor..? Soy vuestro mSs fiel funcionario,
el número 3400, <se acuerda usted..? Siento haberle
llamado, pero es que estoy muy preocupado... Sí,
señor, ya sk que tiene usted los segundos con-tados,
pero... El caso es que tenemos, mi mujer y
yo, una arruga... sí, como suena, una arruga... lus-ted
tambien..? No sabe que tranquilo me deja. CCree
usted que debernos preocuparnos..? iOh, señor, cuánto
se lo agradezco1 No sabe que tranquilo me deja...
IMil perdones, sefior! A SU disposición. Adios, seflor., .
adios, adios. (A SU w@w): iEstarnos salvados! No
hay por quk preocuparse.
MUJER.--IAlfredo! (Se dirige n nbmxado.)
ALFREDO.-PC!l!O... (qué te pasa?
MUJER.-NO sé..., de repente me he ido encorvando.. . No
puedo enderezarme.
APESTADO l.‘.- La señora está encorvada.
APESTADO 2.“. -Y no se puede enderezar.
ALFREDO.- IFuera de aquí!
CASIA. -Señora, siéntese usted que estar8 rn8.s c6moda.
MUJER.-Ay, sí, Casia, que alivio.
ALFREDO. -Pero, querida, cdmo ha podido ser... Pero si
nuestro Jefe nos ha dicho que no había nada que
temer.. . Esto es absurdo... Me niego a creerte.
MUJER. --iAlfredo, no me puedo enderezar!
CASIA .-La señora no se puede enderezar. (LO ha oído,
señor?
ALFREDO.-LO he oído, demonios, no soy sordo. ¿Y que?,
119
2110 se puede encorvar la gente? {Qué hay de ex-traordinario?
CASI..%.-Nada, Seiior.
APESTADO 1.‘. -Todo completamente normal.
APESTADO 2.“.- Normal, Absolutamente normal.
(Se oye un gran estw?pito.)
ALFl?EDo.-(QLlé pasa? ES pari\ VOlVerSe lOCO.
GusANERo.-Señor, sus enemigos han echado la fachada
de la casa al suelo. Ademks han dejado la puerta
inservible, toda mordida.
ALFREDO.-(Y usted, quien es?
GLJSANERO.-El gusanero de los seííores. El que se come
los gusanitos de su jardín para que no estropeen sus
flores.
ALFREDO. -jGusanos, puaf!
iMujER.-jAlfred0, qué aSCO!
ALPREDo.-jBasta ya! Esto es absurdo, absurdo, iabsurdol
(Cómo demonios pueden pasar Cosas así? Me niego
cl. creer todo esto.
MuJEa.--iAlfredo, mis piernas!
Ar.rXznno.---Querida, por lo que mc2s quieras, no hagas caso;
todo es mentira. No nos sucede nada, nada, absolu-tamente
nada.
MuJEn.-iAlfredo, mis piernas!
ALFREDO.-INO puedo creerte1 iNo puedo creerte1
(Mtijer, hrrciendo awz gran esfzwwo por Zevan-tnrse,
cae aparatosamente al suelo.)
ALFREDO.-IAbsurdo, absurdo, absurdo!
(La escena se va Llenando de personaj’es mudos,
que poco a poco, van saliendo de los rincones, de-bajo
de los muebles...)
VENDEDOR.-AqLií traigo, si me lo permiten, las dltimas
novedades en piernas y brazos ortopédicos. (Lleva
un saco que vacia en el suelo.) Un Surtido Completo
importado de los Estados Unidos. (AZ]reclo estd yn
fuera de sz’.) Facilidades de pago, Hasta tengo ca-bezaS
de repuesto, excelentes. Las hay con cerebro
y sin el... (Aìfredo ?jepite como Zoco: «Absurdo, ab-surdo...
») .,.p ero les recomiendo las segundas, m8s
económicas, y menos complicadas. Además...
120
(Alfredo tyopiexa a cada paso con las piernas y
õra8os postizos y adenzds con partes de nwñecas
que cada ve,? aumentan en mayor n&%?ero, trahlas
por Ios personajes qtie vnn entrando silenciosanaente.
La escena estd conapleiamente n¿mrrotaria de oh-jetos.)
ALFREDO (cae n.? SuehI agotado, junto n SM WzujeV, repi-tiendo
incansable).-Absurdo, absurdo...
(La vos se va apagando. Todos pewnanecen in-n2dviZes.
Casia se dhige al @%blim cm estas pn-
Zabras:
-Rotos y bien rotos esth
TEL6N
JUAN MIGUEL MILLARES ALONSO
121