A los que sentimos curiosidad por la historia de nues-tras
islas y hemos pasado muchas horas examinando sus
legajos, cualquiera contrariedad obtenida, al no haber po-dido
encontrar el dato convincente en la búsqueda de lo
que creímos fkil, o cualquier entusiasmo sentido al calor
del camino buscado que nos conduce al hallazgo rerda-dero,
llena el alma de inquietudes y satisfacciones que los
enfrascados en estos estuclios saben comprencler. A este
proposito he de manifestar, que mas de una vez he dete-nido
el paso, ante el nombre de una de las calles de la
ciudad que atraviesa el barrio de Triana, que es a su vez,
vía de comunicacidn importante y necesaria.
Xe refiero a la calle Perrlorno, calle que de continuo
cruzamos y que ha llegado a despertar en mí, vivo interés,
por conocer el origen de su nombre, pues desde hace afíos
teníamos noticias de que en los comienzos del siglo XVIII
y en el mismo sitio que hoy ocupa, existid otra a quien
el pueblo di6 el apodo de asal, si puedes>, por el pequefío
laberinto que formaba con la denominada Lugzr?retis y
la pequena plaza, sin salida, que aún persiste, formada
por el grupo de casas que la rodean, plazoleta donde los
comercios e industrias que en ellas están ubicadas, dan
salida a materiales y mercancías que forman parte de SU
vida exterior.
Pues bien, anos despues, se trazo la que hoy se llama
Pw~omo, extendida, como todos sabemos, desde la calle
Mayor de Triaua a la del Gmeral Frauro, después de
atravesar las de Viere y Ckw~jo v Ptr,,, Gd& y CO-rrer
par;ilelamente a las de Cotzst~~?lti?ro y PIflsa de Salt
Bernardo. Añadiremos ahora, que algunas de las peEO-nas
que hoy viven, oyeron decir a 10s eruditos, que dicho
nombre fue dado en recuerdo de un medico famoso que
tuvo su residencia y despacho en la misma durante la se-gunda
mitad del siglo referido, que fue perseguido por el
Tribunal de la Inquisición, y muy querido por su nume-rosa
clienteh Es mis, en algún libro, hace aîios publicado,
he leído esta misma afirmacidn que ha seguido transmi-tiendose
de generacidn en generaci6n, sin m8s noticias ni
investigaciones.
Por otra parte, es preciso seiialar, que cuando preten-dimos
aclarar 0 confirmar este supuesto, nos vimos impo-sibilitados
de seguir adelante, al darnos cuenta de que las
,\ctas del Ayuntamiento de Las Palmas correspondientes
ii aquella I?Y>uc;~lm, bim sido quemadas en el incendio que
tuvo lugar en esta ciudad la noche del 29 de marzo de
1512, fecha en que se vieron sorprendidos los tranquilos
ciudadanos que deambulthm por la plaza de Sn&a Rnn,
con las llam:~r:~tlas de luz que salían por las ventanas co-rrespondientes
HI sitio que ocupaban en el mencionado
Xyuntnmiento.
Nuestro primer paso se perdió en el desengaño, pero
no así el entusiasmo para seguir trabajando e investigando,
pues lleg6 a mi poder la copia del acta de bautismo regis-trada
en la Parroquia Matriz de San Agustín de esta ca-pital,
de la nacida Lorenza Jerbnima HernBndez Pineda,
vecina de la calle de Perdonzo, que tuvo lugar el 12 de
agostó de 1749, es decir, pocos años después de In venida
al mundo del futuro medico, como veremos en las páginas
que siguen. Existía, por lo tanto, esta calle desde el primer
tercio del siglo XVIII y por consiguiente podemos afirmar
que su nombre no fue debido al paso por esta ciudad del
mencionado galeno y que, pese a que algunos historiadores
hayan pensado en la existencia de alguna familia apelli-dada
Perdomo -que le hubiera dado el suyo, al igual que
a otras calles de Las Palmas (Pere@~n, Las Vmdede-rC7S,
LUS CíhlSCO, LOS CaI2di2igOs entre otras) por vi-vir
en ellas, personas que se distinguieron en algún oficio
0 profesi6n, su verdadero origen aún no hemos podido
descifrarlo,
Pero he aquí que enzarzado en estus estudios, IlegO a
mis manos, gracias a la gentileza de don Gonzalo de Quin-tana,
un legajo perteneciente al archivo de su sefior padre
el ,\larqut% de AcialcBzar, y la HistoCz de In Medicim de
V~wszwkr, donada por su autor el profesor Archila, ca-tedrdtico
de dicha cnsefianza en la Facultad de Lledicina
de Caracas. Gracias a estas fuentes de invesrigacidn y a
otros documentos encontrados en la isla de ‘Tenerife, pro-vincias
de Córdoba, Granada y Sevilla y cn el Archivo
Histbirn Nacional, hemos podido reconstruir, en parte,
la vida de este mt’dico R quien se atribuyb, como acabo
de decir, el nombre de la calle que me ocupa.
En efecto, en la irle& piNTOCjUii\l de Santa Ana de
Garachicc~, ap;trece repistrad;~, wn fecha de 15 de septiem-bre
de 17:-T, el :WK:I clr bnutisnm de Ju:ln -Antonio Perdamu
Bethencourt Cortés, hijo del mt-dico Juan Pwdomo fsethen-court
GonzAlez, natur;ll de kc~d y de dcf~a .\IíU-ín Cortés
Gonz3lez, natural de Sevilla. Fue su padrino don Jerõ-nimo
Pardo.
EstudiO sus primeros años. en el Colegio de Nuestra
Seíiora de li3 :Mm~ibn, fundación del siglo ST’III, en la
Ciudad de Cbrcloba, hoy convertido en Residencia o Co-legio
Mayor anejo al Instituto Nacional de Segunda Ense-ñanza,
como colegial fildsofo, durante los cursos 1731-52
y 173243 y mAs tarde en el Colegio Imperial de San Mi-guel
de Granada, como colegial teblogo, en cuya ciudad
presumimos hiciera sus estudios de Medicina, pues aunque
algún comentarista dice que los efectuõ en Sevilla, no hay
que olvidar que la Facultad de Medicina de esta capital
andaluza, fue creada en el afro 1&5S, es decir, 68 años des-pués
de su muerte. Igualmente no se encuentra registrado
su nombre en la Secretaría de la Facultad de Cádiz.
Terminada su carrera, marchó a su pueblo natal, donde
ejercía su padre y allí, no sabemos si por ese afL?n de CO-nacer
el Nuevo Mundo, estimulado y atraido R la vez por
la idea de hacerse famoso, no sólo bajo el punto de vista
médico sino por el deseo de hacer fortuna, se embarcb en
un nÍìVi0 de hJS que hi~&in h cilrrera de C¿m:hs a L&n&
rica. Era ftlcil comprender, por lo tanto, que la mngoria
de los mtklicos que marcharon a ejercer su profesidn en
tierras americanns, fueran españoles 5’ entre ellos una parte
correspondiera R las islas Canarias y Baleares. De ahi el
hechu, dtXlOslrildO con frecuenciü, de que llegaran algunos
de los islefios a ser profesionales de prestigio en las dis-tintas
repúblicas del Nuevo Continente.
CWXIO tkg-56 CI Cmt~ns cn cl nño 1766, tenta 23 años.
Por entonces y desde 1763, azotaba a la ciudad una in-tensa
y grave epidemia de viruelas, cuyo origen se atribuyó
iz la intrcrducci6n de unos generos holandeses. Fue tal el
terror yue se apodere de sus habitantes, que muchos la
ahmdonwon ClejiKJdo :I sus familiares entregados a su
propi;ì conserrwiitn, viéndose obligados algunos de los
principwles caballeros de Caracas a deambular, ayuda-dos
por sus parientes, llevando una olla con comida, pan
vino y otros auxilios que distribuían entre los enfermos,
8 pesar de yuc muchos morinn, sin ser vistos, ni socorri-dos
con medicinas y alimentos. He de destacar, en este
aspecto, los esfuerzos que hicieron, para vencerla, el Go-lwrm~
llor y Capitiin General de Vcnezueln don José So-lane
Bote, el Obispo Diaz Madroñera y muchos vecinos
acaudalados. Los sacerdotes entraban en las casas sin pre-vio
aviso, ni ser llamados para darles los últimos sacra-mentos
y en vista de que no se podía enterrar a todos los
que morían por falta de tiempo, se abrió una zanja en el
cementerio de Santa Rosalía, donde eran depositados los
cadhveres que sacaban de las casas. Tan es así, que en
os Valles de Aragua levantaron un cordõn sanitario para
toda la gente que procedía de Caracas. Si alguna llegaba
enferma, la encerraban en una casa construida con paja
que era después quemada y si ya la había padecido, la in-vitaban
8 asistir a los atacados y a enterrarlas al pie de
un árbol, una vez mucrtns.
Mientras esto sucedía, el doctor Perdomo vivía en la Vic-toria,
pueblo cercano a Caracas, en donde fue Teniente de
Justicia Mayor y Administrador de la Real Hacienda. Allí
casd con dolia Manuela Pedrosa de la que tuvo una hija
llamada Manuela y FahicO una casa que tardd en terminar.
Asi las cosas y en vkta de que en el año 1766, la epi-demia
continuaba haciendo estragos hasta el punto de que
morían el I’S”I, de la poblaciún, et primer Marqués de So-corro,
Gobernador y Capitíin General de las provincias de
Caracas, hizo venir de la isla francesa de Martinica, a un
médico acreditado en la inoculación de la viruela, pero no
pudiendo acudir por encontrwse enfermo, mandò a buscar,
en su lugnr, :ll doctor Perdomo, rcci& llegado, como acabo
de decir, a tierras americanw, para que se hiciera cargo
de Iii asistencia y tratamiento de 1~ terrible epidemic?. Du-rante
ella prncticó, desde el primer momento, su proceùi-miento
consistente en la obtencidn de formas atenuadas de
Ia enfermedad, mediante la inoculaci6n por etapas, en cinco
mil persomis de diferentes edades, sin que nadie falleciese
a excepción de. unu sefiora que ocultaba su padecimiento.
So está de m:is recordar, a este propósito, que la va-riulizaci6n
fue pr;lctic:td;t desde la antigüedad, por los chi-nos
y persns y que Humboldt en su obra l’inj6s IZ Zas TE-gimws
q~~imwitrks, manifiesta que antes de la epidemia
que sufrl6 C;ir;icits en esti\ fecha, y:t se us;tb;l, sin 1;~ ayuda
de las mklicos, por los curanderos y curiosns en todas
aqurll:~s persomis que estaban oblig;&s a sostener rela-ciones
comerciales en la capital, 0 ;L venir iz ella, con ries-ge)
de SUS vid:is, después de haber pagado cantidades ere-ci&
ts de dinero.
Échase de ver, p01 lo tanto, que este procedimiento se
usú :mtes de l;ì vacuna Jennerim-m, Ilev:& a cabo por
Jenner en el MO 1797, al tener In feliz idea de inocular en
el br:w.) de un niiio el contenido de las pústulas que se
des;~rroll;m frecuentemente sobre las mamas de las vacas.
A este mismo nilio le inoculd al cabo de pocos dins, pus
tom;ldo de las pústulas de un vxrioloso y observb que no
wntrajo l;r. riruel:~. L:l inmunidad obtenidx le sirrid, por
lo tanto, para descubrir la vacunacibn, método que se ge-net-
nlizó rfipidamente dados los magníficos resultados que
produjo en el mundo civilizado.
Gracias a I»s buenos resultados obtenidos por el doctor
Per~lomo, 1st epidemia de viruelns en Carneas fue cediendo,
hasta que en el MIO t/T5, es decir ;i los doce nfios de CU-mcnz&
a, muchas f2kmilías regresm-on a la capital de I’e-nezuela
y ncudierc)n bastantes personas ñ inoculnrse es-pontkleamente,
a fin de evitar que les atw:\r:m en tiempos
peores.
El Conile dc Secur que cita al doctor Perdomo con el
nS,rnirw cte Mr. Prudon y le conoció en los Valles de Ara-gua,
hizo de Cl 10s grandes elogios. De In misma manera,
el clwtor 1’argas dijo, que había logrado durante el ejerci-cio
cle su profesión en los paises americanos, el respeto y
opinicin merecedores de frases de admiracidn, pues unía a
su intelig,rtlncia, un juicio profundo en In observación de Ias
enfermedades que le hizo obtener curaciones acertadas y
perpetuar su nombre en l:\ memoria de sus habitantes. Tan
fue ello así, yw al enfermar en el afio 1779 el famoso Obispo
IXwesancI de I%arquísimeto, doctor Rlartis, fue llamado el
doctrrr Ikdt~mo para asistirlo.
Era itdemls persoml de grandes inquietudes. Leía a
K~lUSì;l?itll y Reynalcl en su domicilio de la \.lctoria y guar-
Ll;ti>iì en SU biblioteca de Caracas, libros como IRS CElrtns
proaimYdfs dr Phmd y la obra de Beccaria, TmtodO de
10s klitns -1’ (fe k.S prnf2.s. Esta aficiún a la lectura, le
puso NI guitrdi;t contra la ignorancia de algunos funciona-rios
de celo extigerado por el orden politice existente, que
miraban con cìesconfianza a las personas muy dadas a ella,
especialmente de libros extranjeros, sobre todo si no esta-ban
autorizados por kas autoridades reales o eclesi&sticas.
Para evitar estas intromisiones y ocultar ciertos libros
a la curiosidad no bien intencionada de funcionarios con
espíritu menos liberal, Perdomo tenía y se valía, en su
casa, de una viga artísticamente labrada, donde escondía
en su interior la totalidad de aquellos.
Esta fue In causa de su persecucidn por el Tribunal
de la Inyuisiciãn de Cartagena de Indias, que dio lugar a
la prisión del padre de una honrada familia y de la de un
útil vecino tiI público caraquefio.
Ik rftTto, en este mismo níio de 1.779, comenzaron a
ser presentadas por v:lri:ii; personas eclesidsticas y seglares
de la ciudad de Caracas, ante dicho tribunal, concretas
denunci:w sobre frases y palitbras pronunciadas por el doctor
I’erdom~~ cn reuniones tenidas, desde tres aBos antes, con
prrwníts de su conocimiento,
Fue firmada lit primera, por don Juan Sustayza, Cura
Rector llc la Parroquia de San Pablo de la Capital de Ve-nezuela,
en Ia Cual denunciaba al mklido reseiíado, por
haber manifestado, en reunion privada, au conformidad
con la persecucibn de que eran objeto los cristianos por
parte de 10s emperadores, a fin de impedir que se reunie-ran
en juntas ocultas tendentes a perjudicar al Estado p
a la República. Simultaneamente fueron presentadas otras,
delatando las pronunciadas, en otros sitios, por el mismo
facultativo, sobre no haber encontrado nada malo en los
libros de Voltaire, ni en las cartas de Indias del Marqués
de la Plata y sobre In falt& de indulgencia de la Porciun-cula,
ya que ~610 era buena para los galicados, Asimis-mo
fue denunciado por declarar que no era pecado la for-nicación
simple, y que no guardaba la abstinencia de car-ne
ni ayunaba conforme mandaban los Santos Preceptos
de Nuestra Santa Madre la Iglesia. De igual manera que
solo se hincaba, por cumplimiento, ante el Santísimo Sa-cramento,
que sentía aversidn al Estado Eclesirlstico, que
el sacerdote no decía mds verdad en la misa que cuando
exclamaba Davline noiz SZEWdZig um, que las excomunio-nes
no causaban efecto en el alma, y que no existía pur-gatorio.
Ante tales denuncias y otras mas presentadas por el
estilo, el Comisario de Caracas, en cumplimiento de su de-ber,
las envió al Tribunal de la Inquisicibn con fecha 1.” de
diciembre de 1781, el cual acordb cuatro meses despues,
se pusiesen en accibn los medios para obtener el corres-pondiente
extracto de ellas, a fin de proceder a la califi-cación
del sumaria. Como consecuencia de su estudia y de
conformidad con la opinidn de los dos inquisidores, se or-deno,
por auto de 10 de julio de 1783, su prisidn en las
Cárceles Secretas y la recogida de papeles y libros prohi-bidos
que estuviesen en su poder. Dada cuenta al Inqui-sidor
Fiscal de Scvilla, por corresponderle actuar en cuan-tos
asuntos inquisitoriales concernían a los hijos de Cana-rias,
no dudo en ratificarlo de formalmente heretico, blas-femo,
escandaloso, seductivo e injurioso y por 10 tanto
proclamar de hereje formal al doctor Perdomo y disponer el
secuestro de sus bienes, sin perjuicio de que se COntinUara
la causa por el tribunal de Canaria.
El proceso comenzado en el ano 1779. fue terminado
en octubre cle IXG. Cinco meses despues, salio el reo de
America con destino a Cadiz en una calisa y desde este
63
pllt’rtt~ ~~,~nLlui5Jo:t l de S:tnt:l Cruz de ‘I’wxrife, en la frn-p11;~
.lit,dt-fl Stvintw dr 1~ I’ftz. A SU nrfibo, el 11 de
;1$ls;tc), fue prew en la 1:illn de la Orotnw donde visitb
;I sus hcm-i;m:is y t~ml~:ir~xilo mds twde en el barco Ln
I ;~r-dlwi 2, XI ~&l;ldtr dti su pntrlin Cruz, hasta que en la
mli~ht.~tl cl ir, del mismo mes, despuc% de haber pasada el
&;i en tIn mestln del Puerto dC? I:l LUZ, fUe entregado 21
lnquisi&~r Dec:ui~ de C’anariii y puesto en Cfirceles Secre-tas,
.situ;t&~, cclmcj es sahiclo, en Ia calle hoy de Lõpcz Ro-t:
ls y cn 1;t casa que OCLl~~il lil carpintería de lOS Hermanus
l~:wrt~;~.
l~~~*il~iclrc~n C;in:u-ia el sumario, se celebro; la primera
nuilienl*i:t el 7 de diciembre de 1756, comenzando la de-fensa,
clon Jos(r .4ntonio Núfiez dt? Henestrosa, a manifes-tar
que 31 reo nu le acusnlxt su conciencia de otra cosa
que el de lwr libros prohibidos, por lo que encontr&ndose
enfermlI ;i consc~uenci;i cle las humedades que infiltraban
las pxedes de l;ts cxírceles, se le trasladase a la casa de
su cuìiada dofia Rosa L6pez, con las precauciones conve-nicntes,
íi fin de que le tratasen su mal. Como, por lo
visto, el tribunal se dio cuenta de que le visitaban muchas
personas y de yue ;~busaba de su libertad, fue trasladada
a un cuarto de la WSR del Alcaide.
Dos afios y medio después, en julio de 1789, volvió a
pedir Audiencia el reo, porque su salud estaba muy que-brantada,
ya que tenía esputos sanguinolentos y deseaba
confeswse con el ùominica Fray Tomds Rodríguez, para
ponerse a hien con Dios. En vista de ello, fue trasladado,
por segunda vez, R la casa de su citada cuílada para ser
asistido por los doctores Francisco Pano y Agustiti Collado,
mklko y cirujano de la ciudad, los que no se pusieron
de ncuercin en cl dinjinbstico, pues mientras nnn detría que
estaba enfermo de escorbuto, el otro afirmaba que era de
@lico.
.\sl las cosas, al ausentarse dona Rosa LcSpez de Ca-n:
lri:i por haberse embarcado para Am&ica, fue llevado al
Convento de San Francisco, el 1.4 de noviembre del mismo
RI’IO, por tener la convicc‘i0n el abogado defensor, que el
escorbuto que padecía su cliente se habia agravado por
klS pXknes ae &nimo insupernbk, que cogía, por Ia di-latada
prision que había sufrido, por haberle retado de pa-
l:tbr;~ y 01x-a el .-\lcaide como no l;e h:tbí:i hecho con 10%
csutivos de Trípoli y Ttincz, y por la mal;~ calidad de la
comida y descuido en la ropa blanca y calzado.
Una vez esrahlecido en el convento y viviendo en el,
Fray Francisco Ferrer denuncio al tribunal que estando
Perdomo privado de oir misa y recibir sacramento, no ce-saban
de visitarle, día y noche numerosas personas ecle-siélsticas
y seculares, que le iban a consultar de sus dolen-cias,
n las cuales convidaba n su mesa. Asimismo mzrni-festd,
que poseía una Ilave talsa de la portería para salir
y regresar al Convento sin limitación de tiempo y hara,
durante las cuales iba al Convento de las Monjas Bernardas
y que habia tomado prestadas cantidades en dinero, con
las que hacia muchos regalos,
Enterado el Consejo, por el tribunal, de la anterior de-nuncio,
ordeno sin pérdida de tiempo que fuese trasladado,
por ttYlXXi1 Vez, a Carteles Secretas 0 al cuarto del i\l-caide,
con la única dispensa de salir a la calle al~un rato,
~tCl3IIlp~iíildC~ siempre de una persona de confianza. Ha-biendo
optado por que lo llevaran a Glrceles Secretas, in-greso
el 10 de agosto de 1790 y en ellas, bien fuera por
las confidencias de una jolie femmc por el arribo de im-presos
de Amsterdam que dieron en calificarlos de sospe-chosos,
por la abundancia de tabardillo y otras calenturas
epidémicas que obligo al pueblo a pedir per-misa para que
Perdomo asistiese a los enfermos de la ciudad, toda vez
que el cirujano Collado era el único facultativo que ejercía
y el doctor Domingo Ramos Collado había renunciado a la
plaza de medico del Santo Oficio, es lo cierto que despues
de muchas incidencias, fue el reo retenido en la Secretaría
de Secuestros hasta tanto fuese embarcado para Sevilla,
con su causa, de conformidad con la petición hecha por
este tribunal al Inquisidor General de aquella provincia
wrdaluzn.
El 1-C de abril de 1791, fue sacado de dicha Secretaria
para ser conducido a la referida capital, donde una vez fa-lladn
la causa, los Inquisidores ilpOSt6liCOS contra la He-retica
Pravedad y Apostasía de Las Palmas Y Obispado
de Canaria por Autoridad Xpostblica y Regia, comunica-ron
:11 Consejo del Tribunal de Cartngena de Indias, en
cumplimiento de la sentencian la orden por la que se man-
&lw eftxtunr t;l emh:trgo de los bienes que el doctor Perdo-ma
prweía en Caracas (una casa y hacienda de &-boles)
par;{ cubrir los gascos llevados R caho por los tribunales
de Canaria y Sevilla en J;t manutención y otros verificados
durante los tiempos de su prisión y viaje a esta última
c*apit:41.
Bfec’tuadns las diligencias, no fue posible hacer efec-tiro
el importe de las deudas, en razón a que en el mo-mento
del embargo hicieron acto de presencia otros acree-dores,
esJ~eci:tlmente la Real Hacienda. En su vista, acor-d&.
e actuilr contra los bienes que poseía en Canarias, los
cuales wnsktian en un baY1 con algunas de SLIS ropas en
poder del pr-shitero Juan Perdomo, cnpelltin de las Reli-giosas
Ikrnardas de esta ciudad, un botiquín, muebles de
menos imJx.wt;incia qur se guardaban en las Ckeles Se-cretas,
una viila en el barrio de la Rambla, una casa en
la \YJla de la Orotava situada en la calle de San Sebastián
y otra en la que vivió en el Puerto de la Cruz, todas ellas
indivisas con sus hermnnns María Antonia, Maria Rita y
Kosalia, ya que habia muerto, hacía poco tiempo, Maria
Guiit. Con el prodwto de su venta habían de pagarse a
don LIomingo Galdds, receptor del Real Fisco de S. M.,
la cantidad de ll.359 rl-. 5 mr., que fue la cantidad ade-lantada
por dicho sefior, para alimentar al reo durante el
tiempo que estuvo preso, como acabo de decir, en las cCit--
celes de este tribunal y de Sevilla y en costearle el viaje
a esfa Nrima ciudad.
\íenllidas las ropas y el botiquín en el allo 1793, en
la cantidad de &3 pesos y .5 rs. plata, la deuda quedd re-ducida
a 11.029 rv. y $5 mr., deuda que fue liquidada en
2-l de septiembre de 1800, es decir, a los nueve meses
Lle su muerte De sus otras propiedades, según testamento
utargado con fecha de 41 de diciembre de 1799 en el Puerto
de la Cruz, ante el escribano don Jose Domingo Perdomo,
dispuso que la casa que poseía en Caracas, en el pueblo
de la Victoria, las dos casas en la Villa de la Orotava,
muebles hered:iJos de sus padres y otras compras y he-chos,
como Ia biblioteca, hotiquines y demb instrumentos
pertenecientes ii su profesidn, ropa y caballo con todos sus
arneses, se pagase a don Pedro Franchy, vecino de la Oro-tava,
la deuda que con 61 tenía contraida y que mientras
sus herrmtnas las vivieran, siguieran usufructu:imlok hasta
sus muertes, momento en que pasarían a su única hija que
acalxiba de cumplir 20 aAos.
Pocos días después de otorgado el testamento, fallecid
en comuniún de ;I;uestra Santa Nadre Iglesia, una vez re-cibidos
los Santos Sacr:imentos, el dia 12 de enero de 1SMi.
Como vemos, nada tiene que ver el nombre dado a la
calle Perdomo, con la vida de este medico canario, que
muriõ a la temprana edad de 63 í\fick3, ùespuCs de haber
sufrido las persecuciones de que he hecha míirito, por
parte del Tribunal de la Inquisicián, afortunadamente abo-lido
en Espafia desde el 15 de julio de 1834.
JCAS Rosa3 JIILLAREs
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