NARRACIONES Y CUENTOS
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Se ha nbieido un abanico de mifagt*os
en Za mano creadora del oieiao.
ANTONIO MACHADO
TRES EN UNA
Cuento que no es cuento
Por entre un espeso bosque de nogales y castanos,
al amanecer de un claro y despejado día del mes de sep-tiembre,
descendía desde el collado al llano un hombre,
que por SU aspecto revelaba ser un viajero extraviado, o
extraño al menos al país que recorría.
Deteníase, en efecto, de rato en rato; consultaba con
frecuencia el reloj; miraba con atenci6n a todos lados; y
volvía a emprender su marcha, separando con cuidado las
entrelazadas ramas, que le azotaban sin compasibn el rostro.
No se descubría, en cuanto la vista alcanzaba, otro
ser viviente, que el incleciso Lranseunte, cuyos pasos reso-naban
con estrépito sobre los millones de caídas hojas de
que estaba alfombrado el suelo.
El bosque, al llegar a la llanura, se confundía, desa-pareciendo
en unas extensas praderas cubiertas de altas
yerbas, a las que el sol de otoño prestaba ya su precioso
color de oro.
Hacia la parte alta del valle se oía el ruido del agua,
que por entre sueltos guijarros corría a ocultarse en unas
charcas, rodeadas de espesos juncales, para salir luego a
poca distancia, cual cinta de plata bordada de flores, a
regar una huerta de Carboles frutales, que en confuso de-sorden
parecía bloquear por todas partes una pequeña ca-sa,
que desaparecía ahogada entre los abrazos del alegre
y alborotado follaje.
El viajero se detuvo, evidentemente complacido al des-cubrir
la casa, que le anunciaba un puerto seguro donde
descansar; y dando un suspiro de satisfacción, se dirigid
precipitadamente a ella, procurando seguir un sendero que
le condujese sin rodeos hasta la misma puerta de entrada.
Era el viajero un hombre que frisaba ya en los treinta;
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de regular estatura, desarrolladaS formas y simpaticas
facciones, algo moreno, con ojos azules, bigote Y pelo cas-tafia,
boca risueña, dientes blancos, y movimientos sueltos
Y desemb~~razados que revelaban al hombre acostumbrado
a la buena sociedad. Su vestido era todo de un color Y de
sencillo y elegante corte. Llevaba en la cabeza eSo que
ahora hnan hongo, guantes en las manos Y un flexible
junco en In diestra.
Al llegar junto a la casa, que era de rúStiC0 aspecto,
dio dos palmadas y esperó un instante; pero como no re-cibiera
con&stacidn, y estuviese franca la puerta, Cual Si
convidara a entrar, atravesb sin m8s vacilaciones el dintel
y penetró en una ancha pieza muy aseada, con ventan.&
festoneadas de jazmines, estera de junco sobre el piso,
mesas y sillones de nogal, y cuadros en las paredes, re-presentando
alegres campifias y novelescas marinas.
El desconocido volví6 a detenerse, dej6 el hongo so-bre
una silla, y recorriendo con 1x vista Ia alegre habita-ción,
repitib SLI anuncio con otras dos palmadas.
Entoncrs, viendo que tampoco obtenía respuesta, se
sonrid, aIz6 los hombros con ademan tranquilo, y se dejo
caer sobre una silla, hablando de esta manera:
-No hay duda, la casa est8 encantada. Mas, sea lo
que fuere, yo me rindo. Dos leguas por esos montes, sin
guía ni brújula, y con la circunstancia agravante de no
haber almorzado, concluye por amansar el carácter más
indómito. No se donde estoy, ni me afano por averiguarlo.
De todos modos, el sitio es delicioso y parece habitación
de un rico labrador. Pero, qué silencio tan profundo, qué
soledad tan regalada.. .
El viajero, que 3. pesar de su afectada indiferencia es-taba
inquieto, se levantd después de algunos minutos de
descanso y dirigid sus pasos hacia una de las ventanas,
junto 51 Ia cual se detuvo, visiblemente Seducido por la
espléndida vegetación que desde allí se descubría.
Mientras se halldm absorto en esta muda contempla-cidn,
sin&5 a su espalda unos Ijgeros pasos, que le hicie-ron
volver precipitadamente la cabeza,
Por la puerta que le había servido de entracIa, apare-
Ch Una jOVen de 18 a 19 años, con un Sencillo y blanco
veStido de algodón, ancha pañoleta azul de doblad0 estam-
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bre cruzada sobre el pecho y atada por detrás, y cofia de
encajes con cintas blancas y azules.
Blanca era tambien su tez, negros sus ojos, su boca
apetitosa, sonrosadas sus mejillas y su talle cadencioso
y esbelto; revelando tan armdnico conjunto, gracia, do-naire
y encantadora sencillez.
La joven hizo una profunda reverencia, y con la son-risa
en sus frescos labios, se adelantó al encuentru del
viajero, fijando en 61 sus grandes ojos con cierta expre-sión
interrogadora.
-Disimule usted -dijo este, saludando cortesmente-,
he creído que no se me negaría un asiento y un poco de
sombra.
-Está usted en su casa -contestó ella volviendo a re-petir
su reverencia-, mi padre se halla acostumbrado a
ejercer la hospitalidad en estas soledades.
-{Es esta una posada?
-No señor; esta casa pertenece a In señora bAronesa,
viuda de Soto, que vive a poca distancia.
-No la conozco -observó el viajero.
-Tal vez la vea usted, si se detiene un poco. Todas las
mañanas nos hace el honor de una visita.
-IDiablo..! y yo que estoy cubierto de polvo.
-Tranquilícese usted -contestó sonriéndose la jo-ven-,
mi señora es la amabilidad y sencillez en una pieza.
-(Eres su doncella?
-No seíior; soy su hermana de leche.
-En ese caso tendrán ustedes la misma edad.
-Justamente.
-Y sin embargo, creo haber oídu que era viuda. iDian-tre
de marido, quk pronto se casó!
-Los maridos son así.
-Protesto... no todos. Y 2hnr.c tiertipo que enviud67
-Un afro.
-Entonces, cque edad tenía al casarse?
-Diez y ocho.
-¿Y el barbn?
-Setenta y nueve.
-iPícaro mundof
--¿Decía usted. .7
-Nada.. . Estas mujeres.. .
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-CDesea usted tomar algo? -preguntd lti joven, des-pucs
de algun0s momentos de silencio.
-Gracias, niña.
-Una empanada, un poco de agua y vino..,
-pSt,,, acepto, porque, ea yult Ocuhrlo?, tWW un ham-bre
vergonzosa.
-Se le conoce a usted en la cara -COnCeSCd eha riendo.
-Sí (eh?
-Vuelvo al instante.
-Mas, si Ilega tu señora...
--Me refiiria, si no obsequiara a usted,
-AdmjrabIe sefiora y admirabikkna ~OncelkL
-Tenga uskxl la bondxí de aguardar nn l)OCO.
Y diciendo esto quiso salir, pero se detuvo, y fijando
en 61 sus expresivos ojos, le preguntd:
+A quién tengo el honor de servir?
-Disimula; se me olvidaba la presentacidn. Ahí va
una tarjeta; ,ofréoela a tn señora.
-La joven tomd la tarjeta y ley6 en alta voz:
<Pedro de Ayamonte y Bosque, Ingeniero Br., &,, &.
-Caballero -replicó la cionc.ella, incIin&ndose con mü-liciosi
gracia-, tengo el honor de saludar en nombre de mi
sefiora a don Pedro Ayamonte y Rosque, B., k, &.
Y hablanda asi, desapareci6, dejando solo ~1 ingeniera.
Éste principio a dar paseos con las manos a la espalda
y el aire un tanto preocupado, murmurando así entre dientes.
-iCómo se difunde la ilusrracibn hasta en las coci-nas!
Esta muchacha lee, y de corrido... Parkeme, y Dios
me perdone la SOSJXCII~, que se ha burlado de mis ctc&
tecas. La verdad es, que lo merecen, iMaldito grabador1
Tengo que echar al fuego esas tarjetas... Pero, vaya una
chica 1 inda.. . y luego, tiene cierto airecito de princesa,,,
Pues, repito que me gusta, y que me gusta mucho.
Durante este soliloquio, IA joven había vudto a mtrsr,
Y dejaba sobre la mesa una bandeja de plata, artística-mente
cincelada, con un pastel, galletas y dos pequeñas
garrafas dc agua y Vino.
-Aquí tiene usted, caballero -dijo, luego que coloco la
bandeja-, cuando mi se8or-a llegue, almorzará usted con
ella.
--La esperas?
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-Viene todas las mañanas,
-No señor; habito aquí con mi padre.
Mientras se cruzaban estas palabras, el viajero se ha-bía
sentado y atacaba con verdadero furor la empanada.
-[Magnífico pastel! -exclamó con cierta fruición-.
{Lo has hecho tti?
-No señor; viene directamente de la quinta,
-Venga de donde venga, me gusta.
-Ya se le conoce a usted.
-iiMaliciosa! Pero es que, hablando en plata, el aire
de tus montaíías despierta un hambre... {Sabes que son
bonitas tus montafías?
-CPara dar d usted apetito?
-iBribonzuelal
-<No bebe usted?
-Estaba pensando, en que estas burlándote de mí.
-2Lo ha conocido usted?
-Diablo de chica.
-Siga usted; y cuidado con ahogarse; mi ama me re-fiiria
si sucediera esa desgracia.
-Hoy no podré verla.
+Tan deprisa va usted?
-sí... tengo por ac un negocio importante.
-+Va usted a abrir algún canal?
-No; por ahora no pienso abrir nada. Presenta a tu
señora mis excusas.. . y a propósito, <es guapa la viudita?
-No me atrevo a contestar a usted-. Y la doncella
bajó los ojos como avergonzada.
-¿No te atreves? Es extrafio; tú no pecas de medrosa.
-Es que... Verá usted, sefior ingeniero, han dado to-dos
en decir que mi señora y yo somos como dos’ medias
naranjas.
-Ya, ya...
-Y que nos parecemos de una manera terrible.
-Pues debe ser muy linda tu ama.
-Gracias.
-No es lisonja, estk a la vista. Si antes no lo había
dicho, es porque no estoy acostumbrado a sembrar flores.
-Ya; usted no siembra sino piedras.
-No tanto, maliciosa. {Conque el parecido es fe-nomenal?
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-Mire usted, si no fuera por un lunar que mi señora
tiene en la barba...
--ajan cosas se han visto -interrumpid don Pedro-;
la naturaleza es tan caprichosa...
-pues esa seRora naturaleza debiera no haberme mo-lestado
con sus caprichos. En el caso presente, mi ama,
ofendida de tan extraña semejarIza, que la pone en ridí-
~~10 a cada momento, me ha relegado n esta soledad.
-Entiendo: ha comprado tu ausencia.
-Cuidado, sefior ingeniero, que aquí no nos VendemOS,
-Perdón.
-Como usted est8 acostumbrado a IRS contratas...
--Ya escampa. CEstá enojada?
-No, no señor.
-Lo celebro, porque voy a dirigirte una pregunta.
(Conoce por estas cercanías una joven que vive en com-pafiía
de su madre, viuda de un rico negociante, se entien-de
la mamh llamada...?
-La sefiorira de Ustariz -interrumpid la aldeana dan-do
una palmada.
-La misma... eres un portento.
-Pues vea usted, no tiene merito alguno, Lodos la co-nocemos
en el país. Mi seaora es su intima amiga.
-No me disgusta eso, es decir... pues... sí señor, no
me disgusta. ¿Y por que había de disgustarme?
-Cabalito. ¿Y por quk había usted de disgustarse?
-Búrlate, que bien lo merezco; pero voy a explicar-me.
-Todo sea por Dios.
-Escucha.
-Hable us te%
-HaS de saber que vengo desde Madrid, expresamen-te
a hacer una visita a esas señoras.
-Mi ama le presentara.
-No me atrevo: un desconocido,,,
-CDesconocido usted? ‘Un señor ingeniero y con tres
etceteras.
-Confiesa que te ha hecho gracia Ia cola.
-Es en efecto muy mona,
-<Sabes que tienes ingenio?
-Sí, sefior.
-(Y que me gustas mucho?
-Vaya si lo creo...
-(Y que eres lindísima?
-Ya otros me lo han asegurado.
-cY que no te hace falta el lunar de tu ama?
-Cierto.
-Mira que soy conocedor.
--{Entra eso en el ramo de los puentes, caminos y
canales?
-Me rindo. No puedo contigo.
-Y diga usted -continud la maliciosa joven-, ;va
usted a fabricar algo en el país?
-Tal vez.
-{En casa de las sefioras de Ustariz?
-Curiosilla.. .
-Como dicen que la señorita se ha casado, creí que
era usted amigo del marido.
--Uah Zconque ya saben eso en el. país?
-Y diga usted, caballero, <me permite usted una pre-gunta?
-Y ciento, hermosa.
-Pues, verá usted... como una ignora con quien ha
de casarse.. .
-Y bien...
-Y tiene parientes hasta en las Californias, pudiera
suceder...
-Entiendo: que desde all& quisieran casarse contigo.
-Eso es, y como los brazos no alcanzan tanto...
-Para eso hay poderes.
-Cabal, Eso quería yo decir. ¿Cómo se Ilam~n esos
casamientos? ZDejan bien atados todos los cabos, o ser8
cosa que a lo mejor, patatrás, se rompan?
-Ay, no, hija mía -contestó don Pedro suspirando-,
es un nudo diabólico, que sc>10 la muerte puede romper.
-Pues ahí verá usted. Con ese nudo se halla atada esa
pobre sefiorita. Parece que fue arreglo del difunto comer-ciante,
quien consideró a su hija como una letra de cam-bio.
Si ahora se encuentra con un marido feo, cojo, tuer-to
o contrahecho {cree usted que quedará contenta?
-Lo que puedo asegur-al-te -contest6 don Pedro fijando
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en ella SUS ojos a&niraclos--, es que sabes mgs de lo que
indica tu condicidn.
-Mi seaora me ha dado lecciones. ~f?dXSo es LMd de
los que creen que a la mujer le basta con rezar el rosa-rio,
hacer calceta y espumar el PUCherO?
-Dios me libre. Yo quiero que la mujer esté Siempre
a la altura del hombre. El equilibrio en la educación de
ambos sexos es el progreso del porvenir.
--Pues la tal nifia dice que la mujer, cualquiera que
sea su inteligencia y su educación, siempre sabrA mRs
que su marido. CEntiende usted la malicia?
-Ya...
-Y que, como azote el piano, grite una romanza y
brinque una polka, sabe lo bastante para presentarse en
sociedad.
-$Iios nos asista!
-¿Y R usted que le importa?
-Es cierto; pero compadezco a su futuro.
-+Le conoce usted?
-~Muchol Es mi mejor amigo,
-<Que me cuenta usted?
-Casi, casi, un otro yo.
-Entonces va usted a decirme qué clase de hombre es.
<Será alto, bajo, gordo, flaco, rubio, moreno, joven, vie-jo...?
-Calla, calla. <Que te importa a ti saberlo?
-Mire usted -replicó la chica con burlona sonrisa-,
me da tanta lástima ese caballero, que ya Ie miro como
un animal curioso.
-iZape!
---sí, sefior, y perdún,eme usted la franqueza, Nada le
hubiera dicho, porque yo no soy chismosa.
--Sí... se conoce.
-Pero, ahora que sé que es usted su mejor amigo, y
que se lo Contará, le dire clarito que esa nifia de Ustariz
es una caprichosa, insustancial, atrevida, ignorante y co-queta.
--iDios mío! -exclamó el ingeniero, torn&ndose p&lido.
-CLe ha hecho a usted daño el desayuno?
-No sé...
-¿Traer& agua de azahar?
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-Agua de mil demonios.
--iJesúsl IPobre señor!
El viajero, entretanto, tornaba a pasearse por el salón
en un estado de agitación incomprensible.
Oyóse a lo lejos el ruido de un carruaje. La joven se
acercó a una de las ventanas y exclamó alborozada:
-Ya vienen... Mi señora y su amiga.
-Pero...
-No me derenga usted, voy a anunciarlo.
Y desapareció corriendo con una ligereza encantadora.
-Ya escampa -dijo el ingeniero continuando SLIS pa-seos-
jvaya una aventura! Pero (dbnde tenía mi padre la
cabeza cuando me propuso este fatal enlace? {Ser& posi-ble
que estr! yo casado y con una mujer tan infernal? cQue
se han hecho mis sueños de paz, de felicidad, de beati-tud
doméstica? IPobre Pedro1 iQu6 triste realidad1
Hablando así, recorría el salón en todas direcciones,
mirando azorado a lodas parles al menor ruido que sentía.
De improviso se abrió una puerta que comunicaba
con la parte interior, y apareció una joven elegantemente
vestida de mañana, cuyo rostro era la reproducción fiel
y exacta de la maliciosa campesina, ~610 que ésta parecía
altiva y seria, y tenía un precioso lunar en la barba. Al
entrar se detuvo, saludó con exquisita cortesía al atbnito
ingeniero, que la contemplaba mudo cle asombro, y se
adelantó gravemente hacia un sillón.
-{Tengo el honor de recibir al seflor don Pedro de
Ryamonte y Bosque? -dijo sentándose.
--iDios mío! -exclamó el viajero enteramente deso-rientado
con tan asombroso parecido.
La joven se sonri6 y le invitó con un ademAn a que
tomara asiento.
-$3e sorprende usted? -aííndid recobrando su serie-dad-.
No me ofendo. Es una desgracia que llevo con resig-nación.
-Perdone usted, señora, -replicd don Pedro toman-do
asiento -lo que veo es inverosímil.
-Y bochornoso -añadió la viudita con amargura.
-No acierto a volver de mi asombro.
-Le suplico a usted que olvidemos tan penoso asun-to,
y vamos al objeto que me trae aquí.
-Estoy a sus órdenes.
Il
-Todo lo sé. SU tarjeta me ha revelado que es usted
el esposo de la sefíoritn de Ustariz.
El ingeniero suspiró.
-En efecto, señora, me cabe esa poca fOrtUmL
-iCaballero! &Sabe usted lo que dice?
-Pido a usted mil perdones.
-Paréceme comprender que usted se halla arrepentido
de su enlace.
-Un poco.
-Pues sepa usted, señor don Pedro, y disimule mi fran-queza,
que en ese matrimonio lleva usted la parte del Mn.
-Conque le parece a usted.
-Si, sefior, del le6n. Y ella, pobrecita, la del cordero.
-Si usted tuviera la amabilidad de explicar eso del
cordero.
-A eso precisamente he venido.
-Escucho a usted, señora, con curiosidad.
-Primeramente -repuso la viuda con cierto knfasis-,
usted no puede negar que es un empleado público, cuyas
raíces están en el presupuesto.
-(Y bien?
-Y que shs estudios no son de aquellos que inspiran
simpatías a una joven de buena sociedad. Vaya tlsted R
hablarle de ecuaciones, logaritmos y binomios...
-Pero...
-0 de túneles, rasantes y teodolitos. Eso da horror,
caballero.
-En fin, cquk le importa N usted, sefiora? -exclamõ
exasperado el pobre ingeniero.
-SU edad de usted -continud ella impertérrita-, no
es la edad de los ensuenos, de los arrullos, de los extra-víos
amorosos., .
-(QuEt sabe usted?
-Usted dirá tal vez que no ha llegado a los treinta,.,
Le creo. Pero no cuenta usted con el sol, con el agua, con
el polvo, con el viento... Los ingenieros, mi señor don Pe-dro,
deben no olvidar las estaciones.
---Si 10 dice usted por el polvo que he recogido en el
camino...
-No, no es eso; me refiero a los desperfectos natura-les
de su persona.
22
-Es usted temible, sefiora. . .
-Y que tal vez le exijan pronto un presupuesto adi-cional.
-{Eh?
-Si a eso se agrega que usted tendrá un carácter
irascible, como acostumbrado R tratar con peones, duro
como la argamasa, antipoetico como el álgebra...
-Pero, señora, me esta usted dibujando a su placer,
y permítame usted asegurarle que su retrato no es exacto.
-No peca usted por la modestia, no.
-Le juro a usted que no soy lo que usted cree.
-Tal vez -replicó ella, encogiéndose de hombros-.
]Se ven tantas cosas raras! En Bn, yo defiendo la causa de
mi amiga. Póngase usted en su lugar si puede; ella tan
joven, tan vaporosa, tan espiritual.. .
-Cualquiera diría que soy yo algún viejo.
-No es usted, precisamente viejo; pero está usted,
así, entre tintas indecisas.
-Al menos no he llegado a los setenta y nueve.
--cLo dice usted por eI bardn? Pues vea usted, jamás
se permitió una impertinencia.
-Creo que lo fue la de atreverse a amar a usted.
-iY quien le dice a usted que 61 se permitiera seme-jante
exceso?
-Lo supongo.
-Graciosa suposicidn. Pero, acabemos. ZAma usted a
su mujer?
-No lo se.
-lTiene empeño en sacrificarla?
-El sacrificio es mío.
-Permítame usted un ligero examen y se convence-r&
de lo. contrario. <Que sabe usted hacer?
-{YO?
-Sí, usted sefior don Pedro. Nada de susto. Serene-se
usted y conteste.
-Señora {qué desea usted que le responda?
-Va usted a ver. <Sabe usted bailar?
-Muy poco.
-Ya; usted bailará dando saltitos. . . Eso es triste, de-plorable.
Pasemos ahora a otro capítulo. {Hace usted ver-sos?
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-Los robo cuando los necesito.
-El robo no tiene mbrito en Españfi. CCanta usted?
-Cuando me pinchan.
-Dar& usted el si bemol.
-Si usted se empefia.
-Al menos tocará usted el piano.
-Con los codos.
--¿Y c61no divierte usted R las damas?
-Dire a usted... con la,s que 51 usted se parecen me
declaro insuficiente. Con aquellas que tienen Lln placer en
cultivar su razón, ilustrar su entendimiento y no se OCU-pan
de vidas ajenas, con esas estoy en situacibn. CA cuál
pertenece mi mujer?
-{Y usted me lo pregunta, caballero? {Que mujer que
en algo se estima deja de ocuparse exclusivamente de
modas, bailes y paseos? ¿Ni qué persana que ambiciona
figurar en las filas de la aristocracia anda ahora a caza
de filosofías? iPretende usted que sen literata o libre-cul-tista?
-Yo nada pretendo.
--{De modo que sería usted feliz si pudiera romper
ese compromiso?
-IFeliz! Busque usted otra palabra mhs expresiva.
-Pues sepa usted que ella desea lo mismo,
-¿Viene usted como embajadora?
-Vengo competentemente autorizada.
-Pero ¿qu6 se va a remediar? <No estamos ya casa-dos?
-iOhf SU poder estuvo más cuerdo que usted; no lle-g6
a tiempo.
El ingeniero dio un salto en la silla y se puso en pie.
-CSer& cierto, señora?
-Es usted libre,
-iLibre! ilibre! Gracias, señora, gracias.
--Modérese usted. EstB usted faltando a las buenas
formas.
-Perdón... las circunstancias...
-Voy a concluir -añadid la joven, poniendose tam-bien
en pie-. El enlace no existe, pero existe el conlpro-miso.
--Estando ambos de acuerdo.. ,
24
-Si; pero mi amiga exige que haya un pretexto plau-sible.
-Que ella elija -se apresuro a contestar don Pedro.
-Vea usted el que ella propone. Su madre acaba de
perder toda SU fortuna; rehuse usted una mujer sin dote,
-Eso nunca.
-De modo...
-Que no me acomoda, Más fácil es que me dé ella
unas buenas calabazas.
-Pues yo creía que el amor era simplemente sumar
y restar... y que, faltando el dinero, sobraba el cariño.
- iseñora!
-<Conque no?
-No.
-Pues, entonces.. .
-Mire usted, si yo pudiera verla...
-La vera usted, si lo desea, solo que ella impone
una condición.
-Aceptada.
-Que ha de hablar a usted con el velo echado.
-¿Tan fea es?
-¿Y a usted que le importa?
-Cierto.
-Voy en su busca. Ella misma vendrá a terminar
este enojoso asunto. Hasta luego.
Y desaparecib por la misma puerta despues de una
ceremoniosa reverencia.
Cinco minutos clespues, clon Pedro, que no se había
movido del sitio en que lo dejo la agresiva viudita, vio
entrar una mujer, vestida sencillamente de negro, con un
espeso velo echado sobre el rostro, la cual, dando algu-nos
pasos, se detuvo, poseída al parecer de invencible
turbación.
El ingeniero, suponiendo que aquella joven sería su
antigua futura, le ofreció en silencio una silla, y ambos
se sentaron.
-Disimule usted -dijo al fin don Pedro-, si le mo-lesto
aún. Ser& breve.
-Estoy a sus ordenes -contesto ella con voz tan dé-bil,
que apenas si traspasaba el tupido cendal.
-No; yo a las suyas -se apresur6 a replicar el inge-
25
niero, comenzando a intrigarle la timidez de Ia taw
da.
-Acepto desde luego todo ka que Usled disponga- re-puso
ella con marcada lentitud.
-NO; al contrario, ordene usted.
-No me atrevo.
-Su amiguita pretendía que yo renunciase a SU m-no,
suponiendo que esta usted arruina&t.
-Así me lo aconsejõ.
--<El1 a?
-No la culpe usted... jme quiere tanto\
-+Si? Pues sus razones tendrk
--iLas ignora usted?
-Si usted quisiera decírmelas.,.
--Si usted promete un absoluto silencio...
-Cuente usted con mi discreción.
Hubo un momento de silencio. La tapada parecía va-cilar;
pero al fin decidióse y hab16 de esta manera;
-Mi amiga estb enamorada de usted.
-<De mí...? Sexiorita, usted se burla.
-Créalo usted.
-Eso no es posible.
-<Le parece a usted?
--Si usted supiera cbmo me ha tratado...
-Ya le tratara a usted mejor, cuando haya logrado
romper nuestro compromiso.
-Las palabras de usted me autorizan a suponer que
tal vez hubikramos llegado a entendernos.
-Ya no es tiempo.
-(Y por que?
-Porque usted no me ama.
-¿Y cómo amarla a usted con las pícaras cosas que
de usted me han contado?
-Y que usted ha creido.
-Yo no tenía el honor de conocer a usted.
-Per0 me conocía su padre. {Podía usted suponer que
iba a aventurar la felicidad de su hijo, uniéndolo a una
miserable coqueta?
-Sus palabras me llenan de regocijo.
-NO vaya usted ahora a creer.,.
--Nada creo; pero tengo el derecho de asegurar que
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hemos sido víctimas de una intriga, que no calificare.
Aún puede remediarse todo si usted consiente.
-{YO?
-Vamos, señorita. De nuestra mutua franqueza va a
depender nuestra felicidad.
-?Qué intenta usted?
-(Que intento? Cumplir el voto de mi padre. Unir
mi suerte a la de usted. 43lla, me dijo, es noble de in-teligencia
y noble de corazdn. A su lado sentirás doblar-se
tu felicidad, porque SU alma es el reflejo de todas las
virtudes».
-Me avergtienza usted.
-Atrévase usted a romper con esa falsa amiga.
-cY si al verme usted el rostro se arrepiente?
-Vano temor.
-No me atrevo.
-En nombre de mi padre.
-iQue dira mi amiga?
-Que se ahorque.
-Bien, consiento. Preparese usted a ver a su futura
esposa; pero jUreme usted que si no le agrado me lo ha
de decir con lealtad.
-Lo juro.
+Por su honor?
-Por mi honor.
-Va usted a VW.
Y lentamente la joven fue levantando el rupido velo
hasta que, echado n la espalda, dejd ver el mismo lindí-simo
semblante de la doncella y la viudita, pero fundién-dose
ambos tipos, el serio y el alegre, en un todo admi-rablemente
armdnico.
Don Pedro dio un grito y retrocedió asombrado.
-Bien lo decía yo... se espanta usted.
-(Quién es usted, señora? -exclamó desesperado el
ingeniero.
---(No me reconoce usted?
-Mire usted que voy a perder el juicio.
-Tranquilícese usted... soy tres en una.
-(De modo?
-Primero fui la curiosa aldeana que quiso conocer
sin disfraz su car%lcter; luego la senora del gran mundo,
27
que intentb aquilatar su conciencia; y por último Ia timi-da
doncella que no ha qUerid0 dar SU mano sin que an-tes
le ofrezcan espontáneamente el corazon.
-Señorita, me declaro el hombre mas estúpido...
-No tanto.
-iDe modo que es usted mi esposa?
-(yo.,,? Cpues no sabe usted que aun SOY ViLldtl?
-Eso es cuento.
---En efecto, cuento es; pero hay otro ObStdCLllO que
impide nuestro enlace.
--Me da usted miedo.
-Ya no soy soltera.
-{Que no es usted...?
-Soltera. Perdone usted si le molesto con mis pala-bras.
-Eso no puede ser.
-iCaballero!
-Usted me autoriza a pensarlo.
-Permítame usted que me retire.
-Espere usted un momento, señora.. % Yo estoy loco.
&uando se cas6 usted?
-HabrA solo quince días,
-&Mnde?
-En la vecina iglesia.
-eCon quien?
-Con usted.
-;Conmigo?
-Con usted.
-Ah... bruto de mí... jel poder-l
-Ya ve usted que soy casada, y no se puede, según
usted asegura, romper ese nudo.
Don Pedro cayó de rodillas y se apoderó de una mano,
que ella no pensd en retirar.
-iBendita, bendita seas!
-<Que hace usted?
-Adorar de rodillas mi hermosa trinidad.
---De rodillas, no; en pie. Y así, estrechamente unidos,
con kw manos enlazadas, fuertes con nuestro mutuo amor,
reWTeremOS felices el sendero de la vida,
-Pero ¿volvera usted a cambiar de forma?
-Sí.
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-(Otra vez?
-Se& la tiltima.
--{II en que va usted a convertirse? CEn ptijaro, en
flor, en hgel...?
-No... en amante y sumisa esposa, con sus ribetes
de literata y libre-cultista. {Me acepta usted así?
Don Pedro la miró extasiado, se levantó lentamente
del suelo, fundiõ, por decirlo así, su mirada en la mirada
de la joven, cuyas mejillas se encendieron, y...
Cayó el teldn.
AGUSTfN MILLARES TORRES
Nota bibliográfica.
El cuento Tres en una se publicó por primera vez en la Rc-vista
dr Canarias (Santa Cruz de Tenerife), 1, núms. 16, 17 y 18,
23 de julio y 8 y 23 de agosto de 1879. Se volvió a publicar en el
folletín del peri6dico El LZhral (Las Palmas de Eran Canaria), 22-29
de noviembre dc 1890.
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