EL, VIAJE
A Haas-Dieter Clause?z
NO se decide aún la poblacidn a desentumecer los
miembros de SU actividad. Tampoco acaba de romper el
día. Llueve menudo. (Aqui, cerca del litoral la garujilla
del alba suele prolongarse en otoño hasta el despertar de
la ciudad). IC6mo hierve la calle al frotar fugaces su pa-vimento
mojado las ruedas del solitario automóvil! Es un
hervir sonoro y fresco, como el de la resaca de una ola
entre el acantilado.
En la acera escucha, desde hace rato, un viajero el es-porádico
deslizarse de los neumczticos sobre el asfalto hú-medo.
De cuando en cuando, sin abandonar el ligero ba-lanceo
de su brazo colgante, vuelve curioso los ojos a de-recha
e izquierda, como si esperara una señal, o una per-sona,
o un milagro. Empuña una cartera de documentos.
Poco llena, a juzgar por su aspecto. Con la otra mano
cierra el cuello sin botón de IR vieja gabardina que le CLI-bre.
A veces levanta su cara al cielo. No aclara el oscu-ro
gris; parece, por el contrario, cerrarse 1.~8s y más sobre
las siluetas de las azoteas a medida que transcurren los
minutos.
El viajero mira de nuevo el sinfín de la calle.
Distingue ahora tenuemente, muy a lo lejos, las lu-cecillas
de otro auto que se acerca. Ya percibe la fluida
sonoridad de su marcha. Es como una ese muy suave
que crece, crece, hasta pasar convertida en continuo
chasquido despidiendo viento fresco.
-ITaxi, taxi..1
Et auto ha parado unos metros mas allá.
El viajero respira hondo.
se Acerca, ni deprisa ni despacio, a 1~ ventanilla del
conductor, Sin decir palabra le mira bien a la cara con
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ojos penetrantes y una sonrisa de satisfaccibn. Luego ha-ce
ademán de abrir la puerta para tomar asiento en la
parte posterior del coche.
-Voy a Pinosanto.
--íUn momenïol
EL conductor le ha detenido con el gesto. EI viajero
aguarda sorprendido. El taxista reflexiona un instante.
Al viajero le impacienta SLI silencio.
-Pero bueno, ¿qué pasa?
El taxista detiene sus ojos en los zapatos del viajero.
Luego le mira a la cara gruesa, sudorosa. No es sudor,
es agua de llovizna.
-Que es un viaje muy largo. Hoy, ademAs, tenemos
barco, y ya sabe: hay que atender al turismo.
-jHombre, quC gracia! iDe modo que usted no quie-re
llevarme?
-No es que no quiera. Orro día sería diferente; pero
precisamente hoy.., Ademds, con este tiempo.
-Oh, no le preocupe el tiempo. En el campo no Ilue-ve.
Si lo prefiere le abonaré el viaje por adelantado.
-Comprenda usted: no es el dinero, es la obligación...
-iPor eso mismo!
Sin esperar mSs sube el viajero a! coche con en&-gi-co
ademAn. El taxista no se opone; ~610 hace un gesto
de fastidio. Arranca su vellículo.
-Vaya por el norte,
LOS campos se clarean R medida que el taxi se aleja
de la ciudad. Los primeros destellos, débiles aún, lamen
con timidez desde el horizonte a las nubes huidizas.
El cuello del rh6fer es recio ~7 moreno (el viajero no
sabe si de sol o de raña). Algunos mechones de pelo ri-zado,
grasiento, se escapan a los lados de la oscura gorra
de plato. Las manos, gruesas, de vellosas raíces, reposan
con seguridad de rutina sobre el volante gris. La derecha
salta de vez en vez a la palanca de cambios y IR mueve
con precisidn automatica.
No hablan.
Un hondo barranco serpentea a la dereclla; al lado
izquierdo, por las asperezas del húmedo risco, trepan con
individual desorden veroles y culantrillos. Los eucaliptos
salen inesperadamente al encuentro del vehículo. Parece
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ojos penetrantes y una sonrisa de satisEacci6n. Luego ha+
ce adenl&n de abrir In puertn para tomas asiento en la
parte posterior del coche.
-Voy a Pinosanto.
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El conductor le ha detenidci con el gesto. Et viajero
aguarda sorprel~dido. El taxista reflexiona Lln instante.
Al viajero le impacienta su silencio.
-Pero bueno, ¿qué pasa?
El taxista detiene sus ojos en los zapatos dei viajero.
Luego le mira a la cara gruesa, SUC~O~OS~. NO es sudor,
es agua de llovizna. I
-Que es un viaje muy largo. Hoy, adem¿is, tenetIlOS
barco, y ya sabe: hay que atender al turismo. s
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ve. Si lo prefiere le abonare el viaje por adelantado. Y
-Comprenda usted: no es el dinero, es la obligación...
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de fastidio. Arranca SLI vehículo.
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Los campos se clarean a medida que el taxi se aleja
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de la ciudad. LOS primero!: destellos, dQbiles aún, lamen
con timídez desde el horizonte a Ins nubes huidizas.
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El cuello del chófer es recio y moreno (el viajero no
sabe si de sol o de raña). Algunos mechones de pelo ri-zado,
grasiento, se escapan a los ladas de la oscura gorra
de plato. Las manos, gruesas, de vellosas raíces, reposan
con seguridad de rutina sobre el volante gris, La derecha
salta de vez en vez a la palanca de cambios y In mueve
con precisión automática.
No hablan.
Un hondo barranco serpentea a la derecha; al lado
iVluiercl0, por las asperezas del húmedo risco, trepan con
individual desorden veroles y culantrillos. ~0s eucaliptos
salen inesperadamente al encuentro del vehículo. parece
las primeras palabras que los dos hombres se cruzan. Se
encoge de hombros. Al penetrar se siente envuelto en una
humedad caliente. Tambien le detiene cierto tufo IlUeVo,
desconocido. Al fondo elige un lugar. Piensa en CUClillaS.
A 10 mejor se enfada el viajero si no se da prisa. Desde
su oscLLro rincon cree adivinar el murmullo de la conver-sación.
Por momentos le parece que no hablan; ~610 es-cucha
la sordera del silencio y el suave impulso de una
brisa repentina que desentraña el follaje de los arboles
cercanos.
uEn realidad no tengo muchas ganas; pero que sepa
que yo también tengo derecho a esto, sí sefíor. Porque,
bien pensado, quien tiene que decidir soy yo, y no el. NO
sé ni cómo me dejé comprometer para este viaje. CA que
me dio por darle disculpas, que si barco, que si turismo,
que si el tiempo? Tenía que haberme negado radicalmen-te,
para que viera que si vengo es porque me da la gana.
cY el cabo municipal? El cabo es un imbecil. A quien se
le ocurre: que uno tiene que estar al servicio del público...
ivaya usted a freir espárragos, señor mío] Eso es. Pero
claro, (quien se atreve a decir que no, ni a buscar razo-nes?
De todas formas, aunque uno tenga que aguantarse,. . »
Le gusta el olor del suelo cuajado de estiercol.
<(Aquí, por lo menos, se respira la naturaleza pura, y
no los vapores de gasolina o el hedor de la grasa y el
aire podrido de la ciudad... Mmmmm.., IAhhhh..! Es
triste que ni siquiera le den a uno las gracias cuando
cumpIe con las reglas del trafico, que sólo sirven para
entorpecer más la circulacián.»
EL sol fresco de la LnafIana campesina resquebraja sus
pupilas al abandonar la oscuridad. Los dos hombres con-versan
aún all& enfrente, de espaldas. Se dirige al taxi
sin Ilamarles la atención. El pastor Se rasca la coronilla
y habla gesticulando con la cachorra en la otra mano. Al
POCO se sacude de hombros el viajero:
--¿Y a mí qué me cuenta? Yo de eso no entiendo y
ni me va ni me viene.
Se ha quitado la gabardina y la lleva doblada sobre
el brazo izquierdo. EmpuHa más fuerte la cartera. El ca-brero
suspira y guarda silencio, Al cabo exclama despa-cio,
casi para sí:
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--<Qué le vamos R hacer? Paciencia: quien con vene-no
se cría, el veneno le da la via.
El viajero percibe un halito extraño en el recodo mas
íntimo de su conciencia. Prefiere ignorar por que. Trata
de dominar el silencio bebiéndose con los ojos el paisaje
inmenso.
-iiEh, oiga!!
Se sobresalta al oir la voz inesperada.
-<Es que me va a hacer perder usted toda la mafiana?
El couducLur, sentado ya al volante, le escudriña el
alma con ei ceño fruncido.
No contesta el viajero.
Se acerca sin prisa.
Nada dice al entrar en el auto. Solo protesta, pueril-mente,
con un portazo sordo.
Ronca el motor al reanudar su esfuerzo.
Dura es la cuesta... Mas curvas...
Veintidds minutos.
-{Ve aquel escoberzo retorcido? Pues allí, a mano iz-quierda,
entra la pista de Pinosanto.
-Usted manda. Y si la pista no esta asfaltada ya sa-be
que le cobro cualquier desperfecto que sufra el coche.
El piso es firme al principio, pero su irregularidad de
nivel obliga al conductor a reducir la marcha.
-<Falta mucho?
-CNO ve allí la higuera? Mas ac hay otro cruce. No
tiene sino que echar por la izquierda. Pero mejor es que
entre rcculanclo, porque allk abajo no tiene donde dar lc?
vueIta.
-Yo me sé lo que me hago.
El taxi entra de frente.
-Usted sabr-8 lo que hace.
Por el lomo del cerro arisco desciende la improvisada
pista de tierra. Sus límites se esfuman entre los pedrus-cos.
Apenas se reconoce ya camino alguno. El coche va
por donde único puede.
-Aquí es. Pare.
El conductor frena con cuidado. A ambos lados Ha-man
los cauces resecos desde lo hondo.
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-¡ES esto Pinosanto? Aquí no hay ni pino ni alma
viviente.. .
El viajero toma su cartera y SU gabardina. Se apea.
-Yo voy a lo mío y usted sabrá lo que hace: ya le
advertí que aquí no se puede dar la vuelta.
-Descuide: chofer soy para mucho mas.
Pone de nuevo el motor en marcha. El viajero se ale-ja
unos pasos y se vuelve a contemplar la maniobra.
Sudan las manos del taxista. Con los ojos clavados
en el vacío manipula los cambios. Parece concentrar en
los pies todo el tacto de su cuerpo. En realidad, cada fi-bra
del automóvil participa de sus sentidos. ;
-iCuidado! Una rueda delantera ha cedido terreno. Varios metros s d
más abajo rebota la carrocería de plano contra el risco õ”
vivo; el crujido es estremecedor. Luego se destroza el auto
arrastrando vertiginosamente escobones y retamas, tro- i
pieza con estruendo en la peña solitaria y se precipita al
fondo entre polvo, piedras y arbustos arrancados de cuajo.
5t
Con aburrida calma se disipa la polvareda. El viajero I
contiene la respiración cuanto puede. Trata de acallar su m
primer sobresalto. Desde arriba observa la lejana masa in- 5
forme de metal y carne humana. El largo silencio que g
se sigue armoniza con la increible quietud de los restos. d
E
<(Al fin y al cabo, el imprudente fue el. Lo que no le z
perdono es la papeleta del regreso: menudo problema. !
d
Quien tendrá que pagar la cuenta del zapatero es mi bol- ;
sillo... Desde luego, mas vale un taxi a mano que cien 5
despeñados. » 0
$8 *
No sabe el tiempo que ha permanecido allí clavado,
inmóvil, mirando esceptico hacia abajo. Echa a andar al
fin su camino. Tan ~610 le acampada su impresionaate so-ledad.
EJ peligroso el andurrial. Ya lo conoce de otras
veces. Salta de piedra en piedra con esa extralla natura-lidad
que procede del nerviosismo.
Una marejada de pensamientos absurdos sigue reven-tando
olas violentas en su cerebro.
((¿Subira más la marea? CLlegara a romper la tempes-tad
amenazadora que todos parecen desear?>>
LOTI-IAR SIEMENS HERNANDEZ
Hamburgo 24-ll-G5
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