(Homenaje a Walt Whitman)
/No! Mi Dios no me,cabe en una métrica;
le queda chica la rima
y el ritmo;
se rebosa de un soneto;
es demasiado grande.
El Onico modo de hablar de Él es este:
Una Cancidn,
un Canto sin medidas, sin límites, como el Universo, como
el Tiempo.
Nosotros los dosificamos, hacemos el espacio de metros
0 de yardas
y el estrecho tiempo de las horas, de los segundos
y de los siglos.
También hemos querido hacer recetas médicas de Dios;
oraciones pequeñitas para nuestra boca pequeñita
y para nuestro intelecto capitidiminuido,
en vez de cantarle del único modo posible:
Con una canci6n imposible
o improbable.
Una Cancidn que sale a borborones del corazbn, como los
chorros de la sangre;
una. canción a la que las palabras se le han quedado de
un número menos.
Pero en la que eso no tiene la menor importancia.
Es una Canción imposible,
improbable,
como imposible, improbable es un Dios hecho pan.
Porque los que somos suyos, los que le cantamos con et
alma,
los que le cantamos con un pico,
0 un bisturí;
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con un codigo,
o con Ias manos llenas de betún o de cal.
Nosotros, no llamamos pan al pan,
ni al vino, vino.
Llamamos al pan: carne, al vino, sangre.
iNol Mi Dios no me cabe en un soneto,
no se le puede retener en un libro ni en una sinfonía.
Es un canto de siglos el que le conviene,
un Canto vivo, de notas de alas
y de plumas, y de escamas,
un canto de pies manchados de barro
y dedos llenos de polvo, y manos llenas de callos;
un Canto de sangre hirviente, cle alma de rodillas;
un Canto cuyo acompafiamiento lo forman los martillos
golpeando con fuerza en el hierro al rojo
y el batir de las alas de un pajaro,
las voces de las telefonistas
y los años y siglos de sermones de padres;
el llanto silencioso
y el estruendo del estallido de una bomba atomica,
todo, unido al ruido que producen, al crecer, las plantas.
No voy a hacer un soneto.
iNo! Mi Dios no cabe en los sonetos,
se rebosa, INecesita un Canto!
Mi Dios no es el Dios de los beatos;
no es un Dios que se esconde en los más lobregos rinco-nes
de las iglesias,
amparado en una barrera de santitos rococd
y de flores de plástico.
Mi Dios esta fuera,
en la calIe, entre gentes que van y vienen sin saber exac-tamente
lo que buscan;
lo encuentro en el sudor de un cargador del muelle
y entre las páginas amarillentas del Aranzadi.
Lo encuentro en la lluvia;
en el resplandor de los faros de un automovil;
y en la brizna de hierba descentrada que asoma la nariz
entre’ dos adoquines;
está en los gritos de mando;
y en 10s ojon cansados de las costureras n domicilio;
en los que no quieren creer en Él,
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en los niños,
en los fuwionarios aburridos,
en las prostitutas;
incluso en los mismos beatos.
Estb en las parejas de enamorados,
en las madres,
o escondido entre las hojas del magnolio gigante
y cn 10s cestos de los vcndedorcs de sardinas.
iNo! Mi Dios no es el Dios de los beatos,
no es el Dios de los cobardes;
es un Dios de pelo en pecho.
Es un Dios tangible en cada pluma,
en cada rodilla dolorida
y en cada beso.
Es un Dios que me exige todo, pero dándoseme todo en
cada momento de mi vida,
Me exige que sea santo;
Pero para ser santo no hace falta ser un santo.
No es el Dios del rincún cobarde de la Iglesia,
sino el que se arranca a mordiscos de cada trozo de al-quitran,
de cada juicio,
de cada sobre vacío de la paga del sAbad anteríor,
de cada saco a transportar
y cada surco,
de cada clase a las tres de la tarde
y también de cada aperitivo,
de cada noche pasada, en vela, al lado de un caddver,
o preparando un examen,
0, simplemente, charlando y tomando unas copas con un
buen amigo.
No quiere temor, ni pesadumbre.
Es el Dios del valiente, del que da cara a la vida con ale-gría,
pero no alegremente,
No necesito buscarlo.
LO tengo aquí, conmigo. Tu tambi6n lo tienes, aunque no
hayas siclo capaz de leer hasta aquí,
aunque tengas la boca llena de una sonrisa despectiva,
superior,
aunque me sigas leyendo con los ojos, con S610 10s Ojos,
aunque tengas miedo,
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aunque de lo m& profundo te llegue una melancolía suave,
sin saber por qué,
0 sabiWdolo;
aunque todavía no leas con el alma lo que con Ia mía en-tera
doy,
porque se me rebosa, se me sale a chorros. Ya no me cabe
tanto.
Me han dicho que esto eS mlXW.
Mira:
No hace falta leer, ni hablar siquiera.
Basta permanecer un momento en silencio.
(Aunque te asuste.)
No estamos acostumbrados al silencio.
En seguida buscamos algo: una mdsica, un libro, una
charla intrascendente.
Cufintas veces hemos usado la muleta del calor, o del frío,
para cojear al lado. de otros cojos.
En vez de caminar solos
por el silencio,
por donde nos damos cuenta de que no estamos solos.
Pero no basta con el silencio que paramos adrede, donde
queremos, cuando encontramos el Muro.
NO hay que desvixse R lo largo del muro de IA impoten-cia,
eso no lleva a ninguna parte.
IHay que saltarlo1
Mi Dios no es el de los muros.
Para Él todos los credos son buenos, con tal que sean a
fondo,
No basta con decir: [No!
Pero, en cambio, sí basta con decir: iSí!
Mi Dios no es el de las barreras infranqueables,
ni el de los barrancos sin fondo.
Es el Dios de los puentes,
LO es tanto, que tendid un puente,
un puente de carne
y de palabra.
Que se humanizó para enseñarnos Él mismo cómo se salta
1 a barrera.
Mi Dios no es un observador neutral.
NO CS un Principio Supremo, inmbvil e inactivo.
INO!, es un Dios que ejerce,
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que corre a darse cuando uno se tumba en la poltrona del
decir: 4Zreo, pero...»
No hace falta buscarlo;
basta con abrir los ojos de golpe
y mirar alrededor con toda el alma.
Basta con descorchar los oídos para que entren en ellos
hasta el fondo los gemidos
y las risas.
Basta con destaparse las narices
y allA, en medio del olor a podredumbre que desprenden
los butacones y los libros aburridos
y los vencimientos de letras,
y la tibieza de una cama prohibicla,
y las colas en los baratillos que no lo son.
En medio de todos esos hedores,
justo en medio,
hay un olor tímido, pequeñito,
un olor de padre,
un grito de amor y de necesidad.
Te das cuenta casi sin querer,
apenas conscientemente.
iY es que Él te quiere, te necesita hasta sudar sangre!
Tiene los brnzos abiertos
y las manos terriblemente vacías de tu carifio.
Está esperando tan ~610 una palabra tuya,
una sonrisa desvestida de cinismo
o de desesperación.
EstB esperando.. . ni una palabra, ni un gesto,
solamente una presencia tuya,
tuya de verdad,
no de lo que aparentas o quieres aparentar,
sino del ti desnudo, con la mente gescalza,
de ese tu que llevas dentro, pero que no te parece ade-cuado
para ensenarlo en público.
S610 eso y...
CARLOS HERNANDEZ DE RESCIJKO
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