ARTE U CIENCIA
No es saber, saber hacer
disct~rsos sutiles vanos;
que et saber consiste sólo
en elegir lo más sano.
SOR JUANA IN& DE LA CRUZ
JOS& GALLEGO DÍAZ *
{Quién era aquel hombre de revuelto pelo entrecano y
de nerviosos gestos que casi a diario veía yo, camino
de la Biblioteca General, llenar de ntímeros y de fórmu-las
el encerado de una de las aulas de la Escuela de Eco-nomía?
Por dicha grande para mí una extraíia circunstancia
me deparó su trato. Poseía nada menos que el manuscrito
original de las Ordenanzas municipales concedidas a la
ciudad de Úbeda, en Andalucía, su pueblo natal, por los
Reyes Catrilicos, y me hacia el honor de averiguar mi
opinión sobre tan valioso cedice. Así conoci a Jose Galle-go
Díaz, e inicie con el una amistad que el transcurso
clel tiempo fue lwcicndo mas estrechn.
Al terminar sus clases, solíamos vernos muchas veces
en la Biblioteca, para cuyo Boletltz preparo en 1963 un
Ensayo sobre una bibliogrtl;fín de In fisica ddsica y mo-deyun.,
estudio modelo, para el que adoptó fundamental-mente
la clasificncidn usacií~ en sus rCc.ensiones por In rc-vista
inglesa Phisics &slî~cts, y en el cual puso habil-mente
a contribución cuantos recursos, directos o indì-rectos,
logro haber R la mano,
<Toda clasiñcacion -escribid entonces a modo de.pr&
lago- supone la introcluccidn de uno 0 más elementos
arbitrarios por parte del recopilador. Por ende, agradece-remos
a nuestros lectores que nos sugieran las modifica-ciones
0 innovaciones que a ellos les parezcan oportunas,
y que procuraríamos tener en cuenta en el futuro, ya que
esta bibliografía en modo alguno tiene car8cter de cerrada,
pues pensamos continuarla en numeros posteriores del
Bobtln, para intentar con ello mantenerla al día,.
* I’alabrn~ pronunciadas en el homenaje a la memoria del gran
matcmfitico español, organizado el 12 de febrero de rg65 por cl Co-legio
de Economistas de Venezuela (Secciona1 Zulia)
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Palabras notables, que hemos reproducido en Su jnte-gridacl,
porque ellas punen de relieve una de las caracte-rísticas
de toda la obra de Gallego Díaz: In de no Ser fOS
suyos trabajos ~XW~~OS, sino perennemente susceptibles
de novedades celosamente aquilatadas, así como de COln-plementos
y rectificaciones,
Siguieron n la mencionada otras colaboraciones, ahora
en forma de reseñas, sobre temas muy diferentes: blstoria
del pensamiento filosãfico en la Antigüedad, aparicidn del
libro, y otras, en todas las cuales son de admirar la agu-deza
del sentido crítico de nuestro amigo y la lucidez de
una mente como la suya, formada en el rigor de. las es-peculaciones
matemáticas.
Lejos de mi intención el formar juicio sobre la contri-bución
de Gallego Díaz al ‘progreso de las difíciles disci-plinas
en las que fue maestro de autoridad reconocida,
El profesor Ferrer acaba de hacerlo a cnbalidad y con la
competencia que le es habitual. 5610 me permitir6 traer a
cuenta las palabras con que Julio Rey Pastor y Antonio
Flores de Lemus, maestro el primero y compañero el se-gundo
de Gallego, prologaron en 1955 la segunda edición
de su Cwso n’e mutenzátzk~ en formn de probl’eînus, que
en el indicado año publicó en Madrid la editorial Dossat.
Recordaba aquel, que el buen exito alcanzado por esta
obra no se había debido al discutible privilegio de haber
podido quien la escribió imponerla a sus discípulos como
23~0 de texto obligatorio, sino a su utilidad, a su orí-ginalickd,
a Ia experiencia clidktica de su autor y a
la circunstancia de haber éste incorporado en su Curso
temas pocas veces tocados en la bibliografía científica es-pañola.
Y Flores de Lemüs, a quien con rara unanimidad
reconocen quienes saben de estas cosas como uno de los
m8s profundos matemkticos de la hora nctual, tras de
poner de manifiesto la originalidad de muchos de los pro-blemas
incluídos en el libro de referencia y la circuns-tancia
de que otros, ya clásicos, aparecieran allí resueltos
con extraordinarias brevedad y elegancia, afiadía: aNingu-no
de estos méritos son extraños, cuando el profesor, co.
mo en el caso de Gallego Díaz, constituye una de Ias
excepciones en el pobre paisaje de nuestro mundo cienti-fico.
Porque Gallego Díaz no es un repetidor, en las cla-
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ses, de una ciencia adquirida, sino que su verdadera
vocación se ha ejercitado y se ejercita constantemente en
problemas científicos que trascienden de la reducida esfe-ra
de la clase. No otra es la causa que da a esta colección
de problemas un sello Lípico que demueska la existencia
de un científico desplazado, siquiera sea por perentorie-dades,
a un campo de actividad de rango menor>.
Significativas palabras que por venir de quienes vie-nen,
nos hacen ver cu&n dura e irreparable sea la pérdida
que con la inesperakt y sUbita muerte del doctor Gallego
Díaz ha experimentado la ciencia de habla española y la
investigación matematica, porque ambas ven desaparecer
una cle sus figuras mas sobresalientes. Y junto al inves-tigador,
coloquemos el divulgador hAbi1 y ameno, pues de
que lu era. WI g-1.;zdo clifícilmente superable dio elocuente
testimonio en las memorables lecciones que dictó en la
Escuela de Periodismo de nuestra Facultad de Humani-dades
sobre los problemas y los progresos de la ciencia
moderna; ni es ello de extrañar en quien como el llorado
profesor poseía como pocos exactitud y amplitud en la in-formacibn
bibliogrbfica, documentación riquisima, juicio
sereno e imparcial, que sólo se tornaba agresivo y basta
implacable ante el espectaculo de la mediocridad que mal
logra encubrirse con los oropeles de la vana retórica, y
estilo vivo, sobrio y verdaderamente adecuado a la natu-raleza
de sus disqujsiciones. Buen servido se harja con la
recopilacibn de SLIS trabajos dispersos, pues ella vendria
a ser como la voz misma de su autor, dispuesto siempre
a comunicar con el primer llegado los tesoros de su
saber.
Muchos de quienes me escuchan saben que no hay
exageración ni intentos panegíricos en mis palabras; saben
que todo el que se acercó a Gallego Díaz en demanda de
un consejo, de una orientacián, de un dato, eneontrd en
él lo que debe de haber en quien aspire con pleno derecho
de decorarse con el título de maestro.
Cuando tantos que han echado sobre SLIS hombros, sin
que nadie les hiciera fuerza, la enorme responsabilidad
del profesorado, viven sin inquietudes, nuestro amigo no
se reposaha ni veía saciada SLI curiosidad de saber y de
ensanchar su capacidad de admiracibn, de las que ha cle-
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jada huellas perdurables, no ~610 en el campo estricta-mente
científico, sino en los muy variados de la filosofía,
la poesía, 10s problemas sociales, la crítka lk2ria Y ar-tística,
etc.
Preparaba, que sepamos, la segunda parte de su Mn-nual
de Matemáticas, editado no hace mucho por la Uni-versidad
del Zulia; no abandonaba SU prOyeCt0 de COnti-nuar
la bibliografía de la física, a que antes aludíamos, Y
en un futuro próximo escribid al frente de esta monogra-fíít
<csi la fortuna no nos es adversa, procurnrcmos ampljar
este ensayo con otros del mismo tipo consagrados a la
Matematica, a la Estadística, a la Química, a In Genetica,
ala Economía y a la Agronomía. En todos ellos --concluia-intentamos
incluir Ia mayor cantidad posible de obras y
trabajos publicados en Anzkica. Latina o bien de autores
en ella nacidos,.
«Si la fortuna no nos es adversa,, escribió el. ]Lo que
nos dicen estas palabras! Porque la fortuna, esquiva diosa,
que a ciegas otorga sus favores a los mortales, no quiso
mostrarsele propicia. Cuando en la madurez de su talento
y de su experiencia teníamos derecho a esperar de estos
dones lo mejor, Di aliter zroluewnt: los dioses, el destino
o la Providencia lo teman dispuesto de modo muy distinto
del que parecía natural y lógico.
Porque era el ardiente llama que derramaba en torno
su calor; resplandor vivo que ponía un toque luminoso en
derredor suyo; espíritu no llamado a apagarse de pronto,
sino grndualmcntc, Con el correr de los años y tras de
haber dado de sí los frutos todos de su preclara inteligen-cia.
Di alikr volamtnt: Pero aún así no nos resignamos
ni cesamos de preguntarnos angustiosamente la razon de
que hayan podido ocurrir las cosas de tan extrano y tra-gico
modo.
Porque cuando acontece desaparecer una persona en
Ia mwedad 0 en el pleno goce de su vigor intelectual, es
contradiciendolo y repugnándolo la naturaleza. Gatdn el
mayor, en el celebrado dialogo ciceroniano De Za veje<s,
comparaba la muerte de un joven con la llama que se e~-
tingue vertiéndole encima mucha agua, y la de un ancia-no
con el fuego que de por sí se consume y apaga sin
ser obligado de ninguna extrana fuerza; que asi como 10s
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frutos -dice- cuando están verdes, hay que arrancarlos
de la rama, y se caen ellos mismos maduros y en sazdn,
así también es una violencia lo que priva de la vida a la
gente joven todavía, mientras que la muerte de las perso-nas
‘de edad acontece a su tiempo>.
Mas perdonad que no quiera seguir molestando vues-tra
benévola atencidn con mis palabras, pobre trihuto al
amigo que nos ha sido arrebatado, c(contracliciBndolo y re-pugnandolo
la naturaleza», ni sufrir yo mismo por más
tiempo la tortura de una emocidn difícilmente reprimible.
Creo que al eminente profesor que fue Jose Gallego
Díaz podría aplicArsele, con una ligera enmienda, la de-finición
que del orador perfecto nos dej6 Quintiliano: vir
I>OMUS, docendi peritm: hombre bueno y perito en el arte
de ensenar. Y eso fue él: un hombre bueno, presto siem-pre
a prodigar los tesoros de la santa amistad, el bien
m8s inestable que Dios ha puesto en los corazones huma-nos,
y un hombre wbio, creador de ciencia y capaz de
transmitirla a los demfis desde la cAtedra y en el libro.
AGUSTÍN MILLARES CARLO.
Maracaibo, Venezuela.
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