POESIA
Conquistaré el azul ávido de plumaje.
MIGUEL HERNANDEZ
FAJAROS
PAJAROS duros, amarillos, lívidos,
toscos pájaros negros,
abren extensas alas
escupiéndonos fuego.
Pájaros de la muerte, cada día
violentan claros sueños;
y est8n arriba, abajo,
junto a nosotros, dentro.
Pájaros duros, amarillos, lívidos,
toscos @jaros negros,
van devorando todo
sin saber que están muertos.
Y persisten semanas, meses, aAos,
como si fueran duefios
de tu alma y de la mía
sobre el vasto desierto.
LA MADRE
ESTA tranquila noche
veo su rostro de bronce:
esta tranquila noche.
Ya en la puerta me dijo:
<(Regresare muy pronto>;
y añadid otras palabras
que ahora no recuerdo.
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(Lágrimas yo tenía,
y 61 tristeza en los ojos.)
Mi hijo había nacido
en los campos del Sur,
flexible como espiga,
brillante como luz.
Arboles abatía
y amaba las estrellas;
incansable cazaba,
incansable reía.
Aquella noche estaba
triste en su traje nuevo,
como liebre en el cepo,
como sol en espejo.
Ya en la puerta me dijo:
<Regresaré muy pronto»;
y afíadi6 otras palabras
que ahora sí recuerdo.
*Regresare muy pronto.
Madre: el mundo será
libre para los negros.»
¿Cbmo no ha vuelto ya?
¿A quién él canta y cuenta,
y con quién danza y sueña
en las selvas del cielo,
esta
tranquila
noche?
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ASEPSIA
Mucha asepsia,
perfectísima asepsia.
Enormes hospitales
y limpias ambulancias
Cómodas oficinas,
fábricas reguladas.
Y el amor, al alcance de la mano;
pero siempre con orden.
Por aquí, loS vehículos potentes;
por alli, los nutridos transeitntes.
Y la temperatura, gobernada;
y el cielo, cualquier día.
Mucha asepsia,
perfectísima asepsia
No hay tremendos problemas económicos,
ni problemas sexuales.
Todo se arregla, todo,
con máxima limpieza.
Y si el alma se ensucia
-cosa frecuente: es cierto-,
llevadla sin temor
al buen psicoanalista.
Todo fkcil, conciso,
Se acabb el. sufrimiento.
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Sí, ezy f:uZend.s.
Por aquí, los vehículos potentes;
por allí, los nutridos transeúntes,
Los blancos, por aquí;
y’ por allí, los negros.
Que remedio:
perfectísima asepsia.
EL CANTO
SENTADO en un ~45,
mientras escucho a doctos;
en el metro viajando,
apretado entre prisas;
caminando por calles populosas.
solo entre compañías;
soñando con mis libros
en un cuarto de hotel:
constante y vanamente
busco un alma que cante.
Pero si pongo oído
en un tronco de árbol;
en el asfalto yerto,
en la tierra del campo;
en una esquina fría,
en los abiertos patios de un colegio;
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en el pecho desnudo
de un mendigo cualquiera;
o quizh de un poeta
al parecer tranquilo:
puedo entonces sentir la voz de España
cantando
nuevamente.
VENTURA DORESTE
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