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Se bu abierto un abanico de milapos
en la marzo umulora del olvido.
ANTONIO MACHADO
LA TASCA
El letrero luminoso blanco y rojo, ahora rojo. La letra
be sin CleStaCar de noche cuando está encendido. Desde ]a
boca del callejún se puede leer *ar Domingo merendero%.
Por detrás está ciego el rdtulo. Los que vengan de{ bn-rranco
sólo pueden ver el interior de la caja de madera
con las dos bombillas, una cubierta de celofán rojo; la
otra, también de pequeño voltaje, es la que consigue los
efectos blancos.
Los chiquillos del barrio rompieron una de las caras
del letrero a pedradas. Y ahora las letras sobre el cristal
esmerilado las tienen que leer, los que sepan, al revés,
como los titulares de los periddicos antes de que las r-otati-vas
traduzcan el lenguaje de los cajistas.
-Aquí tienen buen vino.
-Cuando Domingo no lo mestura con el peninsular.
-Ayer fue San Andres. Hnbra vino nuevo.
-Es aguapié, no ha fermentado entodavía.
«ar Domingo merendero». La be sigue sin encender,
ahora rojo. La puerta desdobla su rectángulo sobre el em-pedrado
del callejbn, hasta que los hombres fueron atrave-s&
ndola, uno a uno, hasta tres. Tres cuadros se dibujaron
en los adoquines; tres motivos de siluetns negras fugaces,
una cabeza chica, otra grande y la última que quedo inmo-vil
como una foto-fija. Dijo: <(Aquí estamos, Domingo. A
ver si nos pones el vino nuevo».
Cuando traspasaron la puerta, el callejbn quedó desier-to.
El letrero, ahora blanco, c(ar Domingo merendero». Y
sobre los adoquines, el único rectkigulo luminoso de la ca-lle,
como la pantalla de los cines despues de la palabra FIN.
Se sentaron. La mesa amarillenta por la acción de la
lejía, una pata coja, El reservado era pequeño, cuatro pa-redes
blancas recien enjalbegadas, una puerta, partida en
cuatro por una cruz invertida. Y sobre sus cabezas, el
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retrete redondo de las moscas, con cadena eléctrica y tasa
de cristal. La bombilla se pendulaba como un incensariü
de iglesia cada vez que Domingo entraba con el vino y el
condumio.
-No tiene color el vino, Domingo.
--Me lo trajeron ayer de Tacoronte. Es nuevo.
--CNO 10 has mesturado?
-No.
T.OS tres con los codos sobre la mesa. Tres manos,
tres tenedores para pinchar los trozos de queso bkinco de
Ias Montañas. Una procesión de hormigas se enroscaba en
en la pata coja de la mesa. El hombre de la boina escu-pió.
Las piernas de los otros se cubrieron en retirada,
hacia los travesaños de las sillas de tijera. Cuatro pier-nas
dobladas en cruz, con los talones trincando la made-ra,
como hacen los equilibristas en el circo al dar las pi-ruetas
eu el trapecio. El escupitajo salpicó el cemento.
-Échale trigo, tú.
El de la boina dobl6 el paquete de virginios en cuatro,
después de meter cuidadosamente los cigarros en el bol-sillo
alto de la zamarra. La palabra FUENTES quedo jus-to
debajo dc la pata coja. La mesa quedõ apuntalada.
-Ese no viene.
-Ese se raja, te cogib miedo en el muelle.
-Llama a Domingo y pide otro medio.
Y el de la boina pinch6 el último trozo de queso,
Cuando bebía colocaba sus labios hacia adentro, forman-do
un ombligo con la boca.
-Ahí al lado estuvo antes la casa de Pm-ita. La que
tiene ahora el bar en el muelle. Lo puso con lo que ganó
ahí, cuando tenía la casa de fulanas mas tirada cle Santa
Cruz. La cosa salía a tres duros.
Comenzaron a fumar. El de la boina cogía el virginio
con toda la mano. Cuatro dedos con las yemas arriba y
el pulgar haciendo de pinza, la uAa grande, con un filo
negro de suciedad. Las moscas comenzaron a bordonear.
Dejaron la bombilla cuando el humo de los cigarros fue
ascendiendo hasta envolverlas como las nubes a los avio-nes.
-Ese no viene, tú.
-Aguanta un poco. 5s temprano eutodavíû.
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La fila de hormigas iba de regreso por ta pata de la
mesa. Las de cabeza, que bajaban, y las de cola que su-bían,
dibujaron una horquilla fina y alargada en la made-xa,
quer8Pidamente se quebró cuando el de la boina. hizo
retroceder su silla hasta la pared y dej6 otra vez coja la
mesa, al levantarse.
-¿Qué?
-Voy al bbter.
Atravesó la puerta de chapa sin pintar. Al salir estu-vo
a punto de tirarle la bandeja a Domingo, que entraba
en el reservado de la izquierda. Una botella de tinto y
dos copas de menta sobre el latdn pintado de flores rojas.
Aquel reservado era igual a los demás, ~610 que la puer-ta
estaba cubierta por nnas tiras plásticas de colores. La
cabeza de Domingo rompió la combinación: cuatro maca-rrones
verdes, cuatro negros, cuatro amarillos, cuatro
blancos, cuatro azules. El de la boina, con la mano en la
bragueta, vio dos parejas en torno a la mesa. La mujer
del vestido rosa tenía las piernas cruzadas, y él pudo
verle hasta la liga de Ias medias.
Los macarrones plásticos dejaron de moverse y sella-ron
la entrada: cuatro verdes, cuatro negros, cuatro ama-rillos,
cuatro blancos, cuatro azules.
Al salir del retrete, el de la boina notd más gente en
la tasca. Uno de sus amigos había dejado el reservaào y
estaba jugando en una maquina tragaperras. Debajo del
cartel con el Fuero del t.ral-mjo, en el fulbolín del rincdn,
el joven de los pantalones vaqueros exclam6 con voz afe-minada:
(<iOtro gol, DemetrioI)>. El de la boina dibuj6 con
sus comisuras un gesto de asco.
La bola de acero de la máquina pasó por el cuartel,
encendió una luz roja, se trabó por un momento en el
pozo, fue golpeada hacia arriba por la metralleta. Y otra
vez al cuartel, qued6 prisionera en la aduana, luz verde,
bajó, nuevo golpe de flippers, seco, como un latigazo.
--IOtro gol, Demetrio!
-Ese no viene, te cogió miedo.
-Peor pa él.
Entraron dos mujeres en la tasca y fUeron a colocar-se
detr&.s de la barra. La bola de acero se coló entre 10s
fZipper.s. <Acaban de escuchar ustedes las diez de la
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noche por el reloj del palacio de Telecomunicaciones de
Madrid>). El de la boina puso dos pesetas en la ranura
de la m&qnina tragaperras. «Información nacional». La
bola sumó cien puntos en el cua.rtel. IClinc!
-1Otro gol, Demetrio!
-Esos tipos me dan asco.
-Tengo veinticuatro aríos.
Una de las mujeres mostraba su carnet de identidad.
El de la boina impulso una nueva bola con el disparador.
Uno de 10s policías miro el carnet y luego se lo devolvió
a su propietaria, El otro, mas alto, quedó a la espera en
el callejdn, acusando el uniforme gris los reflejos blan-cos
del letrero luminoso. La otra mujer de la barra mira-ba
de reojo. c<En IA Plaza de las Ventas, con buena en-trada,
se lidiaron seis toros de Guardiola Hermanos para
El Viti, Paco Camino y El Cordobés...> La bola de ace-ro
salió de la aduana y quedó sujeta en el cuartel. El
fli$pers la impulsd con fuerza hacia el camping.
--lDale, Demetrio, dale1
El presidente concedid la oreja ante las insistentes
protestas del respetable. IClinc! Ese no viene. La bola
encendiú luz roja. Ya tengo quinientos puntos. El Cordo-bés
fue la locura. Otro gol, Demetrio. Cuatro verdes, cua-tro
negros, flipper, clinc, ese no viene, el tiempo proba-ble,
marejadilk, ta-tarí-ta-tarí, FUENTES, hormigas, el
próximo diario hablado sera a las, clinc, otro gol, cuatro
blancos, cuatro negros, por eso pido yo siempre una bo-tella
de wh’sky pa que no me den gato por liebre, clinc,
la bola en la ckrcel, dale Demetrio, ese no viene, va-monos..
.
«ar Domingo merendero», ahora rojo.
ELFIDIO ALONSO
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