EL NACIMIENTO
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PIovieronse las cortinillas blancas del lecho, las sábanas
se agitaron, deslizdse la manta roja, primero lentamente,
despues con rapidez hasta dar en el suelo, y n In indecisa
luz de la lampara asomó entre los blancos paños el rostro
moreno de la chiquilla, en el cual ponían dos huecos de
sombra los hermosos ojos dilatados por la curiosidad.
Algo pasaba en la casa. Era sin duda la realización
del misterio de aquel nacimiento prometido y del cual sólo
tenía la idea confusa de un nirio Jesús rodeado de finísie
mas telas blancas, cercado de luces, aclarado por la mul-titud
de las gentes que caía de rodillas en torno de una
cuna de papel dorado.
Y ella despertaba en el momento preciso.
Porque aún era la noche, y a pesar de ello oíase ru-mor
confuso como de pies que se deslizan cuidadosos, vo-ces
ahogadas y algo extrafias que a sus oídos llegaban como
acento de llantos comprimidos, pero que debían ser otra
cosa. 2Quien llora cuando nace el niño Dios?
Y era hermosísimo cuadro el de aquella carita more-na,
mas morena por asomar entre blnnqufsimas cwlibas,
mirando con ojos grandes y dilatados, inclinada la cabeza,
teniendo el oído y los labios entreabiertos por una sonrisa
encantadora y picaresca de hembra curiosa, de Eva mor-diendo
a boca llena en la fruta prohibida.
El misterio iba sin duda a realizarse a sus ojos.
Allá, frente a la cama, descubría el risquete de papelón
en que la madre había trabajado tantos días, poniendo man-chas
de rojo caoba sobre amarillenta siena y negro de hu-mo,
de todo lo cual resultaba un abigarrado conjunto sin
color definido, verdadero volcán en pleno Nazaret ~011
praderas inverosímiles por frondosas de verde trigo y cas-
cadas brillantes e inmdviles de papel verde y molinos de
aupas gigantestas manoteando en el monte, todo visto a
la indecisa luz de la lamparilla, por ojos de los cuales
aún no se apartaba el abultamiento fantástico de los
sueños.
Alla arriba divisó, muy lejos, viniendo del Oriente,
que debe ser algo más retirado que Melilla, los tres ma-gos,
aquellas tres figuras que tanta admiración le causa
ban, aquellos tres reyes que llegaban a adorar a un pobre
nifio y a obsequiarle con juguetes, montados en monstruos
que participaban del caballo y del camello y de la ser-piente
y hasta de la morcilla.
Y abajo, en el centro, el hueco oscuro, aún vacio,
donde, al decir de su padre, habían de llegar en tal noche
la santa Virgen y san José llevando de reata la vaca
y la mula, doncle al sonar las doces campanadas -y
aquí empezaba lo inexplicable- había de nacer el niño,
entre la zambra atronadora de zambombas, panderetas,
cnJlaíILlelas, cantos de pAjaros, vocerío dc pastores, rcpi-que
de campanas y raudales de luz.
No serían las doce cuando aún el hueco permanecía
oscuro y vacío; casi inspiraba terror la profundidad som-bría
de la cueva.
iY que lastima que el hermano aquel Agustinito, que
apenas se arrastraba a gatas por los suelos, estuviese en-fermo!
No podría gozar de aquel sublime espectáculo, ten-dría
que esperar a otro año.
ipobrecillo! (Donde estaría?
Lo habían separado de ella porque la enfermefbii SP
pegaba.. . algo en la garganta... una cosa fea que llamaban
el crup... {Estaría mejor?
Y allá en las galerías continuaba el mismo murmullo
de voces ahogadas, de pies deslizándose suavemente, algo
extraño, impropio de la hora que sin duda preparaba el
momento aquel misterioso del nacimiento.
iEra necesario saber-1
II
Echó afuera una piernecilla, luego la otra, deslizó sua-
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vemente y puso los pequeños pies en el suelo. Y envuelta
en la larga y blanca camisa, siempre con los Ojos muy
abiertos y sonriendo, pasõ 8 la alcoba de sus padres.
Allí había también muchas sombras., . las aumentaban
las altas colgaduras del lecho y IoS cortinajes de las ven-tanas
pesados y sombríos; pero a travks de los cristales
de la puerta que conducía al salón entraba la rkfaga de
luz ancha y temblorosa que se partía en el espejo.
iAllí esraba el naclmienLo,.. por nllí 1legaI-w el misrerlol
iEra necesario ver!
Y empin8ndose en los pies diminutos quedó extática ante
el espectáculo que vislumbraba, con los ojos muy dilata-dos,
la boca abierta en éxtasis de admiración, la naricilla
aplastada sobre el cristal
Allá en el centro del salón estaba un trono blanco de en-cajes,
y sobre el trono algo así como una cuna, aunque no
era una cuna de las que ella vio hasta entonces, blanca tam-bien,
blanquísima, adornada con brillantes galones de oro
y plata, rodeada dc fIorcs blancas, tambiCn blanquisimas,
y luego luces, muchas luces, la inundación de una aurora
colosal, como si el cielo se abriese separAndose las nubes
y quitando velos a las estrellas, y alrededor, de hinojos,
como los pastores, muchas personas, y otras en grupos, de
pie y junto al balcón.
Y era lo extraño que ella las reconocía... Allí estaban
su abuelos y sus tíos... y allí sentada con los ojos fijos
en la cuna, su madre... y junto al trono, encorvado como
sefial de respeto o adoración, su padre...
Y más extraño aún era que dentro de la cuna había
un niño. . . apenas se veía la cabeza y las manos cruzadas
sobre el pecho; pero aquella cabeza pklida, reposada, re-velando
una tranquilidad y un rsosiego como ella nunca
vio, era la cle su hermano, la de Agustinito, a quien ella
creía enfermo, luchando con la porquería de las cataplas-mas
y los jarabes.
CAquello era el nacimiento?
E involuntariamente, sin darse cuenta de lo que hacía,
empujó la puerta, y con sus pies descalzos, su blanca ca-misa,
los ojos picarescos, la boca llena de risa, SFL encnn-trc5
en medio del salbn, gritando en el silencio lleno de
tristeza:
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-[Ya he visto el nacimiento! iQué bonito!
Y mientras el padre corría a ella y tomAndola en bra-zos
huy6 hasta la alcoba, y la madre que le seguía cayó
sobre el risquete de papeldn precipitando a los magos y
haciendo rodar las inmóviles cascadas de hojas de lata, y
todo el salón comentaba el suceso, y el niño muerto per-manecía
indiferente, sumido en la paz del sueño eterno,
la abuela, con su inagotable fe, murmuraba:
---iEl nacimiento!.. iQuien sabel
LUIS Y AGUSTÍN MILLARES CUBAS
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