ARTE Y CIENCIA
No es saber, saber hacer
Aiscnrsos wtiles *an09;
que el saber consiste sólo
en elegir lo mfs sano.
SOR JUAXA IXÉS DE L.4 CRUZ
LAS BELLAS ARTES EN LAS
ISLAS CA1VARIAS
El desnrrollo que dquiercn las Uellas Artes en un
pueblo, es siempre signo indudí~blc de progreso y cuítivo
inwlertunl.
Su estudio revela cn cl individuo perfeccionamiento de
fXlLlCiKi0[1, aptitud fisiológi;ít para sentir y bienestar rela-tivo
en cunnto se refiere 3 Iris nccesid:d2s im~tcrides de
la cxistencin.
‘Todo eso lo encontramos, con relnción ;I cstns islas,
reunido cn Lns Pnlmns, In primera en importnncin del ar-chipi~
hgo canario, des&2 su funclnciún en 1433.
Y en efecto, trnshdada Ia C;~te¿lr;ll de In Diócesis desde
Rubicdn n Las Pnlmns, fue esta ciudad el centro del mo-vimiento
religioso, omnipotente en itCJLlclln centuria y en
hs siguientes, como generador del estado político y cco-nómico
dc la madre prin y de sus vastas colonias.
A su sombr:l se instal:ìron los Tribunnlcs dc Cruzada
y Bulas, cl Provisorato, el Santo Oficio y Ia Admioistrn-ción
de Espolios, que, cual tupirla red, envolrían entonces
la propiedad ten itorinl de la nacih.
Postcriormentc, cn 1.526, se creõ la Audirncin Territorial
0 Real fkucrdo con residencial tnmbiCn cn 1-x Pa!mas, que
constituyó desde luego otro ccníro poderoso dc xtividad
en todos los :lsuntos civiles, ndministrntiYos y criminales
que caían bajo su extensa jurisdicción.
Cuando, nxk adclnnte, envió cl rey cnpitnncs gcne-des
que tuvicserr el mando superior de esta provincia,
también vinieron Cstos ;I Las l-‘:~lmits, como presidentes
que eran dc 111 Rwt IIucliencia, y ~610 un:L práctica nbu-siva,
0 mejor rlicliu, el deseo clc inmiscuirse cn las CIICS-tioncs
de csprtnción de ni;IlvíM~s ;t Inghtcrrn, que im-provis
colos;des fortunas en Tenerife, hizo que se fijaran
9
en La Laguna, n pesar de las 6rdenes reiternd2s, que cn
diversas ocasiones recibieron del gobierno supremo para
volver n la capital.
*
Todas estas causas produjeron cierto bienestar en Las
Palmas, adonde afluían los caudales de las demAs islas,
dando de este modo alimento a las manifestaciones de las
Bellas Arres, ranto an la esfera escultural, corno en la pic-tórica,
arquitectónica y musical.
Aun cuando la culpable apatía de nuestros mayores
haya envuelto en densas sombras los nombres y obras de
muchos de nuestros mejores artistas, todavía podemos sn-car
de tan injusto olvido algunos de esos nombres, que
serh oportuno y conveniente dar n conocer como merecida
recompensa n su mkrito.
Vamos pues, a consignar n título de recuerdo, algunos
ligeros apuntes biogrtificos referentes a unos pocos de nues-tros
más renombrados artistas canarios, anteriores n los
que nos son contemporrineos, pues de estos no nnc ocupa.
remos por ahora en este articulo.
No recordaremos para ello los cuadros de escuela sevi-llana,
italiana y holnnclcsn que aquí Ilegraron, aunque en
corto número, en los siglos XVI y XVII, a adornar las
capillas y santuarios pUblicos y particulares, empresa es
esa superior a las cortas paginas de que podemos hoy dis-poner,
sólo sí recordnretnos de paso el cun&o que, para
la capilla donde esta su sepulcro, trajo de Italia el insigne
Cairasco, el que adorna el trascoro de nuestra catedral y
el que figura en la sncristia del que fue convento de San
Francisco.
A principios del siglo XVIII la poderosa Compnííín de
Jesús había conseguido instalarse en Las Palmas, y fundar
un colegio que, como todos los suyos, se consagraba prin-cipalmente
a la enseñanzit de la juventud. En este colegio,
pues, se elev un templo de una sola nave, en cuyo cim-borrio
aparece pintada una Gloria, que se debe al pincel
del pintor canario Francisco de la Paz, primera manifes-tación
importante de ese arte entre nosotros por uno de
sus mismos hijos. Ninguna otra noticia ha 1le;ndo de sus
otras obras que sea digna de mencionarse.
Poco después aparece en Las Palmas el primer artista
que merece el nnmhrr dr pintor. Nos referimos :lI cklebre
10
don Juan de Miranda, hijo de .estn poblrxi0n, de cuyos cua-dros
estA llena !n ~“ovincin, figurando alguno dc cllos coll
nplnuso en Sevilla y Mrida y hasta cn las rcpilblicns ame-ricanas.
Este pintor marca en nuestras islas la Qocn en que
dio principio nuestra regeneración artística. Sus obras, que
tienen sin duda cierto aire de grxndezn y originalidad,
llevan yn mnrcndo cl sello de In emnncipaciõn del artista,
sefialnndo aquel período crítico en cada genio, sacudiendo
las trabas de la imitnción servil, procura remontar su vuelo
en alas de In inspiración, para. buscw otro ideal, hijo de
su propia fantasía, cuya propiedad reclama como csclusi-vnmente
suya.
Verdad es que hIirandn no alcanza nunca ese subJime
ideal, pero abre el camino n los que han de sucederle, se-iínlnudo
n los demks, desde el honroso puesto con su ta-lento
conquistado, la direccidn que sigue la senda luminosa
que conduce 3 las alturas del ni-te.
hlirnndn al morir leg6 sus pinceles n su único discí-pulo
don Luis de Ia Cruz y Ríos.
Habin nacido este distinguido isleíío en cl Puerto de In
Ot-ntnvn, y no s:lbfwos ’ c6nin logró :3lcnnz:lr bcnevolen-cin
ante el adusto cnríkter de su maestro. Ello es que en
1511 le vemos de director de la Ac:~demin de Dibujo quz
acababa de inst:llarse en In ciudad de La Laguna, y cuatro
aííos después, habiéndose trnslndntlo n Madrid, Iogró ob-tener
el alto puesto cle profesor sustituto de In Lkadeniia
de San Fernando JI pintor dc c:imnrn del rey.
Es fama que sus retratos, de un pnrecido asombroso,
le valieron una reputaci6n envidiable. Son dignos dc men-cionarse,
entre otros, el retrato clel Pontificc Pío VII, los
de los Reyes Católicos que existen en Tenerife, y varios
cuadros que se encuentran en cnsns particulares y hasta
en el Museo cle Bellas Mtes cle hladricl.
Otro pintor hubo, contempor¿\neo clc Miranda, del cual
s610 liemos conseguido ver un cunclr0 que representa la
Virgen del l%io y lleva la fecha cle 1732, de no escaso
mérito, según los inteligentes: llnmábnse este pintor don
Cristóbal Afonso y crn padre del celebre poeta, crítico,
humanista y literato don Grnciliano Afonso, doctoral de
esta Santa Iglesia. Como dato curioso aííndíremos que este
ll
cunrlro le valió :i su autor la stima de seten& pActas, can-tidad
no dcsprecinble en este país y en aquella epoca, tra-tdndose
de obras de arte.
Pnsnndo ahora n In escultura tenemos dos nombres
ilustres que recordar: el de nuestro paisano don José Lujtin
Pérez y el de clon Fernando Estévez natural de la Orotavn.
LujCLn Pérez es Un talento universal en la esfera de las
bellas artes, para las cuales poseía cualidades especiales y
eminentes.
El dibujo, la pintura, la arquitectura y la escultura le
eran igualmente familiares, pero en este último arte fue
donde principalmente nos dejó impresas las huellas de su
genio.
Recordar las obras de escultura debidas a su laborioso
cincel sería empresa demasiado vasta para nuestro breve
trabajo. Sin embargo, citaremos entre los más notables, cl
crucifijo que adorna la sala capitular de este Escmo. Ca-bilcl?,
modelo acabado de buen gusto e inspiración, del
c~ml dijo un ilustre viajero al contemplarlo, que sólo le fal-taba
el polvo de los siglos para ser la admiración de los
hombres.
Las estatuas colosales que coronan el cimborrio de
nuestro templo principal; la Virgen de IR Soledad que se
venera en la parroquia de San Isidoro- de Sevilla, conocida
con el nombre de la Virgen Canaria; el bajo relieve ta-llado
en mtírmol que se descubre en e! frontis posterior de
nuestrii cimxlritl, una Virgen clc los hlorcs de cele~liitl y
conmovedora expresión, y en fin, cientos y cientos de es-tatuas,
cle santos y santas que llenan las iglesias de todo el
archipielago, y son la admiración de cuantos se detienen
it contemplarlas.
Casi al mismo tiempo florecin en Tenerife el escultor
don Fernando Estevez, autor de muchns obras dignas de
aplauso y que se veneran en aquellas iglesias y conventos,
pero que no tienen ni la gracia, ni la valentía, ni la deli-cadeza
del cincel del artista c:-ìnario.
En arquitectura también hemos sido verdaderamente
afortunados, aunque sólo podamos citar un nombre, pero
nombre que por si solo constituye una inmensn gloria para
estas islas.
Trazada la Catedral en 1495 por Diego Alonso Motau-
12
de, arquitecto sevillano, y cor.tinuacla por otros maestros,
cuyos nombres se consignan en las actas del Cabildo, quedó
incompleta In obra desde 1570 aunque SC abrió al culto la
parte concluida.
En cl último tercio del siglo pasado la Iltmn. Corpo-ración
queriendo dar empleo útil a los caudales que ate-soraba
en sus arcas, se decidió, después de algunas raci-lacimes,
a concluir el hermoso templo trazado por Motaude.
Entonces fue cuando el modesto capitular don Diego
Nicol& Eduardo, presentó a los atónitos ojos de sus com-paneros
los planos que habfa levantado para completar y
concluir el templo.
En su elogio baste decir que la Academia de Nobles
Artes de San Fernando, a donde se enviaron para su apro-bación,
dejó en su poder los originales, remitiendo sólo las
copias.
Este insigne artista tiene además para nosotros la es-pecial
recomendación de haber siclo el primer director de
la Academia de Dibujo de Las Palmas, título que lo hace
doblemente acreedor de muchos aplausos.
La última, en la enumeración que hemos hecho de las
bellas artes, aquella que no traduce sus impresiones con
el lienzo, el barro, la madera ni la piedra, la que es ideal
como la poesía e impalpable como el pensamiento, la mú-sica,
ésa tambikn tuvo entre nosotros inspirados artistas
que se consagraron a su estudio.
La feliz circunstancia de residir en Las Palmas la ca-tedral
de la didcesis y ser la música una de las artes que
más realce dan al culto, fue causa de que se organizara
en esta ciudad una capilla dotada dc maestros, organistas
y cantores que aolínn venh & la pcnínsuln, escogidos en-tre
los mds hábiles.
Desde el Mío 1518 aparece nombrado Juan Ruiz, como
maestro de capilla, al que luego han sucedido otros veinte
y dos profesores, sin interrupción hasta nuestros días. Al-gunos
instrumentos como arpas, oboes, fagotes, trompas y
clarines, y en el siglo pasado, flautas, violines y riolon-celos,
han compuesto la orquesta que en todas nuestras
solemnidades religiosas oyeron nuestros antepasados, y
nosotros hemos también oído, aunque con la brillantez que
le prestan hoy los asombrosos adelantos del arte.
13
Poseemos listas completas de todos los maestros de
capilla, organistas,. instrumentistas y cantores, que desde
1518 han figurado en la capiIla con la dotación en nume-rario
y en especie que cada uno percibía; datos curiocísi-mos
e infkliros pn~a la historia cle la música en nuestras
islas, ‘y que debieran algún día utilizarse si aquí fuéramos
más celosos de nuestras propias glorias..
Sin embargo, entre esos artistas, pocos, muy pocos
eran los que habían nacido en la provincia, sin que nin-guno
de ellos diera muestras de poseer un solo destello del
don divino de la inspiración.
Y es que el Cabildo no había pensado aún en fundar
una escuela o conservatorio donde la ciencia de la com-posición
fuera objeto de la ensefinnza oficial.
Esa gloria estaba reservada, entre otras mil, al insigne
historiador de nuestrns islas, al inmortnl don Jose rlr Virr,?
y Clavijo, quifn en sus ocios, como arcediano de ‘Fuerte-ventura,
concibió el proyecto de fundar el colegio de San
I1hrcia1, plantel de jóvenes músicos para el servicio de In
catedral.
Formados los estatutos fueron éstos aprobados por el
Cabildo en sesión de 27 de octubre de 1783.
El señor Obispo, que lo era entonces. el Iltmo. seííor
don Antonio de la Plaza, aplaudió mucho el pensamiento
y concedi6 pcrpctunmcnte dos becas de oficio en el Semi-nario
Conciliar para los jóvenes que, a elección del Ca-bildo,
lo merecieran y quisieran seguir la carrera ecle-siástica.
Notnbróse de director al mismo sefior Viera y de vice-director,
maestro y mayordomo del colegio al presbítero
don Diego Dominguez, verificándose la apertura en pre-sencia
del Cabildo el 1 de febrero de 17S6.
Entre los aventajados alumnos que tuvo este establc-cimiento
recordamos a don Pedro Gordillo, diputado a
cortes en 1812 por esta isla y defensor de sus privilegios
y prerrogativas, a don Manuel Srínchcz aficionado compo-sitor
de música religioso, a don Gregorio Chil y Morales,
canónigo de esta Santa Iglesia Catedral y aventajado fil&
íego y humanista y al abuelo del que esto escribe don
Cristóbal Millares, organista y compositor de muchas y
notables obras para piano, órgano y orquesta.
No podemos resistir al desco de dnr .‘t conocer unn
nn6cdotn clc In vii13 clc éste último, que prueba In cstcn-si6n
y solidez de los conocimientos que allí recibían los
nlumnos.
Descmyefiaba en 1SOG el cargo cle oqgmistn nmyor y
director de la capilla el apaño1 don Francisco Torrens,
que había llegado de la península desde 1779 y contaba ya
una avanzada edad, de modo que a nndic sorprendió su
repentina muerte xxecida el 2.3 de abril del citado alio
de 1806.
Acercfibase entretanto 13 fcstividnd del Corpus, sin hn-ber
quien reempl:lz:ise ;t Torréns en el &-gano, y el Ca-bildo
no sabia de qué mana-n llenar esta vacante que le
colocaba en el grave compromiso de suprimir cn cada día
del octavario del Corpus la hora de música que correspon-día
nl organista, y n la que nsistíil un ptiblico numeroso
y escogido.
Entonces don Cristóbal MIares, que tenía :I su cargo
el importante papel de primer vioIin de In capilla, se ofrece
n ocupar el puesto clel finado Torréns.
El prcsiclcnte, sorprendido al oir tan inesperado ofre-cimiento,
duda de su hxbilidnd en el manejo de tan difícil
instrumento; pero nI escuchar 13 afirmntiva respucstn del
joven cnnnrio y, In resolución que revelaba su tranquila
mirada, se ileciile al fin it prestar su cunsentimientu, y Ile-gndo
el solemne día, cs fama que, dcj;mdo su yiolin en In
orquesta, subió a In tribuna, donde entonces estaba cl 6r-gano,
en medio de 1ít curiosidad vivamente excitada de los
individuos del Cabildo y del pueblo que llcnnbnn lns bóve-das
del templo.
Se cuenta, y In tradición nsi lo ha confirmado, que el
órgano bajo los dedos del inspirado artista, produjo en
aquel solemne día, melodíns y combinaciones armónicas,
tan nuevns y arrebatadoras, como jamfis se hxbinn oído
en Las Palmas.
Ello es lo cierto que cl 18 de junio de aquel mismo
afro, pasado el octavario del Corpus, se reunió el Cabildo
y le nombro su organista mayor, tcnienclo Ia gloria de ha-ber
sido el primer hijo de 1:~ Cnnnrins que hubiese OCU-pndo
aquel puesto cn el largo transcurso de tres siglos
que contaba la fundacidn de la Catedral.
15
Dõ5 SOS” desphis éii ’ $309~ dlsüelt:i KCKI;iih ‘re:11 de
Lisbon por In entradn de lns tropas frrkxs& cn iìqu;lln
cnpit:ll, cl c6lebr.x compositor y primer violín de cli:\, don
JosfJ I’nlomino, cncontnindosc entonces sin colocnci&~, ad-rnitici.
las proposiciones de este cabildo para el c;xgo de
director de Ia capiIln, emlxwczíndose en Gidiz con su yerno
cl distinguido prOfesor de violoncelo don M:lnuel Kiúñez 3
quién muchos de los que hoy viven h;an conocido.
Al fondear el buque cn la rada de Las Palmas, antes
de llegnr n tierra, los dos ilustres compositores fueron vi-
SitildOS, entre otras personas, por los individuos que com-ponían
In Ciipilla de Músicn.
En esa risita y después de los afectuosos snIuclos pro-pios
de :lquel acto, la primera prcgtmtn de don Jose Pn-lomino
fuc, si entre los presentes se 1Kdlaba dan Cristóbd
Millares, el nuevo organistn de L;ls Pnlmns, y hnbiéndolc
sido presentndo por su sobrino don Pedro PiUomino, sc
:rclelnntó cl ilustre profesor, Ic s;ìlu¿fó en particular y !c
cumplimentó por su relevante mérito, cuyn fímin, dijo,
había llegado h:ìsta Liboa.
(A quC continuw? hli propósito estd cumplido; I;c te-nido
la honra de recordxr algunos olvidados nombres de
pintores, escultores, íìrquitectos y músicos caniîrios, dignos
todos de que los verducieros :trriantes del p:t15, lea cunsa-gen
un afectuoso recuerdo.
‘. Aqui donde tnn difícil es dar valor. artístico n Sus fa-cultades
creadoras, donde no existe estímulo, :iplnuso ni
recompensa parn 12s mrtnifcstaciones intelcctunles, donde
1~1 gloria del lx~ís, que cs In suma dz 1~ @orin de sus hijos,
encuentra tantos obstkulos parn brillr\r, es conveniente y
útil el recuerdo de esos hombres aunque no scrz más que
como protesta de esn indiferencia, y como medio de ennl-tecer
13s bellas artes y rendir culto a los que it ellas con-sngrnron
su existencia.
Quiera el cielo Ilcgue pxrn est2 hermosa isla el din en
que aquellos que dirij;ifl entonces sus destinos, se convcn-zan
de-que no estlí sólo 1:~ felicid:id, el bienest:<r y In gloria
de un pueblo en la ùeificaciGn de sus intereses materiales,
y comprendan que ;tl Iado de In prosperidad comercial,
agrícoln y f:Mil, muy respct:ible sin duda alguna, se le-
KUI~~ ain rmís nccesnrin c iinporrnnrc In glorificncicin de
su pro~rcso i ntelectunl,
Cumdo ese di3 iiunîinc cl horizonte ;~fortun;ldo, cl por-venir
de In Gran Cnnnria ser:\ tan brillmtc corno lo merece
por su historin, por SLI hcmios~ situ:!c*itin (‘11 unn clc Ix
zonas miís privilegindns del globo, y por cl rcconoci;lo ta-
Icnto de SLIS hijos, de los cuales dgunos son estrellns, hoy,
de primera magnitud en las regiones de In politicn y de
In litemm-n contcmporríncns.
AGUSTf.L’ >IILLARES .rORRES