SAINT-SAZNS EN LAS PALMAS
El 21 dc diciembre de 1089 llegaba R Las Palmas
por uno de los vapores correos que hacen el servicio
entre las islas de Gran Canaria y Tenerife, un pasa’
jero de modesta apariencia, de simpktica fisonomía, de
mirada viva y penetrante, de frente alta y despejada y
con el pelo y barba entrecanos.
Alojóse en una fonda, donde con frecuencia se detie-nen
algunas horas los emigrantes italianos que van a bus-car
fortuna a la America del Sur, cual si huyera el incóg-nito
viajero de los ricos hoteles, que en crecido número
se encuentran en LRS Palmss, y en los que se hospedan
las familias inglesas y francesas que quieren disfrutar en
el invierno de la temperatura excepcional con que aquella
ciudad brinda a sus hut%pedes.
En efecto, la capital de la Gran Canaria, centro hoy del
movimiento marítimo del AtlBntico occidental, visitada ca-da
mes por 120 y 130 vapores de gran porte, dotada de
un puerto de refugio inmejorable, con amplios depósitos
de carbdn, víveres y agua en abundancia, y una tempera-tura
que no desciende nunca de 14.” ni sube de 26.‘, es
verdaderamente el paraiso soñado por el Tasso por su
Armida.
Los meses de enero y febrero transcurrieron sin que
el desconocido huésped fuese notado por los habitantes de
Las Palmas.
Cierto es que algunas noches entraba en los salones
del Gabinete Literan%, casino donde concurre lo rnks se-lecto
de la sociedad canaria, y oía tranquilamente las ani-madas
discusiones sobre el merito relativo de una com-pañía
de bpera qne era esperada de la isla de la Madera,
no faltando algún aficionado melomaníaco que se adelan-taba
a recordar los temas mks conocidos del repertorio
italiano.
305
En una de esas noches se obstinó un socio en cantar
la serenata del Fausto, y como la tesitura de la pieza fue-ra
muy elevada para su voz de bajo, el viajero que pasaba
entonces por ser un comisionista franc& o belga, se ofrecid
graciosamente a transportar el acompañamiento, lo que hizo
a primera vista en medio de la estupefacción general.
Llegada la compañia de @era, que era de lo peor
que puede oírse, se le vio asiduamente asistir a los ensa-yos
y al teatro, dando algunos consejos al mncstro clircc
tor y a los cantantes, consejos que estos oían siempre con
perfecta indiferencia, llegando su humorismo hasta el ex-tremo
de ofrecerse a tocar los timbales en la orquesta,
y cantar la parte de Monterone en Rigoktto, pretensiones
AmIbAS que pArCCierOn eXOrbitanree n la empresa y fUerOn
desechadas.
Entretanto, el tenor de la compafiía, a quien se había
aficionado el desconocido, recibiendo de él algunas lcccio-nes
teóricas, deseando lucir su facultad vocal, cantd una
noche en la fonda y, como dijera que sin acompafinmien-to
no le era posible hacerlo bien, se ofrecid su amigo a
acompañarle y le acompafió en efecto, de memoria, una
de las m8s difíciles piezas del Buque Fantasma de Wag-ner.
[Nuevo asombro!
EncerrRhw con frecuencia el viajero en Sn aposento
y allí pasaba las horas tarareando y emborronando papel,
asegurando a sus amigos que estaba dedicado a la poesía.
De pronto llega a Las Palmas la noticia de la desa-paricidn
de Saint-Saëns, de los telegramas remitidos a los
cónsules franceses en Canarias, y del estreno de Sansón
y Dalila en Rouen, y de Ascanîo en la Grande @era de
París.
Fijtise tmtunces la atención en aquel extralio persona-je
que ya no se llamaba comisionista sino medico, y
todos creen descubrir en él al insigne compositor francés.
Principian a rodearlo algunos, a dirigirle otros insidiosas
preguntas, que 4 elude con perfecto aplomo, y en la du-da
nadie se atreve todavía a da~k SU ~lurrlbr-e. bru llega
a Las Palmas el Paris Lh4str8 con e1 retrato del gran
maestro, y la venda cae entonces de todos los ojos. No
hay duda posible, el huksped es Saint-Sa@ns. Él mismo se
reconoce vencido y lo confiesa sin m& rodeos,
IProfunda sensacidn en Las Palmas! Persecuci6n cons-tante
de todos los aficionados. Unos quieren dirigirle la
palabra, otros obtener un apretón de manos, oir su voz,
grabar sus facciones en la memoria.
Saint-Saëns huye, se esconde y quiere sustraerse a tan-tas
muestras de simpatía; pero en vano, todos a porfía
quieren festejarle. El Municipio le organiza una serenata;
la Sociedad Filarmónica le ofrece un concierto donde las
hermosas hijas del país le cantan melodías canarias; el Ca-bildo
eclesiástico le abre las puertas de la Catedral para
que sus dedos pulsen el órgano, y las naves del templo
se ven invadidas por un pueb1.o ansioso de oir al insigne
organista de la Magdalena.
Uno de sus admiradores, que recibe la Revtie Bk%, le
lleva los números donde René de Recy da cuenta de sus
últimas obras, y entonces se entera por la primera vez del
brillante exito de sus dos óperas, y rabia y se desespera
con la supresión de las veinte paginas del Ascnnio.
Entonces se le oye explicar su desaparicidn de París
en estos o parecidos tkrminos: «Durante la Exposición,
decía, deseaba que Asc/r%?;in se estrenare 193 1~ G-nndc
Ópera, pero allí no se daban prisa. Contaban con un pú-blico
numeroso y extranjero, que no necesitaba de nove-dades
para llenar la sala, y aplazaban mi obra a su antojo.
Esto me indignó, y como al mismo tiempo conociera que
mi salud se h;lllaba profundamente quebrantada, resolví
huir de París y refugiarme en uno de esos paises privile-giados
donde el cielo es siempre azul y reina una perpetua
primavera. Llegue a Cádiz en diciembre y, desde allí, sin
revelar a nadie mi secreto, me trasladé a estas islas, entre
las cuales elegí esta de la Gran Canaria para mi residen-cia
habitual, encontrando en ella salud, reposo y bienestar.
Aquí he olvidado la música y sólo me he enamorado de
su hermana la poesia.,
Con frecuencia se le oía disertar sobre los diversos
sistemas musicales que hoy se disputan la direccibn de
las escuelas alemana, italiana y francesa, y afirmaba que
escribiría sobre este asunto dando a conocer el resultado
de sus estudios y meditaciones.
Por último, y cumpliendo la promesa que a si mismo
se había hecho de regresar a Francia con las golondrinas,
307
se embarcd para Cádiz el 13 de abril, dejando en Las
Palmas verdaderos amigos y entusiastas admiradores, que
~610 desean volverlo a ver allí en el próximo invierno, pa-ra
que, bajo aquel cielo espléndido y en medio de aquella
naturaleza tropical, brote de su inspirada pluma un nuevo
florOn de su corona artística.
AGUSTÍN MILLARES TORRES
de
Jha
título de
En El Liberal (Las
junio de 1890, p. 2.
de Gran VII, ndrrl. 684, 6
308