TEATRO
No hay teatro de arte ni arte del teatro;
hay, sencillamente, teatro.
JOSÉ BEKGAMfN
iVIVA CA VIDA!
PERSONAJES
DON SIXTO . . . . 60 años.
PILAR . + . . . 24 aiíos.
SOLEDAD . . . . . 25 aiíos.
MIGUEL , . . . . 30 años.
LA ABUELA . , . . go afíos.
La alcoba de doña Rita. En el’fondo, un gran bnlch
que LlCa a IU plusu $wincz$aZ del pueOlo. A La &xpien$a,
un catre de madera con Zas cortinas cerradas. Efz éZ yace
eZ cadúver de Za vieja doña Rita entre cuatro cirios, dos
n Za cabece?*a y dos n los pies. En w silldn, de espaMns
al espectador, duerme Za abuela, vieja demépita de nzds
de ochenta aîZo.5. Só20 se percibe su haso descarnado, en-vuelto
en el yosario.
Alrededor de ma mesa, elf el centro de Za alcoba, do%
Sixto y su sob;vilna Soledad. Un poco mds Zejos Pilar y
su novio Miguel.
Las tyes de Za mafiana. La velada fúnebre toca a SS
fi@. Los cristales cerrados del bakcdn dibwjan un ,‘zueco de
sontbra. Es Za noche que reina aj24ef+a, sin wt mwzo~, si9a
unu estrella., en el valle cercado de montañas desde cuyas
cunzhees se divisa, nz~y Zejana, la raya rrwul del AtZdntzko.
Don Sixto y Soledad se ocupan en hacer eI inventarz’o
de Zos papeles y aAajns de Za difuda. La wzesa estk cu-bierta
de paquetes, de Zegnjos, de mjitas de madera y ca?‘-
Mn. En los intervalos de silencio se oye el leve chispo-yyoteo
de los cirios y el toque de Za brisa en Zas cri.5taZe.f
del balcdn.
DON Soro,-(Continuando el iwventario.)
. ..Unos pendientes de filigrana con perlas... Un
guardapelo de oro con su cadena del mismo metal,
al parecer... Dos pulseras macizas esmaltadas de ru-bies...
Todas estas prendas antiguas, sin otro valor
que el de la primera materia. Lo que es alhajas mo-dernas,
encontraremos muy pocas... ¿Has tomado
nota, Soledad?
SOLEDAD.-%, SefiOl’.
DON SIxTo.-Pues adelante. Un libro de misa con taPaS de
marfil... Un rosario con cuentas de ébano y cruz de
plata.
SOLEDAD.-E~ que usaba todos los días para rezar en la
iglesia. Pareceme que estoy viendo SUS dedos, aque-llos
dedos tan delgados y tan amarillos, repasando
las cuentas, ante el altar de la Virgen de los Do-lores.
DON SixTo.-Ahora, otra cosa. Despues de 10 sagrado, lo
profano. Unos gemelos de teatro con su bolsita de
terciopelo carmesl.
SOLEDAD.-A ver los gemelos.., &Sabe usted que son pre-ciosos,
tío?
DON SIXTO.-NO interrumpas, sobrina. Tenemos aquí mu-cho
trabajo y quiero que al amanecer quede termi-nado
el inventario.
SOLEDAD.-Pero, @mo? {La tía Rita estuvo alguna vez en
el teatro?
DON SIXTO.-(Y tú, te figuras acaso que mi cufinda Rita
fue siempre tal como la conociste, una vieja amari-lla,
vestida LIC habito del Carmen, metida entre curas
y sacristanes? Estas muchachas se imaginan que la
juventud ss algo que a ellas pertenece exclusiva-mente,
un tesoro que nadie antes que ellas poseyó.
No, hija. La juventud, antes que tuya, fue de otras...
de muchas.. . y cuando tú la pierdas, otras la reco-geran...
Sigamos, sigamos nuestra tarea, A ver, ocú-pate
en ensartar en un hilo todas estas perlas suel-tas,
no vaya a perderse alguna, mientras yo exami-no
lo que contiene este paquete que a0n no esti3
inventariado. iCúmo pesa1 iQu6 habrá dentro de 81;’
(Sin abrirlo, prolongando el placer ifzfanti’z’l de ima-g-
inarse el contenz20.)
SOLEDAD.-ÁbralO usted de una vez, tío,
DON SIXTO.--Te obedezco, sobrina, (Ahe el paquete,) ]Mo-nedas
de orol IOnzas, hijas mías! ll?ilar, y tú, Mi-guel,
acercaos!
h'hGUEL. -iQué hermosas piezas!
DON SIXTO.-De las que ya no se ven. Estas proceden sin
duda de la herencia de Saturnino, el indiano, Ale-graos,
muchachas Habrá dote, dote para las dos.
PILAR.--Para las dos. tEntiendes, Soledad?
DON SIXTO.--Ya’ lo creo que entiende. Para Julian estas
monedas de oro representan mucho mas que el gra-do
de comandante. (Calculnndo Idpidanzente.) jMLls
de treinta mil pesetas! Y las que han de aparecer
atin. Registraremos hasta los últimos rincones. (Con-templando
las monedas.) La onza es el sol ael sis.
tema monetario, el duro no pasa de ser la Iuna.
iAbuela, abuela, ya aparecieron las onzas de su hijo
Saturnino, el indiano1
SOLEDAD.-NO la llame usted, tío. La pobre se ha dormi-do,
rendida de cansancio.
DON SIXTO.--(COH cdusinswo.)
CY la finca de los Laureles? cY esta casa, una de las
mas solidas y mejor construidas del pueblo, como
que fue obra del mismo Saturnino, el indiano? Esta
casa ha sido para nosotros la solucidn de un pro-blema...
La morada del nuevo matrimonio, sin que
nada le falte, ni aún la batería de cocina.
MIGUEL.-(EH voz baja a .w novia.)
Dime, Pilar, jte seduce la idea de vivir en este
viejo caserón?
PILAR.-NO mucho.
h!.rGuEL.-jCu&nto mejor sería para nOSOtrOS una casita
blanca, alegre, prendida allá arriba, entre ramas ver-des,
en lo alto de la cuesta! iEstrenar una casa en
la que nadie antes que nosotros haya vivido, virgen
de todo suspiro, de todo estremecimiento de amor
o de muerte1
PILAR,--Rodeados de muebles que empiecen a vivir con
nosotros, que antes no hayan servido a nadie y no
evoquen a cada instante la imagen del antiguo dueño,
que pasó para nunca más volver.
DON Srxro.-iAl fin!
TODOS.-(COH sol,n?saIto.)
{Qué?
DON SIXTO.-Nada, nada... No pude contenerme. iSilencio!
Respetemos el suefio de la abuela y el otro, más
profundo, de la que duerme allí, detras de las cor-tinas..
. iEra esto, el reloj! iE reloj de orol Al fin
aparecib. Ya me extrafiaba no encontrarlo. Temia YO
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que las criadas. . . iCómo me acuerdo dc esta alhaja!
Se la regalo a vuestra tía, que en paz descanse, un
novio que tuvo allá por el aíío 37, un ingeniero ci-vil
que tocaba muy bien la guitarra... La estreno un
día de Corpus.
SOLEDAD .-(Tomando el reloj.)
Está parado; pero alla, en otro tiempo, icomo pal-pitaría
alegremente, señalando el paso leve y fugiti-vo
de las horas..1
PILAR.- Entonces la tía era una muchacha como nosotras,
Dox SIXTO.-Seguro. Una muchacha como vosotras, blan-ca,
rubia, con tirabuzones. Un tipo de mujer del
norte, interesante. (Exnminnndo el reloj.) Parece
hallarse en buen estado de salud... A ver.. . Palta la
Ilave. <Donde estar-8 la llave? Soledad, mira... allí
en el cajbn de la mesa de noche.
SOLEDAD.-(VUCih'ZdO.)
Tio.. .
DON SrxTo.--{Tienes miedo? Tonta, tonta, tenerle miedo a
los muertos. IPobres muertos! (Se dirige a Za wzesa
de wchs.) iCómo duerme la abuela1 (Vuelve co72 Za
Ilave.) Aquí esta. Démosle nueva vida. (Le da cHel’-
da al reZoj.> Ya le tenemos otra vez saltando y brin-canclo
como un chiquillo, Si con nosotros, los relojes
de carne y hueso, pudiera hacerse otro tanto. ,. Si-gamos,
sigamos nuestro trabajo. Pareceme, Soledad,
que los párpados empiezan a pesarte, Animo, que
la noche pronto se acaba.
(Continda el inveni’ario.)
PILAR.-(. Jf&zd.) Pero, ¿por que no nos habías dado
antes la noticia?
hbGuEL.-NO se. La agonía tan larga y tan triste, de esa
pobre mujer... después la muerte... La verdad es que
la *loti& se me borro enteramente de la memoria y
sólo la recordé hace un momento, cuando tu padre
habló de Julian.
PILAR.-¿Y ser& cierto?
MIGUEL .-NO se hnbIa de otra cosa en el pueblo.
PlLAR,-IQué alegría! (Y cwínclo llegaran?
MIGuEL.--E~ batallón entrará en el pueblo al amanecer,
PILAR.--% SOledad 10 supiera...
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MIGueL.- De modo que JuliBn. .,
PILAR. -De seguro. VendrB con el batalldn.
M1cxrEt.--PM0 ellos deben saberlo.
PILAR.-Sí, lo saben; pero creen que el batallbn no llegará
hasta la semana entrante. Así lo dice Julifin en su
clltima carta. Nos ha engañado. Quiere darnos una
sorpresa.
MIGWL.--Entonces, nada debemos decirles.
PILAR.-NO; guc?rdemos para nosotros la noticia.! la gran
noticia... icuánto tarda en amanecer!
DON Srx-ro.-Toma noca de esto, Soledad. Un guardapelo
de oro... Tres sortijas con brillantes... Una peineta
adornada con perlas... Habrá que hacer un justipre-cio
escrupuloso para que el inventario sea una ver-dad.
Aunque entre vosotras no podr8 haber discu-siones.
Dos herederas, partes iguales.
SOLEDAD.-& acabaron las alhajas?
DON Srxro.-Sí. Y lo siento, porque ahora nos toca el exa-men
de los papeles, tarea m8s que aburrida, sobre
todo a estas horas. R ver, dame ese legajo. (rroljaan-do
Zas @@les.) Escrituras, contralos de arrenda-miento..
. Todos de fecha muy atrasada. Confieso
que me faltan las fuerzas para leer todo esto con
calma. A ver ese otro... recibos de contribución...
cédulas personales... iCu&nta hojarasca..! iQué ma-nia
de guardar papeles viejos e inútiles! (Baste-xando.)
SOLEDAD.- IOh, tío! Si usted supiera...
DON SIXTO.-<Que hay?
SOLEDAD. -iQué cosa tan extrafial IPobre tía!
DON SIXTO.--;Qué lees nhí?
SoLEDAD.-Escuche. (h’yeMd0.) «Mi adorada Rita: iQué
momentos tan deliciosos los del baile de ayer1 Mi
brazo alrededor de tu talle redondo y flexible, tu
corazõn palpitando junto al mío, tu aliento perfu-mado...
»
DON SIXTO.- ILas cartas del ingeniero!
SOLEDAD.-... tu aliento perfumado sobre mi rostro.,
DON Slrro.-Dame ac8, niña... Sí, es el mismo. Aquí eSt8
la firma... Jorge. Se llamaba Jcirge. Pareceme que
le estoy miranclu. Era un hombre delgado, moreno,
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tristdn, con bigote y perilla muy negros y muy
rizados.
PILAR.-El talle redondo y flexible.., el aliento perfumado.,,
iPobre Rita!
DON SrxTo.--Si llegas a los sesenta y pico, como ella, cque
diran tus herederos de las cartas de Miguelito?
PJLAR.-LSLS quemare todas.
so~EDA~.-(.@&? ha contilzrrndo el registro de los papeles.)
IUna flor marchita, casi convertida en polvo!
PILAR,--Parece un clavel.
lhfIGUEL.-ES LI11 cl¿IVel, eI1 efecto.
SOLEDAD.--Vt%nOS lo que dice este papel amarilloso en
que est& envuelto. (Leymzdo.) «Recuerdo dt? una tar-de
de primavera, 12 Abril 1837.))
DON SIXTO.--No hay que olvidar que la juventud cle tu tía
fue la época de esplendor de aquel famoso roman-ticismo.
PILan.---iRecuerdo de una tarde de primaveral
&~rounL.---Este pedazo de hojarasca, amarillo y seco, fue
un clavel rojo y perfumado, la tarde aquella, la tar-de
de primavera. 112 de Abril de 18371
SOLEDAD. -Aquí aparecen otras cartas.. . una declaracibn
amorosa... (Leyendo.) « + , . Mi distinguida sefiorita: des-de
aquel momento inolvidable en que tuve la dicha
de verla...»
DON SIXTO.-iYa! Esa debe ser del marido; de aquel infe-liz
Policarpo, que fue pedestre y ramplón toda SLI
vida.
SOLEDAD.-De modo que el ingeniero. .
DON Srxro.--El ingeniero se marcho a Filipinas, y cuando
volviõ, ya tu tia. estaba casada con Policarpo, con
el vulgarisimo Policarpo.
SOLEDAD.-Otro paquetito, atado con cinta azul.,, aun con-serva
un perfume bastante fuerte.
DON Srx-ro.--Huele a pntch.ouZi... es claro.
SOLEDAD.-SOII del mismo, ,. del ingeniero Jorge. CVe usted
la firma? (CTU Jorge.> (Leycnclo.) «Mi adorada G.ret-chen:
» iLa llamaba Gretchen! «CMe esperarás esta
noche, di? Te lo ruego, te lo exijo. Deja abierto, co-mo
siempre, el balcón de la plaza...»
DON SrxTo.-{COrno es eso? Niíía, trae ack. NO VLK!IV~S c?.
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leer papel alguno, sin que antes yo lo examine.
(Leyendo za Carta.) Sí, sí. NO hay duda.., Ésta es
del año 42... iInfeliz Policarpo..\ Dame todo el pa-quete.
Maíiana haremos una hoguera con todos estos
despojos. (Para si.) iE balcdn de la plaza1 iEs aquel
balcón1 El mismo en que cogid la pulmonía. Entrb
la muerte por donde antes entraba el amor., (Ea uoa
alta.) A ver, Soledad, alcBnzame ese otro leg5ijo...
Dame papel tras papel. . . A ver si es posible esta-blecer
el orden en esta confusidn... ¿Cómo dice el
rdtulo?
SOLEDAD.-« Títulos de propiedad de la finca de los Lau-reles.
»
DON SIXTO. --jOh! Esos documentos tienen mucha impor-tancia.
Ponlos aquí. Los dejaremos para mañana.
Otro paquete... iPor qué me miras así, tan afligida?
(Tienes sueño? Pues yo también.
PILAR.-(A Miguel.)
{Que hora es?
MIcuEL.-Cerca de las cuatro.
I)ILAR .-ICuánto tarda en amanecer!
Mrc+um,.-Dentro de muy poco sonarAn las campanas del
alba.
PILAR.-Y al alba llega el batalldn... y JuliBn.
MIGUEL.-<Sabes lo que se dice? Que al entrar en el pue-blo
la banda tocar8 el himno famoso de ese músico...
no recuerdo el nombre... alemán o francks, de que
tanto se habla.
PILAR.- iAh sí, el himno de Maetzen, VIYA LA VIDA!
lC!u&nto tarda en amanecer!
Dun SIXW. --~CU~~IUJ pn~~lwh~ ! Aquí esth lus ducumen-tos
del famoso pleito sobre la Capellanín de Ortiz.
(Leyendo los witulos.) Alegato de bien probado...
Arbol genealógico... Fallo en primera instancia.. .
(HafiZa cada ves con mds Zentittid. Soledad le aZa?‘ga
~uto~+a&¿xzmente los papeles. An~bos lmhnn con el
stieño.)
PILAR.-(A M'igstel.)
(Oyes?
MIGUEL.-¿QLI~?
PILAR.-Mc parece oir al16 abajo, lejos, mUg lejos, cfimo
3J1
si del horizonte viniese, una vibración diminuta,
difundida en el silencio de la noche.,. Coyes..? CO-mo
eI temblor de una moneda sobre una bandeja de
plata.. , iEl toque de las cornetas!
M~G~~~.-(~Y&StCLP~dO ot’do.)
No, no es el toque de las cornetas; es una palpita-ci6n
ligerísima... ecos de la noche que se acaba, re-bullicio
de la vida que comienza... tal vez el tic-taC
del molino de la Virgen o la campanilla de una
oveja perdida en el monte bajo.
PILAR.-Ahora nada se siente.
MIGUEL.- Tu padre se ha dormido.
PILAR.-SOledad tambien.
MIGUEL.-E~~&II rendidos de cansancio. (sbkFZCio.)
PILAR.---DUerKIe tú, Si quieres.
MIGUEL.-No, no puedo dormir. ]Si supieras cuánto he su-frido
esta noche1 IEsa pobre mujer! [Cdmo hemos
profanado la intimidad de su vida, registrando con
curiosidad indiferente y burlona los secretos de su
alma, las cartas del hombre amado, las flores que
besaron sus labios, los recuerdos luminosos nfanosa-mente
contemplados en horas de soleclad y de me-lancolía!
PILAR.-]Y ella y él fueron jóvenes como nosotros, fuertes,
animosos, como viajeros que al comenzar la jornada
nada saben de las asperezas del camino, cle las cues-tas
fatigosas, de las quemaduras del sol!
MrwEL.--Alguien quiz¿k, cuando nosotros muramos, en-trnrfi
también como cluel’lo en el hogar en que ar-dieron
nuestros amores y arrojar& las cenizas por
1:~ ventan%
PILAR.-Y se rcpartirlin todo lo nuestro, los muebles, las
ropas que aún guardardn el calor y la huella de
nuestros cuerpos.
MIGUEL.-LOS clos estamos tristes. Es la noche que nos
rodea, la muerte que allí yace, el suefio inmenso de
la tierra hundida en las tinieblas. Al salir el sol
volverá a nosotros la alegria y el ansia de vivir.
PILAR.-jC‘U&ItO tarda en amanecer!
MIGUEL.-iQué silencio1 Sólo se oye el chisporroteo ligero
de los cirios.
342
PILAR.-Y la llamada de la brisa en los cristales del
balcdn.
MIouEL.-Duerme, querida.
PILAR .-No puedo dormir. Tengo miedo... miedo a la no-che,
a la muerte que encontraremos fatalmente en
nuestro camino, cerca... o lejos,.. no se sabe donde.
(Largo silencio.)
PILAR.-@yes? Sí. iEl alba! rEs el alba!
(Las campanadas lentas y suaves del alba Ilegan
una tras otra, penetran por el hueco deil óalcdn y
se alejan poco a poco, hasta morir en CLf?o ndo del
valle.)
MIGUEL.-La luz se acerca. Si pudiéramos volar hasta la
cumbre de la montaña, veríamos la mancha roja de
la aurora en el horizonte del mar.
PrLAR.-Abramos el balcdn. <Quieres? Ven conmigo, que
sea para nosotros la primera sonrisa del sol.
(Abren el balcdn y se detienen enlasados en eZ um-bral;
el viento de Za noche desparrama Za lua de
Zos cirios.)
MIGUEL.-Aún es de noche.
PILAR.- Sí, pero allá... ilo ves? En el pedacito de
cielo que se extiende por encima de la montaña, la
sombra se clarea... apenas... apenas... una gota de
luz en un lago de tinieblas.
MIGUEL.-ES kl. El sol. Aún está lejos. En la costa es el
alba; aquí, en el valle, es aun la noche.
PILAR.-JAhOra sí1 No, no me engafío. Coyes? Pero, Icuán
leve, cuan distante aún..1 Como el estremecimiento
de las alas de un insecto de metal.
MrcuEL.-Nada oigo.
PILAR.--La brisa lo trae y lo lleva. Ahora se aleja, se
pierde, se deshace como una ola... pero volverá.
(Silencio.) Ya vuelve. La brisa lo trae. COyes? iLas
cornetas, son las cornetas! Ya llegan. Ya estAn cer-ca.
ISoledad
MIGUEL.-Espera. Aún puedes engaiTarte. Dkjala dormir.
(Suena In &tha campanada del alba.)
PILAR.--La claridad aumenta. (La ves dilatarse poco a
poco, abrirse en el cielo como un abanico de oro?
MrGuRL.-Detras de la montaña el sol sube, poco a poco,
343
majestuosamente. Cuando asome por allí, por el
borde de la cumbre, todo el valle quedar8 inundado
de oro.
PILAR.-por allí han de llegar. Ya se distingue Casi toda
la cuesta de los laureles. Aquella mancha blanca
que poco a poco se acentúa entre la negrura de los
grboles, es el molino de la Virgen.
MIGTJEL,-~ mas abajo, en el cauce del barranco, la ropa
blanca, tendida a secar, parece una bandada de aves
enormes.
PILAR. --<Oyes ahora? /Cómo se destacan las notas, vivas,
precipitadas, alegres!
MIGuEL.-Sí, son ellos. ZVes aquel grupo de mujeres a la
entrada de la cuesta? ;Ves la atención, Ia curiosidad
con que miran?
PILAR.-jE1 primer soldado1 ¿Ves los pantalones rojos có-mo
asoman y se ocultan entre las ramas? (Suwza,
yn prdxinao, el toque de Zas coyPzetas.) Van a llegar.
iY Soledad que no despierta! iSoledad isoledad!
IDespierta 1
SOLEDAD.-ipara quk me llamas? Aún es de noche,
PILAR.-jE1 batallónl El batallón se acerca.
SoLEnan.-(Con 2494g rito de nlegrla.)
iJuli8n viene!
PILAR.-%, Julián. IVen con nosotros! jAl balcdn! (Pene-ha
en Za alcoba, cada we8 más prdximo, el resofzay
de Zas cornetas. La claridad awnenta. En el hueco
hwhoso del balcdn se destacan Zas tres fi’ums G?C
Soledad, Pilar y Miguel.)
MIGUEL.-LOS primeros soldados salen del bosque a la ca-rretera.
Van a entrar en el pueblo.
SOLEDAD.-Ya se oye el ruido acompasado de la marcha.
PILAR.-{Y Julián? <Lo ves?
SOLEDAD.-Aún n0.
MIcm%-jCon que arrogancia desfilan1 El toque de las
cornetas llena todo el valle, las sombras retroceden,
la tierra se estremece de alegria y de entusiasmo.
(Cesa de improviso el toque de Zas cornetas, se
oye el rumor de los pasos, el mu~~uZ20 de Zas vo-ces,
e2 buZZicz’o de Za muchedumbre que precede y
acompa~~a a los soldados.)
PILAR.-Ya no tocan las cornetas.
SOLEDAD.-LOS soldados se detienen . . pareceme haber
oído una voz de mando,
hhxmL.-La orden de formar.
(Suena un agudo toque de cornetas,)
PJLAR.-LEL entrada en el pueblo.
MìGuEL.-Marchan a compás y las bayonetas centellean,
ondulando como espigas de plata al soplo del viento.
(Las tres figuras, destacdndose ent?rgicamente so-bre
el fondo cada ve8 mds luminoso del paisaje,
miran afanosamente hacia Za hquierda, hacia Za en-trada
de Za calìe por donde Ilega el batalìdn.)
PILAR.- iSilencio ¿Lo veis? Van a tocar. iEs el himno, el
himno triunfal, el canto a la vidal
(A Zo lejos, rasgawdo el siZenci0 del cr~pu’scul~,
suenan las prhaeras notus del Izinzno a~iiz~a la
vida!» Es un preludio Zdnguido, perezoso, soñador,
cortado a Pechos por clzispa8os r@Mos, centellean-tes,
como el grito jubiloso de Za alondra que sube
hasta los cielos, saludando el din, en Za hora del
amanecer.. . Después wa meladla que osciZa, tiembla
y se arrastra rltmicamente, como el ontiular de un
lago... La cndencia se aceZera, se acentúa, dibuja%
do el contoru¿o de tina frase magnifica, orgullosa,
triunfal que lentamente se despoja del ornamento
melddzco que Za envuelve, para imponerse con irre-sistihle
soberbia.)
SOLEDAD.-(hHd0 24% grito, tendiendo los brazos hacia
afuera.)
]Es él! IYa le veo1 iJulián! IPadre! (Precipitdndose
en Za alcoba,) iPadre Despierta. iEs éll iJulián vie-nel
IJulián está aquí!
DON SIXTO.--¿Qu~ dices? IJuliCtnl iMi hijo!
SOLEDAD.-~S~, es él! iLevántate, ven con nosotros! (Le!
awuszhz ñncin eZ bnkdn.) <No oyes el himno? @s
el canto soberbio, magnífico, triunfal, el himno a la
fuerza, a la alegría, a la luz! iViva la vidal
(EZ batalldn entrn en Za #asa. La frase orgullo-sa,
soberbia, trhn ful, estalda debajo del balcdn.
Granaes aclamaciones f!le?Fa. 2% este monze&o, Za
abuela despierta y se aZ8a trabajosanzeni!e de2 siU&,
deslundwada por la roja Ilama de la awora, atzw-dida
por Za explosidn irresistible de Za nzdsicn. De-
Mmse vncilunte, tencliendo lo.5 brwos ora al lecho,
ora al óalcón incendiado por Za 2~s de Za nzañana,
da algunos pasos, indecisa, y al fin se precipita
hacia el balcán.
EL sol traspasa Za czrmbre de Za montaña. Un
mar de 0~0 se preci$ita en Za alcoba. Entre dos cua-tro
cirios, cuya IZanza se dobla y oscila al 274a0 so-pZo
del viento, Za muerta se queda sola.)
LUIS Y AGUSTÍN MILLARES CUBAS.
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