ARTE Y CIENCIA
No es saber, saber hacer
discursos sutiles vanos;
que el saber consiste sólo
en elegir to más sano.
SOR JUANA 1NáS DE LA CRUZ
AGUS5!‘iN JIILLARES TORRES,
IIUMAflISTA E HISTORIADOR
La reciente lectura de la obra de Agustín Millares To-rres
BjogY6zffas cle Cannrios C#et>res (1) nos 11s sorpren-dido
y entusiasmado por el valor excepcional de su Intro-duccidn.
Ésta, en forma de bosquejo histórico, tiene un
interés fundamental para todos aquellos que deseamos acer-carnos,
compenetrarnos y conocer con exactitud los peri.
samientos’ del autor.
Y es la actualidad de sus juicios, y la verdad y visidn
que encierran sus comentarios, lo que nos entusiasma, lle-vandonos
a meditar y admirar la trascendencia de su ri-gurosa
y fecunda labor, entre otras, como historiador.
Si hiciéramos un recuento de todos los sucesos acae-cidos
desde que naciõ Millares Torres hasta nuestros días,
el número de afios acumulados nos abrumaría, haciéndo-nos
su figura muy lejana. Pero si ese mismo análisis lo
hacemos en forma cualitativa, la sensacidn es de sorpren-dente
e inmediata continuidad, dado que aún, nosotros,
aguardamos IR resolución y el desenlace de problemas y
situaciones desde entonces planteados.
Conocemos de su personalidad, tanto en el aspecto ín-timo
como en el social, las características de ternura y
bondad, de optimismo y seriedad, y, sobre todo,, la com-prensibn
y amplitud de sentimientos de Millares Torres;
pero es solo a través de sus cartas, escritos, notas y re-cuerdos,
y, fundamentalmente, a traves de su extensa obra,
(1) Biografias de Canarios COeBres, por Agustín Millares.
Segunda edición.
Tomo 1. Imprenta de Francisco Martín González. Las Palmas de
Gran Canaria. I .878.
Tomo II. Imprenta de Francisco Martíti González. Las Palmas de
Gran Canaria. I 370.
277
como de verdad hemos podido valorizar plenamente Su
recia y cada día mds admirada figura.
~0 primero que de él resalta es que no era un hombre
contemplativo y acomodaticio. El estudio, la acción y el
trabajo, eran su tbnica. En su pensamiento todo era crea-cidn,
transformación y perfeccionamiento. Sin duda él pudo
elegir el camino egoísta, fkil y aislado, dedicarse ex-clusivamente
a su numerosa familia. Pero su firme formn-ción
hizo que los nobles sentimientos de solidaridad hu-mana
y la necesidad de actuar socialmente fueran consus-tanciales
para su conciencia.
Necesidad de su vida fue siempre servir a los demás,
luchar por los demás. Era imperativo en 61 el sentido de
la justicia, la redención de los que nada tenían, de los que
siempre han vivido con temor e inseguridad. Y así, pur
medio de esa cooperacibn constante en tan loable esfuerzo,
por medio de esa efectiva actuación en pro de la emanci-paciún
material y moral de la humanidad, 61 encontr0 la
razón y significado de su existencia. Para Millares Torres,
vivir al margen del dolor del hombre era ser cdmplice de
la barbarie y de la parte rnfis reaccionaria de la sociedad.
Su pensamiento no iba a In zaga de la vida ni de los
hechos históricos. Prnfonrln analizador busc constante-mente
la verdad; y su verdad la asentó sobre principios
sólidamente humanos y científicos. Es bien conocida su
preocupación constante sobre conceptos tales como: Uni-verso,
Sociedad, Hombre y Cultura; y no hay duda que
siendo un profundo conocedor de los clásicos griegos,
captd de ellos la concepción de Ix unidad material del
mundo, en contraposicidn de las concepciones dualistas
que, por enajenäción, idealizando así el concepto de la
vida, atribuían a una potencia ajena la obra del hombre.
Los descubrimientos científicos y las nuevas teorías de
finales del siglo XVIII y principios del XIX llegaron a el;
y tambien a traves de Millares Torres y de otros canarios
ihStreS, estas corrientes de nuevas y esperanzadoras ideas
fueron conocidas y difundidas en el Archipiélago Canario.
Su espíritu crítico y analítico se alimentó de verdades
científicas y de hip6tesis llenas de verdades relativas, pero
de aproximacidn creciente, encauz&ndolo por el camino
278
justo y diáfano que recorrió en su fecunda y noble vida,
tras de la soñada verdad absoluta.
A la luz de los nuevos pensamientos, la larga y ver-gonzosa
noche iba quedando atrás. Ya era claro que el
cielo, las estrellas y los planetas tenían una muy larga
historia. Los mares, continentes, desiertos y montañas con-taban
con un pasado de millones de anos. La materia te-nía,
por tanto, su historia evolutiva; y así, las grandes
-hipotesis transformistas tiraron por tierra los monstruosos
e inwresados templos de lo inamovible.
Sociedades, pensamientos y naturaleza evolucionaban,
se transformaban y clesarrollaban; nada quedaba fijo, lo
que indudablemente indujo a los cerebros lúcidos, a las
mentes serenas e investigadoras, a desechar las bases inaI-terables
de la escolastica medieval que aún normaban el
criterio de la clase social dominante.
Teología y Ciencia, con renovados bríos, cruzaron
nuevamente sus armas. Y Millares Torres, con valentía,
altruismo y grandiosidad de sentimientos, se convirtio en
un colaborador, en un forjador m&s de la civilizacicin y el
progreso. Su elevada moral no fue pues producto de una
ley o mandato superior, sino expresion de su conciencia,
y de acuerdo con ella se lanzo a la tarea de hacer luz en
la historia de su tierra natal, de las olvidadas y desafor-tunadas
Islas Canarias.
Ello era una necesidad, puesto que del correcto o in-correcto
enfoque que se le diera al estudio del desarrollo
social, político y economice de las islas así debería de-pender,
en el futuro, la orientación del buen gobierno o
desgobierno de nuestro pueblo v, por encle, su progreso
0 estancamiento.
Teniendo en cuenta la epoca de sus trabajos históricos
y la rigurosa comprobación mediante documentos, el en-foque
racional de sus analisis nos impresiona. Como reflejo
fiel de, sus conclusiones y opiniones, y muestra de su vi-sión,
copiamos a continuación algunos parrafos d.e dicha
Introducción, que son sus propias palabras, claras, lim-pias;
como si el, personalmente, nos estuviera hablando y
narrando:
«Los primeros resplandores del Renacimiento ilu-minaban
ya, en aquel siglo, las alturas de la inteli-
279
gencia, cual precursora alborada de la Edad Moder-na.
Todo parecía anunciar una nueva evolucion en
las esferas del progreso y una dircccidn mas firme
y decidida hacia las fuentes verdaderas del COnOCi-miento,
vislumbrándose, en medio del caos donde
había ido sucesivamente 8 fundirse la anarquía gu-bernamental,
representada por el feudalismo, Y Iu
anarquía religiosa, encarnada en los hcrcsiat-cas,
una tendencia manifiesta a la absorcidn de todos 10s
poderes, que había de traernos forzosamente, andan-do
el tiempo, el absolutismo de las monarquías en
el orden político, y In infalibilidad del Papado en el
orden moral. n
«Esta tendencia hacia, la unidad, indispensable
para el desenvolvimiento del progreso, en cada una
de sus etapas históricas, y que vemos surgir siem-pre,
despues de las grandes cat8strofes sociales, era
entonces tarrto más necesaria, cuanto mas contribuia
con su energica atracci6n, a amalgamar y soldar
entre sí elementos dispersos y heterogeneos, prepa-rando
de este modo el advenimiento de las demo-cracias
y el imperio de la ciencia-n
«Los síntomas precursores de este movimiento de
concentración aparecían, pues, en aquel siglo mara-villoso,
que iba a legar a la humanidad, los nom-bres
eternamente celebres de Gutenberg y Colbn.~
*En efecto, para inaugurar dignamente 1~ Edad
Moderna, preciso era que viniese primero al mundo
un hombre, que, atreviendose a romper, con la au-dacia
del genio, los diques que detenían el pensw-miento,
inventara los medios de derramarlo a to-rrentes,
como rocío de salud, hacia todos los puntos
del horizonte. >
upreciso era, así mismo, que, para completar obra
tan portentosa, y hacerla debidamente fructrfjcar,
videst: luego otro genio y con segura mano, borrase
las fronteras del mundo conocido, y ofreciera a las
atónitas miradas de sus contemporáneos, nuevas ra-zas,
nuevos dialectos y nuevas floras, que con su
insólita aparición, suministraran a las subsiguientes
generacioues arl;umentos bastante poderosos para
250
quebrantar decrepitos sistemas, y echar por tierra
infantiles teorías, que encadenaban lastimosamente
la marcha de la inteligencia.,
cEn aquellos críticos momentos de verdadera ges-tación
para las ideas modernas, vino a implantarse
en las Afortunadas la agonizante civilización teocrã-
Lico-feudal de la Edad Media, y a su nombre, la na-ciente
cultura, que luego había de traer al mundo,
en tiempos posteriores, la inviolabilidad para la con-ciencia
y In igualdad para el ciudadan0.n
(Apartadas, sin embargo, las Canarias de los cen-tros
ilustrados de Europa, sin medios para educarse,
sin establecimientos literarios, que sirviesen de lum-brera
a sus hijos, privadas de imprentas, libros y
bibliotecas, y sujetas desde luego al regimen asfi-xiante
de la casa de Austria, y a la tutela ignomi-niosa
de la Inquisición, el movimiento intelectual
isleño había de ser indudablemente lento y torcido,
y de pobres y desabridos frutos.»
No hay duda alguna, después de leer lo anterior, de
cuál era el espíritu que animaba a Millares Torres con re-lacion
a su valoracion de conceptos tales como: Humani-dad,
Inteligencia, Progreso, Democracia, Ciencia y Con-ciencia.
Su terminología era, en cierto aspecto, como un
espejo de su pensamiento. Más adelante y detallándonos
las circunstancias adversas con que tropezaba el desarrollo
de las islas, analiza la razón de ello;
«Achaque era de aquellos tiempos, no ver sino por
los ojos de los que enfáticamente llamaban en su
ampuloso lenguaje el Estagirita y el Doctor Angé-lico;
y no acertaban R comprender, que más allá
de esas dos elevadas inteligencias, pagana la una,
cristiana la otra, pudiese existir para el mundo ul-teriores
horizontes. »
UY en verdad, que la duda merecía disculpa. Su-bordinada
la ciencia a la interpretación violenta de
textos, que en nada se relacionaban con el desarrollo
de las ideas en el orden natural de los hechos, y
detenido su vuelo por el terrible e inexorable veta
281
lanzado sobre la razón de las regiones del poder ab-soluto,
toda investigacidn experimental era juzgada
como titentatoria a la gratuita irascibilidad de Dios,
siendo, por lo tanto, el resultado fatal e inexorable
de tan extraño sistema, la inmovilidad de la ciencia,
y una ignorancia creciente en el país, que tenía la
desgracia de adoptar semejantes principios, como
guía de su ensekanza intelectnal y moral.>
UNO se crea, empero, que estos males eran patri-monio
exclusivo de las apartadas colonias españo-las;
infiltrados primero en la madre patria, y para-lizando
con su deleterea afluencia la energia y vi-talidad
nativas de SUS más preclaros hijos, mataban
desde luego el estímulo y llevaban el desaliento y
la desesperación a todos los corazones, que preten-dian
inquirir noblemente la verdad.»
~!Que podía esperarse de un país, donde se care-cia
por completo de la enseñanza elemental, base y
fundamento de toda sdlicla instrucción? <Ni qué sal-vación
aguardaba a una sociedad, donde el pensar
era un delito, y la lectura de un libro, un crimen
castigado sin apelación por el tormento, ]a expolja-ción
y la hoguera78
Crueles son estas preguntas, en un punto histdrico a
más de doscientos aiíos de conquistadas las Canarias, y
mas aún al pensar que la imprenta había sido llevada a
America dos centurias antes de que en las islas apareciera
dicha máquina por primera vez. Y con verdadero dolor
MUlares Torres denuncia virilmente:
«No existía en aquellos tiempos clase media, ni
aún se conocía lo que hoy se llama pueblo. Propie-tarios
y colonos, señores y siervos, constituían sólo
la población poco numerosa de las islas.,
<cLa esclavitud, en toda su repugnante desnudez,
formaba LIIXI parte integrante y principal de su or-ganismo
interno. Esclavos eran los que rompían los
terrenos, los que ejercían oficios mecdnicos, y los
que prestaban servicios dom&ticos.»
«Vendíanse estos esclavos pilblicnmente, sin que
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se levantara una voz a protestar contra tamafia in-justicia,
Y se enajenaban sus personas y las de sus
hijos, por todos los medios que reconoce el derecho
para la rrasmisiõn de las cosas muebles, dándose el
casv de que: el clerü era quien rnfis esclavos poseia.~
Y, a continuaci6n, nos da detalles de c6mo se preser-vaban
las conciencias de los islefios contra los posibles
conductos y vehículos por los cuales la cultura y la raztin
se filtraban:
((La censura del pensamiento, en lo que tiene de
más intimo y personal, tarea misteriosa confiada al
celo incansabIe del Santo Oficio, penetraba en el ho-gar
doméstico por medio del espionaje y la delación,
que se recomendaban desde el púlpito en todas oca-siones,
y especialmente en la solemne función anual
consagrada a la publicación del edicto de la fe, co-mo
acto de cristiano celo, y de relevante virtud.»
«La Inquisición, pues, inspeccionando minuciosa y
secretamente la conciencia individual, las palabras,
y los actos externos de cada uno de los insulares; y
luego, visitando todo buque nacional o extranjero,
que tocaba en los puertos del archipielago, para se-cuestrar
y quemar los impresos, manuscritos, cua-dros,
efigies 0 estampas, que en cualquier forma pu-dieran
perturbar la unidad de la fe, venía a espesar
mas intensamente las tinieblas de la inteligencia, en
un país, aislado pos su misma situación, y sin me-dios
para recibir las corrientes civilizadoras del Re-nacimiento
y la Reforma, que ya en Europa hacían
oscilar con su poderoso aliento el viejo edificio de
los siglos bdrbaros.»
uEn medio de este cuadro tan desconsolador, algún
rayo de luz venía de vez en cuando a iluminar el
oscuro horizonte de las que habían sido en otros
tiempos Afortunadas. A pesar de las sutilezas esco-lásticas,
de los sermones gerundianos, y de la tupida
red, tendida por el Santo Oficio, el pensamiento pug-naba
por desatar sus lazos, encontrando inconcientes
defensores en los mismos que estaban obligados a
amordazarlo, »
Más adelante, refiriéndose Millares ‘T’orres a los vein-ticinco
anos anteriores a la fecha de su nacimiento, nos
informa:
uLa situacidn intelectual del archipiélago era, pues,
al inaugurarse el siglo XIX, triste y oscura como la
de Espafia, si bien creemos, que, exceptuando algu-nas
primeras capitales, como Madrid, Sevilla, Bar-celona,
Valencia y Granada, el resto de la Península
era todavía mas ignorante, que nuestras pequeñas
poblaciones islefIas.»
cLa posición ribereña que estas mismas poblacio-nes
ocupaban, explica suficientemente nuestra afir-macion.
Las ideas, llevadas por decirlo asi, en los
buques de todas las naciones que tocaban sin cesar
en nuestros puertos, y recogidas por algunas inteli-gencias
superiores, mantenían siempre una atmós-fera
propicia al desarrollo de los nuevos principios,
que Intentes germinaban ya en todos los cerebros,
aptos para pensar sin extrafio auxilio, infiltrándose
luego al trnvcs dc las capas sociales, y produciendo
ese secreto afán de saber, ese inconciente desaso-siego
y malestar profundo, que agita a los pueblos
en vísperas de una radical transformacion politica,»
Y así vemos, bajo la presión de las nuevas normas de
organización economica y política que nacen de la des-composición
de la sociedad, cambiar las relaciones de cla-se
e imponerse nuevos principios que ya no se pueden
ignorar ni domeñar:
CEn cuanto a la nobleza isleña, con sus mayoraz-gos
y patronatos, vinculaciones y capellanías, dueña
del Municipio por su régimen feudal y sus regido-res
perpetuos; de las iglesias y conventos por sus
candnigos, priores y padres provinciales; de la mi-licia,
por sus maestros de campo, veedores y co-roneles;
de la propiedad territorial, por la amortiza-ción;
y de los grados universitarios, por su riqueza,
que le permitía dar una educación literaria a sus hi-jos;
esta nobleza, repetimos, despues de dormir tres
284
largos siglos pensando sdio en lqs medios de aumen-tar
por medio de ventajosos enlaces el número de
sus fincas, de forjar árboles genealdgicos, que la en-lazaran
con los reyes godos, y de adular unas ve-ces
y combatir otras a los capitanes generales,
obispos y regentes, tres potestades que venían pe-ribdicamente
de España a perturbar la dulce quietud
de sus ‘casas solariegas, se la veía agitarse y des-pertar
de aquel pasado letargo, para iniciar mejoras
desconocidas a las anteriores generaciones. 2Qué SU-cedía?
{Qué catkstrofe se preparaba? iQué nuevo
verbo se disponía a nacer?»
«A las Canarias llegaba, debilitado por la distan-cia,
el confuso rumor de una nacibn, que levantAn-dose
como un solo hombre, había proclamado el
dogma santo de la libertad humana. A su voz pode-rosa
los privilegios habian caído hechos pedazos, la
conciencia recobraba su perdida inviolabilidad, y el
pensamiento su libre derecho de emisión. Por la pri-mera
vez el hombre era ipual a otro hombre, ante
la sociedad y la ley, y podía elevarse con su inteli-gencia,
hasta donde otros habían llegado por su na-cimiento.
Un soplo refrigernnte y vivificador de fra-ternidad
universal se difundía como invisible corriente
eléctrica, y estremecía en sus entrañas a la vieja
Europa. >
Y es ahora que Millares Torres, lleno de fe en la hu-manidad,
y con sentimientos justos y amplios nos narra,
ilusionado:
SHtibia llegado para la EspaAa el momento de su
re’;Llrrect%n. Los ej&-citos franceses, surcando la
Península en todas direcciones, provocan al pueblo
a las armas, para salvar la independencia de la pa-tria,
y en medio del estremecimiento convulsivo de
aquella horrible agonía, surge la Constitución de
1812, y con ella el crepúsculo de nuestra libertad
política. »
CTambikn en estas islas se sintieron sus efectos.
La InquisiciOn se clesplomd; los sambenicos que man-
285
chaban las paredes de la majestuosa Catedral de Ca-naria
fueron quemados, y los instrumentos de tortura
desaparecieron en inmundos lugares.. .*
&&pu& vino la reaccjdn, y tras aquellos días de
luto, volvid a aparecer de nuevo, y a iluminar nues-tro
horizonte el regimen constitucional.,
<c~. . y el pueblo, lanzándose por esa ancha senda
que se presentaba a su actividad, principió COn SU
constancia y trabajo a reconstruir esa das@ inter-media
e ilustrada, abierta siempre a la laboriosidad
e inteligencia, y que, al prolongarse con el tiempo
hasta las últimas capas sociales, llevará a todas el
bienestar, la ciencia y la luz.»
uLa enseñanza pública que se daba en las aulas
se liberalizb, las escuelas se multiplicaron, y una
nueva savia infiltr8ndose en el cuerpo social, y d¿In-dole
juveniles bríos, llenaba el corazdn de esperan-zas
hacia un porvenir, que no podía ser ya oscure-cido
por las hogueras del Santo Oficio, ni dependía
del capricho de un hombre s610.»
~~.l31c onvento, germen de infeccibn social en las
últimas centurias, y foco de rebelidn crónica en el
siglo actual, planta par8sita y venenosa que extendía
sus perniciosas ramas del uno al otro confín de la
Península, ahogando toda actividad saludable, pa-trocinando
todas las idolatrías, y sosteniendo el viejo
edificio feudal con sus influencias, que se extendían
desde el alto magnate hasta el oscuro mendigo, cayó,
para no volverse a levantar, bajo la audaz piqueta
revolucionaria. »
UA intervalos también hemos visto, durante este
siglo maravilloso de pruebas y de luchas, brillar
sobre nuestro horizonte y oscurecerse, para volver
de nuevo a iluminarnos, el sol hermoso de la liber-tad;
a su lado ha aparecido, como mensajera de
mejores días, la libertad religiosa, devolvjendo su
violado fuero a la conciencia, y quebrantando esa fa-tal
intokrnncia, que nos aisló del mundo civilizado.,.»
En verdad, Millares Torres, a travk de su bien docu-mentado
y argumentado trab;ljo histbrico, nos trasmite sus
286
pensamientos y juicios personales, sus concepciones y con-clusiones
sobre tantos y tan interesantes problemas. Pro-blemas
de analogías desconcertantes, si no fueran los vi-gentes,
en realidad, secuela de los no resueltos durante
tantos y tantos anos.
Así pues, estudiar y leer a Millares Torres es reafir-marnos
en la grandeza de sus enfoques y de los nobIes y
bien orientados pensamientos del historiador. El creía en
el hombre por su inteligencia, por su razon y conciencia.
Por otra parte, MilIares Torres adelantandose a su epoca,
ya militaba en una clase superior de humanismo, al libe-rarlo
del estrecho marco clasista.
E~CIRVOS, siervos y asalariados, tanto en la antigtie-dad
como en el feudalismo y en la sociedad burguesa, a
su turno, habían quedado siempre excluídos del pensa-miento
humanista por los antagonismos de clase. Millares
Torres no olvida ni se averglienza de su humilde origen;
y siente orgullo por sus antepasados pintores, músicos,
cantores y escribientes. Y llega a una conclusion suma-mente
elevada y correcta, partiendo del pueblo y de su
vanguardia; Glase intermedia e ilustrada» la llama el, y
asi nos dice:
«...y el pueblo, lanzándose por esa ancha senda
que se presentaba a su actividad, principió con su
constancia y trabajo a reconstruir esa clase inter-medía
e ilustrada, abierta siempre a la laboriosidad
e inteligencia, y que, al prolongarse con el tiempo
hasta Zas ziltinzas capas sociales, llevará a todas el
bienestar, la ciencia y la luz.»
Como se ve, con lógica y meridiana claridad rompe
la esfera clasista en que, hasta entonces, solo se podía o
estaba admitido que se desarrollase la cultura. Y así la
herencia de los pensamientos mas elevados y generosos
emitidos por el hombre en seis mil aBos de historia, pa-san
a ser, en la mente de Millares Torres y a mitad del
siglo pasado, patrimonio de todos, y no exclusividad de
la casta ilustrada y elevada económicamente. Y como con-clusión
ve, por este camino, la solución de los problemas
económicos y espirituales de In sociedad; poniendo en pri-
mer lugar, y por 10 tanto como premisa, el &www. Na-tnralmente
que se refiere al bienestar material, o sea el
cambio benbfico del medio en que ViVe y Se &sm-Olla el
hombre.
ea idea Jt: una clase gobernante <culta y paternal-mente
protectora» de la chusma y del populacho, siempre
indign6 a Millares Torres. Él nunca vio al pueblo como
una masa innoble, incapaz de aprender y superarse. como
si el pueblo estuviera privado, por natLKakZa, de Senti-mientos
elevados y de disposiciones.
Ello no podía ser, no ~610 por proceder Millares To-rres
de esa masa, sino por las convicciones que se habían
arraigado en él a través del estudio de los motivos econd-micos
que regían el desenvolvimiento de la sociedad, e in-dudablemente
reflejados en la sociedad canaria. Efectiva-mente,
primero: <La raza indígena diezmada por el hierro,
envilecida por la esclavitud o alejada por la deportación»,
después el pueblo siervo de los sefioríos, y por Ultimo
campesinos, pescadores, marinos y artesanos asah-i~ld~J&
El rkgimen que @llares Torres analiza en SL~ Intro-ducción
a Biograflns de Canarios Célebres, engendraba,
por necesidad, el egoísmo, la pereza, la corrupción y la
crueldad; es decir, engendraba, por arriba, vicios, explo-tacibn
y monstruosidades, solapadas bajo una careta de
<amor al prdjimo» y de «defensa de la moral y del dogman.
Lo cual dicho de otra forma no es más que c¡Adar una si-tuación
económica privilegiada utilizando las armas del
terror físico y moral, en defensa a ultranza de Jos prjnci-pios
4nicos>, 4namovibles> y «salvadores» de sus propios
intereses de clase.
Para Millares Torres, en SLI extensa obra, sus héroes
son: La noble y digna raza indígena; después, el pueblo
canario, y, por último, los prohombres y grandes figuras
que, procediendo directamente del pueblo, son sus m&xi-mos
exponentes.
En la biblioteca del historiador, que atin muchos re-cordamos,
enriquecida constantemente por SU afán de co-nocer,
de ilustrarse a fondo y de llenar cl mundo espit-i-tual
de los suyos, se [3Odian encontrar obras de Diderot,
Condorcet, Voltaire, R;ibelais, Descartes, Fourier, Goethe,
Schiller, Hegel, Carnot, Darwin y de tantos y tantos ge-
288
nios de la humanidad. <Millares Torres romkntico? Sí, na.
turalmente. Pero ¿que revolucionario de las ideas y pensa-mientos,
incluso, que revolucionario de acción no ha sido,
en la epoca que sea, un romtintico? Soñador; iluso, no.
Eso nunca. Serio y apasionado de sus tesis; eso, toda
su vida.
Siempre las castas directoras del desarrollo de una
nacion han llamado y considerado razonable a lo que está
de acuerdo y conforme con SUS intereses de clase. Du-rante
el siglo XIX, 0 sea la epoca en que Millares Torres
vivid, combatir3 y creó, ni estuvo de acuerdo con lo que
sucedía, ni considere razonable los motivos que se esgri-mían,
ni se conformó con el desarrollo de los aconteci-mientos.
Las ideas de progreso, la fe y admiración por las cien-cias
y los nuevos horizontes que éstas abrían, lo llenaron
de optimismo, sintiéndose más y más confiado en la razbn
humana. Sin embargo, la segunda mitwl cle su vida se ca-racteriza,
aparte de su inalterable fidelidad para con sus
convicciones, por cierto desencanto al ver como persistía
y retornaba, despues de los cortos períodos liberales, el
encadenamiento de la conciencia pública, la decadencia
del pensamiento y las normas oscurantistas ‘que él había
creído, en su entusiasmo y bondad, ya superadas.
Coincidiendo con su vejez, una tendencia generalizada
en los medios intelectuales conservadores de Europa y Es-pafia,
intenta presentar a las nuevas generaciones el cua-dro
de que el mundo era absurdo por naturaleza, al no
ser producto de la razón. Y esta interesada tergiversacibn
de la verdad, esta reiteraci6n del *urquinaonismoa amargó
en cierta forma a Millares Torres.
Pero él, por su avanzada edad, y por sus actividades
físicas cada día más rcstringidns, ya SC había refugiado
en su tranquilo y ejemplar hogar; sintiendo lástima, y aún
perdonando, a los que tanto lo agraviaron y tantos acíba-res
le hicieron probar.
Queda para el recuerdo de todos nosotros la imagen
de SLI figura en las noches, despu& de la cena, paseán-dose
lentamente entre la puerta de la sala Y la del come-dor;
pasando por el pasillo de encristaladas ventanas que
daban para el patio de adelante, con sus manos cruzadas
a la espalda. Su miopía la suplía la seguridad de SUS len-tos
pero firmes pasos. Talla mediana, m8s bien ligera-mente
baja; su amplia frente rematando la faz bondadosa.
Siempre con su chaqueta oscura y SU fina corbata de lazo.
Sereno, noble en su porte anciano; viril en el timbre
abaritonado de su voz, ensimismado en sus recuerdos, re-flexiones
y pensamientos.
Ya nuestro querido bisabuelo estaba muy por encima
de todo y de rodos. Sus hijos e hijas, y sus nietos, toma-ban
de él y de Mamación (l), cjcmplos y principios; y
Papatín (2), orgulloso de los suyos y casi ciego en SLIS
últimos instantes, vio que, entre la multitud borrosa de
sus descendientes, no faltarian mujeres y hombres que,
con honradez, dignidad y valor, proseguirían, sin des-mayos
ni claudicaciones, SU noble y tesonera lucha en
favor de los que nunca nada han tenido, y, a la par, en
pro del bondadoso y sufrido pueblo canario.
BERNARDO DE LA TORRE CHAMPSAUR.
(I) Nombre que famihrmente se da a hcarnación Cubas Báex,
esposa dc Agustín Millares forres.
(1) Agustín Millares Torres.
290