NOTAS SOBRE GALDÓS
Salvador de Madariaga nos dice (1) que Gald6s ~610
cede en eminencia a Cervantes en la historia de la novela
española. Nos perere un juicio bastante acertado. Luego
afirma que esta excelencia de nuestro novelista se reco-noce
en España, mientras que fuera de ella no. Nos habla,
más adelante, de cierto anti-hispanisnzo «poco menos que
universal » .
Cuando escribe qne el justo valor de Galdds es apre-ciado
en nuestra patria, el aludido profesor de Oxford se-guramente
piensa en un número reducido de escritores y
catedr8ticos con los cuales ruanliene correspondencia (sa-bido
es que lleva muchos afios fuera de nuestro suelo), y
eso, sin duda, le da una visión parcial que le confunde
respecto a un panorama más ancho de la realidad aquí.
Algo más general, por ejemplo, sería fijarse en un libro
de texto pnra escolar-es de cnseñanzn media en este país,
sobre literatura, y que se encuentra aceptado por los me-dios
docentes para el estudio del cuarto año de bachille-rato
(curso 1965-1966). Un cuadro mnemot&nico que figu-ra
en la pagina 112 del indicado manual, en su apartado
d), destinado a la novcln realista, consigna este sorpren-dente
resumen:
«Destacnn: En Francia, Honorato de Balzac. En Espa-ña,
Pereda.. . , E. Pardo Bazán ..,, Palacio Valcl&.. ., Blasco
Tb&ííez.. .
Otros autoros~ Pedro h, de A!atcón, Pérez Gala& y
Varela (sic),.
La portada de tan extraño libro indica los nombres de
los dos autores -tan extraordinaria clasificación pudo
lograrse gracias a la colaboraci6n-, per6 mi flaca memo-ria
no recuerda ya los patronímicns y apellidos de tan
ilustres especialistas. Sin embargo, sí viene a mi mente
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que a renglón seguido se consigna: «Lies. en Filosofia Y
Letras=.
A veces Ia m&s alocada imaginación es desbordada por
la realidad,
Sabemos que hay personas devotísimns, en Francia
por ejemplo, de George Simenon, lo prefieren a Gide,
a Proust, a Victor Hugo, pero los educadores galos sue-len
ser m&s objetivos a la hora de enseñar. Hace algu-nos
años, en una tertulia literaria, donde se hablaba de
las letras de aquel pais, oyendo hablar, a un titulado
de la Sorbonne, con mucho calor de BOnjOW’ tI’i.SteSse,
muy en boga por entonces, le pregunté si 61 creía en
realidad que Francoise Sagan representaba algo para la
literatura francesa. Quedó un poco suspenso, se sonrojó
y me contestó, a seguidas, que nada en absoluto. M&s acá
de los Pirineos, por lo visto, no podemos apartarnos de
nuestros gustos, nuestras fobias, inclinaciones o prejuicios
cuando vamos R realizar una labor didáctica.
Es obvio que, después del estudio de tan singulares
lecciones de literatura, los j6venes españoles sentiri5n muy
poco interes por la obra de nuestro genial novelista, al
que se le sitúa entre 0t~o.s nutores del siglo pasado y, pre-cisamente,
de los que no destncnn. El contacto con esta
realidad nacional nos llena el ánimo de una sensación múl-tiple
de la que io pueden ser descartados los sentimientos
de vergüenza, indignacidn ni amargura.
DAudose estas circunstancias interiores, <cómo pode.
mos hablar de cierto nnti-hispanisnzo «poco menos que
universal»? Por otra parte tenemos premios Nobel conce-didos
a Echegaray, Jacinto Benavente y Juan Ramón Ji-ménez
que hablan de la trascendencia europea de nuestros
escritores. Ricardo GulMn nos cuenta, en un magnifico es-tudio
que tiene sobre Galdbs, que en 191.2 se pensd en el
Premio Nobel a fin de paliar la mala situacibn económica
en que se encontraba. El gran escritor, entonces, atrave-saba
un amargo período de su vida, ya próxima a extin-guirse.
El espectzkulo que ofrecía aquel hombre ciego, in-m6Vil
y callado -auténtico martir cle su libertad de con-ciencia
y de una conciencia cristiana- no turb6 a una
jaUria de reaccionarios que desencadenó una campafia te-rrible
ell contra. Tan insensata e increíble accidn involu-
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cfó en idéntica postura a la Academia de la TAngua y a
un Congreso de Estudiiuntes Universitarios. Esta deplo-rable
actitud dentro del país, aunque tuvo sus excepcio-nes
(el obispo de Jaca, don Antolín Lopez, y la Congre-gación
de Agustinos adoptaron una actitud favorable), no
podía, lógicitmente, animar a la Acaclemia sueca. Se vio
obligncla. R cumplir el gris y odioso papel de Pilatos. Cuan-do
los crfti~os, los académicos, los politices y harta la ju-ventud
universitaria de una España inverosímil, grita: ucru-cifícale
», los suecos no ven otra salida sino dejar caer el
agua en sus manos para purificarlas de tanto polvo ruin
y lodo que IRS ha salpicado.
Nosotros hemos leído, hac.e mwhas afios, las abras del
maestro. Nuestras preferencias entonces eran las novelas
rom;ilnticas de Víctor Hugo, Los miserables, Herna,ni,
Nuestra SeBora de Pa&, Los pescadores del war, 23
hombre que vie, Hfln de Islandia, etc ; Walter Scott, con
su serie de novelas caballerescas; Alejandro Dumas y
sus escritos novelescos, llamados históricos, Los tres mos-queteros,
Veinte años desputk, EL cardenal Mmarino, iV.
Bonnparte, otros como El conde de IFontecrislo; el ita-liano
E. Salgari, con sus ,relatos del mar de los Sargazos,
historietas de piratería, tambikn me interesaban; Xavier
de Moncepin y sus innumerables folletines Los crZnzenes
de da anzõicih, 61 meru6der de hildtrwtes, 222 médico de
Las Zocas; las aventuras de Rocambole, en aquel tiempo
ya lejano, fueron objeto de mi avidez; Charles Dickens
ponía nudos en mi garganta con Dasid CoperfieZd, Casa
de antigiiedndes, Tale oj Two Cities (Los papeles jhtu-mi
~Zel Chlr f’~‘&wic~ fue abra que leí mis tarde y para
mí la tengo como lo mejor de Dickens, pese a que «la es-cribid
cuando aún era un jovenzuelos); pues bien, nada
ha quedado tan intensamente dentro de mí, a excepción
de Los Girondhos, de Lamartine, que también me produjo
gritn impacto, como Los ~pissodios ~~ncionalcs, Namrin,
iMisericordia, La familia de León Roch, El amigo Mamo,
Fortunata y Jacinta, etc, Sabemos que en esto último ex-presamos
una opinión que se fundamenra en una expe-riencia
puramente personal y, por consiguiente, esencial-mente
subjctivn. A muchos idvenes no dirá nada, pero es-tamos
seguros que encontrará un eco entre las personas
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nacidas en los años veinte, y mayores, que hayan parti-cipado
de las lecturas que a mí también me ocuparon.
Emilio gola rompe unos módulos habituales Aparece
con temas distintos en el terreno de la novelística. Hace
retroceder, violentamente podemos decir, un k’ngWje COnS-tiruido
por palabras y giros consideradas el ~WOZ e~P?‘e-say.
Desplaza la atención hacia otros sectores y otros
asuntos. Procede con vigor, con fuerza, Para anular, para
lograr la desaparici6n de unas maneras usadas en dema-sía.
Es, siempre, necesario LIS cierto grado de energía
cuando se pretende reformar cualquier nivel de la renli-dad.
Zola representa, en el desarrollo de esta rama del
arte ? i terario -concretamente respecto a sus medios de
expresión y temas-, la irrupci6n de un «contrario> que
rápidamente absorbe a quien se opone, anul8ndolo al re-formarlo,
pero al mismo tiempo conservándolo eu su esen-cia.
Marca una transformacidn, una superacidn. En otras
palabras: supone la introduccidn de nuevos factores, ma-yor
complejidad para el arte de novelar. Un salto cuali-tativo.
Entre los novelistas del pasado siglo, Dostoievsqui y
Galdós ofrecen, mejor que el resto, la evidencia de este
progreso en calidad. Dos mundos novelescos reflejados
con authtico genio. La captación de la realidad, en uno
y otro, con una mayor amplitud, les permite, disponiendo
de materiales cuantitativamente superiores, una refZexi&
(es decir: una devoZuci6n eX/wesiva de esa realidad) m&
perfecta y compleja.
Creemos que no se exagera ni se incurre en chnuvi-nz’smo
literario, por parte nuestra, cuando decimos que
IOS dos grandes novelistas del siglo XIX fueron Galdós y
Dostoievsqui. Éste m&s evolucionado en las ideas, ator-mentado,
torturado constantemente por la duda; aquel,
todavía apegado, aferrado, a la fe mística que caracteriza
a muchos espaííoles. Los dos, portadores y difusores de
laS eSenCiaS más puras y humanas del cristianismo. Cada
uno con. un sentido diferente del humor. No nos atreve-
mas a negarle R Dostoievsqui, como lo hace el profesor
Madariaga, el don de saber combinar lo trggico y IO cú-mico;
nos parece que obras como EZ idiota, La atperia
de Stepanchikovo y algunas mas, junto con cuentos ma-gistrales
que nos dejó (El .seEor Projarchin, EL cocoddo,
etc.), prueban con suficiencia dicha habilidad; mas esta-mos
de acuerdo en que la dosificación de los dos factores
de la mezcla grotesca est& manejada con m9s destreza en
el escrilor canario que en el ruso.
***
Establecer diferencias y coincidencias entre estas dos
grandes figuras de la novela, sería cuestión de paciencia
y de una revisión exhaustiva y paralela de sus obras. Sin
embargo, a toda velocidad y sirvikndonos de los datos
que nos suministra la memoria, podemos aún, sin or-den
muy riguroso, sacar algunas más y de algún interes.
Veamos, por ejemplo, la identificación de ambos en el
hecho de asumir el mundo. No hay atisbos claros ni en
uno ni en otro de abarcar un aspecto total del mundo co-mo
unidad social. Sus héroes son siempre individuos.
Sus procedimientos de introducción en el mundo objetivo
son distintos, pero en conjunto consideran la suma de in-dividuos,
sus movimientos, sus estados de ánimo, sus in-tereses,
sus pasiones, sus sentimientos, relacionándolos.
Los conflictos se plantean siempre así: entre sujetos, per-sowjes.
Estos personajes o protagonistas (individuos) son
el eje sobre el cual gira la trama de la acción. A veces
son simbblicos o representativos (arquetipos), paradigmhti-cos;
es decir, que dan la pauta a la conducta que, en de-terminadas
situaciones, deben seguir los individuos de
carne y hueso, Por medio de tales arquetipos los dos es-critores,
o denunciando vicios o malas acciones, en otros
protagonistas, persiguen fines eticos, pretenden la mejora
de los individuos, o de la actuaciOn en la sociedad de los
mismos, ajust8ndola a una tabla de valores ideales cris-tianos.
La presentación de problemáticas que afecten por
igual a un número de indivi.duos de un sector social no
se advierten ni en Galdós ni en Dostoievsqui, al menos
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concretamente. para que los protagonistas de líls novelas
dejen de ser individuos y se COnVkrt2tn en mXS3.S CiUdR-danas,
sectores rurales 0 ckcsas sociales, tienen que apa-recer
otros novelistas. más próximos, como Aldous Huxley
(en Cont.rapunto), John Steinbeck (Las mmS’ de la iya) y
Máximo Gorlri (0 Madre).
En el pál-rafo anterior hemos anotado Ia divergencia
de procedimientos, utilizados por el autor eslavo y el la-tino,
para ahondar en la realidad. Merece la pena desme-nuzar
un poco IO que simplemente se apuntó. Dostoiws-qui
desprecia las descripciones formales hasta extremos
que hast.z entonces ningún escritor había llegado. Las cl&-
sicas y convencionales pinturas del lugar donde se des-arrolla
la acción, casi obligatorias en todo relato, en su
obra estan casi excluidas. Los perfiles, las semblanzas ex-teriores,
anatdmicas, de sus personajes son completamente
desruidadas. Fía en la itnaginacibn del lector la concre-cibn
de unos esbozos que hace, simplemente, con un ad-jetivo
o alguna frase alusiva. Sin embargo, a lo largo de
SLIS linea.5 nos va surninistrnndo tal'c-anlidad de elcrnenLu.5
de juicio que, insensiblemente, terminamos con un retrato
perfectamente acabado de las figuras. No podemos Ilamnr
defecto a lo que en realidad es un procedimiento diferente.
En compensacibn a ese desinter& por la apariencia,
encontramos una intensa preocupación por conseguir Ia
mayor expresividnd en el campo de lo psíquico. Ahí pe-netra
como nadie lo hizo hasta el momento, sellala un ca-mino,
poco conocido, que van a explorar después legiones
de escritores y novelistas, Tres grandes narradores actua-les
como Joyce, Kafka y’Faukner podemos considerarl-los
consecuencia, aún con la posibilidad de que alguno de
ellos no lo haya leído, lo cual no es muy probable, dada
la difasión amplia y rclpida que alcanzd la obra del maes-tro
ruso.
En Galdós el procedimiento descriptivo, arrimado mas
a 10 convencional y clásico, ostenta un equilibrio admira-ble.
A sus personajes y situaciones les confiere una luz
vivísima y resplandeciente. Sus hb-oes se mueven, a Ve-ces,
en UII angustioso mundo psicológico, pero no inten-tando
buscar las causas de la inadecuacidn entre el alma
y fas Iw&&&es objetivas por una torturada senda en au-
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menta constante, sino como seres normales en la vida
misma: prOCUraIld0 la modificación de la realidad, en lo
posible, o admitiendo, en su caso, la fatalidad con estoi-cismo,
0 con mansedumbre.
Nos retorna una realidad por 4 captada, desde el
punto de vista humano, en infinitos matices, con temas
esencialmetlte universales y figuras arrancaclas n la reali-dad
misma o nacidas en su imaginación. Estas últimas,
posiblemente, transfiguraciones ejemplares de personas que
alentaron en el tiempo, marcando una línea historica dis-tinta.
Presentandonos así seres como debieron sey, no co-mo
fueron. En conjunto, SU expresividad bien ordenada,
bien administrada, sin cargar la mano en puntos determi-nados
(bien en los caracteres psicoldgicos, rasgos exterio-res
o minuciosa y excesiva ilustración de escenario) nos
ofrece el retrato de un mundo natural, habitual, donde el
dinamismo de los sentimientos no nos arrastrn, ni nos pa-raliza
la frialdad estática de un desmesurado inventario
de las cosas, paisajes o lugares donde se desarrolla la tra-ma
de la accion.
Estas condiciones hacen de don Benito, a la vez, un
escritnr genial y popular. Esta popularidad debjera ser
universal. Solo fue nacional y durante un espacio de tiem-po
limitado: los últimos afios de su vida y algunos des-pues.
Nosotros, sus compatriotas, tenemos que cargar con
esa responsabilidad, no podemos aliviarnos hablando de
una conspiracibn exterior, «poco menos que universaln.
Pensemos que teniendo en nuestro acervo literario la
primera gran novela de la literatura universal, el QzdzYote,
hemos conseguido hacerla impopular en nuestra propia
tierra, al imponerla como texto obligatorio de lectura a
los parvulos en las escuelas, sin detenernos a considerar
los efectos desastrosos y negativos que tal medida forzo-samente
habría de causar en mentes cuyo nivel de recep-tividad
al respecto es nulo con toda evidencia.
Hoy se hacen trabajos (2), dentro y fuera de nuestro
país, para enmendar el trato injusto dado al autor de 10s
Episodios rzncionales y confiamos, 0 mejor, queremos, de-seamos
con toda nuestra voluntad, que esos esfuerzos ob-tengan
el éxito que merecen. Que no alcancen el final
triste de Nazarín en cuya mente enfebrecida se engendran
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estas alucinantes palabras: «-Hijo mío, aún vives. Est&s
en mi santo hospital padeciendo por mí. Tus compañeros,
las dos perdidas y el Iadrdn que siguen tu enseñanza es-tan
en la cárcel. No puedes celebrar, no puedo estar con-tigo
en cuerpo y sangre, y esta misa es figuracibn insana
de tu mente.»
ISIDRO MIRANDA MILLARES
(I) Anales Galdosianos, nlim. I, I 966, Las AmEricas Publishing
Co., New York.
(2) José Schraibman, Sherman Eoff, Gerald Gillespie, E. J Rod-gers,
Stcphen Gilman, J. E. Varey, Madeleine de Cogorza Fletcher,
Robert Ricard, E. Inman Fox, Joaquín Casalduero, Antonio Ruiz Sal-vador,
Gonzalo Sobejano, Manuel Durán, Antonio Regalado. Ciriaco
M. Arroyo, Manuel Hernández Suárez, Alfonso Armas Ayala, Rodolfo
Cardona, etc. se ocupan en la actualidad de temas galdosianos,
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