.%d Chist und ytrde ehcr Chist
and ytide als Mensch? *
G. E. LESSISG
Muralla.
El puetdo alem’tn no cuenta con hombres suficientes
paríi s;ltist;wer de mnno de obrn :3 su tlesarrollíid~~ indus-tri;
i. Se ;tccrc;t al mill(in el número de turcos, italianos y
~~p;~fiolcs que en la Repitblica Fcdernl ttxbajan. 13s una.
c;midatl considernble: esta enorme masa humamì. ‘ya se
h;ice not:u- en l;i vida de 1;1 Alemani:~ actual.
No es Cste cl único país que ‘percibe infiltrnciOn de la
exóticn ~;opulacidn meriùioni3l; t:tmbik!n Frx~ia, 13éIgicn y
Suiza se llenan cle hombres del sur. En Suiza se les llarn:%
~~e))zrla/-beitrr)., (~irx1xtiadore.sc s tr;tnjcros», corno p;ìr:ì echw-le.
5 en cara su condición de seres que no pertenecen a Irì
sociedad hclvctica. Alcmnnia les ha clado un nombre m:ís
acogedor: Glzs¿n~&~ite~c,~tr nbajítdores huéspedes)>o ~~tr;~b;~ja-dores
cofividados)). EI gobierno de Bonn se ha propuesto
lugo-xi-, desde un plincipiv, que cstüs llürnlm5 be sieri Lan
R kusto en Alemank, que no sólo tengxn aquí su hogar,
sino tnmbibn periklicos, cine y propmx de radio en SLIS
Icnguas rl;ltivx; en uní\ palnbîn, que no se encuaitren en
inferioritl;ìd de condiciones con respecto R sus colegas
demimes.
II:49 quien pretende que Sc tenga paciencia y comprcn-si6n
nntc IRS estridentes nctitudes 1x-opi:is de la tempwl-mentnl
ment;~litM mediter,Ytne;i. Sin emixtrgo, al pueblo
Aerndn le resulta tlificil permnnecer indiferente ante cual-quier
gesto que se salga de lo corriente o que no hayn sido
cristiano y el judio
que seres hU¡llanOS?
lõl
previsto. I’ cl GastmOeiter improvisa a todas horas su vida
y manifiesta ruidosamente su vivir. Con el transcurso del
tiempo se 11~ ido lcvnntando una muralla que separa al
G~~.stni*i,eifcr del alcmCin. Ser un Gnstnt%eifcr es ser algo
inferior; aunque la ofici:tlidad y la prensa pretendan disi-mularlo,
caíla alemdn lleva dentro de sí este convencimiento.
Se le nota en el tono que toman sus conversaciones
cuando trata en ellas el delicado tema de la mano de obra
extranjera: aprecia mucho su efectividad, pero detesta todo
indicio que refleje la falta dcl sentido cívico. Se le nota
también en su mirada seria, en su cara impenetrable,
cuando irrumpe en las cercanías el bullicioso jolgorio de
un grupo íle turcos, italuulos 0 cspnAoleS.
\fuchos creen que 1x discriminación racial en los Es-rados
Unirlos de AmCricn, el poco valor que se da al ne-gro
como ciudnrlano, es un problema que se puede resol-ver
estableciendo una ley de igualdad dc derechos. Sin
embargo, no es esto sdlo. Un gran sector de la populación
blanca ameritarla 113 her-edado uli repudio hxia el negro
que no SC combate fiícilmente con decretos: es un repudio
tradiciorxll, ancestral. Tal realidad juega en la discrimina-cibn
racial un pnpcl rnAs considentble qtle l¿l misma cues-tión
de los derechos: ia desigualdad social no es sino una
consecuencia dcl repudio mismo.
El nletrxin rle 1:~ wlic critica y se burla hoy de 1:~ &s-tencia
de este problema humano. No obstante, su actitud
antc cl Gastnrbeiter no denota otra cosa que la sombra de
un repudio parecido x1 que existe en Anl&rir~a. TJn repudio
pasivo y no heredado, desde iuego; pero repudio al fin.
TTav aquí bares, por ejemplo, donde no se admite la pre-sencia
del Grzstrrrbeite~: he aquí un caso de limitación de
derechos que ECLISA la presencia del repudio dicho. El cual
no parece ser propiamente racial, sino que tiene su origen
en las enojosas costumbres de los hombres del sur; hom-bres
,que sueltan enormes escupitajos en plena calle, que
tiran al suelo los papeles grasientos con que envuelven su
comida, que comen en el metro y en el tranvía haciendo
ruido c.on la boca, que conversan con la boca llena de co-mida,
que hablan y se ríen gritando y gesticulando en
todas partes.. .
Los Gn.~tn&ile~- no cüptan por lo gcnernl ensefianza
alguna a través de los medios que el gobierno alemán
pone R su alcance, ni aprenden del ejemplar orden cívico
alemán. Son aves de paso que llegan hoy y se van dentro
de dos, tres o cuatro anos. No parece que quieran inte-grarse
a una sociedad ordenada. Aparentemente es lógica
la actitud alemana de desaprobación ante este individua-lismo
incontrolable.
A pesar de ello, la lógíca no es siempre el medio más
indicado para juzgar los errores humanos. CNO es ya de
por sí triste la tragedia de estos hombres? :No se tienen
siquiera ganado, por los sufrimientos que de su involun-taria
condición proceden, el derecho a escupir y a gritar?
<Han de soportar aún el látigo de una educacidn severa,
han de perder el natural don de su libertad sucia para ga-narse
la seca sonrisa de los rubios alemanes?
;Es realmente tan difícil amar a unos semejantes que
carecen del sentido de la delicadeza?
Canción.
Han transcurrido ya dos años desde que entré en con-tacto
por primera vez con trabajadores españoles emigran-tes.
Fue en mi primer viaje R Alemania, en el autobús que
me traía desde Barcelona. Entre las satisfechas caras de
turistas sonrosados que regresaban. a sus casas, se movían
inquietas con los ojos muy abiertos de curiosidad y timi-dez,
las cabezas morenas de dos recios mocetones: el uno
pescador de las playas de hkIlaga y el otro, algo enjuto de
rostro, labrador de las montanas de Mallorca.
Sostuve con ellos algunas conversaciones, para entre-tener
las horas muertas del viaje. Supe que el primero
quería enrolarse en una industria pesquera de Hamburgo,
a donde ambos se dirigían, y el segundo trabajar allí de
camarero.
Descansamos la primera noche en Lyon y la siguiente
en un pequeño pueblo de la Selva Negra, cuyo nombre he
olvidado. El hotel de la Selva Negra carecia de habitacio-nes
individuales. Nuestro chófer y guía, un alemán flaco,
maleducado y con falta de cortarse el cabello, nos metió
a los dos españoles y a mí, con malos modos, en una fría
153
h;tbit:lt*icín de tres camas. hle alegre de tener ocnsi6n de
charlar un poco mlís con mis dos compañeros; pero me
des;ìgr;ìdaron las rnaiias del chófer parn con nosotrOS: Su
;ictitutì dictntorial y su mirnda ruin me produjeron In im-l)
rcsión de ser tratado por un ;ìutCntico racista. Con este
mí11 pensamiento me fuí a In cama In primera noche de
est:tnc*ia cn Alemnnia.
I-I;ibl;imos Iargo rato en Ia oscuridad. Les pedí que me
contornn de su tierr;ì. El malaguefio no tenía nada que
contar y proItt0 clcjõ c.jir sus I~lrgo” ronquiclns. EI 1nallor-quin
hablaba muy mal el c:tstell:~ncì; n veces le ffiltrib:m
Ixi p;ll;~bras. Tení;i yo que- esfotxrme cunnto podía parn
r:;tptnr 19s conceptos que st: escondían tras su mal edifi-c:
lda gram2iticí~ y el oscuro acento dc su lenguaje.
11~ hablti de SLIS montaílas, de su sol, de sus campos.
.\[c contó de las fiestas popul:ares en su pueblo, dc las
(l:tnz;ls y del penetrnnrc son de las chirimías. Se le arran-cnb:
i el alma al pensar en todo aquello que In necesidad
le obli~ab:* :l :tb:tndonnr. iCOn quf :irnor tan simple me
h;tbló de sus faenas de In :Uxda y de la trilla! ;Con que
finirnos pretendía este hombre ser cnmnrero!
T,e rogué que rnrare:ira el canto que durante la trilla
c.le3icm cn su tierra ;I las tnulns que tr:ìlxtjan. Cuardb si-lencio
ui1 momento y luego, sin disculpar ;I su gangosa
vox, comen&) a cantar la cancidn, acompafínd0 tiin sólo
por el pausado roncar del mnlagueiío. Era un canto muy
mclismtitico y triste. Su melodía comenzaba en las alturas
de un trino i~~uclo e iba descendiendo lentamente, por muy
ndornndos grados, hasta terminar en el grave tono de una
nota Irtrga, persuasiva... En Ia oscwridacì de la noche im-presionaba
aquel primitivo canto. X0 pnrccía cierto que
un hombre de mentalidrrd tan sencilla fuera capaz de ex-prcs;
trse musir:~lmcntc con tan embrujadora dinamia El
vivi su canci6n lleno de nosMgi:t: su trilla, su tierra, su
sol, sus mulx. Cuando hrtho terminado quedó sumido en
un lánguido trance de sopor, de amargo silencio...
15-l
Palabras
.\lis encuentros en Alemania con Gestn&iter espnfio-les
han sido luego frecuentes. Hace pocas semanas, por
ejemplo, al regresar cn cl tren de una corta visita a Paris,
se vi0 mi vagón invadido por un numeroso grupo de ga-llegos
y castellanos. Venían cargados de paquetes peque-ños,
de comida para el viaje y de proyectos para el futuro.
La mayoría eran hombres maduros, con caras serias
y miradas profundas. Vestían mal y algunos apestaban R
diablos. Me acerqué a charlar un momento con ellos. Les
ofrecí mi ayuda, por si tenían alguna dificultad al llegar
:i r2lemnnia. Ellos se creyeron obligados a corresponderme
con cigarrillos‘ y con un pedazo de chorizo, que traian en-vuelto
en un manoseado papel de peri&lico...
Al entrx en Alemania pasó un funcionario del tren
por nuestro vagón, repartiendo unas tarjetas grandes que
había que rellenar. BI formulnrio estaba cn alemán, fran-
~6s e inglés. Uno de los yalle~os se acercci R pdirme
ayuda y, antes de que pudiera prest:irsela, vino otro y
otro y luego otro.
-n ver: los que quieran que les ayude a llenar el for-mulario
que se pongan ahí, todos en fila, con el 1;ípiz pre-parado
para escribir.
Se dispusieron ordenadamente en el pasillo del vagón.
Me miraban atentamente, con los ojos bien abiertos y un
IQiz o boligrafo entre los dedos. De vez en cuando mo-jaban
con la lengua la punta de sus lápices y rcstrcgnban
con el canto de la mano la superficie del formulario, como
para limpiarlo.
-Donde dice Vomnutcn pongan su nombre, esto es,
Pedro, Juan, Antonio etc. Escriba cada cual el suyo y no
el del vecino.
-Yo me llamo Chano, pero mi nombre es Sebastidn.
-Pues escriba usted Sebastinn... i.Ya esta? Pues ahora,
donde dice 1~~cIzrzn~~rcp, onga cada cual sus apellidos...
Me quedé gustosamente entre ellos hasta llegar a Co-lonia,
donde nos separamos. Me preguntaban cosas de Ale-mania
y me contaban de su vida en EspaBa. Venían llenos
de ilusiones y yo procuraba infundirles mlis ;inimo, para
que no perdieran nunca la esperanza. Ellos lo agradecían
con silenciosns miradas dc :tfecto “, ;t veces, con ingcnu:1
cortesí:1.
-;Y usted hace mucho q~le falta dc Rpnfin!
-‘\líis de año y medio.
-;Y no se siente extranjero aquí?
-Tengo pasr-lporte alemán.
-i.J~olincs... pues habla usted muy bien el e.sp~Gíol!
Reí de buena gana. hli interlocutor se desconcert0 un
poco y añadió, como piira disculparse:
-13aen0, ahora que usted lo dice pxece que sí, que
se le nota algo en el acento; pero si no lo llcgn a decir
hubibamos seguido pensando que era usted espafiol, <no es
verd adf
Todos asintieron. Tntenlk explicarles lo injusto y ana-crónico
de las fronteras políticas hoy, en una Cpoca en que
las comunicaciones --las posibilidades de :lcercamiento cn-tre
todos los hombres- han alcanzado tan enorme dcsn-r-
rollo. ,\Ie cscuchnb:ln muy atentos, en riguroso silencio.
Les dije que unos papeles, por oficiales que pnrezcan, no
dcterminnn siempre la conciencia nacional del individuo;
que cnda cual es lo que se siente y que yo me sentía lo
q11e soy: Lln ente hil>rido y de mi tierra.
--CY usted de que sitio de Espafia viene?
-De Canarins.
--;lle las islas Cannrixs?
-Si señor, de L;ts Palmas.
- ?De la misma Palma de Mallorca?
iY con qué seguridad pregunt6 esto el vilhno! Ale oh-servnban
aguardando una respuesta. VacilC unos momen-tos
y luego asentí con 12 cabeza. JIe hubiera ~ipenndo dar-les
un disgusto. ;.tl qué explicarles que Las Palmas de
Gran C;lnaria no tiene nada que ver con Palma de SI-llorca?
<Para que aclararles la diferente situación geo@fica
de >\rnbos lugares? $0 es ya suficientemente trgico que
estos hombres se vean obligntlos R sa11r de SU l?Íìtria para
ganarse cl pxn? ;tIan de venir a Alemania n aprender ade-mks
lo mLìs elemental de la geografía de E~pafia?
No. La reaIid:~cl de estos hombres es tan rligna de
atnor y de comprensión, que cl que puedan avergonzarse si
se les echa en cara su poco s:zber me parece digno de con.
sicterarse. Ellos no han venido a aprender geografía, sino
156
n poder seguir viviendo como seres humanos; han salido
de su tierra a la desesperada, dejando n sus mujeres c
Iiijos con un nudo en la giqi~nt;-1, con los ojos llenos de
lrgr i tui15 y LIII espe~ a~¿tclo~ iIlt~lIUgit~llt’ pUt2LU t’I1 Cl lll-turo.
Alientras sigan siendo víctimas de la cunrta pregunta
tienen derecho, al menos, a que les sea respetada su ig-norancia.
VWdad.
Cuando han pasado dos 0 tres aÍíos en Alemania sue-len
enwntrnrse en condiciones de volver a IR Patria con
unos pocos ahorros, para empezar ;t producirlos por su
cuenta. El camino es duro. IIíìsta que llegan nl punto de
poder volver tienen que trabajar mucho. Pero ellos no pier-den
In esperanzn, porque viven observando calmo su am-bicicin
se realiza: ahorran. í1 veces se someten a priva-ciones
voluntarias, para hacer rnds corto su camino. Y ii
veces padecen restricciones involuntarias, que les alargan
1~s penas y les hacen echar maldiciones en silencio.
En las cercanías de la est:ìcii>n del distrito hamburgu&
de Altona un trabajador del sur de Espníia, con aspecto
de picador de toros, me contaba un día sus penalidades,
sus aesilusioncs y sus esperanzas:
-No le pido ;l In vida mas que potler vivir sin el agua
hasta el cuello , ;sabe usté? Tiernos venido aquí, porque aquí
al menos se va tirando. Hay que trabajar mucho,’ eso Sí.
Y pii nosotros son siempre los pecxes LIribrtjüs, créame
ustf.2: los más duros. Pero no h;ly mAs remedio; aquello allci
no podi; ser. Porque eso de arrimar el hombro al campo
de In rn~~h~nit ir la noche, pa que desp~~és In mujer dc un0
esté estirando los cuartos todn Ia semana 1x1 poder comer
mnl:imentc... oiga usté: eso es muy triste. Es que llega
uno ir perder hstn 1~1 ilusibn de vivir.
-Entonces, <piensa usted quedarse aquí para siempre?
Eso nunca -contestó rotundamente-. Este país y
esta gente no se hicieron 1x1 nosotros. El gobierno alemrtn
nos da toda clase de facilidades, desde luego; pero la gente
de la calle son otra cosa. Si yo le contara ü vstC... Mire
us@ en la misma fAbric;ì donde yo trabajo, en I’dS 6pOCilS
clcl íìfio en que se p-duce nltnw (que, ilfOrtunildnmentt,
son pocas) dejan sin trabajo n unos cunntos de nosotros,
clc los extranjeros. Pa los alemilnc~ siempre hiiy lugar. Y
uno, que ha venido aquí con In ilusidn de trab:ljnr como
sea pa ahorrar unos cuantos marcos, vive siempre con el
temor dc que la pr0xima vez le toque quedarse en la es-l;
icadri. No nos itnporta sino ahorrar y luego volvernos a
I;i tierra con lo que rewxmlos. Yo quiero poner un bar en
mi pueblo con lo que lleve, que eso deja dinero, ;,snbc usté?
Pero cu:índo po,lrC regresar no lo sC: todavín. T-lay que con-tar
con imprevistos, como In cochinada de K:~vidad...
1.~ cochinadiì de Navidad era otra historia que parecin
un cuento. Jamlís se puede saber qué hng de cierto y ~LI&
de csngerado en lac quejas de estos hombres: SLIS miserias
suenan demasi;~rlo mi5er;tbles y su5 pnclecimientos clerna-siado
trdgicos, sus voluntades parecen muy firmes y sus
sueños muy irrdes. Son hombres ~tcorri~lí~dos, que Viven
viendo el peligro incluso donde no lo hay-.
La cochinada de Nnvickìd era una rcaliclid demasindo
inhumana. En Níividiides les dari (10s semanas dc VHCi\-
ciones, para que vayan íl Espaíía n pasar las fiestas con
su familia. El gobierno alem:ín facilita un servicio muJ b;i-rato
de autobuses r;ípiclos, para que realicen su viaje sin
milch costo. En la fábrica les dijeron que en vez’de dos
scm:~nas podían estarse tres 0 cuatro, 0 cuantas quisieran.
Y se insistió en que se Ilevnrnn todos sus papeles consigo.
Ccrcn de un mes estuvieron en In l?atri:k, pnsnndo dí;ls
felices con sus mujeres e hi,jos. ill regresar descubrieron
el engxilo: fueron reincorporados n Ia f:íbricn como trabn-jadores
1zII6xxx y no cobraron ni vacaciones ni p;~g;t ex-triìordinari;
t de N:ìridxl. . .
--1’12~ id~ur I~;II- esos III~ICOS, por- ~~xcer mas; corla niles-tr;
i estíinck en este psis gris y frío, hubiéramos preferido
quedarnos las Snviclxles aquí. Pero Cc6mo íbrunos a snpo-ncr
nosotros...? .Si yo le contara a usté...
cl me contaba- sus historias en In wlle, gritxido y
gesticulando brusc;lmcntc con 1:~ mnno5. Le escuché hasta
el final, porque me pareció que se sentía aliviacl desalio-gkdose
conmigo. 1lc lo cont6 todo. Cuando hubo termi-níìclo
guardc5 un momento silencio, como avergonzado de
-iY usté dónde trxbaj;l?
-yo estudio.
--Ah, ha pescado usté una beca...
-No: mi pxlre financia mis estudios.
12etrocedió un POCO y me mirti friamente, COII luz de
desconfi:lnzn en 10s ojos. Fue una mirxl;~ rel:ímp:lgo, que
se desvitncció en scguidit. Luego parecici esforz;Irse en con-tinu;
ir Ia conversacitin en tono afectuoso:
-<Y qué es lo que estrtdi¿l?
-Musicología.
Frunció el entrecejo.
-Y eso... <que cs?
-Es una extensa ramít de In filouofiri.
Guar-db silencio un momento, como píwn reflexionar,
y nl fin me prcguntd despacio, bajando socarronamente el
tono de su voz segura:
-(Y pn quC sirve eso...?
No interesa mi respuesta. Lo que importa es In prc-gunta
en boca de quien In hizo y en pleno siglo XX del
materi;tlismo y del progreso. iQue triste realismo encierra...!
Mentira
El metro de H;lmburgo es limpio y claro. Da gusto
viajar en él. Los sillones son cómodos e invitan í\ refle-xionar,
it ensimisrIt;trsc. GIL ellos he vi\-ido mi mAs pro-ductivos
rntos de ocio contemplativo. Aluchas reces me ha
suce.lido volver :L la realidad seis 0 siete estaciones miis
all¿i tic la mín.
AIe dirigía R la UniWrsidad completamente nuscnte del
mundo que me rodeaba, como Ia mayoría de laS VeCeS.
Unn mano, que golp:~b~t Con sw-kvc insistencin sobre mi
hombro, me devolvió de la nbstr:wción.
-El billete, por favor.
hlli estaba el revisor, Ynw nuis con la que el viajero
de .‘L diario no se tropieza en el metro hamburgu& mtis
que una vez cada seis meses, cuando yn empieza a dudar
de su supervi\vencia. Busqué pacientemente por mis bol-
Era dina gruesa y sonrosad:~ s~~~oI’B, tocada con un
sumbrcro que se me antojó horroroso. Alc miraba con ojos
;tc.us;ldores, con una contracción en los labios que más
tenía de mt~eca dcspectira que de sonrisa... Confieso que
mc turlx! un poco; pero continué buscando por los rinco-ncs
de mi vestido. HI billete apareció, al fin, en el último
twlsillv. El revisor lo tonló, lo examinó, hizo en Cl una
~311 t~xscíia crin SLI Idpiz roio y me lo devolvió con una
wnablc inclinacitin de cabeza.
Clavé una mirada motrilesca -seria, profunda y des-caradíl
- cn cl rostro de mi opuIent;k vecina. Esfor-CC mj
gesto cuanto puede, hasta notar que se dcsconcertí~bn. Bn-
~OI-~C’VSIr: Ianck estas Ixìkibrns con voz fuerte, IxK;~ ser oído
de todos:
. iSí, señora: Gnstrideitcr! i‘l’ quC?
IClla eludió encoutrarse de nuco-0 con mis ojos. Se la
\.eia :tfectad;i. So sí: si ern VergUeI-lzi clc sí misma, por Su
impetxirrente mtervencltin, 0 si era el miedo al hombre del
sur, q~ìe no 1-;~5(31ia cuando discute, sino que saca de pronto
11113 descomunal faca dc su cinturón... Se levantó dc su
;1sie1110 p se cliri,gir5 h;lcia Ia puerta de snlicln. IJn 1:t próxi-rii:~
estación :~banclorió el \r:igöu.
En torno :L mi se creti un :imbiente de tlesagrndo. Pero
me Scnlí OI-~III~«SU. ;\Ir2 Sclltí tl~Clll~Il~l~~~ll~llt~: digII0, it JJtAsU
tl:: 10s routfos impenetr;ibles que me ;tcomI~aiíaron hasta
el final del traywto. a pesar de los ojos huidizos que pro-cur;
tbiin i:;norclt- 121 pt-cscncia de mi pelo oscuro y de mi
C‘;II-;L morcnn.
;1loren:1, sí: de sangre... cle playa...!
Hr~niburgo, 23 de marzo de 1905