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UNAMUNO, GALDÓS, RAFAEL ROMERO (ALONSO QUESADA), DOMINGO DORESTE (FRAY LESCO),... REPERCUSIÓN DE UNAS PALABRAS DE UNAMUNO SOBRE GALDÓS UNAS SEMANAS DESPUÉS DE SU MUERTE Antonio Henríquez Jiménez Introducción Pretendo traer a la memoria un cruce de pareceres —que creo no ha tenido mucho eco— acerca de unas opiniones de Unamuno con respecto a Pérez Galdós a las pocas semanas de la muerte de éste. El periódico La Jornada (Las Palmas, 24-II-1920) –dirigido por aquel tiempo al parecer por Rafael Romero (Alonso Quesada)1– reacciona con un artículo de fondo sin firmar, y que opino de factura de Alonso Quesada por el tono y el estilo. Daré, al final, algunas notas que justifiquen esta autoría y la de otros escritos presentados como de Alonso Quesada. Al artículo de La Jornada le responde Domingo Doreste Rodríguez (Fray Lesco) con una carta al director de La Jornada, y que vio la luz el 27-II-1920 en el mismo periódico. Al final de esa carta aparece la respuesta del periódico, también sin firmar y, evidentemente, obra del mismo autor que el escrito del día 24. Transcribiré las palabras de Unamuno según distintas fuentes y evidenciaré algunos comentarios que entonces y posteriormente se han hecho a las mismas. Además de ellas, daré noticias de unos escritos suyos sobre Galdós recién muerto y presentaré el artículo (“Con el palo en el bombo”) que el profesor salmantino publica en El Liberal de Madrid (21-II-1920), una especie de autodefensa por los comentarios desatados en la prensa nacional con motivo de sus palabras en la velada necrológica sobre Galdós. Como apéndices, presentaré algunas notas sobre los hitos de la relación de Alonso Quesada con Unamuno, con la transcripción de algunos escritos que atribuyo a Alonso Quesada. También presentaré algunos párrafos de escritos de Alonso Quesada aparecidos en la prensa de la época –algunos con firma y no publicados posteriormente, y otros atribuidos–, en los que cita a don Benito con respeto y cariño, y por los que se puede vislumbrar el carácter de la respuesta de La Jornada. También daré una corta nota sobre la opinión de Domingo Doreste acerca de Galdós. Haré un comentario sobre los pseudónimos de cariz galdosiano que empleó Alonso Quesada y sobre los libros de Galdós que se conservan en lo que queda de lo que fue su biblioteca. Al final, intentaré justificar la autoría por Alonso Quesada de los textos que presento como suyos, aduciendo ejemplos de otros escritos con su firma. Después de todo, alguien podrá preguntarse si –además de su estado físico y moral– las palabras de Alonso Quesada a Luis Doreste Silva, entonces en París, sobre que “A Unamuno lo vi el día que llegó; hoy está aquí y se va mañana y no he hecho por verlo”,2 no transpiran también algo de indiferencia y alejamiento de los ideales del profesor de Salamanca, llegado por segunda vez a Las Palmas en 1924, esta vez desterrado por la dictadura de Primo de 304 Rivera. Pero parece que no sucedió así, según se verá. Por lo menos, según dirá en 1921, su recuerdo de diez años atrás “es como una maravillosa coraza de plata oxidada en mi memoria...!”.3 Reacción en Las Palmas a las palabras de Unamuno: ¿Alonso Quesada?–Fray Lesco El artículo que atribuyo a Alonso Quesada es el fondo del periódico del día en que apareció (La Jornada, 24-II-1920). Se titula “La pasión de Unamuno. Violenta injusticia”. Dice: Don Miguel de Unamuno, el gran maestro renovador de espíritus, tan justo casi todas las horas de su vida, suele revelarse airado de vez en vez, contra su propio raciocinio y en un apasionado delirio intelectual lanzar a los cuatro vientos una injusticia. Dos o tres grandes injusticias ha cometido Unamuno. A Rubén Darío le negó, mientras era vivo el poeta, el pan y la sal. Rectificó después dolorido ante los sagrados restos del artista. Y el remordimiento le persiguió más tarde por otras injusticias, si no tan grandes al menos tan irrespetuosas. El corazón del profesor de Salamanca arde siempre con tan violenta llama de pasión que no es posible contenerlo. Y si a veces esta llama es buena y es purificadora, otras veces destruye el propio corazón intachable del apasionado dueño. Don Miguel de Unamuno acaba de cometer su última gran injusticia. En una velada en honor de Galdós, celebrada en Salamanca, don Miguel de Unamuno se ha aventurado a afirmar que el glorioso maestro castellano fue un novelista inferior a la Pardo Bazán y al señor Blasco Ibáñez. Para Unamuno, solo tuvo don Benito un mérito único: el de la laboriosidad, pero este tampoco era mérito pues no encerraba otro fin que el beneficio económico. Estas palabras dichas así, secamente, airadamente, revuelven el alma y dirigen el gesto irritado hacia el maestro salmantino. Tienen el tono de una incontenida acusación envidiosa. En un momento de cabal lucidez no es justo acatarlas. Y a pesar del respeto fervoroso que Unamuno nos inspira, no podemos dejar pasar el grito sin intentar atajarlo. Es injusto, es triste, es pequeño este pensamiento. Don Miguel de Unamuno no puede, tampoco sinceramente –librado de su fiebre intelectual– asegurarlo. Poco tiempo ha de pasar para que el acto de contrición unamunesco se repita. Es absurdo decir que Galdós es un novelista inferior al señor Blasco, que nada es ni representa en un primer orden literario. Es cual comparar la honda labor galdosiana, con la declamatoria literatura del señor Blasco que sí tiene el mérito de la laboriosidad por el beneficio económico. Tenemos la evidencia de que a estas horas Unamuno, asustado por su injusta acusación, estará laborando su arrepentimiento. A los pocos días de muerto Galdós, publicó Unamuno un cariñoso artículo en España, sobre la personalidad de don Benito. No han pasado dos meses y se revuelve brioso contra Galdós. ¿Es justo? ¿Es sinceridad? Acomete la oratoria de D'Annunzio y loa la de Blasco. Pregona el arte moral y fuerte y la emprende con el único hombre que hizo surgir una humanidad de su cerebro y 305 luchó por el ideal moral de los hombres. Era un hombre que jamás se cuidó de sus ganancias y que no pensó nunca dónde estaba el dinero que tenía y toda su vida fue modelo de sobriedad y modestia; lo censura porque el fin de su vida fue perseguir un bienestar fantástico. Don Miguel de Unamuno en un exceso febril de mentalidad ha creído que solo el mundo español está en su espíritu y que nada que le sea ajeno puede perdurar o ser eterno. Dolorosamente protestamos de las palabras del Maestro. No es posible dejarnos tranquilos sin un comentario sincero. Es necesario decir con todo el respeto y la admiración que tenemos por Unamuno: Don Miguel, por ese gran espíritu de usted, por esa gran mentalidad de usted tan prestigiosa, no hay derecho a que los filisteos del intelecto que tanto le odian hallen4 motivos para emprenderla otra vez injustamente por sus culpas de sus dolorosas injusticias. La contestación de Domingo Doreste (Fray Lesco) y la réplica del director de La Jornada aparecieron en este periódico el 27-II-1920, p. 1. Se titula “Unamuno y Galdós. Una carta de Fray Lesco”. Dice: Acabo de leer en el número de ayer de La Jornada un artículo de gran irritación, aunque no irrespetuoso, para Unamuno, con motivo de ciertos juicios sobre Galdós, vertidos según parece en una velada necrológica celebrada en el Ateneo de Salamanca. Me ha sorprendido la cosa increíblemente, tanto más cuanto que hace muy pocos días recibí un extracto del censurado discurso en un periódico de Salamanca (que pongo a su disposición) el que he releído por el interés que me despertaba, y he vuelto a leer después de haberlo hecho con el artículo de La Jornada, sin encontrar en él ninguna de las afirmaciones concluyentes que se le atribuyen. Mi hijo también me escribe y me habla del discurso de Unamuno, que oyó; pero no en el sentido en que La Jornada lo ha tomado. Solo me añade que se mostró extraño de no encontrar en sus obras un recuerdo de su infancia y de su país natal, la Gran Canaria. No me explico, pues, el origen de la información periodística que haya podido desviar los juicios de esta manera. Alguna equivocación o confusión deben de mediar que seguramente aclararán el tiempo y la nobleza de los equivocados. Yo estoy aún enfermo en cama y no puedo escribir más. Espero el favor de que me publique estas líneas. Sería triste, por otra parte, que no fuese posible aún intentar el ensayo de una revisión de Galdós en España; y que no sean aceptos a sus admiradores otros tributos post mortem que las infladas necrológicas en que se advierte desde luego una aspiración: la de olvidar presto al ilustre difunto. De V. S. S. y a. Fr. Lesco. Febrero 25 920. La carta de nuestro amigo nos sorprende y nos alegra. Fray Lesco sabe cuánta es la admiración y respeto que nos inspira Unamuno. Guiados solamente por una justa protesta escribimos las palabras aquellas. Comprenderá Fray Lesco que eran necesarias. No porque se revise la labor de don Benito, sino porque precisamente no 306 acusaba revisión alguna el juicio concreto y audaz de Unamuno según las informaciones que llegaron a nuestras manos. El Sol, El Debate y algún otro periódico de Madrid trajeron las noticias adecuadas a nuestro comentario. Esos periódicos los hemos perdido. Sólo conservamos un número de La Publicidad de Barcelona, diario nada sospechoso de reacción, en el cual se publica el siguiente telegrama: “Está siendo comentadísimo el discurso que el señor Unamuno ha pronunciado en el teatro Bretón, de Salamanca, sobre Galdós. Criticó duramente a Galdós como dramaturgo y novelista. Dijo que era inferior a Blasco Ibáñez y a la Pardo Bazán, que no había merecido el premio Nobel, y que su único mérito fue el de la laboriosidad, y esta la tuvo por el beneficio económico.” Claro es que a pesar de nuestro desconcierto por tales afirmaciones, no podíamos pensar que se falseara tan completamente esta noticia. Fray Lesco, con un periódico de Salamanca ante su vista, nos asegura que no hay tal crítica acerba, ni tal embestidura despiadada. Esto es para nosotros la mayor satisfacción. Pero que conste nuestro respeto y nuestro cariño al filósofo vasco, y que si hubo dolor, fue dolor de ver cómo la integridad espiritual de Unamuno podía quedar una vez más en las llamaradas de su pasión. Y para terminar: aunque Unamuno piense que es reprochable el olvido literario en que el gran artista tuvo a su país, mejor cosa quizás no pudo hacer, que Canarias no es Vasconia y el amor fraternal y decisivo por sus grandes hombres no se conoció jamás aquí. Aparte de que esto de la patria chica es una cosa elástica y nadie nació donde quiso, sino que lo nacieron, como diría el propio don Miguel, contra su voluntad acaso. La patria es el lugar donde mejor le va a uno. Esos amores oficiales se avienen mal con las eternas teorías espirituales de Unamuno. Si por eso solo merece censura don Benito, seguimos sosteniendo que fue don Miguel injusto aunque la amargura de esta injusticia se halle completamente atenuada. Escritos de Unamuno a la muerte de Galdós. Distintas transcripciones de sus palabras en la velada necrológica en honor de Galdós A los pocos días de la muerte de don Benito, aparecen tres notas de Unamuno en la prensa con reflexiones sobre Galdós: en el diario El Liberal, de Madrid (5-I-1920); en la revista España (8-I-1920); y en El Mercantil Valenciano (8-I-1920).5 El artículo aparecido en España lo recuerda el autor del fondo de La Jornada en su escrito de protesta del día 24-II-1920. Semanas más tarde, se celebra en el teatro Bretón de los Herreros de Salamanca un homenaje a don Benito, organizado por el Ateneo Salmantino. Allí Unamuno dice de él las palabras que motivaron el escrito de fondo de La Jornada ya transcrito. Toma su autor las noticias de dos periódicos de Madrid, que cita (“El Sol, El Debate”), de “algún otro periódico de Madrid”, y de La Publicidad de Barcelona, cuyo telegrama transcribe entero. Las palabras de Unamuno tuvieron lugar el 12 de febrero de 1920. 307 La polémica según Berkowitz Presento la síntesis que H. Chonon Berkowitz hacía por 1940 en el artículo “Unamuno's relations with Galdós”.6 Allí da cuenta y analiza casi todos los pormenores del escándalo originado por las palabras de Unamuno, pronunciadas el 12 de febrero de 1920, como muy bien dice en la página 332.7 Berkovitz va analizando lo dicho por Unamuno en “La sociedad galdosiana” (El Liberal, 5-I-1920), en “Galdós en 1901” (España, 8-I-1920); y lo referente a la velada necrológica: el despacho de La Publicidad (14-II-1920); el artículo de H. P. O., “Unamuno y Galdós” (El Correo Español, 26-II-1920); el de Ezequiel Endériz, “Unamuno” (La Libertad, 14-II-1920); el de Andrenio, “Unamuno y Galdós” (La Vanguardia, 26-II-1920). Hace alusión a las posteriores palabras de Antonio Espina, en “Libro de otro tiempo: Benito Pérez Galdós, Fisonomías Sociales” (Revista de Occidente, vol. I, 1924). Describe el extracto aparecido en El Adelanto como “A purportedly full account of the speech”. Después de presentar las ideas expuestas por Unamuno según el Adelanto de Salamanca, hace una valoración de ellas; añade un “suplemento al discurso de Unamuno”, basado en crónicas de El Heraldo (13-II-1920) y de La Publicidad (14-II-1920); comenta la respuesta de Unamuno en El Liberal (calificada de “maniobra táctica”); y presenta una carta de Unamuno al autor del artículo, de 1930, en la que éste sigue opinando lo mismo. Sus palabras traducidas son la siguientes: Pero uno de los pronunciamientos de Unamuno sobre Galdós –el único amplio que jamás divulgó– casi produjo un escándalo nacional en los círculos literarios de España. Fue invitado por el Ateneo de Salamanca para pronunciar una alabanza sobre Galdós en una velada necrológica que tuvo lugar en el Teatro Bretón el 12 de febrero de 1920. Como el Marco Antonio de Shakespeare, Unamuno aparentemente vino a enterrar a Galdós, no a alabarlo –e hizo lo primero–. La tormenta de protesta que su discurso levantó no se calmó pronto. La prensa de Madrid y provincias publicaron extensos y acalorados comentarios sobre ello. [Cf. un despacho no firmado, desde Madrid, en La Publicidad (Barcelona), 14-II-1920.] La indignación fue mucha y encontró apasionada expresión. “Cuando hace algunos días”, dice una indignada protesta, “Unamuno disecaba en Salamanca la obra literaria de don Benito Pérez Galdós, los asistentes creyeron oír un aleteo de cuervos, un dolor de carne viva en la sala de autopsias, una palabra dura en el responso de un cadáver.” [Cf. H. P. O., “Unamuno y Galdós”, en El Correo Español, 26-II-1920.] Algunos manifiestan personal animosidad hacia la severidad de juicio de Unamuno. “¿Qué le habrá negado D. Benito a D. Miguel, cuando así lo trata?”, dice otro comentario indignado. “¿No lo creería todo lo «genio» que él se figura? ¿Acaso le dejó de citar entre los hombres por él admirados?” [Cf. Ezequiel Endériz, “Unamuno”, en La Libertad, 14- II-1920.]. Andrenio salió en defensa de Galdós y en fríos y desapasionados términos refutó los cargos de Unamuno y desechó sus objeciones señalando que descuidó el aspecto estético de las obras de Galdós y que no tenía criterios para la crítica. [Cf. Andrenio, “Unamuno y Galdós”, en La Vanguardia (Barcelona), 26-II-1920.] Lenta en calmarse, la tormenta brotó de nuevo muchos años después, cuando Antonio Espina, en un comentario de las Fisonomías sociales de Galdós póstumamente publicadas, revivió las opiniones de Unamuno y a partir de ellas forjó las armas con las que en lo sucesivo los escritores de la generación de la postguerra atacarían la reputación de los novelistas fallecidos. [Cf. Antonio Espina, “Libro de otro tiempo: 308 Benito Pérez Galdós, Fisonomías Sociales”, en Revista de Occidente, Vol. I (1924), pp. 114-117.] ¿Qué dijo Unamuno en este notorio discurso que no fuera dicho o escrito antes? [Una relación significativamente completa del discurso apareció en El Adelanto (Salamanca, 13-II-1920.] Empieza sugiriendo que quizás no es el mejor cualificado para enjuiciar a Galdós; aquellos que podrían ser llamados sus nietos podrían hacerlo más desapasionadamente. Siendo en cierto sentido un hijo de la generación de Galdós, naturalmente mostrará la tendencia tan típica de los niños de criticar y rebelarse contra sus padres. Leyó a Galdós cuando era niño, pero nunca más “por no profanar aquellos sentimientos de mi infancia, que este culto creo que es un modo de respeto a nosotros mismos.” Lo leyó además en un tiempo cuando “aún latían aquellas vibraciones que están en León Roch, en Gloria, en Doña Perfecta...” Nunca más volverá a leerlo. El encanto de las novelas de Galdós es inherente al hecho de que en ellas las masas reemplazan a la realidad, que el suyo es un mundo inventado de ingenuas ilusiones. No soportarán la comparación con las obras de sus contemporáneos –Clarín, Valera, Ayala (sic!) y Pardo Bazán– puesto que Galdós nunca se permitió en sus novelas una nota lírica, intrusa y personal. En ellas languidece un mundo triste de tragedia silenciosa cuyos actores no son ni campesinos ni trabajadores, sino la humilde clase media española, la cual ha sido adormecida en la rutina de buscar un empleo de la administración o su pan diario. Y esta épica de la clase media urbana tiene su propia melodía –el lenguaje de Galdós “...es la misma sensación que un viejo aldeano, junto a la campana de una cocina del pueblo, cuenta un antiguo relato que adormece por la manera de decir; ... es una lengua cervantina, no quevediana.” Mucho del ambiente que existe en el mundo de ficción de Galdós proviene de su optimismo –el optimismo de los hombres de 1868, quienes creyeron en el progreso y en los ideales de justicia. El drama no fue el fuerte de Galdós. Con toda seguridad, se le aplaudió, aunque el aplauso iba dirigido a sus novelas, no a sus obras de teatro. Con un cierto grado de perspicacia Galdós eligió el momento preciso para utilizar el escenario con fines políticos. Electra fue evento político culminante, y asestó un golpe tan severo que aquellos a los que iba dirigida no lo han olvidado, no lo pueden olvidar jamás. Casandra asestó un golpe incluso más fuerte. Es innecesario decir que Galdós no resolvió el problema del clericalismo, por ello existe todavía hoy. Y por todo su éxito aparente el talento dramático de Galdós deja mucho que desear. “... su estilo es el de coloquio familiar, a ratos un poco oratorio, pero sin esos chispazos de pasión, tal vez falsos, de gritos, de soberbia que hay que llevar al que escribe para las tablas.” Aparentemente olvidando que en 1911-1912, mientras escribía Fedra, insistió en la simplicidad, naturalidad y realidad como fundamentales principios de la dramaturgia, Unamuno propone el siguiente credo y, por implicación, rechaza los esfuerzos dramáticos de Galdós. “Porque yo creo que el teatro se alimenta y será eternamente el de los trucos, el de las violencias, el de las falsedades, como en el teatro de Echegaray que ha de volver con todo su aparato de tragedia y de inverosimilitud.” Vista retrospectivamente, dice Unamuno, la vida de Galdós nos lleva desde la tristeza hasta, incluso, lo trágico. Después de que hubiese sobrevivido a sus obras, cuyo solo mérito es el ejemplo de laboriosidad, que las adorna, continuó trabajando 309 hasta el final como un jornalero, repitiéndose inevitablemente porque así lo sentía. Y cuando murió, su personalidad desapareció junto con su mundo ficticio, que ya se había desvanecido. Fue un sacrificio del que Galdós no pudo escapar. “Yo creo”, generaliza Unamuno, “que quien crea personajes muere en ellos, se entierra en ellos; todo Galdós, al soñar con ellos, al crearlos, se hallaba borrado, difundido entre ellos; y este es su sacrificio, el sacrificio del escritor que se hunde con los personajes que crea.” Para reforzar nuestra tesis, incluso Cervantes es también ahora un mero nombre, y su personalidad está sumergida en Don Quijote, pero –uno está tentado de pensar que Unamuno no lo expresa claramente– mientras que D. Quijote todavía vive, los personajes de Galdós se han ido siempre junto con la época a la que simbolizaban. Quizás es prematuro afirmar que nada de Galdós sobrevivirá permanentemente en el alma de la raza española, pero uno puede seguramente expresar la ferviente esperanza de que ello puede ser así. “¡Ojalá lo de España,” reza Unamuno, “no acabe en el sainete grotesco de la clase media que pinta Galdós!” Estos, en resumen, son los puntos importantes en el discurso de Unamuno tal como está relatado en la prensa de Salamanca. Aunque en su conjunto principal constituyen un comentario desfavorable, en justicia para su autor debería estar establecido que su severidad está dirigida más a la época de Galdós y a sus personajes que la reflejan, que a su habilidad literaria y artística. Aunque Unamuno hubiese insistido en estas observaciones, el aluvión de protesta que las recibió habría estado injustificado. En realidad, sin embargo, los periódicos de Salamanca fueron incapaces de informar de todo lo que él había dicho; la prensa de Madrid suministró el resto. Duras, en efecto, son otras observaciones de Unamuno sobre Galdós. Aventura la opinión de que las novelas de Galdós son inferiores a las de Blasco y Pardo Bazán, y que porque no contienen mensaje están condenadas a desaparecer. Hay en ellas profunda tristeza, poca realidad y carecen de elemento cívico. Nunca trató el problema proletario, el agrario o cualquier otra cuestión concreta; llenó sus libros con religión y pobló sus páginas con maníacos. Tan desprovisto está Galdós de lirismo que ni una vez incluyó a sus nativas Islas Canarias entre sus ambientes. Fue una fútil ambición pedir para él el Premio Nobel; no lo merecía. Más que un gran escritor fue un gran trabajador que laboró no por ideas sino por dinero. También por dinero volvió al teatro con notoria falta de éxito. Todas sus obras fueron fracasos salvo El Abuelo, que tuvo un éxito regular. Fuera de España, Galdós no tiene cartel, y la comparación entre él y Tolstoi es admisible siempre que se tenga en cuenta que el ruso se apoyó en Dios mientras que Galdós disfrutó del apoyo de Sagasta. [El resumen del suplemento al discurso de Unamuno se basa en despachos de El Heraldo (13-II-1920), y en La Publicidad (14-II-1920).] Que las informaciones sobre el discurso de la prensa de Madrid y Barcelona son más fiables, puede inferirse de la defensa que Unamuno hizo de sí mismo en el transcurso de una semana [“Con el palo en el bombo”, en El Liberal, 21-II-1920.] En esta defensa busca sacarse la espina de algunos de sus comentarios afirmando que solamente dio sus impresiones, que no intentó hacer juicios, y que tiene el derecho de decir lo que piensa en cualquier momento, con o sin propiedad. Nadie puede obligarle a que le guste el odiado mundo del que Galdós trata, incluso si su tratamiento se ha traducido en novelas admirables. Además, es su privilegio personal no desear releer las obras de Galdós, y basa su razón en términos bastante delicados así: “No quiero poner mi mano de hombre encanecido en luchas sobre el tesoro espiritual de mi juventud.” En su actual estado espiritual no puede llegar a estar 310 interesado en las novelas de Galdós que no son ni épicas ni líricas. Nadie conoce si el famoso novelista alguna vez intentó escribir verso. Unamuno no niega la grandeza de Galdós, sino que afirma que su superioridad a otros novelistas del siglo XIX descansa en la totalidad de su producción y no en una sola obra. Fue un escritor piramidal, por así decirlo, y como consecuencia de ello ninguna novela suya es superior a El sombrero de tres picos, El escándalo, Sotileza, Pepita Jiménez y La Regenta. La débil defensa de Unamuno de su discurso de Salamanca –que debe mirarse sólo como una maniobra táctica– no aplacó a los defensores incondicionales de Galdós. Algunos años después del incidente y con creciente frecuencia después de los pronunciamientos de Antonio Espina, que fueron considerados como reafirmación del espíritu de la crítica de Unamuno, numerosos artículos en la prensa española mantuvieron viva la controversia y con frecuencia se elevó a la categoría de cuestión candente. Alberto Insúa probablemente resumió la convicción de los que intentaron reivindicar la reputación y mérito de Galdós cuando dijo con referencia a lo que denominó las tan injustas diatribas de Unamuno: “En Unamuno ha predominado la rebeldía, el ademán iconoclasta y –todo ha de decirse– cierto anhelo de poder político y de hegemonía intelectual que acusan un corazón despótico” [Cf. Alberto Insúa, “La memoria de Pérez Galdós”, en Canarias, vol. XVI, nº 219 (junio de 1929).] La observación de Insúa sugiere una aceptable explicación para la notoria discrepancia entre la pública hostilidad de Unamuno y la privada cordialidad hacia Galdós. Las numerosas apreciaciones de Unamuno del novelista, precisamente porque son inconsistentes, contradictorias y arbitrarias, son la expresión de un temperamento angular y no de una facultad crítica; por otra parte, su cordiales relaciones con Don Benito como se revela en su correspondencia estaban quizás guiadas por algún objetivo o ambición personales en cuya realización Galdós podría haber sido de gran ayuda. Después de 1912 la amistad de los dos hombres se tensó hasta tal punto de ruptura porque –y la razón la ofrecen miembros de la familia de Galdós– Unamuno fracasó en desplazar a Galdós de su posición preeminente literaria y política. Como resultado de ello, Unamuno nunca modificó sustancialmente sus opiniones públicamente expresadas sobre Galdós incluso después de que lo hubiesen reprobado duramente por ellas. La siguiente carta, que supone la última palabra de Unamuno sobre el asunto, revela la existencia de ningún cambio tanto mental como espiritual de su parte. [Esta carta es la respuesta de Unamuno a una solicitud hecha por el presente escritor acerca de una explicación de las “insuficiencias” de Galdós mencionadas en el artículo por Ephrem Vincent. Véase Supra: nota 11: E. Vinvent: “Lettres espagnoles- La jeunesse littéraire- Une lettre d'Unamuno sur les jeunes”, en Mercure de France, vol. XLIX (febrero de 1904, p. 558)]: Sr. D. H. Chonon Berkowitz. Madrid. Su carta, señor mío, ha venido felizmente a distraerme de las preocupaciones que actualmente embargan mi ánimo. Y en cierto modo también a sorprenderme. He olvidado lo que escribí a Ephrem en 1904 –hace ya 26 años, ¡figúrese!– y es más hasta había olvidado que le escribí e incluso su nombre. Ni tengo entre los papeles que conservo, ese número del Mercure de France. No me es a la vez, muy fácil volverme a poner en el estado de conciencia que me dictó las palabras que usted transcribe. 311 Pero de todos modos una cosa sí que le puedo decir y es que Galdós no podía unir en torno de sí a los jóvenes porque era un hombre solitario, taciturno –apenas hablaba–, de escasa sociabilidad y que vivía una vida aparte, absorto en el mundo novelesco que iba creando. Su situación pública y política –y sin ésta no se puede agrupar a jóvenes, ni para fines de cultura literaria– fue siempre muy secundaria. No intentó ser orador. Los jóvenes le respetaban, muchos le querían pero no le trataban ni le frecuentaban. Tuvo, a la vez, que trabajar para poder vivir y esto, a que acaso debemos la vastedad de su obra, contribuyó no poco a estropear ésta. Pues no cabe desconocer que con todo su genio, y le tuvo como novelista, como hizo del novelar un oficio, cayó no pocas veces en industrialismo. Se puso a fabricar novelas. Y en serie. Y ésta es acaso la causa de que sean leídas menos que lo merecen. Les falta concentración. Y cuando, buscando legítimamente provechos materiales se pasó al teatro –que produce económicamente más que la novela– llevó a él las notas de su novela. Los personajes de sus dramas y novelas hablan demasiado para decir muy poco, se dejan llevar de la voluptuosidad de la conversación por la conversación misma –¡españoles de café al cabo!– y hasta pronuncian, a modo de discursos, artículos de periódico. Apenas encontrará usted en todo el teatro de Galdós una de las frases –como hay tantas en Shakespeare– que definen a un hombre. Como no verá usted citados aforismos, sentencias, pensamientos sueltos, de Galdós. Todo lo cual le hace intraductible. Estando desterrado en Fuerteventura volví a leer casi todo Galdós y me dejaba arrullar, junto al mar, por su prosa sin que ésta me detuviese nunca. Leí entonces ¡por primera vez! la que creo su mejor obra Fortunata y Jacinta –Fortunata, como mujer, se tiene en pie–; pero vi que es una novela estirada para llenar no recuerdo si tres o cuatro volúmenes. ¡Aquellos inacabables monólogos de los locos o semilocos de sus novelas, llenos de estribillos, muletillas y frases hechas! Se vive, se imagina y se siente hoy muy a prisa para soportar eso. Me parece que Galdós hoy cansa a los lectores españoles. La difusión es, creo, un defecto muy común en nuestra literatura pero ella aumentó, sobre todo en sus últimos años. Con todo lo cual creo que fue un pintor a las veces genial de aquella sociedad, también difusa, crepuscular, casi nebular, rutinaria, del Madrid de fines del siglo XIX, donde la tragedia era la falta del sentimiento de ella. Es cuanto se le ocurre a su afmo. Miguel de Unamuno Salamanca 9-XII 1930.8 Además de los siete escritos citados por Berkowitz, he podido encontrar otros veinte en los que se comentan las palabras de Unamuno. Unos y otros los presento a continuación por orden cronológico, enumerándolos antes, poniendo entre corchetes los que analiza Berkowitz: El Sol (Madrid, 13-II-1920, viernes, p. 9): “De varias provincias. León. En honor de Pérez Galdós”. El Debate (Madrid, 13-II-1920, p. 4): “En una velada. Unamuno contra Galdós”. [El Heraldo de Madrid (13-II-1920, p. 1): “Unamuno, iconoclasta”.] La Acción (Madrid, 13-II-1920): “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”. 312 El Imparcial (Madrid, 13-II-1920, p. 2): “A la hora de las alabanzas. El paradójico doctor Unamuno”. El Progreso (Barcelona, 15-II-1920): “Una nota discordante. Unamuno habla de Galdós”. La Tribuna (Diario Independiente, Madrid, 13-II-1920, p. 4): “Discurso detonante. Unamuno ataca a Galdós”. La Correspondencia de España (Madrid, 13-II-1920, p. 3): “Homenaje a Galdós”, en la sección “Informaciones de provincias. León”. ABC (Madrid, 13-II-1920, edición de la tarde, p. 15): “Informaciones de toda España”. [El Adelanto (Salamanca, 13-II-1920, p. 1): “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”.] [La Publicidad (Barcelona, 14-II-1920, sábado, p. 1): “Unamuno y Pérez Galdós”.] [La Libertad (Madrid, 14-II-1920, p. 4): “Unamuno”, Ezequiel Endériz.] La Correspondencia de España (Madrid, 14-II-1920, p. 3): “El asunto del día. Galdós, distinguido literato”, en la sección “Informaciones de provincias”. España Nueva (Madrid, 14-II-1920, p. 1): “Pim, pam, pum. Las babas de Unamuno”, Ursus. El Día (Madrid, 14-II-1920, p. 1), al final de la sección diaria “Pequeñeces”. Hoy (Madrid, 14-II-1920, p. 1): “Verán ustedes...”, Estebanillo González. El Liberal (Madrid, 15-II-1920, domingo, p. 3): “Restableciendo la verdad. Lo que ha dicho Unamuno de Galdós”. La Tribuna (Madrid, 18-II-1920, miércoles, p. 1): “Cartas madrileñas. El caso Unamuno”, Julio Cejador. El Imparcial (Madrid, 20-II-1920), en “Los Lunes de El Imparcial”: “Galdós. I. Los Episodios”, Gabriel Alomar. [El Liberal (Madrid, 21-II-1920, sábado, p. 1): “Con el palo en el bombo”, Unamuno.] El Día (Madrid, 21-II-1920): “Pequeñeces”. Blanco y Negro (Madrid, 22-II-1920, domingo, p. 4): “Instantáneas de actualidad. El exhibicionismo de D. Miguel”, Pedro Mata. Diario de la Marina (Madrid, 23-II-1920, lunes, p. 3): “La semana última”, F. Mérides. [La Vanguardia (Barcelona, 24-II-1920, martes, p. 2): “Aspectos. Unamuno y Galdós”, Andrenio.] 313 [El Correo Español (Madrid, 25-II-1920, miércoles, p. 4): “Crónica literaria. Unamuno y Galdós”, H[uberto] P[érez de la] O[ssa].] La Publicidad (Barcelona, 1-III-1920): “Notas breves. El hombre de Salamanca”. El Mundo (Madrid, 1-III-1920, p. 1): “Críticos improvisados. La obra de Galdós”, A. Velasco Zazo. A lo dicho por Berkowitz, sólo habrá que añadir que las palabras de Unamuno transcritas por el periódico La Acción de Madrid contienen algunos elementos más duros que los del Heraldo de Madrid. Son los siguientes: 1) Las referencias a la superioridad de Blasco Ibáñez, Clarín y Pardo Bazán, que –por lo demás– ya aparecen en El Adelanto. 2) La observación de que “Electra llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó”, que también aparece en el periódico salmantino con más amplitud. Y 3) La observación de que “En Suecia se comentó mucho que [no] le fuese otorgado el premio Nobel”, también aparecida con más amplitud en El Adelanto. La única nota que he logrado encontrar de El Sol es la noticia publicada en la página 9 del número del día 13-II-1920. Se titula “De varias provincias. León. En honor de Pérez Galdós”. Dice así: SALAMANCA 12 (9,15 n.).– En el teatro Bretón se celebró una velada en honor de Pérez Galdós, organizada por el Ateneo salmantino. Se leyeron trabajos de los escritores locales Emilio Blanco, David Rayo y Cándido Pinilla. Don Miguel Unamuno pronunció un discurso en elogio de Galdós, como estilista. El Debate (Madrid, 13-II-1920, viernes, p. 4) publica “En una velada. Unamuno contra Galdós”: SALAMANCA, 12.- Organizada por el Ateneo, se celebró en el teatro Bretón una velada en honor de Galdós. Los señores Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos recuerdos a la obra de Galdós, terminando el acto con un extenso discurso del señor Unamuno. Éste criticó duramente a Galdós, como novelista y dramaturgo, diciendo, entre otras cosas, que la lectura de sus obras es monótona y sin fondo alguno de realidad ni de problemas palpitantes, apreciándose únicamente su sectarismo religioso y político. La dureza con que se expresó el señor Unamuno dividió las opiniones, y la velada, más que en honor, resultó de crítica acerba de la obra galdosiana. El Heraldo de Madrid (13-II-1920, viernes, p. 1) publica, sin firma, el artículo “Unamuno, iconoclasta”, con una fotografía de don Miguel al final. Dice así: Por telégrafo. SALAMANCA 12 (10 n.) Para ensalzar la memoria del insigne autor de los Episodios Nacionales, se celebró una velada en el teatro Bretón, en la que hicieron uso de la palabra varios oradores. Unamuno habló después diciendo cosas tan amenas, como las siguientes: 314 “No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada; de ellas no quedará recuerdo. Las obras galdosianas carecen de elemento cívico; encuentro en ellas mucha tristeza y poca realidad. De tantas cosas como trata en sus obras no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, a Gran Canaria. En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario: sólo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política. Laborioso sí fue, y éste es el mejor ejemplo que deja para la juventud; trabajó mucho, como un jornalero; pero no por ideas, sino por cuestiones económicas. La lectura de las obras de Galdós es monótona como el espectáculo de un río tranquilo. Era optimista. Razones económicas y domésticas lo llevaron al teatro, en el que no logró triunfar; sólo estrenó una obra regular: El Abuelo. Si logró la benevolencia de los públicos, fue por respeto. El público salió muy entristecido de la velada necrológica exclamando: “Pobre Galdós.” Las noticias del periódico madrileño La Acción (13-II-1920), dirigido por el tinerfeño Manuel Delgado Barreto, se titulan “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”. El artículo está fechado en “Salamanca 13”. Dice así: Salamanca 13. Para tributar un homenaje a la memoria de Galdós se ha celebrado una velada necrológica en el teatro Bretón, organizada por el Ateneo de Salamanca. Después que hablaron los señores Royo, Blanco y Pinillos, que ensalzaron la obra literaria del autor de los Episodios Nacionales, pronunció un discurso don Miguel de Unamuno. Uno de los párrafos del discurso de Unamuno fue éste: No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada: de ellas Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios. 315 no quedará recuerdo. No se puede compararlas con las obras de Blasco Ibáñez, Clarín y la condesa de Pardo Bazán, que son superiores a aquellas en su mayoría. Las obras galdosianas carecen de elementos cívicos; recogió en ellas mucha tristeza y poca realidad. De tantas cosas como trata en sus obras, no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, a Gran Canaria. En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario; sólo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que las novelas. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó. Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios. Laborioso sí fue, y éste es el mejor ejemplo que deja para la juventud; trabajó mucho, como un jornalero; pero no por ideas, sino por cuestiones económicas. En Suecia se comentó mucho que le fuese otorgado el premio Nobel [sic]. La lectura de las obras de Galdós es monótona como el espectáculo de un río tranquilo, que sólo refleja en su corriente la silueta de los árboles de la orilla. No encierran nada; no se rebeló nunca. Era optimista. Razones económicas y domésticas lo llevaron al teatro en el que no logró triunfar; sólo estrenó una obra regular: El Abuelo. Si logró la benevolencia de los públicos fue por respeto. A nuestro corresponsal, como a muchos periódicos, según vemos hoy, le ha[n] indignado el atrevimiento y la inoportunidad del amargado exrector de la Universidad de Salamanca; a nosotros, que tenemos formado del señor Unamuno el concepto exacto que debe merecer su modalidad de hombre de ciencia, no. Las últimas manifestaciones del señor Unamuno, que le colocan de espaldas a la corriente general, y no diremos que al sentido común, para no ofender, nos parece lo más natural en quien de toda una vida, de todos sus actos y de todas sus palabras hizo siempre instrumentos de exhibición. Pensando como piensan los demás, cualquier notabilidad puede pasar desapercibida, mientras que, administrando bien el recurso oposicionista, cualquier medianía puede hacerse destacar. A esto se atuvo siempre el señor Unamuno, y justo es decir que no siempre le fue mal. No concedemos al discurso del señor Unamuno la virtud de indignarnos en nuestra calidad de amantes de las glorias nacionales y admiradores de Galdós. 316 Los contenidos de El Imparcial de Madrid (13-II-1920) y El Progreso de Barcelona (15-II- 1920), y La Tribuna de Madrid (13-II-1920) son idénticos a los de La Acción, salvo la introducción y el final. También es idéntico a El Imparcial el artículo de La Prensa (Madrid, 13-II-1920, p. 1), titulado “El don Miguel de siempre”. En las palabras que se citan como textuales de Unamuno, el Heraldo de Madrid suprime algunas frases. La introducción y el final de “A la hora de las alabanzas. El paradójico doctor Unamuno” de El Imparcial de Madrid (13-II-1920, p. 2) es como sigue: En el teatro Bretón se verificó una velada organizada por el Ateneo en honor a la memoria de Galdós. Los Sres. Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos y elocuentes recuerdos a la memoria del ilustre muerto, cuya obra literaria ensalzaron sin reservas. Terminó el acto con un discurso de don Miguel de Unamuno, quien criticó duramente a Pérez Galdós como novelista y dramaturgo. Entre otras cosas dijo: [...] Ha sido objeto de muchos y desfavorables comentarios la dureza y la inoportunidad de los juicios críticos del Sr. Unamuno. A la introducción de El Progreso de Barcelona (15-II-1920), “Una nota discordante. Unamuno habla de Galdós”, le preceden estas palabras: En la sección telegráfica dimos cuenta ayer de la conferencia que acerca de Galdós ha dado Unamuno en Salamanca. Por juzgarlo de interés, vamos a ampliar la reseña del acto en que tuvo lugar el comentado discurso de Unamuno. Fue en una velada que el Ateneo de Salamanca organizó en el teatro Bretón para honrar la memoria de Galdós. La Tribuna de Madrid, Diario Independiente (Madrid, 13-II-1920, p. 4), publica el artículo sin firma con el título “Discurso detonante. Unamuno ataca a Galdós”. Presento su introducción y el final, ya que la transcripción de las palabras de Unamuno es idéntica a la presentada por Acción. Dicen así: Salamanca. En el Ateneo se celebró una velada en recuerdo del genial escritor don Benito Pérez Galdós. La concurrencia era nutridísima, y el acto fue solemne. Los oradores señores Royo, Blanco y Pinillos pronunciaron discursos enalteciendo la gigantesca labor de Galdós, y alabando todas sus obras, como anales vivos de la raza. En cambio, don Miguel de Unamuno pronunció un discurso inoportuno, atacando al glorioso escritor fallecido. Dijo, entre otras cosas [...] 317 El discurso del autor de Fedra fue acogido con siseos, y al final, cuantos lo escucharon tuvieron palabras de indignación y de protesta contra las frases del señor Unamuno. La Correspondencia de España (13-II-1920, p. 3), en la sección “Informaciones de provincias. León”, publica “Homenaje a Galdós”. Dice: Salamanca 13.- En el teatro Bretón se verificó una velada, organizada por el Ateneo, en honor a la memoria de Galdós. Los Sres. Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos y elogiosos recuerdos a la memoria del ilustre muerto, cuya obra literaria ensalzaron sin reservas. Terminó el acto con un discurso de D. Miguel Unamuno, quien criticó duramente a Pérez Galdós como novelista y dramaturgo. “En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario; solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que la novela. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó. Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios.” Ha sido objeto de muchos comentarios la dureza de los juicios críticos del Sr. Unamuno. En el ABC (13-II-1920, edición de la tarde, p. 15), bajo el título “Informaciones de toda España”, se afirma: Salamanca 12. En el teatro Bretón, y organizada por el Ateneo, se efectuó una velada en honor de Galdós. Tomaron parte en ella varios oradores, que dedicaron un piadoso y dulce recuerdo a la memoria y a la obra del insigne novelista. Terminó el acto una áspera oración del Sr. Unamuno, que tendió a empequeñecer la figura de Galdós. El Adelanto, periódico de tendencia liberal de Salamanca, publica, también el 13-II-1920, p. 1: “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”. Las palabras de Unamuno son las que aparecerán luego en sus Obras Completas, salvo pequeñas diferencias. El Adelanto dice así: Ha querido el Ateneo de Salamanca poner una flor de homenaje en la tumba de la figura cumbre de nuestras letras españolas, dedicando a su memoria una velada en la 318 que se expusieran y reflejaran, e iluminadas por el ingenio de nuestros literatos, las facetas más interesantes y sugestivas de la obra del maestro Pérez Galdós. A las seis y media dio comienzo el acto presidido por el Sr. Unamuno, acompañándole en la presidencia los Sres. Pinilla, Redondo (D. P.), López, de Buen y Álvarez (D. S.). D. Emilio Blanco. El brillante escritor D. Emilio Blanco leyó unas sentidas y hondas cuartillas de recuerdo lírico a Galdós. Dibuja la impresión espiritual de Galdós, en un viaje de recogimiento, de peregrinación por estas tierras de Castilla, en la llanura desierta de árboles de la “ruta” de Isabel la Católica, donde el orador conoció a D. Benito. Recuerda cómo en las obras de Galdós se recoge la vida española y madrileña del pasado siglo, el pintoresco desfile de nuestra historia romántica, hecha carne y vida en sus “Episodios”. Tiene después unas pinceladas de delicadeza y evocación de Galdós, escritor de teatro, creador de una obra literaria toda vida, toda intensa, toda belleza. Glosa sus características de escritor, y termina su discurso, todo emoción y poesía, de recuerdo cantando la obra de Galdós, la obra cumbre del siglo XIX, ante los ojos de la posteridad. D. David Rayo. Estudia al Galdós de la vida política leyendo unas brillantes cuartillas, escritas con la galanura de su estilo peculiar, y que, por su belleza, digna de reposada contemplación, publicaremos otro día. D. Cándido Pinilla. El sentido poeta recitó, con gran ternura, la siguiente poesía, titulada “Cumbres de España”, dedicada a la memoria de Pérez Galdós: Anciano y enfermo, como Milton ciego, al creciente peso de sus males cede; árbol que ya nunca reverdecer puede, a los recios golpes del hacha cae luego. Dejadlo que en la tierra su cuerpo se hunda como el sol que muere tras corto desmayo, que hecha a su contagio más y más fecunda la tierra en que duerme flores dará en Mayo. Descanse sobre ese florecido lecho, para que podamos envidiar su suerte; bendita la muerte que al par en dos mundos inmortal le ha hecho. Que cantor ninguno, que ningún poeta salmodie elegías con voz importuna, 319 la muerte su gloria sublima y completa: el sepulcro siempre fue crisol o cuna. Floración del alma patria es su novela, y tan española su labor brillante, que España a sí misma se ve y se revela siempre que él su imagen le pone delante. Su numen, su genio; nada tan castizo, pues para que fuese del todo español, con tierra de España su corazón se hizo, su alma, con un rayo de este nuestro sol. Si en él del espíritu mundo inmenso, antes el nombre de España resplandece, es porque tras el suyo brillar el de Cervantes, tal y como este brillará después. Del Estrecho se alzan a uno y otro lado dos cumbres que dicen: nunca más allá Dios en nuestra historia otras dos ha alzado: sus benditos nombres dichos quedan ya. Columnas de España, cumbres ideales, ambas gigantescas, floridas las dos, son estos dos genios hermanos e iguales, pues solo en el tiempo va uno de otro en pos. Que su noble patria trueque en santuario de su clara imagen, su propio solar; que haga de sus libros su mejor breviario, y de su sepulcro su más nuevo altar. D. Miguel de Unamuno. En un breve exordio se disculpa de su doble ronquera corporal y espiritual, por el ambiente de anormalidad y hediondo transtorno en que se está viviendo en estos días. “Para juzgar a Galdós, acaso no sea yo el más adecuado; lo eran, sí, aquellos que pueden llamarse nietos suyos, de una generación no tan inmediata, porque siempre hay en los hijos tendencia a la crítica, a la rebelión contra sus padres. Nosotros, quienes se nos ha calificado de hombres del 98, nos hemos rebelado contra los hombres del 68, por llevar lleno el espíritu de ilusiones que no tenían contenido ni realidad. Yo leía a Galdós cuando era niño y no le he vuelto a leer por no profanar aquellos sentimientos de mi infancia, que este culto creo que es un modo de respeto a nosotros mismos; yo le leía cuando aún latían aquellas vibraciones que están en León Roch, en Gloria, en Doña Perfecta; no le volveré a leer. Eran aquellas ilusiones ingenuas con las que creó un mundo; y en eso está su encanto, en que la masa sustituye a la realidad; no se pueden comparar sus novelas con cualquiera de sus contemporáneas de Clarín, de Valera, de Ayala, de la Pardo Bazán; en ellas domina la masa creada, sacándola de fuera, no interviniendo el elemento lírico, interno, personal del escritor. 320 Creó un mundo triste, el mundo de la clase media, de la tragedia silenciosa que lucha lágrima a lágrima, grito a grito, dolor a dolor; es la epopeya de la clase media urbana, no aldeana ni obrera, que se deja adormecer en la costumbre de nuestra España; la clase que busca el destinillo, la subsistencia diaria. Pero todo ello tiene una melodía, la lengua; es la misma sensación que un viejo aldeano, junto a la campana de una cocina del pueblo, cuenta un antiguo relato que adormece por la manera de decir; es como un río en que se reflejan los álamos de la orilla; es una lengua cervantina, no quevediana. Galdós es optimista, como los hombres del 68, los de la época que creía en el progreso, en las ideas de justicia; es como el desfile de una película de cinematógrafo, que de poco serviría si después se quema. Fue al teatro, y eso que no era la suya la forma literaria más adecuada para triunfar; su estilo es el de coloquio familiar, a ratos un poco oratorio, pero sin esos chispazos de pasión, tal vez falsos, de gritos de soberbia, que hay que llevar al que escribe para las tablas; más que por otra cosa su teatro se aplaudía como un homenaje al novelista. Porque yo creo que el teatro se alimenta y será eternamente el de los trucos, el de las violencias, el de las falsedades, como el teatro de Echegaray que ha de volver con todo su aparato de tragedia y de inverosimilitud. Es verdad, hizo propaganda política en el teatro; es que era el momento más adecuado de aprovechar el encrespamiento de las pasiones políticas; yo no presencié el estreno de Electra; supe de él por la impresión personal del gran poeta ibérico Guerra Junqueiro. Me decía al venir de Madrid que se horrorizaba de que se comparaba a Galdós con Tolstoy, con la diferencia de que éste tenía a Jesús y Galdós a Sagasta, aquel macaco fúnebre. Y en verdad que fue el suceso político culminante, y golpe tan recio que desde entonces no lo han olvidado, ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido. Sin embargo, Casandra era golpe más recio, que ahondaba en la llaga, en los más triste del periodo de la Regencia. No, no han pasado aquellas cuestiones del clericalismo; no hace muchos días que en el Parlamento español se decía que el problema de Barcelona era la lucha de dos civilizaciones: una la civilización económica fundada en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo. Ambas son civilizaciones; una comunista, otra capitalista; pero que dejen a un lado la cuestión cristiana que nada tiene que ver con ello; las cosas santas, santamente hay que tratarlas. ¿Es que acaso el cristianismo es un freno o un salto de agua? Ambos bandos sólo se preocupan de convertir las piedras en pan y no en la palabra de Dios. 321 Volviendo a Galdós, pasó días tristes; los de sobrevivirse a su obra, dejando un alto ejemplo de laboriosidad; trabajó a lo último como un jornalero y llegó hasta a repetirse, porque sentía que se escapaba a sí mismo; esa era su tragedia. Lo ocurrido cuando el premio Nobel, fue vergonzoso; me escribía el bibliotecario de la Nobel de Stockolmo que no pasaba día sin que se recibieran cartas ni telegramas diciendo que a Galdós, no; a cualquiera; fue lo más lamentable, lo que no se le ocurrió ni a los mayores enemigos de Carducci, no a una lucha de ideas, sino la envilecida envidia de aquella misma clase que él había pintado; esto sólo ocurre en España. Él se fue ¡y quién sabe dónde!; se marchó al mundo que creó donde encontrará a Torquemada, al amigo Manso, a todas sus creaciones; él se queda para sí mismo. Yo creo que quien crea personajes muere en ellos, se entierra en ellos; todo Galdós, al soñar con ellos, al crearlos, se hallaba borrado, difundido entre ellos; y éste es su sacrificio; el sacrificio del escritor que se hunde con los personajes que crea. Cervantes creó un Quijote, y cuando soñemos con él acaso no veamos sino al loco manchego, no a quien lo imaginó; sólo quedará del escritor un nombre: su obra le había matado. Si la vida es sueño, es acaso lo más grave despertar, ¿habrá despertado Galdós? Los que vivimos en el mundo de las ideas de los libros, dicen que vivimos en un mundo de ficción; ¿pero no es acaso el verdadero, el que nos prepara para el otro en que hemos de despertar? Era toda su preocupación, su sueño, y se perdió en el mundo que había soñado. A los jóvenes compete decir lo que de Galdós queda encarnado en el alma de la raza; yo leía días pasados a Dostoyewski, y comprendía, por sus personajes, por qué lo de Rusia puede acabar en una gran tragedia. ¡Ojalá lo de España no acabe en el sainete grotesco de la clase media que pinta Galdós! Que no quede más que su obra; que de ese mundo que tanto nos pesa, no sabemos aún si tiene algo de agradable, que guarda el porvenir, y ante él no sabemos lo que nos espera.” Una ovación calurosa y prolongada cerró el discurso hermosísimo y jugoso del presidente del Ateneo, del que es esta reseña una transcripción fragmentaria. Las noticias de La Publicidad de Barcelona pertenecen al número del 14 de febrero de 1920. Se titulan “Unamuno y Pérez Galdós”. El autor del escrito de La Jornada transcribe su exacto contenido en la contestación a Fray Lesco: que está siendo muy comentado el discurso de Unamuno en el teatro Bretón, en el que criticó duramente a Galdós como dramaturgo y novelista, considerándolo inferior a Blasco Ibáñez y a Pardo Bazán; que su único mérito fue el de la laboriosidad, y ésta la tuvo por el beneficio económico. Ezequiel Endériz publica en La Libertad (Madrid, 14-II-1920, p. 4) el artículo “Unamuno”. Dice así: 322 Unamuno ha hablado mal de Galdós y de su obra literaria. Mal de sus ideales y de sus intenciones... Pero, ¿de quién no ha hablado mal Unamuno? Que yo recuerde en este momento, de Cataluña, de Valencia, de la República, del Ejército, del Sindicalismo, de la Monarquía, de los frailes y ¡hasta de Bergamín! De ahí que las censuras de Unamuno –a Galdós, al Ejército, a los Sindicatos, al rey– no tengan ningún valor. Cuando, en determinados momentos, se usan las palabras fuertes para discutir, éstas pueden tener alguna eficacia. Cuando se usan a diario y por costumbre, la gente se ríe de ellas. Lo mismo sucede con la crítica por sistema. Lo mismo sucede con Unamuno... Antes, se decía que Unamuno era “un hombre paradójico”. Quizá inventó él mismo este extraño calificativo de hombre superior. Pero ahora, la gente ya sabe lo que es Unamuno: un pobre despechado, de una vulgaridad que apena... Porque Unamuno no ha tenido una censura honrada nacida generosamente, fruto de unos fervores, vibraciones de un ideal... Siempre se movió por la pasión, el endiosamiento, la superhombría, o lo que es peor, la conveniencia... A Bilbao –su pueblo– le ha combatido porque no le proclamaron genio de la raza. A Cataluña, porque le dijo que no a sus pretensiones. Al rey, porque no le consultaba los altos asuntos del país. A los republicanos, porque no hacían la revolución para ofrecerle a él la presidencia de la República. A Bergamín, porque le quitó el rectorado de Salamanca... Y esa es toda la grandeza ideológica de sus palos de ciego. A un hombre así, por alta que sea su mentalidad y aristocrático su pensamiento, el pueblo sano no puede tomarle en serio. En un principio le sorprende. Llega hasta inquietarle. Pero cuando se convence que la única y verdadera doctrina de aquel nuevo apóstol se circunscribe a un poco de vanidad y a un mucho de pretensiones de aumento en el sueldo de su carrera, le vuelve la espalda y lo deja que grite a sus anchas contra todo y contra todos... Ahora le ha tocado a Galdós, y los que conocemos a Unamuno nos limitamos a decir: ¿Qué le habría negado don Benito a don Miguel, cuando así lo trata? ¿No lo creería todo lo «genio» que él se figura? ¿Acaso lo dejó de citar entre los hombres por él admirados? Seguramente que algo tan enormemente importante será el motivo de las censuras, puesto que un divorcio ideológico entre Galdós y Unamuno no cabe. Y no cabe este divorcio ideológico por una razón sencillísima, porque así como conocemos las ideas de Galdós –detestables, según el atronante catedrático–, no conocemos las de Unamuno, a pesar de llevar una labor de publicista activo más de quince años. Él mismo ha dicho, acusado de incoherencia y paradojismo, que sus ideas son como las casacas, y que si cambiaba con tanta frecuencia, era porque tenía muchas casacas... Frase que para un escritor humorístico no está del todo mal, aunque para un filósofo me parezca definitivamente grotesca... Unamuno dice de Galdós que no tenía idea sobre la cuestión social, cosa que es posible no pudo, porque en la época culminante de Galdós la cuestión social estaba en sus albores. En cambio, Unamuno las tiene y las practica. Y esto sí que es en Unamuno una gran verdad. Las ideas de Unamuno, respecto a la cuestión social, son: halagar a los obreros en vísperas de elecciones, pidiéndoles el voto, y luego, trabajar de escritor «esquirol» en el primer periódico que le ofrezca cinco duros... 323 La Correspondencia de España (Madrid, 14-II-1920, p. 3) publica, al final de “El asunto del día. Galdós, distinguido literato”,9 sin firmar, lo siguiente: Escritas las anteriores líneas sabemos que Unamuno, el ex rector de la Universidad de Salamanca, “se ha metido” despiadadamente hasta con chistes con la obra siempre gloriosa de Galdós. La desafinación de Unamuno no ha sido inspirada por el sectarismo; es simplemente genial... ¡Cómo sorprendernos ahora de lo dicho por el edil-catedrático de Logroño! España Nueva (Madrid, 14-II-1920), el diario de la noche fundado por Rodrigo Soriano, en la página 1 publica “Pim, pam, pum. Las babas de Unamuno”, con la firma de Ursus. Dice: El Sr. Unamuno, en una velada necrológica organizada en Salamanca para honrar la gloriosa memoria de Pérez Galdós, ha llenado de estiércol la refulgente estela que dejó en el arte patrio el venerable patriarca de nuestras letras. No nos ha sorprendido extraordinariamente esta irreverencia del amargado catedrático salmantino, que conoce el sabor de todos los fracasos: fue destituido por inepto del rectorado de la Universidad; ha sido tildado de plagiario por todos los críticos de algún fuste, como poeta. En el aspecto dramático, no se ha logrado que se le estrene sino en una mojiganga literaria del Ateneo. La Academia Española, el ingreso en la cual es la pesadilla y la obsesión de Unamuno, le ha declarado de una “moralidad” vulgar e irredimible. Intentó ser concejal del Ayuntamiento salmantino y obtuvo ¡¡19!! votos de los porteros, ordenanzas y bedeles del Centro universitario. Y, finalmente, en el campo de la novela, luego transcribiremos uno de los juicios más autorizados que se han escrito sobre intelectuales contemporáneos. No; no nos ha cogido de sorpresa el inicuo atentado del pseudosabio vizcaíno a la colosal obra literaria del egregio Galdós. Los perros vagabundos alzan la pata con una inconsciencia fisiológica junto a las estatuas públicas, sin que se derrumben los pétreos basamentos. Pero sí nos ha consternado y confundido que eso haya podido ocurrir en algún lugar de España, y, sobre todo, en Salamanca que en nuestras doradas tradiciones está sellada como la cuna y fuente al mismo tiempo de la cultura universal. No; Salamanca no puede pasar en silencio ese brutal exabrupto del cretino y vanidoso catedrático. La ilustre cátedra de Fray Luis de León está obligada a realizar un acto solemne de desagravio al más grande, al más genial, al más patriota de nuestros novelistas modernos, cuya bondad, si no hubiera sido tan alto luminar de nuestra literatura, tampoco merecía, por otra parte, sino el respeto y el homenaje de piedad que debe acompañar siempre a los que acaban de bajar a la tumba. Ese hombre que ha insultado groseramente la memoria santa de D. Benito, ha dicho, ante un auditorio culto, que no tuvo valor para arrojarlo de la tribuna, que Galdós no sabía escribir, al hacer novelas. Si esto lo hubiera afirmado un sobresaliente novelista, hubiéramos bajado la cabeza con el mayor abatimiento. La guerra en la paz (novela del señor Unamuno) es un plúmbeo, agobiante relato de anodinas escenas, en Bilbao y sus contornos, durante la última guerra 324 carlista. El autor asevera haber sido testigo del bombardeo de Bilbao, su villa natal, y, en efecto, el lector –tal es la sugestión– siente el plomo en sus entrañas. Gracias, si la elegancia y espiritualidad del léxico embargan el ánimo: “Subiósele a Ignacio la sangre toda a la cabeza y le dijo al oído: ¡Vete a la mierda!” Éste es el escritor y novelista Unamuno, que ha babeado la memoria de Galdós. Lo único que se merece es que le mandemos donde dice su personaje Ignacio. El Día (Madrid, 14-II-1920, p. 1), al final de la sección diaria “Pequeñeces”, dice: Unamuno ha hablado mal de Galdós, llamándole mediocre. Don Miguel desde lo alto de su vanidad ataca al gran escritor, pero la gente se ríe, porque de lo que trata Unamuno es de atraer la atención sobre su persona. Galdós es grande y ha muerto; Unamuno es pequeño, pero es un “vivo”. Hoy, el “Diario de la noche, fundado por los redactores separados del Heraldo de Madrid” publica el 14-II-1920, p. 1, en una parte de la sección “Verán ustedes...”, firmada por Estebanillo González, lo siguiente: Unamuno ha dicho que el teatro de Galdós sólo ha pasado por el respeto que al público merecía el gran novelista. Compadezco al ex rector de Salamanca. ¡Malpocado! Iba a decir ¡Maldonado! Y ya, puestos a emitir juicios, diré que, para mí, Unamuno es uno de los siete sabios de España. De la revista España. ¡Entendámonos! Otro periódico de Madrid que también da noticias del discurso de Unamuno es El Liberal. Unamuno era asiduo colaborador. El 15-II-1920, domingo, p. 3, se publica, sin firmar, el artículo “Restableciendo la verdad. Lo que ha dicho Unamuno de Galdós”. Dice: Como se ha comentado tan injusta y ligeramente el discurso de nuestro insigne colaborador, D. Miguel de Unamuno, con motivo de una velada que se celebró en Salamanca en honor de Galdós, nos creemos en el deber –sin perjuicio de lo que él quiera decir, si fuese preciso– de publicar un extracto de la oración de Unamuno, el más completo que hemos podido obtener y que tomamos de El Adelanto, periódico salmantino. Por él verán nuestros lectores la distancia que va de las palabras siempre sabias del maestro y las enormidades que, sin duda por error de información, se le habían atribuido. 325 En un breve exordio se disculpa de su doble ronquera corporal y espiritual, por el ambiente de anormalidad y hediondo transtorno en que se está viviendo en estos días. A esta nota introductoria le sigue el extracto de El Adelanto, con sólo pequeñísimas diferencias a como se encuentra en dicho periódico salmantino, que son: En el segundo párrafo: “Nosotros, quienes” (El Adelanto); “Nosotros, a quienes” (El Liberal). En el párrafo duodécimo: “ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido” (El Adelanto); “ni lo olvidarán aquellos a quienes iba dirigido” (El Liberal). En el párrafo decimocuarto: “en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo” (El Adelanto); “en el cristianismo; otra, la civilización fundada en el comunismo” (El Liberal). Acaba con el pequeño comentario con que terminaba El Adelanto: “Una ovación calurosa y prolongada cerró el discurso hermosísimo y jugoso del presidente del Ateneo, del que es esta reseña una transcripción fragmentaria.” Julio Cejador publica en La Tribuna (18-II-1920, miércoles, p. 1) “Cartas madrileñas. El caso Unamuno”. Intercala párrafos del discurso, tomados de lo publicado por La Tribuna del día 13-II, y los comenta. Dice así: Querido amigo N. Buenos Aires. Nuestro querido amigo Unamuno se ha disparado otra vez. Figúrate que en el Ateneo de Salamanca se celebra una velada en recuerdo del genial escritor don Benito Pérez Galdós, con nutrida concurrencia y con toda solemnidad. Los oradores, Royo, Blanco y Pinillos, pronuncian discursos enalteciendo la gigantesca labor de Galdós y alabando sus obras, como anales vivos de la raza. Es lo que pedía el acto. Si alguno de los que hablaron hubiera tenido reparo en ensalzar a Galdós, la discreción estaba en no hablar. Ocasión tenía de hacer estos reparos en algún libro o folleto. Todo el mundo puede expresar sus opiniones y hacer la crítica de los escritores vivos o fallecidos; lo que no puede hacerse es destripar una velada en honra de un ingenio cualquiera, rebajándole, y mucho menos negando enteramente su valor literario. Esa es una pitada que nunca estuvo ni estará bien, porque es faltarle al respeto al público. Bien, pues, nuestro amigo Unamuno dio la pitada, y dio que hablar. Entre bromas y veras, dímosle la razón, allá en sus mocedades, cuando empeñado en hacerse famoso, tomó este camino, de llamar la atención hacia su persona, llevando la contra al común sentir, a lo que los demás pensaban y decían, mas que fuese disparatando y haciendo el oso. A los mozos hasta se les puede dejar pasar estas cosas, cuando no les basta su valer para despertar a los dormidos oyentes. Nuestro Miguel, mozo de valer y de esperanza, que tarde o temprano por la vereda común y llana hubiera logrado nombre y gloria, impacientoso porque tardaba ya demasiado lo que tanto ambicionaba, y un día nos sale en Bilbao con aquella pitada contra el vascuence, comienzo de su nombradía. 326 Mal estuvo; pero era mozo, valía y le acicateaba la ambición. Reímosle la gracia, y tan amigos como siempre. Pero mi hombre saboreó con esto el dulzor del aura popular, y rechupeteándose, no veía la hora de volver a repetir la función. Así que, pita que te pitarás, el que así comenzó de mozo, así continuó de hombre maduro, y así siguió de varón grave, entrado en años, pitando a todo pitar, diparándose en toda ocasión. Ya logró sus anhelos. Unamuno llegó a ser conocido en todas partes; y como era escritor y pensador de verdadero valer, a la par que como disparado y disparatado, como pitador y galleante sempiterno, se le llegó a conocer como pensador genial y escritor de empuje. ¿Qué más? Había sonado ya la hora y retesonado; tiempo había de hacerse formal y serio, de dejarse ya de alharacas muchachiles, de gallos y pitadas. Pero lo que temprano se aprende tarde se olvida, y lo que comenzó acaso como un medio y llamativo para hacerse oír, acabó en él por ser otra segunda naturaleza. Y ahí le tienes, con sus cincuenta y cinco a cuestas, haciendo la bribia y desempeñando el papel de payaso en la pista para entretenimiento de vagos y de niños, de niñeras y de soldados. Es un duelo. “No quiero volver a leer los libros de Galdós” –dicen los periódicos que exclamó en la solemne velada de Salamanca–. “No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada; de ellas no quedará recuerdo. No se puede compararlas con las obras de Blasco Ibáñez, Clarín, y la condesa de Pardo Bazán, que son superiores a aquellas, en su mayoría.” Mira por donde doña Emilia va a remozarse, cuando esto lea, con esos amores trasnochados que le brinda el frío Unamuno. ¡Poco hueca que se va a poner! ¡Ella, que no vende una novela, abrírsele de repente la esperanza de poder vender más de lo que se vendieron y venden las de Galdós! Porque, o son mejores las suyas que las de don Benito, como pretende Unamuno, y entonces no hay duda que en cayendo en ello la gente van a llover pedidos sobre la casa de doña Emilia, o no lo son, y entonces van a diluviar todavía más, por enterarse de lo que ellas valen los que no las leyeron. Pero dejando este nuevo reclamo inesperado que se le viene de bóbilis bóbilis a la señora condesa, oye lo que tras esto dijo Unamuno: “Las obras galdosianas carecen de elemento cívico; recogió en ellas mucha tristeza y poca realidad.” ¡Y le van a hacer reír si torna a leerlas! “De tantas cosas como trata en sus obras no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, la Gran Canaria...” 327 Mira qué prueba de que no tienen elemento cívico alguno o de que no tienen realidad, o de que tienen mucha tristeza, o de que no valen nada, y de ellas no quedará recuerdo. Tampoco Cervantes se acuerda mayormente de Alcalá, ni Homero de su ciudad natal, que se la disputaron siete, nada menos. “En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario.” Como si el arte tuviera necesariamente que meterse con tales problemas. “Solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media.” Y... “carecen de elemento cívico”. ¿En qué quedamos? Pues en que “la clase media, ni es clase ni es media”, por consiguiente no estará compuesta de ciudadanos. Pero ello es una paradoja, y eso basta para Unamuno. “El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que la novela. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó.” ¿Y “carecen de elemento cívico” las obras de Galdós? Pues ¿qué será para Unamuno el elemento cívico? Y viene ahora una frialdad, que a Unamuno se le antojó chiste. “Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios.” Podríamos añadir que esta vez, por hacer del chistoso y estar con Momo, se atuvo nuestro Unamuno a Memo. Y pase como chiste por chiste. Añade que en el teatro “no llegó a triunfar”. Si no conociéramos a nuestro Unamuno, sería caso de creer que juzgaba a Galdós, en esta parte, por lo que a sí le aconteció, y que se consolaba de sus no ruidosos triunfos teatrales, por los que se figura de Galdós. Pero Galdós triunfó en el teatro, y es tan buen dramaturgo como novelista; y Unamuno, aunque dé a entender con ese juicio que es algo como envidiosillo, se engaña de medio a medio, pues no lo es, o tú y yo lo conocemos mal. “Era optimista.” ¿Pues no decía poco antes que recogió en sus novelas mucha tristeza y que su lectura le hizo llorar? Eso fue antes, me dirás, ahora, a los tres minutos o al minuto de haber dicho que sus libros son tristes, bien puede Unamuno decir que son optimistas. Porque eso es Unamuno. Piensa al momento, y no se acuerda de lo que el momento anterior pensó. O se acuerda; pero proclama por principio que no hay que ser consecuente en juicios y que hay que reírse de la lógica. -Es verdad, y yo también me había olvidado de que Unamuno es Unamuno. 328 Cuando leí esta nueva pitada y este disparate de nuestro amigo, en ocasión tan solemne y en plena edad más que madura, me vinieron ganas de tomar la pluma y escribir un artículo en desagravio de Galdós. Pensaba yo que tales gazafatones no deben sufrirse, ni aunque se le escapen en broma al mismísimo Unamuno. Después me he dicho: ¿Qué pierde la memoria de Galdós por traca más o menos que dispare Unamuno? La traca dejó de sonar al punto, y el nombre de Galdós seguirá resonando en la profundidad de los siglos venideros. De sus obras “no quedará recuerdos”, dice Unamuno. Tanto, y algo más creo yo, que de las pitadas, salidas, chistes, paradojas y disparates del bueno de don Miguel. A quien queremos y querremos siempre, porque con todos sus disparates, es un alma cándida, un bendito de Dios, un niño travieso, candoroso, a nativitate et in saecula saeculorum. Por eso dejé la pluma y no endilgué el artículo que me rebullía dentro del cuerpo. Para desahogarme te lo escribo a ti solo, que le conoces y con quien nada pierde. Tu amigo, Julio Cejador. Madrid, 15 enero de 1920. El Imparcial (20-II-1920), en “Los Lunes de El Imparcial”, comienza a publicar una serie de artículos de Gabriel Alomar sobre Galdós. Este primero se titula “Galdós. I. Los Episodios”. Comienza así: La conferencia de Unamuno en Salamanca renueva el tema. El nombre de Galdós ha entrado en su verdadero devenir. Ya no actúan sobre él aquellas influencias de lucha momentánea y ocasional en que una persona o una obra se convierten en bandera o santo y seña de un partido. Pasaron ya también las exaltaciones idolátricas, los panegíricos funerarios, las identificaciones declamatorias entre el hombre que acaba de desaparecer y la nebulosa concreción de la patria. Un tópico vulgar afirma cuando muere un personaje representativo: “Ese hombre ha entrado en la inmortalidad.” ¡Oh, la inmortalidad! Aun para los mayores genios, esa palabra envuelve un concepto relativo, desde luego insignificante al enfrentarlo con la idea de la eternidad. Pero la gloria, persistencia de la obra más allá del hombre, desbordando el tiempo y el espacio comúnmente concedidos a la irradiación de una persona, como resonancia de la voz extinguida, es un período de definitiva lucha, una prueba máxima en que se decidirá la cuantía de participación divina que tuvo el desaparecido. Es la manifestación más clara de ese combate entre la naturaleza y el espíritu en que consiste todo el sentido de elevación que nos impulsa. Es la única victoria sobre la muerte. Así mirada, así sometida a revisión, no puede desconocerse que la obra de Galdós fue la expresión fiel de un momento evolutivo de su país, y no un vidente o suscitador de porvenir, ni un exaltador de los valores eternos contra los anecdóticos, ni siquiera uno de esos temperamentos que asumen el espíritu colectivo de una raza o de una época en el momento de las grandes transformaciones. No tuvo, en una 329 palabra, cualidad genial, ni en la forma épica de los consagradores de tradición, ni en la forma lírica de los profetas o de los iniciadores, ni en la forma trágica de los luchadores de ideal. Voy a resumir ese concepto en una distinción que me parece gráfica: Galdós fue un novelista; no un épico. ¿Cómo vamos a sintetizar su obra para mejor apreciarla? Distingamos en ella tres momentos: el de la objetividad espiritual, el de la objetividad material y el subjetivo o proselitista. Explicaré estas designaciones, por cuya apariencia pedantesca y enfática pido perdón a mis lectores. Unamuno publica en El Liberal (Madrid, 21-II-1920, sábado, p. 1) una especie de autodefensa por los comentarios desatados en la prensa, en el artículo titulado “Con el palo en el bombo”, que supongo podría haber llegado a manos del autor del escrito de La Jornada después del 24 de febrero. El artículo se puede leer en el tomo X de las Obras Completas de Unamuno (Autobiografías y recuerdos personales).10 De ellas lo transcribo a continuación, poniendo en nota a pie de página las mínimas diferencias con el texto del periódico madrileño (EL): Si han de juzgar después de que me muera de mi labor literaria, Dios me libre de los panegiristas inconscientes más aun que de los detractores sistemáticos. Porque aquel a quien le molesta la obra espiritual de un hombre y se revuelve contra ella, da a entender que ha sentido su eficacia y su valor, mientras que el panegirista a todo trance y costa, el que se atiene a los manidos tópicos de llamarle a algo “genial” –u otro calificativo igualmente impreciso, anfibológico y, a las veces, hasta contradictorio, pues que con él se dice lo contrario de lo que se quería decir–, ese panegirista suele, de ordinario, desconocer el valor de aquello que elogia. Pero parece que no acabamos de salir en crítica del terrible dilema de “o bombo o palo”. Y es con palo con lo que se da en el bombo. Este desahogo viene, lector, a cuento de que, a consecuencia no de una crítica de Galdós, sino de una impresión que di en una conferencia sobre el efecto que en mi ánimo produjera la labor ingente del gran novelista, desde los días de mi mocedad, en que lloraba sobre las páginas de sus primeras Novelas Contemporáneas, se han desatado contra mí, no los que no comprenden, sino los que no quieren comprender; los que estaban deseando una ocasión más para arremeterme y remachar la leyenda en que me envuelven. “Debías haber guardado esos juicios para más adelante” –me ha dicho alguien–. Pues bien: ni eran, en rigor, juicios, pues que temo la misión de juzgar y me repugna dar sentencias, ni debe velarse la verdad de lo que se siente ante un cadáver reciente. Porque el escritor no muere. Qué: ¿Querían que hubiese repetido la bombástica frase aquella: “de Cervantes a Galdós”? ¿Querían que hubiese echado sobre la tumba de este, a modo de flores de trapo o de papel pintarrajeado, un montón de epítetos ponderativos? Aquí sí que cabe decir: “No hagas con otro lo que no quieras que hagan contigo”. Para más de uno, el palo con que ha estado dando en el bombo en honor y gloria de Galdós ha sido verdadero palo. Cuando se elogia desatentada y declamatoriamente a alguien cabe preguntar: “¿Contra quién va ese elogio?” 330 Novelistas ha tenido España en el último tercio del siglo XIX, y excelentes por cierto. ¿Es que Galdós se ha elevado como tal por sobre Alarcón, Pereda, Valera, doña Emilia, Palacio Valdés, Clarín, Picón, Blasco Ibáñez,11 y otros, de tal modo12 que los dejase como a pedestal de su gloria? ¡No! Es más: tomemos la que se estime ser la mejor novela de Galdós: comparémosla con la que se crea mejor de cada uno de los novelistas precitados y, por nuestra parte, no nos atreveremos a darle la primacía a la galdosiana. Ateniéndonos ahora solo a las de los muertos, no nos resolvemos a poner alguna de las novelas de Galdós por encima de El sombrero de tres picos o El escándalo, de Sotileza, de Pepita Jiménez, de La Regenta, o de alguno de los cuentos estupendos clarinescos. Y es que en Galdós lo que domina es la obra total, el conjunto, la masa. El conjunto de sus novelas es todo un mundo, y aun cuando no haya ninguna de ellas que se destaque de las demás ni de las de los otros novelistas. A Cervantes le habría bastado con el Quijote para ocupar el puesto que en el alma de España y del mundo todo civilizado ocupa, y aunque no hubiera escrito más. Lo que es otra cuestión que la de averiguar si habría escrito el Quijote13 de no haber escrito también todo lo demás que escribió. Y aunque Los Novios, de Manzoni, fuera superior –como creemos muchos– a cualquiera de las novelas históricas de Walter Scott, la obra de este es mucho más grande que la de aquel. Y no solo en extensión, sino por la extensión, en intensidad también. La masa adquiere valor cualitativo. Ahí están las Pirámides para atestiguarlo. Y Galdós tuvo mucho de novelista piramidal. ¿Que no he vuelto a querer leer aquellas novelas galdosianas que me arrancaron lágrimas en mi mocedad? ¡Claro! Como no quiero volver a leer a Julio Werne. No quiero poner mi mano de hombre encanecido en luchas sobre el tesoro espiritual de mi juventud. Y otra cosa. Podrá ser la Vida del Buscón, de Quevedo, una admirable novela, y, sin embargo, podrá repugnarnos el mundo que allí se describe. A mí, profundamente y hasta las bascas. Y de la misma manera, aunque la obra novelesca de Galdós sea un fiel espejo de la clase media urbana española de la Restauración y de la Regencia, podrá disgustarnos ese mundo inheroico, cuando no antiheroico; ese mundo que se asustaba de toda verdadera grandeza:14 ese mundo que, por un terror pánico de tragedia, caía en el más trágico15 de los sainetes. ¿Es, acaso, faltar a la justicia decir, como ha dicho Alomar, que Galdós, el gran novelista, no fue un épico?16 Ni menos un lírico, añado yo. Y acaso por eso no sabemos que intentara nunca hacer poesía, lo que se llama específicamente así, o sea en verso. Anteayer, cuando llegaron a mi casa tres o cuatro cartas estúpidas, me encontraba en las ruinas del monasterio de Yuste, en el lugar en que murió Carlos el Emperador, nuestro primer Habsburgo. La solemne soledad de aquel retiro era visitada por una lluvia que susurraba sobre los árboles. Allí está la caja vacía en que estuvo muchos años el cadáver del Gran Emperador. Y esa caja vacía dice más de su grandeza que pueda decir su sombra definitiva en ese museo de cuerpos de reyes muertos que es el triste y protocolario panteón de El Escorial. El Día (Madrid, 21-II-1920), de nuevo al final de la sección diaria titulada “Pequeñeces”, dice: 331 Unamuno ha publicado un artículo para “sacarse la espina” de lo de Galdós que se titula “Con el palo en el bombo.” No me digas más; el bombo es la cabeza de los lectores y el palo ese artículo... En Blanco y Negro (22-II-1920, p. 4), publicaba Pedro Mata unas reflexiones sobre las palabras de Unamuno, que no cita. Se titulan “Instantáneas de actualidad. El exhibicionismo de D. Miguel”. Dicen: Creemos que ha sido Gómez de Baquero –no respondemos con exactitud de la cita porque tenemos la desgracia de poseer una fragilísima memoria– quien ha dicho que el exhibicionismo en los escritores es un sentimiento plebeyo de la misma índole del que mueve a las personas mal educadas a abrirse paso en las aglomeraciones de gente para ponerse en primera fila. La comparación sería exactísima y justa si con ella no se causara un grandísimo agravio a estas personas, ya que al cabo y al fin su falta de educación puede estar disculpada por el deseo natural de ver. Lo intolerable es empujar a diestro y siniestro, arremeter contra todo el mundo, meterse con lo humano y lo divino y no dejar títere con cabeza, no para ver, sino para que le vean a uno. Si con los primeros el mejor procedimiento es ensanchar los codos y apretar de firme para no permitir que se adelanten, con los otros lo más práctico es cederles el paso y volverles la cara. Decimos esto a propósito de la viva indignación que ha sentido la mayoría de la gente al comentar el discurso que, en el Ateneo salmantino, pronunció hace días el Sr. Unamuno, al final de una velada necrológica organizada en homenaje a la memoria de Galdós. Meterse en una velada necrológica con la gloria literaria del muerto es un honor que está exclusivamente reservado para hombres del fuste del doctor Unamuno. El doctor Unamuno tenía, como siempre, una imperiosa necesidad de que se hablara de él, quizá ahora un poco más que nunca, porque llevábamos una larga temporada sin que la fama de su nombre preclaro nos retumbara en los oídos con el estruendo de sus genialidades. Se había quedado un tanto confundido entre la aglomeración anónima de la muchedumbre, y sentía ya el desasosiego de destacarse y ponerse otra vez en la primera fila. Y lo está. Ya lo ha conseguido. Ya su nombre y su persona constituyen una actualidad, aunque sea a costa de un suceso tan lamentable como el desprestigio de una reputación. Como el intento de desprestigio, naturalmente. Por lo demás, no vale la pena indignarse. Si el Sr. Unamuno se ha metido ahora con Galdós, otro día cualquiera le ensalzará y le pondrá en los cuernos de la luna, como sospeche que el nuevo discurso puede dar motivo para que se hable de él. Al Sr. Unamuno le tienen sin cuidado Galdós, la novela española y la literatura universal. Lo único que le interesa es que se hable de él. Como él tenga el atisbo de que se pueda murmurar: “¿Ha visto usted qué cosas ha dicho Unamuno?”, basta y sobra para que el ilustre catedrático se estremezca de regocijo en su retiro claustral de Salamanca. El 23-II-1920, el Diario de la Marina de Madrid publica, en su página 3, la sección “La semana última”, firmada por F. Mérides. Casi al final, dice: El ilustre doctor Becerro de Bengoa ha sido obsequiado con un banquete. 332 Por fortuna para el doctor, no asistió al acto don Miguel de Unamuno. Porque ¡menudo brindis de felicitación hubiera sido el de este! Desde que la nueva modalidad de don Miguel es concurrir a un homenaje para hablar mal del “homenajeado” (Véase lo dicho por el ex-rector en una velada a Galdós), hay que temer su asistencia a la hora de las alabanzas, lo mismo para los muertos que para los vivos. De la misma fecha que el escrito de La Jornada de Las Palmas, 24-II-1920, es el artículo de Andrenio en La Vanguardia de Barcelona. Aparece en la página 2 y se titula “Aspectos. Unamuno y Galdós”. Dice así: El juicio de Unamuno acerca de la obra de Galdós se presta a una doble consideración: la consideración objetiva del valor de esa crítica y la consideración de la luz que arroja sobre la psicología del crítico. Es una apreciación literaria y un documento psicológico y en mi opinión nos instruye más que acerca de Galdós, acerca del propio Unamuno. No crea el lector que, siendo yo admirador de Galdós, me creo obligado a contestar el ataque al autor de los Episodios Nacionales zahiriendo a Unamuno. Estas cuestiones literarias deben examinarse serenamente, objetivamente, refrenando la pasión que puedan despertar en nosotros. No podemos ser en las cuestiones estéticas, intelectuales y morales espectadores fríos, como si fuéramos de otro planeta, pero no debemos ser espectadores parciales. El primer deber de la inteligencia es el respeto a la verdad y para cumplirlo debemos acallar nuestra parcialidad; inhibirnos momentáneamente en la disputa de nuestros gustos, de nuestros sentimientos, de nuestros prejuicios; considerar nuestras opiniones como tesis sujetas a demostración o al menos a razonamiento, que no todo puede demostrarse por vía matemática. Empecemos por recordar brevemente los hechos. En el Ateneo de Salamanca ha criticado Unamuno la obra literaria de Galdós. Conocemos su discurso o su crítica por extractos, que no serían suficientes, aunque parecen bastante claros, si no estuviesen extractados por un texto auténtico: cierto artículo del propio autor, publicado creo que en la revista España, a raíz de la muerte de Galdós y que coincide en lo sustancial con estos extractos. ¿Qué piensa, en suma, Unamuno de las novelas y del teatro de Galdós? Prescindamos de las asperezas de la expresión. Piensa que esas novelas no dejarán recuerdo duradero; que no dicen nada; que carecen de elemento cívico; que son un mero reflejo de la clase media; que no hay en ellas problemas obreros, sin nada de la cuestión social ni del problema agrario, que el teatro galdosiano fue un instrumento de propaganda política. Es decir, que el contenido espiritual de esas obras le parece cosa vana y deleznable. Observemos, por lo pronto, en estas opiniones, un desdén marcado hacia el elemento propiamente artístico. ¿Pero es que la novela ha de ser un texto cívico, una contribución al examen de los problemas obreros, industriales o agrarios? ¿Ha de elegir sus modelos y sus asuntos en unas clases sociales y no es otras, o ha de procurar describirlas y explicar la condición, la ideología y la vida de todas, como si fuese un tratado de sociología? ¿No hay por otra parte una contradicción entre negar el elemento cívico y afirmar que algunas de estas obras, las de teatro, fueran un 333 elemento de propaganda o de experimentación política? Una acción política supone una aspiración cívica, aunque sea descarriada o viciosa. El punto de vista en que se coloca Unamuno es un punto de vista antiartístico, de doctrina, de contenido, que vale tanto como juzgar a un novelista o a un dramaturgo por sus opiniones o por sus asuntos. Lo característico del arte que es la expresión estética, queda despreciado o relegado a lugar muy secundario. Según este criterio, los dramas del doctor Madrazo serían superiores a los de Shakespeare. Pero ¿es cierto que las obras de Galdós carecen de elemento cívico? Al contrario, el espíritu cívico tiene en ella una manifestación potente e innegable. El espíritu cívico ofrece dos manifestaciones fundamentales: la defensa de la ciudad (modernamente la nación o el Estado), en su pugna con otras ciudades, con otras naciones o Estados, y la aspiración al mejoramiento o progreso de la ciudad en sus disputas internas. Patriotismo y ciudadanía son las dos expresiones del espíritu cívico. La mitad de las obras de Galdós: los Episodios Nacionales, por una parte, el poema de la guerra de la Independencia, en la forma épica moderna que es la novela; por otra parte la representación artística de las agitaciones de la sociedad española en nuestro proceso constituyente del siglo XIX, es decir la historia política del esfuerzo de un pueblo para edificar su ciudad ideal, para asimilarse las formas modernas de la gobernación y la ciudadanía; lucha trágica de fuerzas contrarias, cuya principal tragedia ha consistido en paralizarse mutuamente, en no llegar a una fórmula de armonía. Podrá discutirse si Galdós ha conservado o no la serenidad objetiva, posible en el artista, ante espectáculos contemporáneos; si en su inspiración artística se ha mezclado dosis mayor o menor de pasión, más la ausencia de espíritu cívico no puede sostenerse sin cerrar los ojos a la realidad. El que Galdós haya sido en sus obras pintor de la clase media, el que se haya elegido sus personajes entre obreros, como Gorki, nada dice en contra del valor artístico de sus novelas y de su teatro. El artista refleja el medio en que vive, y no tiene obligación de elegir en esta o en la otra clase social sus modelos y asuntos. Aparte de eso, a todo escritor hay que juzgarle históricamente. La obra de Galdós se desenvuelve desde 1870 hasta los principios del siglo actual, es decir, en el período de apogeo de la clase media. ¿Es extraño que su atención de observador artista se fijase principalmente en ella? ¿Acaso en las obras imaginativas del propio Unamuno no abundan también los personajes de la clase media, que tan despreciable le parece como cantera de materiales artísticos? Expresar con observación penetrante y con emoción sincera el espectáculo de la vida, en que hay muchos más problemas que los de organización económica y distribución de la riqueza, es la obra del novelista historiador de la vida privada, hasta cuando evoca las grandes escenas de la pública. La inmensa variedad del drama humano, placer, dolor, abnegación, vicio, virtud, aspiración a la dicha o a la elevación moral, amor, inquietudes eternas de todos los pueblos y todas las épocas, que en cada una se tiñen de colores nuevos y parecen iluminados por una luz diferente, es lo que ofrece sus asuntos al poeta y el novelista, en resumen, es un poeta en prosa. Esto es lo que parece haber olvidado Unamuno al juzgar la obra de Galdós, con una sequedad y una incomprensión, que por lo menos acusa aridez de gusto, ausencia u olvido del sentido artístico. 334 Andrenio. Posterior al escrito de La Jornada de 24 de febrero es el artículo de El Correo Español, Órgano oficial de la Comunión Tradicionalista, de 25-II-1920, miércoles, p. 4. Se titula “Crónica literaria. Unamuno y Galdós”, y viene firmado por H[uberto] P[érez de la] O[ssa], firma habitual del periódico. Dice así: La España ochocentista y Galdós.- La visión estética de serenidad.- El partidismo.- El españolismo de Galdós.- La cuestión social y la clase media. Cuando hace algunos días Unamuno disecaba en Salamanca la obra literaria de don Benito Pérez Galdós, los asistentes creyeron oír un aleteo de cuervos, un dolor de carne viva en la sala de autopsias, una palabra dura en el responso de un cadáver. Realmente Unamuno estuvo mal al dejarse imponer por su deseo de snobismo, que podía parecer a los demás un picotazo de ave necrófaga, y estuvo mal, sobre todo, por una razón estética: En un coro de alabanzas elevado en los funerales de un literato insigne, aunque mal encaminado, sus palabras podían sonar a blasfemias y producir un efecto revulsivo en el auditorio. Indudablemente los partidarios tibios de Galdós que oyeron a Unamuno salieron de allí hechos unos fervientes paladines del autor de los Episodios nacionales, y los que se hallaban seguros en su admiración, se confirmaron doblemente en ella. Mas no es esto solo; los principales cargos que Unamuno hizo a la obra del fecundísimo literato, no hacen más que poner de relieve su más eminente cualidad. Galdós es el hombre más representativo de su época. En Galdós toma carne la última centuria española; en él encuentra un cantor adecuado, un pintor que sabe comprender la sociedad de España del ochocientos. Casi todos sus personajes están imbuidos de las ideas del autor; pero es que hay que reconocer que las obras de Galdós fueron las de un gran número de compatriotas suyos de su época. Era la España liberal y demócrata, clerófoba y superficial en los problemas hondos del espíritu; pobretona de ideales y aun de dinero, pero ampulosa de falsas grandezas. Era la España del Callao y de Santiago de Cuba, de una república sin ardientes anhelos y de una restauración sin grandeza. Era la pobre España miserable y escéptica, roída de todas las lacras que pusieron [sic] ante los ojos del mundo, hay que creer que con mayor buen deseo que eficacia, la melenuda generación literaria el desastre. Galdós la sentía, la comprendía; es más, vivía en medio de ella, y este, indudablemente, fue su mayor defecto. El poeta o el novelista han de estar por encima de su época, han de verla desde una elevación que les permita comprender sus menores palpitaciones, pero sin 335 mezclarse en medio de ellas, para que en la obra quede vivo toda la inquietud, todo el desasosiego, toda la angustia de una vida o de un hecho; es necesario que el poeta que la canta vibre únicamente por reflejo, nunca directamente. Y esto es lo que no supo hacer Galdós. El autor de Fortunata y Jacinta está en todos los personajes; habla por su boca, se conmueve por sus pasiones y siente sus deseos; por eso el naturalismo de Galdós es declamatorio, es sectario, es partidista. En todas sus obras se echa de ver la falta de la serenidad, que es característica del genio, y esta falta de serenidad, de desinterés supremo, de desligamiento de la pasión del autor, para que adquieran toda la intensidad las pasiones de los protagonistas, es el que matará la obra galdosiana, el que ya comienza a matarla apenas pasaron aquellos arrebatos que hacían a un público empapado de la ideología del escritor ir a buscar la obra para ver en ella reflejados sus propios partidismos. Los historiadores del ochocientos español no podrán prescindir jamás de la obra del autor de Doña Perfecta para comprender la vida interna de gran parte de nuestra patria, como tampoco podrán prescindir de él los que estudien la evolución de nuestra novela; pero los públicos futuros se desentenderán de Galdós, y es posible que digan, como Unamuno, que les hacen reír con lo mismo que hizo a tantos llorar. En la novela española, Galdós será un jalón que marque el perfecto desarrollo de la novela moderna que comenzó la nunca bastantes veces alabada Fernán Caballero. En el autor de Gloria se ofrece un tipo de novela española que no es realmente la novela española; Galdós es perfectamente español, pero no es castizo, no tiene aquella vieja raíz de limpio casticismo español que admiramos en Alarcón; aun cuando sea este mucho más imperfecto, Galdós logra aclimatar, castellanizar perfectamente una novela que tiene más de extranjera que de española, pero lo hace de tal manera, que resulta el autor más español, más limpiamente español del siglo XIX. ¿Acaso lo que dice Unamuno no corrobora nuestro aserto? Cuando le echa en cara que: “Las obras galdosianas carecen de elemento cívico, recogió en ellas mucha tristeza, pero poca realidad.” El elemento cívico que les falta es el que faltaba a la sociedad española. Lo que no es cierto es que recogiera poca realidad, sino que recogió una parte tan solo de la realidad, la parte que él sentía. Cuando le dice que: “En Galdós no hay problema obrero, nada de cuestión social, nada de problema agrario; solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media.” Parece que se dirigía a la España entera del ochocientos, que no supo ver la realidad honda y trascendente del obrerismo y del agrarismo, hasta que ha estallado en nuestros días con toda la violencia. Parece que hable con aquella mesocracia española hambrienta y servil, humillada cuanto se merecía, que pudiendo ser la 336 salvadora de la sociedad solo supo hacer reír con su levita parda y su chistera abollada, a aquella clase media atiborrada de racionalismo, de prejuicios y de supersticiones, que se entretenía en necios alardes de clerofobia, en vez de encausar el movimiento social, que debió ver que acabaría por aplastarla, como sucede en los tiempos presentes. Ya ve, pues, el señor Unamuno cómo no es cierto que en Galdós no haya nada, ni no haya realidad. Hay algo y hay una realidad, pero una realidad fragmentaria, producto de la situación del autor, que veía la vida, no a la manera de Pereda, por ejemplo, con ojos de gran señor provinciano, ni de Valera, para quien todo fue un juego, sino como podía verla un oficial quinto de cualquier ministerio de la corte. Volverá La Publicidad de Barcelona (1-III-1920) a hacerse eco, en la sección diaria “Notas breves”, bajo el subtítulo “El hombre de Salamanca”, del gesto de Unamuno, que ahora “ha afirmado una exégesis de la obra de Pérez Galdós, que ha promovido ese clamor de controversia que llena todos los periódicos españoles. Nosotros que tenemos un enraizado fervor por Galdós, recordaríamos a todos los que han vertido su criterio pugnaz, aquellas páginas de don Miguel sobre Galdós en la atmósfera política de 1901. Ningún otro elogio tendrá la cordialidad de vibración de esos párrafos vivos, transidos de una admiración esencial.” Cita después unas palabras de Unamuno publicadas en El Gato Negro, donde viene a decir que la crítica dura tiene más amor que el elogio vago. A. Velasco Zazo publica en El Mundo (Madrid, 1-III-1920, p. 1) el artículo “Críticos improvisados. La obra de Galdós”: Para Pedro Mata. Después de leer Marianela o Doña Perfecta es forzoso convenir en el mérito grande de su autor. Vaya por delante el aserto de que yo tengo a Galdós por uno de los más grandes novelistas del mundo entero. Este juicio, que es el juicio de los miles y miles de los lectores galdosianos, caería por tierra ante las manifestaciones de unos críticos improvisados que andan estos día maltratando la obra inmensa del glorioso don Benito, si no consideráramos la pésima realidad literaria de quienes critican y lo infantil de sus opiniones. Vaya también por delante nuestro respeto y consideración hacia las ajenas opiniones, sin inconveniente de que nosotros podamos recoger la pública opinión, que es la que compra, lee y guarda los libros de Galdós, haciendo caso omiso de lo que digan los intelectuales de Universidades, Academias y Ateneos. Recojamos esa opinión, que es la que ha consagrado al autor de tan vasta obra, y sin la más lejana idea de combate ni polémica que repele nuestro ánimo, sean estas líneas como un recuerdo más de admiración a la memoria del insigne artista. ¿Puede prevalecer la crítica improvisada? No. Nada implica el prestigio de la firma si la opinión es pueril. Uno de nuestros primeros autores dramáticos dijo en cierta ocasión que Goya pintó de muy mala manera. ¿Y qué? Ahí está la obra de Goya, como estará la de Galdós, por los siglos de los siglos. 337 La consagración de una firma autoriza a veces a determinadas irreverencias que en otro cualquiera no se consentirían. No faltan incautos que siguen el ejemplo; pero esto no quita ni da fama al genio. ¿Qué influye esta crítica de ahora? Nada. Constantemente se están reeditando las obras de Pérez Galdós, exportando y traduciendo a diversos idiomas. ¿No se ha criticado a Cervantes? ¿No se ha criticado el Quijote? ¿No se ha criticado a Echegaray? ¿No se regateó el homenaje a este último? ¿Y qué? El Quijote es un libro universal, como Echegaray y Galdós fueron Don José y Don Benito, mientras que los que les critican son Fulanos y Menganos, o cuando más Fulano y Mengano, a quienes en ocasiones suelen romperles la pluma u otra cosa más sensible, como le ocurrió a un Zutanillo que en aquella época en que se discutía a Echegaray salió malogrado de las tertulias calenturientas del café de Fornos. Yo pregunto: ¿A qué conduce hablar mal de lo que todos hablan bien? ¿Es que por eso ha de reputarse la firma de los que critican? ¿Es que no está ya reputada? ¿Entonces?... Acaso un hálito de envidia dicta esa crítica... Pero no pensemos mal; ciñámonos al nombre admirable que nosotros respetamos y consideramos en otras esferas que no son las de la crítica, y preguntemos de nuevo: ¿Qué facultades, qué autoridad y qué motivos tienen Fulano y Mengano para criticar la obra galdosiana? Es la misma pregunta que hacemos casi todos los días leyendo las revistas teatrales y musicales: ¿Qué entiende Fulanillo de comedias, si él no ha escrito nada para el teatro? ¿Qué sabe Menganito de esta sinfonía, si jamás leyó ni comprendió un pentagrama. Quienes ejercen de críticos debieran ser autoridades en la materia. Así debe ser la crítica. Así nos someteríamos todos a ella. ¿Pero cómo hemos de obedecer ni seguir el consejo de quien es tan solo un Zutanito? Cualquier episodio de cualquier serie vale por toda la labor de muchos escritores. Después de la crítica de Clarín –¡aquel sí que era un crítico de cuerpo entero!–, huelga todo elogio. Y por si alguien señala la pasión hispana, bueno será advertir que los críticos de todos los países agotan su entusiasmo en pro de Galdós. Que si era genial. Tuvo momentos de sublime inspiración, y momentos desconcertados; más que desconcertados, perentorios. ¿Cómo trabajaba? ¿Por qué escribía? Se le compara, se le pesa y se le censura la labor de sus últimos años, olvidando la de las horas felices. Algo parecido ocurrió con Chapí; se esperaban de “uñas” sus estrenos de Apolo, dando al olvido La bruja. Y cuando menos se pensaba, mostrábase el genio del artista, como sucede en La revoltosa. ¡Defectos! ¿Quién no los tiene? ¿Y qué significan los defectos ante las obras capitales? Zorrilla tiene sus ripios, y, sin embargo, Zorrilla es quien es; Chapí estuvo desacertado alguna vez, pero después de Barbieri no ha habido otro músico que le sustituya, y Galdós decae en sus postreras páginas, pero siempre es el coloso, como lo prueba Los duendes de la camarilla. Hay un punto muy interesante en el temperamento artístico de Galdós, que le hace antipático para muchos: el de la libertad de pensamiento. Como a Dicenta, como a Blasco Ibáñez, que se les ha puesto un veto ridículo. ¡Necia pretensión! Sus obras se leen en todas partes, se reimprimen y se agotan. 338 Como estos y antes que estos, Pérez Galdós vino a destruir las ñoñerías pusilánimes y las convenciones artísticas. Ejemplo: Gloria. Vino a libertar la pluma y creó un sendero [?] harto combatido. (En este ambiente, yo reconozco la inferioridad de Galdós, aunque Realidad es una obra que no sabrán nunca escribir los Fulanitos.) Mas la prueba de que era alguien, muy alguien, está en la empresa de acometer la publicación de los Episodios Nacionales, de los que no acabaríamos de hablar y de los cuales se han ocupado amplia y delicadamente distinguidos escritores. Son los Episodios la mejor y más íntima historia del siglo XIX. Y aparte del vivo interés que arrastra continuamente al lector, obligándole a no dejar el libro de la mano, poseen tan felices descripciones de Madrid, como no las conciben muchos de los que pasan por cronistas de la villa. Es este uno de los mayores aciertos galdosianos. Yo sigo preguntando: Si la labor de Galdós es endeble, ¿qué juicio les merecerán a los críticos improvisados las obras de los demás escritores? Por la parte que me toca, confieso lealmente que no me echo a temblar porque hace algunos años que yo he rehusado la crítica, ya que la experiencia me ha demostrado que de nada sirve aquella para agotar un libro, y que estos se venden precisamente sin recurrir a “bombo y platillos”. La obra de Galdós es magnífica, y lo será cada vez más, porque dentro de su sencillez vibra de continuo el alma española; los personajes está retratados en cuerpo y alma; hay plena realidad en el diálogo y en las descripciones; mucho color, mucha brillantez, mucho españolismo. El pueblo está siempre metido en los Episodios. Un testigo de las hazañas heroicas no hubiera podido redactar memorias más acabadas que retraten el furor del populacho. ¿Y la cantidad de esa labor, sobre todo últimamente, con el peso de los años y de los achaques? El anciano venerable pasa a la posteridad. No así los que maltratan su obra. De los países extranjeros piden autorización para traducir sus obras. ¿Qué significa todo esto? Conteste quien quiera. Yo pongo punto a este artículo, lamentando que, apenas muerto, se digan ciertas cosas de Galdós. Mas no tienen la culpa los que las dicen, sino los que las dejan publicar. Una última observación hay que hacer, después de esta larga reseña de escritos a que dieron lugar las palabras de Unamuno. Un buen número de periódicos de Madrid ignoró tales palabras y no publicó ni una simple nota sobre ellas. Coinciden, casi, con los mismos periódicos que habían publicado más páginas dedicadas a Pérez Galdós cuando su muerte en el mes de enero del mismo año. Entre estos periódicos, están los siguientes: El Mundo, El Globo, La Correspondencia Militar, El Motín, El Socialista, Las Canarias y nuestras 339 Posesiones Africanas, y La Época y El Fígaro. Estos dos últimos, cuando todos los otros periódicos daban cuenta de las palabras de Unamuno, publican, el 14 y el 15 de febrero respectivamente, los artículos “Del homenaje a Galdós. Un discurso de Maura” y “En la Real Academia Española. Maura juzga a Galdós”, en los que se recogen párrafos del discurso que Antonio Maura, Director de la Real Academia de la Lengua, había pronunciado en la velada necrológica en honor de Galdós celebrada el 8 de enero de ese año. La Versión de las obras completas de Unamuno En las Obras Completas de Unamuno aparece el “Discurso en el Ateneo de Salamanca en la velada en honor de don Benito Pérez Galdós con ocasión de su muerte, Noviembre de 1920”.17 La nota al final afirma que se trata de una “Reseña fragmentaria” de El Adelanto de Salamanca. Reseña el año y el número del periódico (“año XXXVI, número 10.956, 1920”), y los intervinientes en la velada, pero no pone el día en que apareció el discurso de Unamuno. La “reseña fragmentaria” del discurso de Unamuno apareció en el año y número indicado en la nota de las Obras Completas; pero no en noviembre, sino el viernes 13 de febrero de 1920, en la página 1 del periódico de tendencia liberal de Salamanca.18 Se titula “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”, y ya se ha visto más arriba. Acaba con una nota del editor que remite a “los tres escritos que don Miguel dedicó a Galdós, con motivo de su muerte, en el tomo II de estas Obras Completas.” No cita el cuarto artículo, “Con el palo en el bombo”, aparecido en El Liberal el 20-II-1920. Manuel García Blanco, en la “Introducción” del tomo de las Obras Completas en que aparecen las palabras de Unamuno, afirma que, en las contadas ocasiones en que ha acudido a extractos de sus palabras, ha elegido “de ellos los que más fidedignos se nos antojaron”. Al presentar, en la citada “Introducción”, el discurso, dice lo siguiente: La muerte de Galdós le llevó a tomar parte en un acto a su memoria que organizó el Ateneo de Salamanca, en noviembre de 1920. Es uno de los textos que a pesar de lo fragmentario de la reseña de que hemos dispuesto, nos parecía conveniente incorporar a este tomo de conferencias y discursos, porque también tuvo su resonancia. Su pasaje inicial es ya bastante expresivo. Siguen el comienzo del discurso y la cita de los tres artículos escritos por Unamuno a la muerte de Galdós. No cita aquí tampoco el cuarto artículo, “Con el palo en el bombo”. Las diferencias del texto del discurso aparecido en El Adelanto con respecto a como aparece en las Obras Completas de Unamuno son las siguientes: En el primer párrafo del discurso: “Para juzgar a Galdós, acaso no sea yo el más adecuado” (El Adelanto); “Para juzgar a Galdós tal vez no sea yo el más adecuado”(Obras Completas). En el segundo párrafo: “Nosotros, quienes” (El Adelanto); “Nosotros, a quienes” (Obras Completas); En el sexto párrafo: “la misma sensación que un viejo aldeano” (El Adelanto); “la misma sensación que un pueblo aldeano” (Obras Completas). En el octavo párrafo: “de soberbia que hay que llevar al que escribe para las tablas” (El Adelanto); “de soberbia que ha de llevar el que escribe para las tablas” (Obras Completas). En el párrafo noveno: “como el teatro de Echegaray que ha de volver” (El Adelanto); “como el teatro de Echegaray, que ha de volver” (Obras Completas). En el párrafo décimo: “Es verdad, hizo propaganda” (El Adelanto); “Es verdad que hizo propaganda” (Obras Completas). En el párrafo undécimo: “de que se comparaba a Galdós” (El Adelanto); “de que se comparara a Galdós” (Obras Completas). En el párrafo duodécimo: “suceso político culminante, y golpe [...] ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido” (El 340 Adelanto); “suceso político culminante y golpe [...] ni lo olvidarán, aquellos a quien iba dirigido” (Obras Completas). En el párrafo decimocuarto: “una la civilización económica fundada en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo” (El Adelanto); “una, la civilización económica fundada en el cristianismo; otra, la civilización fundada en el comunismo” (Obras Completas). En el párrafo decimoquinto: “pero que dejen a un lado la cuestión cristiana que nada tiene que ver con ello” (El Adelanto); “pero que dejan a un lado la cuestión cristiana, que nada tiene que ver con ello” (Obras Completas). En el párrafo decimoctavo: “cuando el premio Nobel, fue vergonzoso [...] no pasaba día sin que recibieran cartas ni telegramas” (El Adelanto); “cuando el premio Nobel fue vergonzoso [...] no pasaba día sin que se recibieran cartas y telegramas” (Obras Completas). En el párrafo decimonoveno: “Él se fue y ¡quién sabe dónde!” (El Adelanto); “Él se fue, y ¡quién sabe dónde!” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo primero: “su obra le había matado” (El Adelanto); “su obra le habrá matado” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo segundo: “despertar, ¿habrá despertado Galdós?” (El Adelanto); “despertar; ¿habrá despertado Galdós?” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo tercero: “en el mundo de las ideas de los libros” (El Adelanto); “en el mundo de las ideas, de los libros” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo quinto: “Dostoyewsky” (El Adelanto); “Dostoyeusky” (Obras Completas). Puntualizando lo afirmado en dichas Obras Completas, la sesión necrológica se desarrolló el 12 de febrero de 1920, y no en noviembre de 1920. La organizó el Ateneo de Salamanca y se celebró en el teatro Bretón de los Herreros de dicha ciudad. El “extracto”del periódico de Salamanca será el que tome El Liberal de Madrid cuando, días más tarde (15-II-1920), intente suavizar la polémica. Como se ha visto, la versión del discurso ofrecida por El Adelanto de Salamanca y El Liberal de Madrid son las más amplias, y también las menos duras. Los demás periódicos hacen hincapié en los aspectos más negativos de las palabras de Unamuno. Otros ecos de las palabras de Unamuno en la prensa de Las Palmas Es curioso que no se le preste pronta atención a las palabras de Unamuno en la velada necrológica sobre Galdós en la prensa de Las Palmas, salvo lo expuesto en La Jornada. Quizá porque otros problemas nacionales reclamaban más atención de sus páginas, como podían ser los de Cataluña, con la destitución de su capitán general, Milans del Bosch, y su sustitución por el general Weyler. La época de carnavales solía también acortar o suspender por algunos días la edición de los periódicos. Pero, así y todo, estas no son causas que expliquen totalmente la falta de noticias al respecto. El periódico clerical de Las Palmas, El Defensor de Canarias. Órgano de la Junta Diocesana de Acción social Católica de Canarias. Hoja Suplementaria Núm. 43 (27-II-1920), publica, en su página 1, el artículo titulado “Unamuno contra Galdós”, que es copia –salvo los comentarios de La Acción, que abarcan los cinco últimos párrafos– del artículo de La Acción de Madrid “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”.19 El periódico republicano de Las Palmas, El Tribuno, no hace referencias a las palabras de Unamuno en su momento. Publica (28-III-1920) unas palabras del actor Francisco Morano, al inaugurar su temporada en el teatro Novedades, cuya primera función dedicó a la memoria de Galdós como homenaje de admiración al Maestro. Su título es “Muy en razón. Censurando a Unamuno”. Dice: 341 Con tal motivo el señor Durán y Tortajada publica en La Publicidad de Barcelona unas líneas muy en razón censurando a Unamuno por sus recientes manifestaciones acerca de la admirable labor de Galdós. Dice así el artículo a que nos referimos: El hombre del autor de La loca de la casa es hoy actualidad viva Y no es precisa y exclusivamente la muerte la que da hoy ese alto grado de actualidad a su nombre. Son unas palabras de acerba crítica lanzadas por don Miguel de Unamuno sobre la caja, aún descubierta, que guarda el cuerpo de Galdós. No son mis reparos porque las palabras de Unamuno hayan sido dichas tras la muerte, sino porque esas palabras son abiertamente injustas, y más injustas cuanto más alta la mente que las guió. Don Miguel de Unamuno, espíritu fuerte, en pugna perpetua consigo mismo, ni en sus preferencias ni en sus diatribas ha tenido nunca razón completa. Combatió el nacionalismo catalán solo por lo episódico, sin preocuparse del sentimiento, razón suprema. Exaltó la teoría bolchevique sin querer fijarse en los procedimientos que anulan la teoría. Combate ahora la obra de Galdós, sin tener en cuenta que es el “único” autor dramático del final del siglo XIX y comienzos del XX. ¿Que toda la obra de Galdós –y hablo ahora solo de su teatro– no es igualmente grande? Toda la obra de Cervantes no es el Quijote, pero el Quijote es Cervantes. Para la crítica minuciosa del teatro, Galdós es el autor que está más alto. Pero como estar más alto no es estar en la cima y muy por debajo veo los nombres de Benavente, Linares Rivas, Quintero, etc., se puede afirmar que Galdós está en la cumbre. Pérez de Ayala, uno de los espíritus selectos de la moderna generación literaria, crítico agudo, encumbró la obra de Galdós como lo más sólido, lo más fuerte del teatro español contemporáneo. Idea, humorismo, emotividad, todo palpita en la obra de Galdós. Homenajes públicos, recogimiento en la intimidad; más que por la muerte del maestro, como desagravio por las palabras de un hombre eminente pero injusto. En los periódicos de Tenerife no he encontrado alusiones a las Palabras de Unamuno. Algunas observaciones posteriores sobre las palabras de Unamuno. La nota de Berkowitz Ya se ha presentado lo dicho por H. Chonon Berkowitz en su artículo de 1940, titulado “Unamuno's relations with Galdós”.20 Con los datos que proporciona Berkowitz, el silencio que se ha tenido posteriormente ante las palabras de Unamuno creo que no es inocente. 342 La versión de Domingo Navarro Navarro Si se acude al peregrino libro de Domingo Navarro, Enaltecedores y detractores de Pérez Galdós. ¡Del brazo del Abuelo!,21 se ve que allí hace bastante hincapié en las opiniones contra Galdós de Unamuno, a quien califica de “atrabiliario”; así como llama “desaprensivo” a otro de los “detractores”, Luis Bonafoux. En la página 73 de su libro, hace referencia a la “velada necrológica” organizada por Unamuno. No dice dónde ni cuándo se celebró la velada. Las citas del discurso coinciden con la versión del periódico madrileño La Acción. Domingo Navarro afirma: Unamuno, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, eructó su diatriba precisamente durante una velada necrológica en memoria del gran novelista que había fallecido no mucho antes, organizada por él. ¿Obedeció Unamuno a un prurito de originalidad, o más bien expresó su resentimiento contra un país que no era el suyo personalizado en la figura de Galdós? Lo cierto es, que el Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca aseguró formalmente que las obras de don Benito “carecían de elementos cívicos, habiendo recogido en ellas muchas tristezas y pocas realidades.” Luego le reprocha no haber dedicado ni una línea a su tierra Gran Canaria. Según Unamuno; “en Galdós no hay problemas obreros, ni cuestión social, nada del problema agrario, solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni es media. También abundan los personajes maniáticos y, en cuanto a su teatro, no ha sido más que un ejemplo, que llegó a ser el mejor anuncio político del año en que fue su estreno. Hay quien compara a Galdós con León Tolstoi y esa comparación está bien a diferencia de que Tolstoi está con Dios y Galdós con Sagasta. Trabajó como un jornalero, pero no por ideas, sino por razones económicas. Laborioso sí fue, siendo el mejor ejemplo que deja a la juventud. Sus obras son de lectura monótona, como el espectáculo de un río tranquilo que solo refleja en su corriente los árboles de Castilla. No encierra nada. No se reveló nunca.” Y Unamuno, el eterno amargado, fue irrespetuoso, cruel, destructivo, cuando debería haber inclinado la cabeza en señal de duelo por el escritor que más ha venerado el pueblo. Con estas manifestaciones, Unamuno descendió hasta el cieno literario en que se desenvolvía Luis Bonafoux, aquel periodista que en un diario de Madrid publicó un artículo diciendo, entre otras “genialidades” [Siguen las palabras de Bonafoux]. En la página 74, continúa Domingo Navarro: “Unamuno le reprochaba el no haber dedicado ni una línea a su país natal.” Navarro da razones para demostrar que esa afirmación no es verdad, aduciendo entre ellas una entrevista que tuvo con don Benito. Vuelve en la página 88 a tachar a Unamuno y a Bonafoux de “eternos comentaristas de guardarropía, [...] injuriadores, ausentes de toda noble credulidad, combatientes respaldados ayer por la discordia política.” 343 La versión de Benito Madariaga Otro autor, Benito Madariaga de la Campa, presenta con más ecuanimidad la actuación de Unamuno en su Galdós en la Hoguera.22 En las páginas 11-12, afirma: Cuando el año de su muerte, Unamuno pronunció en el Ateneo de Salamanca el elogio fúnebre del escritor [cita: Resumen reseñado por El Adelanto de Salamanca, nº 10.956 de noviembre de 1920], no realizó una apología justa y sincera de su colega grancanario, perteneciente a otra generación diferente, contra la que los del 98 se habían rebelado, a pesar de ser un precursor de los “noventayochistas”. Únicamente se refirió al mundo triste creado por Galdós en torno a la clase media y aseguró que si bien hizo teatro no fue en él el procedimiento más adecuado para triunfar, aunque estima supo utilizarlo políticamente. Alaba y reconoce su laboriosidad por lo que le llama, muy acertadamente, jornalero de las letras. Sin embargo, en su correspondencia particular Unamuno no duda en calificarle como el mejor escritor español y uno de los buenos de Europa. Así le escribe en 1890 a Pedro Múgica: “Novelista aquí grande solo tenemos a Galdós y en Portugal a Eça de Queiroz, cosa muy buena”. En esta correspondencia alaba, sobre todo, su lenguaje sacado del pueblo: “Lo mejor de Galdós es su lengua viva, incorrecta, la que se habla, la que rueda, la de la calle, con galicismos y todo. Galdós es lánguido, pesado, farragoso, todo esto es verdad, pero hace perfectamente en no estudiar el diccionario sino en medio de la calle y no imitar a ese insoportable Pereda con su lenguaje falso, falsificado y estúpido”. En aquella velada de Salamanca aseguró Unamuno no haber vuelto a leer a Galdós desde niño, en que puso notas a los libros, pero ello pudiera no ser exacto, ya que en 1899 su colega grancanario le había regalado los Episodios y en 1905 Casandra. Cuenta Shoemaker que tenía, además, los dos prólogos a los libros de viaje que puso a José María Salaverría (1907) y a Emilio Bobadilla (1912). Otras alusiones a las palabras de Unamuno Sebastián de la Nuez Caballero, en la introducción a “Cartas de Miguel de Unamuno a Galdós”,23 cita algunas palabras del “Discurso en el Ateneo de Salamanca...” de Unamuno, pero no hace alusión a la polémica desatada. En la Vida de Galdós, Pedro Ortiz Armengol,24 citando al profesor Beltrán de Heredia, afirma que a la muerte de don Benito nada dijeron Azorín, Ramiro de Maeztu, Baroja y Valle– Inclán, “y entre los del 98, solamente Unamuno dejó oír su noble voz” (página 816). Al recordar las gestiones para conseguir el premio Nobel, cita las palabras de Unamuno pronunciadas en la sesión necrológica de 1920, en las que afirma que la campaña adversa al premio Nobel fue vergonzosa. Al acabar la cita, añade: “No se dispone del texto exacto de las palabras de Unamuno, que nos llegan como un resumen aparecido en El Adelanto, de Salamanca, y con esa limitación figuran en las Obras completas del vasco” (página 791). Alfonso Armas Ayala, en el tomo II de su Galdós: lectura de una vida,25 analiza la relación Unamuno–Pérez Galdós. Primeramente, la relación epistolar, publicada y comentada por Sebastián de la Nuez (páginas 499-500) y que abarca los años 1898-1912. Luego resume las “tres notas apresuradas con reflexiones sobre Galdós o sobre su obra” que Unamuno publicó recién muerto don Benito en El Liberal, El Mercantil Valenciano y España (página 500).26 Pasa luego a justificar a Unamuno, afirmando que éste se comporta como un auténtico escritor del 98. Para nada se mencionan las palabras pronunciadas por Unamuno en el Teatro Bretón de Salamanca, ni el eco que tuvieron en la prensa de la península o de Las Palmas. Analiza 344 luego el ensayo unamuniano “El estilo de Galdós” y habla de la “reconciliación” con Galdós en su destierro de Fuerteventura, cuando relee los Episodios Nacionales. Se refiere después a las ideologías contrapuestas de los dos escritores y a los estudios que se han hecho sobre la influencia del canario en el vasco. El mismo Alfonso Armas, en “Sin pasión y con rigor. A Ventura Doreste”,27 dice lo siguiente: Me acuerdo ahora del propio Unamuno y de su galdofobia. Recuerda los juicios nada gratos que profirió de Galdós, al que achacaba frialdad, “prosa doméstica” y lenguaje “para ir por dentro de casa”, amén de falta de idealismo y de magisterio; las páginas recogidas por G. Blanco en “De esto y aquello” son bastante expresivas. Esto ocurría en 1920-1921; en 1922, desde París, le escribe a Castañeira, su íntimo amigo fuerteventureño: “Porque nunca podré olvidar que fue ahí, y gracias a V. y a su librería, cómo releí a Galdós y aprendí a conocerlo. Pues debo declarar que aunque yo conocí y traté a don Benito, mi verdadero conocimiento de su obra data de mi estancia en esta. En la quietud y el sosiego de esa isla, es donde pude darme cuenta de todo el enorme trabajo de aquel hombre recogido. Mi Galdós de hoy es el que yo aprendí a conocer ahí”. ¿Galantería, halago al corresponsal? Poco amigo fue él de la alabanza; sí, de la verdad, “dicha a martillazos”, muchas veces. Aquí Unamuno se declara paladinamente equivocado en su juicio; y lo confiesa, sin rubor. Otra conclusión podría sacarse después de la lectura de la carta de Unamuno a Berkowitz citada en nota más arriba. De allí es la siguiente frase: “Estando desterrado en Fuerteventura volví a leer casi todo Galdós y me dejaba arrullar, junto al mar, por su prosa sin que esta me detuviese nunca.” A estas alturas de la exposición, se puede uno preguntar si el olvido de esta polémica se debe al interés de no molestar a los partidarios de uno o de otro escritor. 345 APÉNDICE 1 Algunas notas sobre la relación de Alonso Quesada con Unamuno La segunda estancia de Unamuno en Las Palmas en 1924 tendrá lugar unos 14 años después de aquella primera visita de 1910, que tan importante fue en la vida de Alonso Quesada, pues le hizo cambiar de manera fundamental en su concepción literaria, haciéndole ser consciente “en mi orientación, mi ruta, mi inquietud”. La estancia de Unamuno en las islas duró esta vez desde principios del mes de marzo de 1924. En Las Palmas está por lo menos desde el día 7; se embarca para Fuerteventura el día 9. Allí está hasta el 11 de julio, día en que llega a Las Palmas con el compañero de destierro Rodrigo Soriano. El día 21 del mismo mes zarpaba el Zeelandia del Puerto de la Luz camino de Francia, con Unamuno ya amnistiado. Hay que recordar también los afanes de Alonso Quesada y sus amigos por conseguir el prólogo de Unamuno para su Lino de los sueños allá por 1914. En dicho prólogo recuerda Unamuno su conocimiento de Alonso Quesada y Manuel Macías Casanova en aquella visita de 1910, con motivo de la celebración de los Juegos Florales. La dedicatoria de “Los poemas áridos” de El Lino de los Sueños muestra su agradecimiento. Además, los escritos y campañas del rector de Salamanca tenían siempre pronto eco en los periódicos donde Alonso Quesada colaboraba. En el escrito “Mi vida a saltos locos” (El Tribuno, Las Palmas, 12-XI-1913), deja constancia de su adhesión a Unamuno: Pienso que en España hay solo estos grandes poetas: Unamuno, Antonio Machado, Marquina, Darío y Tomás Morales. (Los cito para estropearles la admiración a algunos que yo me sé.) Para dar otro ejemplo del interés de Alonso Quesada por la personalidad y la obra de Unamuno, es conveniente reseñar los libros del maestro que aparecen en la que fue su biblioteca personal. Son los siguientes: Mi religión y otros ensayos breves (Madrid, Renacimiento, 1910), Contra esto y aquello (Madrid, Renacimiento, 1912), Del sentimiento trágico de la vida (Madrid, Renacimiento, s. a.), 4 volúmenes de Ensayos (Madrid, Residencia de Estudiantes, 1916-1917), El Cristo de Velázquez (Madrid, Calpe, 1920), y Andanzas y visiones españolas (Madrid, Renacimiento, 1922). Alonso Quesada no estaba solo en el empeño de avivar las ideas de Unamuno en las islas. Junto a él estaban Domingo Doreste (Fray Lesco) y otros intelectuales canarios. Este fervor por Unamuno –hay que llamarlo así– por parte de Alonso Quesada se mantendría tenso hasta que tuvo ideas más propias. Las cartas que se cruzaron que han sido publicadas28 llegan hasta 1923, habiendo un lapsus desde 1915 hasta ese año. En esta última carta, Alonso Quesada le evidencia su recuerdo y su fervor. Ésta acaba con las siguientes palabras: “Yo voy siguiendo, devotamente, todos los pasos de su vida ejemplar.” No era muy fácil seguir la paradoja que era Unamuno. Alonso Quesada tratar
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Título y subtítulo | Unamuno, Galdós, Rafael Romero (Alonso Quesada), Domingo Doreste (Fray Lesco),...repercusión de unas palabras de Unamuno sobre Galdós unas semanas después de su muerte |
Autor principal | Antonio Henríquez Jiménez |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del séptimo congreso internacional de estudios Galdosianos |
Numeración | Congreso 07 |
Sección | Sección I. Textos galdosianos del siglo XX |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2001 |
Páginas | p. 304-375 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 422121 Bytes |
Texto | UNAMUNO, GALDÓS, RAFAEL ROMERO (ALONSO QUESADA), DOMINGO DORESTE (FRAY LESCO),... REPERCUSIÓN DE UNAS PALABRAS DE UNAMUNO SOBRE GALDÓS UNAS SEMANAS DESPUÉS DE SU MUERTE Antonio Henríquez Jiménez Introducción Pretendo traer a la memoria un cruce de pareceres —que creo no ha tenido mucho eco— acerca de unas opiniones de Unamuno con respecto a Pérez Galdós a las pocas semanas de la muerte de éste. El periódico La Jornada (Las Palmas, 24-II-1920) –dirigido por aquel tiempo al parecer por Rafael Romero (Alonso Quesada)1– reacciona con un artículo de fondo sin firmar, y que opino de factura de Alonso Quesada por el tono y el estilo. Daré, al final, algunas notas que justifiquen esta autoría y la de otros escritos presentados como de Alonso Quesada. Al artículo de La Jornada le responde Domingo Doreste Rodríguez (Fray Lesco) con una carta al director de La Jornada, y que vio la luz el 27-II-1920 en el mismo periódico. Al final de esa carta aparece la respuesta del periódico, también sin firmar y, evidentemente, obra del mismo autor que el escrito del día 24. Transcribiré las palabras de Unamuno según distintas fuentes y evidenciaré algunos comentarios que entonces y posteriormente se han hecho a las mismas. Además de ellas, daré noticias de unos escritos suyos sobre Galdós recién muerto y presentaré el artículo (“Con el palo en el bombo”) que el profesor salmantino publica en El Liberal de Madrid (21-II-1920), una especie de autodefensa por los comentarios desatados en la prensa nacional con motivo de sus palabras en la velada necrológica sobre Galdós. Como apéndices, presentaré algunas notas sobre los hitos de la relación de Alonso Quesada con Unamuno, con la transcripción de algunos escritos que atribuyo a Alonso Quesada. También presentaré algunos párrafos de escritos de Alonso Quesada aparecidos en la prensa de la época –algunos con firma y no publicados posteriormente, y otros atribuidos–, en los que cita a don Benito con respeto y cariño, y por los que se puede vislumbrar el carácter de la respuesta de La Jornada. También daré una corta nota sobre la opinión de Domingo Doreste acerca de Galdós. Haré un comentario sobre los pseudónimos de cariz galdosiano que empleó Alonso Quesada y sobre los libros de Galdós que se conservan en lo que queda de lo que fue su biblioteca. Al final, intentaré justificar la autoría por Alonso Quesada de los textos que presento como suyos, aduciendo ejemplos de otros escritos con su firma. Después de todo, alguien podrá preguntarse si –además de su estado físico y moral– las palabras de Alonso Quesada a Luis Doreste Silva, entonces en París, sobre que “A Unamuno lo vi el día que llegó; hoy está aquí y se va mañana y no he hecho por verlo”,2 no transpiran también algo de indiferencia y alejamiento de los ideales del profesor de Salamanca, llegado por segunda vez a Las Palmas en 1924, esta vez desterrado por la dictadura de Primo de 304 Rivera. Pero parece que no sucedió así, según se verá. Por lo menos, según dirá en 1921, su recuerdo de diez años atrás “es como una maravillosa coraza de plata oxidada en mi memoria...!”.3 Reacción en Las Palmas a las palabras de Unamuno: ¿Alonso Quesada?–Fray Lesco El artículo que atribuyo a Alonso Quesada es el fondo del periódico del día en que apareció (La Jornada, 24-II-1920). Se titula “La pasión de Unamuno. Violenta injusticia”. Dice: Don Miguel de Unamuno, el gran maestro renovador de espíritus, tan justo casi todas las horas de su vida, suele revelarse airado de vez en vez, contra su propio raciocinio y en un apasionado delirio intelectual lanzar a los cuatro vientos una injusticia. Dos o tres grandes injusticias ha cometido Unamuno. A Rubén Darío le negó, mientras era vivo el poeta, el pan y la sal. Rectificó después dolorido ante los sagrados restos del artista. Y el remordimiento le persiguió más tarde por otras injusticias, si no tan grandes al menos tan irrespetuosas. El corazón del profesor de Salamanca arde siempre con tan violenta llama de pasión que no es posible contenerlo. Y si a veces esta llama es buena y es purificadora, otras veces destruye el propio corazón intachable del apasionado dueño. Don Miguel de Unamuno acaba de cometer su última gran injusticia. En una velada en honor de Galdós, celebrada en Salamanca, don Miguel de Unamuno se ha aventurado a afirmar que el glorioso maestro castellano fue un novelista inferior a la Pardo Bazán y al señor Blasco Ibáñez. Para Unamuno, solo tuvo don Benito un mérito único: el de la laboriosidad, pero este tampoco era mérito pues no encerraba otro fin que el beneficio económico. Estas palabras dichas así, secamente, airadamente, revuelven el alma y dirigen el gesto irritado hacia el maestro salmantino. Tienen el tono de una incontenida acusación envidiosa. En un momento de cabal lucidez no es justo acatarlas. Y a pesar del respeto fervoroso que Unamuno nos inspira, no podemos dejar pasar el grito sin intentar atajarlo. Es injusto, es triste, es pequeño este pensamiento. Don Miguel de Unamuno no puede, tampoco sinceramente –librado de su fiebre intelectual– asegurarlo. Poco tiempo ha de pasar para que el acto de contrición unamunesco se repita. Es absurdo decir que Galdós es un novelista inferior al señor Blasco, que nada es ni representa en un primer orden literario. Es cual comparar la honda labor galdosiana, con la declamatoria literatura del señor Blasco que sí tiene el mérito de la laboriosidad por el beneficio económico. Tenemos la evidencia de que a estas horas Unamuno, asustado por su injusta acusación, estará laborando su arrepentimiento. A los pocos días de muerto Galdós, publicó Unamuno un cariñoso artículo en España, sobre la personalidad de don Benito. No han pasado dos meses y se revuelve brioso contra Galdós. ¿Es justo? ¿Es sinceridad? Acomete la oratoria de D'Annunzio y loa la de Blasco. Pregona el arte moral y fuerte y la emprende con el único hombre que hizo surgir una humanidad de su cerebro y 305 luchó por el ideal moral de los hombres. Era un hombre que jamás se cuidó de sus ganancias y que no pensó nunca dónde estaba el dinero que tenía y toda su vida fue modelo de sobriedad y modestia; lo censura porque el fin de su vida fue perseguir un bienestar fantástico. Don Miguel de Unamuno en un exceso febril de mentalidad ha creído que solo el mundo español está en su espíritu y que nada que le sea ajeno puede perdurar o ser eterno. Dolorosamente protestamos de las palabras del Maestro. No es posible dejarnos tranquilos sin un comentario sincero. Es necesario decir con todo el respeto y la admiración que tenemos por Unamuno: Don Miguel, por ese gran espíritu de usted, por esa gran mentalidad de usted tan prestigiosa, no hay derecho a que los filisteos del intelecto que tanto le odian hallen4 motivos para emprenderla otra vez injustamente por sus culpas de sus dolorosas injusticias. La contestación de Domingo Doreste (Fray Lesco) y la réplica del director de La Jornada aparecieron en este periódico el 27-II-1920, p. 1. Se titula “Unamuno y Galdós. Una carta de Fray Lesco”. Dice: Acabo de leer en el número de ayer de La Jornada un artículo de gran irritación, aunque no irrespetuoso, para Unamuno, con motivo de ciertos juicios sobre Galdós, vertidos según parece en una velada necrológica celebrada en el Ateneo de Salamanca. Me ha sorprendido la cosa increíblemente, tanto más cuanto que hace muy pocos días recibí un extracto del censurado discurso en un periódico de Salamanca (que pongo a su disposición) el que he releído por el interés que me despertaba, y he vuelto a leer después de haberlo hecho con el artículo de La Jornada, sin encontrar en él ninguna de las afirmaciones concluyentes que se le atribuyen. Mi hijo también me escribe y me habla del discurso de Unamuno, que oyó; pero no en el sentido en que La Jornada lo ha tomado. Solo me añade que se mostró extraño de no encontrar en sus obras un recuerdo de su infancia y de su país natal, la Gran Canaria. No me explico, pues, el origen de la información periodística que haya podido desviar los juicios de esta manera. Alguna equivocación o confusión deben de mediar que seguramente aclararán el tiempo y la nobleza de los equivocados. Yo estoy aún enfermo en cama y no puedo escribir más. Espero el favor de que me publique estas líneas. Sería triste, por otra parte, que no fuese posible aún intentar el ensayo de una revisión de Galdós en España; y que no sean aceptos a sus admiradores otros tributos post mortem que las infladas necrológicas en que se advierte desde luego una aspiración: la de olvidar presto al ilustre difunto. De V. S. S. y a. Fr. Lesco. Febrero 25 920. La carta de nuestro amigo nos sorprende y nos alegra. Fray Lesco sabe cuánta es la admiración y respeto que nos inspira Unamuno. Guiados solamente por una justa protesta escribimos las palabras aquellas. Comprenderá Fray Lesco que eran necesarias. No porque se revise la labor de don Benito, sino porque precisamente no 306 acusaba revisión alguna el juicio concreto y audaz de Unamuno según las informaciones que llegaron a nuestras manos. El Sol, El Debate y algún otro periódico de Madrid trajeron las noticias adecuadas a nuestro comentario. Esos periódicos los hemos perdido. Sólo conservamos un número de La Publicidad de Barcelona, diario nada sospechoso de reacción, en el cual se publica el siguiente telegrama: “Está siendo comentadísimo el discurso que el señor Unamuno ha pronunciado en el teatro Bretón, de Salamanca, sobre Galdós. Criticó duramente a Galdós como dramaturgo y novelista. Dijo que era inferior a Blasco Ibáñez y a la Pardo Bazán, que no había merecido el premio Nobel, y que su único mérito fue el de la laboriosidad, y esta la tuvo por el beneficio económico.” Claro es que a pesar de nuestro desconcierto por tales afirmaciones, no podíamos pensar que se falseara tan completamente esta noticia. Fray Lesco, con un periódico de Salamanca ante su vista, nos asegura que no hay tal crítica acerba, ni tal embestidura despiadada. Esto es para nosotros la mayor satisfacción. Pero que conste nuestro respeto y nuestro cariño al filósofo vasco, y que si hubo dolor, fue dolor de ver cómo la integridad espiritual de Unamuno podía quedar una vez más en las llamaradas de su pasión. Y para terminar: aunque Unamuno piense que es reprochable el olvido literario en que el gran artista tuvo a su país, mejor cosa quizás no pudo hacer, que Canarias no es Vasconia y el amor fraternal y decisivo por sus grandes hombres no se conoció jamás aquí. Aparte de que esto de la patria chica es una cosa elástica y nadie nació donde quiso, sino que lo nacieron, como diría el propio don Miguel, contra su voluntad acaso. La patria es el lugar donde mejor le va a uno. Esos amores oficiales se avienen mal con las eternas teorías espirituales de Unamuno. Si por eso solo merece censura don Benito, seguimos sosteniendo que fue don Miguel injusto aunque la amargura de esta injusticia se halle completamente atenuada. Escritos de Unamuno a la muerte de Galdós. Distintas transcripciones de sus palabras en la velada necrológica en honor de Galdós A los pocos días de la muerte de don Benito, aparecen tres notas de Unamuno en la prensa con reflexiones sobre Galdós: en el diario El Liberal, de Madrid (5-I-1920); en la revista España (8-I-1920); y en El Mercantil Valenciano (8-I-1920).5 El artículo aparecido en España lo recuerda el autor del fondo de La Jornada en su escrito de protesta del día 24-II-1920. Semanas más tarde, se celebra en el teatro Bretón de los Herreros de Salamanca un homenaje a don Benito, organizado por el Ateneo Salmantino. Allí Unamuno dice de él las palabras que motivaron el escrito de fondo de La Jornada ya transcrito. Toma su autor las noticias de dos periódicos de Madrid, que cita (“El Sol, El Debate”), de “algún otro periódico de Madrid”, y de La Publicidad de Barcelona, cuyo telegrama transcribe entero. Las palabras de Unamuno tuvieron lugar el 12 de febrero de 1920. 307 La polémica según Berkowitz Presento la síntesis que H. Chonon Berkowitz hacía por 1940 en el artículo “Unamuno's relations with Galdós”.6 Allí da cuenta y analiza casi todos los pormenores del escándalo originado por las palabras de Unamuno, pronunciadas el 12 de febrero de 1920, como muy bien dice en la página 332.7 Berkovitz va analizando lo dicho por Unamuno en “La sociedad galdosiana” (El Liberal, 5-I-1920), en “Galdós en 1901” (España, 8-I-1920); y lo referente a la velada necrológica: el despacho de La Publicidad (14-II-1920); el artículo de H. P. O., “Unamuno y Galdós” (El Correo Español, 26-II-1920); el de Ezequiel Endériz, “Unamuno” (La Libertad, 14-II-1920); el de Andrenio, “Unamuno y Galdós” (La Vanguardia, 26-II-1920). Hace alusión a las posteriores palabras de Antonio Espina, en “Libro de otro tiempo: Benito Pérez Galdós, Fisonomías Sociales” (Revista de Occidente, vol. I, 1924). Describe el extracto aparecido en El Adelanto como “A purportedly full account of the speech”. Después de presentar las ideas expuestas por Unamuno según el Adelanto de Salamanca, hace una valoración de ellas; añade un “suplemento al discurso de Unamuno”, basado en crónicas de El Heraldo (13-II-1920) y de La Publicidad (14-II-1920); comenta la respuesta de Unamuno en El Liberal (calificada de “maniobra táctica”); y presenta una carta de Unamuno al autor del artículo, de 1930, en la que éste sigue opinando lo mismo. Sus palabras traducidas son la siguientes: Pero uno de los pronunciamientos de Unamuno sobre Galdós –el único amplio que jamás divulgó– casi produjo un escándalo nacional en los círculos literarios de España. Fue invitado por el Ateneo de Salamanca para pronunciar una alabanza sobre Galdós en una velada necrológica que tuvo lugar en el Teatro Bretón el 12 de febrero de 1920. Como el Marco Antonio de Shakespeare, Unamuno aparentemente vino a enterrar a Galdós, no a alabarlo –e hizo lo primero–. La tormenta de protesta que su discurso levantó no se calmó pronto. La prensa de Madrid y provincias publicaron extensos y acalorados comentarios sobre ello. [Cf. un despacho no firmado, desde Madrid, en La Publicidad (Barcelona), 14-II-1920.] La indignación fue mucha y encontró apasionada expresión. “Cuando hace algunos días”, dice una indignada protesta, “Unamuno disecaba en Salamanca la obra literaria de don Benito Pérez Galdós, los asistentes creyeron oír un aleteo de cuervos, un dolor de carne viva en la sala de autopsias, una palabra dura en el responso de un cadáver.” [Cf. H. P. O., “Unamuno y Galdós”, en El Correo Español, 26-II-1920.] Algunos manifiestan personal animosidad hacia la severidad de juicio de Unamuno. “¿Qué le habrá negado D. Benito a D. Miguel, cuando así lo trata?”, dice otro comentario indignado. “¿No lo creería todo lo «genio» que él se figura? ¿Acaso le dejó de citar entre los hombres por él admirados?” [Cf. Ezequiel Endériz, “Unamuno”, en La Libertad, 14- II-1920.]. Andrenio salió en defensa de Galdós y en fríos y desapasionados términos refutó los cargos de Unamuno y desechó sus objeciones señalando que descuidó el aspecto estético de las obras de Galdós y que no tenía criterios para la crítica. [Cf. Andrenio, “Unamuno y Galdós”, en La Vanguardia (Barcelona), 26-II-1920.] Lenta en calmarse, la tormenta brotó de nuevo muchos años después, cuando Antonio Espina, en un comentario de las Fisonomías sociales de Galdós póstumamente publicadas, revivió las opiniones de Unamuno y a partir de ellas forjó las armas con las que en lo sucesivo los escritores de la generación de la postguerra atacarían la reputación de los novelistas fallecidos. [Cf. Antonio Espina, “Libro de otro tiempo: 308 Benito Pérez Galdós, Fisonomías Sociales”, en Revista de Occidente, Vol. I (1924), pp. 114-117.] ¿Qué dijo Unamuno en este notorio discurso que no fuera dicho o escrito antes? [Una relación significativamente completa del discurso apareció en El Adelanto (Salamanca, 13-II-1920.] Empieza sugiriendo que quizás no es el mejor cualificado para enjuiciar a Galdós; aquellos que podrían ser llamados sus nietos podrían hacerlo más desapasionadamente. Siendo en cierto sentido un hijo de la generación de Galdós, naturalmente mostrará la tendencia tan típica de los niños de criticar y rebelarse contra sus padres. Leyó a Galdós cuando era niño, pero nunca más “por no profanar aquellos sentimientos de mi infancia, que este culto creo que es un modo de respeto a nosotros mismos.” Lo leyó además en un tiempo cuando “aún latían aquellas vibraciones que están en León Roch, en Gloria, en Doña Perfecta...” Nunca más volverá a leerlo. El encanto de las novelas de Galdós es inherente al hecho de que en ellas las masas reemplazan a la realidad, que el suyo es un mundo inventado de ingenuas ilusiones. No soportarán la comparación con las obras de sus contemporáneos –Clarín, Valera, Ayala (sic!) y Pardo Bazán– puesto que Galdós nunca se permitió en sus novelas una nota lírica, intrusa y personal. En ellas languidece un mundo triste de tragedia silenciosa cuyos actores no son ni campesinos ni trabajadores, sino la humilde clase media española, la cual ha sido adormecida en la rutina de buscar un empleo de la administración o su pan diario. Y esta épica de la clase media urbana tiene su propia melodía –el lenguaje de Galdós “...es la misma sensación que un viejo aldeano, junto a la campana de una cocina del pueblo, cuenta un antiguo relato que adormece por la manera de decir; ... es una lengua cervantina, no quevediana.” Mucho del ambiente que existe en el mundo de ficción de Galdós proviene de su optimismo –el optimismo de los hombres de 1868, quienes creyeron en el progreso y en los ideales de justicia. El drama no fue el fuerte de Galdós. Con toda seguridad, se le aplaudió, aunque el aplauso iba dirigido a sus novelas, no a sus obras de teatro. Con un cierto grado de perspicacia Galdós eligió el momento preciso para utilizar el escenario con fines políticos. Electra fue evento político culminante, y asestó un golpe tan severo que aquellos a los que iba dirigida no lo han olvidado, no lo pueden olvidar jamás. Casandra asestó un golpe incluso más fuerte. Es innecesario decir que Galdós no resolvió el problema del clericalismo, por ello existe todavía hoy. Y por todo su éxito aparente el talento dramático de Galdós deja mucho que desear. “... su estilo es el de coloquio familiar, a ratos un poco oratorio, pero sin esos chispazos de pasión, tal vez falsos, de gritos, de soberbia que hay que llevar al que escribe para las tablas.” Aparentemente olvidando que en 1911-1912, mientras escribía Fedra, insistió en la simplicidad, naturalidad y realidad como fundamentales principios de la dramaturgia, Unamuno propone el siguiente credo y, por implicación, rechaza los esfuerzos dramáticos de Galdós. “Porque yo creo que el teatro se alimenta y será eternamente el de los trucos, el de las violencias, el de las falsedades, como en el teatro de Echegaray que ha de volver con todo su aparato de tragedia y de inverosimilitud.” Vista retrospectivamente, dice Unamuno, la vida de Galdós nos lleva desde la tristeza hasta, incluso, lo trágico. Después de que hubiese sobrevivido a sus obras, cuyo solo mérito es el ejemplo de laboriosidad, que las adorna, continuó trabajando 309 hasta el final como un jornalero, repitiéndose inevitablemente porque así lo sentía. Y cuando murió, su personalidad desapareció junto con su mundo ficticio, que ya se había desvanecido. Fue un sacrificio del que Galdós no pudo escapar. “Yo creo”, generaliza Unamuno, “que quien crea personajes muere en ellos, se entierra en ellos; todo Galdós, al soñar con ellos, al crearlos, se hallaba borrado, difundido entre ellos; y este es su sacrificio, el sacrificio del escritor que se hunde con los personajes que crea.” Para reforzar nuestra tesis, incluso Cervantes es también ahora un mero nombre, y su personalidad está sumergida en Don Quijote, pero –uno está tentado de pensar que Unamuno no lo expresa claramente– mientras que D. Quijote todavía vive, los personajes de Galdós se han ido siempre junto con la época a la que simbolizaban. Quizás es prematuro afirmar que nada de Galdós sobrevivirá permanentemente en el alma de la raza española, pero uno puede seguramente expresar la ferviente esperanza de que ello puede ser así. “¡Ojalá lo de España,” reza Unamuno, “no acabe en el sainete grotesco de la clase media que pinta Galdós!” Estos, en resumen, son los puntos importantes en el discurso de Unamuno tal como está relatado en la prensa de Salamanca. Aunque en su conjunto principal constituyen un comentario desfavorable, en justicia para su autor debería estar establecido que su severidad está dirigida más a la época de Galdós y a sus personajes que la reflejan, que a su habilidad literaria y artística. Aunque Unamuno hubiese insistido en estas observaciones, el aluvión de protesta que las recibió habría estado injustificado. En realidad, sin embargo, los periódicos de Salamanca fueron incapaces de informar de todo lo que él había dicho; la prensa de Madrid suministró el resto. Duras, en efecto, son otras observaciones de Unamuno sobre Galdós. Aventura la opinión de que las novelas de Galdós son inferiores a las de Blasco y Pardo Bazán, y que porque no contienen mensaje están condenadas a desaparecer. Hay en ellas profunda tristeza, poca realidad y carecen de elemento cívico. Nunca trató el problema proletario, el agrario o cualquier otra cuestión concreta; llenó sus libros con religión y pobló sus páginas con maníacos. Tan desprovisto está Galdós de lirismo que ni una vez incluyó a sus nativas Islas Canarias entre sus ambientes. Fue una fútil ambición pedir para él el Premio Nobel; no lo merecía. Más que un gran escritor fue un gran trabajador que laboró no por ideas sino por dinero. También por dinero volvió al teatro con notoria falta de éxito. Todas sus obras fueron fracasos salvo El Abuelo, que tuvo un éxito regular. Fuera de España, Galdós no tiene cartel, y la comparación entre él y Tolstoi es admisible siempre que se tenga en cuenta que el ruso se apoyó en Dios mientras que Galdós disfrutó del apoyo de Sagasta. [El resumen del suplemento al discurso de Unamuno se basa en despachos de El Heraldo (13-II-1920), y en La Publicidad (14-II-1920).] Que las informaciones sobre el discurso de la prensa de Madrid y Barcelona son más fiables, puede inferirse de la defensa que Unamuno hizo de sí mismo en el transcurso de una semana [“Con el palo en el bombo”, en El Liberal, 21-II-1920.] En esta defensa busca sacarse la espina de algunos de sus comentarios afirmando que solamente dio sus impresiones, que no intentó hacer juicios, y que tiene el derecho de decir lo que piensa en cualquier momento, con o sin propiedad. Nadie puede obligarle a que le guste el odiado mundo del que Galdós trata, incluso si su tratamiento se ha traducido en novelas admirables. Además, es su privilegio personal no desear releer las obras de Galdós, y basa su razón en términos bastante delicados así: “No quiero poner mi mano de hombre encanecido en luchas sobre el tesoro espiritual de mi juventud.” En su actual estado espiritual no puede llegar a estar 310 interesado en las novelas de Galdós que no son ni épicas ni líricas. Nadie conoce si el famoso novelista alguna vez intentó escribir verso. Unamuno no niega la grandeza de Galdós, sino que afirma que su superioridad a otros novelistas del siglo XIX descansa en la totalidad de su producción y no en una sola obra. Fue un escritor piramidal, por así decirlo, y como consecuencia de ello ninguna novela suya es superior a El sombrero de tres picos, El escándalo, Sotileza, Pepita Jiménez y La Regenta. La débil defensa de Unamuno de su discurso de Salamanca –que debe mirarse sólo como una maniobra táctica– no aplacó a los defensores incondicionales de Galdós. Algunos años después del incidente y con creciente frecuencia después de los pronunciamientos de Antonio Espina, que fueron considerados como reafirmación del espíritu de la crítica de Unamuno, numerosos artículos en la prensa española mantuvieron viva la controversia y con frecuencia se elevó a la categoría de cuestión candente. Alberto Insúa probablemente resumió la convicción de los que intentaron reivindicar la reputación y mérito de Galdós cuando dijo con referencia a lo que denominó las tan injustas diatribas de Unamuno: “En Unamuno ha predominado la rebeldía, el ademán iconoclasta y –todo ha de decirse– cierto anhelo de poder político y de hegemonía intelectual que acusan un corazón despótico” [Cf. Alberto Insúa, “La memoria de Pérez Galdós”, en Canarias, vol. XVI, nº 219 (junio de 1929).] La observación de Insúa sugiere una aceptable explicación para la notoria discrepancia entre la pública hostilidad de Unamuno y la privada cordialidad hacia Galdós. Las numerosas apreciaciones de Unamuno del novelista, precisamente porque son inconsistentes, contradictorias y arbitrarias, son la expresión de un temperamento angular y no de una facultad crítica; por otra parte, su cordiales relaciones con Don Benito como se revela en su correspondencia estaban quizás guiadas por algún objetivo o ambición personales en cuya realización Galdós podría haber sido de gran ayuda. Después de 1912 la amistad de los dos hombres se tensó hasta tal punto de ruptura porque –y la razón la ofrecen miembros de la familia de Galdós– Unamuno fracasó en desplazar a Galdós de su posición preeminente literaria y política. Como resultado de ello, Unamuno nunca modificó sustancialmente sus opiniones públicamente expresadas sobre Galdós incluso después de que lo hubiesen reprobado duramente por ellas. La siguiente carta, que supone la última palabra de Unamuno sobre el asunto, revela la existencia de ningún cambio tanto mental como espiritual de su parte. [Esta carta es la respuesta de Unamuno a una solicitud hecha por el presente escritor acerca de una explicación de las “insuficiencias” de Galdós mencionadas en el artículo por Ephrem Vincent. Véase Supra: nota 11: E. Vinvent: “Lettres espagnoles- La jeunesse littéraire- Une lettre d'Unamuno sur les jeunes”, en Mercure de France, vol. XLIX (febrero de 1904, p. 558)]: Sr. D. H. Chonon Berkowitz. Madrid. Su carta, señor mío, ha venido felizmente a distraerme de las preocupaciones que actualmente embargan mi ánimo. Y en cierto modo también a sorprenderme. He olvidado lo que escribí a Ephrem en 1904 –hace ya 26 años, ¡figúrese!– y es más hasta había olvidado que le escribí e incluso su nombre. Ni tengo entre los papeles que conservo, ese número del Mercure de France. No me es a la vez, muy fácil volverme a poner en el estado de conciencia que me dictó las palabras que usted transcribe. 311 Pero de todos modos una cosa sí que le puedo decir y es que Galdós no podía unir en torno de sí a los jóvenes porque era un hombre solitario, taciturno –apenas hablaba–, de escasa sociabilidad y que vivía una vida aparte, absorto en el mundo novelesco que iba creando. Su situación pública y política –y sin ésta no se puede agrupar a jóvenes, ni para fines de cultura literaria– fue siempre muy secundaria. No intentó ser orador. Los jóvenes le respetaban, muchos le querían pero no le trataban ni le frecuentaban. Tuvo, a la vez, que trabajar para poder vivir y esto, a que acaso debemos la vastedad de su obra, contribuyó no poco a estropear ésta. Pues no cabe desconocer que con todo su genio, y le tuvo como novelista, como hizo del novelar un oficio, cayó no pocas veces en industrialismo. Se puso a fabricar novelas. Y en serie. Y ésta es acaso la causa de que sean leídas menos que lo merecen. Les falta concentración. Y cuando, buscando legítimamente provechos materiales se pasó al teatro –que produce económicamente más que la novela– llevó a él las notas de su novela. Los personajes de sus dramas y novelas hablan demasiado para decir muy poco, se dejan llevar de la voluptuosidad de la conversación por la conversación misma –¡españoles de café al cabo!– y hasta pronuncian, a modo de discursos, artículos de periódico. Apenas encontrará usted en todo el teatro de Galdós una de las frases –como hay tantas en Shakespeare– que definen a un hombre. Como no verá usted citados aforismos, sentencias, pensamientos sueltos, de Galdós. Todo lo cual le hace intraductible. Estando desterrado en Fuerteventura volví a leer casi todo Galdós y me dejaba arrullar, junto al mar, por su prosa sin que ésta me detuviese nunca. Leí entonces ¡por primera vez! la que creo su mejor obra Fortunata y Jacinta –Fortunata, como mujer, se tiene en pie–; pero vi que es una novela estirada para llenar no recuerdo si tres o cuatro volúmenes. ¡Aquellos inacabables monólogos de los locos o semilocos de sus novelas, llenos de estribillos, muletillas y frases hechas! Se vive, se imagina y se siente hoy muy a prisa para soportar eso. Me parece que Galdós hoy cansa a los lectores españoles. La difusión es, creo, un defecto muy común en nuestra literatura pero ella aumentó, sobre todo en sus últimos años. Con todo lo cual creo que fue un pintor a las veces genial de aquella sociedad, también difusa, crepuscular, casi nebular, rutinaria, del Madrid de fines del siglo XIX, donde la tragedia era la falta del sentimiento de ella. Es cuanto se le ocurre a su afmo. Miguel de Unamuno Salamanca 9-XII 1930.8 Además de los siete escritos citados por Berkowitz, he podido encontrar otros veinte en los que se comentan las palabras de Unamuno. Unos y otros los presento a continuación por orden cronológico, enumerándolos antes, poniendo entre corchetes los que analiza Berkowitz: El Sol (Madrid, 13-II-1920, viernes, p. 9): “De varias provincias. León. En honor de Pérez Galdós”. El Debate (Madrid, 13-II-1920, p. 4): “En una velada. Unamuno contra Galdós”. [El Heraldo de Madrid (13-II-1920, p. 1): “Unamuno, iconoclasta”.] La Acción (Madrid, 13-II-1920): “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”. 312 El Imparcial (Madrid, 13-II-1920, p. 2): “A la hora de las alabanzas. El paradójico doctor Unamuno”. El Progreso (Barcelona, 15-II-1920): “Una nota discordante. Unamuno habla de Galdós”. La Tribuna (Diario Independiente, Madrid, 13-II-1920, p. 4): “Discurso detonante. Unamuno ataca a Galdós”. La Correspondencia de España (Madrid, 13-II-1920, p. 3): “Homenaje a Galdós”, en la sección “Informaciones de provincias. León”. ABC (Madrid, 13-II-1920, edición de la tarde, p. 15): “Informaciones de toda España”. [El Adelanto (Salamanca, 13-II-1920, p. 1): “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”.] [La Publicidad (Barcelona, 14-II-1920, sábado, p. 1): “Unamuno y Pérez Galdós”.] [La Libertad (Madrid, 14-II-1920, p. 4): “Unamuno”, Ezequiel Endériz.] La Correspondencia de España (Madrid, 14-II-1920, p. 3): “El asunto del día. Galdós, distinguido literato”, en la sección “Informaciones de provincias”. España Nueva (Madrid, 14-II-1920, p. 1): “Pim, pam, pum. Las babas de Unamuno”, Ursus. El Día (Madrid, 14-II-1920, p. 1), al final de la sección diaria “Pequeñeces”. Hoy (Madrid, 14-II-1920, p. 1): “Verán ustedes...”, Estebanillo González. El Liberal (Madrid, 15-II-1920, domingo, p. 3): “Restableciendo la verdad. Lo que ha dicho Unamuno de Galdós”. La Tribuna (Madrid, 18-II-1920, miércoles, p. 1): “Cartas madrileñas. El caso Unamuno”, Julio Cejador. El Imparcial (Madrid, 20-II-1920), en “Los Lunes de El Imparcial”: “Galdós. I. Los Episodios”, Gabriel Alomar. [El Liberal (Madrid, 21-II-1920, sábado, p. 1): “Con el palo en el bombo”, Unamuno.] El Día (Madrid, 21-II-1920): “Pequeñeces”. Blanco y Negro (Madrid, 22-II-1920, domingo, p. 4): “Instantáneas de actualidad. El exhibicionismo de D. Miguel”, Pedro Mata. Diario de la Marina (Madrid, 23-II-1920, lunes, p. 3): “La semana última”, F. Mérides. [La Vanguardia (Barcelona, 24-II-1920, martes, p. 2): “Aspectos. Unamuno y Galdós”, Andrenio.] 313 [El Correo Español (Madrid, 25-II-1920, miércoles, p. 4): “Crónica literaria. Unamuno y Galdós”, H[uberto] P[érez de la] O[ssa].] La Publicidad (Barcelona, 1-III-1920): “Notas breves. El hombre de Salamanca”. El Mundo (Madrid, 1-III-1920, p. 1): “Críticos improvisados. La obra de Galdós”, A. Velasco Zazo. A lo dicho por Berkowitz, sólo habrá que añadir que las palabras de Unamuno transcritas por el periódico La Acción de Madrid contienen algunos elementos más duros que los del Heraldo de Madrid. Son los siguientes: 1) Las referencias a la superioridad de Blasco Ibáñez, Clarín y Pardo Bazán, que –por lo demás– ya aparecen en El Adelanto. 2) La observación de que “Electra llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó”, que también aparece en el periódico salmantino con más amplitud. Y 3) La observación de que “En Suecia se comentó mucho que [no] le fuese otorgado el premio Nobel”, también aparecida con más amplitud en El Adelanto. La única nota que he logrado encontrar de El Sol es la noticia publicada en la página 9 del número del día 13-II-1920. Se titula “De varias provincias. León. En honor de Pérez Galdós”. Dice así: SALAMANCA 12 (9,15 n.).– En el teatro Bretón se celebró una velada en honor de Pérez Galdós, organizada por el Ateneo salmantino. Se leyeron trabajos de los escritores locales Emilio Blanco, David Rayo y Cándido Pinilla. Don Miguel Unamuno pronunció un discurso en elogio de Galdós, como estilista. El Debate (Madrid, 13-II-1920, viernes, p. 4) publica “En una velada. Unamuno contra Galdós”: SALAMANCA, 12.- Organizada por el Ateneo, se celebró en el teatro Bretón una velada en honor de Galdós. Los señores Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos recuerdos a la obra de Galdós, terminando el acto con un extenso discurso del señor Unamuno. Éste criticó duramente a Galdós, como novelista y dramaturgo, diciendo, entre otras cosas, que la lectura de sus obras es monótona y sin fondo alguno de realidad ni de problemas palpitantes, apreciándose únicamente su sectarismo religioso y político. La dureza con que se expresó el señor Unamuno dividió las opiniones, y la velada, más que en honor, resultó de crítica acerba de la obra galdosiana. El Heraldo de Madrid (13-II-1920, viernes, p. 1) publica, sin firma, el artículo “Unamuno, iconoclasta”, con una fotografía de don Miguel al final. Dice así: Por telégrafo. SALAMANCA 12 (10 n.) Para ensalzar la memoria del insigne autor de los Episodios Nacionales, se celebró una velada en el teatro Bretón, en la que hicieron uso de la palabra varios oradores. Unamuno habló después diciendo cosas tan amenas, como las siguientes: 314 “No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada; de ellas no quedará recuerdo. Las obras galdosianas carecen de elemento cívico; encuentro en ellas mucha tristeza y poca realidad. De tantas cosas como trata en sus obras no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, a Gran Canaria. En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario: sólo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política. Laborioso sí fue, y éste es el mejor ejemplo que deja para la juventud; trabajó mucho, como un jornalero; pero no por ideas, sino por cuestiones económicas. La lectura de las obras de Galdós es monótona como el espectáculo de un río tranquilo. Era optimista. Razones económicas y domésticas lo llevaron al teatro, en el que no logró triunfar; sólo estrenó una obra regular: El Abuelo. Si logró la benevolencia de los públicos, fue por respeto. El público salió muy entristecido de la velada necrológica exclamando: “Pobre Galdós.” Las noticias del periódico madrileño La Acción (13-II-1920), dirigido por el tinerfeño Manuel Delgado Barreto, se titulan “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”. El artículo está fechado en “Salamanca 13”. Dice así: Salamanca 13. Para tributar un homenaje a la memoria de Galdós se ha celebrado una velada necrológica en el teatro Bretón, organizada por el Ateneo de Salamanca. Después que hablaron los señores Royo, Blanco y Pinillos, que ensalzaron la obra literaria del autor de los Episodios Nacionales, pronunció un discurso don Miguel de Unamuno. Uno de los párrafos del discurso de Unamuno fue éste: No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada: de ellas Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios. 315 no quedará recuerdo. No se puede compararlas con las obras de Blasco Ibáñez, Clarín y la condesa de Pardo Bazán, que son superiores a aquellas en su mayoría. Las obras galdosianas carecen de elementos cívicos; recogió en ellas mucha tristeza y poca realidad. De tantas cosas como trata en sus obras, no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, a Gran Canaria. En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario; sólo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que las novelas. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó. Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios. Laborioso sí fue, y éste es el mejor ejemplo que deja para la juventud; trabajó mucho, como un jornalero; pero no por ideas, sino por cuestiones económicas. En Suecia se comentó mucho que le fuese otorgado el premio Nobel [sic]. La lectura de las obras de Galdós es monótona como el espectáculo de un río tranquilo, que sólo refleja en su corriente la silueta de los árboles de la orilla. No encierran nada; no se rebeló nunca. Era optimista. Razones económicas y domésticas lo llevaron al teatro en el que no logró triunfar; sólo estrenó una obra regular: El Abuelo. Si logró la benevolencia de los públicos fue por respeto. A nuestro corresponsal, como a muchos periódicos, según vemos hoy, le ha[n] indignado el atrevimiento y la inoportunidad del amargado exrector de la Universidad de Salamanca; a nosotros, que tenemos formado del señor Unamuno el concepto exacto que debe merecer su modalidad de hombre de ciencia, no. Las últimas manifestaciones del señor Unamuno, que le colocan de espaldas a la corriente general, y no diremos que al sentido común, para no ofender, nos parece lo más natural en quien de toda una vida, de todos sus actos y de todas sus palabras hizo siempre instrumentos de exhibición. Pensando como piensan los demás, cualquier notabilidad puede pasar desapercibida, mientras que, administrando bien el recurso oposicionista, cualquier medianía puede hacerse destacar. A esto se atuvo siempre el señor Unamuno, y justo es decir que no siempre le fue mal. No concedemos al discurso del señor Unamuno la virtud de indignarnos en nuestra calidad de amantes de las glorias nacionales y admiradores de Galdós. 316 Los contenidos de El Imparcial de Madrid (13-II-1920) y El Progreso de Barcelona (15-II- 1920), y La Tribuna de Madrid (13-II-1920) son idénticos a los de La Acción, salvo la introducción y el final. También es idéntico a El Imparcial el artículo de La Prensa (Madrid, 13-II-1920, p. 1), titulado “El don Miguel de siempre”. En las palabras que se citan como textuales de Unamuno, el Heraldo de Madrid suprime algunas frases. La introducción y el final de “A la hora de las alabanzas. El paradójico doctor Unamuno” de El Imparcial de Madrid (13-II-1920, p. 2) es como sigue: En el teatro Bretón se verificó una velada organizada por el Ateneo en honor a la memoria de Galdós. Los Sres. Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos y elocuentes recuerdos a la memoria del ilustre muerto, cuya obra literaria ensalzaron sin reservas. Terminó el acto con un discurso de don Miguel de Unamuno, quien criticó duramente a Pérez Galdós como novelista y dramaturgo. Entre otras cosas dijo: [...] Ha sido objeto de muchos y desfavorables comentarios la dureza y la inoportunidad de los juicios críticos del Sr. Unamuno. A la introducción de El Progreso de Barcelona (15-II-1920), “Una nota discordante. Unamuno habla de Galdós”, le preceden estas palabras: En la sección telegráfica dimos cuenta ayer de la conferencia que acerca de Galdós ha dado Unamuno en Salamanca. Por juzgarlo de interés, vamos a ampliar la reseña del acto en que tuvo lugar el comentado discurso de Unamuno. Fue en una velada que el Ateneo de Salamanca organizó en el teatro Bretón para honrar la memoria de Galdós. La Tribuna de Madrid, Diario Independiente (Madrid, 13-II-1920, p. 4), publica el artículo sin firma con el título “Discurso detonante. Unamuno ataca a Galdós”. Presento su introducción y el final, ya que la transcripción de las palabras de Unamuno es idéntica a la presentada por Acción. Dicen así: Salamanca. En el Ateneo se celebró una velada en recuerdo del genial escritor don Benito Pérez Galdós. La concurrencia era nutridísima, y el acto fue solemne. Los oradores señores Royo, Blanco y Pinillos pronunciaron discursos enalteciendo la gigantesca labor de Galdós, y alabando todas sus obras, como anales vivos de la raza. En cambio, don Miguel de Unamuno pronunció un discurso inoportuno, atacando al glorioso escritor fallecido. Dijo, entre otras cosas [...] 317 El discurso del autor de Fedra fue acogido con siseos, y al final, cuantos lo escucharon tuvieron palabras de indignación y de protesta contra las frases del señor Unamuno. La Correspondencia de España (13-II-1920, p. 3), en la sección “Informaciones de provincias. León”, publica “Homenaje a Galdós”. Dice: Salamanca 13.- En el teatro Bretón se verificó una velada, organizada por el Ateneo, en honor a la memoria de Galdós. Los Sres. Royo, Blanco y Pinillos dedicaron piadosos y elogiosos recuerdos a la memoria del ilustre muerto, cuya obra literaria ensalzaron sin reservas. Terminó el acto con un discurso de D. Miguel Unamuno, quien criticó duramente a Pérez Galdós como novelista y dramaturgo. “En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario; solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media. También abundan los personajes maniáticos. El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que la novela. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó. Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios.” Ha sido objeto de muchos comentarios la dureza de los juicios críticos del Sr. Unamuno. En el ABC (13-II-1920, edición de la tarde, p. 15), bajo el título “Informaciones de toda España”, se afirma: Salamanca 12. En el teatro Bretón, y organizada por el Ateneo, se efectuó una velada en honor de Galdós. Tomaron parte en ella varios oradores, que dedicaron un piadoso y dulce recuerdo a la memoria y a la obra del insigne novelista. Terminó el acto una áspera oración del Sr. Unamuno, que tendió a empequeñecer la figura de Galdós. El Adelanto, periódico de tendencia liberal de Salamanca, publica, también el 13-II-1920, p. 1: “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”. Las palabras de Unamuno son las que aparecerán luego en sus Obras Completas, salvo pequeñas diferencias. El Adelanto dice así: Ha querido el Ateneo de Salamanca poner una flor de homenaje en la tumba de la figura cumbre de nuestras letras españolas, dedicando a su memoria una velada en la 318 que se expusieran y reflejaran, e iluminadas por el ingenio de nuestros literatos, las facetas más interesantes y sugestivas de la obra del maestro Pérez Galdós. A las seis y media dio comienzo el acto presidido por el Sr. Unamuno, acompañándole en la presidencia los Sres. Pinilla, Redondo (D. P.), López, de Buen y Álvarez (D. S.). D. Emilio Blanco. El brillante escritor D. Emilio Blanco leyó unas sentidas y hondas cuartillas de recuerdo lírico a Galdós. Dibuja la impresión espiritual de Galdós, en un viaje de recogimiento, de peregrinación por estas tierras de Castilla, en la llanura desierta de árboles de la “ruta” de Isabel la Católica, donde el orador conoció a D. Benito. Recuerda cómo en las obras de Galdós se recoge la vida española y madrileña del pasado siglo, el pintoresco desfile de nuestra historia romántica, hecha carne y vida en sus “Episodios”. Tiene después unas pinceladas de delicadeza y evocación de Galdós, escritor de teatro, creador de una obra literaria toda vida, toda intensa, toda belleza. Glosa sus características de escritor, y termina su discurso, todo emoción y poesía, de recuerdo cantando la obra de Galdós, la obra cumbre del siglo XIX, ante los ojos de la posteridad. D. David Rayo. Estudia al Galdós de la vida política leyendo unas brillantes cuartillas, escritas con la galanura de su estilo peculiar, y que, por su belleza, digna de reposada contemplación, publicaremos otro día. D. Cándido Pinilla. El sentido poeta recitó, con gran ternura, la siguiente poesía, titulada “Cumbres de España”, dedicada a la memoria de Pérez Galdós: Anciano y enfermo, como Milton ciego, al creciente peso de sus males cede; árbol que ya nunca reverdecer puede, a los recios golpes del hacha cae luego. Dejadlo que en la tierra su cuerpo se hunda como el sol que muere tras corto desmayo, que hecha a su contagio más y más fecunda la tierra en que duerme flores dará en Mayo. Descanse sobre ese florecido lecho, para que podamos envidiar su suerte; bendita la muerte que al par en dos mundos inmortal le ha hecho. Que cantor ninguno, que ningún poeta salmodie elegías con voz importuna, 319 la muerte su gloria sublima y completa: el sepulcro siempre fue crisol o cuna. Floración del alma patria es su novela, y tan española su labor brillante, que España a sí misma se ve y se revela siempre que él su imagen le pone delante. Su numen, su genio; nada tan castizo, pues para que fuese del todo español, con tierra de España su corazón se hizo, su alma, con un rayo de este nuestro sol. Si en él del espíritu mundo inmenso, antes el nombre de España resplandece, es porque tras el suyo brillar el de Cervantes, tal y como este brillará después. Del Estrecho se alzan a uno y otro lado dos cumbres que dicen: nunca más allá Dios en nuestra historia otras dos ha alzado: sus benditos nombres dichos quedan ya. Columnas de España, cumbres ideales, ambas gigantescas, floridas las dos, son estos dos genios hermanos e iguales, pues solo en el tiempo va uno de otro en pos. Que su noble patria trueque en santuario de su clara imagen, su propio solar; que haga de sus libros su mejor breviario, y de su sepulcro su más nuevo altar. D. Miguel de Unamuno. En un breve exordio se disculpa de su doble ronquera corporal y espiritual, por el ambiente de anormalidad y hediondo transtorno en que se está viviendo en estos días. “Para juzgar a Galdós, acaso no sea yo el más adecuado; lo eran, sí, aquellos que pueden llamarse nietos suyos, de una generación no tan inmediata, porque siempre hay en los hijos tendencia a la crítica, a la rebelión contra sus padres. Nosotros, quienes se nos ha calificado de hombres del 98, nos hemos rebelado contra los hombres del 68, por llevar lleno el espíritu de ilusiones que no tenían contenido ni realidad. Yo leía a Galdós cuando era niño y no le he vuelto a leer por no profanar aquellos sentimientos de mi infancia, que este culto creo que es un modo de respeto a nosotros mismos; yo le leía cuando aún latían aquellas vibraciones que están en León Roch, en Gloria, en Doña Perfecta; no le volveré a leer. Eran aquellas ilusiones ingenuas con las que creó un mundo; y en eso está su encanto, en que la masa sustituye a la realidad; no se pueden comparar sus novelas con cualquiera de sus contemporáneas de Clarín, de Valera, de Ayala, de la Pardo Bazán; en ellas domina la masa creada, sacándola de fuera, no interviniendo el elemento lírico, interno, personal del escritor. 320 Creó un mundo triste, el mundo de la clase media, de la tragedia silenciosa que lucha lágrima a lágrima, grito a grito, dolor a dolor; es la epopeya de la clase media urbana, no aldeana ni obrera, que se deja adormecer en la costumbre de nuestra España; la clase que busca el destinillo, la subsistencia diaria. Pero todo ello tiene una melodía, la lengua; es la misma sensación que un viejo aldeano, junto a la campana de una cocina del pueblo, cuenta un antiguo relato que adormece por la manera de decir; es como un río en que se reflejan los álamos de la orilla; es una lengua cervantina, no quevediana. Galdós es optimista, como los hombres del 68, los de la época que creía en el progreso, en las ideas de justicia; es como el desfile de una película de cinematógrafo, que de poco serviría si después se quema. Fue al teatro, y eso que no era la suya la forma literaria más adecuada para triunfar; su estilo es el de coloquio familiar, a ratos un poco oratorio, pero sin esos chispazos de pasión, tal vez falsos, de gritos de soberbia, que hay que llevar al que escribe para las tablas; más que por otra cosa su teatro se aplaudía como un homenaje al novelista. Porque yo creo que el teatro se alimenta y será eternamente el de los trucos, el de las violencias, el de las falsedades, como el teatro de Echegaray que ha de volver con todo su aparato de tragedia y de inverosimilitud. Es verdad, hizo propaganda política en el teatro; es que era el momento más adecuado de aprovechar el encrespamiento de las pasiones políticas; yo no presencié el estreno de Electra; supe de él por la impresión personal del gran poeta ibérico Guerra Junqueiro. Me decía al venir de Madrid que se horrorizaba de que se comparaba a Galdós con Tolstoy, con la diferencia de que éste tenía a Jesús y Galdós a Sagasta, aquel macaco fúnebre. Y en verdad que fue el suceso político culminante, y golpe tan recio que desde entonces no lo han olvidado, ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido. Sin embargo, Casandra era golpe más recio, que ahondaba en la llaga, en los más triste del periodo de la Regencia. No, no han pasado aquellas cuestiones del clericalismo; no hace muchos días que en el Parlamento español se decía que el problema de Barcelona era la lucha de dos civilizaciones: una la civilización económica fundada en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo. Ambas son civilizaciones; una comunista, otra capitalista; pero que dejen a un lado la cuestión cristiana que nada tiene que ver con ello; las cosas santas, santamente hay que tratarlas. ¿Es que acaso el cristianismo es un freno o un salto de agua? Ambos bandos sólo se preocupan de convertir las piedras en pan y no en la palabra de Dios. 321 Volviendo a Galdós, pasó días tristes; los de sobrevivirse a su obra, dejando un alto ejemplo de laboriosidad; trabajó a lo último como un jornalero y llegó hasta a repetirse, porque sentía que se escapaba a sí mismo; esa era su tragedia. Lo ocurrido cuando el premio Nobel, fue vergonzoso; me escribía el bibliotecario de la Nobel de Stockolmo que no pasaba día sin que se recibieran cartas ni telegramas diciendo que a Galdós, no; a cualquiera; fue lo más lamentable, lo que no se le ocurrió ni a los mayores enemigos de Carducci, no a una lucha de ideas, sino la envilecida envidia de aquella misma clase que él había pintado; esto sólo ocurre en España. Él se fue ¡y quién sabe dónde!; se marchó al mundo que creó donde encontrará a Torquemada, al amigo Manso, a todas sus creaciones; él se queda para sí mismo. Yo creo que quien crea personajes muere en ellos, se entierra en ellos; todo Galdós, al soñar con ellos, al crearlos, se hallaba borrado, difundido entre ellos; y éste es su sacrificio; el sacrificio del escritor que se hunde con los personajes que crea. Cervantes creó un Quijote, y cuando soñemos con él acaso no veamos sino al loco manchego, no a quien lo imaginó; sólo quedará del escritor un nombre: su obra le había matado. Si la vida es sueño, es acaso lo más grave despertar, ¿habrá despertado Galdós? Los que vivimos en el mundo de las ideas de los libros, dicen que vivimos en un mundo de ficción; ¿pero no es acaso el verdadero, el que nos prepara para el otro en que hemos de despertar? Era toda su preocupación, su sueño, y se perdió en el mundo que había soñado. A los jóvenes compete decir lo que de Galdós queda encarnado en el alma de la raza; yo leía días pasados a Dostoyewski, y comprendía, por sus personajes, por qué lo de Rusia puede acabar en una gran tragedia. ¡Ojalá lo de España no acabe en el sainete grotesco de la clase media que pinta Galdós! Que no quede más que su obra; que de ese mundo que tanto nos pesa, no sabemos aún si tiene algo de agradable, que guarda el porvenir, y ante él no sabemos lo que nos espera.” Una ovación calurosa y prolongada cerró el discurso hermosísimo y jugoso del presidente del Ateneo, del que es esta reseña una transcripción fragmentaria. Las noticias de La Publicidad de Barcelona pertenecen al número del 14 de febrero de 1920. Se titulan “Unamuno y Pérez Galdós”. El autor del escrito de La Jornada transcribe su exacto contenido en la contestación a Fray Lesco: que está siendo muy comentado el discurso de Unamuno en el teatro Bretón, en el que criticó duramente a Galdós como dramaturgo y novelista, considerándolo inferior a Blasco Ibáñez y a Pardo Bazán; que su único mérito fue el de la laboriosidad, y ésta la tuvo por el beneficio económico. Ezequiel Endériz publica en La Libertad (Madrid, 14-II-1920, p. 4) el artículo “Unamuno”. Dice así: 322 Unamuno ha hablado mal de Galdós y de su obra literaria. Mal de sus ideales y de sus intenciones... Pero, ¿de quién no ha hablado mal Unamuno? Que yo recuerde en este momento, de Cataluña, de Valencia, de la República, del Ejército, del Sindicalismo, de la Monarquía, de los frailes y ¡hasta de Bergamín! De ahí que las censuras de Unamuno –a Galdós, al Ejército, a los Sindicatos, al rey– no tengan ningún valor. Cuando, en determinados momentos, se usan las palabras fuertes para discutir, éstas pueden tener alguna eficacia. Cuando se usan a diario y por costumbre, la gente se ríe de ellas. Lo mismo sucede con la crítica por sistema. Lo mismo sucede con Unamuno... Antes, se decía que Unamuno era “un hombre paradójico”. Quizá inventó él mismo este extraño calificativo de hombre superior. Pero ahora, la gente ya sabe lo que es Unamuno: un pobre despechado, de una vulgaridad que apena... Porque Unamuno no ha tenido una censura honrada nacida generosamente, fruto de unos fervores, vibraciones de un ideal... Siempre se movió por la pasión, el endiosamiento, la superhombría, o lo que es peor, la conveniencia... A Bilbao –su pueblo– le ha combatido porque no le proclamaron genio de la raza. A Cataluña, porque le dijo que no a sus pretensiones. Al rey, porque no le consultaba los altos asuntos del país. A los republicanos, porque no hacían la revolución para ofrecerle a él la presidencia de la República. A Bergamín, porque le quitó el rectorado de Salamanca... Y esa es toda la grandeza ideológica de sus palos de ciego. A un hombre así, por alta que sea su mentalidad y aristocrático su pensamiento, el pueblo sano no puede tomarle en serio. En un principio le sorprende. Llega hasta inquietarle. Pero cuando se convence que la única y verdadera doctrina de aquel nuevo apóstol se circunscribe a un poco de vanidad y a un mucho de pretensiones de aumento en el sueldo de su carrera, le vuelve la espalda y lo deja que grite a sus anchas contra todo y contra todos... Ahora le ha tocado a Galdós, y los que conocemos a Unamuno nos limitamos a decir: ¿Qué le habría negado don Benito a don Miguel, cuando así lo trata? ¿No lo creería todo lo «genio» que él se figura? ¿Acaso lo dejó de citar entre los hombres por él admirados? Seguramente que algo tan enormemente importante será el motivo de las censuras, puesto que un divorcio ideológico entre Galdós y Unamuno no cabe. Y no cabe este divorcio ideológico por una razón sencillísima, porque así como conocemos las ideas de Galdós –detestables, según el atronante catedrático–, no conocemos las de Unamuno, a pesar de llevar una labor de publicista activo más de quince años. Él mismo ha dicho, acusado de incoherencia y paradojismo, que sus ideas son como las casacas, y que si cambiaba con tanta frecuencia, era porque tenía muchas casacas... Frase que para un escritor humorístico no está del todo mal, aunque para un filósofo me parezca definitivamente grotesca... Unamuno dice de Galdós que no tenía idea sobre la cuestión social, cosa que es posible no pudo, porque en la época culminante de Galdós la cuestión social estaba en sus albores. En cambio, Unamuno las tiene y las practica. Y esto sí que es en Unamuno una gran verdad. Las ideas de Unamuno, respecto a la cuestión social, son: halagar a los obreros en vísperas de elecciones, pidiéndoles el voto, y luego, trabajar de escritor «esquirol» en el primer periódico que le ofrezca cinco duros... 323 La Correspondencia de España (Madrid, 14-II-1920, p. 3) publica, al final de “El asunto del día. Galdós, distinguido literato”,9 sin firmar, lo siguiente: Escritas las anteriores líneas sabemos que Unamuno, el ex rector de la Universidad de Salamanca, “se ha metido” despiadadamente hasta con chistes con la obra siempre gloriosa de Galdós. La desafinación de Unamuno no ha sido inspirada por el sectarismo; es simplemente genial... ¡Cómo sorprendernos ahora de lo dicho por el edil-catedrático de Logroño! España Nueva (Madrid, 14-II-1920), el diario de la noche fundado por Rodrigo Soriano, en la página 1 publica “Pim, pam, pum. Las babas de Unamuno”, con la firma de Ursus. Dice: El Sr. Unamuno, en una velada necrológica organizada en Salamanca para honrar la gloriosa memoria de Pérez Galdós, ha llenado de estiércol la refulgente estela que dejó en el arte patrio el venerable patriarca de nuestras letras. No nos ha sorprendido extraordinariamente esta irreverencia del amargado catedrático salmantino, que conoce el sabor de todos los fracasos: fue destituido por inepto del rectorado de la Universidad; ha sido tildado de plagiario por todos los críticos de algún fuste, como poeta. En el aspecto dramático, no se ha logrado que se le estrene sino en una mojiganga literaria del Ateneo. La Academia Española, el ingreso en la cual es la pesadilla y la obsesión de Unamuno, le ha declarado de una “moralidad” vulgar e irredimible. Intentó ser concejal del Ayuntamiento salmantino y obtuvo ¡¡19!! votos de los porteros, ordenanzas y bedeles del Centro universitario. Y, finalmente, en el campo de la novela, luego transcribiremos uno de los juicios más autorizados que se han escrito sobre intelectuales contemporáneos. No; no nos ha cogido de sorpresa el inicuo atentado del pseudosabio vizcaíno a la colosal obra literaria del egregio Galdós. Los perros vagabundos alzan la pata con una inconsciencia fisiológica junto a las estatuas públicas, sin que se derrumben los pétreos basamentos. Pero sí nos ha consternado y confundido que eso haya podido ocurrir en algún lugar de España, y, sobre todo, en Salamanca que en nuestras doradas tradiciones está sellada como la cuna y fuente al mismo tiempo de la cultura universal. No; Salamanca no puede pasar en silencio ese brutal exabrupto del cretino y vanidoso catedrático. La ilustre cátedra de Fray Luis de León está obligada a realizar un acto solemne de desagravio al más grande, al más genial, al más patriota de nuestros novelistas modernos, cuya bondad, si no hubiera sido tan alto luminar de nuestra literatura, tampoco merecía, por otra parte, sino el respeto y el homenaje de piedad que debe acompañar siempre a los que acaban de bajar a la tumba. Ese hombre que ha insultado groseramente la memoria santa de D. Benito, ha dicho, ante un auditorio culto, que no tuvo valor para arrojarlo de la tribuna, que Galdós no sabía escribir, al hacer novelas. Si esto lo hubiera afirmado un sobresaliente novelista, hubiéramos bajado la cabeza con el mayor abatimiento. La guerra en la paz (novela del señor Unamuno) es un plúmbeo, agobiante relato de anodinas escenas, en Bilbao y sus contornos, durante la última guerra 324 carlista. El autor asevera haber sido testigo del bombardeo de Bilbao, su villa natal, y, en efecto, el lector –tal es la sugestión– siente el plomo en sus entrañas. Gracias, si la elegancia y espiritualidad del léxico embargan el ánimo: “Subiósele a Ignacio la sangre toda a la cabeza y le dijo al oído: ¡Vete a la mierda!” Éste es el escritor y novelista Unamuno, que ha babeado la memoria de Galdós. Lo único que se merece es que le mandemos donde dice su personaje Ignacio. El Día (Madrid, 14-II-1920, p. 1), al final de la sección diaria “Pequeñeces”, dice: Unamuno ha hablado mal de Galdós, llamándole mediocre. Don Miguel desde lo alto de su vanidad ataca al gran escritor, pero la gente se ríe, porque de lo que trata Unamuno es de atraer la atención sobre su persona. Galdós es grande y ha muerto; Unamuno es pequeño, pero es un “vivo”. Hoy, el “Diario de la noche, fundado por los redactores separados del Heraldo de Madrid” publica el 14-II-1920, p. 1, en una parte de la sección “Verán ustedes...”, firmada por Estebanillo González, lo siguiente: Unamuno ha dicho que el teatro de Galdós sólo ha pasado por el respeto que al público merecía el gran novelista. Compadezco al ex rector de Salamanca. ¡Malpocado! Iba a decir ¡Maldonado! Y ya, puestos a emitir juicios, diré que, para mí, Unamuno es uno de los siete sabios de España. De la revista España. ¡Entendámonos! Otro periódico de Madrid que también da noticias del discurso de Unamuno es El Liberal. Unamuno era asiduo colaborador. El 15-II-1920, domingo, p. 3, se publica, sin firmar, el artículo “Restableciendo la verdad. Lo que ha dicho Unamuno de Galdós”. Dice: Como se ha comentado tan injusta y ligeramente el discurso de nuestro insigne colaborador, D. Miguel de Unamuno, con motivo de una velada que se celebró en Salamanca en honor de Galdós, nos creemos en el deber –sin perjuicio de lo que él quiera decir, si fuese preciso– de publicar un extracto de la oración de Unamuno, el más completo que hemos podido obtener y que tomamos de El Adelanto, periódico salmantino. Por él verán nuestros lectores la distancia que va de las palabras siempre sabias del maestro y las enormidades que, sin duda por error de información, se le habían atribuido. 325 En un breve exordio se disculpa de su doble ronquera corporal y espiritual, por el ambiente de anormalidad y hediondo transtorno en que se está viviendo en estos días. A esta nota introductoria le sigue el extracto de El Adelanto, con sólo pequeñísimas diferencias a como se encuentra en dicho periódico salmantino, que son: En el segundo párrafo: “Nosotros, quienes” (El Adelanto); “Nosotros, a quienes” (El Liberal). En el párrafo duodécimo: “ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido” (El Adelanto); “ni lo olvidarán aquellos a quienes iba dirigido” (El Liberal). En el párrafo decimocuarto: “en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo” (El Adelanto); “en el cristianismo; otra, la civilización fundada en el comunismo” (El Liberal). Acaba con el pequeño comentario con que terminaba El Adelanto: “Una ovación calurosa y prolongada cerró el discurso hermosísimo y jugoso del presidente del Ateneo, del que es esta reseña una transcripción fragmentaria.” Julio Cejador publica en La Tribuna (18-II-1920, miércoles, p. 1) “Cartas madrileñas. El caso Unamuno”. Intercala párrafos del discurso, tomados de lo publicado por La Tribuna del día 13-II, y los comenta. Dice así: Querido amigo N. Buenos Aires. Nuestro querido amigo Unamuno se ha disparado otra vez. Figúrate que en el Ateneo de Salamanca se celebra una velada en recuerdo del genial escritor don Benito Pérez Galdós, con nutrida concurrencia y con toda solemnidad. Los oradores, Royo, Blanco y Pinillos, pronuncian discursos enalteciendo la gigantesca labor de Galdós y alabando sus obras, como anales vivos de la raza. Es lo que pedía el acto. Si alguno de los que hablaron hubiera tenido reparo en ensalzar a Galdós, la discreción estaba en no hablar. Ocasión tenía de hacer estos reparos en algún libro o folleto. Todo el mundo puede expresar sus opiniones y hacer la crítica de los escritores vivos o fallecidos; lo que no puede hacerse es destripar una velada en honra de un ingenio cualquiera, rebajándole, y mucho menos negando enteramente su valor literario. Esa es una pitada que nunca estuvo ni estará bien, porque es faltarle al respeto al público. Bien, pues, nuestro amigo Unamuno dio la pitada, y dio que hablar. Entre bromas y veras, dímosle la razón, allá en sus mocedades, cuando empeñado en hacerse famoso, tomó este camino, de llamar la atención hacia su persona, llevando la contra al común sentir, a lo que los demás pensaban y decían, mas que fuese disparatando y haciendo el oso. A los mozos hasta se les puede dejar pasar estas cosas, cuando no les basta su valer para despertar a los dormidos oyentes. Nuestro Miguel, mozo de valer y de esperanza, que tarde o temprano por la vereda común y llana hubiera logrado nombre y gloria, impacientoso porque tardaba ya demasiado lo que tanto ambicionaba, y un día nos sale en Bilbao con aquella pitada contra el vascuence, comienzo de su nombradía. 326 Mal estuvo; pero era mozo, valía y le acicateaba la ambición. Reímosle la gracia, y tan amigos como siempre. Pero mi hombre saboreó con esto el dulzor del aura popular, y rechupeteándose, no veía la hora de volver a repetir la función. Así que, pita que te pitarás, el que así comenzó de mozo, así continuó de hombre maduro, y así siguió de varón grave, entrado en años, pitando a todo pitar, diparándose en toda ocasión. Ya logró sus anhelos. Unamuno llegó a ser conocido en todas partes; y como era escritor y pensador de verdadero valer, a la par que como disparado y disparatado, como pitador y galleante sempiterno, se le llegó a conocer como pensador genial y escritor de empuje. ¿Qué más? Había sonado ya la hora y retesonado; tiempo había de hacerse formal y serio, de dejarse ya de alharacas muchachiles, de gallos y pitadas. Pero lo que temprano se aprende tarde se olvida, y lo que comenzó acaso como un medio y llamativo para hacerse oír, acabó en él por ser otra segunda naturaleza. Y ahí le tienes, con sus cincuenta y cinco a cuestas, haciendo la bribia y desempeñando el papel de payaso en la pista para entretenimiento de vagos y de niños, de niñeras y de soldados. Es un duelo. “No quiero volver a leer los libros de Galdós” –dicen los periódicos que exclamó en la solemne velada de Salamanca–. “No quiero volver a leer los libros de Galdós, que tanto me hicieron llorar en la juventud, porque ahora me harían reír. Las novelas de Galdós no dicen nada; de ellas no quedará recuerdo. No se puede compararlas con las obras de Blasco Ibáñez, Clarín, y la condesa de Pardo Bazán, que son superiores a aquellas, en su mayoría.” Mira por donde doña Emilia va a remozarse, cuando esto lea, con esos amores trasnochados que le brinda el frío Unamuno. ¡Poco hueca que se va a poner! ¡Ella, que no vende una novela, abrírsele de repente la esperanza de poder vender más de lo que se vendieron y venden las de Galdós! Porque, o son mejores las suyas que las de don Benito, como pretende Unamuno, y entonces no hay duda que en cayendo en ello la gente van a llover pedidos sobre la casa de doña Emilia, o no lo son, y entonces van a diluviar todavía más, por enterarse de lo que ellas valen los que no las leyeron. Pero dejando este nuevo reclamo inesperado que se le viene de bóbilis bóbilis a la señora condesa, oye lo que tras esto dijo Unamuno: “Las obras galdosianas carecen de elemento cívico; recogió en ellas mucha tristeza y poca realidad.” ¡Y le van a hacer reír si torna a leerlas! “De tantas cosas como trata en sus obras no dedica ni el más remoto recuerdo a su país, la Gran Canaria...” 327 Mira qué prueba de que no tienen elemento cívico alguno o de que no tienen realidad, o de que tienen mucha tristeza, o de que no valen nada, y de ellas no quedará recuerdo. Tampoco Cervantes se acuerda mayormente de Alcalá, ni Homero de su ciudad natal, que se la disputaron siete, nada menos. “En Galdós no hay problemas obreros, nada de la cuestión social, nada del problema agrario.” Como si el arte tuviera necesariamente que meterse con tales problemas. “Solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media.” Y... “carecen de elemento cívico”. ¿En qué quedamos? Pues en que “la clase media, ni es clase ni es media”, por consiguiente no estará compuesta de ciudadanos. Pero ello es una paradoja, y eso basta para Unamuno. “El teatro galdosiano no ha sido más que un campo de experimentación para la propaganda política, mejor aun que la novela. Electra, por ejemplo, llegó a ser el mejor anuncio político del año en que se estrenó.” ¿Y “carecen de elemento cívico” las obras de Galdós? Pues ¿qué será para Unamuno el elemento cívico? Y viene ahora una frialdad, que a Unamuno se le antojó chiste. “Hay quien ha querido comparar a Galdós con Tolstoi. La comparación está bien; con la única diferencia de que el primero estaba con Sagasta y el segundo con Dios.” Podríamos añadir que esta vez, por hacer del chistoso y estar con Momo, se atuvo nuestro Unamuno a Memo. Y pase como chiste por chiste. Añade que en el teatro “no llegó a triunfar”. Si no conociéramos a nuestro Unamuno, sería caso de creer que juzgaba a Galdós, en esta parte, por lo que a sí le aconteció, y que se consolaba de sus no ruidosos triunfos teatrales, por los que se figura de Galdós. Pero Galdós triunfó en el teatro, y es tan buen dramaturgo como novelista; y Unamuno, aunque dé a entender con ese juicio que es algo como envidiosillo, se engaña de medio a medio, pues no lo es, o tú y yo lo conocemos mal. “Era optimista.” ¿Pues no decía poco antes que recogió en sus novelas mucha tristeza y que su lectura le hizo llorar? Eso fue antes, me dirás, ahora, a los tres minutos o al minuto de haber dicho que sus libros son tristes, bien puede Unamuno decir que son optimistas. Porque eso es Unamuno. Piensa al momento, y no se acuerda de lo que el momento anterior pensó. O se acuerda; pero proclama por principio que no hay que ser consecuente en juicios y que hay que reírse de la lógica. -Es verdad, y yo también me había olvidado de que Unamuno es Unamuno. 328 Cuando leí esta nueva pitada y este disparate de nuestro amigo, en ocasión tan solemne y en plena edad más que madura, me vinieron ganas de tomar la pluma y escribir un artículo en desagravio de Galdós. Pensaba yo que tales gazafatones no deben sufrirse, ni aunque se le escapen en broma al mismísimo Unamuno. Después me he dicho: ¿Qué pierde la memoria de Galdós por traca más o menos que dispare Unamuno? La traca dejó de sonar al punto, y el nombre de Galdós seguirá resonando en la profundidad de los siglos venideros. De sus obras “no quedará recuerdos”, dice Unamuno. Tanto, y algo más creo yo, que de las pitadas, salidas, chistes, paradojas y disparates del bueno de don Miguel. A quien queremos y querremos siempre, porque con todos sus disparates, es un alma cándida, un bendito de Dios, un niño travieso, candoroso, a nativitate et in saecula saeculorum. Por eso dejé la pluma y no endilgué el artículo que me rebullía dentro del cuerpo. Para desahogarme te lo escribo a ti solo, que le conoces y con quien nada pierde. Tu amigo, Julio Cejador. Madrid, 15 enero de 1920. El Imparcial (20-II-1920), en “Los Lunes de El Imparcial”, comienza a publicar una serie de artículos de Gabriel Alomar sobre Galdós. Este primero se titula “Galdós. I. Los Episodios”. Comienza así: La conferencia de Unamuno en Salamanca renueva el tema. El nombre de Galdós ha entrado en su verdadero devenir. Ya no actúan sobre él aquellas influencias de lucha momentánea y ocasional en que una persona o una obra se convierten en bandera o santo y seña de un partido. Pasaron ya también las exaltaciones idolátricas, los panegíricos funerarios, las identificaciones declamatorias entre el hombre que acaba de desaparecer y la nebulosa concreción de la patria. Un tópico vulgar afirma cuando muere un personaje representativo: “Ese hombre ha entrado en la inmortalidad.” ¡Oh, la inmortalidad! Aun para los mayores genios, esa palabra envuelve un concepto relativo, desde luego insignificante al enfrentarlo con la idea de la eternidad. Pero la gloria, persistencia de la obra más allá del hombre, desbordando el tiempo y el espacio comúnmente concedidos a la irradiación de una persona, como resonancia de la voz extinguida, es un período de definitiva lucha, una prueba máxima en que se decidirá la cuantía de participación divina que tuvo el desaparecido. Es la manifestación más clara de ese combate entre la naturaleza y el espíritu en que consiste todo el sentido de elevación que nos impulsa. Es la única victoria sobre la muerte. Así mirada, así sometida a revisión, no puede desconocerse que la obra de Galdós fue la expresión fiel de un momento evolutivo de su país, y no un vidente o suscitador de porvenir, ni un exaltador de los valores eternos contra los anecdóticos, ni siquiera uno de esos temperamentos que asumen el espíritu colectivo de una raza o de una época en el momento de las grandes transformaciones. No tuvo, en una 329 palabra, cualidad genial, ni en la forma épica de los consagradores de tradición, ni en la forma lírica de los profetas o de los iniciadores, ni en la forma trágica de los luchadores de ideal. Voy a resumir ese concepto en una distinción que me parece gráfica: Galdós fue un novelista; no un épico. ¿Cómo vamos a sintetizar su obra para mejor apreciarla? Distingamos en ella tres momentos: el de la objetividad espiritual, el de la objetividad material y el subjetivo o proselitista. Explicaré estas designaciones, por cuya apariencia pedantesca y enfática pido perdón a mis lectores. Unamuno publica en El Liberal (Madrid, 21-II-1920, sábado, p. 1) una especie de autodefensa por los comentarios desatados en la prensa, en el artículo titulado “Con el palo en el bombo”, que supongo podría haber llegado a manos del autor del escrito de La Jornada después del 24 de febrero. El artículo se puede leer en el tomo X de las Obras Completas de Unamuno (Autobiografías y recuerdos personales).10 De ellas lo transcribo a continuación, poniendo en nota a pie de página las mínimas diferencias con el texto del periódico madrileño (EL): Si han de juzgar después de que me muera de mi labor literaria, Dios me libre de los panegiristas inconscientes más aun que de los detractores sistemáticos. Porque aquel a quien le molesta la obra espiritual de un hombre y se revuelve contra ella, da a entender que ha sentido su eficacia y su valor, mientras que el panegirista a todo trance y costa, el que se atiene a los manidos tópicos de llamarle a algo “genial” –u otro calificativo igualmente impreciso, anfibológico y, a las veces, hasta contradictorio, pues que con él se dice lo contrario de lo que se quería decir–, ese panegirista suele, de ordinario, desconocer el valor de aquello que elogia. Pero parece que no acabamos de salir en crítica del terrible dilema de “o bombo o palo”. Y es con palo con lo que se da en el bombo. Este desahogo viene, lector, a cuento de que, a consecuencia no de una crítica de Galdós, sino de una impresión que di en una conferencia sobre el efecto que en mi ánimo produjera la labor ingente del gran novelista, desde los días de mi mocedad, en que lloraba sobre las páginas de sus primeras Novelas Contemporáneas, se han desatado contra mí, no los que no comprenden, sino los que no quieren comprender; los que estaban deseando una ocasión más para arremeterme y remachar la leyenda en que me envuelven. “Debías haber guardado esos juicios para más adelante” –me ha dicho alguien–. Pues bien: ni eran, en rigor, juicios, pues que temo la misión de juzgar y me repugna dar sentencias, ni debe velarse la verdad de lo que se siente ante un cadáver reciente. Porque el escritor no muere. Qué: ¿Querían que hubiese repetido la bombástica frase aquella: “de Cervantes a Galdós”? ¿Querían que hubiese echado sobre la tumba de este, a modo de flores de trapo o de papel pintarrajeado, un montón de epítetos ponderativos? Aquí sí que cabe decir: “No hagas con otro lo que no quieras que hagan contigo”. Para más de uno, el palo con que ha estado dando en el bombo en honor y gloria de Galdós ha sido verdadero palo. Cuando se elogia desatentada y declamatoriamente a alguien cabe preguntar: “¿Contra quién va ese elogio?” 330 Novelistas ha tenido España en el último tercio del siglo XIX, y excelentes por cierto. ¿Es que Galdós se ha elevado como tal por sobre Alarcón, Pereda, Valera, doña Emilia, Palacio Valdés, Clarín, Picón, Blasco Ibáñez,11 y otros, de tal modo12 que los dejase como a pedestal de su gloria? ¡No! Es más: tomemos la que se estime ser la mejor novela de Galdós: comparémosla con la que se crea mejor de cada uno de los novelistas precitados y, por nuestra parte, no nos atreveremos a darle la primacía a la galdosiana. Ateniéndonos ahora solo a las de los muertos, no nos resolvemos a poner alguna de las novelas de Galdós por encima de El sombrero de tres picos o El escándalo, de Sotileza, de Pepita Jiménez, de La Regenta, o de alguno de los cuentos estupendos clarinescos. Y es que en Galdós lo que domina es la obra total, el conjunto, la masa. El conjunto de sus novelas es todo un mundo, y aun cuando no haya ninguna de ellas que se destaque de las demás ni de las de los otros novelistas. A Cervantes le habría bastado con el Quijote para ocupar el puesto que en el alma de España y del mundo todo civilizado ocupa, y aunque no hubiera escrito más. Lo que es otra cuestión que la de averiguar si habría escrito el Quijote13 de no haber escrito también todo lo demás que escribió. Y aunque Los Novios, de Manzoni, fuera superior –como creemos muchos– a cualquiera de las novelas históricas de Walter Scott, la obra de este es mucho más grande que la de aquel. Y no solo en extensión, sino por la extensión, en intensidad también. La masa adquiere valor cualitativo. Ahí están las Pirámides para atestiguarlo. Y Galdós tuvo mucho de novelista piramidal. ¿Que no he vuelto a querer leer aquellas novelas galdosianas que me arrancaron lágrimas en mi mocedad? ¡Claro! Como no quiero volver a leer a Julio Werne. No quiero poner mi mano de hombre encanecido en luchas sobre el tesoro espiritual de mi juventud. Y otra cosa. Podrá ser la Vida del Buscón, de Quevedo, una admirable novela, y, sin embargo, podrá repugnarnos el mundo que allí se describe. A mí, profundamente y hasta las bascas. Y de la misma manera, aunque la obra novelesca de Galdós sea un fiel espejo de la clase media urbana española de la Restauración y de la Regencia, podrá disgustarnos ese mundo inheroico, cuando no antiheroico; ese mundo que se asustaba de toda verdadera grandeza:14 ese mundo que, por un terror pánico de tragedia, caía en el más trágico15 de los sainetes. ¿Es, acaso, faltar a la justicia decir, como ha dicho Alomar, que Galdós, el gran novelista, no fue un épico?16 Ni menos un lírico, añado yo. Y acaso por eso no sabemos que intentara nunca hacer poesía, lo que se llama específicamente así, o sea en verso. Anteayer, cuando llegaron a mi casa tres o cuatro cartas estúpidas, me encontraba en las ruinas del monasterio de Yuste, en el lugar en que murió Carlos el Emperador, nuestro primer Habsburgo. La solemne soledad de aquel retiro era visitada por una lluvia que susurraba sobre los árboles. Allí está la caja vacía en que estuvo muchos años el cadáver del Gran Emperador. Y esa caja vacía dice más de su grandeza que pueda decir su sombra definitiva en ese museo de cuerpos de reyes muertos que es el triste y protocolario panteón de El Escorial. El Día (Madrid, 21-II-1920), de nuevo al final de la sección diaria titulada “Pequeñeces”, dice: 331 Unamuno ha publicado un artículo para “sacarse la espina” de lo de Galdós que se titula “Con el palo en el bombo.” No me digas más; el bombo es la cabeza de los lectores y el palo ese artículo... En Blanco y Negro (22-II-1920, p. 4), publicaba Pedro Mata unas reflexiones sobre las palabras de Unamuno, que no cita. Se titulan “Instantáneas de actualidad. El exhibicionismo de D. Miguel”. Dicen: Creemos que ha sido Gómez de Baquero –no respondemos con exactitud de la cita porque tenemos la desgracia de poseer una fragilísima memoria– quien ha dicho que el exhibicionismo en los escritores es un sentimiento plebeyo de la misma índole del que mueve a las personas mal educadas a abrirse paso en las aglomeraciones de gente para ponerse en primera fila. La comparación sería exactísima y justa si con ella no se causara un grandísimo agravio a estas personas, ya que al cabo y al fin su falta de educación puede estar disculpada por el deseo natural de ver. Lo intolerable es empujar a diestro y siniestro, arremeter contra todo el mundo, meterse con lo humano y lo divino y no dejar títere con cabeza, no para ver, sino para que le vean a uno. Si con los primeros el mejor procedimiento es ensanchar los codos y apretar de firme para no permitir que se adelanten, con los otros lo más práctico es cederles el paso y volverles la cara. Decimos esto a propósito de la viva indignación que ha sentido la mayoría de la gente al comentar el discurso que, en el Ateneo salmantino, pronunció hace días el Sr. Unamuno, al final de una velada necrológica organizada en homenaje a la memoria de Galdós. Meterse en una velada necrológica con la gloria literaria del muerto es un honor que está exclusivamente reservado para hombres del fuste del doctor Unamuno. El doctor Unamuno tenía, como siempre, una imperiosa necesidad de que se hablara de él, quizá ahora un poco más que nunca, porque llevábamos una larga temporada sin que la fama de su nombre preclaro nos retumbara en los oídos con el estruendo de sus genialidades. Se había quedado un tanto confundido entre la aglomeración anónima de la muchedumbre, y sentía ya el desasosiego de destacarse y ponerse otra vez en la primera fila. Y lo está. Ya lo ha conseguido. Ya su nombre y su persona constituyen una actualidad, aunque sea a costa de un suceso tan lamentable como el desprestigio de una reputación. Como el intento de desprestigio, naturalmente. Por lo demás, no vale la pena indignarse. Si el Sr. Unamuno se ha metido ahora con Galdós, otro día cualquiera le ensalzará y le pondrá en los cuernos de la luna, como sospeche que el nuevo discurso puede dar motivo para que se hable de él. Al Sr. Unamuno le tienen sin cuidado Galdós, la novela española y la literatura universal. Lo único que le interesa es que se hable de él. Como él tenga el atisbo de que se pueda murmurar: “¿Ha visto usted qué cosas ha dicho Unamuno?”, basta y sobra para que el ilustre catedrático se estremezca de regocijo en su retiro claustral de Salamanca. El 23-II-1920, el Diario de la Marina de Madrid publica, en su página 3, la sección “La semana última”, firmada por F. Mérides. Casi al final, dice: El ilustre doctor Becerro de Bengoa ha sido obsequiado con un banquete. 332 Por fortuna para el doctor, no asistió al acto don Miguel de Unamuno. Porque ¡menudo brindis de felicitación hubiera sido el de este! Desde que la nueva modalidad de don Miguel es concurrir a un homenaje para hablar mal del “homenajeado” (Véase lo dicho por el ex-rector en una velada a Galdós), hay que temer su asistencia a la hora de las alabanzas, lo mismo para los muertos que para los vivos. De la misma fecha que el escrito de La Jornada de Las Palmas, 24-II-1920, es el artículo de Andrenio en La Vanguardia de Barcelona. Aparece en la página 2 y se titula “Aspectos. Unamuno y Galdós”. Dice así: El juicio de Unamuno acerca de la obra de Galdós se presta a una doble consideración: la consideración objetiva del valor de esa crítica y la consideración de la luz que arroja sobre la psicología del crítico. Es una apreciación literaria y un documento psicológico y en mi opinión nos instruye más que acerca de Galdós, acerca del propio Unamuno. No crea el lector que, siendo yo admirador de Galdós, me creo obligado a contestar el ataque al autor de los Episodios Nacionales zahiriendo a Unamuno. Estas cuestiones literarias deben examinarse serenamente, objetivamente, refrenando la pasión que puedan despertar en nosotros. No podemos ser en las cuestiones estéticas, intelectuales y morales espectadores fríos, como si fuéramos de otro planeta, pero no debemos ser espectadores parciales. El primer deber de la inteligencia es el respeto a la verdad y para cumplirlo debemos acallar nuestra parcialidad; inhibirnos momentáneamente en la disputa de nuestros gustos, de nuestros sentimientos, de nuestros prejuicios; considerar nuestras opiniones como tesis sujetas a demostración o al menos a razonamiento, que no todo puede demostrarse por vía matemática. Empecemos por recordar brevemente los hechos. En el Ateneo de Salamanca ha criticado Unamuno la obra literaria de Galdós. Conocemos su discurso o su crítica por extractos, que no serían suficientes, aunque parecen bastante claros, si no estuviesen extractados por un texto auténtico: cierto artículo del propio autor, publicado creo que en la revista España, a raíz de la muerte de Galdós y que coincide en lo sustancial con estos extractos. ¿Qué piensa, en suma, Unamuno de las novelas y del teatro de Galdós? Prescindamos de las asperezas de la expresión. Piensa que esas novelas no dejarán recuerdo duradero; que no dicen nada; que carecen de elemento cívico; que son un mero reflejo de la clase media; que no hay en ellas problemas obreros, sin nada de la cuestión social ni del problema agrario, que el teatro galdosiano fue un instrumento de propaganda política. Es decir, que el contenido espiritual de esas obras le parece cosa vana y deleznable. Observemos, por lo pronto, en estas opiniones, un desdén marcado hacia el elemento propiamente artístico. ¿Pero es que la novela ha de ser un texto cívico, una contribución al examen de los problemas obreros, industriales o agrarios? ¿Ha de elegir sus modelos y sus asuntos en unas clases sociales y no es otras, o ha de procurar describirlas y explicar la condición, la ideología y la vida de todas, como si fuese un tratado de sociología? ¿No hay por otra parte una contradicción entre negar el elemento cívico y afirmar que algunas de estas obras, las de teatro, fueran un 333 elemento de propaganda o de experimentación política? Una acción política supone una aspiración cívica, aunque sea descarriada o viciosa. El punto de vista en que se coloca Unamuno es un punto de vista antiartístico, de doctrina, de contenido, que vale tanto como juzgar a un novelista o a un dramaturgo por sus opiniones o por sus asuntos. Lo característico del arte que es la expresión estética, queda despreciado o relegado a lugar muy secundario. Según este criterio, los dramas del doctor Madrazo serían superiores a los de Shakespeare. Pero ¿es cierto que las obras de Galdós carecen de elemento cívico? Al contrario, el espíritu cívico tiene en ella una manifestación potente e innegable. El espíritu cívico ofrece dos manifestaciones fundamentales: la defensa de la ciudad (modernamente la nación o el Estado), en su pugna con otras ciudades, con otras naciones o Estados, y la aspiración al mejoramiento o progreso de la ciudad en sus disputas internas. Patriotismo y ciudadanía son las dos expresiones del espíritu cívico. La mitad de las obras de Galdós: los Episodios Nacionales, por una parte, el poema de la guerra de la Independencia, en la forma épica moderna que es la novela; por otra parte la representación artística de las agitaciones de la sociedad española en nuestro proceso constituyente del siglo XIX, es decir la historia política del esfuerzo de un pueblo para edificar su ciudad ideal, para asimilarse las formas modernas de la gobernación y la ciudadanía; lucha trágica de fuerzas contrarias, cuya principal tragedia ha consistido en paralizarse mutuamente, en no llegar a una fórmula de armonía. Podrá discutirse si Galdós ha conservado o no la serenidad objetiva, posible en el artista, ante espectáculos contemporáneos; si en su inspiración artística se ha mezclado dosis mayor o menor de pasión, más la ausencia de espíritu cívico no puede sostenerse sin cerrar los ojos a la realidad. El que Galdós haya sido en sus obras pintor de la clase media, el que se haya elegido sus personajes entre obreros, como Gorki, nada dice en contra del valor artístico de sus novelas y de su teatro. El artista refleja el medio en que vive, y no tiene obligación de elegir en esta o en la otra clase social sus modelos y asuntos. Aparte de eso, a todo escritor hay que juzgarle históricamente. La obra de Galdós se desenvuelve desde 1870 hasta los principios del siglo actual, es decir, en el período de apogeo de la clase media. ¿Es extraño que su atención de observador artista se fijase principalmente en ella? ¿Acaso en las obras imaginativas del propio Unamuno no abundan también los personajes de la clase media, que tan despreciable le parece como cantera de materiales artísticos? Expresar con observación penetrante y con emoción sincera el espectáculo de la vida, en que hay muchos más problemas que los de organización económica y distribución de la riqueza, es la obra del novelista historiador de la vida privada, hasta cuando evoca las grandes escenas de la pública. La inmensa variedad del drama humano, placer, dolor, abnegación, vicio, virtud, aspiración a la dicha o a la elevación moral, amor, inquietudes eternas de todos los pueblos y todas las épocas, que en cada una se tiñen de colores nuevos y parecen iluminados por una luz diferente, es lo que ofrece sus asuntos al poeta y el novelista, en resumen, es un poeta en prosa. Esto es lo que parece haber olvidado Unamuno al juzgar la obra de Galdós, con una sequedad y una incomprensión, que por lo menos acusa aridez de gusto, ausencia u olvido del sentido artístico. 334 Andrenio. Posterior al escrito de La Jornada de 24 de febrero es el artículo de El Correo Español, Órgano oficial de la Comunión Tradicionalista, de 25-II-1920, miércoles, p. 4. Se titula “Crónica literaria. Unamuno y Galdós”, y viene firmado por H[uberto] P[érez de la] O[ssa], firma habitual del periódico. Dice así: La España ochocentista y Galdós.- La visión estética de serenidad.- El partidismo.- El españolismo de Galdós.- La cuestión social y la clase media. Cuando hace algunos días Unamuno disecaba en Salamanca la obra literaria de don Benito Pérez Galdós, los asistentes creyeron oír un aleteo de cuervos, un dolor de carne viva en la sala de autopsias, una palabra dura en el responso de un cadáver. Realmente Unamuno estuvo mal al dejarse imponer por su deseo de snobismo, que podía parecer a los demás un picotazo de ave necrófaga, y estuvo mal, sobre todo, por una razón estética: En un coro de alabanzas elevado en los funerales de un literato insigne, aunque mal encaminado, sus palabras podían sonar a blasfemias y producir un efecto revulsivo en el auditorio. Indudablemente los partidarios tibios de Galdós que oyeron a Unamuno salieron de allí hechos unos fervientes paladines del autor de los Episodios nacionales, y los que se hallaban seguros en su admiración, se confirmaron doblemente en ella. Mas no es esto solo; los principales cargos que Unamuno hizo a la obra del fecundísimo literato, no hacen más que poner de relieve su más eminente cualidad. Galdós es el hombre más representativo de su época. En Galdós toma carne la última centuria española; en él encuentra un cantor adecuado, un pintor que sabe comprender la sociedad de España del ochocientos. Casi todos sus personajes están imbuidos de las ideas del autor; pero es que hay que reconocer que las obras de Galdós fueron las de un gran número de compatriotas suyos de su época. Era la España liberal y demócrata, clerófoba y superficial en los problemas hondos del espíritu; pobretona de ideales y aun de dinero, pero ampulosa de falsas grandezas. Era la España del Callao y de Santiago de Cuba, de una república sin ardientes anhelos y de una restauración sin grandeza. Era la pobre España miserable y escéptica, roída de todas las lacras que pusieron [sic] ante los ojos del mundo, hay que creer que con mayor buen deseo que eficacia, la melenuda generación literaria el desastre. Galdós la sentía, la comprendía; es más, vivía en medio de ella, y este, indudablemente, fue su mayor defecto. El poeta o el novelista han de estar por encima de su época, han de verla desde una elevación que les permita comprender sus menores palpitaciones, pero sin 335 mezclarse en medio de ellas, para que en la obra quede vivo toda la inquietud, todo el desasosiego, toda la angustia de una vida o de un hecho; es necesario que el poeta que la canta vibre únicamente por reflejo, nunca directamente. Y esto es lo que no supo hacer Galdós. El autor de Fortunata y Jacinta está en todos los personajes; habla por su boca, se conmueve por sus pasiones y siente sus deseos; por eso el naturalismo de Galdós es declamatorio, es sectario, es partidista. En todas sus obras se echa de ver la falta de la serenidad, que es característica del genio, y esta falta de serenidad, de desinterés supremo, de desligamiento de la pasión del autor, para que adquieran toda la intensidad las pasiones de los protagonistas, es el que matará la obra galdosiana, el que ya comienza a matarla apenas pasaron aquellos arrebatos que hacían a un público empapado de la ideología del escritor ir a buscar la obra para ver en ella reflejados sus propios partidismos. Los historiadores del ochocientos español no podrán prescindir jamás de la obra del autor de Doña Perfecta para comprender la vida interna de gran parte de nuestra patria, como tampoco podrán prescindir de él los que estudien la evolución de nuestra novela; pero los públicos futuros se desentenderán de Galdós, y es posible que digan, como Unamuno, que les hacen reír con lo mismo que hizo a tantos llorar. En la novela española, Galdós será un jalón que marque el perfecto desarrollo de la novela moderna que comenzó la nunca bastantes veces alabada Fernán Caballero. En el autor de Gloria se ofrece un tipo de novela española que no es realmente la novela española; Galdós es perfectamente español, pero no es castizo, no tiene aquella vieja raíz de limpio casticismo español que admiramos en Alarcón; aun cuando sea este mucho más imperfecto, Galdós logra aclimatar, castellanizar perfectamente una novela que tiene más de extranjera que de española, pero lo hace de tal manera, que resulta el autor más español, más limpiamente español del siglo XIX. ¿Acaso lo que dice Unamuno no corrobora nuestro aserto? Cuando le echa en cara que: “Las obras galdosianas carecen de elemento cívico, recogió en ellas mucha tristeza, pero poca realidad.” El elemento cívico que les falta es el que faltaba a la sociedad española. Lo que no es cierto es que recogiera poca realidad, sino que recogió una parte tan solo de la realidad, la parte que él sentía. Cuando le dice que: “En Galdós no hay problema obrero, nada de cuestión social, nada de problema agrario; solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni media.” Parece que se dirigía a la España entera del ochocientos, que no supo ver la realidad honda y trascendente del obrerismo y del agrarismo, hasta que ha estallado en nuestros días con toda la violencia. Parece que hable con aquella mesocracia española hambrienta y servil, humillada cuanto se merecía, que pudiendo ser la 336 salvadora de la sociedad solo supo hacer reír con su levita parda y su chistera abollada, a aquella clase media atiborrada de racionalismo, de prejuicios y de supersticiones, que se entretenía en necios alardes de clerofobia, en vez de encausar el movimiento social, que debió ver que acabaría por aplastarla, como sucede en los tiempos presentes. Ya ve, pues, el señor Unamuno cómo no es cierto que en Galdós no haya nada, ni no haya realidad. Hay algo y hay una realidad, pero una realidad fragmentaria, producto de la situación del autor, que veía la vida, no a la manera de Pereda, por ejemplo, con ojos de gran señor provinciano, ni de Valera, para quien todo fue un juego, sino como podía verla un oficial quinto de cualquier ministerio de la corte. Volverá La Publicidad de Barcelona (1-III-1920) a hacerse eco, en la sección diaria “Notas breves”, bajo el subtítulo “El hombre de Salamanca”, del gesto de Unamuno, que ahora “ha afirmado una exégesis de la obra de Pérez Galdós, que ha promovido ese clamor de controversia que llena todos los periódicos españoles. Nosotros que tenemos un enraizado fervor por Galdós, recordaríamos a todos los que han vertido su criterio pugnaz, aquellas páginas de don Miguel sobre Galdós en la atmósfera política de 1901. Ningún otro elogio tendrá la cordialidad de vibración de esos párrafos vivos, transidos de una admiración esencial.” Cita después unas palabras de Unamuno publicadas en El Gato Negro, donde viene a decir que la crítica dura tiene más amor que el elogio vago. A. Velasco Zazo publica en El Mundo (Madrid, 1-III-1920, p. 1) el artículo “Críticos improvisados. La obra de Galdós”: Para Pedro Mata. Después de leer Marianela o Doña Perfecta es forzoso convenir en el mérito grande de su autor. Vaya por delante el aserto de que yo tengo a Galdós por uno de los más grandes novelistas del mundo entero. Este juicio, que es el juicio de los miles y miles de los lectores galdosianos, caería por tierra ante las manifestaciones de unos críticos improvisados que andan estos día maltratando la obra inmensa del glorioso don Benito, si no consideráramos la pésima realidad literaria de quienes critican y lo infantil de sus opiniones. Vaya también por delante nuestro respeto y consideración hacia las ajenas opiniones, sin inconveniente de que nosotros podamos recoger la pública opinión, que es la que compra, lee y guarda los libros de Galdós, haciendo caso omiso de lo que digan los intelectuales de Universidades, Academias y Ateneos. Recojamos esa opinión, que es la que ha consagrado al autor de tan vasta obra, y sin la más lejana idea de combate ni polémica que repele nuestro ánimo, sean estas líneas como un recuerdo más de admiración a la memoria del insigne artista. ¿Puede prevalecer la crítica improvisada? No. Nada implica el prestigio de la firma si la opinión es pueril. Uno de nuestros primeros autores dramáticos dijo en cierta ocasión que Goya pintó de muy mala manera. ¿Y qué? Ahí está la obra de Goya, como estará la de Galdós, por los siglos de los siglos. 337 La consagración de una firma autoriza a veces a determinadas irreverencias que en otro cualquiera no se consentirían. No faltan incautos que siguen el ejemplo; pero esto no quita ni da fama al genio. ¿Qué influye esta crítica de ahora? Nada. Constantemente se están reeditando las obras de Pérez Galdós, exportando y traduciendo a diversos idiomas. ¿No se ha criticado a Cervantes? ¿No se ha criticado el Quijote? ¿No se ha criticado a Echegaray? ¿No se regateó el homenaje a este último? ¿Y qué? El Quijote es un libro universal, como Echegaray y Galdós fueron Don José y Don Benito, mientras que los que les critican son Fulanos y Menganos, o cuando más Fulano y Mengano, a quienes en ocasiones suelen romperles la pluma u otra cosa más sensible, como le ocurrió a un Zutanillo que en aquella época en que se discutía a Echegaray salió malogrado de las tertulias calenturientas del café de Fornos. Yo pregunto: ¿A qué conduce hablar mal de lo que todos hablan bien? ¿Es que por eso ha de reputarse la firma de los que critican? ¿Es que no está ya reputada? ¿Entonces?... Acaso un hálito de envidia dicta esa crítica... Pero no pensemos mal; ciñámonos al nombre admirable que nosotros respetamos y consideramos en otras esferas que no son las de la crítica, y preguntemos de nuevo: ¿Qué facultades, qué autoridad y qué motivos tienen Fulano y Mengano para criticar la obra galdosiana? Es la misma pregunta que hacemos casi todos los días leyendo las revistas teatrales y musicales: ¿Qué entiende Fulanillo de comedias, si él no ha escrito nada para el teatro? ¿Qué sabe Menganito de esta sinfonía, si jamás leyó ni comprendió un pentagrama. Quienes ejercen de críticos debieran ser autoridades en la materia. Así debe ser la crítica. Así nos someteríamos todos a ella. ¿Pero cómo hemos de obedecer ni seguir el consejo de quien es tan solo un Zutanito? Cualquier episodio de cualquier serie vale por toda la labor de muchos escritores. Después de la crítica de Clarín –¡aquel sí que era un crítico de cuerpo entero!–, huelga todo elogio. Y por si alguien señala la pasión hispana, bueno será advertir que los críticos de todos los países agotan su entusiasmo en pro de Galdós. Que si era genial. Tuvo momentos de sublime inspiración, y momentos desconcertados; más que desconcertados, perentorios. ¿Cómo trabajaba? ¿Por qué escribía? Se le compara, se le pesa y se le censura la labor de sus últimos años, olvidando la de las horas felices. Algo parecido ocurrió con Chapí; se esperaban de “uñas” sus estrenos de Apolo, dando al olvido La bruja. Y cuando menos se pensaba, mostrábase el genio del artista, como sucede en La revoltosa. ¡Defectos! ¿Quién no los tiene? ¿Y qué significan los defectos ante las obras capitales? Zorrilla tiene sus ripios, y, sin embargo, Zorrilla es quien es; Chapí estuvo desacertado alguna vez, pero después de Barbieri no ha habido otro músico que le sustituya, y Galdós decae en sus postreras páginas, pero siempre es el coloso, como lo prueba Los duendes de la camarilla. Hay un punto muy interesante en el temperamento artístico de Galdós, que le hace antipático para muchos: el de la libertad de pensamiento. Como a Dicenta, como a Blasco Ibáñez, que se les ha puesto un veto ridículo. ¡Necia pretensión! Sus obras se leen en todas partes, se reimprimen y se agotan. 338 Como estos y antes que estos, Pérez Galdós vino a destruir las ñoñerías pusilánimes y las convenciones artísticas. Ejemplo: Gloria. Vino a libertar la pluma y creó un sendero [?] harto combatido. (En este ambiente, yo reconozco la inferioridad de Galdós, aunque Realidad es una obra que no sabrán nunca escribir los Fulanitos.) Mas la prueba de que era alguien, muy alguien, está en la empresa de acometer la publicación de los Episodios Nacionales, de los que no acabaríamos de hablar y de los cuales se han ocupado amplia y delicadamente distinguidos escritores. Son los Episodios la mejor y más íntima historia del siglo XIX. Y aparte del vivo interés que arrastra continuamente al lector, obligándole a no dejar el libro de la mano, poseen tan felices descripciones de Madrid, como no las conciben muchos de los que pasan por cronistas de la villa. Es este uno de los mayores aciertos galdosianos. Yo sigo preguntando: Si la labor de Galdós es endeble, ¿qué juicio les merecerán a los críticos improvisados las obras de los demás escritores? Por la parte que me toca, confieso lealmente que no me echo a temblar porque hace algunos años que yo he rehusado la crítica, ya que la experiencia me ha demostrado que de nada sirve aquella para agotar un libro, y que estos se venden precisamente sin recurrir a “bombo y platillos”. La obra de Galdós es magnífica, y lo será cada vez más, porque dentro de su sencillez vibra de continuo el alma española; los personajes está retratados en cuerpo y alma; hay plena realidad en el diálogo y en las descripciones; mucho color, mucha brillantez, mucho españolismo. El pueblo está siempre metido en los Episodios. Un testigo de las hazañas heroicas no hubiera podido redactar memorias más acabadas que retraten el furor del populacho. ¿Y la cantidad de esa labor, sobre todo últimamente, con el peso de los años y de los achaques? El anciano venerable pasa a la posteridad. No así los que maltratan su obra. De los países extranjeros piden autorización para traducir sus obras. ¿Qué significa todo esto? Conteste quien quiera. Yo pongo punto a este artículo, lamentando que, apenas muerto, se digan ciertas cosas de Galdós. Mas no tienen la culpa los que las dicen, sino los que las dejan publicar. Una última observación hay que hacer, después de esta larga reseña de escritos a que dieron lugar las palabras de Unamuno. Un buen número de periódicos de Madrid ignoró tales palabras y no publicó ni una simple nota sobre ellas. Coinciden, casi, con los mismos periódicos que habían publicado más páginas dedicadas a Pérez Galdós cuando su muerte en el mes de enero del mismo año. Entre estos periódicos, están los siguientes: El Mundo, El Globo, La Correspondencia Militar, El Motín, El Socialista, Las Canarias y nuestras 339 Posesiones Africanas, y La Época y El Fígaro. Estos dos últimos, cuando todos los otros periódicos daban cuenta de las palabras de Unamuno, publican, el 14 y el 15 de febrero respectivamente, los artículos “Del homenaje a Galdós. Un discurso de Maura” y “En la Real Academia Española. Maura juzga a Galdós”, en los que se recogen párrafos del discurso que Antonio Maura, Director de la Real Academia de la Lengua, había pronunciado en la velada necrológica en honor de Galdós celebrada el 8 de enero de ese año. La Versión de las obras completas de Unamuno En las Obras Completas de Unamuno aparece el “Discurso en el Ateneo de Salamanca en la velada en honor de don Benito Pérez Galdós con ocasión de su muerte, Noviembre de 1920”.17 La nota al final afirma que se trata de una “Reseña fragmentaria” de El Adelanto de Salamanca. Reseña el año y el número del periódico (“año XXXVI, número 10.956, 1920”), y los intervinientes en la velada, pero no pone el día en que apareció el discurso de Unamuno. La “reseña fragmentaria” del discurso de Unamuno apareció en el año y número indicado en la nota de las Obras Completas; pero no en noviembre, sino el viernes 13 de febrero de 1920, en la página 1 del periódico de tendencia liberal de Salamanca.18 Se titula “El Ateneo de Salamanca. La velada en honor de D. Benito Pérez Galdós”, y ya se ha visto más arriba. Acaba con una nota del editor que remite a “los tres escritos que don Miguel dedicó a Galdós, con motivo de su muerte, en el tomo II de estas Obras Completas.” No cita el cuarto artículo, “Con el palo en el bombo”, aparecido en El Liberal el 20-II-1920. Manuel García Blanco, en la “Introducción” del tomo de las Obras Completas en que aparecen las palabras de Unamuno, afirma que, en las contadas ocasiones en que ha acudido a extractos de sus palabras, ha elegido “de ellos los que más fidedignos se nos antojaron”. Al presentar, en la citada “Introducción”, el discurso, dice lo siguiente: La muerte de Galdós le llevó a tomar parte en un acto a su memoria que organizó el Ateneo de Salamanca, en noviembre de 1920. Es uno de los textos que a pesar de lo fragmentario de la reseña de que hemos dispuesto, nos parecía conveniente incorporar a este tomo de conferencias y discursos, porque también tuvo su resonancia. Su pasaje inicial es ya bastante expresivo. Siguen el comienzo del discurso y la cita de los tres artículos escritos por Unamuno a la muerte de Galdós. No cita aquí tampoco el cuarto artículo, “Con el palo en el bombo”. Las diferencias del texto del discurso aparecido en El Adelanto con respecto a como aparece en las Obras Completas de Unamuno son las siguientes: En el primer párrafo del discurso: “Para juzgar a Galdós, acaso no sea yo el más adecuado” (El Adelanto); “Para juzgar a Galdós tal vez no sea yo el más adecuado”(Obras Completas). En el segundo párrafo: “Nosotros, quienes” (El Adelanto); “Nosotros, a quienes” (Obras Completas); En el sexto párrafo: “la misma sensación que un viejo aldeano” (El Adelanto); “la misma sensación que un pueblo aldeano” (Obras Completas). En el octavo párrafo: “de soberbia que hay que llevar al que escribe para las tablas” (El Adelanto); “de soberbia que ha de llevar el que escribe para las tablas” (Obras Completas). En el párrafo noveno: “como el teatro de Echegaray que ha de volver” (El Adelanto); “como el teatro de Echegaray, que ha de volver” (Obras Completas). En el párrafo décimo: “Es verdad, hizo propaganda” (El Adelanto); “Es verdad que hizo propaganda” (Obras Completas). En el párrafo undécimo: “de que se comparaba a Galdós” (El Adelanto); “de que se comparara a Galdós” (Obras Completas). En el párrafo duodécimo: “suceso político culminante, y golpe [...] ni lo olvidarán aquellos a quien iba dirigido” (El 340 Adelanto); “suceso político culminante y golpe [...] ni lo olvidarán, aquellos a quien iba dirigido” (Obras Completas). En el párrafo decimocuarto: “una la civilización económica fundada en el cristianismo, otra la civilización fundada en el comunismo” (El Adelanto); “una, la civilización económica fundada en el cristianismo; otra, la civilización fundada en el comunismo” (Obras Completas). En el párrafo decimoquinto: “pero que dejen a un lado la cuestión cristiana que nada tiene que ver con ello” (El Adelanto); “pero que dejan a un lado la cuestión cristiana, que nada tiene que ver con ello” (Obras Completas). En el párrafo decimoctavo: “cuando el premio Nobel, fue vergonzoso [...] no pasaba día sin que recibieran cartas ni telegramas” (El Adelanto); “cuando el premio Nobel fue vergonzoso [...] no pasaba día sin que se recibieran cartas y telegramas” (Obras Completas). En el párrafo decimonoveno: “Él se fue y ¡quién sabe dónde!” (El Adelanto); “Él se fue, y ¡quién sabe dónde!” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo primero: “su obra le había matado” (El Adelanto); “su obra le habrá matado” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo segundo: “despertar, ¿habrá despertado Galdós?” (El Adelanto); “despertar; ¿habrá despertado Galdós?” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo tercero: “en el mundo de las ideas de los libros” (El Adelanto); “en el mundo de las ideas, de los libros” (Obras Completas). En el párrafo vigésimo quinto: “Dostoyewsky” (El Adelanto); “Dostoyeusky” (Obras Completas). Puntualizando lo afirmado en dichas Obras Completas, la sesión necrológica se desarrolló el 12 de febrero de 1920, y no en noviembre de 1920. La organizó el Ateneo de Salamanca y se celebró en el teatro Bretón de los Herreros de dicha ciudad. El “extracto”del periódico de Salamanca será el que tome El Liberal de Madrid cuando, días más tarde (15-II-1920), intente suavizar la polémica. Como se ha visto, la versión del discurso ofrecida por El Adelanto de Salamanca y El Liberal de Madrid son las más amplias, y también las menos duras. Los demás periódicos hacen hincapié en los aspectos más negativos de las palabras de Unamuno. Otros ecos de las palabras de Unamuno en la prensa de Las Palmas Es curioso que no se le preste pronta atención a las palabras de Unamuno en la velada necrológica sobre Galdós en la prensa de Las Palmas, salvo lo expuesto en La Jornada. Quizá porque otros problemas nacionales reclamaban más atención de sus páginas, como podían ser los de Cataluña, con la destitución de su capitán general, Milans del Bosch, y su sustitución por el general Weyler. La época de carnavales solía también acortar o suspender por algunos días la edición de los periódicos. Pero, así y todo, estas no son causas que expliquen totalmente la falta de noticias al respecto. El periódico clerical de Las Palmas, El Defensor de Canarias. Órgano de la Junta Diocesana de Acción social Católica de Canarias. Hoja Suplementaria Núm. 43 (27-II-1920), publica, en su página 1, el artículo titulado “Unamuno contra Galdós”, que es copia –salvo los comentarios de La Acción, que abarcan los cinco últimos párrafos– del artículo de La Acción de Madrid “Si el sabio no aprueba... Unamuno se atreve con Galdós”.19 El periódico republicano de Las Palmas, El Tribuno, no hace referencias a las palabras de Unamuno en su momento. Publica (28-III-1920) unas palabras del actor Francisco Morano, al inaugurar su temporada en el teatro Novedades, cuya primera función dedicó a la memoria de Galdós como homenaje de admiración al Maestro. Su título es “Muy en razón. Censurando a Unamuno”. Dice: 341 Con tal motivo el señor Durán y Tortajada publica en La Publicidad de Barcelona unas líneas muy en razón censurando a Unamuno por sus recientes manifestaciones acerca de la admirable labor de Galdós. Dice así el artículo a que nos referimos: El hombre del autor de La loca de la casa es hoy actualidad viva Y no es precisa y exclusivamente la muerte la que da hoy ese alto grado de actualidad a su nombre. Son unas palabras de acerba crítica lanzadas por don Miguel de Unamuno sobre la caja, aún descubierta, que guarda el cuerpo de Galdós. No son mis reparos porque las palabras de Unamuno hayan sido dichas tras la muerte, sino porque esas palabras son abiertamente injustas, y más injustas cuanto más alta la mente que las guió. Don Miguel de Unamuno, espíritu fuerte, en pugna perpetua consigo mismo, ni en sus preferencias ni en sus diatribas ha tenido nunca razón completa. Combatió el nacionalismo catalán solo por lo episódico, sin preocuparse del sentimiento, razón suprema. Exaltó la teoría bolchevique sin querer fijarse en los procedimientos que anulan la teoría. Combate ahora la obra de Galdós, sin tener en cuenta que es el “único” autor dramático del final del siglo XIX y comienzos del XX. ¿Que toda la obra de Galdós –y hablo ahora solo de su teatro– no es igualmente grande? Toda la obra de Cervantes no es el Quijote, pero el Quijote es Cervantes. Para la crítica minuciosa del teatro, Galdós es el autor que está más alto. Pero como estar más alto no es estar en la cima y muy por debajo veo los nombres de Benavente, Linares Rivas, Quintero, etc., se puede afirmar que Galdós está en la cumbre. Pérez de Ayala, uno de los espíritus selectos de la moderna generación literaria, crítico agudo, encumbró la obra de Galdós como lo más sólido, lo más fuerte del teatro español contemporáneo. Idea, humorismo, emotividad, todo palpita en la obra de Galdós. Homenajes públicos, recogimiento en la intimidad; más que por la muerte del maestro, como desagravio por las palabras de un hombre eminente pero injusto. En los periódicos de Tenerife no he encontrado alusiones a las Palabras de Unamuno. Algunas observaciones posteriores sobre las palabras de Unamuno. La nota de Berkowitz Ya se ha presentado lo dicho por H. Chonon Berkowitz en su artículo de 1940, titulado “Unamuno's relations with Galdós”.20 Con los datos que proporciona Berkowitz, el silencio que se ha tenido posteriormente ante las palabras de Unamuno creo que no es inocente. 342 La versión de Domingo Navarro Navarro Si se acude al peregrino libro de Domingo Navarro, Enaltecedores y detractores de Pérez Galdós. ¡Del brazo del Abuelo!,21 se ve que allí hace bastante hincapié en las opiniones contra Galdós de Unamuno, a quien califica de “atrabiliario”; así como llama “desaprensivo” a otro de los “detractores”, Luis Bonafoux. En la página 73 de su libro, hace referencia a la “velada necrológica” organizada por Unamuno. No dice dónde ni cuándo se celebró la velada. Las citas del discurso coinciden con la versión del periódico madrileño La Acción. Domingo Navarro afirma: Unamuno, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, eructó su diatriba precisamente durante una velada necrológica en memoria del gran novelista que había fallecido no mucho antes, organizada por él. ¿Obedeció Unamuno a un prurito de originalidad, o más bien expresó su resentimiento contra un país que no era el suyo personalizado en la figura de Galdós? Lo cierto es, que el Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca aseguró formalmente que las obras de don Benito “carecían de elementos cívicos, habiendo recogido en ellas muchas tristezas y pocas realidades.” Luego le reprocha no haber dedicado ni una línea a su tierra Gran Canaria. Según Unamuno; “en Galdós no hay problemas obreros, ni cuestión social, nada del problema agrario, solo habla de la cuestión religiosa y de la maldita clase media, que ni es clase ni es media. También abundan los personajes maniáticos y, en cuanto a su teatro, no ha sido más que un ejemplo, que llegó a ser el mejor anuncio político del año en que fue su estreno. Hay quien compara a Galdós con León Tolstoi y esa comparación está bien a diferencia de que Tolstoi está con Dios y Galdós con Sagasta. Trabajó como un jornalero, pero no por ideas, sino por razones económicas. Laborioso sí fue, siendo el mejor ejemplo que deja a la juventud. Sus obras son de lectura monótona, como el espectáculo de un río tranquilo que solo refleja en su corriente los árboles de Castilla. No encierra nada. No se reveló nunca.” Y Unamuno, el eterno amargado, fue irrespetuoso, cruel, destructivo, cuando debería haber inclinado la cabeza en señal de duelo por el escritor que más ha venerado el pueblo. Con estas manifestaciones, Unamuno descendió hasta el cieno literario en que se desenvolvía Luis Bonafoux, aquel periodista que en un diario de Madrid publicó un artículo diciendo, entre otras “genialidades” [Siguen las palabras de Bonafoux]. En la página 74, continúa Domingo Navarro: “Unamuno le reprochaba el no haber dedicado ni una línea a su país natal.” Navarro da razones para demostrar que esa afirmación no es verdad, aduciendo entre ellas una entrevista que tuvo con don Benito. Vuelve en la página 88 a tachar a Unamuno y a Bonafoux de “eternos comentaristas de guardarropía, [...] injuriadores, ausentes de toda noble credulidad, combatientes respaldados ayer por la discordia política.” 343 La versión de Benito Madariaga Otro autor, Benito Madariaga de la Campa, presenta con más ecuanimidad la actuación de Unamuno en su Galdós en la Hoguera.22 En las páginas 11-12, afirma: Cuando el año de su muerte, Unamuno pronunció en el Ateneo de Salamanca el elogio fúnebre del escritor [cita: Resumen reseñado por El Adelanto de Salamanca, nº 10.956 de noviembre de 1920], no realizó una apología justa y sincera de su colega grancanario, perteneciente a otra generación diferente, contra la que los del 98 se habían rebelado, a pesar de ser un precursor de los “noventayochistas”. Únicamente se refirió al mundo triste creado por Galdós en torno a la clase media y aseguró que si bien hizo teatro no fue en él el procedimiento más adecuado para triunfar, aunque estima supo utilizarlo políticamente. Alaba y reconoce su laboriosidad por lo que le llama, muy acertadamente, jornalero de las letras. Sin embargo, en su correspondencia particular Unamuno no duda en calificarle como el mejor escritor español y uno de los buenos de Europa. Así le escribe en 1890 a Pedro Múgica: “Novelista aquí grande solo tenemos a Galdós y en Portugal a Eça de Queiroz, cosa muy buena”. En esta correspondencia alaba, sobre todo, su lenguaje sacado del pueblo: “Lo mejor de Galdós es su lengua viva, incorrecta, la que se habla, la que rueda, la de la calle, con galicismos y todo. Galdós es lánguido, pesado, farragoso, todo esto es verdad, pero hace perfectamente en no estudiar el diccionario sino en medio de la calle y no imitar a ese insoportable Pereda con su lenguaje falso, falsificado y estúpido”. En aquella velada de Salamanca aseguró Unamuno no haber vuelto a leer a Galdós desde niño, en que puso notas a los libros, pero ello pudiera no ser exacto, ya que en 1899 su colega grancanario le había regalado los Episodios y en 1905 Casandra. Cuenta Shoemaker que tenía, además, los dos prólogos a los libros de viaje que puso a José María Salaverría (1907) y a Emilio Bobadilla (1912). Otras alusiones a las palabras de Unamuno Sebastián de la Nuez Caballero, en la introducción a “Cartas de Miguel de Unamuno a Galdós”,23 cita algunas palabras del “Discurso en el Ateneo de Salamanca...” de Unamuno, pero no hace alusión a la polémica desatada. En la Vida de Galdós, Pedro Ortiz Armengol,24 citando al profesor Beltrán de Heredia, afirma que a la muerte de don Benito nada dijeron Azorín, Ramiro de Maeztu, Baroja y Valle– Inclán, “y entre los del 98, solamente Unamuno dejó oír su noble voz” (página 816). Al recordar las gestiones para conseguir el premio Nobel, cita las palabras de Unamuno pronunciadas en la sesión necrológica de 1920, en las que afirma que la campaña adversa al premio Nobel fue vergonzosa. Al acabar la cita, añade: “No se dispone del texto exacto de las palabras de Unamuno, que nos llegan como un resumen aparecido en El Adelanto, de Salamanca, y con esa limitación figuran en las Obras completas del vasco” (página 791). Alfonso Armas Ayala, en el tomo II de su Galdós: lectura de una vida,25 analiza la relación Unamuno–Pérez Galdós. Primeramente, la relación epistolar, publicada y comentada por Sebastián de la Nuez (páginas 499-500) y que abarca los años 1898-1912. Luego resume las “tres notas apresuradas con reflexiones sobre Galdós o sobre su obra” que Unamuno publicó recién muerto don Benito en El Liberal, El Mercantil Valenciano y España (página 500).26 Pasa luego a justificar a Unamuno, afirmando que éste se comporta como un auténtico escritor del 98. Para nada se mencionan las palabras pronunciadas por Unamuno en el Teatro Bretón de Salamanca, ni el eco que tuvieron en la prensa de la península o de Las Palmas. Analiza 344 luego el ensayo unamuniano “El estilo de Galdós” y habla de la “reconciliación” con Galdós en su destierro de Fuerteventura, cuando relee los Episodios Nacionales. Se refiere después a las ideologías contrapuestas de los dos escritores y a los estudios que se han hecho sobre la influencia del canario en el vasco. El mismo Alfonso Armas, en “Sin pasión y con rigor. A Ventura Doreste”,27 dice lo siguiente: Me acuerdo ahora del propio Unamuno y de su galdofobia. Recuerda los juicios nada gratos que profirió de Galdós, al que achacaba frialdad, “prosa doméstica” y lenguaje “para ir por dentro de casa”, amén de falta de idealismo y de magisterio; las páginas recogidas por G. Blanco en “De esto y aquello” son bastante expresivas. Esto ocurría en 1920-1921; en 1922, desde París, le escribe a Castañeira, su íntimo amigo fuerteventureño: “Porque nunca podré olvidar que fue ahí, y gracias a V. y a su librería, cómo releí a Galdós y aprendí a conocerlo. Pues debo declarar que aunque yo conocí y traté a don Benito, mi verdadero conocimiento de su obra data de mi estancia en esta. En la quietud y el sosiego de esa isla, es donde pude darme cuenta de todo el enorme trabajo de aquel hombre recogido. Mi Galdós de hoy es el que yo aprendí a conocer ahí”. ¿Galantería, halago al corresponsal? Poco amigo fue él de la alabanza; sí, de la verdad, “dicha a martillazos”, muchas veces. Aquí Unamuno se declara paladinamente equivocado en su juicio; y lo confiesa, sin rubor. Otra conclusión podría sacarse después de la lectura de la carta de Unamuno a Berkowitz citada en nota más arriba. De allí es la siguiente frase: “Estando desterrado en Fuerteventura volví a leer casi todo Galdós y me dejaba arrullar, junto al mar, por su prosa sin que esta me detuviese nunca.” A estas alturas de la exposición, se puede uno preguntar si el olvido de esta polémica se debe al interés de no molestar a los partidarios de uno o de otro escritor. 345 APÉNDICE 1 Algunas notas sobre la relación de Alonso Quesada con Unamuno La segunda estancia de Unamuno en Las Palmas en 1924 tendrá lugar unos 14 años después de aquella primera visita de 1910, que tan importante fue en la vida de Alonso Quesada, pues le hizo cambiar de manera fundamental en su concepción literaria, haciéndole ser consciente “en mi orientación, mi ruta, mi inquietud”. La estancia de Unamuno en las islas duró esta vez desde principios del mes de marzo de 1924. En Las Palmas está por lo menos desde el día 7; se embarca para Fuerteventura el día 9. Allí está hasta el 11 de julio, día en que llega a Las Palmas con el compañero de destierro Rodrigo Soriano. El día 21 del mismo mes zarpaba el Zeelandia del Puerto de la Luz camino de Francia, con Unamuno ya amnistiado. Hay que recordar también los afanes de Alonso Quesada y sus amigos por conseguir el prólogo de Unamuno para su Lino de los sueños allá por 1914. En dicho prólogo recuerda Unamuno su conocimiento de Alonso Quesada y Manuel Macías Casanova en aquella visita de 1910, con motivo de la celebración de los Juegos Florales. La dedicatoria de “Los poemas áridos” de El Lino de los Sueños muestra su agradecimiento. Además, los escritos y campañas del rector de Salamanca tenían siempre pronto eco en los periódicos donde Alonso Quesada colaboraba. En el escrito “Mi vida a saltos locos” (El Tribuno, Las Palmas, 12-XI-1913), deja constancia de su adhesión a Unamuno: Pienso que en España hay solo estos grandes poetas: Unamuno, Antonio Machado, Marquina, Darío y Tomás Morales. (Los cito para estropearles la admiración a algunos que yo me sé.) Para dar otro ejemplo del interés de Alonso Quesada por la personalidad y la obra de Unamuno, es conveniente reseñar los libros del maestro que aparecen en la que fue su biblioteca personal. Son los siguientes: Mi religión y otros ensayos breves (Madrid, Renacimiento, 1910), Contra esto y aquello (Madrid, Renacimiento, 1912), Del sentimiento trágico de la vida (Madrid, Renacimiento, s. a.), 4 volúmenes de Ensayos (Madrid, Residencia de Estudiantes, 1916-1917), El Cristo de Velázquez (Madrid, Calpe, 1920), y Andanzas y visiones españolas (Madrid, Renacimiento, 1922). Alonso Quesada no estaba solo en el empeño de avivar las ideas de Unamuno en las islas. Junto a él estaban Domingo Doreste (Fray Lesco) y otros intelectuales canarios. Este fervor por Unamuno –hay que llamarlo así– por parte de Alonso Quesada se mantendría tenso hasta que tuvo ideas más propias. Las cartas que se cruzaron que han sido publicadas28 llegan hasta 1923, habiendo un lapsus desde 1915 hasta ese año. En esta última carta, Alonso Quesada le evidencia su recuerdo y su fervor. Ésta acaba con las siguientes palabras: “Yo voy siguiendo, devotamente, todos los pasos de su vida ejemplar.” No era muy fácil seguir la paradoja que era Unamuno. Alonso Quesada tratar |
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