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301 LA CRÍTICA DEL MUNDO SOCIAL Y POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN HECHA POR MÉDICOS Y NOVELISTAS. LA CRÍTICA DE GALDÓS EN LAS NOVELAS CORRESPONDIENTES AL PERIODO NATURALISTA (1881-1889) Pilar Faus Sevilla Antes de pasar al estudio de los precedentes de la crisis española globalmente sintetizada en la fecha de 1898, conviene hacer una serie de puntualizaciones. La primera es la de considerar que la crisis surgida en torno a esta fecha no es un fenómeno singular, nuevo en la historia de España. Con mayor o menor aparatosidad y diferentes matices, se han producido antes y se seguirán produciendo; no solo en nuestro país. Es un hecho general que surge en la vida de los pueblos a raíz de un gran desas-tre militar y a propósito de las consecuencias que éste comporta. En Espa-ña, el más similar se produjo a finales del siglo XVII.l Los desastres mili-tares de los últimos monarcas austriacos con la consiguiente merma del imperio colonial, era una consecuencia de la decadencia que en todos los campos, excepto en el literario, se había experimentado a lo largo de am-bos reinados. Consecuencia inevitable posterior será la aparición de unas minorías intelectuales que desde distintos campos tratarán de poner re-medio imitando, en gran medida, el modelo ofrecido por el país más pode-roso, que en ese momento era Francia. Así se produce ese movimiento de recuperación nacional conocido bajo el epígrafe de la España ilustrada.2 Salvando los dos siglos que les separan, a finales del siglo XIX se produ-ce un fenómeno semejante. La derrota militar impuesta por Estados Uni-dos con la que finaliza la guerra cubana, con la consiguiente pérdida del resto del imperio colonial, no es un hecho fortuito. Es consecuencia de la crisis que en distintos campos, afecta a la vida y política española de la Restauración. Había sido detectada por destacadas personalidades bas-tantes años antes de producirse el Desastre del 98. Someramente, y a través de Pérez Galdós y la Pardo Bazán, la había analizado en la comuni-cación presentada el V Congreso Internacional de Estudios Galdosianos de 1993.3 Otra puntualización obligada se refiere al protagonismo concedido a los miembros de la Generación del 98 en todo cuanto se refiere a dicho acontecimiento. En este sentido hay que señalar la parcialidad con que dicha generación ha sido abordada, pese a la abundancia de sus estu- 4.1-14 302 dios.4 Parcialidad considerada, no en cuanto a la falta de objetividad, sino por haberse centrado en torno a las grandes figuras literarias. Hecho que, probablemente,hay que atribuir a la personalidad brillante y agresiva con la que la mayoría de éstos irrumpen en el escenario español en el momen-to en que la crisis finisecular alcanza su punto álgido tras el Desastre. Pero todavía no se ha escrito la última palabra sobre esta generación. Falta profundizar en otros aspectos en los que, además del literario y político,se analice rigurosamente la labor jurídica, sociológica y científica de los restantes miembros de la generación. Tampoco se ha profundizado en el estudio de sus raíces. Son todavía pocos, o menos de los necesarios, los trabajos consagrados a los miembros de las generaciones anteriores, especialmente a la inmediata de 1868. Y aún dentro de esta generación los estudios se han decantado, prioritariamente, hacia las figuras más señeras; Menéndez Pelayo, Pérez Galdós o Clarín en el campo literario, o Ramón y Cajal en el científico. Injustamente se ha restado importancia a los otros miembros de la genera-ción y, en consecuencia, no se han valorado debidamente sus aportacio-nes. Se ha olvidado que su conjunto tipifica el periodo correspondiente al último cuarto del siglo XIX. Este hecho general también se hace patente a la hora de analizar las aportaciones precursoras del 98. Éstas, básicamente, se han centrado en torno a la labor ensayística de unos pocos autores: como Almiralí Gener, Sánchez Toca, Mallada, Picavea, Azcárate, Salillas, Costa o Ganivet.5 No se han resaltado suficientemente las aportaciones que proceden de otros campos. Entre ellas hay que destacar las pertenecientes al quehacer cien-tífico- médico y al novelístico. Objeto ambas del presente trabajo. Se trata de un doble análisis. Uno, se refiere al impacto que sobre médi-cos y novelistas produce el espectáculo de los grandes fallos que afectan a la vida política y social de la Restauración, origen, en gran medida, de la crisis en la que desemboca al finalizar la centuria. El otro, se refiere al incremento de dicha crisis propiciado por la denuncia de unos y otros. Los médicos como es natural, centran su atención en la miseria mate-rial y moral en la que se hallan sumidas grandes masas de población per-tenecientes a las clases bajas. En contraste con el enriquecimiento de las clases altas y sus ostentosas formas de vida, la de aquellos se ha ido agravando durante los últimos años a causa de la crisis agraria que afecta al jornalero del campo y del deshumanizado auge industrial que afecta al obrero de la fábrica. Éstos, incluyendo las mujeres y los niños, son las víctimas de unas lamentables condiciones laborales, con horarios excesi-vos, escasa remuneración y locales insalubres. Falta de condiciones higié-nicas que también se hace extensiva a sus modestos hogares. Grave pro-blema social al que los políticos de la Restauración no han prestado la atención que merecía. 303 Los primeros, repito, que ponen en evidencia esta realidad son los mé-dicos por su mayor y más directo contacto con ella. A través de su cotidia-no quehacer profesional han comprobado que los miembros de la clase baja son los que sufren, en mayor medida, el impacto de la enfermedad con el consiguiente incremento de la morbilidad. Hecho que confirman las estadísticas demográficas y sanitarias.6 Se impone, en consecuencia, junto al estudio científico de la enfermedad, el de las causas que la favore-cen. A lo largo del siglo XIX, pero de forma especial en su segunda mitad, la medicina adquiere una dimensión social. Se presta mayor atención a los problemas médico-sanitarios. No en vano la Higiene es una de las especia-lidades médicas que viene experimentando un mayor desarrollo en esta centuria. Dicha atención se bifurca en dos direcciones: una, referida al papel desempeñado por el médico dentro de la colectividad en la que ejerce su labor profesional; otra, basada en el testimonio que ofrece el médico en tanto que directo testigo de la situación social del amplio sector de la población principalmente afectada por la enfermedad.7 Sobre el primer aspecto existen abundantes testimonios escritos. Entre ellos cabe destacar los muy importantes ofrecidos por el relato costum-brista o naturalista. Son fruto, a su vez, del creciente prestigio de que goza la ciencia como principal artífice del mítico Progreso, del que el médico aparece como su más directo representante. Hecho que, a su vez, reper-cute positivamente sobre su prestigio personal y profesional, pese a su modesto “status” social. Buen ejemplo de ello nos lo ofrecen las figuras de Teodoro Golfín o Alejandro Miquis, verdaderos héroes del mundo Galdosiano, o Máximo Juncal y el doctor Moragas figuras no menos impor-tantes de la obra de Emilia Pardo Bazán.8 Más importante todavía es el testimonio ofrecido por los médicos en general, y los higienistas en particular sobre la incidencia y características de la enfermedad sobre la sociedad a la que sirven profesionalmente. Ese testimonio junto a las medidas que a su vez engendrarán, tanto en el as-pecto médico como político, acabarán por constituir un factor importante en el desarrollo de una conciencia social de gran transcendencia. Hechos diversos, típicos de la época, todos de índole sanitaria van a contribuir a ello. En primer lugar, hay que reseñar las periódicas epidemias de cólera que van a jalonar la centuria: la de 1834-35, la de 1865 y la de 1885. La rapidez con que se propaga la enfermedad, con su masiva corte de defun-ciones provoca el pánico de todas las poblaciones afectadas, con la consi-guiente huída de las clases pudientes. Solo las clases modestas,carentes de medios para huir serán las principales víctimas de la enfermedad que diezma sus filas. La incidencia de las epidemias trae como consecuencia el mayor estudio de la etiología de la enfermedad, el tratamiento de la misma y la denuncia pública de la lamentable situación que afecta a las clases bajas de la población.9 Precisamente a esa situación es a la que hay 304 que atribuir la mayor incidencia de la enfermedad, y no solo en los casos de cólera. Los estudios e informes sanitarios se multiplican. Hecho aná-logo se produce cuando el médico detecta otra serie de factores negativos que afectan a las clases pobres: inadecuada e insuficiente alimentación y la falta de higiene en sus casas y lugares de trabajo. Especialmente se denuncian las condiciones laborales de los obreros de las fábricas que se van multiplicando en las zonas de mayor desarrollo industrial: horarios agotadores, jornales bajos e insalubridad de sus locales.10 El médico se convierte en protagonista. Movido por su conciencia profe-sional, y elementalmente de humanidad y justicia, será el divulgador de una de las grandes lacras de la sociedad de la Restauración. El que como consecuencia, adopte una actitud política de marcado signo progresista con la participación activa en muchas ocasiones, es una consecuencia bastante lógica. Posturas análogas se producen entre los profesionales de otros cam-pos. Minoritariamente la protagonizan juristas y sociólogos. Con mayor amplitud los novelistas. Con una particularidad. En tanto que las denun-cias realizadas por los profesionales indicados tienen un eco limitado a su propio ámbito, las realizadas por los novelistas tienen un área de difusión mucho mayor. Prácticamente son leídas por todos los españoles poseedo-res de cierta cultura. En sus páginas, y de acuerdo con la técnica naturalis-ta, se ofrece el relato vivo de la realidad española. No solo la madrileña, sino también la de muchas de sus regiones: la de Santander por obra de Pereda, la de Asturias por Clarín y Palacio Valdés, la de Galicia por Emilia Pardo Bazán; a su tierra catalana consagra sus novelas Narciso Oller,y algo después, a la valenciana,dedica Blasco Ibáñez sus primeras novelas. La compleja realidad madrileña se la reserva Pérez Galdós. Gracias a su pro-lífica pluma, la vida madrileña de forma sistemática y exahustiva cobra una profundidad y vigor extraordinarios. Por otra parte, y debido al acusado centralismo de la época, la pintura que nos ofrece de la capital española alcanza una dimensión nacional de que carecen las descripciones regionales. En efecto, Madrid es, además de la capital más grande de todo el territorio nacional, la sede del Gobier-no y de las más altas instituciones estatales. Sus recientes transformacio-nes urbanísticas así parecen confirmarlo. También es el gran foco de atrac-ción de lo mejor de la intelectualidad española.11 El entramado de la vida política típica de la Restauración, aquí se configura y de aquí arranca de forma radial hacia las restantes regiones españolas. Pero esta irradiación resulta tanto más débil en sentido positivo y más acusada en sentido nega-tivo cuanto más se aleja del centro. En las regiones, aun respondiendo a los mismos principios del sistema político, sufren la lógica refracción pro-ducida por el tránsito del medio capitaleño al provinciano y rural: se empe-queñecen y caricaturizan. En su conjunto la vida política nacional de la Restauración se convierte en lo que Costa definirá como “oligarquía y caci-quismo”. 12 305 Madrid viene a ser la síntesis o microcosmos de la vida nacional. Así lo entiende Galdós. De ahí, su empeño en ofrecernos su más acabada pintu-ra en las Novelas Contemporáneas y más concretamente en las que co-rresponden al período naturalista (1881-1889). De acuerdo con su peculiar técnica literaria, el autor de los Episodios Nacionales nos ofrecerá la descripción de ese período entrelazando los hechos históricos con la ficción literaria; los públicos con los privados. Acorde igualmente con la configuración clasista decimonónica, dicha pin-tura de la población madrileña se tipifica de acuerdo con las característi-cas de las distintas clases sociales, sus formas de vida, vicios y virtudes. En algunas novelas como Fortunata y Jacinta el autor a lo largo de sus cuatro tomos,nos ofrece la visión de prácticamente todas las clases que pueblan la capital. Pero no es lo frecuente. En general, en cada una de ellas, se centra en la descripción preferente de una sola. Las clases altas en Lo Prohibido (1885), La Incógnita y Realidad (1889); las clases medias en El amigo Manso (1882), Tormento y La de Bringas (1884) y las clases bajas en La Desheredada (1881), El Doctor Centeno (1883) y gran parte de Fortunata y Jacinta (1886-87). Prueba del rigor de su pintura social será la plena coincidencia referida a las clases bajas hecha en estas novelas y las que nos ofrecen los médicos. Resaltando en favor de aquellas, la viveza y plasticidad del relato literario. Como he apuntado, a lo largo de estas novelas la vida madrileña en todos sus aspectos y clases sociales, ha quedado bien dibujada. Pero no es ésta visión objetiva la que ahora interesa resaltar. Más bien importa fijar la atención en aquellos pasajes y personas en los que Galdós marca el acento en la consideración crítica a la política española,en tanto que prin-cipal responsable de la situación denunciada. Ante la falta de respuesta, dicha crítica seguirá una marcha ascendente hasta culminar en la fecha de 1898. En realidad, el fracaso en la guerra de Cuba con la consiguiente pérdida del resto de las colonias, es un capítulo -el más llamativo si se quiere- de una trayectoria en la década anterior. Pero las lacras de la vida española se hallan oscurecidas por el boato externo desplegado por las clases altas que detentan el poder. El lujo, desarrollo urbanístico, mejora cultural, ade-lantos técnicos y cierto refinamiento suntuario de importación, constitu-yen el anverso de este período. Su propio brillo exterior ha contribuido a desviar la atención de la mayor parte de la población hacia los problemas que afectan al país. Como hemos visto, solo unas minorías atentas obser-vadoras de la parte negativa de esa realidad, se encargará de ponerla en evidencia. La inmediata consideración crítica se hace inevitable y no es obra exclusiva de Galdós. Otros novelistas participan de ella desde distin-tos puntos de vista ideológicos. Tal sucede con Pereda, Palacio Valdés,el padre Coloma...13 306 Pero antes de iniciar el análisis de dicha crítica conviene puntualizar que, gran parte de la de tipo general, como cierta corrupción política, el amiguismo, la pereza y la desidia administrativa, etc., no son patrimonio exclusivo de este período. En realidad son defectos achacables a la natu-raleza humana; a lo sumo, acrecentados por la idiosincrasia hispana. Como es lógico han florecido en todos los tiempos. Pero ahora cobran nuevo protagonismo al sumarlos a los fallos específicos del sistema político vi-gente. Buen ejemplo de ello nos lo ofrece escritor al describir en las pági-nas de La desheredada el tipo del burócrata de las altas esferas adminis-trativas madrileñas. Con notable acierto lo sintetiza en la persona de don Manuel José Ramón del Pez. De él nos dice que era lumbrera de la Administración, fanal de las oficinas, astro de se-gunda magnitud en la política, padre de los expedientes, hijo de sus obras, hermano de dos cofradías, yerno de su suegro el señor don Juan de Pipaón, indispensable en las comisiones, necesario en las juntas, la primera cabeza del orbe para acelerar o detener un asunto, la mejor mano para trazar un plan de un empréstito, la nariz más fina para olfatear un negocio, servidor de si mismo y de los demás, enciclopedia de chistes políticos, apóstol nunca fatiga-do de esas venerandas rutinas sobre que descansa el noble edifi-cio de nuestra apatía nacional, maquinilla de hacer leyes, cortar reglamentos, picar ordenanzas y vaciar instrucciones, ordeñador mayor por juro de heredad de las ubres del presupuesto, hombre, en fin, que vosotros y yo conocemos como los dedos de nuestra propia mano, porque más que un hombre es una generación, y más que personaje es una casta, una tribu, en medio de Madrid, cifra y compendio de media España.14 Otro tanto sucede con la generalizada visión de la política, que Galdós ofrece en las páginas de El amigo Manso. El protagonista a propósito de la repentina vocación política de su hermano recién llegado de Cuba, se siente obligado a advertirle sobre la verdadera naturaleza de la política que se practica en nuestro país: Al oir esto del país,díjele que debía empezar por conocer bien el sujeto de quien tan ardientemente se había enamorado, pues exis-te un país convencional, puramente hipotético á quien se refieren todas nuestras retóricas políticas, ente cuya realidad sólo está en los temperamentos ávidos y en las cabezas ligeras de nuestras eminencias. Era necesario distinguir la patria apócrifa de la auténti-ca, buscando ésta en su realidad palpitante, para lo cual convenía, en mi sentir, hacer abstracción completa de los mil engaños que nos rodean, cerrar los oidos al bullicio de la prensa y la tribuna, cerrar los ojos a todo este aparato decorativo y teatral, y luego darse con alma y cuerpo á la reflexión asidua y á la tenaz observa-ción. Era preciso echar por tierra este vano catafalco de pintado 307 lienzo, y abrir cimientos nuevos en las firmes entrañas del verdade-ro país, para que sobre ellos, se asentara la construcción de un nuevo y sólido Estado.15 En ambos casos se trata de una crítica referida a determinados aspec-tos de la vida nacional, válida para otros momentos de nuestra historia, pero, que ahora, repito, cobran mayor importancia como parte de una crítica más amplia y generalizada. No ocurre lo mismo con otras novelas como en Lo Prohibido (1885), La Incógnita y Realidad (1889). En ellas la tendencia crítica se hace más agu-da y concreta. No se trata como ocurre otras veces de disquisiciones per-sonales hecha por el autor a propósito de la trama novelesca. Ahora, los protagonistas pertenecen a la clase alta y como tales son actores de la política de la Restauración. Pero también los veremos actuar como críticos de dicha política. Sin embargo, conviene señalar unas pequeñas diferencias entre la no-vela de 1885 y las de 1889, que también son perceptibles en el aspecto formal. Aunque las dos obras tienen una longitud semejante: dos tomos en cada una, en la primera, el tomo segundo no cambia de título porque no existen diferencias entre las dos partes. Ambas presentan el mismo ambiente, los mismos personajes y la misma filiación literaria. En esta novela, el naturalismo Galdosiano alcanza su punto álgido. Fiel al mismo, el objetivo fotográfico del autor se va desplazando de unos personajes a otros sin mostrar grandes diferencias entre ellos. Sólo uno, el que corres-ponde al enfermizo aristócrata, Pepe Carrillo, marca una diferencia con respecto a los restantes. Pero la consideración al mismo es breve. Repre-senta el ténue contrapunto idealista de la obra. Desaparece pronto simbó-licamente arrollado por la mentalidad burguesa en la que vitalmente se halla inmerso. De forma análoga el innato idealismo del autor queda aho-gado por la corriente naturalista en boga expuesta en el resto de la novela. En cambio en la novela de 1889, las dos partes tienen títulos diferentes: La Incógnita y Realidad. También es diferente la forma narrativa: epistolar en la primera y dialogada en la segunda. Pero sobre todo,y esto es impor-tante resaltar, entre una y otra se produce el tránsito del naturalismo a la nueva corriente idealista de fin de siglo. La ausencia de verdadero idealis-mo de La Incógnita da paso al idealismo representado por Federico Viera y, sobre todo Tomás Orozco de Realidad. Si Federico, de forma mucho más amplia, se halla en la línea de Pepe Carrillo de Lo Prohibido, el perso-naje de Orozco adquiere una nueva dimensión. De origen burgués, su idealismo no es de clase. Es estrictamente personal. Es fruto de su innata bondad y de ese afán de justicia social que por estos años se hace más patente en un sector de la sociedad en la que empiezan a hacer mella, como en Galdós, las preocupaciones sociales y las ideas socialistas. El idealismo de Orozco adquiere paulatino crecimiento a lo largo de la nove-la hasta convertirse en el elemento fundamental de la misma. 308 Muy similares, en cambio, son Lo Prohibido y La Incógnita pese a los cuatro años que las separa. Pero es lo único. Todo lo demás es similar: personajes,ambiente y tendencia literaria. Los protagonistas se hallan ex-traídos de la misma cantera social. Su procedencia, posición económica e idiosincrasia son idénticas. Representan el prototipo de las clases altas españolas de la época y, especialmente, de la madrileña. Carentes de ver-daderos ideales religiosos o políticos y de sólidos principios éticos, socia-les o culturales, la corrupción a nivel privado y público será la consecuen-cia más generalizada. Buena muestra de ello será la frecuencia en que se incurre en el adulterio y la farsa política en que ha derivado el pacífico turno de partidos en el poder con su inevitable secuela oligárquica y caciquil.16 Los protagonistas de Lo Prohibido y La Incógnita, no escapan al tipo reseñado. Ricos, y con familiares y amigos influyentes, apenas llegados a Madrid son obsequiados con una acta de diputado. Sin haber contraido mérito alguno en el servicio de la patria, se han convertido en padres de la misma. Hecho que les permite hacer, desde dentro, el análisis crítico del sistema político vigente. Aunque dicha crítica se agudiza en La Incógnita, ya en Lo prohibido el autor denuncia la farsa política a la que se ha llegado con el turno pacífico de los partidos liberal y conservador. Por boca de su protagonista escribe: A Severiano Rodríguez le trataba yo desde la niñez; a Villalonga le conocí en Madrid. El primero era diputado ministerial, y el segundo de oposición, lo cual no impedía que viviesen en armonía perfecta, y que en la confianza de los coloquios privados se riesen de las batallas del Congreso y de los antagonismos de partido. Represen-tantes ambos de una misma provincia, habían celebrado un pacto muy ingenioso: cuando el uno estaba en la oposición, el otro esta-ba en el poder, y alternando de este modo aseguraban y perpetuaban de mancomún su influencia en los distritos. Su rivalidad política era solo aparente, una fácil comedia para esclavizar y tener por suya la provincia,que, si se ha de decir verdad,no salía mal librada de esta tutela, pues para conseguir carreteras, repartir bien los des-tinos y hacer que no se examinara la gestión municipal, no había otros más pillines. Ellos aseguraban que la provincia era feliz bajo su combinado feudalismo. Por supuesto, el pobrecito que cogian por medio, ya podia enco-mendarse a Dios... A mi me metieron más adelante en aquel frega-do, y sin saber cómo hiciéronme también padre de la patria por otro distrito de la misma dichosa región. Para esto no tuve que preocuparme de nada, ni decir una palabra a mis desconocidos electores. Mis amigos lo arreglaban todo en Gobernación y yo con decir si ó no en el Congreso, sugún lo que ellos me indicaban, cumplía.17 309 Otro rasgo digno de ser considerado es el carácter autobiográfico que campea en las novelas de 1889. Galdós, como tantos novelistas, no esca-pa a la tentación de encarnar en alguno de sus personajes parte de sus rasgos personales. Tal ocurre, por ejemplo con Evaristo Feijoo de Fortunata y Jacinta, según confiesa a Emilia Pardo Bazán.18 Sin embargo, dichas similitudes parecen acentuarse en el caso de los protagonistas de Lo Prohibido y La Incógnita. A semejanza de los mismos Galdós ha sido agraciado por mediación de su amigo Ferreras, con un acta de diputado por el partido Liberal.19 Tanto su elección como su labor como padre de la patria, serán muy semejantes a las descritas al referirse a los protagonistas de ambas novelas. Incluso coincide en muchos de los ras-gos personales atribuidos a dichos protagonistas: carácter analítico, exce-siva proclividad amorosa, horror a hablar en público... No cabe duda que son las ideas y la experiencia personal del autor las que dictan las palabras puestas en boca de estos personajes cuando escribe: Yo era diputado cunero, y no me cuidaba ni poco ni mucho de los deberes de mi cargo. Jamás hablaba en las Cortes, asistía poco a las sesiones, no formaba parte de ninguna Comisión de importan-cia, no servía mas que para sumarme con la mayoría en las ocasio-nes de apuro... Francamente el Congreso me parecía una comedia y no tenia ganas de mezclarme en ella.20 Pero Galdós desea dejar a salvo su moral privada y con ella la de alguno de sus personajes. Así escribe refiriéndose al interesante Cisneros de La Incógnita: ... siendo este hombre una calamidad en política, en el terreno privado no hallarás persona de más formalidad. Fuera de ciertos devaneos mujeriles, que con la edad van concluyendo, es Cisneros lo que se llama un perfecto ciudadano, paga puntualmente sus contribuciones, cumple con fidelidad todos sus deberes, y en sus tratos resplandece la honradez más pura.21 Con todo, es en esta novela donde la crítica Galdosiana al mundo políti-co y social de la Restauración adquiere una mayor dimensión hasta alcan-zar esos tonos disolventes que solo después veremos a raíz del Desastre del 98. Pero al llegar aquí conviene añadir un factor más. Aparte de que la con-sideración crítica al sistema político siga una marcha creciente hasta cul-minar el en 98, existe en el caso que nos ocupa la injerencia de la crisis personal del autor. Galdós, profundamente enamorado de doña Emilia Pardo, con la que mantiene relación sentimental desde finales de 1887, acaba de sufrir el duro golpe proporcionado por la infidelidad de ésta.22 Es más que probable que la redacción de las dos novelas de 1889 sean fruto 310 y válvula de escape de la decepción sufrida, y de la profundidad de sus sentimientos heridos. El autor, a través de la identificación con los prota-gonistas de ambas novelas -Manolo Infante en la primera y Orozco en la segunda-, nos ofrece la visión profunda y minuciosa de su mundo interior y de gran parte del que le rodea, aunque no pertenezca a él enteramente. Siendo especialmente a través de su crítica con la que da rienda suelta al pesimismo y tristeza que ahora le invade. Para ello, su compleja persona-lidad ha tenido que desdoblarla en los dos personajes citados. En Manolo Infante encarna la parte menos negativa del hombre-tipo de la Restaura-ción, al que en alguna medida también pertenece el Galdós de estos años. Por ello ambos -autor y personaje literario- son actores, testigos y críticos de sus propios fallos.23 En Orozco en cambio, trata de encarnar al hombre del futuro sobre el que debe edificarse la regeneración de España. A nivel personal, don Beni-to aspira a encarnar su mejor faceta humana: la del hombre bueno, idea-lista y generoso capaz, como el protagonista, de perdonar a la mujer infiel. A nivel público el autor da un paso más y se convierte en el escritor com-prometido políticamente en favor de las clases bajas de la sociedad. Paralelamente a la crisis personal se produce la artística con la quiebra del ciclo naturalista. Con una coincidencia asombrosa dicha crisis se ma-terializa en el breve lapso de tiempo que media entre las dos novelas. Con La Incógnita, concluida en el mes de febrero, pone fin a su etapa natura-lista. Con Realidad, finalizada en julio, abre un nuevo ciclo literario más idealista y espiritual. Ciclo que desarrollará a lo largo de los años de 1890 con obras tan significativas como Ángel Guerra, Nazarín, Halma o Miseri-cordia. 24 De acuerdo con la dualidad apuntada,y volviendo al tema que ahora importa, es lógico que sea en La Incógnita donde se agudice la crítica que venimos comentando. En esta novela,como apuntaba, llega a alcanzar los tonos más disolventes y revolucionarios hasta arremeter con la parte más positiva de la Restauración: la fructífera paz conseguida tras los turbulen-tos años que suceden a la revolución de l868. Buena muestra de ello nos la ofrece por boca del personaje Cisneros. Éste dirigiéndose a su sobrino exclama: También tratarán de meterte en la cabeza esa monserga de paz de la paz... que necesitamos paz para prosperar, y enriquecernos con la... la... industria, la agricultura... y dale que le darás. Esto, chico, es como si al que no tiene que comer se le dice que se siente a esperar que le caigan perdices, en vez de salir y correr en busca de un pedazo de pan. ¡La paz!... Llamar paz al aburrimiento, a la som-nolencia de las naciones, languidez producida por la inanición inte-lectual y física, por la falta de ideas y de pan, es muy chusco. ¿Para qué queremos la paz? ¿De qué nos sirve esa imagen de la muerte, 311 ese sueño estúpido, en cuyo seno se aniquila la nación...? En el fondo de este sueño late la revolución, no esa revolución pueril por la que trabajan los que no tienen el presupuesto entre los dien-tes, sino la verdadera, es decir la muerte, la que todo debe confun-dirlo y hacerlo polvo y ceniza, para que de la materia descompues-ta salga una vida nueva, otra cosa, otro mundo, otra sociedad modelada en los principios de la justicia.25 No es extraño que después de leer La Incógnita, en la que se ha recono-cido, encarnada en la protagonista, doña Emilia aluda a la dualidad exis-tente entre el pacífico Galdós de la conversación y el subversivo autor de la páginas de la novela que acaba de leer. Aludiendo a este hecho le escri-be: Ya he leido La Incógnita,como supondrás. Es cosa rara. Cuando tu escribes, eres tan nihilista e insensato como sensato y ministerial y burgués en la conversación.26 En estas novelas la crítica a la política gubernamental alcanza también a la administración de los territorios de ultramar, especialmente a la isla de Cuba. Las promesas hechas al firmar la Paz de Zanjón (1878) tras la última contienda, no se han cumplido. No se han atendido sus reivindicaciones y la corrupción administrativa sigue siendo un mal endémico. La población cubana se divide entre autonomistas e independentistas y al finalizar la década de 1880 el malestar y descontento es claramente perceptible. Pero como de costumbre, el Gobierno actúa con la indecisión y desidia de siem-pre. La necesidad de abordar el problema cubano con el rigor que exige, no se produce. El problema se agudiza ahora por la ingerencia interesada de los Estados Unidos. No es extraño que el problema cubano se convierta en candente y como tal, Galdós lo tratará con análogo juicio crítico en las novelas de 1889. En ellas la corrupción administrativa estará representada en el personaje iró-nicamente apodado el Catón ultramarino. En Gobiernos anteriores había desempeñado un alto cargo de la administración de Cuba y, como la ma-yoría había tratado de enriquecerse a costa de la sufrida isla. En la actuali-dad se halla cesante y rabia por el deseo de nuevo cambio político que le permita volver para reponer su economía. Por ello es enemigo furibundo de la solución de la venta de la isla que empieza a barajarse en las altas esferas. Hecho que pone en evidencia el protagonista de la novela. Mi padrino y el Catón ultramarino sostenían viva discusión, porque el primero cree que debemos vender la isla de Cuba a los Estados Unidos. El segundo no está por la venta, al menos hasta que él se deje caer allá otra vez, para poner cual una seda la administración de tan desgraciada como generosa isla.27 * * * 312 La crítica de los grandes fallos de la Restauración y el cuestionamiento de sus postulados no ha surgido, como creyó gran parte de la población española, a raíz del desastre del 98. Como hemos visto, se había gestado bastantes años antes y sus protagonistas de entonces tampoco fueron los miembros de la generación del 98. La mayoría pertenecían a la generación anterior, la de 1868. Para los jóvenes que hacen acto de presencia política y literaria a finales de siglo, las imágenes críticas les resultaban conocidas. Con ellas se ha-bían familiarizado en la vida real y, literariamente, las han visto reflejadas en las páginas de sus autores favoritos. Entre ellos Galdós ocupa un lugar preferente. También son los escritores de la generación anterior los que mejor han tipificado las principales posturas ideológicas que se han ido abriendo paso a lo largo del siglo XIX. Tradicionalismo y conservadurismo por un lado, y progresismo o liberalismo por otro, han cuajado en distintos parti-dos hasta llegar a la fecha de 1875. A partir de ahora, y de forma más convencional y pragmática; se han polarizado en los partidos turnantes en el poder: el liderado por Cánovas y el liderado por Sagasta. Pero son fruto del cansancio experimentado por la mayoría de los españoles tras el agita-do periodo revolucionario. Cansancio que en forma de compromiso políti-co ha sabido aprovechar Cánovas, el artífice de la Restauración28 repre-sentaba la evolución ideológica diseñada por la revolución de 1868, abor-tada a finales de 1874. Por ello, son probablemente los escritores, mejor que los políticos, quienes encarnan con variedad de matices, las corrien-tes ideológicas apuntadas. La tradicionalista y conservadora, que asume los ideales históricos de unidad nacional, catolicismo activo y culto a los valores familiares tradicionales, aparece representada en Pereda y Menéndez Pelayo. La liberal, que a lo largo del siglo XIX, se presenta como antagóni-ca de la anterior es partidaria, políticamente, de un gobierno fuertemente constitucional y democrático,del progreso material y cultural al que unen un afán de mayor justicia social. Sobre esta base, y a imitación de otros países, aspiran a situar a España entre las naciones desarrolladas de Euro-pa. En esta ideología se inscriben, entre otros, Galdós, Clarín y los institucionistas. Situada entre estas dos, aún se perfila una tercera opción más modera-da y contemporizadora. La representa Emilia Pardo Bazán que, con su peculiar eclecticismo desea conciliar lo más positivo de ambas. De la pri-mera defiende la unidad de España y los valores religiosos, aunque despo-jando a estos últimos de buena carga de integrismo y fanatismo, especial-mente acusado en los tradicionalistas. A su juicio, dichos valores no tie-nen por qué ser incompatibles con el deseo de progreso económico y cultural propios de la Europa desarrollada y culta que defiende el otro bando. Pero doña Emilia fracasará como han fracasado antes y después cuantos han intentado posturas semejantes.29 313 Probablemente porque esta mentalidad no cuadra con el temperamen-to apasionado y poco racionalista de los españoles. Por tanto, son las otras dos posturas ideológicas, con variantes y mati-ces propios de las distintas circunstancias históricas, las que volverán a reproducir los miembros de la generación del 98 durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, durante los años inmediatamente anteriores y posteriores al Desastre, dicho dualismo no se produce. Al contrario. Los ardores juve-niles reclaman una acción más contundente de tipo anarquista y socialis-ta. Sus posturas políticas y sociales se hallan más cerca del Galdós de los años finiseculares al que superan en apasionamiento. Recordemos a título de ejemplo el filosocialismo de Unamuno anterior a 1895.30 Pero pronto, muy pronto, la mutante inquietud unamuniana, acrecentada por la crisis de los años de 1890, le lleva a elucubrar en otras direcciones. Fruto de la misma es En torno al casticismo aparecido en 1895 en las páginas de La España Moderna.31 Su deambular filosófico de Hegel a Proudhon y a Marx y su regreso al primero a través de Taine, le conduce a la reflexión sobre el carácter na-cional. Al igual que Ganivet, capta la importancia de la evolución histórica de los pueblos hasta llegar a la conclusión de que “cualquier método eco-nómico- social de regenerar a España solo podía triunfar si se adaptaba a la personalidad nacional”.32 Así, frente a la europeísta, se perfila su posición casticista, que tiene puntos en común con las mejores aportaciones de tradicionalistas y conservadores. En el caso de Ramiro de Maeztu se produce una evolución similar aun-que mucho más radical y acentuada.33 Menos llamativa es la evolución de Azorín.34 A este contenido puramente ideológico hay que añadir el de tipo social. Se trata del paulatino abandono del filopopulismo tan generalizado en los años finales del siglo. A medida que las clases bajas van elaborando su propia conciencia de clase, y gestando su revolución bajo consignas inter-nacionales anarquistas y socialistas, dicho populismo va desapareciendo de gran parte de sus antiguos defensores. Contribuye a ello la forma vio-lenta de la actuación popular (terrorismo, huelgas, etc), el descubrimiento de sus grandes fallos como clase (aunque puedan atribuirse a su incultura y miseria) y, sobre todo, el que hayan desertado de cualquier posiciona-miento a las ordenes de la clase media o burguesa. La verdad es que gran parte del generalizado populismo de la época tenía más de carácter forklórico que auténtico contenido social. A él había contribuido, no poco, el especial costumbrismo artístico, musical, y litera-rio de los años que le preceden, (1875-1890) que alcanza su mejor expre-sión en la pintura de género, el sainete y la zarzuela.35 314 Distinta es la evolución política y social experimentada por otros escrito-res de la misma generación como Antonio Machado y Pío Baroja. El prime-ro, nacido en 1875, es el más jóven de la generación. Desde su infancia se halla vinculado a la Institución Libre de Enseñanza por lazos familiares y por haberse educado en ella.36 Fiel a sus principios sigue la tradición idelógica propia del liberalismo progresista hasta desembocar en la Alian-za Republicana (1936). Igualmente participa de la idea regeneracionista basada en la educación. Especialmente la considera fundamental para que el pueblo pueda acceder al protagonismo político y mejora social que merece. Idea no del todo compartida por Galdós. El autor de La Desheredada, sin desdeñar la importancia del factor edu-cativo, considera la pacífica incorporación del pueblo a su protagonismo político como un fenómeno de dinámica histórica, basada en la fusión de clases. De igual modo que antes se produjo, con resultados positivos, la fusión de la caduca aristocracia con la vital burguesía, ahora tras el des-gaste de las clases altas fruto de aquella fusión, se impone la fusión de las clases bajas, espiritualmente sanas y vigorosas, con los más cultos repre-sentantes de la clase media y pequeño burguesa. En cuanto a Baroja, el camino seguido será distinto al de Machado. Su izquierdismo presenta matices diferentes. Va desde el anarquismo juvenil al republicanismo. Desde 1909 a 1918 había participado en las elecciones por el partido Radical Liberal. Su temperamento crítico y pesimista le hace incurrir en no pocas contradiciones fruto de esa ácida sinceridad que le lleva a criticarlo todo: ideas, instituciones y personas. De esa crítica no se librarán ni Galdós, ni ciertos aspectos de la II República y de la acción popular. No es extraño, por tanto, que acabe refugiándose en la soledad huraña de su labor literaria. Vemos, como a medida que se remontan las primeras décadas del siglo XX, se hace más visible el rumbo divergente seguido por la mayoría de los escritores del 98 con respecto a Galdós y a gran parte de esta generación. De igual modo, a medida que se afianza la personalidad literaria de aque-llos, inserta en nuevos postulados artísticos, también se pierde aquella admiración inicial. En su lugar surge el inevitable proceso de incompren-sión y antagonismo generacional. Los del 98 no vieron los puntos de filia-ción que les unían con la generación anterior. Incluso renegaron de cual-quier semejanza basándose en aspectos de tipo personal y estético. El hecho no tiene nada de extraño. Es la confirmación de un fenómeno natu-ral, casi biológico: el de la conflictiva relación paterno-filial trasplantada al mundo de la cultura.37 Habrá que esperar a la aparición de la nueva gene-ración de 1914, la de los nietos, para que de acuerdo con el mismo fenó-meno, se produzca la revalorización de Galdós y de cuanto representaba su generación. 315 NOTAS 1 BALFOUR, S., El fin del Imperio español (l898-l923), Barcelona, l997. 2 En el siglo XIX la admiración de los liberales españoles se dirige hacia Inglaterra que a lo largo de este siglo ocupa el primer puesto en el concierto internacional. Dicha admira-ción es especialmente ostensible entre algunos krausistas como Gumersindo de Azcarate o Giner de los Ríos. A este respecto véase: CACHO VIU, V., La Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1962. 3 FAUS SEVILLA, P., «La España finisecular vista por Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán», en Actas del V Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, 1993, pp.185-203. 4 Entre la amplia bibliografía general consagrada a la Generación de 1898, cabe destacar los estudios ya clásicos de: - BAROJA, R., Gente de la Generación del 98, Barcelona, 1952. - BLANCO AGUINAGA, C., Juventud del 98, Madrid, 1970. - DIAZ PLAJA, G., Modernismo frente a 98, Madrid, 1951. - FERNÁNDEZ ALMAGRO, M., En torno al 98, Madrid, 1948. - FOX, E. I., La crisis intelectual del 98, Madrid, 1976. - FRANCO, D., España como preocupación, Madrid, 1960. - GRANJEL, L., Panorama de la Generación del 98, Madrid, 1959. Baroja y otras figuras del 98, Madrid, 1960. - GULLÓN, R., La invención del 98 y otros ensayos, Madrid, 1969. - JESCHKE, H., La Generación de 1898 en España, Madrid,1945. - LAIN ENTRALGO, P., La Generación del 98, Madrid, 1945. - LÓPEZ MORILLAS, J., Hacia el 98, Barcelona, 1972. - PÉREZ DE LA DEHESA, R., El pensamiento de Costa y su influencia en el 98, Madrid,1966. - SENDER, R., Los noventayochos, Nueva York, 1961. - SHAW, D. L., La Generación del 98, Madrid, 1978. - TIERNO GALVÁN, E., Costa y el regeneracionismo, Barcelona, 1961. - Varios, La crisis de fin de siglo, Barcelona, 1974. 5 ALMIRALL, V., (1841-1904), L’Espagne telle qu’elle est, 1886. - GENER, P., (1848-1920), Herejías, 1887. - SÁNCHEZ TOCA, J., (1852-19), La crisis agraria en Europa y sus remedios en España, 1887. - MALLADA, L., (1841-1921), Los males de la patria y la futura revolución española. Consideraciones generales acerca de sus causas y efectos, 1890. - COSTA, J., (1846-1911), Colectivismo agrario en España, 1898. - PICAVEA, M., (1847-1899), El problema nacional: hechos, causas y remedios, 1891. - AZCÁRATE, G. de, (1840-1917), El régimen parlamentario en la Práctica, 1892. - UNAMUNO, M. de, (1864-1936), En torno al casticismo, 1895. 316 - SALILLAS, R., «Estudio sobre el submundo criminal» en Hampa, 1898. - GANIVET, A., (1865-1898), Idearium español, 1898. Como puede observarse por las fechas de nacimiento, la mayoría de estos escritores pertenecen a la generación de 1868. 6 Boletín Mensual de Sanidad. Publicación de la Dirección General de Sanidad desde 1888. - REVENGA, R., La muerte en España. Estudio estadístico sobre la mortalidad, Madrid, 1904. - JIMENO AGIUS, J., La natalidad y la mortalidad en España, Madrid, 1883. - COMENGE Y FERRER, L., Mortalidad infantil en Barcelona según las clases sociales, Barcelona, 1900. 7 LÓPEZ PIÑERO, J. M., El saber médico en la sociedad española del siglo XIX en Medici-na y Sociedad en la España del siglo XIX, Madrid, 1964. - Íd. «El testimonio de los médicos españoles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo. El Proletariado industrial», en Medicina y sociedad... 8 Teodoro Golfín, famoso médico oftalmólogo de Marianela de Galdós es uno de los personajes más importantes de la novela. Otro tanto ocurre con el joven Alejandro Miquis de El Doctor Centeno. En la novelística de E. Pardo Bazán destacan Máximo Juncal, el interesante médico rural de Los Pazos de Ulloa y Madre Naturaleza y el doctor Moragas, figura extraordina-riamente atractiva que aparece en La Diedra Angular, Doña Milagros y Memorias de un solterón. Según la autora este personaje está extraído de la realidad. Sobre la valoración de la figura del médico por parte de la sociedad, véase : GARCÍA BALLESTER, L., El testimonio de la sociedad española en el siglo XIX acerca del médico y su actividad, en Medicina y sociedad... 9 FAUS SEVILLA, P., en Epidemias y sociedad en la España del siglo XIX. El cólera de 1885 en Valencia y la vacunación Ferrán, en Medicina y sociedad... - El cólera en Valencia en 1885. Memoria de los trabajos realizados durante la epidemia. Presentado por la Alcaldía al excelentísimo Ayuntamiento en nombre de la Junta Municipal de Sanidad, Valencia, 1886. 10 Sobre la situación de los obreros y las condiciones sanitarias de sus casas, lugares de trabajo e incidencia de las enfermedades véase: - SALCEDO GINESTAL, E., Higiene de las industrias y con especialidad de las de España, Madrid, 1895. - Íd. - Higiene y Patología del obrero, Madrid, 1902. - Íd. - Estudios elementales de higiene industrial. Directorio de los patronos en la higienización de las industrias, Madrid, 1904. - MAMBIEL Y SALGADO, R., Higiene popular. La cuestión obrera en España, o estado de nuestras clases necesitadas y medios para mejorar su situación, Santiago, 1885. - BAGLIETTO, M., Influencia de la higiene industrial en el progreso y bienestar de la clase obrera, Madrid, 1892. - BELMAS, M., La crisis del trabajo y los obreros de Madrid, Madrid, 1893. - SANTIAGO, A. C. de, La higiene de las profesiones, La Coruña, 1891. - VALENTÍ VIVÓ, J., Profilaxis profesional, Barcelona, 1892. 317 Sobre la vivienda, trabajo infantil, etc.: - APRÁIZ Y SÁENZ DE BURGO, La vivienda del pobre; su influencia en la salubridad pública y necesidad urgente de mejorar sus condiciones higiénicas, Vitoria, 1893. - BERTRAN RUBIO, La habitación del obrero..., Barcelona, 1896. - HERNÁNDEZ IGLESIAS, Construcción de viviendas higiénicas y económicas para obre-ros, Madrid, 1890. - SERRANO FATIGATI, Alimentos adulterados y defunciones. Apuntes para el estudio de la vida obrera en España, Madrid, 1893. - BALAGUER OROMÍ, El trabajo de los niños. Necesidad de limitarlo..., Barcelona, 1889. - DIAZ DE QUINTANA, A., El niño obrero. Apuntes de higiene y educación, Madrid, l887. - PESET Y CERVERA,V., La miseria, sus causas y remedios, Valencia, 1884. - MOLINER, F., Liga Nacional contra la tuberculosis y de socorro a los físicos pobres. Proyecto de estatutos y reglamento, Valencia, 1899. - BOTELLA MARTÍNEZ, J., De la asistencia a la embarazada pobre en Madrid, Madrid, 1903. - LARRA CEREZO, Los convalecientes proletarios en España, Madrid, 1899. 11 Refiriéndose a las grandes transformaciones de Madrid escribe Galdós por boca de uno de sus personajes: “Mis primeras impresiones fueron de grata sorpresa en lo referente al aspecto de Madrid, donde yo no había estado desde los tiempos de González Bravo. Causabanme asombro la hermosura y amplitud de las nuevas barriadas, los expeditivos medios de comunicación, la evidente mejora en el cariz de los edificios, de las calles y aún de las personas, los bonitísimos jardines plantados en las antes polvorosas plazue-las, las gallardas construcciones de los ricos, las variadas y aparatosas tiendas, no inferiores, por lo que desde la calle se ve, a las de París o Londres, y, por fin, los muchos y elegantes teatros para todas las clases, gustos y fortunas. Esto y otras cosas que observé despues en sociedad, hicieronme comprender los bruscos adelantos que nuestra capital habia realizado desde el 68... Lo Prohibido, I, C.I,p.6 Otras ciudades españolas muestran transformaciones importantes. Entre éstas des-taca Barcelona, cuya riqueza, fruto del desarrollo industrial y comercial, será exhibida en la magnífica Exposición Internacional de 1888. 12 COSTA, J., Ologarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, 1901. 13 Pereda hace la crítica de la política de la Restauración en Pedro Sánchez y de las clases altas madrileñas en La Montálvez. Análoga crítica de las clases altas madrileñas nos la ofrecen Palacio Valdés en La espuma y el padre Coloma en Pequeñeces. 14 PÉREZ GALDÓS, B., La Desheredada, Madrid, 1890, vol 1, cap.XII, pp.206-207. 15 Íd. -El amigo Manso, Madrid, 1882, pp.71-72. 16 Referidas a este aspecto existen varios testimonios del autor expresados por el prota-gonista de Lo Prohibido: “Observé que sus ideas religiosas venían a ser poco más o menos como las mías, débiles, tornadizas, convencionales y completamente adapatadas al temperamento tolerante, a este pacto provisional en que vivimos para poder vivir.” 1, C.IV, p.76. 17 Lo Prohibido, Madrid, 1885, vol.I,cap.III, p.61. 18 En carta fechada el 16 de junio de 1887, E. Pardo Bazán escribía a Galdós: “¿conque Feijoo es personaje representativo en algún modo del autor? No lo había sospechado“. Archivo de Galdós en la Casa Museo de Las Palmas de Gran Canaria. 318 19 José Ferreras, zamorano, gran periodista dirigió varios periódicos. De muy sensato talento político fue hombre de confianza de Prim primero, después de Sagasta. Su fidelidad fue recompensada llegando a desempeñar el Gobierno civil de Salamanca y la Dirección General de Obras públicas. Para más datos relacionados con Galdós véa-se: ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Barcelona, 1995. 20 Lo Prohibido, 1, X, p.159. 21 La Incógnita, Madrid,1889, p.43. 22 Para la relación amorosa entre Galdós y Doña Emilia véase: BRAVO VILLASANTE, C., Vida y obra de Emilia Pardo Bazán, Madrid, 1973; PARDO BAZÁN, E., Cartas a Galdós, Pról. y ed. por C. Bravo Villasante, Madrid, 1978; ORTIZ-ARMENGOL, P., op cit. Con mayor extensión trato el tema en mi libro Emilia Pardo Bazán y su época, próximo a publicarse. 23 Demuestra la identificación del escritor con el desarrollo de las dos novelas, la total coincidencia cronológica de los hechos narrados y la redacción de estas. Especialmen-te este hecho se patentiza en La Incógnita. En ella, las fechas de las cartas escritas por el protagonista a su amigo coinciden con las fechas con que empieza y acaba la nove-la, noviembre de 1888 y febrero de 1889. 24 Ángel Guerra está fechada en 1891, Nazarín y Halma en 1895 y Misericordia en 1897. 25 La Incógnita, pp.28-30. 26 PARDO BAZÁN, E., Cartas a Galdós, p.81. 27 La Incógnita, p.178. 28 SECO SERRANO, C., Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, Barcelona, 1969. 29 El ejemplo más inmediato, anterior a Emilia Pardo nos lo ofrece el partido La Unión Liberal, surgido trás la revolución de 1854. 30 Hasta 1894 Unamuno colaboró activamente en el Semanario socialista La lucha de clases de Bilbao. Desde Salamanca escribía a un corresponsal: “Yo hago propaganda francamente socialista desde un periódico de aquí”. Cita de BLANCO AGUINAGA, C., en Juventud del 98, Madrid, 1970, p.55. El 31 de mayo de 1895 Unamuno escribía a Clarín: “Sueño con que el socialismo sea una verdadera reforma religiosa, cuando se marchite el dogmatismo marxiano”. Epistolario a Clarín. Madrid, 1941, p.53. Véase: SHAW. D., La Generación del 98, Madrid, 1978. 31 La España Moderna (1889-1914). Fue fundada y dirigida por José Lázaro Galdeano en 1889 bajo la inspiración y ayuda de Emilia Pardo Bazán. Durante los 25 años de extencia, y gracias a contar con la colaboración de las personalidades más destacadas dentro del mundo de las Humanidades, llevó a cabo una extraordinaria labor de renovación de la cultura española. 32 Este es el tema principal de su ensayo “De regeneración en lo justo” de 1898. SHAW, D., op cit., p.78. 33 La evolución ideológica es radical pero lenta. Es fruto de las distintas influencias que va recibiendo a lo largo de su vida. En 1910 aún se considera socialista. La posterior influencia del socialismo gremialista inglés se reflejará en La crisis del humanismo (1920). La influencia de Nietzsche y el contacto con la hispanidad durante su estancia como embajador en Argentina, le acerca a los tres grandes mitos de la cultura española Don Quijote, Don Juan y la Celestina (1928) La vivencia del mundo de los Estados Unidos le conducirá a la Defensa de la Hispanidad (1934). En esta obra sintetiza su nueva postura ideológica anclada en los valores tradicionales de España (catolocismo,autoridad,imperio...). MAINER, C., Modernismo y 98, Barcelona, 1979. 34 La evolución de Azorín es menos llamativa, aunque no menos real. Pasa del “anarquis-mo literario” en frase de Clarín hacia posturas más conservadoras en las que se enlaza 319 la ”educación de la sensibilidad literaria, la alianza de la inquietud nacionalista-radical y las formas del pensamiento conservador” MAINER, op.cit., pp.376-377. 35 Antes de producirse el auge de la pintura social tan prodigada en los años de 1890 y con la que concluye la pintura histórica, se ha prodigado la pintura de género descrita por Galdós en La Incógnita. El protagonista al referirse a la pintura que adorna la casa de Augusta escribe: allí no verás más que pinturas frescas, nuevecitas... escenas anda-luzas o madrileñas. Tipos gitanescos... majas y además paisajes”, pp.91-92. 36 Antonio Machado Ruiz (1875-1939) era nieto de Antonio Machado Núñez (1812-1895), doctor en Medicina, en Ciencias Naturales, Farmacia y Filosofía y Letras, fue catedrá-tico y Rector de la Universidad de Sevilla. Del partido progresista tomó parte activa en la revolución de 1868 y después desempeñó los cargos de Gobernador y Alcalde de Sevilla. Fue amigo de Sanz del Río y de los miembros de la primera generación de alumnos krausistas, especialmente de Giner. En 1883 pasó a la Universidad de Madrid en donde desempeñó el Decanato de la Facultad de Ciencias Naturales. Su único hijo fue Antonio Machado Álvarez (1848-1892),padre del poeta, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Aunque ejerció como abogado, su voca-ción le llevaba por otros rumbos. Desde 1878 enpezó a publicar el Folklore andaluz que continuó hasta 1888 con el título de Biblioteca de Tradiciones Populares. Cuando su padre marcha a Madrid en 1883, le acompaña para que sus hijos puedan estudiar en la Institución Libre de Enseñanza. Tía del poeta era María Machado con la que estuvo a punto de contraer matrimonio Francisco Giner. Para más datos véase: CACHO VIU, La Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1962. Muchos más datos ofrece JIMÉNEZ LANDI, La Institución Libre de Enseñanza, Madrid ,1973, v.I. Para María Machado: FAUS SEVILLA, P., Semblanza de una amistad. Epistolario de González de Linares a F. Giner de los Ríos, Santander, 1986. 37 Recuérdese entre análogos fenómenos culturales la actitud de los jóvenes románticos de principios del siglo XIX con respecto a la generación clasicista anterior. Reacción similar la protagonizan los realistas y naturalistas con respecto a los últimos represen-tantes del romanticismo.
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Calificación | |
Título y subtítulo | La crítica del mundo social y político de la restauración hecha por médicos y novelistas. La crítica de Galdós en las novelas correspondientes al periodo naturalista (1881-1889) |
Autor principal | Faus Sevilla, Pilar |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del sexto congreso internacional de estudios Galdosianos |
Numeración | Congreso 06 |
Sección | Comunicaciones |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1997 |
Páginas | P. 0301-0319 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
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Texto | 301 LA CRÍTICA DEL MUNDO SOCIAL Y POLÍTICO DE LA RESTAURACIÓN HECHA POR MÉDICOS Y NOVELISTAS. LA CRÍTICA DE GALDÓS EN LAS NOVELAS CORRESPONDIENTES AL PERIODO NATURALISTA (1881-1889) Pilar Faus Sevilla Antes de pasar al estudio de los precedentes de la crisis española globalmente sintetizada en la fecha de 1898, conviene hacer una serie de puntualizaciones. La primera es la de considerar que la crisis surgida en torno a esta fecha no es un fenómeno singular, nuevo en la historia de España. Con mayor o menor aparatosidad y diferentes matices, se han producido antes y se seguirán produciendo; no solo en nuestro país. Es un hecho general que surge en la vida de los pueblos a raíz de un gran desas-tre militar y a propósito de las consecuencias que éste comporta. En Espa-ña, el más similar se produjo a finales del siglo XVII.l Los desastres mili-tares de los últimos monarcas austriacos con la consiguiente merma del imperio colonial, era una consecuencia de la decadencia que en todos los campos, excepto en el literario, se había experimentado a lo largo de am-bos reinados. Consecuencia inevitable posterior será la aparición de unas minorías intelectuales que desde distintos campos tratarán de poner re-medio imitando, en gran medida, el modelo ofrecido por el país más pode-roso, que en ese momento era Francia. Así se produce ese movimiento de recuperación nacional conocido bajo el epígrafe de la España ilustrada.2 Salvando los dos siglos que les separan, a finales del siglo XIX se produ-ce un fenómeno semejante. La derrota militar impuesta por Estados Uni-dos con la que finaliza la guerra cubana, con la consiguiente pérdida del resto del imperio colonial, no es un hecho fortuito. Es consecuencia de la crisis que en distintos campos, afecta a la vida y política española de la Restauración. Había sido detectada por destacadas personalidades bas-tantes años antes de producirse el Desastre del 98. Someramente, y a través de Pérez Galdós y la Pardo Bazán, la había analizado en la comuni-cación presentada el V Congreso Internacional de Estudios Galdosianos de 1993.3 Otra puntualización obligada se refiere al protagonismo concedido a los miembros de la Generación del 98 en todo cuanto se refiere a dicho acontecimiento. En este sentido hay que señalar la parcialidad con que dicha generación ha sido abordada, pese a la abundancia de sus estu- 4.1-14 302 dios.4 Parcialidad considerada, no en cuanto a la falta de objetividad, sino por haberse centrado en torno a las grandes figuras literarias. Hecho que, probablemente,hay que atribuir a la personalidad brillante y agresiva con la que la mayoría de éstos irrumpen en el escenario español en el momen-to en que la crisis finisecular alcanza su punto álgido tras el Desastre. Pero todavía no se ha escrito la última palabra sobre esta generación. Falta profundizar en otros aspectos en los que, además del literario y político,se analice rigurosamente la labor jurídica, sociológica y científica de los restantes miembros de la generación. Tampoco se ha profundizado en el estudio de sus raíces. Son todavía pocos, o menos de los necesarios, los trabajos consagrados a los miembros de las generaciones anteriores, especialmente a la inmediata de 1868. Y aún dentro de esta generación los estudios se han decantado, prioritariamente, hacia las figuras más señeras; Menéndez Pelayo, Pérez Galdós o Clarín en el campo literario, o Ramón y Cajal en el científico. Injustamente se ha restado importancia a los otros miembros de la genera-ción y, en consecuencia, no se han valorado debidamente sus aportacio-nes. Se ha olvidado que su conjunto tipifica el periodo correspondiente al último cuarto del siglo XIX. Este hecho general también se hace patente a la hora de analizar las aportaciones precursoras del 98. Éstas, básicamente, se han centrado en torno a la labor ensayística de unos pocos autores: como Almiralí Gener, Sánchez Toca, Mallada, Picavea, Azcárate, Salillas, Costa o Ganivet.5 No se han resaltado suficientemente las aportaciones que proceden de otros campos. Entre ellas hay que destacar las pertenecientes al quehacer cien-tífico- médico y al novelístico. Objeto ambas del presente trabajo. Se trata de un doble análisis. Uno, se refiere al impacto que sobre médi-cos y novelistas produce el espectáculo de los grandes fallos que afectan a la vida política y social de la Restauración, origen, en gran medida, de la crisis en la que desemboca al finalizar la centuria. El otro, se refiere al incremento de dicha crisis propiciado por la denuncia de unos y otros. Los médicos como es natural, centran su atención en la miseria mate-rial y moral en la que se hallan sumidas grandes masas de población per-tenecientes a las clases bajas. En contraste con el enriquecimiento de las clases altas y sus ostentosas formas de vida, la de aquellos se ha ido agravando durante los últimos años a causa de la crisis agraria que afecta al jornalero del campo y del deshumanizado auge industrial que afecta al obrero de la fábrica. Éstos, incluyendo las mujeres y los niños, son las víctimas de unas lamentables condiciones laborales, con horarios excesi-vos, escasa remuneración y locales insalubres. Falta de condiciones higié-nicas que también se hace extensiva a sus modestos hogares. Grave pro-blema social al que los políticos de la Restauración no han prestado la atención que merecía. 303 Los primeros, repito, que ponen en evidencia esta realidad son los mé-dicos por su mayor y más directo contacto con ella. A través de su cotidia-no quehacer profesional han comprobado que los miembros de la clase baja son los que sufren, en mayor medida, el impacto de la enfermedad con el consiguiente incremento de la morbilidad. Hecho que confirman las estadísticas demográficas y sanitarias.6 Se impone, en consecuencia, junto al estudio científico de la enfermedad, el de las causas que la favore-cen. A lo largo del siglo XIX, pero de forma especial en su segunda mitad, la medicina adquiere una dimensión social. Se presta mayor atención a los problemas médico-sanitarios. No en vano la Higiene es una de las especia-lidades médicas que viene experimentando un mayor desarrollo en esta centuria. Dicha atención se bifurca en dos direcciones: una, referida al papel desempeñado por el médico dentro de la colectividad en la que ejerce su labor profesional; otra, basada en el testimonio que ofrece el médico en tanto que directo testigo de la situación social del amplio sector de la población principalmente afectada por la enfermedad.7 Sobre el primer aspecto existen abundantes testimonios escritos. Entre ellos cabe destacar los muy importantes ofrecidos por el relato costum-brista o naturalista. Son fruto, a su vez, del creciente prestigio de que goza la ciencia como principal artífice del mítico Progreso, del que el médico aparece como su más directo representante. Hecho que, a su vez, reper-cute positivamente sobre su prestigio personal y profesional, pese a su modesto “status” social. Buen ejemplo de ello nos lo ofrecen las figuras de Teodoro Golfín o Alejandro Miquis, verdaderos héroes del mundo Galdosiano, o Máximo Juncal y el doctor Moragas figuras no menos impor-tantes de la obra de Emilia Pardo Bazán.8 Más importante todavía es el testimonio ofrecido por los médicos en general, y los higienistas en particular sobre la incidencia y características de la enfermedad sobre la sociedad a la que sirven profesionalmente. Ese testimonio junto a las medidas que a su vez engendrarán, tanto en el as-pecto médico como político, acabarán por constituir un factor importante en el desarrollo de una conciencia social de gran transcendencia. Hechos diversos, típicos de la época, todos de índole sanitaria van a contribuir a ello. En primer lugar, hay que reseñar las periódicas epidemias de cólera que van a jalonar la centuria: la de 1834-35, la de 1865 y la de 1885. La rapidez con que se propaga la enfermedad, con su masiva corte de defun-ciones provoca el pánico de todas las poblaciones afectadas, con la consi-guiente huída de las clases pudientes. Solo las clases modestas,carentes de medios para huir serán las principales víctimas de la enfermedad que diezma sus filas. La incidencia de las epidemias trae como consecuencia el mayor estudio de la etiología de la enfermedad, el tratamiento de la misma y la denuncia pública de la lamentable situación que afecta a las clases bajas de la población.9 Precisamente a esa situación es a la que hay 304 que atribuir la mayor incidencia de la enfermedad, y no solo en los casos de cólera. Los estudios e informes sanitarios se multiplican. Hecho aná-logo se produce cuando el médico detecta otra serie de factores negativos que afectan a las clases pobres: inadecuada e insuficiente alimentación y la falta de higiene en sus casas y lugares de trabajo. Especialmente se denuncian las condiciones laborales de los obreros de las fábricas que se van multiplicando en las zonas de mayor desarrollo industrial: horarios agotadores, jornales bajos e insalubridad de sus locales.10 El médico se convierte en protagonista. Movido por su conciencia profe-sional, y elementalmente de humanidad y justicia, será el divulgador de una de las grandes lacras de la sociedad de la Restauración. El que como consecuencia, adopte una actitud política de marcado signo progresista con la participación activa en muchas ocasiones, es una consecuencia bastante lógica. Posturas análogas se producen entre los profesionales de otros cam-pos. Minoritariamente la protagonizan juristas y sociólogos. Con mayor amplitud los novelistas. Con una particularidad. En tanto que las denun-cias realizadas por los profesionales indicados tienen un eco limitado a su propio ámbito, las realizadas por los novelistas tienen un área de difusión mucho mayor. Prácticamente son leídas por todos los españoles poseedo-res de cierta cultura. En sus páginas, y de acuerdo con la técnica naturalis-ta, se ofrece el relato vivo de la realidad española. No solo la madrileña, sino también la de muchas de sus regiones: la de Santander por obra de Pereda, la de Asturias por Clarín y Palacio Valdés, la de Galicia por Emilia Pardo Bazán; a su tierra catalana consagra sus novelas Narciso Oller,y algo después, a la valenciana,dedica Blasco Ibáñez sus primeras novelas. La compleja realidad madrileña se la reserva Pérez Galdós. Gracias a su pro-lífica pluma, la vida madrileña de forma sistemática y exahustiva cobra una profundidad y vigor extraordinarios. Por otra parte, y debido al acusado centralismo de la época, la pintura que nos ofrece de la capital española alcanza una dimensión nacional de que carecen las descripciones regionales. En efecto, Madrid es, además de la capital más grande de todo el territorio nacional, la sede del Gobier-no y de las más altas instituciones estatales. Sus recientes transformacio-nes urbanísticas así parecen confirmarlo. También es el gran foco de atrac-ción de lo mejor de la intelectualidad española.11 El entramado de la vida política típica de la Restauración, aquí se configura y de aquí arranca de forma radial hacia las restantes regiones españolas. Pero esta irradiación resulta tanto más débil en sentido positivo y más acusada en sentido nega-tivo cuanto más se aleja del centro. En las regiones, aun respondiendo a los mismos principios del sistema político, sufren la lógica refracción pro-ducida por el tránsito del medio capitaleño al provinciano y rural: se empe-queñecen y caricaturizan. En su conjunto la vida política nacional de la Restauración se convierte en lo que Costa definirá como “oligarquía y caci-quismo”. 12 305 Madrid viene a ser la síntesis o microcosmos de la vida nacional. Así lo entiende Galdós. De ahí, su empeño en ofrecernos su más acabada pintu-ra en las Novelas Contemporáneas y más concretamente en las que co-rresponden al período naturalista (1881-1889). De acuerdo con su peculiar técnica literaria, el autor de los Episodios Nacionales nos ofrecerá la descripción de ese período entrelazando los hechos históricos con la ficción literaria; los públicos con los privados. Acorde igualmente con la configuración clasista decimonónica, dicha pin-tura de la población madrileña se tipifica de acuerdo con las característi-cas de las distintas clases sociales, sus formas de vida, vicios y virtudes. En algunas novelas como Fortunata y Jacinta el autor a lo largo de sus cuatro tomos,nos ofrece la visión de prácticamente todas las clases que pueblan la capital. Pero no es lo frecuente. En general, en cada una de ellas, se centra en la descripción preferente de una sola. Las clases altas en Lo Prohibido (1885), La Incógnita y Realidad (1889); las clases medias en El amigo Manso (1882), Tormento y La de Bringas (1884) y las clases bajas en La Desheredada (1881), El Doctor Centeno (1883) y gran parte de Fortunata y Jacinta (1886-87). Prueba del rigor de su pintura social será la plena coincidencia referida a las clases bajas hecha en estas novelas y las que nos ofrecen los médicos. Resaltando en favor de aquellas, la viveza y plasticidad del relato literario. Como he apuntado, a lo largo de estas novelas la vida madrileña en todos sus aspectos y clases sociales, ha quedado bien dibujada. Pero no es ésta visión objetiva la que ahora interesa resaltar. Más bien importa fijar la atención en aquellos pasajes y personas en los que Galdós marca el acento en la consideración crítica a la política española,en tanto que prin-cipal responsable de la situación denunciada. Ante la falta de respuesta, dicha crítica seguirá una marcha ascendente hasta culminar en la fecha de 1898. En realidad, el fracaso en la guerra de Cuba con la consiguiente pérdida del resto de las colonias, es un capítulo -el más llamativo si se quiere- de una trayectoria en la década anterior. Pero las lacras de la vida española se hallan oscurecidas por el boato externo desplegado por las clases altas que detentan el poder. El lujo, desarrollo urbanístico, mejora cultural, ade-lantos técnicos y cierto refinamiento suntuario de importación, constitu-yen el anverso de este período. Su propio brillo exterior ha contribuido a desviar la atención de la mayor parte de la población hacia los problemas que afectan al país. Como hemos visto, solo unas minorías atentas obser-vadoras de la parte negativa de esa realidad, se encargará de ponerla en evidencia. La inmediata consideración crítica se hace inevitable y no es obra exclusiva de Galdós. Otros novelistas participan de ella desde distin-tos puntos de vista ideológicos. Tal sucede con Pereda, Palacio Valdés,el padre Coloma...13 306 Pero antes de iniciar el análisis de dicha crítica conviene puntualizar que, gran parte de la de tipo general, como cierta corrupción política, el amiguismo, la pereza y la desidia administrativa, etc., no son patrimonio exclusivo de este período. En realidad son defectos achacables a la natu-raleza humana; a lo sumo, acrecentados por la idiosincrasia hispana. Como es lógico han florecido en todos los tiempos. Pero ahora cobran nuevo protagonismo al sumarlos a los fallos específicos del sistema político vi-gente. Buen ejemplo de ello nos lo ofrece escritor al describir en las pági-nas de La desheredada el tipo del burócrata de las altas esferas adminis-trativas madrileñas. Con notable acierto lo sintetiza en la persona de don Manuel José Ramón del Pez. De él nos dice que era lumbrera de la Administración, fanal de las oficinas, astro de se-gunda magnitud en la política, padre de los expedientes, hijo de sus obras, hermano de dos cofradías, yerno de su suegro el señor don Juan de Pipaón, indispensable en las comisiones, necesario en las juntas, la primera cabeza del orbe para acelerar o detener un asunto, la mejor mano para trazar un plan de un empréstito, la nariz más fina para olfatear un negocio, servidor de si mismo y de los demás, enciclopedia de chistes políticos, apóstol nunca fatiga-do de esas venerandas rutinas sobre que descansa el noble edifi-cio de nuestra apatía nacional, maquinilla de hacer leyes, cortar reglamentos, picar ordenanzas y vaciar instrucciones, ordeñador mayor por juro de heredad de las ubres del presupuesto, hombre, en fin, que vosotros y yo conocemos como los dedos de nuestra propia mano, porque más que un hombre es una generación, y más que personaje es una casta, una tribu, en medio de Madrid, cifra y compendio de media España.14 Otro tanto sucede con la generalizada visión de la política, que Galdós ofrece en las páginas de El amigo Manso. El protagonista a propósito de la repentina vocación política de su hermano recién llegado de Cuba, se siente obligado a advertirle sobre la verdadera naturaleza de la política que se practica en nuestro país: Al oir esto del país,díjele que debía empezar por conocer bien el sujeto de quien tan ardientemente se había enamorado, pues exis-te un país convencional, puramente hipotético á quien se refieren todas nuestras retóricas políticas, ente cuya realidad sólo está en los temperamentos ávidos y en las cabezas ligeras de nuestras eminencias. Era necesario distinguir la patria apócrifa de la auténti-ca, buscando ésta en su realidad palpitante, para lo cual convenía, en mi sentir, hacer abstracción completa de los mil engaños que nos rodean, cerrar los oidos al bullicio de la prensa y la tribuna, cerrar los ojos a todo este aparato decorativo y teatral, y luego darse con alma y cuerpo á la reflexión asidua y á la tenaz observa-ción. Era preciso echar por tierra este vano catafalco de pintado 307 lienzo, y abrir cimientos nuevos en las firmes entrañas del verdade-ro país, para que sobre ellos, se asentara la construcción de un nuevo y sólido Estado.15 En ambos casos se trata de una crítica referida a determinados aspec-tos de la vida nacional, válida para otros momentos de nuestra historia, pero, que ahora, repito, cobran mayor importancia como parte de una crítica más amplia y generalizada. No ocurre lo mismo con otras novelas como en Lo Prohibido (1885), La Incógnita y Realidad (1889). En ellas la tendencia crítica se hace más agu-da y concreta. No se trata como ocurre otras veces de disquisiciones per-sonales hecha por el autor a propósito de la trama novelesca. Ahora, los protagonistas pertenecen a la clase alta y como tales son actores de la política de la Restauración. Pero también los veremos actuar como críticos de dicha política. Sin embargo, conviene señalar unas pequeñas diferencias entre la no-vela de 1885 y las de 1889, que también son perceptibles en el aspecto formal. Aunque las dos obras tienen una longitud semejante: dos tomos en cada una, en la primera, el tomo segundo no cambia de título porque no existen diferencias entre las dos partes. Ambas presentan el mismo ambiente, los mismos personajes y la misma filiación literaria. En esta novela, el naturalismo Galdosiano alcanza su punto álgido. Fiel al mismo, el objetivo fotográfico del autor se va desplazando de unos personajes a otros sin mostrar grandes diferencias entre ellos. Sólo uno, el que corres-ponde al enfermizo aristócrata, Pepe Carrillo, marca una diferencia con respecto a los restantes. Pero la consideración al mismo es breve. Repre-senta el ténue contrapunto idealista de la obra. Desaparece pronto simbó-licamente arrollado por la mentalidad burguesa en la que vitalmente se halla inmerso. De forma análoga el innato idealismo del autor queda aho-gado por la corriente naturalista en boga expuesta en el resto de la novela. En cambio en la novela de 1889, las dos partes tienen títulos diferentes: La Incógnita y Realidad. También es diferente la forma narrativa: epistolar en la primera y dialogada en la segunda. Pero sobre todo,y esto es impor-tante resaltar, entre una y otra se produce el tránsito del naturalismo a la nueva corriente idealista de fin de siglo. La ausencia de verdadero idealis-mo de La Incógnita da paso al idealismo representado por Federico Viera y, sobre todo Tomás Orozco de Realidad. Si Federico, de forma mucho más amplia, se halla en la línea de Pepe Carrillo de Lo Prohibido, el perso-naje de Orozco adquiere una nueva dimensión. De origen burgués, su idealismo no es de clase. Es estrictamente personal. Es fruto de su innata bondad y de ese afán de justicia social que por estos años se hace más patente en un sector de la sociedad en la que empiezan a hacer mella, como en Galdós, las preocupaciones sociales y las ideas socialistas. El idealismo de Orozco adquiere paulatino crecimiento a lo largo de la nove-la hasta convertirse en el elemento fundamental de la misma. 308 Muy similares, en cambio, son Lo Prohibido y La Incógnita pese a los cuatro años que las separa. Pero es lo único. Todo lo demás es similar: personajes,ambiente y tendencia literaria. Los protagonistas se hallan ex-traídos de la misma cantera social. Su procedencia, posición económica e idiosincrasia son idénticas. Representan el prototipo de las clases altas españolas de la época y, especialmente, de la madrileña. Carentes de ver-daderos ideales religiosos o políticos y de sólidos principios éticos, socia-les o culturales, la corrupción a nivel privado y público será la consecuen-cia más generalizada. Buena muestra de ello será la frecuencia en que se incurre en el adulterio y la farsa política en que ha derivado el pacífico turno de partidos en el poder con su inevitable secuela oligárquica y caciquil.16 Los protagonistas de Lo Prohibido y La Incógnita, no escapan al tipo reseñado. Ricos, y con familiares y amigos influyentes, apenas llegados a Madrid son obsequiados con una acta de diputado. Sin haber contraido mérito alguno en el servicio de la patria, se han convertido en padres de la misma. Hecho que les permite hacer, desde dentro, el análisis crítico del sistema político vigente. Aunque dicha crítica se agudiza en La Incógnita, ya en Lo prohibido el autor denuncia la farsa política a la que se ha llegado con el turno pacífico de los partidos liberal y conservador. Por boca de su protagonista escribe: A Severiano Rodríguez le trataba yo desde la niñez; a Villalonga le conocí en Madrid. El primero era diputado ministerial, y el segundo de oposición, lo cual no impedía que viviesen en armonía perfecta, y que en la confianza de los coloquios privados se riesen de las batallas del Congreso y de los antagonismos de partido. Represen-tantes ambos de una misma provincia, habían celebrado un pacto muy ingenioso: cuando el uno estaba en la oposición, el otro esta-ba en el poder, y alternando de este modo aseguraban y perpetuaban de mancomún su influencia en los distritos. Su rivalidad política era solo aparente, una fácil comedia para esclavizar y tener por suya la provincia,que, si se ha de decir verdad,no salía mal librada de esta tutela, pues para conseguir carreteras, repartir bien los des-tinos y hacer que no se examinara la gestión municipal, no había otros más pillines. Ellos aseguraban que la provincia era feliz bajo su combinado feudalismo. Por supuesto, el pobrecito que cogian por medio, ya podia enco-mendarse a Dios... A mi me metieron más adelante en aquel frega-do, y sin saber cómo hiciéronme también padre de la patria por otro distrito de la misma dichosa región. Para esto no tuve que preocuparme de nada, ni decir una palabra a mis desconocidos electores. Mis amigos lo arreglaban todo en Gobernación y yo con decir si ó no en el Congreso, sugún lo que ellos me indicaban, cumplía.17 309 Otro rasgo digno de ser considerado es el carácter autobiográfico que campea en las novelas de 1889. Galdós, como tantos novelistas, no esca-pa a la tentación de encarnar en alguno de sus personajes parte de sus rasgos personales. Tal ocurre, por ejemplo con Evaristo Feijoo de Fortunata y Jacinta, según confiesa a Emilia Pardo Bazán.18 Sin embargo, dichas similitudes parecen acentuarse en el caso de los protagonistas de Lo Prohibido y La Incógnita. A semejanza de los mismos Galdós ha sido agraciado por mediación de su amigo Ferreras, con un acta de diputado por el partido Liberal.19 Tanto su elección como su labor como padre de la patria, serán muy semejantes a las descritas al referirse a los protagonistas de ambas novelas. Incluso coincide en muchos de los ras-gos personales atribuidos a dichos protagonistas: carácter analítico, exce-siva proclividad amorosa, horror a hablar en público... No cabe duda que son las ideas y la experiencia personal del autor las que dictan las palabras puestas en boca de estos personajes cuando escribe: Yo era diputado cunero, y no me cuidaba ni poco ni mucho de los deberes de mi cargo. Jamás hablaba en las Cortes, asistía poco a las sesiones, no formaba parte de ninguna Comisión de importan-cia, no servía mas que para sumarme con la mayoría en las ocasio-nes de apuro... Francamente el Congreso me parecía una comedia y no tenia ganas de mezclarme en ella.20 Pero Galdós desea dejar a salvo su moral privada y con ella la de alguno de sus personajes. Así escribe refiriéndose al interesante Cisneros de La Incógnita: ... siendo este hombre una calamidad en política, en el terreno privado no hallarás persona de más formalidad. Fuera de ciertos devaneos mujeriles, que con la edad van concluyendo, es Cisneros lo que se llama un perfecto ciudadano, paga puntualmente sus contribuciones, cumple con fidelidad todos sus deberes, y en sus tratos resplandece la honradez más pura.21 Con todo, es en esta novela donde la crítica Galdosiana al mundo políti-co y social de la Restauración adquiere una mayor dimensión hasta alcan-zar esos tonos disolventes que solo después veremos a raíz del Desastre del 98. Pero al llegar aquí conviene añadir un factor más. Aparte de que la con-sideración crítica al sistema político siga una marcha creciente hasta cul-minar el en 98, existe en el caso que nos ocupa la injerencia de la crisis personal del autor. Galdós, profundamente enamorado de doña Emilia Pardo, con la que mantiene relación sentimental desde finales de 1887, acaba de sufrir el duro golpe proporcionado por la infidelidad de ésta.22 Es más que probable que la redacción de las dos novelas de 1889 sean fruto 310 y válvula de escape de la decepción sufrida, y de la profundidad de sus sentimientos heridos. El autor, a través de la identificación con los prota-gonistas de ambas novelas -Manolo Infante en la primera y Orozco en la segunda-, nos ofrece la visión profunda y minuciosa de su mundo interior y de gran parte del que le rodea, aunque no pertenezca a él enteramente. Siendo especialmente a través de su crítica con la que da rienda suelta al pesimismo y tristeza que ahora le invade. Para ello, su compleja persona-lidad ha tenido que desdoblarla en los dos personajes citados. En Manolo Infante encarna la parte menos negativa del hombre-tipo de la Restaura-ción, al que en alguna medida también pertenece el Galdós de estos años. Por ello ambos -autor y personaje literario- son actores, testigos y críticos de sus propios fallos.23 En Orozco en cambio, trata de encarnar al hombre del futuro sobre el que debe edificarse la regeneración de España. A nivel personal, don Beni-to aspira a encarnar su mejor faceta humana: la del hombre bueno, idea-lista y generoso capaz, como el protagonista, de perdonar a la mujer infiel. A nivel público el autor da un paso más y se convierte en el escritor com-prometido políticamente en favor de las clases bajas de la sociedad. Paralelamente a la crisis personal se produce la artística con la quiebra del ciclo naturalista. Con una coincidencia asombrosa dicha crisis se ma-terializa en el breve lapso de tiempo que media entre las dos novelas. Con La Incógnita, concluida en el mes de febrero, pone fin a su etapa natura-lista. Con Realidad, finalizada en julio, abre un nuevo ciclo literario más idealista y espiritual. Ciclo que desarrollará a lo largo de los años de 1890 con obras tan significativas como Ángel Guerra, Nazarín, Halma o Miseri-cordia. 24 De acuerdo con la dualidad apuntada,y volviendo al tema que ahora importa, es lógico que sea en La Incógnita donde se agudice la crítica que venimos comentando. En esta novela,como apuntaba, llega a alcanzar los tonos más disolventes y revolucionarios hasta arremeter con la parte más positiva de la Restauración: la fructífera paz conseguida tras los turbulen-tos años que suceden a la revolución de l868. Buena muestra de ello nos la ofrece por boca del personaje Cisneros. Éste dirigiéndose a su sobrino exclama: También tratarán de meterte en la cabeza esa monserga de paz de la paz... que necesitamos paz para prosperar, y enriquecernos con la... la... industria, la agricultura... y dale que le darás. Esto, chico, es como si al que no tiene que comer se le dice que se siente a esperar que le caigan perdices, en vez de salir y correr en busca de un pedazo de pan. ¡La paz!... Llamar paz al aburrimiento, a la som-nolencia de las naciones, languidez producida por la inanición inte-lectual y física, por la falta de ideas y de pan, es muy chusco. ¿Para qué queremos la paz? ¿De qué nos sirve esa imagen de la muerte, 311 ese sueño estúpido, en cuyo seno se aniquila la nación...? En el fondo de este sueño late la revolución, no esa revolución pueril por la que trabajan los que no tienen el presupuesto entre los dien-tes, sino la verdadera, es decir la muerte, la que todo debe confun-dirlo y hacerlo polvo y ceniza, para que de la materia descompues-ta salga una vida nueva, otra cosa, otro mundo, otra sociedad modelada en los principios de la justicia.25 No es extraño que después de leer La Incógnita, en la que se ha recono-cido, encarnada en la protagonista, doña Emilia aluda a la dualidad exis-tente entre el pacífico Galdós de la conversación y el subversivo autor de la páginas de la novela que acaba de leer. Aludiendo a este hecho le escri-be: Ya he leido La Incógnita,como supondrás. Es cosa rara. Cuando tu escribes, eres tan nihilista e insensato como sensato y ministerial y burgués en la conversación.26 En estas novelas la crítica a la política gubernamental alcanza también a la administración de los territorios de ultramar, especialmente a la isla de Cuba. Las promesas hechas al firmar la Paz de Zanjón (1878) tras la última contienda, no se han cumplido. No se han atendido sus reivindicaciones y la corrupción administrativa sigue siendo un mal endémico. La población cubana se divide entre autonomistas e independentistas y al finalizar la década de 1880 el malestar y descontento es claramente perceptible. Pero como de costumbre, el Gobierno actúa con la indecisión y desidia de siem-pre. La necesidad de abordar el problema cubano con el rigor que exige, no se produce. El problema se agudiza ahora por la ingerencia interesada de los Estados Unidos. No es extraño que el problema cubano se convierta en candente y como tal, Galdós lo tratará con análogo juicio crítico en las novelas de 1889. En ellas la corrupción administrativa estará representada en el personaje iró-nicamente apodado el Catón ultramarino. En Gobiernos anteriores había desempeñado un alto cargo de la administración de Cuba y, como la ma-yoría había tratado de enriquecerse a costa de la sufrida isla. En la actuali-dad se halla cesante y rabia por el deseo de nuevo cambio político que le permita volver para reponer su economía. Por ello es enemigo furibundo de la solución de la venta de la isla que empieza a barajarse en las altas esferas. Hecho que pone en evidencia el protagonista de la novela. Mi padrino y el Catón ultramarino sostenían viva discusión, porque el primero cree que debemos vender la isla de Cuba a los Estados Unidos. El segundo no está por la venta, al menos hasta que él se deje caer allá otra vez, para poner cual una seda la administración de tan desgraciada como generosa isla.27 * * * 312 La crítica de los grandes fallos de la Restauración y el cuestionamiento de sus postulados no ha surgido, como creyó gran parte de la población española, a raíz del desastre del 98. Como hemos visto, se había gestado bastantes años antes y sus protagonistas de entonces tampoco fueron los miembros de la generación del 98. La mayoría pertenecían a la generación anterior, la de 1868. Para los jóvenes que hacen acto de presencia política y literaria a finales de siglo, las imágenes críticas les resultaban conocidas. Con ellas se ha-bían familiarizado en la vida real y, literariamente, las han visto reflejadas en las páginas de sus autores favoritos. Entre ellos Galdós ocupa un lugar preferente. También son los escritores de la generación anterior los que mejor han tipificado las principales posturas ideológicas que se han ido abriendo paso a lo largo del siglo XIX. Tradicionalismo y conservadurismo por un lado, y progresismo o liberalismo por otro, han cuajado en distintos parti-dos hasta llegar a la fecha de 1875. A partir de ahora, y de forma más convencional y pragmática; se han polarizado en los partidos turnantes en el poder: el liderado por Cánovas y el liderado por Sagasta. Pero son fruto del cansancio experimentado por la mayoría de los españoles tras el agita-do periodo revolucionario. Cansancio que en forma de compromiso políti-co ha sabido aprovechar Cánovas, el artífice de la Restauración28 repre-sentaba la evolución ideológica diseñada por la revolución de 1868, abor-tada a finales de 1874. Por ello, son probablemente los escritores, mejor que los políticos, quienes encarnan con variedad de matices, las corrien-tes ideológicas apuntadas. La tradicionalista y conservadora, que asume los ideales históricos de unidad nacional, catolicismo activo y culto a los valores familiares tradicionales, aparece representada en Pereda y Menéndez Pelayo. La liberal, que a lo largo del siglo XIX, se presenta como antagóni-ca de la anterior es partidaria, políticamente, de un gobierno fuertemente constitucional y democrático,del progreso material y cultural al que unen un afán de mayor justicia social. Sobre esta base, y a imitación de otros países, aspiran a situar a España entre las naciones desarrolladas de Euro-pa. En esta ideología se inscriben, entre otros, Galdós, Clarín y los institucionistas. Situada entre estas dos, aún se perfila una tercera opción más modera-da y contemporizadora. La representa Emilia Pardo Bazán que, con su peculiar eclecticismo desea conciliar lo más positivo de ambas. De la pri-mera defiende la unidad de España y los valores religiosos, aunque despo-jando a estos últimos de buena carga de integrismo y fanatismo, especial-mente acusado en los tradicionalistas. A su juicio, dichos valores no tie-nen por qué ser incompatibles con el deseo de progreso económico y cultural propios de la Europa desarrollada y culta que defiende el otro bando. Pero doña Emilia fracasará como han fracasado antes y después cuantos han intentado posturas semejantes.29 313 Probablemente porque esta mentalidad no cuadra con el temperamen-to apasionado y poco racionalista de los españoles. Por tanto, son las otras dos posturas ideológicas, con variantes y mati-ces propios de las distintas circunstancias históricas, las que volverán a reproducir los miembros de la generación del 98 durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, durante los años inmediatamente anteriores y posteriores al Desastre, dicho dualismo no se produce. Al contrario. Los ardores juve-niles reclaman una acción más contundente de tipo anarquista y socialis-ta. Sus posturas políticas y sociales se hallan más cerca del Galdós de los años finiseculares al que superan en apasionamiento. Recordemos a título de ejemplo el filosocialismo de Unamuno anterior a 1895.30 Pero pronto, muy pronto, la mutante inquietud unamuniana, acrecentada por la crisis de los años de 1890, le lleva a elucubrar en otras direcciones. Fruto de la misma es En torno al casticismo aparecido en 1895 en las páginas de La España Moderna.31 Su deambular filosófico de Hegel a Proudhon y a Marx y su regreso al primero a través de Taine, le conduce a la reflexión sobre el carácter na-cional. Al igual que Ganivet, capta la importancia de la evolución histórica de los pueblos hasta llegar a la conclusión de que “cualquier método eco-nómico- social de regenerar a España solo podía triunfar si se adaptaba a la personalidad nacional”.32 Así, frente a la europeísta, se perfila su posición casticista, que tiene puntos en común con las mejores aportaciones de tradicionalistas y conservadores. En el caso de Ramiro de Maeztu se produce una evolución similar aun-que mucho más radical y acentuada.33 Menos llamativa es la evolución de Azorín.34 A este contenido puramente ideológico hay que añadir el de tipo social. Se trata del paulatino abandono del filopopulismo tan generalizado en los años finales del siglo. A medida que las clases bajas van elaborando su propia conciencia de clase, y gestando su revolución bajo consignas inter-nacionales anarquistas y socialistas, dicho populismo va desapareciendo de gran parte de sus antiguos defensores. Contribuye a ello la forma vio-lenta de la actuación popular (terrorismo, huelgas, etc), el descubrimiento de sus grandes fallos como clase (aunque puedan atribuirse a su incultura y miseria) y, sobre todo, el que hayan desertado de cualquier posiciona-miento a las ordenes de la clase media o burguesa. La verdad es que gran parte del generalizado populismo de la época tenía más de carácter forklórico que auténtico contenido social. A él había contribuido, no poco, el especial costumbrismo artístico, musical, y litera-rio de los años que le preceden, (1875-1890) que alcanza su mejor expre-sión en la pintura de género, el sainete y la zarzuela.35 314 Distinta es la evolución política y social experimentada por otros escrito-res de la misma generación como Antonio Machado y Pío Baroja. El prime-ro, nacido en 1875, es el más jóven de la generación. Desde su infancia se halla vinculado a la Institución Libre de Enseñanza por lazos familiares y por haberse educado en ella.36 Fiel a sus principios sigue la tradición idelógica propia del liberalismo progresista hasta desembocar en la Alian-za Republicana (1936). Igualmente participa de la idea regeneracionista basada en la educación. Especialmente la considera fundamental para que el pueblo pueda acceder al protagonismo político y mejora social que merece. Idea no del todo compartida por Galdós. El autor de La Desheredada, sin desdeñar la importancia del factor edu-cativo, considera la pacífica incorporación del pueblo a su protagonismo político como un fenómeno de dinámica histórica, basada en la fusión de clases. De igual modo que antes se produjo, con resultados positivos, la fusión de la caduca aristocracia con la vital burguesía, ahora tras el des-gaste de las clases altas fruto de aquella fusión, se impone la fusión de las clases bajas, espiritualmente sanas y vigorosas, con los más cultos repre-sentantes de la clase media y pequeño burguesa. En cuanto a Baroja, el camino seguido será distinto al de Machado. Su izquierdismo presenta matices diferentes. Va desde el anarquismo juvenil al republicanismo. Desde 1909 a 1918 había participado en las elecciones por el partido Radical Liberal. Su temperamento crítico y pesimista le hace incurrir en no pocas contradiciones fruto de esa ácida sinceridad que le lleva a criticarlo todo: ideas, instituciones y personas. De esa crítica no se librarán ni Galdós, ni ciertos aspectos de la II República y de la acción popular. No es extraño, por tanto, que acabe refugiándose en la soledad huraña de su labor literaria. Vemos, como a medida que se remontan las primeras décadas del siglo XX, se hace más visible el rumbo divergente seguido por la mayoría de los escritores del 98 con respecto a Galdós y a gran parte de esta generación. De igual modo, a medida que se afianza la personalidad literaria de aque-llos, inserta en nuevos postulados artísticos, también se pierde aquella admiración inicial. En su lugar surge el inevitable proceso de incompren-sión y antagonismo generacional. Los del 98 no vieron los puntos de filia-ción que les unían con la generación anterior. Incluso renegaron de cual-quier semejanza basándose en aspectos de tipo personal y estético. El hecho no tiene nada de extraño. Es la confirmación de un fenómeno natu-ral, casi biológico: el de la conflictiva relación paterno-filial trasplantada al mundo de la cultura.37 Habrá que esperar a la aparición de la nueva gene-ración de 1914, la de los nietos, para que de acuerdo con el mismo fenó-meno, se produzca la revalorización de Galdós y de cuanto representaba su generación. 315 NOTAS 1 BALFOUR, S., El fin del Imperio español (l898-l923), Barcelona, l997. 2 En el siglo XIX la admiración de los liberales españoles se dirige hacia Inglaterra que a lo largo de este siglo ocupa el primer puesto en el concierto internacional. Dicha admira-ción es especialmente ostensible entre algunos krausistas como Gumersindo de Azcarate o Giner de los Ríos. A este respecto véase: CACHO VIU, V., La Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1962. 3 FAUS SEVILLA, P., «La España finisecular vista por Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán», en Actas del V Congreso Internacional de Estudios Galdosianos, 1993, pp.185-203. 4 Entre la amplia bibliografía general consagrada a la Generación de 1898, cabe destacar los estudios ya clásicos de: - BAROJA, R., Gente de la Generación del 98, Barcelona, 1952. - BLANCO AGUINAGA, C., Juventud del 98, Madrid, 1970. - DIAZ PLAJA, G., Modernismo frente a 98, Madrid, 1951. - FERNÁNDEZ ALMAGRO, M., En torno al 98, Madrid, 1948. - FOX, E. I., La crisis intelectual del 98, Madrid, 1976. - FRANCO, D., España como preocupación, Madrid, 1960. - GRANJEL, L., Panorama de la Generación del 98, Madrid, 1959. Baroja y otras figuras del 98, Madrid, 1960. - GULLÓN, R., La invención del 98 y otros ensayos, Madrid, 1969. - JESCHKE, H., La Generación de 1898 en España, Madrid,1945. - LAIN ENTRALGO, P., La Generación del 98, Madrid, 1945. - LÓPEZ MORILLAS, J., Hacia el 98, Barcelona, 1972. - PÉREZ DE LA DEHESA, R., El pensamiento de Costa y su influencia en el 98, Madrid,1966. - SENDER, R., Los noventayochos, Nueva York, 1961. - SHAW, D. L., La Generación del 98, Madrid, 1978. - TIERNO GALVÁN, E., Costa y el regeneracionismo, Barcelona, 1961. - Varios, La crisis de fin de siglo, Barcelona, 1974. 5 ALMIRALL, V., (1841-1904), L’Espagne telle qu’elle est, 1886. - GENER, P., (1848-1920), Herejías, 1887. - SÁNCHEZ TOCA, J., (1852-19), La crisis agraria en Europa y sus remedios en España, 1887. - MALLADA, L., (1841-1921), Los males de la patria y la futura revolución española. Consideraciones generales acerca de sus causas y efectos, 1890. - COSTA, J., (1846-1911), Colectivismo agrario en España, 1898. - PICAVEA, M., (1847-1899), El problema nacional: hechos, causas y remedios, 1891. - AZCÁRATE, G. de, (1840-1917), El régimen parlamentario en la Práctica, 1892. - UNAMUNO, M. de, (1864-1936), En torno al casticismo, 1895. 316 - SALILLAS, R., «Estudio sobre el submundo criminal» en Hampa, 1898. - GANIVET, A., (1865-1898), Idearium español, 1898. Como puede observarse por las fechas de nacimiento, la mayoría de estos escritores pertenecen a la generación de 1868. 6 Boletín Mensual de Sanidad. Publicación de la Dirección General de Sanidad desde 1888. - REVENGA, R., La muerte en España. Estudio estadístico sobre la mortalidad, Madrid, 1904. - JIMENO AGIUS, J., La natalidad y la mortalidad en España, Madrid, 1883. - COMENGE Y FERRER, L., Mortalidad infantil en Barcelona según las clases sociales, Barcelona, 1900. 7 LÓPEZ PIÑERO, J. M., El saber médico en la sociedad española del siglo XIX en Medici-na y Sociedad en la España del siglo XIX, Madrid, 1964. - Íd. «El testimonio de los médicos españoles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo. El Proletariado industrial», en Medicina y sociedad... 8 Teodoro Golfín, famoso médico oftalmólogo de Marianela de Galdós es uno de los personajes más importantes de la novela. Otro tanto ocurre con el joven Alejandro Miquis de El Doctor Centeno. En la novelística de E. Pardo Bazán destacan Máximo Juncal, el interesante médico rural de Los Pazos de Ulloa y Madre Naturaleza y el doctor Moragas, figura extraordina-riamente atractiva que aparece en La Diedra Angular, Doña Milagros y Memorias de un solterón. Según la autora este personaje está extraído de la realidad. Sobre la valoración de la figura del médico por parte de la sociedad, véase : GARCÍA BALLESTER, L., El testimonio de la sociedad española en el siglo XIX acerca del médico y su actividad, en Medicina y sociedad... 9 FAUS SEVILLA, P., en Epidemias y sociedad en la España del siglo XIX. El cólera de 1885 en Valencia y la vacunación Ferrán, en Medicina y sociedad... - El cólera en Valencia en 1885. Memoria de los trabajos realizados durante la epidemia. Presentado por la Alcaldía al excelentísimo Ayuntamiento en nombre de la Junta Municipal de Sanidad, Valencia, 1886. 10 Sobre la situación de los obreros y las condiciones sanitarias de sus casas, lugares de trabajo e incidencia de las enfermedades véase: - SALCEDO GINESTAL, E., Higiene de las industrias y con especialidad de las de España, Madrid, 1895. - Íd. - Higiene y Patología del obrero, Madrid, 1902. - Íd. - Estudios elementales de higiene industrial. Directorio de los patronos en la higienización de las industrias, Madrid, 1904. - MAMBIEL Y SALGADO, R., Higiene popular. La cuestión obrera en España, o estado de nuestras clases necesitadas y medios para mejorar su situación, Santiago, 1885. - BAGLIETTO, M., Influencia de la higiene industrial en el progreso y bienestar de la clase obrera, Madrid, 1892. - BELMAS, M., La crisis del trabajo y los obreros de Madrid, Madrid, 1893. - SANTIAGO, A. C. de, La higiene de las profesiones, La Coruña, 1891. - VALENTÍ VIVÓ, J., Profilaxis profesional, Barcelona, 1892. 317 Sobre la vivienda, trabajo infantil, etc.: - APRÁIZ Y SÁENZ DE BURGO, La vivienda del pobre; su influencia en la salubridad pública y necesidad urgente de mejorar sus condiciones higiénicas, Vitoria, 1893. - BERTRAN RUBIO, La habitación del obrero..., Barcelona, 1896. - HERNÁNDEZ IGLESIAS, Construcción de viviendas higiénicas y económicas para obre-ros, Madrid, 1890. - SERRANO FATIGATI, Alimentos adulterados y defunciones. Apuntes para el estudio de la vida obrera en España, Madrid, 1893. - BALAGUER OROMÍ, El trabajo de los niños. Necesidad de limitarlo..., Barcelona, 1889. - DIAZ DE QUINTANA, A., El niño obrero. Apuntes de higiene y educación, Madrid, l887. - PESET Y CERVERA,V., La miseria, sus causas y remedios, Valencia, 1884. - MOLINER, F., Liga Nacional contra la tuberculosis y de socorro a los físicos pobres. Proyecto de estatutos y reglamento, Valencia, 1899. - BOTELLA MARTÍNEZ, J., De la asistencia a la embarazada pobre en Madrid, Madrid, 1903. - LARRA CEREZO, Los convalecientes proletarios en España, Madrid, 1899. 11 Refiriéndose a las grandes transformaciones de Madrid escribe Galdós por boca de uno de sus personajes: “Mis primeras impresiones fueron de grata sorpresa en lo referente al aspecto de Madrid, donde yo no había estado desde los tiempos de González Bravo. Causabanme asombro la hermosura y amplitud de las nuevas barriadas, los expeditivos medios de comunicación, la evidente mejora en el cariz de los edificios, de las calles y aún de las personas, los bonitísimos jardines plantados en las antes polvorosas plazue-las, las gallardas construcciones de los ricos, las variadas y aparatosas tiendas, no inferiores, por lo que desde la calle se ve, a las de París o Londres, y, por fin, los muchos y elegantes teatros para todas las clases, gustos y fortunas. Esto y otras cosas que observé despues en sociedad, hicieronme comprender los bruscos adelantos que nuestra capital habia realizado desde el 68... Lo Prohibido, I, C.I,p.6 Otras ciudades españolas muestran transformaciones importantes. Entre éstas des-taca Barcelona, cuya riqueza, fruto del desarrollo industrial y comercial, será exhibida en la magnífica Exposición Internacional de 1888. 12 COSTA, J., Ologarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, 1901. 13 Pereda hace la crítica de la política de la Restauración en Pedro Sánchez y de las clases altas madrileñas en La Montálvez. Análoga crítica de las clases altas madrileñas nos la ofrecen Palacio Valdés en La espuma y el padre Coloma en Pequeñeces. 14 PÉREZ GALDÓS, B., La Desheredada, Madrid, 1890, vol 1, cap.XII, pp.206-207. 15 Íd. -El amigo Manso, Madrid, 1882, pp.71-72. 16 Referidas a este aspecto existen varios testimonios del autor expresados por el prota-gonista de Lo Prohibido: “Observé que sus ideas religiosas venían a ser poco más o menos como las mías, débiles, tornadizas, convencionales y completamente adapatadas al temperamento tolerante, a este pacto provisional en que vivimos para poder vivir.” 1, C.IV, p.76. 17 Lo Prohibido, Madrid, 1885, vol.I,cap.III, p.61. 18 En carta fechada el 16 de junio de 1887, E. Pardo Bazán escribía a Galdós: “¿conque Feijoo es personaje representativo en algún modo del autor? No lo había sospechado“. Archivo de Galdós en la Casa Museo de Las Palmas de Gran Canaria. 318 19 José Ferreras, zamorano, gran periodista dirigió varios periódicos. De muy sensato talento político fue hombre de confianza de Prim primero, después de Sagasta. Su fidelidad fue recompensada llegando a desempeñar el Gobierno civil de Salamanca y la Dirección General de Obras públicas. Para más datos relacionados con Galdós véa-se: ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Barcelona, 1995. 20 Lo Prohibido, 1, X, p.159. 21 La Incógnita, Madrid,1889, p.43. 22 Para la relación amorosa entre Galdós y Doña Emilia véase: BRAVO VILLASANTE, C., Vida y obra de Emilia Pardo Bazán, Madrid, 1973; PARDO BAZÁN, E., Cartas a Galdós, Pról. y ed. por C. Bravo Villasante, Madrid, 1978; ORTIZ-ARMENGOL, P., op cit. Con mayor extensión trato el tema en mi libro Emilia Pardo Bazán y su época, próximo a publicarse. 23 Demuestra la identificación del escritor con el desarrollo de las dos novelas, la total coincidencia cronológica de los hechos narrados y la redacción de estas. Especialmen-te este hecho se patentiza en La Incógnita. En ella, las fechas de las cartas escritas por el protagonista a su amigo coinciden con las fechas con que empieza y acaba la nove-la, noviembre de 1888 y febrero de 1889. 24 Ángel Guerra está fechada en 1891, Nazarín y Halma en 1895 y Misericordia en 1897. 25 La Incógnita, pp.28-30. 26 PARDO BAZÁN, E., Cartas a Galdós, p.81. 27 La Incógnita, p.178. 28 SECO SERRANO, C., Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, Barcelona, 1969. 29 El ejemplo más inmediato, anterior a Emilia Pardo nos lo ofrece el partido La Unión Liberal, surgido trás la revolución de 1854. 30 Hasta 1894 Unamuno colaboró activamente en el Semanario socialista La lucha de clases de Bilbao. Desde Salamanca escribía a un corresponsal: “Yo hago propaganda francamente socialista desde un periódico de aquí”. Cita de BLANCO AGUINAGA, C., en Juventud del 98, Madrid, 1970, p.55. El 31 de mayo de 1895 Unamuno escribía a Clarín: “Sueño con que el socialismo sea una verdadera reforma religiosa, cuando se marchite el dogmatismo marxiano”. Epistolario a Clarín. Madrid, 1941, p.53. Véase: SHAW. D., La Generación del 98, Madrid, 1978. 31 La España Moderna (1889-1914). Fue fundada y dirigida por José Lázaro Galdeano en 1889 bajo la inspiración y ayuda de Emilia Pardo Bazán. Durante los 25 años de extencia, y gracias a contar con la colaboración de las personalidades más destacadas dentro del mundo de las Humanidades, llevó a cabo una extraordinaria labor de renovación de la cultura española. 32 Este es el tema principal de su ensayo “De regeneración en lo justo” de 1898. SHAW, D., op cit., p.78. 33 La evolución ideológica es radical pero lenta. Es fruto de las distintas influencias que va recibiendo a lo largo de su vida. En 1910 aún se considera socialista. La posterior influencia del socialismo gremialista inglés se reflejará en La crisis del humanismo (1920). La influencia de Nietzsche y el contacto con la hispanidad durante su estancia como embajador en Argentina, le acerca a los tres grandes mitos de la cultura española Don Quijote, Don Juan y la Celestina (1928) La vivencia del mundo de los Estados Unidos le conducirá a la Defensa de la Hispanidad (1934). En esta obra sintetiza su nueva postura ideológica anclada en los valores tradicionales de España (catolocismo,autoridad,imperio...). MAINER, C., Modernismo y 98, Barcelona, 1979. 34 La evolución de Azorín es menos llamativa, aunque no menos real. Pasa del “anarquis-mo literario” en frase de Clarín hacia posturas más conservadoras en las que se enlaza 319 la ”educación de la sensibilidad literaria, la alianza de la inquietud nacionalista-radical y las formas del pensamiento conservador” MAINER, op.cit., pp.376-377. 35 Antes de producirse el auge de la pintura social tan prodigada en los años de 1890 y con la que concluye la pintura histórica, se ha prodigado la pintura de género descrita por Galdós en La Incógnita. El protagonista al referirse a la pintura que adorna la casa de Augusta escribe: allí no verás más que pinturas frescas, nuevecitas... escenas anda-luzas o madrileñas. Tipos gitanescos... majas y además paisajes”, pp.91-92. 36 Antonio Machado Ruiz (1875-1939) era nieto de Antonio Machado Núñez (1812-1895), doctor en Medicina, en Ciencias Naturales, Farmacia y Filosofía y Letras, fue catedrá-tico y Rector de la Universidad de Sevilla. Del partido progresista tomó parte activa en la revolución de 1868 y después desempeñó los cargos de Gobernador y Alcalde de Sevilla. Fue amigo de Sanz del Río y de los miembros de la primera generación de alumnos krausistas, especialmente de Giner. En 1883 pasó a la Universidad de Madrid en donde desempeñó el Decanato de la Facultad de Ciencias Naturales. Su único hijo fue Antonio Machado Álvarez (1848-1892),padre del poeta, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Aunque ejerció como abogado, su voca-ción le llevaba por otros rumbos. Desde 1878 enpezó a publicar el Folklore andaluz que continuó hasta 1888 con el título de Biblioteca de Tradiciones Populares. Cuando su padre marcha a Madrid en 1883, le acompaña para que sus hijos puedan estudiar en la Institución Libre de Enseñanza. Tía del poeta era María Machado con la que estuvo a punto de contraer matrimonio Francisco Giner. Para más datos véase: CACHO VIU, La Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1962. Muchos más datos ofrece JIMÉNEZ LANDI, La Institución Libre de Enseñanza, Madrid ,1973, v.I. Para María Machado: FAUS SEVILLA, P., Semblanza de una amistad. Epistolario de González de Linares a F. Giner de los Ríos, Santander, 1986. 37 Recuérdese entre análogos fenómenos culturales la actitud de los jóvenes románticos de principios del siglo XIX con respecto a la generación clasicista anterior. Reacción similar la protagonizan los realistas y naturalistas con respecto a los últimos represen-tantes del romanticismo. |
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