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LA SOCIEDAD EN LA CRISIS DE FIN DE
SIGLO. EL DESARROLLO DE LA ÉTICA
BURGUESA EN LOS EPISODIOS NACIONALES
DE D. BENITO PÉREZ GALDÓS
Esperanza Amo González
La ética burguesa y su repercusión en la vida pública.
Vivamos con todo el bienestar posible; rodeémonos de comodi-dades,
vengan de donde vinieren; evitemos la penuria, las deu-das;
tengamos todo lo preciso para evitar afanes; y en el seno de
la opulencia bien ordenada seamos modestos, caritativos, reli-giosos
y todo lo buenos que hay que ser.1
La clase media española, como vemos en este fragmento, hace suyos
los valores de ahorro, honestidad y orden señalados por Bollnow como
fundamento ideológico europeo de la emergente burguesía liberal en los
siglos XVIII y XIX.2
Es sabido que en nuestro país esta clase, dedicada preferentemente a la
industria y el comercio, no se haya representada ni en número ni en segu-ridad
económica con la fuerza que lo estuvo en las naciones que llevaron
a cabo la revolución política capitalista en Europa. Los estudios de Max
Weber, A. Fanfani, Tuñón de Lara y López Aranguren en España son claros
al respecto.
La España decimonónica y finisecular que Pérez Galdós describe y los
tipos humanos que con tanta maestría retrata, adolecen de esa fragilidad
monetaria que no encontramos en los orondos y satisfechos personajes
burgueses de la literatura inglesa o francesa. Los comerciantes y funciona-rios
de Galdós económicamente son poco boyantes incluso en situación
de trabajo; la vida modesta y el fantasma de la cesantía los define. La falta
de audacia y de confianza en la libre empresa frena este tipo de actividad.
La ética de todos ellos participa del ideal burgués pero los resultados no
están a la altura de sus pretensiones.
El hecho de que con tanta frecuencia sitúe a sus personajes en Madrid y
no en Barcelona o Cádiz es debido a que el prototipo de la clase liberal se
parece mayoritariamente al hidalgo castellano y no a los monfletudos
concellers enriquecidos que Lluis Dalmau pintara ya en el Levante del si-glo
XVI.
4.3-2
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En la novela Miau la clase media está representada por el cesante D.
Ramón Villaamil. La falta de seguridad hace que esta familia contradiga las
características de previsión y ahorro que ideólogos como Benjamín Franklin
recomendaran al hombre de bien, pues: “Tenían el don felicísimo de vivir
siempre en la hora presente y de no pensar en el día de mañana”.3
La falta de una ética del trabajo al modo como la entendían los protes-tantes
calvinistas (riqueza como signo de elección divina), está clara en la
familia: Dª Pura ante las visitas alardea de que su familia no necesita traba-jar,
cuando el pobre D. Ramón bebe los vientos por tener un empleo:
Yo, a decir verdad, deseo que le coloquen porque esté ocupado,
nada más que porque esté ocupado...4
La acción se desarrolla en 1878 cuando en Inglaterra la burguesía, segu-ra
de sí misma admite en el Parlamento a las Trade Unions; en la novela
Mendizábal, representante de una clase apurada económicamente, aún
guarda elementos tradicionalistas incompatibles con la mentalidad bur-guesa
o socialista; antiguo ”faccioso” desprecia el dinero:
¿Qué se hizo de aquella pobreza honrada de nuestros padres?
(...) de todo tiene la culpa el racionalismo y la libertad de cultos.5
Las tesis marxistas son puestas aquí en entredicho pues ambos perso-najes,
inquilino y portero del inmueble, muestran que su ideología no se
corresponde con su economía. La situación de esta obra es extrema y
representativa. Veamos qué ocurre en los Episodios Nacionales: en su am-plitud
se nos da a conocer la mentalidad de la burguesía liberal, las reti-cencias
del tradicionalismo católico-apostólico y la indiferencia de un cam-pesinado
e incipiente proletariado ajeno a la política oficial que les ignora:
desde Espartero -nos recuerda Galdós- las manifestaciones populares aca-baban
a tiros.
Peculariedades del burgués español: Tradicionalismo y progreso.
Fijémonos especialmente en los Episodios que nos muestran la España
de la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera República y la Restaura-ción:
los personajes son variados, algunos conectan con las virtudes que
Sombart atribuía al buen burgués, fundamento de la economía moderna,
el dinero como criterio de valía personal, la importancia del trabajo, el
respeto a la opinión pública etc. Sin embargo hay sombras en el modelo
nacional decimonónico: el dinero sigue viéndose con cierta desconfianza
quizá por influencia de una Iglesia católica que ha troquelado las concien-cias
de un modo profundo, como Galdós nos recuerda con frecuencia:
La epidemia reinante, que llaman pasión de riquezas, fiebre de
lujo y comodidades... Esto es muy bueno, esto es vivir a la mo-
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derna, esto es progresar. No hemos de ser un eterno Marruecos
petrificado en la barbarie y la pobreza...6
Términos como “epidemia” y “fiebre” nos remiten a una enfermedad no
demasiado bien aceptada ni siquiera por la clase a la que más favorece,
aunque en ello naturalmente hubiera su punto de hipocresía.
La laboriosidad se ha abierto camino partiendo de la necesidad. La in-dustria,
que en el caso de la textil había sido considerada por el Rey Fer-nando
VII “cosa de mujeres”, sigue siendo escasa en nuestro país. Buena
parte de los liberales basan su fortuna en la posesión de la tierra compra-da
a buen precio en las desamortizaciones; los negocios no se aprecian de
manera prioritaria: prejuicios medievalistas, afán de seguridad a ultranza,
escasa energía avalan sus pretensiones modernizadoras, temor a acome-ter
empresas por no perder inversiones insuficientemente respaldadas por
un agro poco dotado. Ello nos lleva a otro supuesto del desarrollo burgués
capitalista que tampoco se dio en el país: la revolución agrícola como
precedente necesario, tal y como se dio en la Inglaterra del siglo XVIII y en
la Francia del siglo XIX.
Que nuestros ricos están a las maduras y no a las agrias lo ves
palpablemente en que pudieron agruparse y acometer con dine-ro
español empresa tan nacional y útil como el ferrocarril de
Madrid a Irún, y se han echado atrás dejando esta especulación
en manos de extranjeros. No sienten estos señores el negocio
con espíritu amplio y visión de porvenir; ven sólo lo inmediato y
se asustan de la menor pérdida.7
La falta de iniciativa, la preferencia por los empleos públicos, dan una
importancia al Estado como motor de la economía que entra en contradic-ción
con la minimización del sector público propuesto por el empresariado
en todo tiempo y lugar. El apego a la tierra hace que la población española
sea fundamentalmente campesina a finales de siglo, cuando en la Inglate-rra
de 1800 tan sólo el 37% de la población lo era. A través de los Episo-dios
Nacionales vemos unas instituciones políticas y una “superestructu-ra”
ideológica aparentemente liberal, un fino entramado europeizante que
ha de vencer al carlismo profundo y al quietismo clerical. Es en las ciu-dades
donde encontramos mayor diligencia, aplicación, perspicacia, inge-nio
y cierta energía vital. Galdós hace un recorrido por las virtudes de la
época: el orden, las apariencias, la mesura, favorecen las actividades co-merciales
de nuestra amenazada clase media; el desorden, la anarquía,
las perjudican; al romanticismo de los liberales exaltados de los tiempos
en que era necesario vencer al absolutismo: Torrijos, Espronceda, sucede
la defensa del orden a ultranza frente a la presión popular incipiente: ocul-tar
los sentimientos es lo adecuado a una buena educación:
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Mi condición alegre -declara Eufrasia al hacer un paralelismo entre
su vida y su tiempo- se va saliendo de mi, a medida que va en-trando
la hipocresía (...) me declaro práctica, maestra en filoso-fía
marrullera, con arreglo a la época y el país en que vivimos”.8
El burgués de Galdós, que es el burgués español, aspira a un título
nobiliario mientras el pueblo bajo carece de la suficiente conciencia de
clase como para aspirar al aburguesamiento. ”De poco tiempo acá todos
los que tienen algún dinero, son marqueses, condes o algo así”.9
La clase emergente, heredera en principio de ideas ilustradas, primero
desdeñó a la clase popular y luego la temió, en todo caso fue incapaz de
integrarla en el sistema en la época que nos ocupa, ese fue su error grave:
Yo amo al pueblo, en principio. Pero viéndome en contacto con
las multitudes bullangueras y sudorosas me han nacido estos
instintos aristocráticos.10
Los burgueses de la época de Prim declaran:
Lo mismo nos importa un rey de extranjis que la traída de la
República. La República no ha de causarnos la menor molestia;
haremos nuestro nido en un árbol grande y alto, adonde no lle-guen
los alaridos de la muchedumbre soberana.11
La opinión que el pueblo suscitaba en los liberales medios al adveni-miento
de la República se nos muestra en el Episodio España sin rey con
epítetos tales como “iracunda caterva popular”, “espantable resuello de la
plebe”, “mezcla de carcajada hombruna y de aullar de canes”, etc.
De 1868 a 1873 habían surgido ciertas organizaciones obreras, de ahí
que la Restauración fuese recibida con mal disimulado regocijo: ”El pro se
acerca taconeando recio... la pobretería se aleja pisando con el contra-fuerte...”
12
Racionalización de la administración económica.
La política de la Restauración favorece la estabilidad de la alta burgue-sía,
la influencia en Madrid de grupos catalanes en la Bolsa y los Bancos
(Girona, Güell, Taberner), los viajes al extranjero (recordemos la figura de
Moreno Isla en Fortunata y Jacinta educado en Eton), los cenáculos litera-rios,
portaban ideas nuevas adaptadas a nuevas situaciones y con ello, la
satisfacción de una clase privilegiada. Una legislación librecambista favo-reció
el que las finanzas extranjeras se implantaran en España. La minería,
los ferrocarriles, el transporte marítimo en Vizcaya y en general el desarro-llo
industrial y financiero favorecieron grandes fortunas. La clase media
que en la primera mitad del siglo se identificaba con la burguesía, p.e. en
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Larra, se distingue de los poderes económicos. Comerciantes al por me-nor,
profesionales médicos, maestros, abogados, funcionarios e inte-lectuales
procedentes en su mayoría de ella mantienen ideas de libertad y
tolerancia; en ocasiones próximos al Parlamento, recordemos a Cánovas,
ejercieron gran influencia en la política española.
El modo de vida, las relaciones sociales, los estudios, en algunos casos
la cultura, distinguieron siempre a esta clase sufrida de la mentalidad cam-pesina
y proletaria, más sufrida todavía:
Todos los republicanos de acá son niños echados a perder por el
estudio...
Todas las señoras elegantes quieren al niño D. Alfonso... los en-riquecidos,
antaño salchicheros, chocolateros, contratistas de ta-baco,
prestamistas, logreros... algo marqueses ya y con ganas de
serlo... son la fuerza social efectiva.13
En este mismo orden de cosas nos ilustran otras novelas de Galdós
como las que tienen por protagonista la figura de Torquemada, prestamis-ta,
al fin de su vida triunfador social ennoblecido. En el marco político de
una monarquía parlamentaria la ley, el orden y el ejército aseguraban la
propiedad privada. La Administración y la burocracia, acompañamiento
inseparable como Max Weber señala de toda dominación legal, se vio favo-recida
por las medidas de Bravo Murillo, aún cuando se viera sometida a
las influencias políticas con excesiva frecuencia, como nos indica el tipo
de cesante que Galdós muestra en su obra.
Esta estructuración legal racional de la sociedad se adecuaba al modelo
europeo ¿En qué se diferenciaba?, en la peligrosa inestabilidad de la mi-noritaria
clase social que lo defendía y que a su vez necesitaba defensa:
No hay España sin libertad y no hay libertad sin ejército (...) al
ejército debe España sus progresos y el tener cierto aire de fami-lia
con los pueblos de Europa.14
La tolerancia religiosa y el pacifismo propias del buen comerciante se
unieron aquí a una moral católica no exenta de hipocresía y misticismo,
singularmente ejercido por el elemento femenino: de las nocivas influen-cias
clericales nos habla Galdós con la frecuencia suficiente como para ser
calificado por el severo Menéndez Pelayo de heterodoxo consumado y
enemigo frío e implacable del catolicismo.
En España sin Rey incluye en defensa de la primera el famoso discurso:
Grande es la religión del poder -diría Castelar- pero es más gran-de
la religión del amor (...) y yo, en nombre de esta religión, en
nombre del Evangelio, vengo aquí a pediros que escribais al frente
de vuestro Código fundamental la libertad religiosa.
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El aumento de población que se produjo en España a lo largo del siglo
XIX (de once millones de habitantes en 1808 a dieciocho millones y me-dio
en tiempos de Alfonso XII) fue absorbido en buena parte por el campo,
de modo que a una industria escasa le correspondió un escaso proletaria-do.
La falta de trabajo unida al aumento de la población produjo una inten-sa
emigración a Hispanoamérica. La desamortización fue una ocasión per-dida
para racionalizar las estructuras agrarias del país, de ahí que el opti-mismo
que Galdós recoge no se justificara posteriormente:
Desamorticemos... País nuevo... Salaverría ha calculado la mano
muerta en siete mil millones ¡Ello es nada!: caminos, carreteras,
ferrocarriles, puertos, faros, canales de riego y navegación... y
vale más que todo el gran aumento de la propiedad rústica...
Serán propietarios de tierra muchos que hoy no lo son ni pueden
serlo... ¡aumentará fabulosamente el número de familias aco-modadas...!
A los pocos años tendremos agricultura, tendremos
industria y la mitad por lo menos de los hospicianos que forman
la nación dejarán de serlo...15
Las guerras carlistas hicieron los caminos poco seguros para el comer-cio
de modo que el desarrollo de la siderurgia y de la industria textil no fue
suficiente para que en España el espíritu burgués se asentara fuertemente
en amplias capas de la población.
Galdós y el liberalismo: una deuda histórica.
La modernidad y el progresismo de que hizo gala nuestro autor a lo
largo de su fecunda vida literaria ha influido, sin duda, en sus muchos
lectores, pero no ha sido reconocido por la sociedad como debiera y me-nos
por los políticos que actualmente dicen participar de sus ideales.
La tolerancia hacia las creencias ajenas, la confianza en la educación, la
admisión de un orden natural basado en la razón, la necesidad de un
espíritu de empresa que saque del marasmo la indolencia nacional, el
deseo de una España mejor fueron valores siempre vivos en sus escritos.
La lectura del escritor cántabro José María de Pereda le llevó, según nos
dice, a querer conocer el escenario de tan hermosas pinturas y a instalarse
en Santander. Sin embargo, ¿habrá dos talantes más diferenciados en ideo-logía
que el del hidalgo tradicionalista y el de nuestro autor? El re-conocimiento
del buen escritor, tuviera las ideas que fueran, revela el pro-fundo
respeto al prójimo que este espíritu liberal tuvo en vida.
El ambiente educativo que en el país predominaba era distinto, espe-cialmente
entre las capas sociales altas y medias.
La Iglesia católica por medio de sus colegios enseñaba doctrina y moral,
sus clérigos, frecuentemente salidos del campo, mantenían posiciones
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mayoritariamente inmovilistas; cierto que, como en los Episodios Naciona-les
se nos indica, los había liberales y algunos tuvieron problemas al ser
acusados de pertenecer a la masonería, pero eran excepciones. En gene-ral
respondían más al tipo del magistral de La Regenta de Clarín que a los
Ruíz Padrón y Muñoz Torrero que aparecen en el Episodio Aita Tettauen.
La influencia en la sociedad era enorme: ”España vive siempre entre dos
amos: El Ejército y la clerecía; cuando el uno la deja el otro la toma”.16
No es extraño que el novelista intentara desde su prisma tolerante de-fender
un tipo de cristianismo más evangélico: el fanatismo produce da-ños
irreparables -nos dice-, el personaje de Gloria en la novela de su nom-bre
lo demuestra, la posesión de la verdad en Doña Perfecta hace de esta
señora una figura francamente antipática, la exacerbada sentimentalidad
religiosa inducida por un confesor acaba con el matrimonio de María
Egipciaca en La familia de León Roch, la novela, fechada en 1878, mues-tra
la ciencia y el laicismo del marido como algo templado y racional, una
luz en medio de tinieblas de exacerbada superstición. Conoce Galdós la
mentalidad religiosa de raíz calvinista pero es opuesto a su intransigencia.
En el Episodio La revolución de Julio la justificación burguesa se ofrece
con toda su fuerza ante la alegría romántica de no acatar determinadas
normas sociales: vivimos bien y progresamos por lo buenos que somos,
por ello Dios nos bendice con riquezas. No puede haber felicidad fuera de
las leyes humanas.
La misericordia y la ayuda a los demás es valorada dentro del ejercicio
de la caridad en el personaje de Guillermina Pacheco, “santa dama funda-dora
(...) gloriosa personalidad que merece a todas luces la canonización”
según la califica nuestro autor en Memorias de un desmemoriado. Quizá
por ello Pablo Iglesias hablara de “el religioso y cuco Galdós”, antes de
recibir como regalo de nuestro novelista algunos Episodios. El talante libe-ral
en nuestro país ha sido criticado con frecuencia por unos y otros. De-masiado
realista para mitificar al pueblo, comprende que la ignorancia y
por tanto la falta de educación contribuyen a su miseria física y espiri-tual.
17
Como con frecuencia ocurriera entre los liberales españoles, su modelo
de racionalismo legislativo lo encuentra en Inglaterra y así en el Episodio
Cánovas nos habla de “el plácido ambiente de un país liberal y protestan-te,
de un país en que imperaban la justicia y el orden, en que los ciudada-nos
vivían dichosos ejercitando sus derechos y sometidos al suave rigor
de las leyes”.18
El deseo de una España mejor recorre su obra, no por descriptiva de
tipos reales menos moralista; a la queja por la situación le sigue la confian-za
en una regeneración: ”Aquí la industria es raquítica; la agricultura po-bre,
y los negocios pingües sólo fructifican en las alturas”.
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¿Podríamos hacer nuestras sus palabras en este fin de siglo? Hoy en día
ante las iniciativas populares para homenajear a Galdós debidamente en
los distintos lugares en los que residió, la Administración se muestra cica-tera,
sin tener en cuenta que gracias a sus escritos quienes ahora los leen
aprenden a conocerse a sí mismos al conocer su historia y a ser buenos
ciudadanos.
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NOTAS
1 PÉREZ GALDÓS, B., Episodios Nacionales, Las tormentas del 48, en Obras Completas,
Ed. Aguilar, Madrid, 1965, T. II, p.1448.
2 BOLLNOW, O. F., Esencia y cambio de las virtudes burguesas, Tr. E. López, Ed.Taurus,
Madrid, 1965.
3 PÉREZ GALDÓS, B., Miau, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1957, p.365.
4 Op.cit., p.369.
5 Op.cit., p.326.
6 Op.cit., La revolución de Julio, T. III, p.27.
7 Op.cit., O‘Donell, T. III, p.140.
8 Op.cit., Narvaez, T. II, p.1517.
9 Op.cit., O‘Donell, T. II, p.198.
10Op.cit., España Trágica, T. III, p.892.
ll Op.cit., España Trágica,T. III, p.929.
12 Op.cit., Cánovas, T. III, p.1274.
13 Op.cit., España sin rey, T. III, p.847.
14 Op.cit., Los duendes de la camarilla, T. II, p.1578.
15 Op.cit., O’ Donell, T. III, p.161
16 Op.cit., Los duendes de la camarilla, T. II, p.1578.
17 IGLESIAS, P., Cartas, Ed. Ayuso, Madrid, 1975.
18 Op.cit., Cánovas, T. III, p.1300.