V CONGRESO Galdosiano m
EL AFRICANISMO DE GALDÓS
EN AlTA TETTAUEN
María Isabel García Bolta
A i t a rettauen, sexto episodio de la
cuarta serie, fue estrilo erilre wlubre de 1904 y eriero de 1905. La prirriera edi-ción
que se conoce es de 1905, ano en el que se Llevan a cabo cuatro reimpre-siones,
siempre a cargo de la empresa editorial de su autor, ((Obras de Pérez
Gaidóal en la calle Hortaieza, 132, de Madrid; no obstante, en vida de don Be-nito
aparecerá otra más en 1 ario 19 17, ésta por cuenta de la librena y casa edi-torial
Hernando. lo que hacen un total de seis. Es decir, que junto con O'Donnell
son los dos episodios más editados de estas dos últimas series. Pero sobre el
tema de África escribe también Galdós en Carlos Vl en La Rápita, obra que
publica el mismo año de 1905.
Sabemos por Robert Ricard ' y por el profesor Sebastián de la Nuez que
don Benito, antes de 190 1 o bien a partir de ese mismo ario, tenía la intención
de escribir sobre la guerra de África de 1859-1860. Por medio de la correspon-dencia
con el arabista español e interprete oficial residente en Tánger. Ricardo
Ruiz Orsatti, conocemos su corta estancia en esta ciudad, así como su deseo
de visitar Tetuán, lo que no pudo realizar debido al mal estado de la mar. Así
pues, Gaidós conoció una parte del temtorio africano sobre el que escribió. Al
regreso de esta escapada de nueve días a Marruecos, comienza a redactar los
primeros capítulos de este nuevo episodio. Para ello contaba, entre otras fuen-tes,
con las facilitadas por el propio Orsatti.
Sobre este texto, Aita Tettauen, entendido como problema)^ iritenlaré hacer
una lectura del africanismo de Pérez Gaidós y observar el paisqje intelectual de
la época, si bien convencida de que se trata tan sólo de una nueva relectura o
aproximación, como queramos llamarla, y no del sentido o contenido único y
Último de este episodio, como solemos buscar los lectores.
' Cartas de Ricardo Ruiz Orsatti a Galdós acerca de Marruecos ( 190 1 - 19 10) en Ana-les
Galdosianos. University of Pittsburgh, ano 111, 1968, págs. 99-1 17.
"España y el Norte de Africa. Bases históricas de una relación fundamental (Apor-taciones
sobre Melilla)", en Actas del Primer Congreso Hispano-Africano de las Culturas
Mediterráneas "Fernando de los Ríos Urruti" ( 1 1 al 16 de junio de 1984). Universidad de
Granada; E;xcmo. Ayuntamiento de Melilla.
BIBLIOTECA Galdosiana
Aita Tettauen consta de cuatro partes, distribuidas de la siguiente for-ma:
la ({Primera Parte, Madrid, Octubre-Noviembre de 185911, con siete
capítulos; la <(Segunda parte, África -de Ceuta al Valle de Tetuán: No-viembre
y Diciembre de 1859-Enero d e 186011ti ene trece capítulos: la
((Tercera Parte, Tettauen, M e s de Rayab de 1276. se desarrolla en diez
capítulos y concluye con la Cuarta Parte, Tetuán, Enero-Febrero de
1860., la más breve con tan sólo cuatro capítulos.
aaldós comienza a redactar este episodio a finales del mes de octu-bre
de 1904, acuciado por las deudas y con numerosas letras de cam-bio
en la calle. Son fechas en las que España, sumida en un pesimismo
colectivo^^, con una política marcada por la debilidad de los partidos,
procede a la firma de uno de los tratados con Marruecos. El tema de
África estaba candente y D. Benito se aplicó a él. "7
D
¿Había un sentimiento africanista en Espana? ¿Cuáles eran sus carac- E
terísticas? La conquista de África siempre había sido considerada por los O
españoles como una empresa digna y memorable, de tal forma que des- - B
de la época de la Reina Isabel la Católica, la lucha contra los infieles era E
una de las obligaciones de los bautizados. Sin embargo, los primeros 2E
contactos con el territorio africano vinieron guiados por el arári de ~ori- -
quista; más adelante fueron simplemente rezones de vecindad las que
nos forzaron a vigilar nuestras fronteras y consecuentemente a una polí- 3
tica intervencionista en el Norte de África, aunque ésta no fuera la pos- - -
0
tura unánime a finales del siglo pasado. m
E
La política española en los ÚItimos tiempos se había propuesto, en relación O
con el norte de África, mantener las fronteras, defender sus enclaves en la zona,
asegurar la navegación y el comercio, así como permitir el estudio y reconoci- - a
miento de África, sin olvidar la misión espiritual e incluso la labor pedagógica. L
Porque las relaciones hispano-marroquíes, aparentemente corteses, se vieron A -
siempre empañadas por sacudidas violentas, debidas a la propia vecindad. Pero --
a mediados del siglo pasado surge la idea expansionista y colonial, propiciada 5
por los intereses de otras potencias europeas en África; sin embargo, esta in- O
tención no llegó a cuajar y el africanismo español fue más bien una necesidad y
un movimiento de defensa ante la expansión francesa.
Hay, pues, varias tendencias en relación con África, entre ellas la (<interven-cionista,~
y la {(abandonista,q,, ue ya venían desde el siglo xvrii, pero q u e agudi-zan,
a partir de un momento, sus posturas, y Donoso Cortés llega a decir: N. .. si
asentar nuestra dominación en el África es para nosotros una cuestión de en-grandecimiento,
impedir la dominación exclusiva de ningún otro pueblo en las
costas africanas es para nosotros una cuestión de existencia!! 3. En un clima de
euforia, marcado por un marroquismo creciente y por la necesidad de escalar
puestos en la política internacional se desarrolla la guerra de África, sobre la que
escribe Galdós a comienzos del año 1904.
Victor MORALESL EZCANOA,f ficanismo y orientalismo en el siglo xrx. Madrid: Universi-dad
Nacional de Educación a Distancia. 1988, pág. 69.
V CONGRESO Galdosiano m
A esta mezcla de recuerdos victoriosos y de entusiasmos, se unen el
desánimo y el pesimismo reinantes a primeros del siglo y de ahí que co-mience
el episodio de Aita Tettauen con estas palabras:
'<Antes de que el mundo dejara de ser joven y antes de que la Historia
fuese mayor de edad, se pudo advertir y comprobar la decadencia y ruina
de todas las cosas humanas ... Decaen los imperios. se desmedran las ra-zas...
En fin. echando por delante estas retóricas, os dice el historiador
que la hermosura de la sin par Lucila ... 11 4.
Pero de inmediato Pérez Galdós se suma al espíritu intervencionista
en Marruecos, con matizaciones, en los siete capítulos de la primera
aprte de Aita Tettauen: optimismo, gusto militar, afán de guerra, ganar al
moro la batalla, acción, y hasta supervivencia, con un reconocimiento de
que el vecino moro y el español eran como hermanos. En suma, reflejo
de la visión de los espanoles. que junto a la del propio QaldOs sobre
África van a caracterizar esta obra.
Un incidente en el otoño de 1859 le sirvió de motivo al General O'Donnell
para declarar la guerra. Los españoles, que levantaban tres fuertes para la de-fensa
de Ceuta, observan cómo unos moros dembaban el puesto de vigilancia
que las tropas de caballena habían montado para su protección. Luego estos
moros destrozan una y otra vez el escudo de armas de España, esculpido en la
línea divisoria, por lo que un nuevo altercado vino a sumarse a los muchos ac-tos
de hostilidad y piratena. Se intentó poner paz pero los moros acechaban,
atacaban e insultaban a los esparioles en las inmediaciones de las murallas, Ile-gandoles
a llamar gallinas~e~ i ncluso se atrevieron a hacer ((aguasm enores y
mayores)) en los escudos que habían derribado, según relatan los atestados
referentes al asunto. Pero esto fue s610 la excusa que enCOntr6 O'DOnnell, que
con habilidad, U... conseguía de este modo encauzar las energías nacionales
hacia una empresa patriótica, desviándolas de la estéril y peligrosa lucha de
partidos)) 5.
Galdós recoge primero el sentimiento de euforia:
((Ye n esto ocurrió que un día de aquel mes y año (octubre de 1859) en-traron
en la calle Jerónimo Ansúrez y don Vicente Halconero, este último
con el rostro encendido por ráfagas de entusiasmo que de los ojos le
salían, la voz balbuciente: "Lucila, hijos míos -exclamó, plantado en me-dio
de la sala-, declarada la guerra.. ., la guerra.. . de. ..clarada en el Con-gre
..., g o lo creéis? ... greso ... Congreso levántase O'Donnell y dice:
"Ciue ... al Moro guerra ... declarada por O'Donnelh b.
Y mas adelante volverá repetidamente sobre el tema, reconociendo la
valía del General:
Aita Tettauen. Madrid: Libreria y Casa Editorial Hernando, S.A., 1954, págs. 5 y 6.
Antonio BALLESTERYO BSE RETTHAi,s toria de Espana y su influencia en la Historia Uni-versal.
Barcelona: Salvat Editores, S.A., 1936, 1 ." edición, tomo octavo, pág. 80.
" Ob. cit., pág. 12.
m BIBLIOTECA Galdosiana
<(Buena será esta campana -decía-, y debemos alabar al senor de
O'Donnell por la idea de llevar nuestros soldados al Africa; que así echa-mos
la vista y el rostro fuera de este patio de Tócame Roque en que vivi-mos,~'.
Y luego dirá:
cd,o que no tiene duda es que el buen senor se acredita con esta guerra
de politico muy ladino, de los de vista larga, pues levantando al país para
la guerra y encendiendo el patriotismo, consigue que todos los espanoles,
sin faltar uno, piensen una misma cosa y sientan lo mismo...>)
Galdós había comprendido, como otros contemporáneos suyos, que
((ela gravio11d e los moros <<neor a de los que piden reparación en sangre>),
pero que España necesitaba, interiormente, embarcarse en otras aventu-ras
que la alejasen de una posible guerra civil, que la mantuviesen unida
en torno al gobierno, y si además emprendíamos acciones en el exterior
que nos permitiesen codearnos con las potencias extranjeras y recuperar
en parte nuestro prestigio, pues mucho mejor. Los espanoles se sintieron
unidos en esta intervención militar en Marruecos, y así dirá Galdós: (<Los
partidos de oposición, deslumbrados por el espejismo histórico, cayeron
en el artificio^^ 9. Se encendía, pues, la vena patriótica en nuestro pueblo:
'(Contra el pobre agareno iba el furor de pobres y ricos, de Clero y Noble-za,
de niños pequenos y ninos grandes lo.
Llegó la hora de los preparativos de la batalla y muchos sintieron la
llamada de la patria, sin distinción de sexo. Galdós pone en boca de sus
personajes este sentimiento. Halconero no sólo soñaba con la victoria en
Marruecos, sino que pensaba que los nuestros, de paso y ((al volverse
para acá victoriosos debían dejarse caer como al descuido sobre Gibral-tar,>.
Don Benito refleja así s u s pensamientos que no eran otros que los
de recuperar para España lo que los ingleses nos habían arrebatado:
'<Una vez dueños del famoso penasco, quedaría bien zurcido aquel jirón
de la capa nacional, y ya podíasmos los españoles embozarnos muy a
gusto en ella))' l .
Pero en los primeros capítulos el escritor recoge también otros aspec-tos
interesantes; moros o infieles y espanoles o cristianos, como los Ila-ma
indistintamente, son como hermanos, apenas los separa la religión y
la lengua, por eso en algún momento llegará a decir que esta batalla se
parecía más a una guerra civil. ((¿Y cuantos espanoles vemos que son
Vdem, pág. 14.
Idem, pág. 30.
Idem, pág. 44.
' O Idem, pág. 44.
l L Idem, pág. 14.
V CONGRESO Galdosiano m
moros con disfraz de cristianos?~12~. Aun en los celos y en otras varias
costumbres, cree el escritor que nos parecemos, quizá la diferencia es-taba
en las modas que dominaban a los españoles, frente a los respe-tuosos
y conservadores moros para con sus constumbres.
La mujer aparece también con estos ideales de la guerra, incluso con
ganas de participar en ella, como es el caso de la Reina Isabel, que (6en-tía
... no ser hombre para coger un arma y acudir a tan santa guerra]) 13: o
el de Lucila que disfrutaba con los preparativos para la batalla y deseaba
conocer todos los pormenores, aunque por ser mujer tenia que disimu-lar
su fervor ante los suyos y especialmente ante su hijo.
Pero dos personajes serán los protagonistas del episodio: Gonzalo
Ansurez, espanol renegado que se había establecido en Tetuán, dedica-do
al comercio y que había llegado a ser un liinoro)) muy considerado y
respetado, incluso por el propio Sultán; el otro es Juan Santiuste, nues-tro
héroe problemático, que se siente llamado como buen patriota a
defender el solar español en frica.
Es evidente que un sentimiento africanista, intervencionista impregna
esta primera parte de la obra Galdosiana, si bien el escritor parece man-tenerse
a una prudente distancia de lo que piensan sus personajes, y no
hay duda de que un cierto sabor romántico, con resabios orientales, se
esparce por todo el episodio. África es ese otro mundo en el que el fa-natismo
religioso y el despotismo de sus gobernantes, junto al colorido
de lo extraño, misterioso e imaginario de un mundo sonado, domina a
sus habitantes. Sin embargo, las huellas del ~{lslam in terior^^ constituyen,
fundamentalmente, en Aita Tettauen, uno de los rasgos de ese africanis-mo
y orientalismo que, al decir del profesor Morales Lezcano, invaden la
época. ((Las huellas del "Islam interior", por petrificadas que se encontra-ran
hacia la mitad del siglo xix eran demasiado abundantes en las
siluetas de las ciudades y pueblos, medinas y minaretes, alcazabas y al-cázares,
fuentes y jardines, como para pasar desapercibidas...)) 1 4 . Si a
esto unimos los siglos de convivencia en la Espana peninsular y el im-portante
suslralv lingüístico del español, nos explicaremos ciertos com-portamientos
históricos, así como esa facilidad para adoptar rápidamen-te
las costumbres y las formas de vida de los moros, como le ocurre a
Gonzalo Ansúrez, que difícilmente se le puede reconocer como espanol,
pero ¿de qué lado estará Ansurez? Problema que Galdós plantea al co-mienzo
de la obra, cuando Vicentito, el hijo de Lucila, la interroga:
"Madre -le decía-, y ahora, con esta guerra, ¿qué hará mi tío Gonzalo
Ansúrez, que se hizo moro antes de que yo naciera, mucho antes, y allá
vive como un príncipe?))15 .
I 2 lde~n,p dg. 15.
l 3 Idem, pág. 44.
l 4 <(La" imaginería" orientalista en España)),e n Tánger. Espace imaginaire. Rabat:
Université Mohammed V: Tánger: Université Abdelmalek Es-SaCidi, 1982, pág. 123.
l 5 Idem, págs. 16 y 17.
m BIBLIOTECA Galdosiana
Lucila preocupada por esta inteligente cuestión consulta a su padre,
quien sin titubear le responde que Gonzalo no traicionará a los suyos, los
moros, porque aquél se ha instalado en Tetuán .vive considerado de
grandes y chicos, y el mismisimo señor Sultán le llama su amigo...)) 16.
Abundan en el texto de la obra bastantes ejemplos de este orientalismo
africano o mejor marroquí:
'<En el enjambre bullicioso distinguí las rudas facciones del bereber, de
ojos encendidos y ágiles movimientos ... : vi al árabe de Oriente, cuyo ros-tro,
de belleza descarnada, trae a la memoria la imagen del Profeta, de
fina tez, fácilmente reconocido por su compostura aristocrática. iY qué
variedad de trajes y atavíos! ... Aqui veo la rica variedad de colores que me
dice los gustos de cada tribu y de cada país!) 17.
"7
D
Pero Juan Santiuste llega a Ceuta y desembarca con mal pie, lo mis-mo
que le debió suceder a don Benito, a causa del mal estado de la mar ;
y por ello a los constantes vaivenes del barco, de tal forma que %llegóa -;
sentirse como un pellejo vacío que no podría jamás tenerse en pie...)!. m
O
Sin embargo, (da mirada de las hembras levantó un poco su espíritu y le
entono el desmayado cuerpo11 le. Pronto nuestro hombre, que es la vo7 y
el sentir de Pérez Galdós, comienza a distinguir la realidad de su cdoca -
fantasía11 y como Pedro Antonio Alarcón lo hiciera en su Diario de un tes- 3
tlgo de la guerra de África, se dispuso a curriplir con la promesa hecha a -
Vicentito y a Lucila de escribirles puntualmente, contándoles lo que en e
E aquellas tierras sucedía. Mas al poco tiempo contempla con dolor los pri- ; meros heridos y muertos y (c... sintió la misma lástima ante los muertos E
berberiscos que ante los cristianos>I)g. n
Poco a poco la inevitable violencia de la guerra le va desilusionando
a la vez que le hace sufrir, hasta llegar a expresiones como ésta: 1~3oeys - !
pañol de paz, por no decir moro de pan 20. Es curioso su encuentro con W
Pedro Alarcon el cronista y autor de una de las fuentes que Cialdos utili- %
zó para este episodio. Don Benito, por boca de Santiuste, y Alarcón, a 2
través del personaje de este nombre, Perico, sostiene en varias ocasio-nes
conversaciones dispares sobre la guerra que van a marcar las
diferencias entre uno y otro, así como nos van a ir descubriendo el afri-canismo
de Pérez Galdós que no debió compartir la intervención militar
en África. Decía Santiuste a Perico:
( l . . . yo sostengo que la guerra es un juego estúpido, contrario a la Ley de
Dios y a la misma Naturaleza ... al ver en estos dias el sinnúmero de muer-tos
destrozados por las balas, no he sentido más lástima de los espano-les
que de los moros. Mi piedad borra las nacionalidades y el abolengo,
que no son más que artificios. Igual Iástima he sentido de los espanoles
l6 Idem, pág. 19.
l7 Idem, pág. 221.
Idem, págs. 66 y 67.
l9 Idem, pág. 77.
20 Idem, pág. 87.
V CONGñESO Galdosiano
que de los africanos ... Sin quererlo, tu piedad ingénita ha reconocido el
gran principio humanitario ... que dice: "No matar".
-Cierto, Juan, que llevamos dentro del principio; ... pero luego salen los
hechos, la historia, el concepto de patria y de nación ... pero ante
los moros vivos, que brincando y aullando vienen contra nosotros, ... veo
las razas, el Cristianismo y Mahoma frente a frente ... Celebro, pues, con
toda el alma que nuestros soldados les maten, único medio de impedir
que ellos nos maten a nos otro^...^^^'.
Santiuste estaba convencido de tener la razón y pensó incluso en
abandonar África pero andando y huyendo de aquel sufrimiento, que le
llegaba a enloquecer, se encuentra herido en Tetuán donde es atendido
por tres judías. Da comienzo aquí la tercera parte del episodio, para cuya
narración Cialdós se basa, en parte, en la historia que sobre Marruecos
escribe El Nasiry, texto que el intérprete Ruiz Orsatti le ha traducido al
escritor. Don Benito aprovecha este personaje y lo convierte en Gonzalo
Ansúrez, el español renegado. En esta parte, la guerra es narrada desde
el lado contrario; Santiuste, Juan el Pacificador, asiste a estos hechos
corrio el prolayonisla que participa no en la guerra, sino en la vida de un
pueblo en guerra, en el que se sentía cómodo y a gusto, sin echar en
falta a los suyos.
Marruecos se había convertido en el punto de mira de los espanoles
y consecuentemente del africanismo hispano tenido de orientalismo.
A partir, pues, de la guerra de 1859 se revive esta gesta casi romántica-mente,
como un recuerdo de la vieja lucha del cristiano contra el infiel.
Parece que este hecho, la guerra, da origen a un reconocimiento de nues-tro
pasado, en el que convivían musulmanes y judíos con cristianos, un
reencuentro con la historia. Ahí parece estar la diferencia entre la obra
de Alarcón y la de Cialdós: a pesar de que en ambas observamos un afri-canismo
orientalista, respeto y pena por el moro y hasta parecido y rela-ción
entre Granada y los lugares próximos a Tetuán. Pero las circuns-tancias
en las que Alarcón escribió, corresponsal de guerra y soldado
voluntario, frente a los cuarenta y cuatro anos que distan de la guerra,
cuando don Benito redacta Aita Tettauen, se advierten de inmediato. Son
dos perspectivas diferentes que el novelista enfrenta.
Alarcón, en su Diario de un testigo de la guerra de África, pensaba al
alistarse:
[l... que en África estaba el camino de aquella verdadera grandeza nacio-nal
que los espanoles perdimos ... fue el ver tan claro como la luz del sol
que la política exterior de la Nación española debía reducirse á una cons-tante
expansión material ó moral, guerrera ó política, comercial ó religio-sa...)
2>2 .
l1 Idem, págs. 99 y 100.
22 Pedro Atonio de Alarcón: Diario de un testigo de la guerra de África. Madrid, Im-prenta
y liundicion de Manuel Tello, 1892, 3." edición, tomo 1, pág. 8.
m BIBLIOTECA Galdosiana
Pero luego, en el último capítulo, titulado ((De cómo cambie de idea y
salí para España)), se expresa de forma muy distinta:
<<Hocyr eo, en una palabra, que la cuestión de paz ó guerra, que el interés
de la Nación que la gloria del Ejército, que los destinos de Esparia no se
ventilan ya aquí, sino allí; ... que el grito de paz, lanzado por quien tanto
y hace tan largo tiempo deseó la guerra, será atendido))23 .
Cialdós contrapone la figura de Santiuste a la de Perico. Aquél, casi
desde el principio de su llegada a las tierras africanas, se transforma y
comienza a hablar de paz y de reconciliación, no de guerra, y es que en
el novelista va a influir principalmente la corriente africanista práctica
que parte de 1860. Alarcón al contrario, exaltado, ilusionado, cree en la m
guerra hasta el final. Galdós, escéptico, verá a distancia los estériles re- -
sultados de la batalla. E
Tras la dura contienda librada en Marruecos contra los moros y la vic- O
n -
toria de los españoles, se firma la paz, sin que por ello Lestiti las ~orripli- - m
O
cadas relaciones hispano-marroquíes. Todo ello fue motivo más que su- EI
ficiente para que renaciera un espíritu de acercamiento a Marruecos, con 2
cierta vitalidad, que propiciará desde una intervención militar hasta una m -
mediación pacífica y civilizadora. Mientras, la política del Gobierno, sin 3
renunciar a sus derechos Iegítimm, permanecía recogida^^ o [replegada -
en si misma)), más atenta a sus problemas internos que a los externos. -
0
m
Hay que tener en cuenta que esta aproximación a Marruecos no fue E
algo pasajero, hubo todo un movimiento en el que participaron diversos U
sectores de la sociedad. Se hablaba de África con frecuencia en reunio- n
nes y cenáculos políticos y poco a poco se fue creando un clima fa- 1
vorable, a través de las propias sociedades científicas, afrlcanistas y a
colonialistas. África se pone de moda y surgen varias expediciones inte- 2
n
resadas y prácticas más que aventureras. Los políticos se pronunciaron n
S
y también los militares y los diplomáticos, corriente a la que se sumaron 5
o escritores, pintores y hasta músicos, como reconoce el profesor Morales
Lezcano. A pesar de estos gustos, modas y presiones España nunca
prestaría atención a Marruecos, más que como campo de batallas, como
vecino peligroso, hostil y poco de fiar; en definitiva, Marruecos, identifi-cado
con Áfri~a sería un foco de preocupaciones, que nos permitía por
razones estratégicas mantener una posición más o menos importante
entre los países europeos y de ahí que estas características formen par-te
de nuestra identidad como pueblo.
Don Benito refleja las dos posiciones en Santiuste; primero, aquel
ímpetu vitalista que parecía indicar que nuestra supervivencia dependía
de Africa, para pasar, casi de inmediato, a defender una postura mucho
más serena y ponderada como fue la de Joaquín Costa, intervención sí,
pero pacífica, con afán de contribuir, a través de la instrucción, al pro-greso
de África:
'3 00. cit., tomo 11, pág. 249.
V CONGRESO Galdosiano m
<'Tu cara dice que de padres altos naciste, y tu lenguaraje suena con lus-tración,
que yo no entiendo, porque so inorante ... iAy, Yahia, qué bestia
bonica verías en mí si me trataras despacio!
-Si eres joya sin pulimento, más me agradas así. ¿Quieres que este
pobre maestro te instruya.. .?
-Si que deseo polirme ... que aquí en nuestras partes de Marroco no
ha escuelas ande deprender cosas muchas y finas de lustración de Espa-nia,
Viena o La Rumaníals 24.
Galdós cerró este episodio recuperando nuestra identidad histórica y
contemplando a Tetuán como ciudad ideal en la que convivían las tres
culturas que antaño poblaron España. Y es que el novelista narra un
episodio de la historia de España a cierta distancia, lo que le permite una m -
perspectiva mas auténtica. D. Benito lleva los lectores una cuestión can- E
dente, África, en la que vierte los hechos reales en un contexto mucho O
más amplio. n--
El africanismo y orientalismo de Cialdós, contrario a la intervención m
O
E militar y partidario de una necesaria relación pacífica, constituyen en Aita E
2 Tettauen una lección histórica, no exenta de intriga amorosa y de cierto
misterio con el fin de que su lectura sea fácil, popular y sirva también -
de enseñanza. En esta sabia conjunción de africanismo, popularidad y 3
ensenanza parece que encontramos las claves de su éxito, que sin duda --
0 el escritor procuró, buscó y halló. mE
O
Conc~usion~s n
El novelista se interesa por un tema que está de moda, del que se A
habla en todas partes y cuyo escenario preocupa a muchos españoles, n
n
con una curiosidad incluso científica. E
Pérez Cialdós, como otros de su época, conoce el lugar y capta per- 5
O
fectamente todo el misterio y la magia de aquellas tierras, su orientalis-mo.
Pero además con las fuentes conocidas, españolas y marroquíes en-tre
otras, Alarcón y los textos de Orsatti, diseña para su público el episo-dio.
Santiuste será el coautor e intermediario con sus lectores, a los que
sigue en sus gustos. Por ello Santiuste siente la llamada de la patria, pero
tan pronto llega a Marruecos y contempla la realidad experimenta algo
diferente, que le permite reconocer en aquella tierra una parte de la
suya, el patriota se transforma y el escritor teje así la parte novelesca que
entremezcla con la historia.
Africanismo, pues, el de Cialdós muy particular, humano y vitalista.
Marruecos es el país vecino con el que nos unen fuertes lazos de afecto,
pero además Marruecos nos deslumbra y nos envuelve misteriosamente.
Ob. cit., pág. 291.
m BIBLIOTECA Galdosiana
Pérez Cialdós forma parte de la corriente africanista que llega hasta la
defensa de ese otro mundo, que no es el nuestro pero que sin duda tie-ne
mucho que ver con España.