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115 BENITO PÉREZ GALDÓS Y CATALUÑA Adolfo Sotelo Vázquez I Benito Pérez Galdós, tan incansable viajero como novelista, regresaba a Madrid a finales de mayo de 1888, tras una estancia de apenas ocho días en Barcelona, y de inmediato tomaba la pluma para dar noticia a los lecto-res bonaerenses de La Prensa de su paso por la capital catalana y animar a los viajeros americanos a visitar “la ciudad espléndida que ha de ser, den-tro de poco, una de las más bellas de este continente”.1 Las cartas que con esta materia envía a Buenos Aires fueron publicadas en La Prensa los días uno, ocho y quince de julio de 1888. Galdós había visitado por primera vez Barcelona a últimos de septiem-bre de 1868: regresaba de París donde había adquirido varios tomitos - Librairie Nouvelle- de las obras de Balzac, y se encontró con la revolución que derribó el trono de Isabel II. En sus Memorias de un desmemoriado recuerda: “Toda España estaba ya en ascuas. Barcelona, que siempre figu-ró en la vanguardia del liberalismo y de las ideas progresivas, simpatizaba con ardorosa efusión con el movimiento”.2 Ahora, 1888, el motivo y el marco de su visita es la Exposición Universal y su deambular por la ciudad tiene el lógico contrapunto de la memoria de sus impresiones de veinte años atrás. En el 68 aún existían la Muralla del Mar (“paseo delicioso desde Atarazanas hasta el jardincillo del Capitán General”) y la Ciudadela, pero ya la ciudad se había quitado el corsé que formaban las Ramblas y las Rondas para dar cabida al “grandioso ensanche, con sus hermosas vías y el Paseo de Gracia, incomparable avenida, que pronto había de rivalizar con las mejores de Europa”.3 En la primavera del 88, y a pesar del trasiego y de los compromisos de las fiestas iniciales de la Exposición, este flâneur ocasionalmente barcelonés observa que las edificaciones levantadas en la parte nueva son lujosas, de elegante traza y materiales ricos, enfatizando el arbolado que recorre todas las calles. Galdós se recrea, fascinado, en la descripción del espacio geográfico barcelonés y de los municipios -Gracia, Sants, Hostafrancs...- que lo rodean, y augura un porvenir a la ciudad para-lelo al de Londres o Nueva York. En los radiantes días de finales de mayo del 88, al mejor observador artístico de la vida contemporánea madrileña -Miau, séptima novela con-temporánea, acababa de aparecer- no le pasó inadvertido el movimiento y animación de la metrópoli, con sus tranvías americanos y los ferrocarriles de tracción de vapor que comunicaban la capital y los suburbios, al mismo tiempo que reparaba en cómo el pavimento formado por tarugos de pino 3-3 116 había reemplazado en las vías más transitadas al macadam, pavimento de piedra machacada que hacía honor al escocés Mc Adam, su inventor. Tam-bién Galdós recordó para sus lectores de La Prensa la difusión del alum-brado eléctrico, asegurando que no había “ciudad alguna en Europa que con mayor ni aún igual profusión lo posea”.4 El elogio se extendía al clima, a la hospitalidad -“es un pueblo morigerado y sobrio que, cuando llega la ocasión, sabe gastar sus ahorros y deslumbrar a sus huéspedes, haciendo gala de tanta esplendidez como inteligencia”-,5 a la vida cómoda y sobria, y a sus habitantes que “tienen el doble mérito de saber trabajar y saber vivir”,6 en lacónico juicio con el que cierra su primer artículo. Las virtudes del carácter catalán las ve Galdós magníficamente repre-sentadas en la Exposición, a cuyas ceremonias de inauguración, con el atractivo principal de la reunión de las escuadras en el puerto -que descri-be con un sorprendente pormenor-, dedica la práctica totalidad de uno de sus artículos. El éxito de la Exposición de Barcelona se debe a la energía y actividad de los catalanes, bien secundados para la ocasión por el Poder central, hacia quien, a menudo, se muestran quejosos, “y en lo que toca - comenta Galdós- a la centralización administrativa sus quejas son fundamentadísimas”.7 En fín, la esplendidez y la inteligencia de los barce-loneses deslumbra al gran novelista, que con ademán liberal y sensato aconseja “la aproximación moral entre Madrid y Barcelona”8 como clave del progreso de Cataluña y España. En su deambular por la Exposición anota las líneas relevantes de los varios edificios emplazados desde el arco de triunfo del Paseo de San Juan hasta el ferrocarril de Francia: el Palacio de la Industria, obra de Jaume Gustá; el Palacio de Bellas Artes de August Font, del que destaca los “dos enormes órganos, que se comunican por medio de la electrici-dad, de modo que un solo organista puede tocarlos simultáneamente”;9 el Palacio de Ciencias y el de Agricultura; la Sección Marítima y el Restaurant, que complace a Galdós tanto como el Gran Hotel Internacional, obras ambas en los albores del modernismo de Lluis Domènech i Montaner, a quien cita elogiosamente antes de describir con precisión el edificio que hoy alberga el Museo de Zoología: “Afecta la forma de un castillo gótico y es de ladrillos, decorado con cerámica de variados colores, conjunto ele-gante y originalísimo, que será uno de los principales atractivos de la Ex-posición”. 10 No obstante, sus descripciones arquitectónicas abarcan más allá de los límites del Parque y su pluma recuerda el edificio del Ayunta-miento, tanto por el “pegote” de la “fachada grecorromana” como por el Salón de Ciento “que es uno de los recintos más grandiosos que en parte alguna existen”,11 según juzga por la elevación del techo, por su amplitud y por la severidad y la sobriedad de sus líneas; o la grandeza ojival de la Catedral, no exenta “como otras célebres basílicas españolas, de las superfectaciones y bárbaros remiendos de los siglos XVII y XVIII”.12 Las notas Galdosianas se extienden, incluso, a la casa de la Diputación, el Archivo de la Corona de Aragón y las iglesias de Santa María del Mar y del 117 Pino. Son, en resumen, un breve y atractivo recorrido por la Barcelona de 1888. Los artículos no sólo atestiguan que Galdós es el mejor narrador espa-ñol de la geografía urbana de una gran ciudad decimonónica, sino que además es un incorregible sociólogo antes de que la sociología, por obra y gracia de un catalán, Manuel Sales i Ferré, se ganara una cátedra de la Universidad Complutense. El novelista capaz de presentar en una página de La desheredada o de La de Bringas el mundo de apariencias de la clase media madrileña, resulta un hábil y lacónico pintor de las clases sociales barcelonesas. Con tinta teñida de positivismo historicista la pluma Galdosiana dibuja la vida desahogada, atenta a las comodidades domésti-cas y reacia a la ostentación pública de las clases ricas, asentadas en la actividad laboriosa del comercio y la industria, a la par que la solidez de la clase media o la “educación industrial” de los obreros barceloneses. Este dibujo no está exento de la comparación con su correlato madrile-ño que Galdós conocía mejor que nadie, ni tampoco de un contraluz polí-tico, en el que se agiganta el perfil del regionalismo y de “numeros ele-mentos influídos por las predicaciones socialistas”.13 Pero, sobre todo, las crónicas de Galdós subrayan, al modo cervantino, el archivo de la cortesía que la ciudad ha sido para con la reina regente y el rey niño durante los días que permanecieron en Barcelona, asistiendo, entre otros actos, a los Jocs Florals en los que oficiaba de mantenedor otro gran amigo de Barce-lona, donde había sido discípulo de Lloréns y Milá i Fontanals, Marcelino Menéndez Pelayo. Así como la tolerancia de las costumbres barcelonesas y la escasa querencia de sus habitantes por las tabernas y el espectáculo taurino, “escuela constante y cátedra siempre abierta de barbarie, insolen-cia y crueldad”.14 Difícilmente los lectores hispanoamericanos de La Prensa de Buenos Aires podían haber tenido un mejor cronista barcelonés que, siguiendo esa medular línea cervantina que recorre toda su obra, no dudaba en ha-cerse voceador -con voz liberal- de “la prosperidad, el bienestar y la cultu-ra que admiramos allí”. Los días barceloneses de finales de mayo de 1888 los ocupó Galdós febrilmente. Acompañado como iba de los diputados a Cortes, José Ferreras y el Marqués de Castroserna, muy próximos como él a Sagasta, se alojó en el Gran Hotel Internacional, cuyo vestíbulo “anchuroso, flamante, de as-pecto realmente moderno”15 -Yxart dixit- conoció las idas y venidas, públi-cas y privadas, del gran novelista. De las páginas da noticia en sus Memo-rias: el homenaje al alcalde Rius y Taulet; la diaria visita a Sagasta que residía en el hotel Arnús; la invitación que recibieron para compartir mesa y mantel con la Reina Regente; las fiestas, las ceremonias y las recepcio-nes no eclipsan la fascinación Galdosiana por la concentración naval que se ofrecía en el puerto barcelonés. El entusiasmo se transparenta en el presente pasaje de su recordatorio: 118 Cuando la Reina salía de paseo en la lancha real, mandada por el general Antequera estallaba el cañoneo de las salvas. El estruen-do formidable, el humo, el griterío de las hurras de la marinería, daban la sensación de una colosal batalla entre los cielos y la tierra. Quien tal presenció nunca podrá olvidarlo.16 Entre los aconteceres más reservados sabemos de su estrecha amistad con Narcís Oller, quien ya había comentado epistolarmente Fortunata y Jacinta unos meses antes. Una nota de Oller, fechada el 23 de mayo, refie-re la invitación muy afectuosa al “molt venerat amic meu Pérez Galdós”, tal como le califica en sus Memòries literàries: “si quiere y puede usted honrar mi mesa se la ofrezco a usted especialmente mañana a la una de la tarde. En ella encontrará usted a la amiga Sra. Pardo Bazán, a Yxart y tal vez a algún otro compañero”.17 Los días, sin embargo, resultaron escasos para estrechar estas relaciones. De las cortas horas pasadas juntos habla Oller en sus Memòries y el propio Galdós lamenta la celeridad de las horas barcelonesas en una carta del 21 de junio al autor de La papallona: “Salu-de en mi nombre a Yxart, a quien sólo conocí a lo relámpago, quedándo-me con fieras ganas de tratarle íntimamente”.18 En esos días debió conocer a Modesto Sánchez Ortiz, el periodista ma-drileño que dirigía La Vanguardia desde 1888. Y a juzgar por los recuer-dos, en ocasiones un tanto inexactos, de Mario Verdaguer, tuvo tiempo de almorzar con la familia de Enrique Moragas, padre de Rafael Moragas, el curioso y extraordinario bohemio barcelonés del que Pío Baroja dejó un curioso retrato: “Viajante de comercio sin comercio y coleccionista de to-das esas cosas perfectamente inútiles que son las únicas que dan gusto al espíritu. En el fondo, un sentimental, y, en la forma, un viva la bagatela”. Mario Verdaguer a través de la mirada del jovencísimo Rafael Moragas -seis años escasos- nos ofrece la última noticia de la estancia barcelonesa de Galdós en 1888: “mi padre se presentó en casa acompañado de un señor que usaba bigote, vestía traje claro, llevaba chalina y aparentaba tener unos cuarenta y tantos años”.19 Pérez Galdós era para entonces el novelista español más reputado en Cataluña.20 Poco después de su marcha de Barcelona, el crítico Joan Sardà, desde las columnas de La Vanguardia (22-VI-1888) reseñaba Miau con es-pecial atención a su dimensión crítica y regeneradora, mientras definía la personalidad artística Galdosiana como la de un “literato de raza, observa-dor perspicaz del mundo que le rodea, [que] suma a las cualidades que a semejantes condiciones de talento deben sus libros, las otras, más pecu-liares y menos comunes, que arraigan en el porfiado escudriñar en mate-rias nada familiares a los que entre nosotros cultivan la novela”.21 El pres-tigio barcelonés de Galdós era tal, que Josep Pin i Soler, novelista catalán y epistolar amigo del maestro canario, ficcionalizaba su figura en su come-dia Sogra i nora (1890), en la que un personaje de la alta sociedad catala-na, refinada y cosmopolita, le regala a su madre una novela que “és de las millors de Pérez Galdós” [...] és a dir de lo millor qu’s fa a Europa”.22 119 Tras una estancia en marzo de 1896 en Reus, en junio de 1896, concre-tamente el día 25, llega Galdós a Barcelona para acudir al estreno de Doña Perfecta y a la reposición de Los condenados. Visita anunciada a Oller en carta del 3 de mayo con estas inequívocas palabras: “El próximo verano, Dios mediante, me daré el gustazo de pasar unos días en la incomparable Barcelona”. Una nota editorial de La Vanguardia (26-VI-1896) le califica de “artista innovador, psicólogo original y pensador de altos vuelos”, y, de inmediato y bajo la segura impronta de Sánchez Ortiz, aproxima el ideario Galdosiano y el cosmopolitismo y la modernidad barcelonesas: Las elevadas aspiraciones, el recto criterio, los nobles ensueños de perfección humana y de cultura social que palpitan vivientes en la obra de Galdós, son además ideas y sentimientos que han de imponerse a todos, y más en esta ciudad, donde toda corrien-te de adelantamiento intelectual y moral halla un eco de simpa-tía en el espíritu de las gentes. Galdós, que hacía tan sólo unos meses acababa de publicar Nazarín y Halma, sintió en esos calurosos días deseos de visitar a Jacinto Verdaguer envuelto en su gran drama que conmocionaba y dividía a la opinión públi-ca catalana, sobre todo desde que los artículos “En defensa propia”, apa-recidos en La Publicidad (1895), habían consolidado un enfrentamiento directo y público con el marqués de Comillas. Galdós le pidió a su gran amigo Oller que le acompañase a visitar a Verdaguer que vivía acompaña-do, entre otras personas, de doña Deseada en la barriada de Els Penitents. Oller pormenorizó en sus Memòries la visita mientras que don Benito dio cuenta, más breve y lacónica, de esta singular excursión a las afueras barcelonesas en un artículo del año 1902 para La Prensa de Buenos Aires, escrito precisamente con motivo del fallecimiento del autor de L’Atlántida. Ambos novelistas certificaron el juicio sereno y el mesurado equilibrio de Verdaguer, acusado, en cambio, por la jerarquía eclesiástica de locura, y también pudieron entrever a doña Deseada. Oller lo relata así: “I tombant-nos aviat d’esquena per contemplar l’esplèndid panorama que el mar i la ciutat ofereixen d’allí estant, toparen mos ulls altra vegada amb el caparró d’una dona que visiblement ens espiava des del llunyà finestró de la caputxa de l’escala dels Penitents, que té sortida a la teulada. Sens dubte era la pofidiosa celluda, la ditxosa donya Deseada Martínez!. Encara tingué temps der fer-ho notar a en Galdós i deixar-l’en convençut”23. Galdós, quien tam-bién se fija en el espléndido panorama de la ciudad desde la que es hoy la calle de Tiziano, escribe a sus lectores bonaerenses: “volvióse Oller y vió que por las bardas de un corral o huerto apareció una cabeza de mujer, que sin duda quería vernos en nuestra retirada también, pero la mujer desapareció y nada ví. Ella satisfizo su curiosidad, nosotros no”.24 Esta estancia barcelonesa de comienzos del verano de 1896 se comple-tó felizmente con el éxito de Los condenados, con la visita a Montserrat y con el abrazo cordial con Joan Sardà, “per qui tenia en Galdós tota l’estima 120 merescuda”, según el testimonio de Oller. Seguramente en estas fechas se produjo el encuentro de Galdós y don Rafael Puget, Un señor de Barcelo-na, que Josep Pla recoge así: “Conocí a don Benito Pérez Galdós. Me lo presentó Narciso Oller. Un día con un grupo de La Vanguardia antigua, del que formaba parte preponderante Rusiñol y Sánchez Ortiz, celebramos la estancia del escritor en Barcelona, organizando una visita a San Cugat”.25 Para el fin de siglo, Galdós gozaba en el mundo intelectual barcelonés de una muy sólida reputación. En sus estrenos teatrales el éxito le había acompañado, e Yxart, primero en La Vanguardia y La Ilustración Artística, y luego recopilándolas en El arte escénico en España (1894), había anali-zado Realidad (1892), La loca de la casa (1893) y La de San Quintín (1894) al compás de su estreno en Barcelona. Pero no es sólo Yxart sino otros críticos notables subrayan el valor de su teatro, que incluso se acercó a Cataluña en la ambientación y el argumento de La loca de la casa. José Roca y Roca en su habitual sección de La Vanguardia, “La semana en Barcelona” (10-VII-1892), tras analizar Realidad, escribe: “Pérez Galdós acaba de demostrar que ser el primero de nuestros novelistas no impide convertirse asimismo en el primero de nuestros autores dramáticos”. Al estrenar en el verano de 1895 Los condenados, la obra cuyo prólogo le pareció a Yxart, “un acto de virilidad que envidio y aplaudo”26 -según carta del 30 de enero de 1895-, Josep María Jordà, uno de los más activos representantes del modernisme fin-de-siècle, entiende la obra como “un drama interno, de dentro a fuera [...] un drama casi espiritual” y como “una tentativa de arte nuevo, de arte moderno”, según escribe en La Publi-cidad el primero de julio de 1895. Seguramente la carta que Yxart publicó en La Vanguardia poco antes de morir elogiando la obra, tuvo mucho que ver con la aceptación entusiasta del arte dramático de Galdós en la Barce-lona modernista. No obstante, para el mundo literario barcelonés de fin de siglo Galdós seguía siendo fundamentalmente un novelista. Joan Sardà le dedicó, en La Vanguardia del 15 de agosto de 1891, una semblanza que se convirtió de inmediato en el canon valorativo de su narrativa, atendiendo a dos directrices: la habilidad para sacar a la luz “los secretos más escondidos del misterio humano”27 y su función de crítica social, porque “el pintor juzga; sus tipos moralizan o desmoralizan por dentro”.28 El diapasón de la lectura de la novelística Galdosiana por los críticos catalanes, que forjó Sardà y corroboró Ramón D. Perés, contó con un acicate que a menudo se soslaya: don Benito era el adalid de la “feina regional” que se estaba ope-rando en la novela española. Pin i Soler fue el abanderado de esta posi-ción, y al reseñar Tristana en La Renaixensa (27-III-1892), tras señalar que los intelectuales de mayor envergadura particularizan en vez de generali-zar, sostiene: “Pérez Galdós en compte de fer avui com ab igual talent hauria fet ell mateix avans la Gloriosa:generalisa, particularisa, y poch a poch, sense ferho potser d’una manera deliberada, ha pres possesió de la regió central castellana que millor que ningún coneix y’ns fa conèixer”.29 121 Idéntica tarea llevan a cabo Pereda, Pardo Bazán o Clarín. En consecuen-cia, Galdós novelista fue entendido en la Catalunya finisecular como el protagonista principal de los quehaceres que Miguel de Unamuno estable-ció en los cinco ensayos de 1895 en La España Moderna, En torno al casticismo (tan calurosamente acogidos por el modernisme), como los más pertinentes para los jóvenes intelectuales: “avivar con la ducha recon-fortante de los jóvenes ideales cosmopolitas el espíritu colectivo intracastizo que duerme esperando un redentor”.30 Una nueva visita de Galdós a Barcelona data de julio de 1903 con moti-vo del estreno de Mariucha en el teatro Eldorado el día 16. La cordialidad barcelonesa fue la causa inmediata de la primera versión -más detallada-de las impresiones barcelonesas de sus Memorias de un desmemoriado que publicó en una carta a El Liberal de Murcia en agosto de 1903 y fecha-da en Barcelona el 8 de ese mismo mes, cuando “las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona”.31 La visita a la ciudad había espo-leado la memoria y de ahí que coteje sus recuerdos de entonces con las imágenes que acaba de atesorar en los días inmediatos. La principal her-mosura de Barcelona era entonces, 1868, y ahora, 1903, su Rambla: “Vién-dola hoy, paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el continuo trajín de coches y tranvías”. Galdós reconocerá que, en efecto, se han producido modificaciones, pero sigue permaneciendo indeleble “su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria”. Lo que sí ha cambiado -y Galdós lo anota- es el epicentro urbano de la ciudad que ahora vertebran el Paseo de Gracia, la Rambla de Cataluña y la Granvía, que “nos deslum-bran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormi-lona de los millonarios de hoy”. El viajero impenitente y cronista excepcional que fue Galdós llega otra vez a Barcelona (“ciudad que como usted sabe -le escribe a Oller- tanto amo”32) en abril de 1917: Margarita Xirgu representa Marianela en el teatro Novedades y Galdós la acompaña secundado por Paco Menéndez, su ma-yordomo. Las semanas barcelonesas de la primavera del 17 las conoce-mos mediante las cartas que Menéndez, en nombre de Galdós, escribe a su hija. Galdós estaba, una vez más, contentísimo de la afabilidad de las gentes barcelonesas, “tanto por el teatro como por las innumerables visi-tas que a todas horas recibe”33 en su residencia del Hotel Continental en la Plaza de Cataluña, donde, por cierto, empezó a tejer su obra teatral Santa Juana de Castilla, cuyo estreno en el mes de junio de 1918 conocerá la última estancia barcelonesa del maestro, que se desplazó a la ciudad para estar presente en las primeras representaciones a cargo de la Xirgu en el teatro Novedades. En esas semanas del inicio del verano del 18 se repre-sentan en Barcelona otras dos obras de Galdós, todas con gran éxito a juzgar por las confidencias de Paco Menéndez y los recuerdos de Mario Verdaguer. Aunque la estancia es más breve que la del año anterior (en 1917 estuvo cerca de un mes en la ciudad), los homenajes se suceden 122 desde que se baja del tren en el apeadero del Paseo de Gracia. El más relevante fue el celebrado en el Hotel de Inglaterra y que contó con el ofrecimiento de Miguel dels Sants Oliver, quien lo comparó con Dickens y Balzac. En estos últimos viajes Galdós intensificó su interés por los am-bientes musicales barceloneses, dejando bien clara su querencia por una ciudad de cuya geografía urbana tenía entera noticia según atestiguan tan-to sus notas de viaje, sus crónicas y cartas como el Episodio Nacional Los ayacuchos (1901), donde el interesado lector puede completar la visión barcelonesa del novelista que en su último viaje quiso emblemáticamente escuchar en la Sala Ortiz y Cusó la Sonata a Kreutzer de su bien amado Beethoven. Se trataba del contacto postrero del “prosista español más grande del siglo XIX” -en lacónica expresión de Josep Pla- con Barcelona. II Tal y como acabamos de bosquejar, la relación de Galdós con Barcelo-na y Cataluña fue amplia e intensa. Entre los diferentes temas que fueron conformando dicha relación quiero llamar la atención sobre la postura Galdosiana en torno a la lengua catalana y a su empleo en el género litera-rio más revelador de ese tiempo histórico, la novela. Tomaré como pauta su relación con Narcís Oller y el contexto de la problemática de la novela y de la lengua literaria en la que se debe escribir. Vamos a un mínimo preám-bulo. Corresponde el honor -y es uno más que añadir a su inquieta y atenta pupila de observadora y lectora de las novedades literarias- de mencionar por primera vez a Narcís Oller en el seno de la nueva novela peninsular nacida al aire de la penetración del realismo y del naturalismo francés en España, a doña Emilia Pardo Bazán. Se trata de la entrega de La cuestión palpitante aparecida en el diario madrileño La Época el 3 de abril de 1883, tal y como la propia Pardo Bazán le recordará a Oller en una carta (18-V- 1883) cuando los artículos de La cuestión palpitante están a punto de salir en tomo: “La cuestión palpitante está en prensa y cuando le envíe a usted uno de los primeros ejemplares verá allí su nombre citado, como era jus-to, entre los que honran la novela española”.34 Para entonces, la primavera de 1883, ya se había iniciado la correspon-dencia entre el novelista catalán y la narradora gallega que creo tiene su punto de partida en un documento al que no atendieron en su día las especialistas pardobazanianas Nelly Clemessy y Marina Mayoral. En una carta del periodista mallorquín Luis Alfonso, dirigida por éste desde el diario La Época donde ocupaba la primera plaza de crítico, a Pardo Bazán, fechada el 29 de diciembre de 1882, le dice: Envie usted El viaje de novios a Narciso Oller, Rambla de Catalu-ña, 38-2º Barcelona, que yo por mi parte haré que él le remita a usted La papallona. Creo que ha de gustarle. Oller es un mucha- 123 cho excelente, pas boheme, muy amante de su mujer e hijos, de muy simpático estilo literario y social, y de buen gusto manifies-to. Por otra parte celebraré que conozca la novela de usted que ya le he ponderado en otra ocasión.35 Al mismo tiempo (la carta lleva idéntica fecha) Luis Alfonso escribe a Oller con igual finalidad: Ante todo hágame usted el favor de enviar un ejemplar de La papallona a Emilia Pardo Bazán, Calle de Tabernas, Coruña. De ella recibirá usted de un día a otro El viaje de novios que si usted no conoce, seguramente le deleitará. Me ha escrito manifestan-do deseos vivos de conocer dicha Mariposa, estimulada por mi artículo crítico, y me ha preguntado de qué suerte podría esta-blecer el citado cambio de libros. Yo me he tomado la libertad (y perdone usted el atrevimiento) de ofrecerle que usted le remitirá un ejemplar, dándole al propio tiempo las señas de usted para que le envie su novela. Debe de ser el anterior cándido y bien pensante párrafo el que da inicio a una relación epistolar que tiene su primer eslabón en la carta que la escritora coruñesa le dirige al novelista vallense el 16 de enero de 1883 y en la que pondera el valor de La papallona por la vida y fuerza de la pintura de los originales, especialmente los personajes: Yo no he visto el mercado de Barcelona, y sin embargo me pare-cería hallarme en él al leer la animadísima descripción del pri-mer capítulo. Pero en toda la novela hay sangre, calor y frescu-ra. 36 Junto al meritorio efecto de ilusión de realidad que el plano mimético de la novela de Oller le ha producido -y al que volveremos más adelante-, doña Emilia Pardo pone sobre el tapete -aquí, en su primera carta- un tema que aparece en todos y cada uno de los capítulos de la relación de Oller con las letras españolas, con excepción tal vez de su relación con el gran crítico y polígrafo alicantino Rafael Altamira, traductor al castellano de L’escanyapobres, y gran valedor de Oller en los balances que periódica-mente (desde 1886) ofreció de la narrativa penínsular. El tema al que me refiero es el del empleo de la lengua catalana en las producciones narrativas de Oller, que siempre fue objeto de comentario por parte de sus interlocutores, hasta convertirse -caso de su relación con Pérez Galdós, pero también con Luis Alfonso- en una recurrencia obsesiva. El tema aparece reiteradamente en el epistolario de la Pardo Bazán, aun-que siempre con la envolvente premisa de que, escritas en catalán, a las narraciones y novelas de Oller no pueden acceder amplios sectores del público lector español. Sólo en una ocasión dicho epistolario (15-XI-1883) se muestra más preciso en sus apreciaciones en torno a la lengua: 124 Siento haber ofendido la majestad del idioma catalán llamándo-le dialecto. Estas cuestiones filológicas me son muy conocidas porque aquí en Galicia tenemos también una escuela que reclama para el gallego los honores de idioma y afirma que el verdadero dialecto es el castellano -figúrese usted-. Yo creo que en el sentido general y vulgar de la frase, dialecto es un lenguaje usado por un pueblo que no forma nación. Rigurosamente, dia-lecto es un lenguaje que tiene origen común con otros; y en este sentido, el catalán y el provenzal, aunque dialectos ambos del latín son tan idiomas como el toscano, vg., y el francés. Vana lucha, sin embargo, la de los idiomas parciales con el total. Aquí hemos visto su esterilidad. En el país de Macías todo el mundo habla, o procura hablar, castellano; y en el país de Ausias March la prosa castellana se cotiza tan alto como la indígena. Sentiré herir con estos juicios su legítimo orgullo de raza, que compren-do y disculpo. Mas no puedo desconocer que usted mismo goza-ría de mayor renombre si escribiese en el idioma nacional. La dificultad de leer catalán hace que su preciosa Papallona ya no se lea todo lo que debiera leerse.37 Posición que tiene su correlato ideológico en la propia confesión de la autora de Los pazos de Ulloa (carta del 15 de noviembre de 1886) según la cual su españolismo se va acentuando, y en la polémica a propósito del regionalismo mantenida por Núñez de Arce, Almirall y Mañé y Flaquer se muestra partidaria del poeta que había expuesto sus diferencias respecto de Lo catalanisme de Almirall en el Discurso leído el 8 de noviembre de 1886 en el Ateneo madrileño. Los reparos formales de Pardo Bazán no esconden su diáfana posición que, por cierto, entraba en abierto conflicto con la de su paisano Alfredo Brañas: Núñez de Arce no estuvo oportuno en la forma, ni revela estudio profundo ni detenido del asunto, ni acaso eligió bien el momen-to, ni quizás anduvo acorde consigo mismo, pues creo que ya llevaba hechas otras declaraciones contrarias a las actuales; pero yo, que nací española rabiosa y que soy la única que en esta tierra no ha dado en la flor de llamarse ‘celta’ o ‘sueva’, estoy conforme, es ocioso decirlo, con el fondo de su discurso.38 La reflexión de Emilia Pardo Bazán es sumamente transparente y encaja a la perfección en su pensamiento crítico acerca del regionalismo gallego. Las literaturas regionales no podían tener más que una existencia restrin-gida y supeditada al impulso de la lengua nacional que obtiene su poder unificador de su superioridad. El sustrato ideológico procedente de Taine (la identificación de la lengua con la raza es ejemplar) transparenta el ade-mán de nacionalismo español que proyecta inequívocamente desde sus afirmaciones, tal y como se pondrá de manifiesto en la crisis de fin de siglo, con un componente conservador que diferencia sus postulaciones de las muchas y muy variadas que generó la literatura del desastre. 125 La oportunidad de componer novelas en catalán le fue ásperamente discutida a Oller por uno de sus mejores amigos, Benito Pérez Galdós. La relación epistolar entre Galdós y Oller se inicia a instancias de Pereda en la primavera de 1884, cuando el novelista catalán le envía su producción narrativa hasta la fecha. Galdós se toma cerca de siete meses para contes-tar y el 8 de diciembre le acusa recibo de su lectura, que ha tenido en el cuento Lo baylet del pá y en La papallona los momentos estelares. Sin embargo, y pese a las observaciones narrativas de gran calado que le hace, llama poderosamente la atención que ya en la primera carta le disuada de emplear el catalán con estas palabras: Lo que sí le diré es que es tontísimo que usted escriba en cata-lán. Ya se irán ustedes curando de la manía del catalanismo y de la renaixensa. Y si es preciso, por motivos que no alcanzo, que el catalán viva como lengua literaria, deje usted a los poetas que se encarguen de esto. La novela debe escribirse en el lenguaje que pueda ser entendido por mayor número de gente. Los poe-tas que escriben para si mismos, déjelos usted con su mania, y véngase con nosotros. Le recibiremos a usted, en el recinto de nuestro Diccionario, con los brazos abiertos.39 Galdós recibió una doble negativa a la propuesta que hacía en su carta. De un lado, la de Pereda, a buen seguro puesto en antecedentes por el propio Oller. En carta del 16 de diciembre del 84 el autor de Sotileza desaconseja a Galdós que se empeñe en convencer a Oller de cambiar de lengua literaria: “es imposible”, le dice categóricamente. La explicación de Pereda rebosa sensatez: Los escritores catalanes piensan en catalán, hablan en catalán y vi-ven en una sociedad que no habla otra lengua en familia. Por consi-guiente el idioma catalán es el jugo de su literatura; y escribiendo en castellano Oller, Vilanova, Bertrand y tantos otros, serían a todo tirar, los Fanstenrat (no conozco la ortografía alemana de esta palabra) de Cataluña, que es ser bien poco para los fines que usted desea. Así pues, no hay más remedio que tomarlos como son, con su pecado de origen, harto castigado con la pequeñez del mercado que tienen para sus libros y el injustificado desdén con que los mira el público literato de Castilla.40 De otro, la muy meditada contestación de Oller, fechada el 14 de di-ciembre. Tras reconocer que es “cuestión batallona” con todos sus amigos de allende del Ebro, Oller se confiesa sorprendido de la postura de Galdós por dos tipos de motivos: porque “profesa francamente las ideas de la escuela realista” y porque “ha visto usted cómo vivimos y hablamos en Barcelona”.41 La argumentación de Oller es inapelable tanto por las razo-nes que esgrime como por la identidad del interlocutor a quien se dirige, e implícitamente muestra -como señaló con su sagacidad habitual el profe- 126 sor Sergio Beser- “los principios estéticos del realismo decimonónico”.42 Vayamos por partes porque la cuestión tiene una singular importancia. Oller es tal como advirtió la lucidez crítica de Joan Sardà en las páginas de L’Avens (25-X-1889) un seguidor a rajatabla de la pintura verdadera de la realidad: “Per ell en art no hi hà més qu’un Deu: la realitat; ni més qu’una religió ò forma d’adoració: la pintura d’aquesta realitat”.43 La crea-ción de un lenguaje narrativo para la representación de esa realidad era consustancial a la forja de la novela realista, que en su afán de plasmar con la máxima diafanidad la vida no podía acudir a otra lengua más que a la vivida (de ahí los dos tipos de motivos que sorprenden a Oller entre los reparos que formuló Galdós). El empleo del catalán era absolutamente imprescindible para perseverar en la tarea de la creación de una novela realista catalana. Tal es el eje vertebrador de la epistolar argumentación de Oller: Escribo la novela en catalán porque vivo en Cataluña, copio cos-tumbres y paisajes catalanes y catalanes son los tipos que retra-to, en catalán los oigo producirse cada día, a todas horas, como usted sabe que hablamos aquí. No puede usted imaginar efecto más falso y ridículo del que me causaría a mí hacerlos dialogar en otra lengua, ni puedo ponderarle tampoco la dificultad con que tropezaría para hallar en paleta castellana cuando pinto, los colores que me son familiares de la catalana. Suponga usted, por un momento, siquiera conozca usted el inglés mejor que yo el castellano, que se le hubiese ocurrido a usted hacer hablar como Byron al bueno de Bringas o a su esposa la Pipaón. ¿Dón-de quedarían la verdad, la frescura, el nervio y hermosura del lenguaje de aquellos madrileños de carne y hueso, tan felizmen-te pintados porque ha podido usted copiarlos del natural, usando del mismo instrumento que ellos para imitar su estilo, sus giros, sus exclamaciones, su misma voz, rasgos determinativos del carácter, del temperamento, de la educación, de todo lo que constituye un tipo? ¿No cree usted que el lengua-je es una concreción del espíritu? ¿Cómo divorciarlo pues de esa fusión que existe de realidad y observación en toda obra realista?.44 De las palabras de Oller se desprende que en esa construcción de un mundo imaginario que es toda novela, un escritor realista como él hace prevalecer dos elementos: ser reflejo del mundo real o emplear un écran que facilite al máximo el efecto de realidad, y hacerlo con un lenguaje que plasme con la máxima diafanidad lo observado y estudiado en el original. La sorpresa del autor de La papallona nace de que su credo estético es -en la herencia de Balzac- estrictamente paralelo a los designios que Galdós enunciara para la novela en 1870 en el texto fundacional del realismo español (“Observaciones sobre la novela contemporánea en España”), 127 cuando afirmaba la trinidad de valores que debía exigírsele: real, española y contemporánea. Dados estos postulados teóricos, Oller cree que su ar-gumentación epistolar debe convencer a don Benito, tanto más cuanto éste había escrito en el prólogo a El sabor de la tierruca (1882) que “una de las mayores dificultades con que tropieza la novela en España consiste en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario para asimilarse los matices de la conversación corriente”.45 Pero no fue así y Galdós siguió machaconamente intentando que Oller abandonase el empleo del catalán, con considerandos que en el plano estético entraban en franca contradicción con el ideario que el gran nove-lista canario mantuvo imperturbablemente acerca de la novela. Galdós no quiso comprender que el trabajo literario de Oller era, desde un punto de vista doctrinal y estético, completamente paralelo al que tenían en sus manos novelistas que él apreciaba, como por ejemplo Pereda, e incluso a la labor narrativa que de forma pionera él mismo estaba consolidando. Galdós, imbuído de un jacobinismo lingüístico, no supo ver en Oller lo que Yxart advertía con singular tino en su análisis de La tribuna (La Época, 7-I-1884): A la restauración de la novela realista, va unida en España, por íntima conexión de ideas, la de la lengua. Desde el punto en que la obra es imitación directa de la vida, su lenguaje y formas de-ben ser los mismos que los ordinarios y comunes, y han de pro-pender irresistiblemente a que desaparezca la maldad o divorcio entre la lengua de los libros y la hablada, la académica y la do-méstica. 46 O lo que Leopoldo Alas -abriendo el camino- había estudiado con impar destreza a propósito de las novelas Galdosianas en los barceloneses artí-culos “Del estilo en la novela”, publicados en 1882. El tema de la conversión de Oller que Galdós quiere auspiciar retorna una y otra vez en el epistolario e incluso en la crítica literaria Galdosiana. Su recurrencia sólo tiene parangón con la pertinacia de Luis Alfonso en su correspondencia con el novelista catalán; tenacidad que se inicia ya el 7 de julio de 1880 cuando tras decirle que acaba de leer Un estudiant le espeta: “¿Por qué no escribe usted en castellano? No cometa usted la hipocresía de decirme que no sabe”; que pasa por numerosos eslabones como el del 9 de septiembre del 80 (“Dígame lo que hace y lo que proyec-ta, y cuando escribe usted algo en castellano para publicarlo por aquí; así como Sardà, que a semejanza de usted se expresa en limpia y gallarda prosa castellana”) y que desemboca en comentarios como el de la carta del 19 de octubre de 1883: “Ahora falta que escriba usted Vilaniu y que se decida usted a escribir en castellano. En este punto, je en recule pas d’une semelle, como dicen los franceses: soy tenaz”. 128 Galdós no le va a la zaga. Al poco de recibir Vilaniu y en carta del prime-ro de febrero de 1886, Galdós le dice que se va a internar de nuevo en su catalán, aunque le advierte del desconsuelo que siente “al ver un novelista de sus dotes, realmente excepcionales, escribiendo en lengua distinta del español, que es, no lo dude, la lengua de las lenguas”. La discusión no cesa en el epistolario -con precisiones políticas que es difícil compendiar aquí- hasta su punto final que coincide con una carta de Oller del 28 de noviembre de 1887, cuyo principal motivo es el comentario de Fortunata y Jacinta. Como he escrito en el “Estudio preliminar” a esta novela (Barce-lona, Planeta, 1993) el sintético juicio que Oller ofrece a su amigo es de lo más atinado y cabal que la obra suscitó en la recepción contemporánea. Oller estimaba la novela del 87 no sólo la mejor de la producción Galdosiana sino la obra más destacada del género en España. Las razones esgrimidas para tan tajante juicio son de índole temática y de orden estructural. Así Oller lee la novela como la lucha de “la naturaleza con los convencionalismos de la civilización” (en términos muy similares, por cier-to, a los empleados hace algunos años por Carlos Blanco Aguinaga47), indicando su gran acierto compositivo por la perspectiva con que los per-sonajes -”una galería tan extensa de tipos”- se muestran al lector, desta-cando de “un fondo palpitante de vida y verdad”. Tras esta breve lección de crítica literaria y con bondadosa ironía le dice: “Sólo siento una cosa: que no está Fortunata y Jacinta escrita en francés para su mayor publici-dad y provecho del autor. Un separatista”.48 No obstante, lo prolongado de la discusión tuvo un momento culminan-te cuando Galdós en sus habituales colaboraciones para La Prensa de Bue-nos Aires escribió un comentario crítico con fecha 30 de marzo de 1886. En él hace público lo que era, hasta ese momento, privado, y postula que el novelista vallense, producto de un catalanismo dominado por “los re-sentimientos regionales, algunos no injustificados”, escribe en catalán cuando lo podía hacer magistralmente en castellano, pese a que “la nove-la contemporánea requiere una dicción extraordinariamente rica y flexible”, a la que no se presta el catalán, porque -a juicio de Galdós- “el catalán no tiene construcción propia. La sintaxis es la castellana y sólo varían las voces”.49 El tema era en esas circunstancias -albores de la primavera de 1886- candente. Luis Alfonso desde su tribuna de La Época lo exponía a finales de enero: “El tema literatura catalana está sobre el tapete -sobre el tapete de las mesas de los literatos-. Verdaguer publica el poema Canigó; Soler el poema Las alas negras; Oller la novela Vilaniu; Yxart la colección de artícu-los El año pasado”. El mismo Luis Alfonso -como sabemos- discrepaba del empeño de Oller de usar el catalán, insistiendo en las cualidades que ate-soraba como “novelista nacional” como “es crítico nacional Yxart”. Por esas mismas fechas Armando Palacio Valdés en carta cursada a Yxart des-de el Ateneo de Madrid (11-II-1886) le decía: 129 Me alegro que usted y sus amigos trabajen pero deploro que sus esfuerzos no se aúnen a los nuestros para levantar la literatura española. Es lástima que los buenos ingenios como el de Narcís Oller, etc. no añadan su fuerza al renacimiento de la novela y la crítica española. El tema era recurrente en la prensa madrileña de la época. Un buen paradigma de la crítica literaria de ese momento es el habitualmente bien orientado crítico de la Revista de España, Lara y Pedraja, quien firmaba con el seudónimo “Orlando”, y que a menudo se ocupaba de las llamadas literaturas regionales (un ejemplo normativo es su ensayo “Las literaturas regionales con motivo de las publicaciones recientes” aparecido el 10 de agosto de 1885). El lugar común de la recurrencia es el siguiente: Oller es un gran narrador pero debe escribir en castellano y dejar el catalán para la literatura puramente regional, dominio al que no debía pertenecer la nue-va novela. El juicio de “Orlando” en su largo ensayo, aparecido en cuatro entregas en la Revista de España en el otoño de 1884, acerca de “Novelas españolas del año literario” es altamente sintomático: De las comarcas españolas donde se nota algún movimiento lite-rario, merecen citarse Cataluña, porque en ella tienen vida pro-pia, y espléndida a veces, todas las manifestaciones de la litera-tura. Responde ésta en general -y no se interprete ésto como una censura- al espíritu que anima la vida toda de aquellos habitan-tes, que no es otro que el mercantil; así es que entre el gran número de novelas publicadas por las diversas casas editoriales, apenas si pueden contarse con obras de algún mérito otras que las tituladas Margaridoia, de Nadal, y L’Escanyapobres, de Narcís Oller, premiada ésta última en los Juegos Florales y escritas am-bas en dialecto catalán. Y es lástima que sus autores no las den a la luz en castellano, porque lo contrario las priva de ser leídas en el resto de la Península. En este escenario que reivindicaba para la novela de poética realista el castellano, haciendo elipsis de la necesidad de forjar un lenguaje narrativo capaz de proporcionar una ilusión de realidad lo más diáfana posible, Narcís Oller se amparó en la opinión de Menéndez Pelayo, quien no comulgaba con los argumentos que la mayoría de la crítica española sostenía privada y públicamente. Oller había recibido la opinión de don Marcelino por vía epistolar fechada el primero de febrero de 1886. Acaba de leer Vilaniu y es tajante tanto en la valoración literaria, comparándola con los mejores cua-dros de caracteres y de costumbres de las pequeñas villas de Flaubert e incluso con las Escenas de la vida de provincias de Balzac, como en su opinión en torno de la lengua: He notado una porción de expresiones tan pintorescas, tan nue-vas y tan exactas y penetrantes que me hacen desear (al revés 130 que a otros amigos) que siga usted escribiendo en catalán, por-que sólo quien escribe en su propia lengua puede alcanzar esta potencia gráfica y esta armonía profunda entre el pensamiento y la frase. Es verdad que lo poco difundido de la lengua hará que el libro no corra tanto, como sin duda correría en francés y aun en caste-llano, pero yo sé que tarde o temprano todo lo que merece ser conocido, lo es, y llega a romper todas las barreras de pueblos y de lenguas.50 De inmediato Oller le escribe (4-II-1886): está contento y cree que la opinión de peso de don Marcelino obrará persuasivamente en muchos críticos para que acepten sus esforzados trabajos de novelista en catalán. Piensa inclusive en publicar la carta y le pide permiso a Menéndez Pelayo, quien lo concede de inmediato. Por fin alguien ha comprendido sus razo-nes: Si yo escribiese en castellano no daría más que obras anodinas, sucumbiría a la falta de fraseología y locución, no lo dude usted. No hay pues obstinación, ni temeridad, por mi parte, sino impo-sibilidad absoluta que debieran comprender y respetar como usted lo hace.51 En realidad, Menéndez Pelayo estaba juzgando a Oller desde unas con-vicciones, que Rubió i Lluch definió contemporáneamente (Diario de Bar-celona, 29-III-1881) como catalanistas, y que el gran historiador santanderino habría de expresar pública y rotundamente ante la reina con motivo del Discurso de los Juegos Florales de 1888 en Barcelona: comprén també que les llengues, signe i penyora de rassa, no’s forjan capritxosament ni s’imposan per forsa ni’s prohibeixent n’is manan per llei, ni’s deixan, ni’s prenen per voler, puig res hi ha mes inviolable y mes sant en la conciencia humana que’l nexus secret en que viuen la paraula i el pensament.52 Declaración solemne que se convirtió en manifestación indispensable para aquellos que como Oller e Yxart creían en una España pluricultural. Benito Pérez Galdós, por el contrario, respetaba, pero, al igual que Clarín, no sentía la lengua catalana. Resueltamente era una opacidad de las señas de identidad del nacionalismo liberal español. 131 NOTAS 1 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, Cultura Hispánica, Madrid, 1973, p.313. Carta del 1-VII-1888. 2 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1973, t. VI, p.1432. 3 Ibídem, p.1433. 4 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, Rena-cimiento, Madrid, 1923, p.68. Carta del 8-VII-1888. 5 Ibídem, p.69. 6 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, p.320. 7 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.70. Carta del 8-VII-1888. 8 Ibídem, p.70. 9 Ibídem, p.72. 10 Ibídem, p.73. 11 Ibídem, p.69. 12 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica, Renacimien-to, Madrid, 1923, p.71. 13 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, p.321. La carta es del 8-VII-1888. 14 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.86. La carta es del 15-VII-1888. 15 YXART, J., «La Exposición Universal. Panoramas», El año pasado (Letras y artes en Bar-celona), Librería Española de López, Barcelona, 1889, p.180. 16 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, t. VI, p.1439. 17 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», Boletín de la Academia de Buenas Letras, XXX (1963-1964), p.287. 18 Ibídem, p.287. 19 VERDAGUER, M., Medio siglo de vida íntima barcelonesa, Barna, Barcelona, 1957, p.144. 20 En los círculos más atentos su fama y prestigio datan de 1881 al compás de la publica-ción de La desheredada, tal y como se desprende de una carta de Joan Maragall a Joaquim Freixas datada el 5-VII-1881, en la que dice estar siguiendo la publicación de la primera novela naturalista española a través de los sucesivos cuadernillos. Cf. MARAGALL, J., Obres Completes (Obra Catalana), Selecta, Barcelona, 1970, p.971. 21 SARDÁ, J., Art i veritat. Crítiques de novel.la vuitcentista, ed. Antònia Tayadella, Curial, Barcelona, 1997, p.73. 132 22 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga, Curial / AbadÍa de Montserrat, Barcelona, 1996, p.73. 23 OLLER, N., Memòries literaries, Aedos, Barcelona, 1962, p.298. 24 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Crítica, Barcelona, 1995, p.535, donde se pueden consultar los detalles de la información. 25 PLA, J., Un señor de Barcelona, Destino, Barcelona, 1945, p.210. 26 CABRÉ, R., «Epistolari Benito Pérez Galdós-Josep Yxart», Estudis de Llengua i Literatura Catalanes III, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1981, p.216. 27 SARDÁ, J., Obras Escogidas (Serie castellana, I), Librería de Francisco Puig y Alfonso, Barcelona, 1914, p.109 28 Ibídem, p.113. 29 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga, p.92. 30 UNAMUNO, M. de, «Sobre el marasmo actual de España», En torno al casticismo, Espasa Calpe (Austral), Madrid, 1972, p.146. 31 Tanto esta cita como las siguientes del presente párrafo proceden del artículo de DENDLE, B. J., «Galdós en Barcelona: un artículo olvidado de 1903», Bulletin Hispanique, XC (1988), pp.389-392. 32 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.305. La carta es del 9-III-1915. 33 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, pp.785-786. 34 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», Homenaje a Antonio Gallego Morell, Universidad de Granada, Granada, 1989, t. II, p.390. 35 FREIRE, A. M., Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán (1878-1883), La Coruña, Funda-ción “Pedro Barrie de la Maza”, 1981, p.98. 36 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», p.391. 37 Ibídem, p.400. 38 OLLER, N., Memòries literaries, p.100. 39 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.267. 40 ORTEGA, S., (ed.), Cartas a Galdós, Revista de Occidente, Madrid, 1964, p.95. 41 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.268. 42 BESER, S., «La bogeria: historia y discusión de una locura anunciada», en Narcís Oller, La bogeria / La locura, Edicions del Mall, Barcelona, 1986, p.10. 43 SARDÁ, J., «Narcís Oller» Obres escullides. Serie Catalana, Llibrería de Francisco Puig, Barcelona, 1914, p.147 44 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.268. 45 PÉREZ GALDÓS, B.,, “Prólogo” (1882) a José María de Pereda, El sabor de la tierruca, Arte y Letras, Barcelona, 1882, p.IV. 46 CABRÉ, R., José Yxart: Crítica dispersa (1883-1893), Lumen, Barcelona, 1996, pp.196- 197. 133 47 Cf. BLANCO AGUINAGA, C., «Entrar por el aro: restauración del ‘orden’ y educación de Fortunata», La historia y el texto literario. Tres novelas de Galdós, Nuestra Cultura, Madrid, 1978, pp.49-94. 48 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.285. 49 PÉREZ GALDÓS, B., Las Letras, Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica, pp.42-43. 50 MENÉNDEZ PELAYO, M., Epistolario, ed. Manuel Revuelta Sañudo, Fundación Universita-ria Española, Madrid, 1984, t. VII, p.439. 51 Ibídem, p.442. 52 MENÉNDEZ PELAYO, M., Textos sobre España, ed. Florentino Pérez-Embid, Rialp, Ma-drid, 1962, p.277.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Benito Pérez Galdós y Cataluña |
Autor principal | Sotelo Vázquez, Adolfo |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del sexto congreso internacional de estudios Galdosianos |
Numeración | Congreso 06 |
Sección | Conferencias |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1997 |
Páginas | P. 0115-0133 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 92366 Bytes |
Texto | 115 BENITO PÉREZ GALDÓS Y CATALUÑA Adolfo Sotelo Vázquez I Benito Pérez Galdós, tan incansable viajero como novelista, regresaba a Madrid a finales de mayo de 1888, tras una estancia de apenas ocho días en Barcelona, y de inmediato tomaba la pluma para dar noticia a los lecto-res bonaerenses de La Prensa de su paso por la capital catalana y animar a los viajeros americanos a visitar “la ciudad espléndida que ha de ser, den-tro de poco, una de las más bellas de este continente”.1 Las cartas que con esta materia envía a Buenos Aires fueron publicadas en La Prensa los días uno, ocho y quince de julio de 1888. Galdós había visitado por primera vez Barcelona a últimos de septiem-bre de 1868: regresaba de París donde había adquirido varios tomitos - Librairie Nouvelle- de las obras de Balzac, y se encontró con la revolución que derribó el trono de Isabel II. En sus Memorias de un desmemoriado recuerda: “Toda España estaba ya en ascuas. Barcelona, que siempre figu-ró en la vanguardia del liberalismo y de las ideas progresivas, simpatizaba con ardorosa efusión con el movimiento”.2 Ahora, 1888, el motivo y el marco de su visita es la Exposición Universal y su deambular por la ciudad tiene el lógico contrapunto de la memoria de sus impresiones de veinte años atrás. En el 68 aún existían la Muralla del Mar (“paseo delicioso desde Atarazanas hasta el jardincillo del Capitán General”) y la Ciudadela, pero ya la ciudad se había quitado el corsé que formaban las Ramblas y las Rondas para dar cabida al “grandioso ensanche, con sus hermosas vías y el Paseo de Gracia, incomparable avenida, que pronto había de rivalizar con las mejores de Europa”.3 En la primavera del 88, y a pesar del trasiego y de los compromisos de las fiestas iniciales de la Exposición, este flâneur ocasionalmente barcelonés observa que las edificaciones levantadas en la parte nueva son lujosas, de elegante traza y materiales ricos, enfatizando el arbolado que recorre todas las calles. Galdós se recrea, fascinado, en la descripción del espacio geográfico barcelonés y de los municipios -Gracia, Sants, Hostafrancs...- que lo rodean, y augura un porvenir a la ciudad para-lelo al de Londres o Nueva York. En los radiantes días de finales de mayo del 88, al mejor observador artístico de la vida contemporánea madrileña -Miau, séptima novela con-temporánea, acababa de aparecer- no le pasó inadvertido el movimiento y animación de la metrópoli, con sus tranvías americanos y los ferrocarriles de tracción de vapor que comunicaban la capital y los suburbios, al mismo tiempo que reparaba en cómo el pavimento formado por tarugos de pino 3-3 116 había reemplazado en las vías más transitadas al macadam, pavimento de piedra machacada que hacía honor al escocés Mc Adam, su inventor. Tam-bién Galdós recordó para sus lectores de La Prensa la difusión del alum-brado eléctrico, asegurando que no había “ciudad alguna en Europa que con mayor ni aún igual profusión lo posea”.4 El elogio se extendía al clima, a la hospitalidad -“es un pueblo morigerado y sobrio que, cuando llega la ocasión, sabe gastar sus ahorros y deslumbrar a sus huéspedes, haciendo gala de tanta esplendidez como inteligencia”-,5 a la vida cómoda y sobria, y a sus habitantes que “tienen el doble mérito de saber trabajar y saber vivir”,6 en lacónico juicio con el que cierra su primer artículo. Las virtudes del carácter catalán las ve Galdós magníficamente repre-sentadas en la Exposición, a cuyas ceremonias de inauguración, con el atractivo principal de la reunión de las escuadras en el puerto -que descri-be con un sorprendente pormenor-, dedica la práctica totalidad de uno de sus artículos. El éxito de la Exposición de Barcelona se debe a la energía y actividad de los catalanes, bien secundados para la ocasión por el Poder central, hacia quien, a menudo, se muestran quejosos, “y en lo que toca - comenta Galdós- a la centralización administrativa sus quejas son fundamentadísimas”.7 En fín, la esplendidez y la inteligencia de los barce-loneses deslumbra al gran novelista, que con ademán liberal y sensato aconseja “la aproximación moral entre Madrid y Barcelona”8 como clave del progreso de Cataluña y España. En su deambular por la Exposición anota las líneas relevantes de los varios edificios emplazados desde el arco de triunfo del Paseo de San Juan hasta el ferrocarril de Francia: el Palacio de la Industria, obra de Jaume Gustá; el Palacio de Bellas Artes de August Font, del que destaca los “dos enormes órganos, que se comunican por medio de la electrici-dad, de modo que un solo organista puede tocarlos simultáneamente”;9 el Palacio de Ciencias y el de Agricultura; la Sección Marítima y el Restaurant, que complace a Galdós tanto como el Gran Hotel Internacional, obras ambas en los albores del modernismo de Lluis Domènech i Montaner, a quien cita elogiosamente antes de describir con precisión el edificio que hoy alberga el Museo de Zoología: “Afecta la forma de un castillo gótico y es de ladrillos, decorado con cerámica de variados colores, conjunto ele-gante y originalísimo, que será uno de los principales atractivos de la Ex-posición”. 10 No obstante, sus descripciones arquitectónicas abarcan más allá de los límites del Parque y su pluma recuerda el edificio del Ayunta-miento, tanto por el “pegote” de la “fachada grecorromana” como por el Salón de Ciento “que es uno de los recintos más grandiosos que en parte alguna existen”,11 según juzga por la elevación del techo, por su amplitud y por la severidad y la sobriedad de sus líneas; o la grandeza ojival de la Catedral, no exenta “como otras célebres basílicas españolas, de las superfectaciones y bárbaros remiendos de los siglos XVII y XVIII”.12 Las notas Galdosianas se extienden, incluso, a la casa de la Diputación, el Archivo de la Corona de Aragón y las iglesias de Santa María del Mar y del 117 Pino. Son, en resumen, un breve y atractivo recorrido por la Barcelona de 1888. Los artículos no sólo atestiguan que Galdós es el mejor narrador espa-ñol de la geografía urbana de una gran ciudad decimonónica, sino que además es un incorregible sociólogo antes de que la sociología, por obra y gracia de un catalán, Manuel Sales i Ferré, se ganara una cátedra de la Universidad Complutense. El novelista capaz de presentar en una página de La desheredada o de La de Bringas el mundo de apariencias de la clase media madrileña, resulta un hábil y lacónico pintor de las clases sociales barcelonesas. Con tinta teñida de positivismo historicista la pluma Galdosiana dibuja la vida desahogada, atenta a las comodidades domésti-cas y reacia a la ostentación pública de las clases ricas, asentadas en la actividad laboriosa del comercio y la industria, a la par que la solidez de la clase media o la “educación industrial” de los obreros barceloneses. Este dibujo no está exento de la comparación con su correlato madrile-ño que Galdós conocía mejor que nadie, ni tampoco de un contraluz polí-tico, en el que se agiganta el perfil del regionalismo y de “numeros ele-mentos influídos por las predicaciones socialistas”.13 Pero, sobre todo, las crónicas de Galdós subrayan, al modo cervantino, el archivo de la cortesía que la ciudad ha sido para con la reina regente y el rey niño durante los días que permanecieron en Barcelona, asistiendo, entre otros actos, a los Jocs Florals en los que oficiaba de mantenedor otro gran amigo de Barce-lona, donde había sido discípulo de Lloréns y Milá i Fontanals, Marcelino Menéndez Pelayo. Así como la tolerancia de las costumbres barcelonesas y la escasa querencia de sus habitantes por las tabernas y el espectáculo taurino, “escuela constante y cátedra siempre abierta de barbarie, insolen-cia y crueldad”.14 Difícilmente los lectores hispanoamericanos de La Prensa de Buenos Aires podían haber tenido un mejor cronista barcelonés que, siguiendo esa medular línea cervantina que recorre toda su obra, no dudaba en ha-cerse voceador -con voz liberal- de “la prosperidad, el bienestar y la cultu-ra que admiramos allí”. Los días barceloneses de finales de mayo de 1888 los ocupó Galdós febrilmente. Acompañado como iba de los diputados a Cortes, José Ferreras y el Marqués de Castroserna, muy próximos como él a Sagasta, se alojó en el Gran Hotel Internacional, cuyo vestíbulo “anchuroso, flamante, de as-pecto realmente moderno”15 -Yxart dixit- conoció las idas y venidas, públi-cas y privadas, del gran novelista. De las páginas da noticia en sus Memo-rias: el homenaje al alcalde Rius y Taulet; la diaria visita a Sagasta que residía en el hotel Arnús; la invitación que recibieron para compartir mesa y mantel con la Reina Regente; las fiestas, las ceremonias y las recepcio-nes no eclipsan la fascinación Galdosiana por la concentración naval que se ofrecía en el puerto barcelonés. El entusiasmo se transparenta en el presente pasaje de su recordatorio: 118 Cuando la Reina salía de paseo en la lancha real, mandada por el general Antequera estallaba el cañoneo de las salvas. El estruen-do formidable, el humo, el griterío de las hurras de la marinería, daban la sensación de una colosal batalla entre los cielos y la tierra. Quien tal presenció nunca podrá olvidarlo.16 Entre los aconteceres más reservados sabemos de su estrecha amistad con Narcís Oller, quien ya había comentado epistolarmente Fortunata y Jacinta unos meses antes. Una nota de Oller, fechada el 23 de mayo, refie-re la invitación muy afectuosa al “molt venerat amic meu Pérez Galdós”, tal como le califica en sus Memòries literàries: “si quiere y puede usted honrar mi mesa se la ofrezco a usted especialmente mañana a la una de la tarde. En ella encontrará usted a la amiga Sra. Pardo Bazán, a Yxart y tal vez a algún otro compañero”.17 Los días, sin embargo, resultaron escasos para estrechar estas relaciones. De las cortas horas pasadas juntos habla Oller en sus Memòries y el propio Galdós lamenta la celeridad de las horas barcelonesas en una carta del 21 de junio al autor de La papallona: “Salu-de en mi nombre a Yxart, a quien sólo conocí a lo relámpago, quedándo-me con fieras ganas de tratarle íntimamente”.18 En esos días debió conocer a Modesto Sánchez Ortiz, el periodista ma-drileño que dirigía La Vanguardia desde 1888. Y a juzgar por los recuer-dos, en ocasiones un tanto inexactos, de Mario Verdaguer, tuvo tiempo de almorzar con la familia de Enrique Moragas, padre de Rafael Moragas, el curioso y extraordinario bohemio barcelonés del que Pío Baroja dejó un curioso retrato: “Viajante de comercio sin comercio y coleccionista de to-das esas cosas perfectamente inútiles que son las únicas que dan gusto al espíritu. En el fondo, un sentimental, y, en la forma, un viva la bagatela”. Mario Verdaguer a través de la mirada del jovencísimo Rafael Moragas -seis años escasos- nos ofrece la última noticia de la estancia barcelonesa de Galdós en 1888: “mi padre se presentó en casa acompañado de un señor que usaba bigote, vestía traje claro, llevaba chalina y aparentaba tener unos cuarenta y tantos años”.19 Pérez Galdós era para entonces el novelista español más reputado en Cataluña.20 Poco después de su marcha de Barcelona, el crítico Joan Sardà, desde las columnas de La Vanguardia (22-VI-1888) reseñaba Miau con es-pecial atención a su dimensión crítica y regeneradora, mientras definía la personalidad artística Galdosiana como la de un “literato de raza, observa-dor perspicaz del mundo que le rodea, [que] suma a las cualidades que a semejantes condiciones de talento deben sus libros, las otras, más pecu-liares y menos comunes, que arraigan en el porfiado escudriñar en mate-rias nada familiares a los que entre nosotros cultivan la novela”.21 El pres-tigio barcelonés de Galdós era tal, que Josep Pin i Soler, novelista catalán y epistolar amigo del maestro canario, ficcionalizaba su figura en su come-dia Sogra i nora (1890), en la que un personaje de la alta sociedad catala-na, refinada y cosmopolita, le regala a su madre una novela que “és de las millors de Pérez Galdós” [...] és a dir de lo millor qu’s fa a Europa”.22 119 Tras una estancia en marzo de 1896 en Reus, en junio de 1896, concre-tamente el día 25, llega Galdós a Barcelona para acudir al estreno de Doña Perfecta y a la reposición de Los condenados. Visita anunciada a Oller en carta del 3 de mayo con estas inequívocas palabras: “El próximo verano, Dios mediante, me daré el gustazo de pasar unos días en la incomparable Barcelona”. Una nota editorial de La Vanguardia (26-VI-1896) le califica de “artista innovador, psicólogo original y pensador de altos vuelos”, y, de inmediato y bajo la segura impronta de Sánchez Ortiz, aproxima el ideario Galdosiano y el cosmopolitismo y la modernidad barcelonesas: Las elevadas aspiraciones, el recto criterio, los nobles ensueños de perfección humana y de cultura social que palpitan vivientes en la obra de Galdós, son además ideas y sentimientos que han de imponerse a todos, y más en esta ciudad, donde toda corrien-te de adelantamiento intelectual y moral halla un eco de simpa-tía en el espíritu de las gentes. Galdós, que hacía tan sólo unos meses acababa de publicar Nazarín y Halma, sintió en esos calurosos días deseos de visitar a Jacinto Verdaguer envuelto en su gran drama que conmocionaba y dividía a la opinión públi-ca catalana, sobre todo desde que los artículos “En defensa propia”, apa-recidos en La Publicidad (1895), habían consolidado un enfrentamiento directo y público con el marqués de Comillas. Galdós le pidió a su gran amigo Oller que le acompañase a visitar a Verdaguer que vivía acompaña-do, entre otras personas, de doña Deseada en la barriada de Els Penitents. Oller pormenorizó en sus Memòries la visita mientras que don Benito dio cuenta, más breve y lacónica, de esta singular excursión a las afueras barcelonesas en un artículo del año 1902 para La Prensa de Buenos Aires, escrito precisamente con motivo del fallecimiento del autor de L’Atlántida. Ambos novelistas certificaron el juicio sereno y el mesurado equilibrio de Verdaguer, acusado, en cambio, por la jerarquía eclesiástica de locura, y también pudieron entrever a doña Deseada. Oller lo relata así: “I tombant-nos aviat d’esquena per contemplar l’esplèndid panorama que el mar i la ciutat ofereixen d’allí estant, toparen mos ulls altra vegada amb el caparró d’una dona que visiblement ens espiava des del llunyà finestró de la caputxa de l’escala dels Penitents, que té sortida a la teulada. Sens dubte era la pofidiosa celluda, la ditxosa donya Deseada Martínez!. Encara tingué temps der fer-ho notar a en Galdós i deixar-l’en convençut”23. Galdós, quien tam-bién se fija en el espléndido panorama de la ciudad desde la que es hoy la calle de Tiziano, escribe a sus lectores bonaerenses: “volvióse Oller y vió que por las bardas de un corral o huerto apareció una cabeza de mujer, que sin duda quería vernos en nuestra retirada también, pero la mujer desapareció y nada ví. Ella satisfizo su curiosidad, nosotros no”.24 Esta estancia barcelonesa de comienzos del verano de 1896 se comple-tó felizmente con el éxito de Los condenados, con la visita a Montserrat y con el abrazo cordial con Joan Sardà, “per qui tenia en Galdós tota l’estima 120 merescuda”, según el testimonio de Oller. Seguramente en estas fechas se produjo el encuentro de Galdós y don Rafael Puget, Un señor de Barcelo-na, que Josep Pla recoge así: “Conocí a don Benito Pérez Galdós. Me lo presentó Narciso Oller. Un día con un grupo de La Vanguardia antigua, del que formaba parte preponderante Rusiñol y Sánchez Ortiz, celebramos la estancia del escritor en Barcelona, organizando una visita a San Cugat”.25 Para el fin de siglo, Galdós gozaba en el mundo intelectual barcelonés de una muy sólida reputación. En sus estrenos teatrales el éxito le había acompañado, e Yxart, primero en La Vanguardia y La Ilustración Artística, y luego recopilándolas en El arte escénico en España (1894), había anali-zado Realidad (1892), La loca de la casa (1893) y La de San Quintín (1894) al compás de su estreno en Barcelona. Pero no es sólo Yxart sino otros críticos notables subrayan el valor de su teatro, que incluso se acercó a Cataluña en la ambientación y el argumento de La loca de la casa. José Roca y Roca en su habitual sección de La Vanguardia, “La semana en Barcelona” (10-VII-1892), tras analizar Realidad, escribe: “Pérez Galdós acaba de demostrar que ser el primero de nuestros novelistas no impide convertirse asimismo en el primero de nuestros autores dramáticos”. Al estrenar en el verano de 1895 Los condenados, la obra cuyo prólogo le pareció a Yxart, “un acto de virilidad que envidio y aplaudo”26 -según carta del 30 de enero de 1895-, Josep María Jordà, uno de los más activos representantes del modernisme fin-de-siècle, entiende la obra como “un drama interno, de dentro a fuera [...] un drama casi espiritual” y como “una tentativa de arte nuevo, de arte moderno”, según escribe en La Publi-cidad el primero de julio de 1895. Seguramente la carta que Yxart publicó en La Vanguardia poco antes de morir elogiando la obra, tuvo mucho que ver con la aceptación entusiasta del arte dramático de Galdós en la Barce-lona modernista. No obstante, para el mundo literario barcelonés de fin de siglo Galdós seguía siendo fundamentalmente un novelista. Joan Sardà le dedicó, en La Vanguardia del 15 de agosto de 1891, una semblanza que se convirtió de inmediato en el canon valorativo de su narrativa, atendiendo a dos directrices: la habilidad para sacar a la luz “los secretos más escondidos del misterio humano”27 y su función de crítica social, porque “el pintor juzga; sus tipos moralizan o desmoralizan por dentro”.28 El diapasón de la lectura de la novelística Galdosiana por los críticos catalanes, que forjó Sardà y corroboró Ramón D. Perés, contó con un acicate que a menudo se soslaya: don Benito era el adalid de la “feina regional” que se estaba ope-rando en la novela española. Pin i Soler fue el abanderado de esta posi-ción, y al reseñar Tristana en La Renaixensa (27-III-1892), tras señalar que los intelectuales de mayor envergadura particularizan en vez de generali-zar, sostiene: “Pérez Galdós en compte de fer avui com ab igual talent hauria fet ell mateix avans la Gloriosa:generalisa, particularisa, y poch a poch, sense ferho potser d’una manera deliberada, ha pres possesió de la regió central castellana que millor que ningún coneix y’ns fa conèixer”.29 121 Idéntica tarea llevan a cabo Pereda, Pardo Bazán o Clarín. En consecuen-cia, Galdós novelista fue entendido en la Catalunya finisecular como el protagonista principal de los quehaceres que Miguel de Unamuno estable-ció en los cinco ensayos de 1895 en La España Moderna, En torno al casticismo (tan calurosamente acogidos por el modernisme), como los más pertinentes para los jóvenes intelectuales: “avivar con la ducha recon-fortante de los jóvenes ideales cosmopolitas el espíritu colectivo intracastizo que duerme esperando un redentor”.30 Una nueva visita de Galdós a Barcelona data de julio de 1903 con moti-vo del estreno de Mariucha en el teatro Eldorado el día 16. La cordialidad barcelonesa fue la causa inmediata de la primera versión -más detallada-de las impresiones barcelonesas de sus Memorias de un desmemoriado que publicó en una carta a El Liberal de Murcia en agosto de 1903 y fecha-da en Barcelona el 8 de ese mismo mes, cuando “las horas vuelan, y está cerca ya la de mi partida de Barcelona”.31 La visita a la ciudad había espo-leado la memoria y de ahí que coteje sus recuerdos de entonces con las imágenes que acaba de atesorar en los días inmediatos. La principal her-mosura de Barcelona era entonces, 1868, y ahora, 1903, su Rambla: “Vién-dola hoy, paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el continuo trajín de coches y tranvías”. Galdós reconocerá que, en efecto, se han producido modificaciones, pero sigue permaneciendo indeleble “su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria”. Lo que sí ha cambiado -y Galdós lo anota- es el epicentro urbano de la ciudad que ahora vertebran el Paseo de Gracia, la Rambla de Cataluña y la Granvía, que “nos deslum-bran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormi-lona de los millonarios de hoy”. El viajero impenitente y cronista excepcional que fue Galdós llega otra vez a Barcelona (“ciudad que como usted sabe -le escribe a Oller- tanto amo”32) en abril de 1917: Margarita Xirgu representa Marianela en el teatro Novedades y Galdós la acompaña secundado por Paco Menéndez, su ma-yordomo. Las semanas barcelonesas de la primavera del 17 las conoce-mos mediante las cartas que Menéndez, en nombre de Galdós, escribe a su hija. Galdós estaba, una vez más, contentísimo de la afabilidad de las gentes barcelonesas, “tanto por el teatro como por las innumerables visi-tas que a todas horas recibe”33 en su residencia del Hotel Continental en la Plaza de Cataluña, donde, por cierto, empezó a tejer su obra teatral Santa Juana de Castilla, cuyo estreno en el mes de junio de 1918 conocerá la última estancia barcelonesa del maestro, que se desplazó a la ciudad para estar presente en las primeras representaciones a cargo de la Xirgu en el teatro Novedades. En esas semanas del inicio del verano del 18 se repre-sentan en Barcelona otras dos obras de Galdós, todas con gran éxito a juzgar por las confidencias de Paco Menéndez y los recuerdos de Mario Verdaguer. Aunque la estancia es más breve que la del año anterior (en 1917 estuvo cerca de un mes en la ciudad), los homenajes se suceden 122 desde que se baja del tren en el apeadero del Paseo de Gracia. El más relevante fue el celebrado en el Hotel de Inglaterra y que contó con el ofrecimiento de Miguel dels Sants Oliver, quien lo comparó con Dickens y Balzac. En estos últimos viajes Galdós intensificó su interés por los am-bientes musicales barceloneses, dejando bien clara su querencia por una ciudad de cuya geografía urbana tenía entera noticia según atestiguan tan-to sus notas de viaje, sus crónicas y cartas como el Episodio Nacional Los ayacuchos (1901), donde el interesado lector puede completar la visión barcelonesa del novelista que en su último viaje quiso emblemáticamente escuchar en la Sala Ortiz y Cusó la Sonata a Kreutzer de su bien amado Beethoven. Se trataba del contacto postrero del “prosista español más grande del siglo XIX” -en lacónica expresión de Josep Pla- con Barcelona. II Tal y como acabamos de bosquejar, la relación de Galdós con Barcelo-na y Cataluña fue amplia e intensa. Entre los diferentes temas que fueron conformando dicha relación quiero llamar la atención sobre la postura Galdosiana en torno a la lengua catalana y a su empleo en el género litera-rio más revelador de ese tiempo histórico, la novela. Tomaré como pauta su relación con Narcís Oller y el contexto de la problemática de la novela y de la lengua literaria en la que se debe escribir. Vamos a un mínimo preám-bulo. Corresponde el honor -y es uno más que añadir a su inquieta y atenta pupila de observadora y lectora de las novedades literarias- de mencionar por primera vez a Narcís Oller en el seno de la nueva novela peninsular nacida al aire de la penetración del realismo y del naturalismo francés en España, a doña Emilia Pardo Bazán. Se trata de la entrega de La cuestión palpitante aparecida en el diario madrileño La Época el 3 de abril de 1883, tal y como la propia Pardo Bazán le recordará a Oller en una carta (18-V- 1883) cuando los artículos de La cuestión palpitante están a punto de salir en tomo: “La cuestión palpitante está en prensa y cuando le envíe a usted uno de los primeros ejemplares verá allí su nombre citado, como era jus-to, entre los que honran la novela española”.34 Para entonces, la primavera de 1883, ya se había iniciado la correspon-dencia entre el novelista catalán y la narradora gallega que creo tiene su punto de partida en un documento al que no atendieron en su día las especialistas pardobazanianas Nelly Clemessy y Marina Mayoral. En una carta del periodista mallorquín Luis Alfonso, dirigida por éste desde el diario La Época donde ocupaba la primera plaza de crítico, a Pardo Bazán, fechada el 29 de diciembre de 1882, le dice: Envie usted El viaje de novios a Narciso Oller, Rambla de Catalu-ña, 38-2º Barcelona, que yo por mi parte haré que él le remita a usted La papallona. Creo que ha de gustarle. Oller es un mucha- 123 cho excelente, pas boheme, muy amante de su mujer e hijos, de muy simpático estilo literario y social, y de buen gusto manifies-to. Por otra parte celebraré que conozca la novela de usted que ya le he ponderado en otra ocasión.35 Al mismo tiempo (la carta lleva idéntica fecha) Luis Alfonso escribe a Oller con igual finalidad: Ante todo hágame usted el favor de enviar un ejemplar de La papallona a Emilia Pardo Bazán, Calle de Tabernas, Coruña. De ella recibirá usted de un día a otro El viaje de novios que si usted no conoce, seguramente le deleitará. Me ha escrito manifestan-do deseos vivos de conocer dicha Mariposa, estimulada por mi artículo crítico, y me ha preguntado de qué suerte podría esta-blecer el citado cambio de libros. Yo me he tomado la libertad (y perdone usted el atrevimiento) de ofrecerle que usted le remitirá un ejemplar, dándole al propio tiempo las señas de usted para que le envie su novela. Debe de ser el anterior cándido y bien pensante párrafo el que da inicio a una relación epistolar que tiene su primer eslabón en la carta que la escritora coruñesa le dirige al novelista vallense el 16 de enero de 1883 y en la que pondera el valor de La papallona por la vida y fuerza de la pintura de los originales, especialmente los personajes: Yo no he visto el mercado de Barcelona, y sin embargo me pare-cería hallarme en él al leer la animadísima descripción del pri-mer capítulo. Pero en toda la novela hay sangre, calor y frescu-ra. 36 Junto al meritorio efecto de ilusión de realidad que el plano mimético de la novela de Oller le ha producido -y al que volveremos más adelante-, doña Emilia Pardo pone sobre el tapete -aquí, en su primera carta- un tema que aparece en todos y cada uno de los capítulos de la relación de Oller con las letras españolas, con excepción tal vez de su relación con el gran crítico y polígrafo alicantino Rafael Altamira, traductor al castellano de L’escanyapobres, y gran valedor de Oller en los balances que periódica-mente (desde 1886) ofreció de la narrativa penínsular. El tema al que me refiero es el del empleo de la lengua catalana en las producciones narrativas de Oller, que siempre fue objeto de comentario por parte de sus interlocutores, hasta convertirse -caso de su relación con Pérez Galdós, pero también con Luis Alfonso- en una recurrencia obsesiva. El tema aparece reiteradamente en el epistolario de la Pardo Bazán, aun-que siempre con la envolvente premisa de que, escritas en catalán, a las narraciones y novelas de Oller no pueden acceder amplios sectores del público lector español. Sólo en una ocasión dicho epistolario (15-XI-1883) se muestra más preciso en sus apreciaciones en torno a la lengua: 124 Siento haber ofendido la majestad del idioma catalán llamándo-le dialecto. Estas cuestiones filológicas me son muy conocidas porque aquí en Galicia tenemos también una escuela que reclama para el gallego los honores de idioma y afirma que el verdadero dialecto es el castellano -figúrese usted-. Yo creo que en el sentido general y vulgar de la frase, dialecto es un lenguaje usado por un pueblo que no forma nación. Rigurosamente, dia-lecto es un lenguaje que tiene origen común con otros; y en este sentido, el catalán y el provenzal, aunque dialectos ambos del latín son tan idiomas como el toscano, vg., y el francés. Vana lucha, sin embargo, la de los idiomas parciales con el total. Aquí hemos visto su esterilidad. En el país de Macías todo el mundo habla, o procura hablar, castellano; y en el país de Ausias March la prosa castellana se cotiza tan alto como la indígena. Sentiré herir con estos juicios su legítimo orgullo de raza, que compren-do y disculpo. Mas no puedo desconocer que usted mismo goza-ría de mayor renombre si escribiese en el idioma nacional. La dificultad de leer catalán hace que su preciosa Papallona ya no se lea todo lo que debiera leerse.37 Posición que tiene su correlato ideológico en la propia confesión de la autora de Los pazos de Ulloa (carta del 15 de noviembre de 1886) según la cual su españolismo se va acentuando, y en la polémica a propósito del regionalismo mantenida por Núñez de Arce, Almirall y Mañé y Flaquer se muestra partidaria del poeta que había expuesto sus diferencias respecto de Lo catalanisme de Almirall en el Discurso leído el 8 de noviembre de 1886 en el Ateneo madrileño. Los reparos formales de Pardo Bazán no esconden su diáfana posición que, por cierto, entraba en abierto conflicto con la de su paisano Alfredo Brañas: Núñez de Arce no estuvo oportuno en la forma, ni revela estudio profundo ni detenido del asunto, ni acaso eligió bien el momen-to, ni quizás anduvo acorde consigo mismo, pues creo que ya llevaba hechas otras declaraciones contrarias a las actuales; pero yo, que nací española rabiosa y que soy la única que en esta tierra no ha dado en la flor de llamarse ‘celta’ o ‘sueva’, estoy conforme, es ocioso decirlo, con el fondo de su discurso.38 La reflexión de Emilia Pardo Bazán es sumamente transparente y encaja a la perfección en su pensamiento crítico acerca del regionalismo gallego. Las literaturas regionales no podían tener más que una existencia restrin-gida y supeditada al impulso de la lengua nacional que obtiene su poder unificador de su superioridad. El sustrato ideológico procedente de Taine (la identificación de la lengua con la raza es ejemplar) transparenta el ade-mán de nacionalismo español que proyecta inequívocamente desde sus afirmaciones, tal y como se pondrá de manifiesto en la crisis de fin de siglo, con un componente conservador que diferencia sus postulaciones de las muchas y muy variadas que generó la literatura del desastre. 125 La oportunidad de componer novelas en catalán le fue ásperamente discutida a Oller por uno de sus mejores amigos, Benito Pérez Galdós. La relación epistolar entre Galdós y Oller se inicia a instancias de Pereda en la primavera de 1884, cuando el novelista catalán le envía su producción narrativa hasta la fecha. Galdós se toma cerca de siete meses para contes-tar y el 8 de diciembre le acusa recibo de su lectura, que ha tenido en el cuento Lo baylet del pá y en La papallona los momentos estelares. Sin embargo, y pese a las observaciones narrativas de gran calado que le hace, llama poderosamente la atención que ya en la primera carta le disuada de emplear el catalán con estas palabras: Lo que sí le diré es que es tontísimo que usted escriba en cata-lán. Ya se irán ustedes curando de la manía del catalanismo y de la renaixensa. Y si es preciso, por motivos que no alcanzo, que el catalán viva como lengua literaria, deje usted a los poetas que se encarguen de esto. La novela debe escribirse en el lenguaje que pueda ser entendido por mayor número de gente. Los poe-tas que escriben para si mismos, déjelos usted con su mania, y véngase con nosotros. Le recibiremos a usted, en el recinto de nuestro Diccionario, con los brazos abiertos.39 Galdós recibió una doble negativa a la propuesta que hacía en su carta. De un lado, la de Pereda, a buen seguro puesto en antecedentes por el propio Oller. En carta del 16 de diciembre del 84 el autor de Sotileza desaconseja a Galdós que se empeñe en convencer a Oller de cambiar de lengua literaria: “es imposible”, le dice categóricamente. La explicación de Pereda rebosa sensatez: Los escritores catalanes piensan en catalán, hablan en catalán y vi-ven en una sociedad que no habla otra lengua en familia. Por consi-guiente el idioma catalán es el jugo de su literatura; y escribiendo en castellano Oller, Vilanova, Bertrand y tantos otros, serían a todo tirar, los Fanstenrat (no conozco la ortografía alemana de esta palabra) de Cataluña, que es ser bien poco para los fines que usted desea. Así pues, no hay más remedio que tomarlos como son, con su pecado de origen, harto castigado con la pequeñez del mercado que tienen para sus libros y el injustificado desdén con que los mira el público literato de Castilla.40 De otro, la muy meditada contestación de Oller, fechada el 14 de di-ciembre. Tras reconocer que es “cuestión batallona” con todos sus amigos de allende del Ebro, Oller se confiesa sorprendido de la postura de Galdós por dos tipos de motivos: porque “profesa francamente las ideas de la escuela realista” y porque “ha visto usted cómo vivimos y hablamos en Barcelona”.41 La argumentación de Oller es inapelable tanto por las razo-nes que esgrime como por la identidad del interlocutor a quien se dirige, e implícitamente muestra -como señaló con su sagacidad habitual el profe- 126 sor Sergio Beser- “los principios estéticos del realismo decimonónico”.42 Vayamos por partes porque la cuestión tiene una singular importancia. Oller es tal como advirtió la lucidez crítica de Joan Sardà en las páginas de L’Avens (25-X-1889) un seguidor a rajatabla de la pintura verdadera de la realidad: “Per ell en art no hi hà més qu’un Deu: la realitat; ni més qu’una religió ò forma d’adoració: la pintura d’aquesta realitat”.43 La crea-ción de un lenguaje narrativo para la representación de esa realidad era consustancial a la forja de la novela realista, que en su afán de plasmar con la máxima diafanidad la vida no podía acudir a otra lengua más que a la vivida (de ahí los dos tipos de motivos que sorprenden a Oller entre los reparos que formuló Galdós). El empleo del catalán era absolutamente imprescindible para perseverar en la tarea de la creación de una novela realista catalana. Tal es el eje vertebrador de la epistolar argumentación de Oller: Escribo la novela en catalán porque vivo en Cataluña, copio cos-tumbres y paisajes catalanes y catalanes son los tipos que retra-to, en catalán los oigo producirse cada día, a todas horas, como usted sabe que hablamos aquí. No puede usted imaginar efecto más falso y ridículo del que me causaría a mí hacerlos dialogar en otra lengua, ni puedo ponderarle tampoco la dificultad con que tropezaría para hallar en paleta castellana cuando pinto, los colores que me son familiares de la catalana. Suponga usted, por un momento, siquiera conozca usted el inglés mejor que yo el castellano, que se le hubiese ocurrido a usted hacer hablar como Byron al bueno de Bringas o a su esposa la Pipaón. ¿Dón-de quedarían la verdad, la frescura, el nervio y hermosura del lenguaje de aquellos madrileños de carne y hueso, tan felizmen-te pintados porque ha podido usted copiarlos del natural, usando del mismo instrumento que ellos para imitar su estilo, sus giros, sus exclamaciones, su misma voz, rasgos determinativos del carácter, del temperamento, de la educación, de todo lo que constituye un tipo? ¿No cree usted que el lengua-je es una concreción del espíritu? ¿Cómo divorciarlo pues de esa fusión que existe de realidad y observación en toda obra realista?.44 De las palabras de Oller se desprende que en esa construcción de un mundo imaginario que es toda novela, un escritor realista como él hace prevalecer dos elementos: ser reflejo del mundo real o emplear un écran que facilite al máximo el efecto de realidad, y hacerlo con un lenguaje que plasme con la máxima diafanidad lo observado y estudiado en el original. La sorpresa del autor de La papallona nace de que su credo estético es -en la herencia de Balzac- estrictamente paralelo a los designios que Galdós enunciara para la novela en 1870 en el texto fundacional del realismo español (“Observaciones sobre la novela contemporánea en España”), 127 cuando afirmaba la trinidad de valores que debía exigírsele: real, española y contemporánea. Dados estos postulados teóricos, Oller cree que su ar-gumentación epistolar debe convencer a don Benito, tanto más cuanto éste había escrito en el prólogo a El sabor de la tierruca (1882) que “una de las mayores dificultades con que tropieza la novela en España consiste en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario para asimilarse los matices de la conversación corriente”.45 Pero no fue así y Galdós siguió machaconamente intentando que Oller abandonase el empleo del catalán, con considerandos que en el plano estético entraban en franca contradicción con el ideario que el gran nove-lista canario mantuvo imperturbablemente acerca de la novela. Galdós no quiso comprender que el trabajo literario de Oller era, desde un punto de vista doctrinal y estético, completamente paralelo al que tenían en sus manos novelistas que él apreciaba, como por ejemplo Pereda, e incluso a la labor narrativa que de forma pionera él mismo estaba consolidando. Galdós, imbuído de un jacobinismo lingüístico, no supo ver en Oller lo que Yxart advertía con singular tino en su análisis de La tribuna (La Época, 7-I-1884): A la restauración de la novela realista, va unida en España, por íntima conexión de ideas, la de la lengua. Desde el punto en que la obra es imitación directa de la vida, su lenguaje y formas de-ben ser los mismos que los ordinarios y comunes, y han de pro-pender irresistiblemente a que desaparezca la maldad o divorcio entre la lengua de los libros y la hablada, la académica y la do-méstica. 46 O lo que Leopoldo Alas -abriendo el camino- había estudiado con impar destreza a propósito de las novelas Galdosianas en los barceloneses artí-culos “Del estilo en la novela”, publicados en 1882. El tema de la conversión de Oller que Galdós quiere auspiciar retorna una y otra vez en el epistolario e incluso en la crítica literaria Galdosiana. Su recurrencia sólo tiene parangón con la pertinacia de Luis Alfonso en su correspondencia con el novelista catalán; tenacidad que se inicia ya el 7 de julio de 1880 cuando tras decirle que acaba de leer Un estudiant le espeta: “¿Por qué no escribe usted en castellano? No cometa usted la hipocresía de decirme que no sabe”; que pasa por numerosos eslabones como el del 9 de septiembre del 80 (“Dígame lo que hace y lo que proyec-ta, y cuando escribe usted algo en castellano para publicarlo por aquí; así como Sardà, que a semejanza de usted se expresa en limpia y gallarda prosa castellana”) y que desemboca en comentarios como el de la carta del 19 de octubre de 1883: “Ahora falta que escriba usted Vilaniu y que se decida usted a escribir en castellano. En este punto, je en recule pas d’une semelle, como dicen los franceses: soy tenaz”. 128 Galdós no le va a la zaga. Al poco de recibir Vilaniu y en carta del prime-ro de febrero de 1886, Galdós le dice que se va a internar de nuevo en su catalán, aunque le advierte del desconsuelo que siente “al ver un novelista de sus dotes, realmente excepcionales, escribiendo en lengua distinta del español, que es, no lo dude, la lengua de las lenguas”. La discusión no cesa en el epistolario -con precisiones políticas que es difícil compendiar aquí- hasta su punto final que coincide con una carta de Oller del 28 de noviembre de 1887, cuyo principal motivo es el comentario de Fortunata y Jacinta. Como he escrito en el “Estudio preliminar” a esta novela (Barce-lona, Planeta, 1993) el sintético juicio que Oller ofrece a su amigo es de lo más atinado y cabal que la obra suscitó en la recepción contemporánea. Oller estimaba la novela del 87 no sólo la mejor de la producción Galdosiana sino la obra más destacada del género en España. Las razones esgrimidas para tan tajante juicio son de índole temática y de orden estructural. Así Oller lee la novela como la lucha de “la naturaleza con los convencionalismos de la civilización” (en términos muy similares, por cier-to, a los empleados hace algunos años por Carlos Blanco Aguinaga47), indicando su gran acierto compositivo por la perspectiva con que los per-sonajes -”una galería tan extensa de tipos”- se muestran al lector, desta-cando de “un fondo palpitante de vida y verdad”. Tras esta breve lección de crítica literaria y con bondadosa ironía le dice: “Sólo siento una cosa: que no está Fortunata y Jacinta escrita en francés para su mayor publici-dad y provecho del autor. Un separatista”.48 No obstante, lo prolongado de la discusión tuvo un momento culminan-te cuando Galdós en sus habituales colaboraciones para La Prensa de Bue-nos Aires escribió un comentario crítico con fecha 30 de marzo de 1886. En él hace público lo que era, hasta ese momento, privado, y postula que el novelista vallense, producto de un catalanismo dominado por “los re-sentimientos regionales, algunos no injustificados”, escribe en catalán cuando lo podía hacer magistralmente en castellano, pese a que “la nove-la contemporánea requiere una dicción extraordinariamente rica y flexible”, a la que no se presta el catalán, porque -a juicio de Galdós- “el catalán no tiene construcción propia. La sintaxis es la castellana y sólo varían las voces”.49 El tema era en esas circunstancias -albores de la primavera de 1886- candente. Luis Alfonso desde su tribuna de La Época lo exponía a finales de enero: “El tema literatura catalana está sobre el tapete -sobre el tapete de las mesas de los literatos-. Verdaguer publica el poema Canigó; Soler el poema Las alas negras; Oller la novela Vilaniu; Yxart la colección de artícu-los El año pasado”. El mismo Luis Alfonso -como sabemos- discrepaba del empeño de Oller de usar el catalán, insistiendo en las cualidades que ate-soraba como “novelista nacional” como “es crítico nacional Yxart”. Por esas mismas fechas Armando Palacio Valdés en carta cursada a Yxart des-de el Ateneo de Madrid (11-II-1886) le decía: 129 Me alegro que usted y sus amigos trabajen pero deploro que sus esfuerzos no se aúnen a los nuestros para levantar la literatura española. Es lástima que los buenos ingenios como el de Narcís Oller, etc. no añadan su fuerza al renacimiento de la novela y la crítica española. El tema era recurrente en la prensa madrileña de la época. Un buen paradigma de la crítica literaria de ese momento es el habitualmente bien orientado crítico de la Revista de España, Lara y Pedraja, quien firmaba con el seudónimo “Orlando”, y que a menudo se ocupaba de las llamadas literaturas regionales (un ejemplo normativo es su ensayo “Las literaturas regionales con motivo de las publicaciones recientes” aparecido el 10 de agosto de 1885). El lugar común de la recurrencia es el siguiente: Oller es un gran narrador pero debe escribir en castellano y dejar el catalán para la literatura puramente regional, dominio al que no debía pertenecer la nue-va novela. El juicio de “Orlando” en su largo ensayo, aparecido en cuatro entregas en la Revista de España en el otoño de 1884, acerca de “Novelas españolas del año literario” es altamente sintomático: De las comarcas españolas donde se nota algún movimiento lite-rario, merecen citarse Cataluña, porque en ella tienen vida pro-pia, y espléndida a veces, todas las manifestaciones de la litera-tura. Responde ésta en general -y no se interprete ésto como una censura- al espíritu que anima la vida toda de aquellos habitan-tes, que no es otro que el mercantil; así es que entre el gran número de novelas publicadas por las diversas casas editoriales, apenas si pueden contarse con obras de algún mérito otras que las tituladas Margaridoia, de Nadal, y L’Escanyapobres, de Narcís Oller, premiada ésta última en los Juegos Florales y escritas am-bas en dialecto catalán. Y es lástima que sus autores no las den a la luz en castellano, porque lo contrario las priva de ser leídas en el resto de la Península. En este escenario que reivindicaba para la novela de poética realista el castellano, haciendo elipsis de la necesidad de forjar un lenguaje narrativo capaz de proporcionar una ilusión de realidad lo más diáfana posible, Narcís Oller se amparó en la opinión de Menéndez Pelayo, quien no comulgaba con los argumentos que la mayoría de la crítica española sostenía privada y públicamente. Oller había recibido la opinión de don Marcelino por vía epistolar fechada el primero de febrero de 1886. Acaba de leer Vilaniu y es tajante tanto en la valoración literaria, comparándola con los mejores cua-dros de caracteres y de costumbres de las pequeñas villas de Flaubert e incluso con las Escenas de la vida de provincias de Balzac, como en su opinión en torno de la lengua: He notado una porción de expresiones tan pintorescas, tan nue-vas y tan exactas y penetrantes que me hacen desear (al revés 130 que a otros amigos) que siga usted escribiendo en catalán, por-que sólo quien escribe en su propia lengua puede alcanzar esta potencia gráfica y esta armonía profunda entre el pensamiento y la frase. Es verdad que lo poco difundido de la lengua hará que el libro no corra tanto, como sin duda correría en francés y aun en caste-llano, pero yo sé que tarde o temprano todo lo que merece ser conocido, lo es, y llega a romper todas las barreras de pueblos y de lenguas.50 De inmediato Oller le escribe (4-II-1886): está contento y cree que la opinión de peso de don Marcelino obrará persuasivamente en muchos críticos para que acepten sus esforzados trabajos de novelista en catalán. Piensa inclusive en publicar la carta y le pide permiso a Menéndez Pelayo, quien lo concede de inmediato. Por fin alguien ha comprendido sus razo-nes: Si yo escribiese en castellano no daría más que obras anodinas, sucumbiría a la falta de fraseología y locución, no lo dude usted. No hay pues obstinación, ni temeridad, por mi parte, sino impo-sibilidad absoluta que debieran comprender y respetar como usted lo hace.51 En realidad, Menéndez Pelayo estaba juzgando a Oller desde unas con-vicciones, que Rubió i Lluch definió contemporáneamente (Diario de Bar-celona, 29-III-1881) como catalanistas, y que el gran historiador santanderino habría de expresar pública y rotundamente ante la reina con motivo del Discurso de los Juegos Florales de 1888 en Barcelona: comprén també que les llengues, signe i penyora de rassa, no’s forjan capritxosament ni s’imposan per forsa ni’s prohibeixent n’is manan per llei, ni’s deixan, ni’s prenen per voler, puig res hi ha mes inviolable y mes sant en la conciencia humana que’l nexus secret en que viuen la paraula i el pensament.52 Declaración solemne que se convirtió en manifestación indispensable para aquellos que como Oller e Yxart creían en una España pluricultural. Benito Pérez Galdós, por el contrario, respetaba, pero, al igual que Clarín, no sentía la lengua catalana. Resueltamente era una opacidad de las señas de identidad del nacionalismo liberal español. 131 NOTAS 1 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, Cultura Hispánica, Madrid, 1973, p.313. Carta del 1-VII-1888. 2 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1973, t. VI, p.1432. 3 Ibídem, p.1433. 4 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, Rena-cimiento, Madrid, 1923, p.68. Carta del 8-VII-1888. 5 Ibídem, p.69. 6 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, p.320. 7 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.70. Carta del 8-VII-1888. 8 Ibídem, p.70. 9 Ibídem, p.72. 10 Ibídem, p.73. 11 Ibídem, p.69. 12 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica, Renacimien-to, Madrid, 1923, p.71. 13 SHOEMAKER, W. H., Las cartas americanas de Galdós en La Prensa de Buenos Aires, p.321. La carta es del 8-VII-1888. 14 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Inéditas, I, ed. Alberto Ghiraldo, Fisonomías sociales, p.86. La carta es del 15-VII-1888. 15 YXART, J., «La Exposición Universal. Panoramas», El año pasado (Letras y artes en Bar-celona), Librería Española de López, Barcelona, 1889, p.180. 16 PÉREZ GALDÓS, B., Obras Completas, t. VI, p.1439. 17 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», Boletín de la Academia de Buenas Letras, XXX (1963-1964), p.287. 18 Ibídem, p.287. 19 VERDAGUER, M., Medio siglo de vida íntima barcelonesa, Barna, Barcelona, 1957, p.144. 20 En los círculos más atentos su fama y prestigio datan de 1881 al compás de la publica-ción de La desheredada, tal y como se desprende de una carta de Joan Maragall a Joaquim Freixas datada el 5-VII-1881, en la que dice estar siguiendo la publicación de la primera novela naturalista española a través de los sucesivos cuadernillos. Cf. MARAGALL, J., Obres Completes (Obra Catalana), Selecta, Barcelona, 1970, p.971. 21 SARDÁ, J., Art i veritat. Crítiques de novel.la vuitcentista, ed. Antònia Tayadella, Curial, Barcelona, 1997, p.73. 132 22 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga, Curial / AbadÍa de Montserrat, Barcelona, 1996, p.73. 23 OLLER, N., Memòries literaries, Aedos, Barcelona, 1962, p.298. 24 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, Crítica, Barcelona, 1995, p.535, donde se pueden consultar los detalles de la información. 25 PLA, J., Un señor de Barcelona, Destino, Barcelona, 1945, p.210. 26 CABRÉ, R., «Epistolari Benito Pérez Galdós-Josep Yxart», Estudis de Llengua i Literatura Catalanes III, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1981, p.216. 27 SARDÁ, J., Obras Escogidas (Serie castellana, I), Librería de Francisco Puig y Alfonso, Barcelona, 1914, p.109 28 Ibídem, p.113. 29 Apud, DOMINGO, J. M., Josep Pin i Soler i la novela, 1869-1892. El cicle dels Garriga, p.92. 30 UNAMUNO, M. de, «Sobre el marasmo actual de España», En torno al casticismo, Espasa Calpe (Austral), Madrid, 1972, p.146. 31 Tanto esta cita como las siguientes del presente párrafo proceden del artículo de DENDLE, B. J., «Galdós en Barcelona: un artículo olvidado de 1903», Bulletin Hispanique, XC (1988), pp.389-392. 32 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.305. La carta es del 9-III-1915. 33 Apud, ORTIZ-ARMENGOL, P., Vida de Galdós, pp.785-786. 34 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», Homenaje a Antonio Gallego Morell, Universidad de Granada, Granada, 1989, t. II, p.390. 35 FREIRE, A. M., Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán (1878-1883), La Coruña, Funda-ción “Pedro Barrie de la Maza”, 1981, p.98. 36 MAYORAL, M., «Cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a Narcís Oller», p.391. 37 Ibídem, p.400. 38 OLLER, N., Memòries literaries, p.100. 39 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.267. 40 ORTEGA, S., (ed.), Cartas a Galdós, Revista de Occidente, Madrid, 1964, p.95. 41 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.268. 42 BESER, S., «La bogeria: historia y discusión de una locura anunciada», en Narcís Oller, La bogeria / La locura, Edicions del Mall, Barcelona, 1986, p.10. 43 SARDÁ, J., «Narcís Oller» Obres escullides. Serie Catalana, Llibrería de Francisco Puig, Barcelona, 1914, p.147 44 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.268. 45 PÉREZ GALDÓS, B.,, “Prólogo” (1882) a José María de Pereda, El sabor de la tierruca, Arte y Letras, Barcelona, 1882, p.IV. 46 CABRÉ, R., José Yxart: Crítica dispersa (1883-1893), Lumen, Barcelona, 1996, pp.196- 197. 133 47 Cf. BLANCO AGUINAGA, C., «Entrar por el aro: restauración del ‘orden’ y educación de Fortunata», La historia y el texto literario. Tres novelas de Galdós, Nuestra Cultura, Madrid, 1978, pp.49-94. 48 SHOEMAKER, W. H., «Una amistad literaria: la correspondencia epistolar entre Galdós y Narciso Oller», p.285. 49 PÉREZ GALDÓS, B., Las Letras, Obras Inéditas, II, ed. Alberto Ghiraldo, Arte y Crítica, pp.42-43. 50 MENÉNDEZ PELAYO, M., Epistolario, ed. Manuel Revuelta Sañudo, Fundación Universita-ria Española, Madrid, 1984, t. VII, p.439. 51 Ibídem, p.442. 52 MENÉNDEZ PELAYO, M., Textos sobre España, ed. Florentino Pérez-Embid, Rialp, Ma-drid, 1962, p.277. |
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