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ACERCAMIENTO A LA FONTANA DE ORO José Pérez Vida1 Cualquier proceso de creación resulta de factores complejísimos. Ni el $ propio creador tiene clara conciencia de todos ellos. Incurre, pues, en gran % candidez quien pretenda precisarlos de modo completo y evidente. Se puede, cuando más, esbozar a grandes rasgos el marco histórico cultural en que la creación se ha producido, señalar corrientes de diverso género que han podido contribuir a la labor creadora, indicar algunas circunstancias determinantes de esta labor. - 2- Aquí, con la convicción de esas limitaciones, se intenta ordenar y resumir algunos de los fenómenos sociales, hechos y accidentes de diversa índole que, al parecer, favorecieron, con su concurrencia, la concepción de La Fon- O tana de Oro. Porque esta obra, tenida por la primera novela española moder-na, no es un producto de la Revolución de Septiembre, como, con gran sim-plicidad, suele presentarse, sino consecuencia, en gran medida, del mismo movimiento sociocultural que desemboca en la Septembrina. Conciencia de cambio Desde el comienzo de aquel tercio central del siglo, una serie de innova-ciones materiales e ideológicas, que toma cuerpo entre 1848 y 1854, estaba dando lugar a cambios muy importantes en la vida y en el pensamiento. El desarrollo de la clase media, los rápidos enriquecimientos (por las de-samortizaciones, los aprovisionamientos de los ejércitos, etc.), la aplicación de nuevas fuentes de cnergía (el vapor, la electricidad), los comienzos de indus-trialización, la implantación de nuevos medios de comunicación y de trans-porte (el tren, el buque de vapor, el telégrafo) habían originado mudanzas tan notables, que todo el mundo se había dado cuenta de las novedades. Y no sólo se tenía conciencia de los cambios, cosa que siempre es importante, sino que, por lo común, se exageraba: @El siglo XIX es el siglo del movimiento continuou, dictaminaba uFray Gerundion l; « ¡Ya no hay distancias! n, excla-maba, lleno de entusiasmo, Antonio Flores a; uLa palabra imposible se ha borrado del Diccionario de este siglo*, hiperbolizaba Martínez de la Rosa desde la presidencia del Ateneo 3. Además, tanto como las modificaciones in-teriores, se observaban y admiraban los grandes acontecimientos que se esta-ban produciendo en el exterior: la apertura de las fronteras chinas, la cons-trucción del canal de Suez ... La mayor facilidad de comunicaciones había despertado la afición a los viajes, a los veraneos en el extranjero -cuanto más distante más elegantes-. Y las salidas al exterior habían desarrollado un vivo afán de superación. Para todo se tomaba como meta e ideal la equiparación a los demás paises eu-ropeos,. Por otra parte, los principios de industrialización habían originado el co-mienzo de las cuestiones sociales. Era una inquietud de la que ya nadie podía librarse. La creciente clase obrera ya tenía conciencia de clase. En 1854 las masas habían desbordado a los militares y políticos de la vicalvarada y habían esbozado una versión hispana de la revolución europea del 48. Galdós sabrá ver claramente cómo la población trabajadora, que cada vez se incorporaba más a la acción que podríamos llamar liberal, mezclaba entonces con esa tendencia el planteamiento de reivindicaciones de clase. Y así pondrá en boca de un artesano que junto a la Milicia se bate en las jornadas madrileñas de julio, estas aspiraciones : -Venga, si, toda la libertad del mundo; pero venga también la mejora de las clases ..., porque, lo que yo digo, ¿qué adelanta el pueblo con ser muy libre si no come? Los gobernantes nuevos han de mirar mucho por el trabajo y por la industria" Como resultaba obligado, la organización de la instrucción pública se ha-bía adaptado a las nuevas necesidades. Primeramente, el plan general de 1845 prestó la mzíxima atención a la segunda enseñanza, porque así lo reclamaban uel estado de las luces, la importancia de las clases medias y las necesidades de la industriau. Después, en 1850, se crearon las escuelas artísticas y técni-cas: las de Bellas Artes, las industriales, las de agricultura, comercio y náu-tica 5. Y no se limitó la reforma a crear los nuevos centros; también se ocupó de enderezar al alumnado hacia ellos. Conscientes los gobernantes del apego a los estudios tradicionales de jurisprudencia, medicina y teología, los car-garon de dificultades -matrículas más elevadas, más años, más asignaturas-para alejar de ellos a los estudiantes; y al mismo tiempo, para atraer a éstos, ofrecieron toda clase de facilidades empezando por enseñanza gratuita-en las enseñanzas técnicas 6. La figura del ingeniero puede considerarse uno de los índices más significativos del cambio que entonces se opera. La reforma universitaria no había sido menos trascendente. La antigua Facultad de Filosofía, que englobaba los estudios de Letras y Ciencias, se había subdividido en tres de nueva creación: Literatura y Filosofía, Ciencias exactas, físicas y naturales y Ciencias políticas y administrativas 7. Y a la Universidad de Madrid se le había dado una organización y una misibn ex-cepcionales. El espíritu de la universidad complutense hacía años que se había desvanecido en los claustros alcalaínos. La Universidad de Madrid, con espí-ritu nuevo, intentaba llegar a ser la Universidad Central soñada por Manuel José Quintana en 1813 : «un centro de luces a que acudir y un modelo sobre- E saliente que imitara Trataba de auparse a la altura de los nuevos tiempos y de europeizarse. Mientras en las escuelas mercantiles y técnicas se plantean estudios de cuño anglo-francbs, en la Universidad madrileña se introduce la filosofía alemana. Bien sabido es que precisamente el mismo año (1843) en f que se inicia el traslado de la Universidad al edificio del exnoviciado de je- ; suitas, un decreto había nombrado profesor de 1a'Facultad de Filosofía a g don Julián Sanz del Río con la obligación de pasar dos años en las universi- j dades alemanas 9. 3 - - 0 m E O El cambio en las artes y las letras E Al compás de todas estas innovaciones, hacía tiempo que también se es- ; taban produciendo cambios importantes en las manifestaciones literarias y artísticas. Por ser muy conocidos y por disponer aquí de poco espacio, pueden Z E bastar como muestras indicadoras unas notas sobre la renovación que se 5 estaba produciendo en la oratoria, de la que entonces tanto se usaba y " abusaba. Todavía los grandes oradores románticos como Alcalá Galiano empleaban párrafos de gran aliento; párrafos que se echaban a rodar e iban hinchándose de oraciones sucesivamente subordinadas, hasta que, al fin, remataban el giro y quedaban redondos y flotando como globos. Mas ya los oradores jóvenes, como Castelar, tendían a producir la hinchazón sobre todo por el amontona-miento de oraciones sueltas; se reiteraban las ideas, pero en expresiones in-dependientes; la yuxtaposición gana terreno a la subordinación. Echegaray, con su mentalidad más de hombre de ciencia que de literato, dirá de la ora-toria romántica que es de tipo orgánico y calificará de linenl la de la segunda mitad del siglo 'O. En relación con esta variación de estilo oratorio, resulta muy significativo un hecho. En el Ateneo de Madrid, donde alternan los debates políticos y los científicos, Pacheco introduce la novedad de explicar sus lecciones sentado; quiere asi acentuar el descenso a la expresión sencilla, más animada por la clara exposición de las ideas, que por una intención estética y efectista ". Con referencia al cambio general de estilo y a la conciencia que ya de el se tiene, resultan, en fin, muy valiosas estas observaciones de Sanz del Río: Hoy mirarnos y estimarnos las construcciones gramaticales menos en relación con el arte y la fantasía que con relación al pensamiento L.. .]; se descubre hoy en el discurso hablado el predominio de la construc-ción directa puramente indicativa, sobre la construcción adjetiva y figurada [. . .] ; se han desterrado de nuestras construcciones numerosos términos de relación, enlace y conjunción, ciertamente muy significa-tivos y característicos, pero que recargaban el discurso, interrumpían su unidad, detenían su marcha rápida =. Para rematar este esbozo de cuadro general de la transformación que des-de comienzos de aquel segundo tercio del XIX se estaba operando en España, resulta obligado indicar el cambio que más directamente se refiere al tema de la presente comunicación. En España, el género novelesco, que durante el periodo romántico no habia sido enriquecido con ningún tftulo importante, había empezado a abandonar las lejanías históricas y a retraer la atención a tiempos más próximos y aun a los primeros planos de la vida cotidiana. Gui-llermo Zellers, en su estudio sobre la novela histórica en España entre 1828 y 1850 13, registra catorce novelas cuya acción se desarrolla en el siglo XM. Y Reginal F. Brown, en su conocida obra sobre la novela española desde 1700 a 1850, afirma que da única historia que satisface a los novelistas después de 1845 es la contemporánea^ 14. El enfrentamiento político-religioso. La llegada de Galdbs a Madrid. Cuando Benito Pérez Galdós, con sus espigados diecinueve años, llega a Madrid por vez primera (1862), todo este amplio proceso de cambio, del que Gran Canaria no era completamente extraña, ya había alcanzado bastante desarrollo y vitalidad. S610 continuaba sin variación, obstaculizando los múl-tiples propósitos de reforma, e infelizmente sin ofrecer perspectivas de mejo-ra, el tenaz enfrentamiento de los españoles a causa de su intolerancia polí-tico- religiosa. Entonces el enfrentamiento más bien se acentúa. Concluye el largo perío-do unionista, fracasan los esfuerzos conciliadores de Miraflores para estable-cer un turno con los progresistas, y éstos, viendo llenas de trabas las vias legales, acuerdan retirarse de ellas y acudir a las acciones de gran efecto, Se inicia el período revolucionario que culminará en septiembre de 1868 U. Como la política invade todo, la Universidad Central, en la que Galdós se matricula, se politiliza radicalmente y se convierte, cada vez más, en centro y objeto de discusión. Aumenta de curso en curso el número de catedráticos con ideas nuevas, liberales y europeizantes 16. Y se multiplican igualmente los defensores nostálgicos de posiciones tradicionales y cerradas 17; los neocató-licos, aunque influidos también por doctrinas foráneas, sobre todo italianas, no acogen de buen grado lo que en ellas encuentran de apertura; en lugar de desarrollarlas y superarlas como han de hacer los neocatólicos de Lovaina, las sujetan y cohiben; el preocupante espectáculo del proceso secularizador, ya superado grandemente en ofros países, les frena. Las cátedras, las tribunas y los periódicos se convierten en reductos de las más vivas polémicas. Con estas actitudes enfrentadas coexisten tanto en los niveles teóricos co-mo en los prácticos -eclecticismo, krausismo, Unión liberal.. .- disposicio- z nes conciliadoras y armonizantes. Pocas veces se ha hablado de armonía y ?- E humanidad tanto como entonces. Y en ambientes más diversos. Pero estas posturas conformadoras, lejos de apaciguar a los extremados, constituyen ; casi siempre un motivo más de lucha. - m O E Acentuación de la renovación literm'a. La novela.-El teatro. - 0 La llegada de Galdós a Madrid coincide también, en cierta medida, con la E acentuación, de forma consciente del espíritu de renovación literaria. Fran-cisco Giner, que, con veinticuatro años y ya licenciado en Derecho llega a la corte durante el curso de 1863-1864, puede tomarse como ejemplo de los numerosos críticos que detectan esta mudanza; en uno de los primeros es-critos que publica en Madrid comenta con agudeza: n- ¿Podrá nadie sostener con fundamento que puede el arte literario vivir ! 5 s610 de memorias, por gloriosas que sean, de otras edades? [...] La o literatura [...] rompe hoy también los diques en que la sujetaron las preocupaciones de todos géneros y como el poeta florentino "per correr miglior acqua alza le vele". Al hablar del nuevo ideal, precisa que no lo constituyen " ojeadas retrospectivas, ni predicciones fantásticas, sino imágenes de la vida, esto es, la esperanza unida al recuerdo en la perpetua con-tinuidad del presente" ls. Y no se da sólo en los jóvenes esta postura renovadora. La Real Acade-mia Española, cuya actuación ha tendido más a recoger usos consagrados que a abrir caminos con gestos arriesgados de vanguardia, ya presta su autorizado apoyo al nuevo rumbo de la novela. En octubre del mismo año de 1863, toma el acuerdo de premiar con 20.000 reales al autor de una novela original, no histórica, de costumbres contemporáneas españolas. La innovación temática no se desenvuelve sin oposiciones; paradójica-mente, sin que falte hasta la oposición de autores todavía jóvenes. Don Juan Valera ha contradecido a Nocedal, que, en su discurso de ingreso en la Aca-demia (1860), ha propugnado el recorte de la fantasía en la novela. Valera no concibe una novela de hechos vulgares y corrientes: En el mundo en que vivimos, particularmente los individuos de la clase media, tenemos a menudo que seguir un carril, amoldarnos en una misma turquesa y ajustarnos a cierta pauta, todo lo cual amengua y descabala y aun destruye la autonomía novelesca, o, por lo menos, impide su manifestación y desarrollo. A no ser un foragido, esto es, a no estar libre de muchas de las exigencias sociales? cualquier honrado burgués de nuestros días se halla muy en peligro de que jamás le suceda cosa alguna que tenga visos de las que en las novelas suceden Y si en algún momento Valera admite sucesos vulgares en la novela, es con indispensables condiciones : El novelista puede limitarse a pintar personajes y a narrar sucesos vulgarisimos y hasta soeces, si gusta; pero ha de ser como contraste satirico de un ideal de limpieza. perfecci6n y decente compostura, que ha de estar siempre presente y ha de purificar o poetizar aquellos cuadrosm. El teatro se hallaba también en crisis, pero todavía se mantenía a notable altura. Coexistían el drama romántico, si bien ya muy moderado, y la come-dia realista, todavía muy comedida. Ya Ayala había estrenado El tanto por ciento y en 1863 se estrena El nuevo Don luan. Galdós todavia no tiene rumbo fijo. En Las Palmas ya había enjaretado algunos dramas románticos. En Madrid realiza nuevos intentos. El éxito di-recto y espectacular que puede lograrse en los estrenos atrae entonces como siempre hacia la literatura teatral a los literatos en ciernea. Pero Galdós presta, también desde Las Palmas, muy frecuente atención a la novela, aun-que no con intentos de creación, sino con duras críticas de las novelas al uso. Los ataques de Galdós contra las novelas por entregas proseguirán, como es bien sabido, durante muchos años. La censura de lo que no debía hacerse, pudo contribuir a aclararle lo que se debía hacer. Mas, por encima de los distintos géneros, de lo que Galdós fue consciente en seguida fue de la importancia del cambio que se estaba produciendo. Ya en su primera Revista de Madrid (mayo 1863) =, a propósito de El nuevo Don Juan, reconoce que por no tener ya los mitos carta de naturaleza, al de Don Juan se le ha despojado de su parte poética, dejándole s610 la fealdad del seductor para escarnio de la sociedad. aUna escuela literaria reflejo de nuestro siglop. Importancia de 1865.-Los maestros alemanes. En estas revistas de Madrid, que envía a W Omnibus de Las Palmas, y en las revistas de la semana, que publica en La Nación de Madrid, son frecuen-tes, no obstante, durante algún tiempo los toques costumbristas con dejos nostálgicos, de acuerdo con la tradición revisteril. Pronto, sin olvidar la historia, la atención se fija principalmente en el pre-sente. Véase, por ejemplo, este comentario a la salida de la corte para La Granja Si estuviéramos en el siglo XVII, Madrid estaría a estas horas como jaula sin pájaros. Trasladada a los Sitios Reales la alta sociedad, la capital quedaría reducida a un inmenso villorrio,.. O Pero como estamos en el siglo XIX, aunque muchos, cuyos nombres me callo, viven o quieren vivir en aquellos felicísimos tiempos, sucede a que la Corte se marcha y Madrid se queda lo mismo que estaba, con E su buena sociedad, sus artistas, sus literatos, su insaciable sed de espectáculos.. . - Si la nobleza de la sangre sigue a la Corte, la nobleza del dinero per- $ manccc cn Madrid; las lujosas tiendas continúan abiertas ofreciendo % - al público sus variados adminiculos.. . 0 m E O Y lo mismo que la nobleza del dinero, se quedan en Madrid la aristocra- g cia del arte y la de las letras. n Dedicada al estudio [la de las letras], emprende una gran lucha con lo $ antiguo para crear la escuela, reflejo de nuestro siglo, y dar esplendor a la literatura moderna. n 3 Por último, si la aristocracia de la política, los ministros, sigue a los reyes, también la aristocracia de la opinión, la Prensa, se queda en Madrid para juzgar sus actos. para sostener la terrible lucha con lo convencional y lo reaccionario. La creación de una nueva escuela literaria areflejo de nuestro siglon, la ducha con lo convencional y lo reaccionariop. ¿No está aquí ya el arranque de todo un esperanzado programa? Aquel año, 1865, representa una fecha muy importante en la vida de Galdós : ingresa, por vez primera, como redactor en un periódico madrileño; sujeto a esta obligación, pasa también por vez primera un verano en Madrid ", de donde no le aleja ni la epidemia de cólera; lee muchísimo, libre de obli-gaciones universitarias, porque el nuevo curso, para evitar contagios, no se inaugura hasta después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo; con propó-sito, tal vez, de quedarse ya definitivamente en la capital, presta especial aten-ción a la adquisición de libros para su biblioteca *j; adquiere y lee, entre otros, nueve volúmenes de Balzac ; se hace socio del Ateneo ; abandona sus inten-tos de autor teatral y encamina sus pasos hacia el género narrativo ... Durante el otoño toca con alguna frecuencia en sus revistas el tema de la novela. Primero en la revista dedicada a la feria de Atocha, escrita sobre el vivo recuerdo de la que Mesonero dedicó al mismo acontecimiento; des-pués, en la revista titulada Madrid desde la veleta; la revista de la feria aventaja a la del Cunoso Pmlante, no sólo en el comentario de las novelas que encuentra en los puestos, sino en la imaginación novelesca con que trata del supuesto destino de ciertos muebles; en Madrid desde la veleta reco-mienda a los novelistas el alto recurso inquisitivo del Diablo Cojuelo, conocido desde muy pronto por él 26 y recordado repetidas veces por los costumbris-tas todavía en el juicio del año -Las siete plagas del año 65- muestra su obstinación contra las malas novelas: ¡Cuánta novela, gran Dios, cuánta novela! No hay esquina donde no se anuncie en letras gordas una recientemente salida del cacumen de un escritor y dada a la estampa por las prensas del más artificioso de los editores.. . Lo que nos sorprende es que haya quien lea estas novelas.. . Empieza por entonces un pequeño período, no determinado y estudiado hasta ahora, en que Galdós se entrega a los amaestros alemanes, B; un pe-ríodo, que comprende la segunda mitad de 1865 y todo el año siguiente, y en el que su vena fantástica se escapa contrapesada por la del humor; la conciencia de la superación del romanticismo frena el delirio de la fantasía. A este período corresponden Una industria que vive de la muerte, la Necro-logia de un prototipo y La sombra". La realidad española y la realidad literaria Pero mientras por un lado Galdós tiene estas escapadas fantásticas, por otro el acontecer de la vida española le aferra cada vez más a una dolorosa realidad. Desde principios de 1866, tropieza con grandes dificultades para cumplir sus obligaciones periodísticas. El pronunciamiento de Villarejo de Salvanés, aunque fracasado, aumenta las tensiones políticas, y, como conse-cuencia, origina medidas muy rigurosas: estado de sitio en Madrid, severa censura de prensa, clausura de las aulas del Ateneo, etc. Hay que tener mu-cho cuidado con lo que se dice. Como se podrá observar, las revistas de Galdós correspondientes al pri-mer semestre de este año no son con frecuencia verdaderas revistas de la se-mana. El periodista no puede tocar la actualidad, que arde, y acude a muy diversos expedientes para atender las secciones a su cargo. En La Nación recurre, primero (enero y febrero), a una Galería de españoles célebres: Me-sonero Romanos, Ferrer del No, Hartzenbusch, Camús; de ella interesan principalmente la primera y la última de las semblanzas; en la de Mesonero, declara expresamente que ha leído las Escenas y El antiguo Madrid, y reco-noce que Madrid ya no es el Madrid pintado por Mesonero; ha cambiado muchísimo; en la semblanza de Camús, demuestra su sólida y amplia forma-ción humanística. Después, unas veces hace reseñas de libros -Cantares de Melchor Palau, Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala-; otras, se refugia en las inofensivas revistas de teatros y conciertos; otras, por Úiti-mo, en comentarios de fiestas y solemnidades del ciclo anual: Carnaval, Se-mana Santa, etc. Sólo muy rara vez se atreve a tratar algún tema de honda y peligrosa actualidad; por ejemplo, el de la crisis económica. "7 D De toda esta producción periodística, conviene destacar las dos reseñas li-terarias y en ellas la obsesionada terquedad con que insiste en los ataques $ contra la novela folletinesca. La reseña de los Cantares de Melchor Palau po-ne más en claro, con gran carga de ironía, la falsa realidad, a que se ha re- E ferido poco antes, al tratar del estreno de la comedia El suplicio de una mu- 2 jer; dice ahora : - i La novela!, dennos novelas históricas y sociales; novelas intencio-nadas, profundas; novelas de color subido, rojas, verdinegras. jaspea-das. Píntennos las pasiones con rasgos brillantes, con detalles gráficos que nos hagan saitar del asiento. Queremos ver descritas con mano segura las peripecias más atroces que imaginación alguna pueda con-cebir; hágasenos relacibn, especialmente, de los crímenes más abomi-nables; preséntesenos el instinto de la perversidad en todo su vértigo; el demonio del crimen con toda su fealdad; queremos ver al suicida, a la adúltera, a la mujer pública, a la Celestina, a la bruja, al asesino, al baratero, al gitano: si hay hospital, mejor; si hay tisis regeneradora, jmagnífico! ; si hay patíbulo, ¡soberbio! ; sáquese todo lo inmundo, todo lo asqueroso, todo lo leproso, etc., etc. Realidad, realidad; es-cribannos la verdad de las miserias sociales esos escritores señalados por el dedo de la gacetilla, santificados por el repartidor, canonizados por el prospecto. Dennos impresiones fuertes, un cangilón de acíbar y otro de menta en cada página, aunque la pintura de caracteres no sea muy feliz, y el sostenimiento de los mismos esté un poco descuidado; dennos un puñal que destile sangre y ocho corazones que destilen hiel, aunque el plan no peque de verosímil y el ideal poético brille por su ausencia. Realidad, realidad; queremos ver el mundo tal cual es, la sociedad tal cual es, inmunda, corrompida, escéptica, cenagosa, fagosa, etc. Poco importa que las concordancias gramaticales sean un tanto vizcaínas y los giros un poquito traspirenaicos. ¡Realidad, realidad! En la reseña de las Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala, ia censura del folletín no es tan directa y declarada; no pasa de una ligera alusión al contubernio editor-autor que sirve dc base a la novela por entre-gas. «. . .abigarradas concepciones que engendran ciertos escritores en compli-cidad con empresas editoriales no muy celosas del esplendor de las letras es-pañolas~. En esta línea resulta muy significativo, como ya se ha señalado, la insis-tente constancia con que Galdós rechaza todo ese género de subnovelas. Desde Un viaje redondo (1861), en que nos presenta a los novelistas en el Infierno, hasta estos primeros meses de 1866, de que ahora se trata, la crítica del folletín surge en la producción Galdosiana hasta donde menos se la es-pera; como aquí, a propósito de un libro de Cantares y de otro de Fábulas. Y en esta misma línea conviene anotar todavía una observación curiosa que refuerza la impresión de ininterrumpida continuidad: la permanencia de una concepción: la representación del lector de folletines como una especie de tumboallas: uOh tú, lector gastrónomo, engullidor de libros ... i tú que a fuerza de magullar novelas y de merendar folletines ... a ; así se dice en Un viaje redondo; ahora, en la reseña de los Cantares, las expresiones casi se repiten: u .. .hoy que los estómagos de los aficionados a las letras están tan acostumbrados a digerir los ampulosos pliegos en cuarto que expende Manini, ayudado por la inspirnción un tanto gastronómica de los condimentadores de novelasa. En la Revista del Movimiento Zntelectual de Europa, Galdós se defiende mejor de la censura, acogiéndose al propio carácter de la publicación, euro-peizante y de divulgación cientifica. Los comentarios de las novedades litera-rias, artísticas, científicas y técnicas de ultrafronteras no estaban tan expues-tos al lápiz rojo del censor. En sus revistas, Galdós atiende principalmente al movimiento intelectual de Francia: Thiers da la última mano a su historia de la Restauración; Proudhon muere dejando uentre otras obras notables la extraordinaria Philosophie de Pat; Edgar Quinet da a la luz un nuevo libro de estudios políticos; Dumas escribe Los grandes hombres en bata; Víctor Hugo está a punto de publicar Les travailiatrs de la mer y para pronto anun-cia la novela titulada 1789 y dos dramas : Horno y Torquemada.. . De las no-ticias científicas le interesan sobremanera las astronómicas y los astrónomos franceses son entonces también los más conocidos. Dolor ante la situación de España. Pobreza de novelas y de estudios históricos. Sin embargo, las novedades extranjeras no sirven de tema a muchas revis-tas. Galdós al parecer, no pone mucho entusiasmo y atención en el pequeño semanario. ¿Le preocupaba mucho más la vida española? ¿Tenía entre ma-nos algún trabajo más importante? Tal vez hubiese de todo un poco. Desde el primero hasta el último de los artículos publicados este año en la Revista, Galdós muestra tristeza y desánimo ante todo lo referente a Es-paña. Empieza (8 de enero), lamentándose de la situación: Madrid se encuentra triste y acontecido. Los teatros están desanimados y las sociedades literarias muertas. El Ateneo se halla en estado de clausura, y en vano procuramos deleitarnos con las disertaciones humo-rísticas de don Fermín González Morón. Ya no vemos al festivo y siempre risueño Punch, ni el elegante Journal ilustré. Toda la caterva de individualidades periodísticas duermen allí su sueño estúpido; desde El Times hasta Gil Blas. La única muestra de vida intelectual que observa -o la única que le inte-resa de las que se producen- es la continuación de la Historia de España de Laiuente: la aparición de los tres tomos correspondientes al reinado de Fer-nando VII; el prólogo le parece notabilísimo. "7 En marzo se vuelve a quejar de la falta de actividad intelectual: eA no ser en cuestiones de política, nuestra querida patria se está mano sobre mano, esperando no sabemos qué maná salutíferoio. O n En abril repite las mismas quejas: «Madrid no ofrece nada de notable la ! presente semana. Funciones viejas en los teatros, libros viejos en las librerías, y política nueva, palpitante, candente en todas partes.. . D. 2 - Pero las mayores muestras de dolor por la postración de España se en- % cuentran en la ÚItima revista (28 mayo): 3 Las letras y las artes dan pocas, si dan algunas, señales de vida. Muchas veces nos hemos preguntado la causa de semejante postración en un pais de tan rica fantasía y de tan brillantes tradiciones literarias v artísticas como España. La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza, de Quevedo, del P. Isla, ¡qué novelistas cuenta hoy! Y en medio de tan escaso mérito, j cómo se exaltan ellos mismos hasta las nubes! j Cuánta miseria I No hay conciencia en el escritor. La contagiosa rapidez de Alejandro Dumas y otros novelistas franceses ha excitado cierta ridícula emulación entre nosotros, y el público no lee, hace tiempo, más que vulgaridades, sin siquiera los atavíos de la hermosa habla castellana, martirizada por esos pseudoliteratos. Otra clase de obras ... jah!, ni se escriben, ni en caso de escribirse, hallarían quizá compradores. ¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se cuida de los estudios históricos. Los españoles ignoran más que ninguna otra historia, la de su país. Podríamos citar un par de ejemplos. ¡Con que envidia leemos en los periódicos extranjeros la lista del sin-número de libros de artes, de ciencias, de literatura, que diariamente se publican! Galdós, a veces, parece escribir con desgana, con inseguridad, como si presintiera la suspensión de la Revista. Sobre todo en los comentarios de fies-tas y conmemoraciones -Carnaval, Semana Santa, San Isidro- repite o adapta artículos anteriores ; y de las actividades teatrales hace resúmenes bre-ves y superficiales. Sus presentimientos, si en verdad los tuvo, resultaron des-graciadamente bien fundados. La Nan'ón, Las Novedades y la mayoría de sus colegas fueron suspendidos por decisión gubernativa. La Revista del Movi-miento Intelectual de Europa, filial de Las Novedades, también interrumpió su publicación. Y Galdós, cuando ya estaba lanzado abiertamente a la vida periodística, se queda, de pronto, sin «sus» periódicos. ¿Se ha pensado en la posible influencia de este cerrojazo? ¿Se quedaría rumiando con amargura las faltas que acababa de lamentar en su Último artículo? La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza. de Quevedo, del P. Isla, iqu6 novelistas cuenta hoy! . . . ¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se cuida de los estudios históricos. Los espanoles ignoran mas que ninguna otra historia, la de su país. Hacia el tema de nLa Fontanan Pero dejemos aquí a Galdós con sus amargas rumias de la historia y la novela y pasemos a rastrear qué circunstancias y motivaciones le pudieron empujar hacia el tema de La Fontana. Al parecer muchas y muy diversas. En primer lugar, un hecho: Galdós encontró vivo, en su propia casa, el recuerdo de la historia de España durante el primer tercio del siglo. Y no por la parti-cipación que su padre y su tio Domingo habían tenido en la guerra de la In-dependencia, sino, principalmente, por las andanzas y lances, casi desconoci-dos hasta ahora, de su tío Benito Galdós durante las cuatro primeras dica-das: subteniente prisionero de los franceses en Málaga (1810); casado apre-suradamente con una prima suya, y con la indispensable licencia de José 1, al pasar por Madrid (1811); prisionero todavía en Francia hasta el final de la guerra; exiliado, por propia voluntad, después; en 1819, oficial de la expe-dición que, organizada en Londres por el mariscal Renovales, pasa a Amé-rica con el propósito de sujetar los movimientos independistas; casado, por segunda vez, en Cuba; reincorporado, como teniente, al ejército español du-rante el trienio liberal; de nuevo prisionero de los franceses -de los cien mil hijos de San Luis-; en esta ocasión, en Cartagena, que se rinde cuando ya ha caído el gobierno constitucional (1823); diez años, los de Calomarde, de segundo exilio en Francia e Inglaterra; de vuelta en España a la muerte de Fernando; capitán con participación muy activa -gana dos laureadas- en la guerra carlista, etc., etc.; mil zarandeantes vaivenes, en alivio de los cuales había acudido en 1828 el que sería padre de nuestro escritor, visitando a su cuñado en París "; sólo la muerte puso fin a las vicisitudes del consecuente liberal el año 1838, próximo ya el final de la guerra, en Lárraga. Benito Galdós no había vuelto a Canarias, salvo en 1819, de paso para América, pero su recuerdo, sobre todo desde su fallecimiento, había quedado arropado de tanto cariño en su familia, que Dolores, la hermana más peque-ña, había puesto el nombre de Benito el único hijo varón que después tuvo ", el que ahora, todavía inconscientemente, se preparaba para historiar todos aquellos episodios 32. No se pretende, entiéndase bien, exagerar la influencia en el novelista de esta vinculación familiar a la historia española del primer tercio del siglo; únicamente, señalarla como indiscutible origen del interés del escritor por la historia de aquella epoca; como frecuente punto de referencia en sus lectu-ras históricas. "7 Y aquella época, en un plano general, sirve de fundamento a toda la cen-turia. Todo el siglo XM - e l siglo de la Historia ha sido llamad* trans-curre en España recordando las grandes acciones y los grandes héroes de sus f primeros años. Por motivos patrióticos o políticos, el 2 de mayo, el 19 de ! marzo, el 7 de julio y otras fechas señaladas del mismo período se conme- E moran con admirable vitalidad durante los años en que Galdós hace sil apren-dizaje en Madrid. = A este recuerdo general, se sumó pronto en Galdós el recuerdo particular, minucioso, sistemático a que le obligaban las actividades periodísticas. Las revistas de Madrid, las revistas de la semana le forzaban a la búsqueda de antecedentes en el Madrid de ayer. Mesonero, Larra, Goya, Miñano, don Ra-món de la Cruz le llevan de la mano en estas rememoraciones. n Como circunstancias que de un modo más directo refrescan entonces los hechos que constituirán el fondo histórico de La Fontana de Oro procede ano-tar ante todo las relacionadas con la muerte repentina de Alcalá Galiano: el recuerdo, por la oposición, en periódicos y tertulias, de los demagógicos dis- ! 5 cursos juveniles pronunciados por el gran orador en la tribuna de la Fontana 0 de Oro, el célebre café; la lectura, por el mismo motivo, de obras recientes del propio político: la Historia de España y los Recuerdos de un anciano; la publicación inmediata de los Apuntes para la biografía del Excmo. Sr. Don Antonio Alcalá Galiano escritos por él mismo. Por otra vía, aparecen también entonces, como se ha visto, tres tomos de la HistoWa de Lafuente correspondientes al reinado de Fernando VIT. El propio Galdós los comenta en una de sus revistas de la semana (22 enero 1866). La época fernandina se encuentra de ineludibIe actualidad. Con esta impregnación histórica del primer tercio del siglo, Galdós pudo empezar a darse cuenta de que los grandes trastornos que estaban acaecien-do en aquellos sus primeros años madrileños -la noche de San Daniel, el pro- nunciamiento de Villarejo de Salvanés, etc.-, no eran sino continuación de una serie de perturbaciones que venía de atrás y que tenía su origen en dolen-cias nacionales muy hondas. El espectáculo más siniestro. Viaje a Canarias. En esta situación sobrevino el 22 de junio de aquel año de 1866 la suble-vación del cuartel de San Gil. El espectáculo de la conducción de los sargen-tos, entre alaridos de clarines, al lugar de fusilamiento, fue «el más trágico y siniestro, que Galdós, según confesará en las Memorias, presenció en su vida. A una de sus criaturas más queridas traspasará el recuerdo de aquellos tristi-simos hechos de este modo: uComo subsiste indeleble hasta la vejez la señal de la viruela en los que han padecido esta cruel enfermedad, así subsistió en la complexión psicológica de Angel Guerra la huella de aquel inmenso tras-torno~. Mas aquella convulsión no le afectó solamente por la siniestra conducción de los sargentos condenados. También por la alteración general y por la re-presión, que no conoció alivio durante todo el verano: cuatro tandas de fusi-lamientos con 60 víctimas; caída y emigración de O'Donnell; vuelta de Nar-váez al poder; condena a muerte, en rebeldía, de Carlos Rubio, Cristino Mar-tos, Manuel Becerra, Castelar, Sagasta y otros ; suspensión indefinida de toda la prensa liberal, y entre ella, como ya se ha anticipado, de los periódicos de que Galdós era redactor, La Nación y la Revista del Movimiento Intelectual de Europa. Francisco de Paula Montemar, director del diario progresista Las Novedades, del que en cierto modo dependía la Revista del Movimiento Inte-lectual, figuraba -interesa aquf anotar- entre los condenados a muerte en rebeldía. Galdós, si no sintió miedo, debió de sentirse incómodo en Madrid. Y en el otoño, después de matricularse en la Universidad, regresó a Canarias. En el hogar, su padre, el anciano militar con ochenta y dos años, ya sólo vivia del recuerdo. Al conocer por el hijo con detalle los últimos sucesos de la Pe-nínsula, debió de relacionarlos con algunos de los acaecidos allá en su juven-tud, y seguramente repetiría por centésima vez no pocos de aquellos lejanos episodios Y el hijo, a la luz de los que él acababa de vivir y padecer, tal vez confirmaría su presunción de que la historia de ayer no estaba tan muer-ta, y a través de ella comprendería mejor muchas cosas de la historia viva igualmente violenta. La historia semimuerta revivida y la sangrienta historia viva recordada de lejos, en la paz de Las Palmas, debieron de producir la im-presión - i tanto se parecían ! - de ser una historia misma. Tenemos, pues, que casi en el mismo punto (1866) confluyen los procesos por los cuales Galdós adquiere clara conciencia de la realidad española y de la nueva realidad literaria. Y si a estos procesos añadimos ahora otro, el de la novela histórica de tema reciente, de tema del propio siglo, completamos las tres corrientes más importantes que concurren en La Fontana de Oro y la explican. Galdós debió de ver en la novela histórica el medio para remediar conjuntamente aquellas dos faltas que venía notando: la de una novela mo-derna y la de conocimientos históricos. Y si redujo su atenciún a la historia contemporánea fue por una doble causa: porque, según se ha visto, los nove-listas desde hacía algunas décadas habían retraído hasta ellos su atención y por que esta historia inmediatamente anterior ofrecía una clara explicación de los trastornos políticos que se seguían padeciendo. Pero todos estos factores estaban concurriendo todavía en niveles princi-palmente teóricos. En la práctica Galdós seguía dando salida a su vena fan-tástica. En Las Palmas publica a fines de aquel año la Necrología de un pro-totipo en que se conjugan influencias románticas alemanas y francesas -Hof-mann, Hugo ...- y las Crónicas futuras de Gran Canaria, que si no son fan- E tásticas, representan un extraordinario esfuerzo de imaginaci6n3". N E O París. La pobreza del pabellón español. Los emigrados. - El hecho que provocó la condensación o precipitación de todos aquellos % elementos que cuajan en La Fontana de Oro fue el viaje de Galdós a París en el verano de 1867. Pero no por la razón que se viene aduciendo: el descu-brimiento de Balzac, del que ya poseía veinte volúmenes -los nueve adquiri-dos en noviembre de 1865 y once comprados en 1866 --, sino principalmente porque pudo ver a España desde fuera, porque alcanzó una mayor y más clara perspectiva del momento en que se vivía y de los problemas españoles. 1 Sobre el viaje se conoce y se repite lo que Galdós mismo dice en sus Me- ! morias: la admiración que le produjeron las cosas extrañas. Mas se olvida casi siempre lo que, directamente o por boca de algunas de sus criaturas, dice en otros lugares: el dolor que le produjeron las cosas de España. La 5 O pobreza del pabellón español en la Exposición Universal: Aunque nos dt5 rubor el confesarlo, hicimos papel muy triste en el gran concierto universal de 1867. En la sección de Industria princi-palmente el nombre español quedó bastante malparado, y en los Pro-ductos agrícolas y químicos, donde con tanta ventaja podíamos habernos presentado, hicimos poco, más que por falta de objetos, por sobra de ignorancia y descuido, y porque nos falta, como hace notar el Sr. Castro Serrano, esa especial facultad de exhibición, que es una de las pnn-cipales dotes del genio francés. ............................................................................................... La pintura ofrecía tal vez una excepción feliz en el concepto general que de la sección española debe formarse. A primera vista, había quizá en aquel salón algo de la desapacible oscuridad e ingrato aspecto que abatia nuestro ánimo al examinar d resto ... Las artes con ser artes no tuvieron mejor fortuna; allí estaban en un recinto estrecho, con escasa luz y tan poco espacio, que apenas podía encontrarse el punto de vista de una composición 35. A esta manifestación directa de la impresión que le produjo a Galdós el pabellón, añádanse las noticias sobre los españoles que encontró en París; unos, visitantes de la exposición; otros, emigrados. En ambos grupos halló caras conocidas, y hasta canarios -Frasco Monteverde, militar e intimo de Prim Nicolás Estévanez, en viaje de bodas 3i-. Los emigrados se reunían principalmente en el Pasaje Jouffroy; los visitantes, en el comedero español de la Exposición, a cargo del caf6 Universal, de Madrid. Todos, españoles, y, sin embargo, cuánta diferencia entre unos y otros, a causa de la distinta situación y opuestas circunstancias. Los viajeros, los turistas -entonces em-pezaba a usarse la peregrina palabreja- se hallaban en París para ver la Ex-posición y para exponerse, también ellos, entre sí; para curiosear novedades y para hacer vanidosa ostentación de lujos y riquezas. En general, evitaban el trato de los emigrados: Aunque Maltranita vio a Santiago y sin duda le había conocido, no creyó decoroso saludarle, por la inferioridad jerdrquica que anunciaba el traje del amigo 3s. A pesar de ser pasaje de una ficción, parece trasunto de una realidad, co-mo tantos otros del Episodio en que Galdós aprovecha las experiencias y ob-servaciones de aquel viaje. Los emigrados, por el contrario, más bien se ocultaban, adoptaban nom-bres falsos, entapujaban sus faltas y misehas: No hizo más que llegar al pasaje Jouffroy, y le salieron dos compatri-cios, uno de ellos con su capa, terciada garbosamente. No se puede afirmar que en agosto llevase tal prenda con objeto de abrigarse; llevábala sin duda para tapar la desastrosa vestimenta de un triste insurrecto proscrito a. El exilio era duro -¿cuál no lo ha sido?-, e imponía desusados traba-jos. Hasta los exiliados más distinguidos se veían con frecuencia en la nece-sidad de realizar labores humildes. Sagasta, por ejemplo, según el mismo Episodio, tenía que acarrear desde el Sena agua para su casad0. Todo el que podia ejercía su profesión o desempeñaba algún improvisado oficio o empleo. Cualquier ocupación convenía, no sólo para mejorar la si-tuación económica, sino la tranquilidad personal. Disfrutar unos medios me-jores o peores de subsistencia libraba de enojosos entremetimientos policiales. No se colocaron por capricho los dos simpáticos exiliados, creados, años des- pués pero para aquella ocasión, por Galdós : Teresa Villaescusa y Santiaguito Ibero; Teresa, en una tienda de encajes; Santiago, en una oficina comercial. Galdós, que tan estrechas relaciones debió de mantener con los emigra-dos, en su mayoría progresistas como él, ¿no recordaría en París a su tío Be-nito Galdós, exiliado allí también, cuarenta años antes, por la misma causa que los de entonces? La historia se repetía. Con otros españoles, la situación era la misma. El drama que había empezado en 1808 continuaba sin grandes variaciones. Y aunque siempre se esperaba que el próximo acto fuese el final, el final nunca llegaba. La acción resolutiva de las vivencias parisienses, el propio Galdós la de-clara en sus Memorias (supongámoslas acertadas en este punto): Con las personas que me llevaron a París volvf a Madrid sin incidente notable L...] y sin descuidar mis estudios en la Universidad, me lancé a escribir La Fontana de Oro, novela histórica, que me result6 fácil "7 y amena. - n - Galdós se cansa de la Universidad y de las revistas - m D E E ((Sin desciiidar mis estudios en la universidad...^, dice Galdós en sus o Memorias. Y seguramente lo diría también a su familia. Pero el expedinte e académico dice una cosa muy distinta. El 15 de octubre de 1867, esto es, ven- 5 cid0 el plazo, como todos los años, solicita que se le admita la matrícula. Da como disculpa del retraso «hallarse ausente de Madrid y enfermon durante el término hábil. Tropieza con algunas dificultades por asignaturas pendientes o incompatibles, pero logra la matrícula. Tantas molestias, sin embargo, para nada. El 31 de enero de 1868 le borran, por inasistencia, de las listas de De-reclio Mercantil y Derecho Penal. Y el 28 de febrero le eliminan -como en E el curso anterior, el 1.0 de febrero, por el viaje a Canarias- de la de Derecho d Canónico. No mentirá cuando pasados los años, diga: «Fui un malísimo es-tudiante de Derechon y «He tenido dos odios igualmente grandes: a las Ma- 5 temáticas y al Derechon U. La dedicación literaria, cada vez mayor, le alejaba " cada vez más dc la Universidad. La Revista del Movimiento Intelectual de Europa, después de diecisiete meses de interrupción, reaparece, muy cambiada, el 2 de noviembre. La Re-vista se presenta ahora independiente, con mucho mayor formato y como diario. La colaboración de Galdós en esta nueva época del periódico se dife-rencia también mucho de su colaboración durante la primera. Sus artículos en aquélla tenían el título común de Revista de la Semana y comentaban la actualidad; ahora, en cambio, los artículos tienen, excepto dos, el título de Crónica de Madrid, y son comentarios de cosas, rincones y costumbres de la villa y corte; además, parecen constituir una serie bastante entramada. Del diálogo quc cl pcriodista mantiene con un supuesto interlocutor se deduce que piensa sustituir el costumbrismo, cultivador de tipos, por el realismo, recreador de individualidades; sin embargo, a Galdós le costará mucho des-prenderse de la tradición y hábitos costumbristus. Mucho más copiosa e interesante que esta colaboración en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa es la de la nueva época de La NaciMt. Cro-nológicamente, se suceden del modo más inmediato. El último número de esta segunda etapa de la Revista se publicó el 30 de diciembre de 1867 y La Na-ción reapareció el 2 de enero de 1868. Galdós reanuda su colaboración tam-bién desde el primer día. ((Hace quinientos cincuenta días -dice al comienzo de su Revista de Madrid- que cortamos el hilo de una familiar e inofensiva conversaciónn. Y repite más adelante: «Hoy despertamos después de qui-nientos cincuenta días de reposo ... trece mil horas de letargo». Su colabora-ción es mucho más abundante y variada, porque, en verdad, es una colabora-ción doble: una colaboración irregular en la edición corriente del diario, y una colaboración regular en la ((edición literaria, de los domingos; un nú-mero especial, de formato más pequeño -«de traje corto, siguiendo la moda actualo-. A su vez, la colaboración de este número dominical es triple, cons-tituye tres series simultáneas: la Reoistu de Madrid -en seguida, Revistu de la Semana-, la Galería de figuras de cera y el Manicomio político social. La Revista, firmada por B. Phez Galdós y la Galm'a y el Manicomio sin fir-ma. Como se puede ver, esta edición literaria de La Nación era obra casi ex-clusiva de Galdós. La Revista de la Semana, que es la colaboración más regular, es también, por su misma obligatoriedad, la más difícil y la más expuesta a superficialida-des y repeticiones. Sus temas, esclavos de la actualidad, son en esta segunda época, poco más o menos, iguales a los de la primera: las fiestas y solemni-dades (Pascua de Navidad, Carnaval, Cuaresma, San José, San Antón, Sema-na Santa.. .) ; los teatros, las corridas de toros, la política.. . ; desde fines de abril, en cambio, sólo el estado del tiempo; no se puede hablar de otra cosa. Ha muerto Narváez y González Bravo ha implantado la política de mano dura que precipitará la revolución. De todos modos, las revistas se diferencian notablemente de las que, en la primera época, Galdós dedicó a tan sobados y, por lo mismo, difíciles temas. Además de estar mejor escritas, tienen una intención más general; el cronista ya no describe las fiestas, sino las aprovecha para hacer crítica social; por ejemplo, en Carnaval, presenta las diferentes identificaciones que de una más-cara sepulcral, esquelética, hacen un pesimista, un absolutista, un ministro, un neo, un liberalazo, un académico ...; en el día de San José, escalona los distintos niveles de la celebración del Santo, desde la modestísima de un Pe-pillo a la muy ostentosa de un Excmo. Sr. Don José "... Por un sano afán de mejorar las costumbres, censura el modo de celebrar algunas fiestas, como la de San Isidro -«reunión de muchos miles de personas que se creen en el deber ineludible de achicharrarse, sudar, recibir estrujones, aburrirse y echar los bofesn-, y, como siempre, ataca las corridas de toros, cada vez más con-curridas (los trenes facilitan ya la asistencia de aficionados de media España): Nos vamos afrancesando con la moda, italianizando con la 6pera, angli-canizando con el turf y el té. Conservemos los toros, que es lo único español que nos queda. No; más vale parecer extranjeros en España que bárbaros en Europa. En política todo se reduce a comentar las actividades de los neos, la cues-tión romana y la ausencia de España de las grandes empresas internacionales. Hay otros temas, ... pero actualmente ha llegado la prudencia a ser la virtud normal Y fundamental de todos los españoles. Seamos prudentes. Diremos tan sólo, refirikndonos a las cosas de casa, lo que por razones de necesidad, es? el único tema de todas las revistas: " i Qué calor! i qué lluvia el domingo! i Si no llueve más.. . ! " Hoy se convierte el revistero en atalaya, en higrómetro, en barómetro o en pluviómetro.. . O n-- Galdós se siente ya cansado de la esclavitud y dificultades de las revistas f de la semana. Claramente manifiesta su fatiga en una de las últimas que es-cribe para La Nación (24-V-68): El que por expiación de sus pecados o por injusta ley del destino 5 soporta en este valle de lágrimas la pcsada carga de escribir cada se-mana una revista de los acontecimientos que pasan o dejan de pasar B en esta villa, es una de las víctimas más dignas de compasión que registra el martirologio literario.. . O n Refiere las numerosas dificultades con que se tropieza a veces para obte-ner noticias de interés. Y continúa: A ,, Añádase a esto la reducida esfera en que el miserable mortal que vive atado a un folletín puede manifestarse, y se comprenderá la dureza de semejante martirio. No puede ocuparse de asuntos serios porque, según el alto criterio moderno, los asuntos serios no pueden ser sustentados por las débiles columnas de un folletín; no puede tratar en broma ciertos asuntos cómicos, porque la suspicacia pública se lo impide; tiene que respetar trescientas mil susceptibilidades, y guardar silencio en lo relativo a las personas. No le restan más que algunos hechos triviales y sin importancia, los desperdicios de la opinión, los despojos marchitos de la vida piíblica, desechados por los escritores políticos, por los noticieros de relumbrón, por los comentadores al aire libre ... Galdós, según todos los indicios, se halla en uno de los momentos más decisivos de su vida. Ha llegado a aborrecer la Universidad; se ha hastiado del estrecho y enfadoso marco a que tiene que ajustar las revistas semanales; se ha lanzado a componer trabajos mucho más libres, holgados y prometedo-res; quisiera vivir exclusivamente de las letras como de otra profesión cual-quiera ... En la revista que dedica al proyecto de una Asociación de escritores españoles (16-11-68), ya piensa como un profesional y demuestra conocer toda la dramática dureza del oficio: Salíais a la arena -dice a los escritores- con fuerzas y entusiasmo; mas ¿qué podía hacer vuestra energfa, vuestro mérito al veros presos en los terribles anillos de ese boa constrictor que se llama editor, de esa foca que se llama empresario? Muerta una parte de vuestras ilu-siones, tal vez apurabais el amargo cáliz de Manini, tal vez empleasteis la más noble porción de vuestra invectiva en confeccionar algunas arrobas de literatura filos6fico-nervioso-espeluznante.¿ Pero qué no hace la necesidad? Habéis pedido limosna; habéis ido de puerta en puerta colándoos en forma de entrega por la rendija del dintel y habbis pedido dos cuartos en cada piso, para reunir una peseta en cada calle. Pero esas fracciones diminutas de escudo no han sido para vosotros, sic vos non vobis; han ido a engrosar el ya repleto bolsillo del editor, insa-ciable vampiro. Como siempre, desde los primeros escritos del ya lejano colegio, la preo-cupación por la degrandante plaga de las novelas por entregas; y ahora, ade-más, por los tirtinicos abusos del editor. Galdós quiere ya publicar un libro. Por no caer en las garras de un editor, acude a su hermano mayor y le pide ayuda económica ... Pero dejemos esto para después ... Echemos ahora un rápido vistazo a la restante colaboración en La Nación. La Galería de figuras de cera consta de quince artículos y comienza con la expresión de su propósito: dar a conocer algunas figuras de la galería colo-sal que es Madrid; de cada una se hará un dibujo en rapidísimos rasgos, tras el cual se espera que aparezca determinada y precisa la fisonomía moral y literaria del individuon. Siempre con la obsesión de los dibujos, Galdós sus-tituye los álbumes de caricaturas de sus paisanos por una gran galería de per-sonajes madrileños, que, desgraciadamente, se interrumpirá apenas iniciada. Ha dicho que aparecerá «la fisonomía moral y literaria del individuoo, porque, según parece, sólo ha pensado en hombres de letras. Los quince cuyos retratos logra trazar son los siguientes : Frontaura, Ferrer del No, Hartzen-busch, Bardón, Aguilera, Ayala, Castro, Morón, Amador de los Ríos, Meso-nero Romanos, Balart, García Gutiérrez, Eulogio Florentino Sanz, Moreno Nieto, M. Murguía. Los retratos aparecen anónimos, porque Galdós debió de considerar pe-sado e indiscreto poner su firma al pie de casi todos los artículos de la edi-ción literaria de La Nación. Se sabe que nuestro escritor-dibujante es el autor por diversas razones, de las cuales sólo interesa aquí la más importante: la carta, conservada y publicada, que él mismo envió a Mesonero Romanos con el número de La Noción en que apareció la semblanza ". El texto de la carta obliga a pensar en este retrato de la Calda de figuras de cera y no en el pu-blicado dos años antes en la Galería de españoles célebres; sólo respecto de este retrato de cera cabe la disculpa de no prestar atención a las Escenas mu-tritenses; en él se ha fijado sobre todo en El antiguo Madrid, porque lo está ((leyendo minuciosamente y estudiando sobre el terreno por las calles, calle-juelas, costanillas y derrumbaderos matritenseso u. Galdós, no obstante lo mucho que publica en La Nación, se halla enfrascado, por lo que se ve, en la preparación de La Fontana de Oro. La única reacción pública de los retratados fue la de Frontaura, director de El Cascabel, y seguramente por tener el periódico a mano. Y Galdós que, entre otras cosas, le había llamado feo - e r a muy devoto de este adjetivo-, dice en el número dominical siguiente, al darle una explicación: Si le echamos en cara la cara a nuestra figura, fue en virtud de esa natural propensión a los efectos del claro-oscuro que impera hoy en la escuela realista, a que nos honramos en pertenecer". E O n - Galdós no sólo ha hallado ya su rumbo, sino que presume de él. - m O E Los cuatro artículos de la serie titulada Manicomio político social también ; han sido atribuidos a Galdós y creo que con razón. Entre otras cosas, porque se ve que han sido escritos por la misma mano que escribió La sombra. Si j aún quedase alguna duda, se disiparía con una coincidencia: la publicación $ de los artículos del Manicomio se interrumpió; lo mismo que la de las revis-tas y las Figuras de Cera, en la fecha en que Galdós marchó a París por se- E gunda vez. O Estas tres series de artículos aparecieron en la uedición literaria, de La : Nación, como ya se ha dicho; en los números corrientes vieron la luz otros 1 artículos, por lo general, más extensos: Imperfecciones, El universm-b de Calderón, La conjuración de las palabras, etc. n 0 Como índices de la evolución del gusto literario de Galdós, interesan dos ! artículos: una reseña de La Arcadia moderna de Ventura Ruiz Aguilera y un 5 o extenso artículo sobre Carlos Dickens; dos nuevas afirmaciones de realismo. La reseña tiene cierto interés autobiográfico; en ella se recuerda el uin-fantil entusiasmo^ por la bucólica ; la adhesión hacia aquella poesía ; u .. .cada son de la terrible campana reglamentaria del colegio, nos prece oír el clásico cencerro de las cabras de Melampo o de las ovejuelas de Batilo ... D. Después adquirimoi rekiexiún y cordura.. . ; nuestras inclinaciones nos llevan otra vez al campo literario, pero al entrar en él con la arrogancia de bachiller, encontramos otra decoración.. . Entonces el arte bucólico, de que antes fuimos sinceros apasionados, se nos presenta con toda su falsedad y extraños oropeles ... Se despierta en nosotros el puro senti-miento de la naturaleza, ajeno ya a toda sistemática falsificación. A continuación, con referencia ya a Ruiz Aguilera, emite juicios en los que parecen traslucirse sus propias preferencias : por ejemplo : Su humorismo no es hijo de prematuros y punzantes desengaños, ni se expresa en tono amargo y atrabiliario. Es esa picante sonrisa del bon-dadoso Sterne que declama contra las miserias y fealdades de la hu-manidad, más por el filantrópico deseo de corregirlas, que por el mero hecho de censurarlas 46. El artículo sobre Carlos Dickens debe considerarse como una introduc-ción a Lus menturas de Picwick, que empiezan a publicarse, traducidas por el propio Galdós, en el folletín del mismo número de La Nación". El artículo examina la difusión de la novela truculenta francesa en España (primero, Dumas, Sué y Feval; después, Javier de Montepín, Penson de Te-rrail, Henri de Kock) y el estado de relajación en que se encuentra el gusto de los lectores: Y no le deis a la generalidad del público otra cosa. Pocos son los que tienen la suficiente aptitud para saborear las páginas de la Comedia humana.. . Y si se duermen leyendo a Balzac estos señores abastecidos con el forraje intelectual de los pesebres ponsonianos, jcbmo sería pwible hacerles leer una novela de costumbres inglews, una novela de Goldsmith, o de Sterne, de Dickens o de Thackeray? Del resto del articulo, interesa subrayar las diferencias que Galdús en-cuentra entre Balzac y Dickens: Cuando Dickens describe un interior, un recinto fastuoso o humilde, un objeto o un mueble cualquiera, no le ver& detenerse allí con la narración prolija de Balzac ... Le interesa tan s610 aquello que contri-buye a caracterizar la fisonomía local, aquello que es un rasgo o una facción en el expresivo rostro de una escena, de una habitación, de un sitio cualquiera . . Y completa: No analiza como Balzac, complaci6ndose en describir todo lo que de innoble y siniestro puede existir en los sentimientos del hombre; es, por el contrario, observador benévolo, que procede en los trabajos de su investigación por amor a la humanidad, deseoso de la dicha del hombre y haciéndole ver sus virtudes y sus vicios para enaltecer aquéllas y corregir éstos. A la luz de estos descubrimientos, Galdós se asegura en la convicción de la falsedad e insulsez de los géneros de novela más favorecidos por el público. Y se orienta de modo más certero en su búsqueda de una novela española que corresponda al espíritu de los nuevos tiempos. La concreción y claridad de las ideas le concentran y estimulan la voca-ción. «Entonces -dirá el propio Galdós- empecé a sentir con verdadera fuerza la vocación de novelista. Balzac y Dickens fueron los que más influ-yeron en mío. Esta influencia, sin embargo, tardaría todavía un poco en ma-durar, y cuajaría mucho más en la clarividente concepción Galdosiana de lo que debería ser la novela española moderna que en métodos y recetas para su elaboración. Galdós pide ayuda para publicar un libro En abril de 1868, don Domingo Pérez Galdós y su esposa, doña Magdale-na Hurtado de Mendoza y Tate, acordaron en Las Palmas, donde vivían, em-prender un viaje. Se les había muerto en febrero el único hijo, Sebastián, de 12 años, y necesitaban, hasta que se repusieran del tremendo golpe, alejarse de los lugares que constantemente se lo recordaban. Como los viajes entonces ; eran tan pródigos en accidentes, y don Domingo, por otra parte, no andaba muy sobrado de salud, consideraron prudente hacer antes, en común, testa-mento cerrado. Y una vez tomadas todas las precauciones, embarcaron en el a mes de mayo para la Península 48. O E Don Domingo, el mayor de los hermanos varones -tenía casi veinte años más que Benito-, había recibido de éste una petición de ayuda económica para publicar un libro. Y aunque no era tacaño, tenía sus reparos. Apoyando 5 las aficiones literarias de su hermano ¿no contribuiría a distraerle de los es- 1 tudios y le alejaría más de la Universidad? Y, por otra parte ¿qué valor ten- B E drían aquellos cuentos que Benito quería publicar? Estando con estas dudas, encontró en Sevilla a Fernández Ferrazm, y aprovechó la ocasión para con- E sultarle. Lo tratado en aquella entrevista es recordado, muchos años después, por Ferraz a Benito -ya todo un don Benito- en esta carta, que hasta ahora ha permanecido inédita : A ,, Cartago (Costa Rica) 26 septiembre 1902 Sr. Don Benito Pérez Galdós Muy querido amigo: Usted que tanto se alegró al saber de mí por la carta de Chavarría, bien comprenderá, sin que se lo diga yo, cuánto habrá sido mi contento viendo lo que usted mismo contesta al inge-niero, y para este crítico de Electra. Bien sé que V. ha de recordarme siempre, y querer de veras a quien, antes que ningún otro de sus amigos, presintió y vio claro adonde llegaría V. con sus geniales producciones. Y buen testigo de esto sería su hermano mayor, si viviese, al cual dije en Sevilla, cuando en 1867 50, si mal no recuerdo, me preguntaba si, "publicando cuentos", no des-cuidaría V. sus estudios de abogado y se pondría en ridículo "escri-biendo libros": "Su hermano Benito, Sr. de Galdós, siempre será un abogado de verdad, un gran derensor de la justicia y acaso el primer escritor de España en este siglo y el que viene; mándele eso sin tar-danza, para que no caiga en poder de editores que explotan el talento ajeno.. ." s'egundo vzaje a Francia Satisfecho con la respuesta de Fernández Ferraz, don Domingo, con su esposa, continuó el viaje hacia Madrid, donde seguramente Benito les sirvió de guía. Y una vez saciada la curiosidad en lo relativo a la villa y corte, sa-lieron todos de ella, ya en junio, con rumbo a Francia. Conocido es lo que Galdós dice, con no poca confusión e inseguridad, en sus Memorias, respecto de este segundo viaje: Heme aquí viajando por etapas: ferrocarril del Norte, frontera pire-naica, mediodía de Francia y Orleáns hasta dar fondo en la ciudad luminosa. Esta me fue tan hospitalaria como en mi etapa del 67. De sus nuevas andanzas por París, Galdós apenas dice nada; lo habia adelantado todo al tratar del primer viaje: que siguió comprando libros, que comprobó el adelanto de las obras de los bulevares ... Mayores fueron sus andanzas, siempre en compañia de sus hermanos, por el resto de Francia en el viaje de regreso: Por abreviar, referiré que fuimos por jornadas cortas a través de la bella Francia, hasta llegar a Bagnkres de Bigorre, estación de baños en el Pirineo ... [le sobrevienen unas dudas y continúa]. Sea lo que fuere, reanudo el hilo de la narración, relatando que en el delicioso pueblo de Bagneres de Bigorre [seguramente mientras sus hermanos tomaban baños] proseguí escribiendo La Fontana de Oro sin llegar a terminarla. Luego continuamos nuestro viaje.. . La atracciún de la historia viva. Final de aLa Fontana de Oron. Cuando Galdós, en compañía de sus hermanos, regresaba de Francia, se encontró con la revolución al llegar a Barcelona. Mi familia -sigue diciendo Galdós- se asustó del barullo revolucio-nario, y como estaba anclado en el puerto el vapor América, correo de Canarias, nos fuimos a bordo para partir hacia las Afortunadas al si-guiente día. Por la noche, desde el vapor, presenciamos las demasías de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto. Al amanecer. zarp6 el América para Canarias, Y como yo ardía en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la revolución, rogué a mi familia que me dejase en Alicante, donde hacía escala el correo, y con tanto calor me expresé, aaadiendo el pretexto de conti-nuar mis estudias en la Universidad, que mi familia me dejó bajar a tierra. Del muelle corrí a la estación; poco después me metía en el tren para Madrid ... A las pocas horas de llegar a la villa y corte, tuve !a inmensa dicha de presenciar, en la Puerta del Sol, la entrada de Serrano.. . Ovación estruendosa, delirante. Sosegado su ánimo y aquietado un poco el ambiente, Galdós dio remate a La Fontana. «...sólo sus últimas páginas -dice él mismo- son posteriores a la Revolución de Setiembreu 51. Y porque le parece de alguna oportunidad en los días que atraviesa España, a causa de la relación que pudiera encon-trarse entre muchos sucesos referidos en la obra y algo de lo que entonces pasa, se decide a publicarla. Empezaba la disección Galdosiana de los males españoles. m D -- m O NOTAS E E 2 l "Fray Gerundio" [MODESTOL AFUENTE], Teatro social del siglo X l X , Madrid, 1854, 1. p. 113. 7' "NTÜNIO FLORESA, yer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la elsctricidad, Madrid, 1 1863, Imp. Mellado, 111, cuadro trece, pp. 179-194. Sobre este mismo punto, un paisano de Galdós, BENIGNOC ARBALLWOA NGUEMERLTa,s Afortunadas. Viaje descriptivo a Ls E Islas Canarias, Madrid, Imp. de Manuel Galiano, 1862, p. 16, dice : ". . . hoy cuando f las comunicaciones rápidas, el vapor y la locomotora permiten que se den la mano todos los países". Discurso pronunciado por Francisco Martínez de la Rosa en la apertura de las cátedras del Ateneo, el 3 de noviembre de 1858, según reseña publicada en la "Revista de Tnstmcción Pública", IV, núm. 6, Madrid, 6 del mismo mes. n E B. FÉREZG ALD~ SLa, Revolución de Julio, en Obras completas, Madrid, 1950, 5 111, p. 105 (Se citará siempre por esta edición). Se debe tener presente, sin embargo, o que esto lo escribe Galdós cincuenta años después (l*), y que las obras históricas -y más aún las novelas históricas- reflejan con frecuencia en alguna medida las ideas del momento en que se escriben; es una verdad tan patente que no es necesario apelar d la autoridad de Luckats. 5 A. GIL DE ZARATE, De la Instrucción pública en Esp&a, Madrid, 1855, 1, p. 206. V b í d . , 1, p. 169. Por la ley de Moyano. La Facultad de Ciencias políticas y administrativas sc incorporó en seguida, como sección, a la Facultad de Derecho. Con anterioridad, el proyecto de Ley de Instrucción pública presentado a las Cortes por el ministro de Fomento, Manuel Alonso Martinez, el 22 de diciembre de 1855 separaba por primera vez las Facultades de Ciencias y Letras, pero el proyecto seguía pendiente de discusión cuando las Cortes fueron disueltas el 15 de julio de 1856. Quintana había redactado el proyecto de Universidad de Madrid, tomando como modelo el informe entregado por Condorcet a la Asamblea legislativa francesa en 1792, Y lo había presentado en 1813 a las Cortes de Cádiz. Pero todos los planes de reforma quedaron paralizados con el regreso de Fernando VII. La Universidad había estado haciendo viajes de Alcalá a Madrid en los períodos liberales, y de Madrid a Alcalá en los absolutistas. Hasta la muerte de Fernando VI1 no se había asegurado su destino definitivo. ALBERTOJ IJ~ÉNEZH,i storia de las Universidades españolas, Madrid, 1971. pp. 295-309. Es indiscutible la trascendencia del viaje de Sanz del Río a Alemania, pero me parece que se ha exagerado al considerarlo como final de la incomunicación española con los centros de enseñanza extranjeros. Principalmente desde el advenimiento de los Borbones, la apertura española a la infiuencia europea, aunque S610 en los altos niveles sociales, había sido muy amplia. Y desde ccmienzos del siglo XIX las frecuentes emi-graciones políticas, ya se sabe, estaban dando lugar a subsiguientes importaciones de novedades. Los contactos con el extranjero en el campo de la enseñanza eran cada vez más frecuentes: a principios del siglo se habían introducido los métodos pestalozziano y lancasteriano; el ministro Moscoso había enviado a Londres algunos j6venes para aprender ios diferentes métodos empleados en la instrucción (1834); Ramón de la Sagra había visitado en 1838 las escuelas y los centros de beneficencia de Holanda y Bélgica (véase su libro Voyage en Holland eet en Belgique, París, Arthus Bertrand, 1839, y la versión española, Relación de los viajes hechos en Europa, Madrid, Imp. Hidalgo, 1944, etc. Gil de Zárate, principal coautor del plan de enseñanza de 1845, se habia educado en un coiegio de Passy (París), donde había permanecido nueve años. lo JosÉ ECHEGARARYe,c uerdos, Madrid, Ruiz Hermanos, Editores, 1917, 1, p. 362. Sobre el nuevo estilo oratorio, véase J. ZULUETAY GOMIS, LO oratoria de Castelar, Barcelona, 1922. ANTONIOR UIZ SALVADOERl, Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid (1835-1885), Madrid, 1971, p. 80, J. SANZ DEL Rfo, Algunos consideraciones filosóficas sobre la situación actual del lenguaje, en "La Razón", 111, Madrid, 1861, pp. 89-90. l3 GUILLERMZOE LLERSL, u noveia histórica en España. 1828-1850, Nueva York, 1938. REGINAFL. BROWNL, a novela española. 1700-1850, Madrid, 1853, p. 36. l5 "El pecado político capital de Isabel 11 fue que, con su negativa a admitir a los progresistas en el poder, sometió a dura prueba su fidelidad a la dinastía, empujándoles a la revolución". RAYMONCDA RR,E spaña 1808-1936, Barcelona, 1968, p. 284. 'Varticularmente la Facultad de Derecho se convierte en un "verdadero centro revulsivo del clima ambientc a partir, sobre todo, de 1863". DOLORESG ÓMEZM OLLEDA, Los reformadores de la España contemporánea, Madrid, 1966, p. 160. l7 En relación con uno de los más conspicuos. véase ANDRÉS OLLERO TASSARA, Juan Manuel Ortz' y iara, en "Anales de la Cátedra Francisco Suárez", núm. 11, fasc. 2, Granada, 1971. l8 FRANCISCOG INER DE LOS Rfos, Dos reacciones literarias, en "El Museo Uni-versal", 6 y 13 de septiembre de 1863. l9 JUANV ALERAD, e la naturaleza y carácter de la novela, en Ob. compl., XXI, p. 21. La novela, como sigios antes los libros de caballería, era considerada, en general, como vía de escape de la plena realidad. Y Valera, por otra parte, debía de pertenecer a cierto sector de intelectuales que miraba con desdén la novela. J. F. MONTESINOS, Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XIX, Valencia. 1955, PP. XI-NI. Se explica así perfectamente que tardase tanto en aceptar las novelas bur-zuesas de Galdós y en devenir él mismo novelista. VALERAlo, c. cit., p. 22. Se seguía creyendo que "para pasar al templo de la inmortalidad (partiendo de Madrid) era indispensable pasarse por la calle del Príncipe, esto es, componer una obra para el teatro, como en pleno romanticismo". R. MESONERROO MANOSE,l romanticismo y los románticos (1837). Entre los intelectuales más selectos, que menospreciaban la novela, se seguía, por otra parte, considerando, como en pleno romanticismo, que las únicas sendas hacia la gloria eran las de la poesía lírica, épica o dramática. MONTESINOS, ob. cit., p. XI. * Esta crónica, primera de una serie hasta ahora no aprovechada, y casi desco-nocida, se publicó en El Omnibus de Las Palmas del 17 de junio de 1863. a3 En "La Nación", 9 de julio de 1865. 2L En contra de lo que generalmente se piensa, creo que Galdós había vuelto hasta entonces todos los veranos a Gran Canaria. El de 1863, porque el 13 de octubre expuso al Rector que no había podido matricularse dentro del plazo, por habérselo impedido el viaje "que ha realizado desde Ultramar" (Expediente académico). De u acuerdo con esta explicación, se halla la interrupción de la serie de crónicas que con el y titulo de Revista de Madrid pensaba mandar a El Ornnibus y que no pasó del primer artículo (17 junio). La estancia en Canarias durante el verano de 1864, parece probada por una noticia publicada en El Omnibus el 17 de sepriembre, por las razones que exponen E. Ruxz DE LA SERNAy S. CRUZQ UINTANeAn Prehistoria y Protohistoria de E Benito Pérez Galdós, Las Palmas, 1973, cap. XXI, y, como en el año anterior, por la 2 razón de "haberse detenido involuntariamente viniendo de Ultramar", que da el 7 de $ octubre al Rector para que le conceda la matrícula fuera de plazo. 2j En la Casa Museo Pérez Gaidós se conserva la lista, muy interesante de los - libros que adquirió en 1865 y 1866. Om- Recuérdese cómo en Un viaje redondo (1861) ya vuela el bachiller Sansón E Carrasco por encima de los tejados. O LARRAe, n Todo el afio es máscaras y en Donde las dan las toman; MESONERO, ligeramente en La almoneda. A Larra y a Mesonero los tiene Galdós en la uña. -B "Impelido por intensa curiosidad, dedicóse el incipiente lector a los maestros alemanes. Devoró a Goethe y Schiller; se enredó luego con Enrique Heine ...". Esto dice Galdós de Vicentito Halconero, España trágica, 111, p. 873; pero ya es sabido que Galdós transfiere a Vicentito mucho de su propia biografía. En lo que toca a este punto e 2 de las lecturas, existe una gran coincidencia entre los libros que devora Halconero y o los que figuran en la ya citada lista de adquisiciones de su creador. m De este período y de otros muchos puntos que aquí, por falta de espacio, se tocan sólo de paso, me ocupo con más atención en el libro, próximo a aparecer, Galdós. Años de aprendizaje en Madrid. Se hospedaron en el hotel del Cheval Blanc, rue de l'Hirondelle, 24. Véase PEDROO RTIZA RMENGOLP,r eámbulo de Galdds en París, en "La Estafeta Literaria", núm. 373, 1.0 junio 1867. Una biografía más detallada de Benito Galdós, en mi libro Canarias en Galdós, que se encuentra en prensa. 3l Esto fue casi como bautizarle de liberal. Habrá que alejar definitivamente de la madre de Galdós la torpe imagen de una mujer intransigente, intolerante, modelo de doña Perfecta y de otras figuras odiosas. Habrá sido, tal vez, una mujer de carácter, un poco autoritaria, pero nada más. Que el novelista tuvo conocimiento de la vida de su tío, parece demostrado por coincidencias como ésta: el 22 de mayo de 1836 Benito Galdós fue herido por bala de fusil en la pierna izquierda durante la acción sobre Aránzazu, y Fernando Cabena, el protagonista de la tercera serie de los Episodios Nacionales, fue herido, de bala, en una pierna, por una partida facciosa, en el mismo monte Aránzazu. La vida de su tío Benito constituye una de tantas fuentes de elementos que el escritor reelabora y apro-vecha libremente, según las exigencias de la creación. 33 La relación por los ancianos de los sucesos de su vida es tan natural y frecuente, que en no pocas novelas históricas se finge que la narración que en ellas se ofrece no es sino la transcripción de una de estas relaciones; sin ir más lejos, en La Fontana de Oro y en la primera serie de los Episodios Nacionales. Las Crónzcas, fechadas en Las Palmas el 10 de noviembre, aparecieron en los números de "El Omnibus" correspondientes al 17 y 21 del mismo mes; la Necrologla, fechada, también en Las Palmas, el 29 de noviembre, se publicó en el mismo periódico el 1.O de diciembre. 35 En "La Nación", 10 febrero 1868. 36 En Ln de los tristes destinos, 111. p. 700. Según refiere el propio ESTÉVANEeZn sus Memorias, Madrid, 1903, p. 211. 38 La de los tristes destinos, p. 701. Ibíd., p. 699. lbíd., p. 705. 41 "El Bachiller Corchuelo" [E. GONWLEZ FIOL], Nuestros grandes prestigios. Benitos Pérez Galdós, en "Por esos mundos", Madrid, 1919, tomo XXI. El croquis costumbrista de las visitas de días, figura entre los primeros en que se nota la influencia de Jouy y entre los más repetidos, con mayores o menores variantes, por los cultivadores españoles del género: Lana, Mesonero, Cominges, Se-govia, Cortada y Sala, etc. Galdós volverá a ocuparse del mismo tema muchos años después. 43 Véase en E. VARELAH ERV~ACSa, rtas de Pérez Galdós a Mesonero Romanos, Madrid, 1943, pp. 14-15. Carta del 18 de mayo de 1875. u Ibíd. " ' l a Nación", 9-1-68. " Ibíd., 9-1-68. 47 Ibid., 9-111168. 48 GUILLBRMOC AMACHOY PBREZ GALD~SA, scendencia de los Pérez Galdós, en "Anuario de Estudios Atlánticos", 1973, p. 590. Valeriano Fernández Fcrraz, canario también, había sido profesor de Benito Pérez Galdós en el preparatorio de Derecho, y se hdaba en Sevilla como catedrático de Griego, en la Universidad, en virtud de un concurso al que no se había presentado; se le habfa querido alejar de Madrid por su intervencidn en la cuestión universitaria. 50 Como se puede ver, recordaba mal, porque la entrevista fue en 1868. Los cursos, repartidos entre dos años -en el caso presente, 1867-681 impiden a los profesores, que viven por cursos, saber exactamente en qué año ha sucedido una cosa. 51 En la nota preliminar a La Fontana.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Acercamiento a la Fontana de Oro |
Autor principal | Pérez Vidal, José |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del segundo congreso internacional de estudios Galdosianos I |
Numeración | Congreso 02. Volumen 1 |
Sección | Ponencias |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1978 |
Páginas | P. 202-229 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1797019 Bytes |
Texto | ACERCAMIENTO A LA FONTANA DE ORO José Pérez Vida1 Cualquier proceso de creación resulta de factores complejísimos. Ni el $ propio creador tiene clara conciencia de todos ellos. Incurre, pues, en gran % candidez quien pretenda precisarlos de modo completo y evidente. Se puede, cuando más, esbozar a grandes rasgos el marco histórico cultural en que la creación se ha producido, señalar corrientes de diverso género que han podido contribuir a la labor creadora, indicar algunas circunstancias determinantes de esta labor. - 2- Aquí, con la convicción de esas limitaciones, se intenta ordenar y resumir algunos de los fenómenos sociales, hechos y accidentes de diversa índole que, al parecer, favorecieron, con su concurrencia, la concepción de La Fon- O tana de Oro. Porque esta obra, tenida por la primera novela española moder-na, no es un producto de la Revolución de Septiembre, como, con gran sim-plicidad, suele presentarse, sino consecuencia, en gran medida, del mismo movimiento sociocultural que desemboca en la Septembrina. Conciencia de cambio Desde el comienzo de aquel tercio central del siglo, una serie de innova-ciones materiales e ideológicas, que toma cuerpo entre 1848 y 1854, estaba dando lugar a cambios muy importantes en la vida y en el pensamiento. El desarrollo de la clase media, los rápidos enriquecimientos (por las de-samortizaciones, los aprovisionamientos de los ejércitos, etc.), la aplicación de nuevas fuentes de cnergía (el vapor, la electricidad), los comienzos de indus-trialización, la implantación de nuevos medios de comunicación y de trans-porte (el tren, el buque de vapor, el telégrafo) habían originado mudanzas tan notables, que todo el mundo se había dado cuenta de las novedades. Y no sólo se tenía conciencia de los cambios, cosa que siempre es importante, sino que, por lo común, se exageraba: @El siglo XIX es el siglo del movimiento continuou, dictaminaba uFray Gerundion l; « ¡Ya no hay distancias! n, excla-maba, lleno de entusiasmo, Antonio Flores a; uLa palabra imposible se ha borrado del Diccionario de este siglo*, hiperbolizaba Martínez de la Rosa desde la presidencia del Ateneo 3. Además, tanto como las modificaciones in-teriores, se observaban y admiraban los grandes acontecimientos que se esta-ban produciendo en el exterior: la apertura de las fronteras chinas, la cons-trucción del canal de Suez ... La mayor facilidad de comunicaciones había despertado la afición a los viajes, a los veraneos en el extranjero -cuanto más distante más elegantes-. Y las salidas al exterior habían desarrollado un vivo afán de superación. Para todo se tomaba como meta e ideal la equiparación a los demás paises eu-ropeos,. Por otra parte, los principios de industrialización habían originado el co-mienzo de las cuestiones sociales. Era una inquietud de la que ya nadie podía librarse. La creciente clase obrera ya tenía conciencia de clase. En 1854 las masas habían desbordado a los militares y políticos de la vicalvarada y habían esbozado una versión hispana de la revolución europea del 48. Galdós sabrá ver claramente cómo la población trabajadora, que cada vez se incorporaba más a la acción que podríamos llamar liberal, mezclaba entonces con esa tendencia el planteamiento de reivindicaciones de clase. Y así pondrá en boca de un artesano que junto a la Milicia se bate en las jornadas madrileñas de julio, estas aspiraciones : -Venga, si, toda la libertad del mundo; pero venga también la mejora de las clases ..., porque, lo que yo digo, ¿qué adelanta el pueblo con ser muy libre si no come? Los gobernantes nuevos han de mirar mucho por el trabajo y por la industria" Como resultaba obligado, la organización de la instrucción pública se ha-bía adaptado a las nuevas necesidades. Primeramente, el plan general de 1845 prestó la mzíxima atención a la segunda enseñanza, porque así lo reclamaban uel estado de las luces, la importancia de las clases medias y las necesidades de la industriau. Después, en 1850, se crearon las escuelas artísticas y técni-cas: las de Bellas Artes, las industriales, las de agricultura, comercio y náu-tica 5. Y no se limitó la reforma a crear los nuevos centros; también se ocupó de enderezar al alumnado hacia ellos. Conscientes los gobernantes del apego a los estudios tradicionales de jurisprudencia, medicina y teología, los car-garon de dificultades -matrículas más elevadas, más años, más asignaturas-para alejar de ellos a los estudiantes; y al mismo tiempo, para atraer a éstos, ofrecieron toda clase de facilidades empezando por enseñanza gratuita-en las enseñanzas técnicas 6. La figura del ingeniero puede considerarse uno de los índices más significativos del cambio que entonces se opera. La reforma universitaria no había sido menos trascendente. La antigua Facultad de Filosofía, que englobaba los estudios de Letras y Ciencias, se había subdividido en tres de nueva creación: Literatura y Filosofía, Ciencias exactas, físicas y naturales y Ciencias políticas y administrativas 7. Y a la Universidad de Madrid se le había dado una organización y una misibn ex-cepcionales. El espíritu de la universidad complutense hacía años que se había desvanecido en los claustros alcalaínos. La Universidad de Madrid, con espí-ritu nuevo, intentaba llegar a ser la Universidad Central soñada por Manuel José Quintana en 1813 : «un centro de luces a que acudir y un modelo sobre- E saliente que imitara Trataba de auparse a la altura de los nuevos tiempos y de europeizarse. Mientras en las escuelas mercantiles y técnicas se plantean estudios de cuño anglo-francbs, en la Universidad madrileña se introduce la filosofía alemana. Bien sabido es que precisamente el mismo año (1843) en f que se inicia el traslado de la Universidad al edificio del exnoviciado de je- ; suitas, un decreto había nombrado profesor de 1a'Facultad de Filosofía a g don Julián Sanz del Río con la obligación de pasar dos años en las universi- j dades alemanas 9. 3 - - 0 m E O El cambio en las artes y las letras E Al compás de todas estas innovaciones, hacía tiempo que también se es- ; taban produciendo cambios importantes en las manifestaciones literarias y artísticas. Por ser muy conocidos y por disponer aquí de poco espacio, pueden Z E bastar como muestras indicadoras unas notas sobre la renovación que se 5 estaba produciendo en la oratoria, de la que entonces tanto se usaba y " abusaba. Todavía los grandes oradores románticos como Alcalá Galiano empleaban párrafos de gran aliento; párrafos que se echaban a rodar e iban hinchándose de oraciones sucesivamente subordinadas, hasta que, al fin, remataban el giro y quedaban redondos y flotando como globos. Mas ya los oradores jóvenes, como Castelar, tendían a producir la hinchazón sobre todo por el amontona-miento de oraciones sueltas; se reiteraban las ideas, pero en expresiones in-dependientes; la yuxtaposición gana terreno a la subordinación. Echegaray, con su mentalidad más de hombre de ciencia que de literato, dirá de la ora-toria romántica que es de tipo orgánico y calificará de linenl la de la segunda mitad del siglo 'O. En relación con esta variación de estilo oratorio, resulta muy significativo un hecho. En el Ateneo de Madrid, donde alternan los debates políticos y los científicos, Pacheco introduce la novedad de explicar sus lecciones sentado; quiere asi acentuar el descenso a la expresión sencilla, más animada por la clara exposición de las ideas, que por una intención estética y efectista ". Con referencia al cambio general de estilo y a la conciencia que ya de el se tiene, resultan, en fin, muy valiosas estas observaciones de Sanz del Río: Hoy mirarnos y estimarnos las construcciones gramaticales menos en relación con el arte y la fantasía que con relación al pensamiento L.. .]; se descubre hoy en el discurso hablado el predominio de la construc-ción directa puramente indicativa, sobre la construcción adjetiva y figurada [. . .] ; se han desterrado de nuestras construcciones numerosos términos de relación, enlace y conjunción, ciertamente muy significa-tivos y característicos, pero que recargaban el discurso, interrumpían su unidad, detenían su marcha rápida =. Para rematar este esbozo de cuadro general de la transformación que des-de comienzos de aquel segundo tercio del XIX se estaba operando en España, resulta obligado indicar el cambio que más directamente se refiere al tema de la presente comunicación. En España, el género novelesco, que durante el periodo romántico no habia sido enriquecido con ningún tftulo importante, había empezado a abandonar las lejanías históricas y a retraer la atención a tiempos más próximos y aun a los primeros planos de la vida cotidiana. Gui-llermo Zellers, en su estudio sobre la novela histórica en España entre 1828 y 1850 13, registra catorce novelas cuya acción se desarrolla en el siglo XM. Y Reginal F. Brown, en su conocida obra sobre la novela española desde 1700 a 1850, afirma que da única historia que satisface a los novelistas después de 1845 es la contemporánea^ 14. El enfrentamiento político-religioso. La llegada de Galdbs a Madrid. Cuando Benito Pérez Galdós, con sus espigados diecinueve años, llega a Madrid por vez primera (1862), todo este amplio proceso de cambio, del que Gran Canaria no era completamente extraña, ya había alcanzado bastante desarrollo y vitalidad. S610 continuaba sin variación, obstaculizando los múl-tiples propósitos de reforma, e infelizmente sin ofrecer perspectivas de mejo-ra, el tenaz enfrentamiento de los españoles a causa de su intolerancia polí-tico- religiosa. Entonces el enfrentamiento más bien se acentúa. Concluye el largo perío-do unionista, fracasan los esfuerzos conciliadores de Miraflores para estable-cer un turno con los progresistas, y éstos, viendo llenas de trabas las vias legales, acuerdan retirarse de ellas y acudir a las acciones de gran efecto, Se inicia el período revolucionario que culminará en septiembre de 1868 U. Como la política invade todo, la Universidad Central, en la que Galdós se matricula, se politiliza radicalmente y se convierte, cada vez más, en centro y objeto de discusión. Aumenta de curso en curso el número de catedráticos con ideas nuevas, liberales y europeizantes 16. Y se multiplican igualmente los defensores nostálgicos de posiciones tradicionales y cerradas 17; los neocató-licos, aunque influidos también por doctrinas foráneas, sobre todo italianas, no acogen de buen grado lo que en ellas encuentran de apertura; en lugar de desarrollarlas y superarlas como han de hacer los neocatólicos de Lovaina, las sujetan y cohiben; el preocupante espectáculo del proceso secularizador, ya superado grandemente en ofros países, les frena. Las cátedras, las tribunas y los periódicos se convierten en reductos de las más vivas polémicas. Con estas actitudes enfrentadas coexisten tanto en los niveles teóricos co-mo en los prácticos -eclecticismo, krausismo, Unión liberal.. .- disposicio- z nes conciliadoras y armonizantes. Pocas veces se ha hablado de armonía y ?- E humanidad tanto como entonces. Y en ambientes más diversos. Pero estas posturas conformadoras, lejos de apaciguar a los extremados, constituyen ; casi siempre un motivo más de lucha. - m O E Acentuación de la renovación literm'a. La novela.-El teatro. - 0 La llegada de Galdós a Madrid coincide también, en cierta medida, con la E acentuación, de forma consciente del espíritu de renovación literaria. Fran-cisco Giner, que, con veinticuatro años y ya licenciado en Derecho llega a la corte durante el curso de 1863-1864, puede tomarse como ejemplo de los numerosos críticos que detectan esta mudanza; en uno de los primeros es-critos que publica en Madrid comenta con agudeza: n- ¿Podrá nadie sostener con fundamento que puede el arte literario vivir ! 5 s610 de memorias, por gloriosas que sean, de otras edades? [...] La o literatura [...] rompe hoy también los diques en que la sujetaron las preocupaciones de todos géneros y como el poeta florentino "per correr miglior acqua alza le vele". Al hablar del nuevo ideal, precisa que no lo constituyen " ojeadas retrospectivas, ni predicciones fantásticas, sino imágenes de la vida, esto es, la esperanza unida al recuerdo en la perpetua con-tinuidad del presente" ls. Y no se da sólo en los jóvenes esta postura renovadora. La Real Acade-mia Española, cuya actuación ha tendido más a recoger usos consagrados que a abrir caminos con gestos arriesgados de vanguardia, ya presta su autorizado apoyo al nuevo rumbo de la novela. En octubre del mismo año de 1863, toma el acuerdo de premiar con 20.000 reales al autor de una novela original, no histórica, de costumbres contemporáneas españolas. La innovación temática no se desenvuelve sin oposiciones; paradójica-mente, sin que falte hasta la oposición de autores todavía jóvenes. Don Juan Valera ha contradecido a Nocedal, que, en su discurso de ingreso en la Aca-demia (1860), ha propugnado el recorte de la fantasía en la novela. Valera no concibe una novela de hechos vulgares y corrientes: En el mundo en que vivimos, particularmente los individuos de la clase media, tenemos a menudo que seguir un carril, amoldarnos en una misma turquesa y ajustarnos a cierta pauta, todo lo cual amengua y descabala y aun destruye la autonomía novelesca, o, por lo menos, impide su manifestación y desarrollo. A no ser un foragido, esto es, a no estar libre de muchas de las exigencias sociales? cualquier honrado burgués de nuestros días se halla muy en peligro de que jamás le suceda cosa alguna que tenga visos de las que en las novelas suceden Y si en algún momento Valera admite sucesos vulgares en la novela, es con indispensables condiciones : El novelista puede limitarse a pintar personajes y a narrar sucesos vulgarisimos y hasta soeces, si gusta; pero ha de ser como contraste satirico de un ideal de limpieza. perfecci6n y decente compostura, que ha de estar siempre presente y ha de purificar o poetizar aquellos cuadrosm. El teatro se hallaba también en crisis, pero todavía se mantenía a notable altura. Coexistían el drama romántico, si bien ya muy moderado, y la come-dia realista, todavía muy comedida. Ya Ayala había estrenado El tanto por ciento y en 1863 se estrena El nuevo Don luan. Galdós todavia no tiene rumbo fijo. En Las Palmas ya había enjaretado algunos dramas románticos. En Madrid realiza nuevos intentos. El éxito di-recto y espectacular que puede lograrse en los estrenos atrae entonces como siempre hacia la literatura teatral a los literatos en ciernea. Pero Galdós presta, también desde Las Palmas, muy frecuente atención a la novela, aun-que no con intentos de creación, sino con duras críticas de las novelas al uso. Los ataques de Galdós contra las novelas por entregas proseguirán, como es bien sabido, durante muchos años. La censura de lo que no debía hacerse, pudo contribuir a aclararle lo que se debía hacer. Mas, por encima de los distintos géneros, de lo que Galdós fue consciente en seguida fue de la importancia del cambio que se estaba produciendo. Ya en su primera Revista de Madrid (mayo 1863) =, a propósito de El nuevo Don Juan, reconoce que por no tener ya los mitos carta de naturaleza, al de Don Juan se le ha despojado de su parte poética, dejándole s610 la fealdad del seductor para escarnio de la sociedad. aUna escuela literaria reflejo de nuestro siglop. Importancia de 1865.-Los maestros alemanes. En estas revistas de Madrid, que envía a W Omnibus de Las Palmas, y en las revistas de la semana, que publica en La Nación de Madrid, son frecuen-tes, no obstante, durante algún tiempo los toques costumbristas con dejos nostálgicos, de acuerdo con la tradición revisteril. Pronto, sin olvidar la historia, la atención se fija principalmente en el pre-sente. Véase, por ejemplo, este comentario a la salida de la corte para La Granja Si estuviéramos en el siglo XVII, Madrid estaría a estas horas como jaula sin pájaros. Trasladada a los Sitios Reales la alta sociedad, la capital quedaría reducida a un inmenso villorrio,.. O Pero como estamos en el siglo XIX, aunque muchos, cuyos nombres me callo, viven o quieren vivir en aquellos felicísimos tiempos, sucede a que la Corte se marcha y Madrid se queda lo mismo que estaba, con E su buena sociedad, sus artistas, sus literatos, su insaciable sed de espectáculos.. . - Si la nobleza de la sangre sigue a la Corte, la nobleza del dinero per- $ manccc cn Madrid; las lujosas tiendas continúan abiertas ofreciendo % - al público sus variados adminiculos.. . 0 m E O Y lo mismo que la nobleza del dinero, se quedan en Madrid la aristocra- g cia del arte y la de las letras. n Dedicada al estudio [la de las letras], emprende una gran lucha con lo $ antiguo para crear la escuela, reflejo de nuestro siglo, y dar esplendor a la literatura moderna. n 3 Por último, si la aristocracia de la política, los ministros, sigue a los reyes, también la aristocracia de la opinión, la Prensa, se queda en Madrid para juzgar sus actos. para sostener la terrible lucha con lo convencional y lo reaccionario. La creación de una nueva escuela literaria areflejo de nuestro siglon, la ducha con lo convencional y lo reaccionariop. ¿No está aquí ya el arranque de todo un esperanzado programa? Aquel año, 1865, representa una fecha muy importante en la vida de Galdós : ingresa, por vez primera, como redactor en un periódico madrileño; sujeto a esta obligación, pasa también por vez primera un verano en Madrid ", de donde no le aleja ni la epidemia de cólera; lee muchísimo, libre de obli-gaciones universitarias, porque el nuevo curso, para evitar contagios, no se inaugura hasta después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo; con propó-sito, tal vez, de quedarse ya definitivamente en la capital, presta especial aten-ción a la adquisición de libros para su biblioteca *j; adquiere y lee, entre otros, nueve volúmenes de Balzac ; se hace socio del Ateneo ; abandona sus inten-tos de autor teatral y encamina sus pasos hacia el género narrativo ... Durante el otoño toca con alguna frecuencia en sus revistas el tema de la novela. Primero en la revista dedicada a la feria de Atocha, escrita sobre el vivo recuerdo de la que Mesonero dedicó al mismo acontecimiento; des-pués, en la revista titulada Madrid desde la veleta; la revista de la feria aventaja a la del Cunoso Pmlante, no sólo en el comentario de las novelas que encuentra en los puestos, sino en la imaginación novelesca con que trata del supuesto destino de ciertos muebles; en Madrid desde la veleta reco-mienda a los novelistas el alto recurso inquisitivo del Diablo Cojuelo, conocido desde muy pronto por él 26 y recordado repetidas veces por los costumbris-tas todavía en el juicio del año -Las siete plagas del año 65- muestra su obstinación contra las malas novelas: ¡Cuánta novela, gran Dios, cuánta novela! No hay esquina donde no se anuncie en letras gordas una recientemente salida del cacumen de un escritor y dada a la estampa por las prensas del más artificioso de los editores.. . Lo que nos sorprende es que haya quien lea estas novelas.. . Empieza por entonces un pequeño período, no determinado y estudiado hasta ahora, en que Galdós se entrega a los amaestros alemanes, B; un pe-ríodo, que comprende la segunda mitad de 1865 y todo el año siguiente, y en el que su vena fantástica se escapa contrapesada por la del humor; la conciencia de la superación del romanticismo frena el delirio de la fantasía. A este período corresponden Una industria que vive de la muerte, la Necro-logia de un prototipo y La sombra". La realidad española y la realidad literaria Pero mientras por un lado Galdós tiene estas escapadas fantásticas, por otro el acontecer de la vida española le aferra cada vez más a una dolorosa realidad. Desde principios de 1866, tropieza con grandes dificultades para cumplir sus obligaciones periodísticas. El pronunciamiento de Villarejo de Salvanés, aunque fracasado, aumenta las tensiones políticas, y, como conse-cuencia, origina medidas muy rigurosas: estado de sitio en Madrid, severa censura de prensa, clausura de las aulas del Ateneo, etc. Hay que tener mu-cho cuidado con lo que se dice. Como se podrá observar, las revistas de Galdós correspondientes al pri-mer semestre de este año no son con frecuencia verdaderas revistas de la se-mana. El periodista no puede tocar la actualidad, que arde, y acude a muy diversos expedientes para atender las secciones a su cargo. En La Nación recurre, primero (enero y febrero), a una Galería de españoles célebres: Me-sonero Romanos, Ferrer del No, Hartzenbusch, Camús; de ella interesan principalmente la primera y la última de las semblanzas; en la de Mesonero, declara expresamente que ha leído las Escenas y El antiguo Madrid, y reco-noce que Madrid ya no es el Madrid pintado por Mesonero; ha cambiado muchísimo; en la semblanza de Camús, demuestra su sólida y amplia forma-ción humanística. Después, unas veces hace reseñas de libros -Cantares de Melchor Palau, Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala-; otras, se refugia en las inofensivas revistas de teatros y conciertos; otras, por Úiti-mo, en comentarios de fiestas y solemnidades del ciclo anual: Carnaval, Se-mana Santa, etc. Sólo muy rara vez se atreve a tratar algún tema de honda y peligrosa actualidad; por ejemplo, el de la crisis económica. "7 D De toda esta producción periodística, conviene destacar las dos reseñas li-terarias y en ellas la obsesionada terquedad con que insiste en los ataques $ contra la novela folletinesca. La reseña de los Cantares de Melchor Palau po-ne más en claro, con gran carga de ironía, la falsa realidad, a que se ha re- E ferido poco antes, al tratar del estreno de la comedia El suplicio de una mu- 2 jer; dice ahora : - i La novela!, dennos novelas históricas y sociales; novelas intencio-nadas, profundas; novelas de color subido, rojas, verdinegras. jaspea-das. Píntennos las pasiones con rasgos brillantes, con detalles gráficos que nos hagan saitar del asiento. Queremos ver descritas con mano segura las peripecias más atroces que imaginación alguna pueda con-cebir; hágasenos relacibn, especialmente, de los crímenes más abomi-nables; preséntesenos el instinto de la perversidad en todo su vértigo; el demonio del crimen con toda su fealdad; queremos ver al suicida, a la adúltera, a la mujer pública, a la Celestina, a la bruja, al asesino, al baratero, al gitano: si hay hospital, mejor; si hay tisis regeneradora, jmagnífico! ; si hay patíbulo, ¡soberbio! ; sáquese todo lo inmundo, todo lo asqueroso, todo lo leproso, etc., etc. Realidad, realidad; es-cribannos la verdad de las miserias sociales esos escritores señalados por el dedo de la gacetilla, santificados por el repartidor, canonizados por el prospecto. Dennos impresiones fuertes, un cangilón de acíbar y otro de menta en cada página, aunque la pintura de caracteres no sea muy feliz, y el sostenimiento de los mismos esté un poco descuidado; dennos un puñal que destile sangre y ocho corazones que destilen hiel, aunque el plan no peque de verosímil y el ideal poético brille por su ausencia. Realidad, realidad; queremos ver el mundo tal cual es, la sociedad tal cual es, inmunda, corrompida, escéptica, cenagosa, fagosa, etc. Poco importa que las concordancias gramaticales sean un tanto vizcaínas y los giros un poquito traspirenaicos. ¡Realidad, realidad! En la reseña de las Fábulas religiosas y morales de Felipe Jacinto Sala, ia censura del folletín no es tan directa y declarada; no pasa de una ligera alusión al contubernio editor-autor que sirve dc base a la novela por entre-gas. «. . .abigarradas concepciones que engendran ciertos escritores en compli-cidad con empresas editoriales no muy celosas del esplendor de las letras es-pañolas~. En esta línea resulta muy significativo, como ya se ha señalado, la insis-tente constancia con que Galdós rechaza todo ese género de subnovelas. Desde Un viaje redondo (1861), en que nos presenta a los novelistas en el Infierno, hasta estos primeros meses de 1866, de que ahora se trata, la crítica del folletín surge en la producción Galdosiana hasta donde menos se la es-pera; como aquí, a propósito de un libro de Cantares y de otro de Fábulas. Y en esta misma línea conviene anotar todavía una observación curiosa que refuerza la impresión de ininterrumpida continuidad: la permanencia de una concepción: la representación del lector de folletines como una especie de tumboallas: uOh tú, lector gastrónomo, engullidor de libros ... i tú que a fuerza de magullar novelas y de merendar folletines ... a ; así se dice en Un viaje redondo; ahora, en la reseña de los Cantares, las expresiones casi se repiten: u .. .hoy que los estómagos de los aficionados a las letras están tan acostumbrados a digerir los ampulosos pliegos en cuarto que expende Manini, ayudado por la inspirnción un tanto gastronómica de los condimentadores de novelasa. En la Revista del Movimiento Zntelectual de Europa, Galdós se defiende mejor de la censura, acogiéndose al propio carácter de la publicación, euro-peizante y de divulgación cientifica. Los comentarios de las novedades litera-rias, artísticas, científicas y técnicas de ultrafronteras no estaban tan expues-tos al lápiz rojo del censor. En sus revistas, Galdós atiende principalmente al movimiento intelectual de Francia: Thiers da la última mano a su historia de la Restauración; Proudhon muere dejando uentre otras obras notables la extraordinaria Philosophie de Pat; Edgar Quinet da a la luz un nuevo libro de estudios políticos; Dumas escribe Los grandes hombres en bata; Víctor Hugo está a punto de publicar Les travailiatrs de la mer y para pronto anun-cia la novela titulada 1789 y dos dramas : Horno y Torquemada.. . De las no-ticias científicas le interesan sobremanera las astronómicas y los astrónomos franceses son entonces también los más conocidos. Dolor ante la situación de España. Pobreza de novelas y de estudios históricos. Sin embargo, las novedades extranjeras no sirven de tema a muchas revis-tas. Galdós al parecer, no pone mucho entusiasmo y atención en el pequeño semanario. ¿Le preocupaba mucho más la vida española? ¿Tenía entre ma-nos algún trabajo más importante? Tal vez hubiese de todo un poco. Desde el primero hasta el último de los artículos publicados este año en la Revista, Galdós muestra tristeza y desánimo ante todo lo referente a Es-paña. Empieza (8 de enero), lamentándose de la situación: Madrid se encuentra triste y acontecido. Los teatros están desanimados y las sociedades literarias muertas. El Ateneo se halla en estado de clausura, y en vano procuramos deleitarnos con las disertaciones humo-rísticas de don Fermín González Morón. Ya no vemos al festivo y siempre risueño Punch, ni el elegante Journal ilustré. Toda la caterva de individualidades periodísticas duermen allí su sueño estúpido; desde El Times hasta Gil Blas. La única muestra de vida intelectual que observa -o la única que le inte-resa de las que se producen- es la continuación de la Historia de España de Laiuente: la aparición de los tres tomos correspondientes al reinado de Fer-nando VII; el prólogo le parece notabilísimo. "7 En marzo se vuelve a quejar de la falta de actividad intelectual: eA no ser en cuestiones de política, nuestra querida patria se está mano sobre mano, esperando no sabemos qué maná salutíferoio. O n En abril repite las mismas quejas: «Madrid no ofrece nada de notable la ! presente semana. Funciones viejas en los teatros, libros viejos en las librerías, y política nueva, palpitante, candente en todas partes.. . D. 2 - Pero las mayores muestras de dolor por la postración de España se en- % cuentran en la ÚItima revista (28 mayo): 3 Las letras y las artes dan pocas, si dan algunas, señales de vida. Muchas veces nos hemos preguntado la causa de semejante postración en un pais de tan rica fantasía y de tan brillantes tradiciones literarias v artísticas como España. La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza, de Quevedo, del P. Isla, ¡qué novelistas cuenta hoy! Y en medio de tan escaso mérito, j cómo se exaltan ellos mismos hasta las nubes! j Cuánta miseria I No hay conciencia en el escritor. La contagiosa rapidez de Alejandro Dumas y otros novelistas franceses ha excitado cierta ridícula emulación entre nosotros, y el público no lee, hace tiempo, más que vulgaridades, sin siquiera los atavíos de la hermosa habla castellana, martirizada por esos pseudoliteratos. Otra clase de obras ... jah!, ni se escriben, ni en caso de escribirse, hallarían quizá compradores. ¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se cuida de los estudios históricos. Los españoles ignoran más que ninguna otra historia, la de su país. Podríamos citar un par de ejemplos. ¡Con que envidia leemos en los periódicos extranjeros la lista del sin-número de libros de artes, de ciencias, de literatura, que diariamente se publican! Galdós, a veces, parece escribir con desgana, con inseguridad, como si presintiera la suspensión de la Revista. Sobre todo en los comentarios de fies-tas y conmemoraciones -Carnaval, Semana Santa, San Isidro- repite o adapta artículos anteriores ; y de las actividades teatrales hace resúmenes bre-ves y superficiales. Sus presentimientos, si en verdad los tuvo, resultaron des-graciadamente bien fundados. La Nan'ón, Las Novedades y la mayoría de sus colegas fueron suspendidos por decisión gubernativa. La Revista del Movi-miento Intelectual de Europa, filial de Las Novedades, también interrumpió su publicación. Y Galdós, cuando ya estaba lanzado abiertamente a la vida periodística, se queda, de pronto, sin «sus» periódicos. ¿Se ha pensado en la posible influencia de este cerrojazo? ¿Se quedaría rumiando con amargura las faltas que acababa de lamentar en su Último artículo? La nación que ha sido cuna de Cervantes, de Hurtado de Mendoza. de Quevedo, del P. Isla, iqu6 novelistas cuenta hoy! . . . ¡Qué de puntos hay que dilucidar en nuestra historia! Pero nadie se cuida de los estudios históricos. Los espanoles ignoran mas que ninguna otra historia, la de su país. Hacia el tema de nLa Fontanan Pero dejemos aquí a Galdós con sus amargas rumias de la historia y la novela y pasemos a rastrear qué circunstancias y motivaciones le pudieron empujar hacia el tema de La Fontana. Al parecer muchas y muy diversas. En primer lugar, un hecho: Galdós encontró vivo, en su propia casa, el recuerdo de la historia de España durante el primer tercio del siglo. Y no por la parti-cipación que su padre y su tio Domingo habían tenido en la guerra de la In-dependencia, sino, principalmente, por las andanzas y lances, casi desconoci-dos hasta ahora, de su tío Benito Galdós durante las cuatro primeras dica-das: subteniente prisionero de los franceses en Málaga (1810); casado apre-suradamente con una prima suya, y con la indispensable licencia de José 1, al pasar por Madrid (1811); prisionero todavía en Francia hasta el final de la guerra; exiliado, por propia voluntad, después; en 1819, oficial de la expe-dición que, organizada en Londres por el mariscal Renovales, pasa a Amé-rica con el propósito de sujetar los movimientos independistas; casado, por segunda vez, en Cuba; reincorporado, como teniente, al ejército español du-rante el trienio liberal; de nuevo prisionero de los franceses -de los cien mil hijos de San Luis-; en esta ocasión, en Cartagena, que se rinde cuando ya ha caído el gobierno constitucional (1823); diez años, los de Calomarde, de segundo exilio en Francia e Inglaterra; de vuelta en España a la muerte de Fernando; capitán con participación muy activa -gana dos laureadas- en la guerra carlista, etc., etc.; mil zarandeantes vaivenes, en alivio de los cuales había acudido en 1828 el que sería padre de nuestro escritor, visitando a su cuñado en París "; sólo la muerte puso fin a las vicisitudes del consecuente liberal el año 1838, próximo ya el final de la guerra, en Lárraga. Benito Galdós no había vuelto a Canarias, salvo en 1819, de paso para América, pero su recuerdo, sobre todo desde su fallecimiento, había quedado arropado de tanto cariño en su familia, que Dolores, la hermana más peque-ña, había puesto el nombre de Benito el único hijo varón que después tuvo ", el que ahora, todavía inconscientemente, se preparaba para historiar todos aquellos episodios 32. No se pretende, entiéndase bien, exagerar la influencia en el novelista de esta vinculación familiar a la historia española del primer tercio del siglo; únicamente, señalarla como indiscutible origen del interés del escritor por la historia de aquella epoca; como frecuente punto de referencia en sus lectu-ras históricas. "7 Y aquella época, en un plano general, sirve de fundamento a toda la cen-turia. Todo el siglo XM - e l siglo de la Historia ha sido llamad* trans-curre en España recordando las grandes acciones y los grandes héroes de sus f primeros años. Por motivos patrióticos o políticos, el 2 de mayo, el 19 de ! marzo, el 7 de julio y otras fechas señaladas del mismo período se conme- E moran con admirable vitalidad durante los años en que Galdós hace sil apren-dizaje en Madrid. = A este recuerdo general, se sumó pronto en Galdós el recuerdo particular, minucioso, sistemático a que le obligaban las actividades periodísticas. Las revistas de Madrid, las revistas de la semana le forzaban a la búsqueda de antecedentes en el Madrid de ayer. Mesonero, Larra, Goya, Miñano, don Ra-món de la Cruz le llevan de la mano en estas rememoraciones. n Como circunstancias que de un modo más directo refrescan entonces los hechos que constituirán el fondo histórico de La Fontana de Oro procede ano-tar ante todo las relacionadas con la muerte repentina de Alcalá Galiano: el recuerdo, por la oposición, en periódicos y tertulias, de los demagógicos dis- ! 5 cursos juveniles pronunciados por el gran orador en la tribuna de la Fontana 0 de Oro, el célebre café; la lectura, por el mismo motivo, de obras recientes del propio político: la Historia de España y los Recuerdos de un anciano; la publicación inmediata de los Apuntes para la biografía del Excmo. Sr. Don Antonio Alcalá Galiano escritos por él mismo. Por otra vía, aparecen también entonces, como se ha visto, tres tomos de la HistoWa de Lafuente correspondientes al reinado de Fernando VIT. El propio Galdós los comenta en una de sus revistas de la semana (22 enero 1866). La época fernandina se encuentra de ineludibIe actualidad. Con esta impregnación histórica del primer tercio del siglo, Galdós pudo empezar a darse cuenta de que los grandes trastornos que estaban acaecien-do en aquellos sus primeros años madrileños -la noche de San Daniel, el pro- nunciamiento de Villarejo de Salvanés, etc.-, no eran sino continuación de una serie de perturbaciones que venía de atrás y que tenía su origen en dolen-cias nacionales muy hondas. El espectáculo más siniestro. Viaje a Canarias. En esta situación sobrevino el 22 de junio de aquel año de 1866 la suble-vación del cuartel de San Gil. El espectáculo de la conducción de los sargen-tos, entre alaridos de clarines, al lugar de fusilamiento, fue «el más trágico y siniestro, que Galdós, según confesará en las Memorias, presenció en su vida. A una de sus criaturas más queridas traspasará el recuerdo de aquellos tristi-simos hechos de este modo: uComo subsiste indeleble hasta la vejez la señal de la viruela en los que han padecido esta cruel enfermedad, así subsistió en la complexión psicológica de Angel Guerra la huella de aquel inmenso tras-torno~. Mas aquella convulsión no le afectó solamente por la siniestra conducción de los sargentos condenados. También por la alteración general y por la re-presión, que no conoció alivio durante todo el verano: cuatro tandas de fusi-lamientos con 60 víctimas; caída y emigración de O'Donnell; vuelta de Nar-váez al poder; condena a muerte, en rebeldía, de Carlos Rubio, Cristino Mar-tos, Manuel Becerra, Castelar, Sagasta y otros ; suspensión indefinida de toda la prensa liberal, y entre ella, como ya se ha anticipado, de los periódicos de que Galdós era redactor, La Nación y la Revista del Movimiento Intelectual de Europa. Francisco de Paula Montemar, director del diario progresista Las Novedades, del que en cierto modo dependía la Revista del Movimiento Inte-lectual, figuraba -interesa aquf anotar- entre los condenados a muerte en rebeldía. Galdós, si no sintió miedo, debió de sentirse incómodo en Madrid. Y en el otoño, después de matricularse en la Universidad, regresó a Canarias. En el hogar, su padre, el anciano militar con ochenta y dos años, ya sólo vivia del recuerdo. Al conocer por el hijo con detalle los últimos sucesos de la Pe-nínsula, debió de relacionarlos con algunos de los acaecidos allá en su juven-tud, y seguramente repetiría por centésima vez no pocos de aquellos lejanos episodios Y el hijo, a la luz de los que él acababa de vivir y padecer, tal vez confirmaría su presunción de que la historia de ayer no estaba tan muer-ta, y a través de ella comprendería mejor muchas cosas de la historia viva igualmente violenta. La historia semimuerta revivida y la sangrienta historia viva recordada de lejos, en la paz de Las Palmas, debieron de producir la im-presión - i tanto se parecían ! - de ser una historia misma. Tenemos, pues, que casi en el mismo punto (1866) confluyen los procesos por los cuales Galdós adquiere clara conciencia de la realidad española y de la nueva realidad literaria. Y si a estos procesos añadimos ahora otro, el de la novela histórica de tema reciente, de tema del propio siglo, completamos las tres corrientes más importantes que concurren en La Fontana de Oro y la explican. Galdós debió de ver en la novela histórica el medio para remediar conjuntamente aquellas dos faltas que venía notando: la de una novela mo-derna y la de conocimientos históricos. Y si redujo su atenciún a la historia contemporánea fue por una doble causa: porque, según se ha visto, los nove-listas desde hacía algunas décadas habían retraído hasta ellos su atención y por que esta historia inmediatamente anterior ofrecía una clara explicación de los trastornos políticos que se seguían padeciendo. Pero todos estos factores estaban concurriendo todavía en niveles princi-palmente teóricos. En la práctica Galdós seguía dando salida a su vena fan-tástica. En Las Palmas publica a fines de aquel año la Necrología de un pro-totipo en que se conjugan influencias románticas alemanas y francesas -Hof-mann, Hugo ...- y las Crónicas futuras de Gran Canaria, que si no son fan- E tásticas, representan un extraordinario esfuerzo de imaginaci6n3". N E O París. La pobreza del pabellón español. Los emigrados. - El hecho que provocó la condensación o precipitación de todos aquellos % elementos que cuajan en La Fontana de Oro fue el viaje de Galdós a París en el verano de 1867. Pero no por la razón que se viene aduciendo: el descu-brimiento de Balzac, del que ya poseía veinte volúmenes -los nueve adquiri-dos en noviembre de 1865 y once comprados en 1866 --, sino principalmente porque pudo ver a España desde fuera, porque alcanzó una mayor y más clara perspectiva del momento en que se vivía y de los problemas españoles. 1 Sobre el viaje se conoce y se repite lo que Galdós mismo dice en sus Me- ! morias: la admiración que le produjeron las cosas extrañas. Mas se olvida casi siempre lo que, directamente o por boca de algunas de sus criaturas, dice en otros lugares: el dolor que le produjeron las cosas de España. La 5 O pobreza del pabellón español en la Exposición Universal: Aunque nos dt5 rubor el confesarlo, hicimos papel muy triste en el gran concierto universal de 1867. En la sección de Industria princi-palmente el nombre español quedó bastante malparado, y en los Pro-ductos agrícolas y químicos, donde con tanta ventaja podíamos habernos presentado, hicimos poco, más que por falta de objetos, por sobra de ignorancia y descuido, y porque nos falta, como hace notar el Sr. Castro Serrano, esa especial facultad de exhibición, que es una de las pnn-cipales dotes del genio francés. ............................................................................................... La pintura ofrecía tal vez una excepción feliz en el concepto general que de la sección española debe formarse. A primera vista, había quizá en aquel salón algo de la desapacible oscuridad e ingrato aspecto que abatia nuestro ánimo al examinar d resto ... Las artes con ser artes no tuvieron mejor fortuna; allí estaban en un recinto estrecho, con escasa luz y tan poco espacio, que apenas podía encontrarse el punto de vista de una composición 35. A esta manifestación directa de la impresión que le produjo a Galdós el pabellón, añádanse las noticias sobre los españoles que encontró en París; unos, visitantes de la exposición; otros, emigrados. En ambos grupos halló caras conocidas, y hasta canarios -Frasco Monteverde, militar e intimo de Prim Nicolás Estévanez, en viaje de bodas 3i-. Los emigrados se reunían principalmente en el Pasaje Jouffroy; los visitantes, en el comedero español de la Exposición, a cargo del caf6 Universal, de Madrid. Todos, españoles, y, sin embargo, cuánta diferencia entre unos y otros, a causa de la distinta situación y opuestas circunstancias. Los viajeros, los turistas -entonces em-pezaba a usarse la peregrina palabreja- se hallaban en París para ver la Ex-posición y para exponerse, también ellos, entre sí; para curiosear novedades y para hacer vanidosa ostentación de lujos y riquezas. En general, evitaban el trato de los emigrados: Aunque Maltranita vio a Santiago y sin duda le había conocido, no creyó decoroso saludarle, por la inferioridad jerdrquica que anunciaba el traje del amigo 3s. A pesar de ser pasaje de una ficción, parece trasunto de una realidad, co-mo tantos otros del Episodio en que Galdós aprovecha las experiencias y ob-servaciones de aquel viaje. Los emigrados, por el contrario, más bien se ocultaban, adoptaban nom-bres falsos, entapujaban sus faltas y misehas: No hizo más que llegar al pasaje Jouffroy, y le salieron dos compatri-cios, uno de ellos con su capa, terciada garbosamente. No se puede afirmar que en agosto llevase tal prenda con objeto de abrigarse; llevábala sin duda para tapar la desastrosa vestimenta de un triste insurrecto proscrito a. El exilio era duro -¿cuál no lo ha sido?-, e imponía desusados traba-jos. Hasta los exiliados más distinguidos se veían con frecuencia en la nece-sidad de realizar labores humildes. Sagasta, por ejemplo, según el mismo Episodio, tenía que acarrear desde el Sena agua para su casad0. Todo el que podia ejercía su profesión o desempeñaba algún improvisado oficio o empleo. Cualquier ocupación convenía, no sólo para mejorar la si-tuación económica, sino la tranquilidad personal. Disfrutar unos medios me-jores o peores de subsistencia libraba de enojosos entremetimientos policiales. No se colocaron por capricho los dos simpáticos exiliados, creados, años des- pués pero para aquella ocasión, por Galdós : Teresa Villaescusa y Santiaguito Ibero; Teresa, en una tienda de encajes; Santiago, en una oficina comercial. Galdós, que tan estrechas relaciones debió de mantener con los emigra-dos, en su mayoría progresistas como él, ¿no recordaría en París a su tío Be-nito Galdós, exiliado allí también, cuarenta años antes, por la misma causa que los de entonces? La historia se repetía. Con otros españoles, la situación era la misma. El drama que había empezado en 1808 continuaba sin grandes variaciones. Y aunque siempre se esperaba que el próximo acto fuese el final, el final nunca llegaba. La acción resolutiva de las vivencias parisienses, el propio Galdós la de-clara en sus Memorias (supongámoslas acertadas en este punto): Con las personas que me llevaron a París volvf a Madrid sin incidente notable L...] y sin descuidar mis estudios en la Universidad, me lancé a escribir La Fontana de Oro, novela histórica, que me result6 fácil "7 y amena. - n - Galdós se cansa de la Universidad y de las revistas - m D E E ((Sin desciiidar mis estudios en la universidad...^, dice Galdós en sus o Memorias. Y seguramente lo diría también a su familia. Pero el expedinte e académico dice una cosa muy distinta. El 15 de octubre de 1867, esto es, ven- 5 cid0 el plazo, como todos los años, solicita que se le admita la matrícula. Da como disculpa del retraso «hallarse ausente de Madrid y enfermon durante el término hábil. Tropieza con algunas dificultades por asignaturas pendientes o incompatibles, pero logra la matrícula. Tantas molestias, sin embargo, para nada. El 31 de enero de 1868 le borran, por inasistencia, de las listas de De-reclio Mercantil y Derecho Penal. Y el 28 de febrero le eliminan -como en E el curso anterior, el 1.0 de febrero, por el viaje a Canarias- de la de Derecho d Canónico. No mentirá cuando pasados los años, diga: «Fui un malísimo es-tudiante de Derechon y «He tenido dos odios igualmente grandes: a las Ma- 5 temáticas y al Derechon U. La dedicación literaria, cada vez mayor, le alejaba " cada vez más dc la Universidad. La Revista del Movimiento Intelectual de Europa, después de diecisiete meses de interrupción, reaparece, muy cambiada, el 2 de noviembre. La Re-vista se presenta ahora independiente, con mucho mayor formato y como diario. La colaboración de Galdós en esta nueva época del periódico se dife-rencia también mucho de su colaboración durante la primera. Sus artículos en aquélla tenían el título común de Revista de la Semana y comentaban la actualidad; ahora, en cambio, los artículos tienen, excepto dos, el título de Crónica de Madrid, y son comentarios de cosas, rincones y costumbres de la villa y corte; además, parecen constituir una serie bastante entramada. Del diálogo quc cl pcriodista mantiene con un supuesto interlocutor se deduce que piensa sustituir el costumbrismo, cultivador de tipos, por el realismo, recreador de individualidades; sin embargo, a Galdós le costará mucho des-prenderse de la tradición y hábitos costumbristus. Mucho más copiosa e interesante que esta colaboración en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa es la de la nueva época de La NaciMt. Cro-nológicamente, se suceden del modo más inmediato. El último número de esta segunda etapa de la Revista se publicó el 30 de diciembre de 1867 y La Na-ción reapareció el 2 de enero de 1868. Galdós reanuda su colaboración tam-bién desde el primer día. ((Hace quinientos cincuenta días -dice al comienzo de su Revista de Madrid- que cortamos el hilo de una familiar e inofensiva conversaciónn. Y repite más adelante: «Hoy despertamos después de qui-nientos cincuenta días de reposo ... trece mil horas de letargo». Su colabora-ción es mucho más abundante y variada, porque, en verdad, es una colabora-ción doble: una colaboración irregular en la edición corriente del diario, y una colaboración regular en la ((edición literaria, de los domingos; un nú-mero especial, de formato más pequeño -«de traje corto, siguiendo la moda actualo-. A su vez, la colaboración de este número dominical es triple, cons-tituye tres series simultáneas: la Reoistu de Madrid -en seguida, Revistu de la Semana-, la Galería de figuras de cera y el Manicomio político social. La Revista, firmada por B. Phez Galdós y la Galm'a y el Manicomio sin fir-ma. Como se puede ver, esta edición literaria de La Nación era obra casi ex-clusiva de Galdós. La Revista de la Semana, que es la colaboración más regular, es también, por su misma obligatoriedad, la más difícil y la más expuesta a superficialida-des y repeticiones. Sus temas, esclavos de la actualidad, son en esta segunda época, poco más o menos, iguales a los de la primera: las fiestas y solemni-dades (Pascua de Navidad, Carnaval, Cuaresma, San José, San Antón, Sema-na Santa.. .) ; los teatros, las corridas de toros, la política.. . ; desde fines de abril, en cambio, sólo el estado del tiempo; no se puede hablar de otra cosa. Ha muerto Narváez y González Bravo ha implantado la política de mano dura que precipitará la revolución. De todos modos, las revistas se diferencian notablemente de las que, en la primera época, Galdós dedicó a tan sobados y, por lo mismo, difíciles temas. Además de estar mejor escritas, tienen una intención más general; el cronista ya no describe las fiestas, sino las aprovecha para hacer crítica social; por ejemplo, en Carnaval, presenta las diferentes identificaciones que de una más-cara sepulcral, esquelética, hacen un pesimista, un absolutista, un ministro, un neo, un liberalazo, un académico ...; en el día de San José, escalona los distintos niveles de la celebración del Santo, desde la modestísima de un Pe-pillo a la muy ostentosa de un Excmo. Sr. Don José "... Por un sano afán de mejorar las costumbres, censura el modo de celebrar algunas fiestas, como la de San Isidro -«reunión de muchos miles de personas que se creen en el deber ineludible de achicharrarse, sudar, recibir estrujones, aburrirse y echar los bofesn-, y, como siempre, ataca las corridas de toros, cada vez más con-curridas (los trenes facilitan ya la asistencia de aficionados de media España): Nos vamos afrancesando con la moda, italianizando con la 6pera, angli-canizando con el turf y el té. Conservemos los toros, que es lo único español que nos queda. No; más vale parecer extranjeros en España que bárbaros en Europa. En política todo se reduce a comentar las actividades de los neos, la cues-tión romana y la ausencia de España de las grandes empresas internacionales. Hay otros temas, ... pero actualmente ha llegado la prudencia a ser la virtud normal Y fundamental de todos los españoles. Seamos prudentes. Diremos tan sólo, refirikndonos a las cosas de casa, lo que por razones de necesidad, es? el único tema de todas las revistas: " i Qué calor! i qué lluvia el domingo! i Si no llueve más.. . ! " Hoy se convierte el revistero en atalaya, en higrómetro, en barómetro o en pluviómetro.. . O n-- Galdós se siente ya cansado de la esclavitud y dificultades de las revistas f de la semana. Claramente manifiesta su fatiga en una de las últimas que es-cribe para La Nación (24-V-68): El que por expiación de sus pecados o por injusta ley del destino 5 soporta en este valle de lágrimas la pcsada carga de escribir cada se-mana una revista de los acontecimientos que pasan o dejan de pasar B en esta villa, es una de las víctimas más dignas de compasión que registra el martirologio literario.. . O n Refiere las numerosas dificultades con que se tropieza a veces para obte-ner noticias de interés. Y continúa: A ,, Añádase a esto la reducida esfera en que el miserable mortal que vive atado a un folletín puede manifestarse, y se comprenderá la dureza de semejante martirio. No puede ocuparse de asuntos serios porque, según el alto criterio moderno, los asuntos serios no pueden ser sustentados por las débiles columnas de un folletín; no puede tratar en broma ciertos asuntos cómicos, porque la suspicacia pública se lo impide; tiene que respetar trescientas mil susceptibilidades, y guardar silencio en lo relativo a las personas. No le restan más que algunos hechos triviales y sin importancia, los desperdicios de la opinión, los despojos marchitos de la vida piíblica, desechados por los escritores políticos, por los noticieros de relumbrón, por los comentadores al aire libre ... Galdós, según todos los indicios, se halla en uno de los momentos más decisivos de su vida. Ha llegado a aborrecer la Universidad; se ha hastiado del estrecho y enfadoso marco a que tiene que ajustar las revistas semanales; se ha lanzado a componer trabajos mucho más libres, holgados y prometedo-res; quisiera vivir exclusivamente de las letras como de otra profesión cual-quiera ... En la revista que dedica al proyecto de una Asociación de escritores españoles (16-11-68), ya piensa como un profesional y demuestra conocer toda la dramática dureza del oficio: Salíais a la arena -dice a los escritores- con fuerzas y entusiasmo; mas ¿qué podía hacer vuestra energfa, vuestro mérito al veros presos en los terribles anillos de ese boa constrictor que se llama editor, de esa foca que se llama empresario? Muerta una parte de vuestras ilu-siones, tal vez apurabais el amargo cáliz de Manini, tal vez empleasteis la más noble porción de vuestra invectiva en confeccionar algunas arrobas de literatura filos6fico-nervioso-espeluznante.¿ Pero qué no hace la necesidad? Habéis pedido limosna; habéis ido de puerta en puerta colándoos en forma de entrega por la rendija del dintel y habbis pedido dos cuartos en cada piso, para reunir una peseta en cada calle. Pero esas fracciones diminutas de escudo no han sido para vosotros, sic vos non vobis; han ido a engrosar el ya repleto bolsillo del editor, insa-ciable vampiro. Como siempre, desde los primeros escritos del ya lejano colegio, la preo-cupación por la degrandante plaga de las novelas por entregas; y ahora, ade-más, por los tirtinicos abusos del editor. Galdós quiere ya publicar un libro. Por no caer en las garras de un editor, acude a su hermano mayor y le pide ayuda económica ... Pero dejemos esto para después ... Echemos ahora un rápido vistazo a la restante colaboración en La Nación. La Galería de figuras de cera consta de quince artículos y comienza con la expresión de su propósito: dar a conocer algunas figuras de la galería colo-sal que es Madrid; de cada una se hará un dibujo en rapidísimos rasgos, tras el cual se espera que aparezca determinada y precisa la fisonomía moral y literaria del individuon. Siempre con la obsesión de los dibujos, Galdós sus-tituye los álbumes de caricaturas de sus paisanos por una gran galería de per-sonajes madrileños, que, desgraciadamente, se interrumpirá apenas iniciada. Ha dicho que aparecerá «la fisonomía moral y literaria del individuoo, porque, según parece, sólo ha pensado en hombres de letras. Los quince cuyos retratos logra trazar son los siguientes : Frontaura, Ferrer del No, Hartzen-busch, Bardón, Aguilera, Ayala, Castro, Morón, Amador de los Ríos, Meso-nero Romanos, Balart, García Gutiérrez, Eulogio Florentino Sanz, Moreno Nieto, M. Murguía. Los retratos aparecen anónimos, porque Galdós debió de considerar pe-sado e indiscreto poner su firma al pie de casi todos los artículos de la edi-ción literaria de La Nación. Se sabe que nuestro escritor-dibujante es el autor por diversas razones, de las cuales sólo interesa aquí la más importante: la carta, conservada y publicada, que él mismo envió a Mesonero Romanos con el número de La Noción en que apareció la semblanza ". El texto de la carta obliga a pensar en este retrato de la Calda de figuras de cera y no en el pu-blicado dos años antes en la Galería de españoles célebres; sólo respecto de este retrato de cera cabe la disculpa de no prestar atención a las Escenas mu-tritenses; en él se ha fijado sobre todo en El antiguo Madrid, porque lo está ((leyendo minuciosamente y estudiando sobre el terreno por las calles, calle-juelas, costanillas y derrumbaderos matritenseso u. Galdós, no obstante lo mucho que publica en La Nación, se halla enfrascado, por lo que se ve, en la preparación de La Fontana de Oro. La única reacción pública de los retratados fue la de Frontaura, director de El Cascabel, y seguramente por tener el periódico a mano. Y Galdós que, entre otras cosas, le había llamado feo - e r a muy devoto de este adjetivo-, dice en el número dominical siguiente, al darle una explicación: Si le echamos en cara la cara a nuestra figura, fue en virtud de esa natural propensión a los efectos del claro-oscuro que impera hoy en la escuela realista, a que nos honramos en pertenecer". E O n - Galdós no sólo ha hallado ya su rumbo, sino que presume de él. - m O E Los cuatro artículos de la serie titulada Manicomio político social también ; han sido atribuidos a Galdós y creo que con razón. Entre otras cosas, porque se ve que han sido escritos por la misma mano que escribió La sombra. Si j aún quedase alguna duda, se disiparía con una coincidencia: la publicación $ de los artículos del Manicomio se interrumpió; lo mismo que la de las revis-tas y las Figuras de Cera, en la fecha en que Galdós marchó a París por se- E gunda vez. O Estas tres series de artículos aparecieron en la uedición literaria, de La : Nación, como ya se ha dicho; en los números corrientes vieron la luz otros 1 artículos, por lo general, más extensos: Imperfecciones, El universm-b de Calderón, La conjuración de las palabras, etc. n 0 Como índices de la evolución del gusto literario de Galdós, interesan dos ! artículos: una reseña de La Arcadia moderna de Ventura Ruiz Aguilera y un 5 o extenso artículo sobre Carlos Dickens; dos nuevas afirmaciones de realismo. La reseña tiene cierto interés autobiográfico; en ella se recuerda el uin-fantil entusiasmo^ por la bucólica ; la adhesión hacia aquella poesía ; u .. .cada son de la terrible campana reglamentaria del colegio, nos prece oír el clásico cencerro de las cabras de Melampo o de las ovejuelas de Batilo ... D. Después adquirimoi rekiexiún y cordura.. . ; nuestras inclinaciones nos llevan otra vez al campo literario, pero al entrar en él con la arrogancia de bachiller, encontramos otra decoración.. . Entonces el arte bucólico, de que antes fuimos sinceros apasionados, se nos presenta con toda su falsedad y extraños oropeles ... Se despierta en nosotros el puro senti-miento de la naturaleza, ajeno ya a toda sistemática falsificación. A continuación, con referencia ya a Ruiz Aguilera, emite juicios en los que parecen traslucirse sus propias preferencias : por ejemplo : Su humorismo no es hijo de prematuros y punzantes desengaños, ni se expresa en tono amargo y atrabiliario. Es esa picante sonrisa del bon-dadoso Sterne que declama contra las miserias y fealdades de la hu-manidad, más por el filantrópico deseo de corregirlas, que por el mero hecho de censurarlas 46. El artículo sobre Carlos Dickens debe considerarse como una introduc-ción a Lus menturas de Picwick, que empiezan a publicarse, traducidas por el propio Galdós, en el folletín del mismo número de La Nación". El artículo examina la difusión de la novela truculenta francesa en España (primero, Dumas, Sué y Feval; después, Javier de Montepín, Penson de Te-rrail, Henri de Kock) y el estado de relajación en que se encuentra el gusto de los lectores: Y no le deis a la generalidad del público otra cosa. Pocos son los que tienen la suficiente aptitud para saborear las páginas de la Comedia humana.. . Y si se duermen leyendo a Balzac estos señores abastecidos con el forraje intelectual de los pesebres ponsonianos, jcbmo sería pwible hacerles leer una novela de costumbres inglews, una novela de Goldsmith, o de Sterne, de Dickens o de Thackeray? Del resto del articulo, interesa subrayar las diferencias que Galdús en-cuentra entre Balzac y Dickens: Cuando Dickens describe un interior, un recinto fastuoso o humilde, un objeto o un mueble cualquiera, no le ver& detenerse allí con la narración prolija de Balzac ... Le interesa tan s610 aquello que contri-buye a caracterizar la fisonomía local, aquello que es un rasgo o una facción en el expresivo rostro de una escena, de una habitación, de un sitio cualquiera . . Y completa: No analiza como Balzac, complaci6ndose en describir todo lo que de innoble y siniestro puede existir en los sentimientos del hombre; es, por el contrario, observador benévolo, que procede en los trabajos de su investigación por amor a la humanidad, deseoso de la dicha del hombre y haciéndole ver sus virtudes y sus vicios para enaltecer aquéllas y corregir éstos. A la luz de estos descubrimientos, Galdós se asegura en la convicción de la falsedad e insulsez de los géneros de novela más favorecidos por el público. Y se orienta de modo más certero en su búsqueda de una novela española que corresponda al espíritu de los nuevos tiempos. La concreción y claridad de las ideas le concentran y estimulan la voca-ción. «Entonces -dirá el propio Galdós- empecé a sentir con verdadera fuerza la vocación de novelista. Balzac y Dickens fueron los que más influ-yeron en mío. Esta influencia, sin embargo, tardaría todavía un poco en ma-durar, y cuajaría mucho más en la clarividente concepción Galdosiana de lo que debería ser la novela española moderna que en métodos y recetas para su elaboración. Galdós pide ayuda para publicar un libro En abril de 1868, don Domingo Pérez Galdós y su esposa, doña Magdale-na Hurtado de Mendoza y Tate, acordaron en Las Palmas, donde vivían, em-prender un viaje. Se les había muerto en febrero el único hijo, Sebastián, de 12 años, y necesitaban, hasta que se repusieran del tremendo golpe, alejarse de los lugares que constantemente se lo recordaban. Como los viajes entonces ; eran tan pródigos en accidentes, y don Domingo, por otra parte, no andaba muy sobrado de salud, consideraron prudente hacer antes, en común, testa-mento cerrado. Y una vez tomadas todas las precauciones, embarcaron en el a mes de mayo para la Península 48. O E Don Domingo, el mayor de los hermanos varones -tenía casi veinte años más que Benito-, había recibido de éste una petición de ayuda económica para publicar un libro. Y aunque no era tacaño, tenía sus reparos. Apoyando 5 las aficiones literarias de su hermano ¿no contribuiría a distraerle de los es- 1 tudios y le alejaría más de la Universidad? Y, por otra parte ¿qué valor ten- B E drían aquellos cuentos que Benito quería publicar? Estando con estas dudas, encontró en Sevilla a Fernández Ferrazm, y aprovechó la ocasión para con- E sultarle. Lo tratado en aquella entrevista es recordado, muchos años después, por Ferraz a Benito -ya todo un don Benito- en esta carta, que hasta ahora ha permanecido inédita : A ,, Cartago (Costa Rica) 26 septiembre 1902 Sr. Don Benito Pérez Galdós Muy querido amigo: Usted que tanto se alegró al saber de mí por la carta de Chavarría, bien comprenderá, sin que se lo diga yo, cuánto habrá sido mi contento viendo lo que usted mismo contesta al inge-niero, y para este crítico de Electra. Bien sé que V. ha de recordarme siempre, y querer de veras a quien, antes que ningún otro de sus amigos, presintió y vio claro adonde llegaría V. con sus geniales producciones. Y buen testigo de esto sería su hermano mayor, si viviese, al cual dije en Sevilla, cuando en 1867 50, si mal no recuerdo, me preguntaba si, "publicando cuentos", no des-cuidaría V. sus estudios de abogado y se pondría en ridículo "escri-biendo libros": "Su hermano Benito, Sr. de Galdós, siempre será un abogado de verdad, un gran derensor de la justicia y acaso el primer escritor de España en este siglo y el que viene; mándele eso sin tar-danza, para que no caiga en poder de editores que explotan el talento ajeno.. ." s'egundo vzaje a Francia Satisfecho con la respuesta de Fernández Ferraz, don Domingo, con su esposa, continuó el viaje hacia Madrid, donde seguramente Benito les sirvió de guía. Y una vez saciada la curiosidad en lo relativo a la villa y corte, sa-lieron todos de ella, ya en junio, con rumbo a Francia. Conocido es lo que Galdós dice, con no poca confusión e inseguridad, en sus Memorias, respecto de este segundo viaje: Heme aquí viajando por etapas: ferrocarril del Norte, frontera pire-naica, mediodía de Francia y Orleáns hasta dar fondo en la ciudad luminosa. Esta me fue tan hospitalaria como en mi etapa del 67. De sus nuevas andanzas por París, Galdós apenas dice nada; lo habia adelantado todo al tratar del primer viaje: que siguió comprando libros, que comprobó el adelanto de las obras de los bulevares ... Mayores fueron sus andanzas, siempre en compañia de sus hermanos, por el resto de Francia en el viaje de regreso: Por abreviar, referiré que fuimos por jornadas cortas a través de la bella Francia, hasta llegar a Bagnkres de Bigorre, estación de baños en el Pirineo ... [le sobrevienen unas dudas y continúa]. Sea lo que fuere, reanudo el hilo de la narración, relatando que en el delicioso pueblo de Bagneres de Bigorre [seguramente mientras sus hermanos tomaban baños] proseguí escribiendo La Fontana de Oro sin llegar a terminarla. Luego continuamos nuestro viaje.. . La atracciún de la historia viva. Final de aLa Fontana de Oron. Cuando Galdós, en compañía de sus hermanos, regresaba de Francia, se encontró con la revolución al llegar a Barcelona. Mi familia -sigue diciendo Galdós- se asustó del barullo revolucio-nario, y como estaba anclado en el puerto el vapor América, correo de Canarias, nos fuimos a bordo para partir hacia las Afortunadas al si-guiente día. Por la noche, desde el vapor, presenciamos las demasías de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto. Al amanecer. zarp6 el América para Canarias, Y como yo ardía en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la revolución, rogué a mi familia que me dejase en Alicante, donde hacía escala el correo, y con tanto calor me expresé, aaadiendo el pretexto de conti-nuar mis estudias en la Universidad, que mi familia me dejó bajar a tierra. Del muelle corrí a la estación; poco después me metía en el tren para Madrid ... A las pocas horas de llegar a la villa y corte, tuve !a inmensa dicha de presenciar, en la Puerta del Sol, la entrada de Serrano.. . Ovación estruendosa, delirante. Sosegado su ánimo y aquietado un poco el ambiente, Galdós dio remate a La Fontana. «...sólo sus últimas páginas -dice él mismo- son posteriores a la Revolución de Setiembreu 51. Y porque le parece de alguna oportunidad en los días que atraviesa España, a causa de la relación que pudiera encon-trarse entre muchos sucesos referidos en la obra y algo de lo que entonces pasa, se decide a publicarla. Empezaba la disección Galdosiana de los males españoles. m D -- m O NOTAS E E 2 l "Fray Gerundio" [MODESTOL AFUENTE], Teatro social del siglo X l X , Madrid, 1854, 1. p. 113. 7' "NTÜNIO FLORESA, yer, hoy y mañana o la fe, el vapor y la elsctricidad, Madrid, 1 1863, Imp. Mellado, 111, cuadro trece, pp. 179-194. Sobre este mismo punto, un paisano de Galdós, BENIGNOC ARBALLWOA NGUEMERLTa,s Afortunadas. Viaje descriptivo a Ls E Islas Canarias, Madrid, Imp. de Manuel Galiano, 1862, p. 16, dice : ". . . hoy cuando f las comunicaciones rápidas, el vapor y la locomotora permiten que se den la mano todos los países". Discurso pronunciado por Francisco Martínez de la Rosa en la apertura de las cátedras del Ateneo, el 3 de noviembre de 1858, según reseña publicada en la "Revista de Tnstmcción Pública", IV, núm. 6, Madrid, 6 del mismo mes. n E B. FÉREZG ALD~ SLa, Revolución de Julio, en Obras completas, Madrid, 1950, 5 111, p. 105 (Se citará siempre por esta edición). Se debe tener presente, sin embargo, o que esto lo escribe Galdós cincuenta años después (l*), y que las obras históricas -y más aún las novelas históricas- reflejan con frecuencia en alguna medida las ideas del momento en que se escriben; es una verdad tan patente que no es necesario apelar d la autoridad de Luckats. 5 A. GIL DE ZARATE, De la Instrucción pública en Esp&a, Madrid, 1855, 1, p. 206. V b í d . , 1, p. 169. Por la ley de Moyano. La Facultad de Ciencias políticas y administrativas sc incorporó en seguida, como sección, a la Facultad de Derecho. Con anterioridad, el proyecto de Ley de Instrucción pública presentado a las Cortes por el ministro de Fomento, Manuel Alonso Martinez, el 22 de diciembre de 1855 separaba por primera vez las Facultades de Ciencias y Letras, pero el proyecto seguía pendiente de discusión cuando las Cortes fueron disueltas el 15 de julio de 1856. Quintana había redactado el proyecto de Universidad de Madrid, tomando como modelo el informe entregado por Condorcet a la Asamblea legislativa francesa en 1792, Y lo había presentado en 1813 a las Cortes de Cádiz. Pero todos los planes de reforma quedaron paralizados con el regreso de Fernando VII. La Universidad había estado haciendo viajes de Alcalá a Madrid en los períodos liberales, y de Madrid a Alcalá en los absolutistas. Hasta la muerte de Fernando VI1 no se había asegurado su destino definitivo. ALBERTOJ IJ~ÉNEZH,i storia de las Universidades españolas, Madrid, 1971. pp. 295-309. Es indiscutible la trascendencia del viaje de Sanz del Río a Alemania, pero me parece que se ha exagerado al considerarlo como final de la incomunicación española con los centros de enseñanza extranjeros. Principalmente desde el advenimiento de los Borbones, la apertura española a la infiuencia europea, aunque S610 en los altos niveles sociales, había sido muy amplia. Y desde ccmienzos del siglo XIX las frecuentes emi-graciones políticas, ya se sabe, estaban dando lugar a subsiguientes importaciones de novedades. Los contactos con el extranjero en el campo de la enseñanza eran cada vez más frecuentes: a principios del siglo se habían introducido los métodos pestalozziano y lancasteriano; el ministro Moscoso había enviado a Londres algunos j6venes para aprender ios diferentes métodos empleados en la instrucción (1834); Ramón de la Sagra había visitado en 1838 las escuelas y los centros de beneficencia de Holanda y Bélgica (véase su libro Voyage en Holland eet en Belgique, París, Arthus Bertrand, 1839, y la versión española, Relación de los viajes hechos en Europa, Madrid, Imp. Hidalgo, 1944, etc. Gil de Zárate, principal coautor del plan de enseñanza de 1845, se habia educado en un coiegio de Passy (París), donde había permanecido nueve años. lo JosÉ ECHEGARARYe,c uerdos, Madrid, Ruiz Hermanos, Editores, 1917, 1, p. 362. Sobre el nuevo estilo oratorio, véase J. ZULUETAY GOMIS, LO oratoria de Castelar, Barcelona, 1922. ANTONIOR UIZ SALVADOERl, Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid (1835-1885), Madrid, 1971, p. 80, J. SANZ DEL Rfo, Algunos consideraciones filosóficas sobre la situación actual del lenguaje, en "La Razón", 111, Madrid, 1861, pp. 89-90. l3 GUILLERMZOE LLERSL, u noveia histórica en España. 1828-1850, Nueva York, 1938. REGINAFL. BROWNL, a novela española. 1700-1850, Madrid, 1853, p. 36. l5 "El pecado político capital de Isabel 11 fue que, con su negativa a admitir a los progresistas en el poder, sometió a dura prueba su fidelidad a la dinastía, empujándoles a la revolución". RAYMONCDA RR,E spaña 1808-1936, Barcelona, 1968, p. 284. 'Varticularmente la Facultad de Derecho se convierte en un "verdadero centro revulsivo del clima ambientc a partir, sobre todo, de 1863". DOLORESG ÓMEZM OLLEDA, Los reformadores de la España contemporánea, Madrid, 1966, p. 160. l7 En relación con uno de los más conspicuos. véase ANDRÉS OLLERO TASSARA, Juan Manuel Ortz' y iara, en "Anales de la Cátedra Francisco Suárez", núm. 11, fasc. 2, Granada, 1971. l8 FRANCISCOG INER DE LOS Rfos, Dos reacciones literarias, en "El Museo Uni-versal", 6 y 13 de septiembre de 1863. l9 JUANV ALERAD, e la naturaleza y carácter de la novela, en Ob. compl., XXI, p. 21. La novela, como sigios antes los libros de caballería, era considerada, en general, como vía de escape de la plena realidad. Y Valera, por otra parte, debía de pertenecer a cierto sector de intelectuales que miraba con desdén la novela. J. F. MONTESINOS, Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XIX, Valencia. 1955, PP. XI-NI. Se explica así perfectamente que tardase tanto en aceptar las novelas bur-zuesas de Galdós y en devenir él mismo novelista. VALERAlo, c. cit., p. 22. Se seguía creyendo que "para pasar al templo de la inmortalidad (partiendo de Madrid) era indispensable pasarse por la calle del Príncipe, esto es, componer una obra para el teatro, como en pleno romanticismo". R. MESONERROO MANOSE,l romanticismo y los románticos (1837). Entre los intelectuales más selectos, que menospreciaban la novela, se seguía, por otra parte, considerando, como en pleno romanticismo, que las únicas sendas hacia la gloria eran las de la poesía lírica, épica o dramática. MONTESINOS, ob. cit., p. XI. * Esta crónica, primera de una serie hasta ahora no aprovechada, y casi desco-nocida, se publicó en El Omnibus de Las Palmas del 17 de junio de 1863. a3 En "La Nación", 9 de julio de 1865. 2L En contra de lo que generalmente se piensa, creo que Galdós había vuelto hasta entonces todos los veranos a Gran Canaria. El de 1863, porque el 13 de octubre expuso al Rector que no había podido matricularse dentro del plazo, por habérselo impedido el viaje "que ha realizado desde Ultramar" (Expediente académico). De u acuerdo con esta explicación, se halla la interrupción de la serie de crónicas que con el y titulo de Revista de Madrid pensaba mandar a El Ornnibus y que no pasó del primer artículo (17 junio). La estancia en Canarias durante el verano de 1864, parece probada por una noticia publicada en El Omnibus el 17 de sepriembre, por las razones que exponen E. Ruxz DE LA SERNAy S. CRUZQ UINTANeAn Prehistoria y Protohistoria de E Benito Pérez Galdós, Las Palmas, 1973, cap. XXI, y, como en el año anterior, por la 2 razón de "haberse detenido involuntariamente viniendo de Ultramar", que da el 7 de $ octubre al Rector para que le conceda la matrícula fuera de plazo. 2j En la Casa Museo Pérez Gaidós se conserva la lista, muy interesante de los - libros que adquirió en 1865 y 1866. Om- Recuérdese cómo en Un viaje redondo (1861) ya vuela el bachiller Sansón E Carrasco por encima de los tejados. O LARRAe, n Todo el afio es máscaras y en Donde las dan las toman; MESONERO, ligeramente en La almoneda. A Larra y a Mesonero los tiene Galdós en la uña. -B "Impelido por intensa curiosidad, dedicóse el incipiente lector a los maestros alemanes. Devoró a Goethe y Schiller; se enredó luego con Enrique Heine ...". Esto dice Galdós de Vicentito Halconero, España trágica, 111, p. 873; pero ya es sabido que Galdós transfiere a Vicentito mucho de su propia biografía. En lo que toca a este punto e 2 de las lecturas, existe una gran coincidencia entre los libros que devora Halconero y o los que figuran en la ya citada lista de adquisiciones de su creador. m De este período y de otros muchos puntos que aquí, por falta de espacio, se tocan sólo de paso, me ocupo con más atención en el libro, próximo a aparecer, Galdós. Años de aprendizaje en Madrid. Se hospedaron en el hotel del Cheval Blanc, rue de l'Hirondelle, 24. Véase PEDROO RTIZA RMENGOLP,r eámbulo de Galdds en París, en "La Estafeta Literaria", núm. 373, 1.0 junio 1867. Una biografía más detallada de Benito Galdós, en mi libro Canarias en Galdós, que se encuentra en prensa. 3l Esto fue casi como bautizarle de liberal. Habrá que alejar definitivamente de la madre de Galdós la torpe imagen de una mujer intransigente, intolerante, modelo de doña Perfecta y de otras figuras odiosas. Habrá sido, tal vez, una mujer de carácter, un poco autoritaria, pero nada más. Que el novelista tuvo conocimiento de la vida de su tío, parece demostrado por coincidencias como ésta: el 22 de mayo de 1836 Benito Galdós fue herido por bala de fusil en la pierna izquierda durante la acción sobre Aránzazu, y Fernando Cabena, el protagonista de la tercera serie de los Episodios Nacionales, fue herido, de bala, en una pierna, por una partida facciosa, en el mismo monte Aránzazu. La vida de su tío Benito constituye una de tantas fuentes de elementos que el escritor reelabora y apro-vecha libremente, según las exigencias de la creación. 33 La relación por los ancianos de los sucesos de su vida es tan natural y frecuente, que en no pocas novelas históricas se finge que la narración que en ellas se ofrece no es sino la transcripción de una de estas relaciones; sin ir más lejos, en La Fontana de Oro y en la primera serie de los Episodios Nacionales. Las Crónzcas, fechadas en Las Palmas el 10 de noviembre, aparecieron en los números de "El Omnibus" correspondientes al 17 y 21 del mismo mes; la Necrologla, fechada, también en Las Palmas, el 29 de noviembre, se publicó en el mismo periódico el 1.O de diciembre. 35 En "La Nación", 10 febrero 1868. 36 En Ln de los tristes destinos, 111. p. 700. Según refiere el propio ESTÉVANEeZn sus Memorias, Madrid, 1903, p. 211. 38 La de los tristes destinos, p. 701. Ibíd., p. 699. lbíd., p. 705. 41 "El Bachiller Corchuelo" [E. GONWLEZ FIOL], Nuestros grandes prestigios. Benitos Pérez Galdós, en "Por esos mundos", Madrid, 1919, tomo XXI. El croquis costumbrista de las visitas de días, figura entre los primeros en que se nota la influencia de Jouy y entre los más repetidos, con mayores o menores variantes, por los cultivadores españoles del género: Lana, Mesonero, Cominges, Se-govia, Cortada y Sala, etc. Galdós volverá a ocuparse del mismo tema muchos años después. 43 Véase en E. VARELAH ERV~ACSa, rtas de Pérez Galdós a Mesonero Romanos, Madrid, 1943, pp. 14-15. Carta del 18 de mayo de 1875. u Ibíd. " ' l a Nación", 9-1-68. " Ibíd., 9-1-68. 47 Ibid., 9-111168. 48 GUILLBRMOC AMACHOY PBREZ GALD~SA, scendencia de los Pérez Galdós, en "Anuario de Estudios Atlánticos", 1973, p. 590. Valeriano Fernández Fcrraz, canario también, había sido profesor de Benito Pérez Galdós en el preparatorio de Derecho, y se hdaba en Sevilla como catedrático de Griego, en la Universidad, en virtud de un concurso al que no se había presentado; se le habfa querido alejar de Madrid por su intervencidn en la cuestión universitaria. 50 Como se puede ver, recordaba mal, porque la entrevista fue en 1868. Los cursos, repartidos entre dos años -en el caso presente, 1867-681 impiden a los profesores, que viven por cursos, saber exactamente en qué año ha sucedido una cosa. 51 En la nota preliminar a La Fontana. |
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