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Galdós Y LA EDUCACION DE LA MUJER María del Prado Escobar La intención pedagógica es evidente a lo largo de toda la obra de Galdós. El didactismo que Casalduero menciona es, sin duda, uno de los más im-portantes hilos que recorren la trama de la gigantesca producción Galdósia-na. En efecto, se trata de un autor que siempre tiene presente esta finalidad didáctica y si al principio escribe ((para enseñar a los españoles su historia; ahora (se refiere Casalduero a las novelas de la ((segunda manera») para ex-plicarles su carácter)) l. Pero es que además la educación aparece como asunto novelesco en varios relatos del autor. Son muchos los pasajes de su obra en que se describen escuelas, maestros, niños en clase o a la salida del colegio, etc.. . También abundan las disquisiciones interesantísimas acerca de la cultura que tiene tal o cual personaje o de los estudios que ha realizado éste o el de más allá. Entre la abigarrada multitud de seres de ficción creada por Galdós hay, claro está, representantes de casi todas las profesiones y, naturalmente, no faltan los educadores. Maestros adocenados sin chispa de vocación como don José Ido del Sagrario o don Pedro Polo, alucinados reformadores de la enseñanza enloquecidos al ver lo que iba en España de la realidad a sus de-seos, como el pobre don Jesús Delgado, o bondadosos pedagogos de estirpe krausista al modo de Máximo Manso, demuestran la atención que Pérez Galdós prestó a esta parcela de la sociedad española. En el presente trabajo me propongo destacar un aspecto muy concreto del «gran tema de la educación» del que también se ocupó nuestro novelista: la educación de la mujer. No se trata de hacer un estudio exhaustivo del asunto, sino -mucho más modestamente- de llamar la atención acerca de las opiniones que don Benito parece sustentar sobre este particular, según se desprende de la descripción y actuación de algunos de sus personajes femeninos. Aunque sea de pasada, el novelista canario siempre suele referirse a la educación que han recibido sus heroínas. Por lo general no son muy hala-güeñas sus apreciaciones al respecto; y es lógico que así sea si consideramos cuál era el panorama que le ofrecía la sociedad española de su tiempo en lo tocante a educación femenina. Sabemos además que en Galdós la preocupa-ción por la cultura de la mujer era bastante temprana ya que desde los pri-meros años de la década de los setenta colaboró asiduamente en la revista «La Guirnalda)), empresa periodística empeñada en elevar el nivel cultural de la mujer española. En efecto; así se expresan los propósitos que animan a tal publicación : No bastan a nuestro juicio para embellecer la existencia de la mujer las l.-..----- i.-L:l:A-A,, A, ,,,,in, An .-,, nn+,irnln~n r n n r í i o i A n irriiiivaaa ilovuiuauco ur; iiiaiiu piuyiair ur .,u iiu~urrriruu J ru-iu---vi-que constituyen un arte delicado, cuyo secreto a ella sola corresponde. La propagación de la cultura, la urgente necesidad de difundir la ins-trucción hacen que la mujer, aunque no sea sino en calidad de educa- E dora de sus hijos, se vea obligada a adquirir ciertos conocimientos E científicos, hasta ahora considerados como extraños a su sexo 2. 2 -E Luego pasa este editorial a enumerar los autores de las obras científicas $ que a partir de entonces -enero de 1873- aparecerán en sus páginas. Pues bien, en esta publicación colabora Pérez Galdós con sus artículos y cuentos y en ella se leen frecuentes anuncios de los ((Episodiosn, cuyos volúmenes sirven de premio a las suscriptoras que acierten una charada, a no ser que prefieran «un álbum de letras para bordar)) 3. I a Volviendo a las heroínas novelescas de Galdós, hay que señalar que desde que se presentan ante el lector María Egipcíaca, Isidora Rufete, Barbarita, Tristana o las tres hermanas de «Lo prohibidon, éste va obteniendo de la E lectura las indicaciones precisas para que pueda apreciar los puntos que calza cada una de ellas en lo que a educación se refiere. Como es natural la formación de las mujeres Galdosianas varía según la clase social a la que pertenecen; sin embargo, en el fondo, la misma «incul-t u r a ~re splandece en las burguesas que en las cursis de la más tronada clase media. Claro que en el caso de aquellas existe un barniz cultural escasísimo, hecho de trivialidades y tópicos que aparentemente las eleva sobre éstas. Así se pone de manifiesto en el capítulo ((Sensibilidad artística de la mujer)) del libro ((Arte y sociedad en Galdós)), de Federico Sopeña. Se insiste con acierto en el papel relevante que el bordado y el piano tenían entre las ense-ñanzas que se impartían a las niñas. Por lo demás la formación que recibían no podía ser más rudimentaria. En ((Tormenton cuya acción transcurre en el año 67, se leen estas palabras que figuran escritas por Agustín Caballero a un amigo: Las niñas estas (se refiere a las burguesitas madrileiías), cuanto más pobres, más soberbias. Su educación es nula: son charlatanas, gasta-doras y no piensan más que en diversiones y en ponerse perifcllos (. . .). Una señorita que ha estado seis años en el mejor colegio de aquí me dijo hace días que Méjico está al lado de Filipinas. No saben hacer unas sopas, ni pegar un triste botón, ni sumar dos cantidades Estas frases se refieren, repito, a los años sesenta; pero es que veinte después, las cosas no debían haber cambiado demasiado en la que se refiere a la educación femenina y Tristana desesperada ante las deficiencias de su formación cultural dice a su amado: ... mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubstan-cial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa, a saber: un poco de piano, el indispensable barniz de francés y qué se yo ... tonterías 5. Pienso que sería muy interesante un estudio completo de la educación de la mujer en el siglo pasado, basado en los datos que aportan las heroínas de Galdós, debidamente clasificadas desde los puntos de vista cronológico y sociológico. Aquí, sin embargo, me voy a limitar al análisis de dos perso-najes: Irene, la protagonista de «El amigo Manso» (1882) y Tristana, una de las más sugestivas figuras femeninas del universo Galdosiano, que protago-niza y da nombre a la novela de 1892. Y es que -a mi entender- hay algo en ambas que parece, sólo parece, acercarlas en lo que a esta cuestión de la educación atañe. En efecto, las dos, cada una a su manera, necesitan la cul-tura como profesión digamos, y no únicamente como ((adornou. Las dos pre-cisarían servirse de su saber para independizarse. Irene ya lo ha logrado y, casi desde el comienzo de su novela vive de su trabajo de maestra; en cuan-to a Tristana se pasa la suya -su novela- soñando con una base sólida de conocimientos que le permitiera aprovechar profesionalmente sus indu-dables cualidades para librarse así por completo de la tutela del varón y situarse en pie de igualdad respecto a éste. Es preciso insistir en que tal rasgo común a estas dos mujeres es, a su vez, diferenciador con referencia a casi todas las demás heroínas de Galdós entre las cuales abundan sobre todo las que hacen de la cultura un adorno más para brillar en sociedad, o, todo lo más, una posibilidad de evasivo en-tretenimiento a base de lecturas anárquicas, interpretación de alguna piece-cita al piano y bordado primoroso de unos almohadones o cosa parecida. I R E N E En 1882 aparece «El amigo Manso)), cuya protagonista, Irene va a ser objeto de nuestra atención en primer lugar. Nos encontramos ante uno de los relatos más atractivos del autor. To-dos los personajes en esta novela tienen vida propia; hasta los menos im-portantes se destacan claramente y se mueven con enorme naturalidad. Así doña Cándida, viuda de García Grande, la tía de Irene y ((odioso cínife)) para Máximo Manso, Lica, la niña Chucha, los niños de José María Manso, el negrito Ruperto que tan pronto se encariña con el protagonista ... todos se desenvuelven tan convincentemente que nos resistimos a considerarlos meros comparsas, parte del ambiente que rodea a los personajes principales. La acción de «El amigo Manso)) transcurre entre 1880 y 1881 ; aunque, por supuesto, encontremos bastantes referencias a hechos anteriores a es-tas fechas. Así se menciona la de 1877 como el momento en que comienzan los estudios de Irene en la Escuela Normal. El narrador-protagonista nos habla de su niñez en Asturias cuando, en los primeros capítulos va trazando brevemente la historia de su vida hasta el momento de su relato ..., etc.; pero los acontecimientos se precipitan y la no muy densa intriga se enmara-ña desde que -en octubre del año 80- se instala en Madrid José María Manso, hermano del protagonista, con su numerosa familia. A partir de este hecho, como digo, los distintos hilos narrativos se van entrecruzando hasta configurar la trama novelesca que culmina un año después poco más o me-nos. Esta es la historia de Máximo Manso, catedrático de Filosofía en un instituto y con toda probabilidad, krausista por añadidura. Irene se le pre-senta al lector desde la perspectiva de Manso que -según es sabido- actúa de narrador de los sucesos que él protagoniza o contempla. Por tanto, los juicios acerca de la educación de la mujer en general o las noticias sobre la formación adquirida por Irene en particular se emiten en la novela como propios de Máximo, aunque en muchas ocasiones parecen ser también com-partidos por el novelista. Antes de que empiece a enredarse la intriga novelesca en el capítulo sexto de la obra, el narrador da cuenta de los estudios que habia empren-dido Irene, a quien él conocía desde niña con estas palabras: Me agradó mucho saber que Irene había entrado en la Escuela Normal de Maestras, no por sugestiones de su tía, sino por idea propia, llevada del deseo de labrarse una posición y de no depender de nadie. Había hecho exámenes brillantes y obtenido premios. Doña Cándida me pon-deraba los varios talentos de su sobrina que era el asombro de la Escuela, una sabia, una filósofa, en fin, "una cosa atroz" 6. Un poco después, sólo unos meses antes de que llegue a España el in-diano José María, la viuda de García Grande se queja de los gastos que le ocasionaba la educación de Irene en la Escuela de Institutrices, lo que nos depara ocasión de enterarnos de algunos detalles más acerca de este asunto. Y Máximo nos dirá evocando irónicamente las propias palabras de la vieja: Entretanto, no sabía cómo arreglarse para atender a los considerables gastos de Irene en la Escuela de Institutrices, pues sólo en libros consumía la mayor parte de su hacienda. Todo, no obstante, lo daba por bien empleado, porque Irenilla era un prodigio, el asombro de los profesores, y la gloria de la institución. Para mayor ventaja suya, había caído en manos de unas señoras extranjeras (Doña Cándida no sabía muy bien si eran inglesas o austriacas), las cuales le habían tcmado mucho cariño, le enseñaban mil primores de gusto y perfilaban sus aptitudes de maestra, comunicándole esos refinamientos de la educación y ese culto de la forma y del buen parecer que son gala principal de la mujer sajona ¡. Observemos que al hablar de los estudios realizados por el personaje, el narrador menciona el centro donde estos se llevaban a cabo con dos nombres diferentes. Esta parece ser la opinión de Montesinos para quien, en efecto, se debía tratar de una sola institución a la que se conocería con UÜS fiüiiibi;es difeieriies y con un par de líneas &a por zanjada la cuestión: Durante aquel eclipse a que aludimos, ella ingresa en la Escuela Normal -luego se habla de una Escuela de Institutrices, pero supongo que es la misma cosa- y después de brillantes estudios se hace maestra s. Tras esta suposición Montesinos se desentiende por completo del asunto, pues no es la educación femenina en la obra lo que en su trabajo importa, sino el análisis completo de la novela. Sin embargo, yo sí creo de interés intentar la aclaración de tal extremo. Vaya por delante que no se trata de un mismo centro de enseñanza al que se aludiera indistintamente con dos nombres. En Madrid, existía la Escuela Normal de Maestras fundada en 1858 y once años después, a partir de diciembre de 1869, había comenzado a funcionar también la Escuela de Institutrices, establecida gracias a la ges-tión de don Fernando de Castro, durante el fecundo período en que ocupó el rectorado de la Universidad Central. En el libro de Antonio Jiménez Landi «La Institución Libre de Enseñanza)) se perfilan con toda claridad las características de ambas escuelas. En fin, a la vista de todo ello, y teniendo en cuenta que en «El amigo Manso)) la mención de la Escuela Normal de Maestras se refiere al año 77 y las alusiones a la Escuela de Institutrices se fechan en la primavera de 1880, podría ocurrir que Irene tras dos cursos (1877-78) y (1878-79) en la Normal, completase sus estudios en la Escuela de Institutrices. Ya que, con palabras de Jiménez Landi: En esta institución se intentaba mejorar el nivel de la mujer española y la dignidad y estimación del profesorado femeninog. Además fue ésta la plataforma que iba a servir a las jóvenes con inquie-tudes intelectuales para lanzarse a la conquista de las aulas universitarias. Pensamos, por tanto que el personaje Galdosiano había terminado su formación en el último centro mencionado. Nada más alejado de sus propó-sitos, sin embargo, que aprovechar la cita da plataforma hacia la titulación superior. Claro que tampoco el narrador-protagonista, profundo pensador y pedagogo progresista quiere para la mujer española una formación universi-taria y el ejercicio de una carrera de nivel superior. De estas cosas trataban a veces Irene y Máximo en sus paseos. Por ejemplo, en el capítulo 14 se lee: Nuestras conversaciones en aquellos gratos paseos eran de asuntos ge-nerales, de aficiones, de gustos, y, a veces, del grado de instrucción que se debe dar a las mujeres. Conformándose con mi opinión y apartán-dose del dictamen de tanto propagandista indigesto, manifestaba anti-patía a la sabiduría facultativa de las mujeres y a que anduviese en m faidab ei ejercicio de las prolesiuries propias del lioiiibre; pei-o a: mismíi tiempo vituperaba la ignorancia, superstición y atraso en que viven la E mayor parte de las españolas, de 10 que tanto ella como yo deducíamos que el toque está en hallar un buen término mediolo. -- m O E Tal ((término medio» sería, sin duda el que intentaba encontrar la ya aIu-decir, seis años antes de la fecha en que se suponen transcurridas las con- $ versaciones de los personajes novelescos, proclamaba: - 0 m Desde el primero de enero "La Guirnalda" se triplica y desarrolla en vastísimas proporciones el pensamiento de su fundación, atiende a todos los gustos, abarcando como puede y debe asociarse a la vida de la mujer, como madre, como hija, como soltera, como casada, en la familia. en la sociedad, en la plenitud de sus destinos y en los acciden-tes del hogar, todo cuanto pueda contribuir a su enseñanza, a su per-feccionamiento moral, a su recreo; todo cuanto pueda añadir una flor a la triple corona que la religión, la sociedad y el amor han puesto en E su cabeza ll. 3 O Y toda esta farragosa retórica era sólo el exordio para aclarar, a renglón seguido, que la revista se iba a ocupar de allí en adelante de literatura, de labores y de modas. Como se ve había que ilustrar a las mujeres; pero no demasiado. Algo parecido a lo que preconiza Manso que, con todo su pro-gresismo, considera recelosamente a las féminas que pretenden acceder a profesiones «de hombre)). No me extrañaría que en este punto coincidieran las opiniones de la criatura novelesca con las de su creador, ya que, al fin y al cabo, los personajes de Galdós reflejan la sociedad española de su tiem-po y expresan ideas que en ella, en esta sociedad real, extranovelesca, eran frecuentes. Y por los años en que se sitúa la acción de «El amigo Manso)) la cuestión del acceso a la Universidad de las mujeres se discutía con no poco acaloramiento. No hay que pensar que eran solo los conservadores o las personas de escasa cultura quienes veían impedimentos insalvables para dicho acceso. También había gentes bastante progresivas que compartían este prejuicio. Buena prueba de ello es el poco entusiasmo que despertó el libro de doña Concepción Arenal «La mujer del porvenir)), y eso que no era precisamente atrevido ni disolvente. Cito a continuación unas frases del tra-bajo de doña Concepción, seguidas de un fragmento de la recensión que de él hizo el académico don Antonio María Segovia en una publicación tan culta como el ((Boletín Revista de la Universidad de Madridn. Decía la escritora: Queremos para la mujer todos los derechos civiles: queremos que tenga derecho a ejercer todas las profesiones y oficios que no repugnen a su natural dulzura (...). Queremos que sea compañera del hombre. Pudo serlo sin educar, del hombre ignorante de los pasados siglos; no lo será del hombre moderno. A pesar de la moderación de semejantes pretensiones, el critico antes aludido se siente alarmado ante los peligros que tales exigencias femeninas podrían acarrear para el orden social establecido y replica así: ]Pues qué señora doña Concepción Arenal! Aun cuando supusiéra-mos (que no lo suponemos) a la mujer reducida a este papel -el de madre, se entiende- ¿habría quien se atreviera a hablar de inferiori-dad porque no fuese electora ni elegible, ni regentase una cátedra, ni gobernase una provincia, ni mandase un ejército, ni administrase sa-cramentos? 12. Siendo tales, por tanto, las ideas más frecuentes incluso entre las perso-nas más cultivadas, acerca de la educación de la mujer y de su papel en la sociedad, no podemos exigir que Máximo Manso o su creador discrepen demasiado de lo que era tenido por bueno. Varias veces se habla en «El amigo Manso)) de las buenas notas obteni-das por Irene en la Normal o en la Escuela de Institutrices, también se men-ciona su afición a la lectura anterior al comienzo de su carrera. Por ejemplo, al comienzo del capítulo sexto cuenta Máximo las visitas que Irene, niña aún le hacía para llevarle recados de doña Cándida, recados que no eran otra cosa que «sablazos». Y describe a la muchacha llena de interés por los libros y papeles acumulados en el despacho del filósofo: Me parece que la veo junto a mi mesa escudriñando libros, cuartillas y papeles y leyendo en todo lo que encontraba. Tenía entonces doce años, y en poco más de tres había vencido las dificultades de ics pri-meros estudios en no sé qué coiegio. Yo la mandaba leer, y me asom-braba su entonación y seguridad, así como lo bien que comprendía los conceptos, no extrañando palabra rara ni frase oscura13. Por estas fechas anteriores al ingreso en la Escuela Normal se sitúan también los préstamos de libros -una Gramática y a veces libros de entre-tenimiento- que Máximo le hace. En el capítulo siguiente se relatan las peticiones repetidas de dinero que la viuda de García Grande hace a Manso con la excusa de los gastos que los estudios de Irene en la Escuela de Insti-tutrices ocasionaban. Todo lo cual induce al lector a pensar que se encuentra ante una mujer de sólida formación cultural y de indudable vocación pedagógica. Esto era también lo que pensaba el ingenuo Manso; sin embargo, el acontecer nove-lesco va configurando una protagonista de muy diversa índole. La ironía de Galdós a costa del enamorado filósofo es indudable y, como ha explicado acertadamente Montesinos, envuelve todo el relato en un suave tono hu-morístico que constituye uno de los mayores encantos de la novela. Examinemos ahora algunas de las observaciones que el narrador hace sobre Irene, a través de las cuales ésta aparece primero como ((mujer-mo- T ~ P,,,v-&~L-,,,,,,L~,, ~ - ~ P ~ ~ - ~ , ~ - - ~ ~ ~ ~ ~ ~ , , y despés en JU verdadero aspectc de persmu a !a que la enseñanza, la cultura y la posición de la mujer respecto a estos temas traen bastante sin cuidado. O n En el capítulo 10 empieza la protagonista del relato sus tareas como ins-titutriz en casa de José María Manso y así lo cuenta el hermano de éste: E -E En tanto Irene había tomado la dirección intelectual, social y moral de - las dos niñas y el pequeñuelo. Se les destinó, por acuerdo mío, un % holgado aposento, donde todo el día estaba la maestra a sclas con sus $ aiumnitos, y en una habitación cercana comían los cuatro. Yo previne d que todas las tardes salieran a paseo. no consagrando al estudia seden-tario más que las horas de la mananal'. O El detalle este de incluir en la educación de los niños no sólo las clases sino también los paseos está muy en la línea de los pedagogos de la por en-tonces recién fundada Institución Libre de Enseñanza, en cuya órbita ideo-lógica se inscribe, sin duda, Máximo Manso, organizador del plan de estu-dios de sus sobrinitos. 3 El capítulo 13, titulado ((Siempre era pálida)) está dedicado íntegramente O a la maestra. No puede faltar en primer lugar la descripción física del perso-naje: el aspecto agradable de Irene, la armonía de sus facciones y el aplomo en la manera de conducirse los resume el admirado narrador con estas sig-nificativas palabras : Parecía una mujer del Norte, nacida y criada lejos de nuestro ener-vante clima y de este dañino ambiente moral15. El aspecto digno, distante, más de nórdica que de española con que Irene se le aparece a Manso está muy cercano al prestigio que lo sajón tenía a los ojos de los educadores de la Institución. La explicación novelesca de esta apariencia de extranjera que presenta la joven la ha dado Máximo páginas atrás, cuando dejó consignadas las beneficiosas influencias que aquellas da-mas inglesas o austríacas -al decir de doña Cándida-, habían ejercido so-bre su sobrina durante la etapa de permanencia de ésta en la Escuela de Ins-titutrices, centro fundado -como ya indicamos- por el Rector Castro. Al parecer, las aptitudes de Irene como educadora no dejaban nada que desear y así un poco más adelante en este mismo capítulo 13 leemos: Tenía finísimo tacto para tratar a los niños, que, aunque de buena índole, eran, antes de caer en sus mancs, voluntariosos, díscolos, y estaban llenos de los más feos resabios. ¿Cómo llegó a domar a aquellas tres fierecillas? Con su penetración hizo milagros, con su innata sabiduría de las condiciones de la infancia, los pequeños, jamás castigados por ella corporalmente, la querían con delirio. La persuasión, la paciencia, la dulzura eran frutos naturales de aquella alma privile-giada 16. Desde luego la maestra era muy simpática con los niños; eso no admite duda, pero los saberes que demuestra en sus lecciones no parecen muy acor-des con aquel brillantísimo curriculum que en la primera parte de la novela se nos ha ido exponiendo. Máximo, que presencia muchas veces las clases, no puede dejar de notar en ellas algunas deficiencias. El mismo tiene que sup!icur de cuando en cuando estos fal!oy de !a profesora: ... tenía que ayudarla en su tarea escolástica, facilitándole la conjuga-ción y declinación, o compartiendo con ella las descripciones del mundo en la Geografía. La Historia Sagrada nos consumía mucha parte del tiempo (.. .). Luego venían las lecciones de Francés y en los temas le ayudaba un poco, así como en la Analogía y Sintaxis castellanas, partes del saber en que la misma profesora, dígase con imparcialidad, solía dormir "aliquando", como el buen Hornero1'. Total, que la tan elogiada carrera de Irene, con tanto aprovechamiento cursada, de bien poco le sirve a la hora de ejercer. Sus conocimientos de Gramática Castellana y de Francés al menos, parecen flaquear un tanto. Pero es que tampoco la Historia de España debía ser su fuerte, según se desprende de la petición que hace a Máximo un poco después para que le prepare «una notita)), «un papelito)) con la Reconquista nada menos: -Nada más que los once Alfonsos. De Don Pedro el Cruel para acá ya me las manejo bien.. . i Qué cosa más aburrida! Aquellas guerras de moros, siempre lo mismo, y luego los casamientos del de acá con la de allí, y reinos que se juntan y reinos que se separan, y tanto Alfonso para arriba y para abajo ... Es tremendo. Le soy a Usted franca. Si yo fuera el gobierno, suprimiría todo eso's. Naturalmente la explicación de una tal falta de consistencia en la cultura, en la formación de Irene se debe a que, pese a todas sus apariencias de mu- jer superior, de equilibrada mujer nórdica, el cursar una carrera no ha sido en ella otra cosa que un intento de encontrar una evasión, una salida decente a su situación en casa de doña Cándida. Vocación pedagógica, deseos de independencia, aspiraciones culturales.. . todo se viene abajo ante la pers-pectiva de hacer una buena boda, casándose, además profundamente ena-morada. La propia Irene lo explica con gran claridad: --Pues mire Vd., cuando yo era chiquita, cuando yo iba a la escuela, ¿sabe Vd. lo qué pensaba y cuáles eran mis ilusiones? No sé si esto dependía de ver la aplicación de otras niñas o de lo mucho que quería a mi maestra.. . Pues bien, mis ilusiones eran instruirme mucho, apren-der todas las cosas, saber lo que saben los hombres ... ¡qué tontería! Y me apliqué tanto que llegué a tomar un barniz ... tremendo. La vocación de profesora duróme hasta que salí de la Escuela de Institu-trices (..J. Cuando habló Vd. con mi tía para que fuera yo a educar a las niñas de E. !osé Mda, xrpté con gozo, n i porque me 0-starz e! oficio, z- E sino por salir de esta cárcel tremenda, por perder de vista esto y res-pirar otra atmósfera lg. n-- m O E A pesar del desengaño que en todo lo referente al carácter de su amada 2 se lleva Manso, el enamorado no sólo no la desprecia, sino que a cada fallo, E a cada defecto que descubre en ella más profundamente se prenda de Irene, una Irene completamente opuesta al ideal de mujer que el ingenuo krausista $ se había forjado. En definitiva, el brillante expediente académico de la joven solamente le servirá, y son palabras de Máximo, para ser esposa de un hom-bre notable; señora de una excelente casa, donde podrá darse toda la im-portancia que quiera; dueña de mil comodidades, coche, cuadras, palco ... n a ((También en lo espiritual se realizarán con creces las ambiciones burguesas de la protagonista, pues la mayor cultura de la mujer -sigue diciendo el $ narrador- trae generalmente mayores ventajas en el orden moral. Será Vd. una excelente madre de familia, una buena esposa, una señora benéfica dis-tiguidísima que sirva de modelo.. .D. 3 En conclusión. Todo lo que se había propuesto consigue Irene, la verda-dera, tan apartada de la imaginada por Manso que la había soñado como: Minerva contemporánea en que todo era comedimiento, aplomo, verdad, rectitud, razón, orden, higiene 20. Sin embargo, tales sublimes cualidades, de haber resultado ciertas, tam-bién deberían haber brillado en un ámbito exclusivamente hogareño, si ella, la protagonista del relato, hubiera preferido a Máximo. Claro que se trataría de un hogar distinto del que ocupará junto a Manolito Peña; pero al fin y al cabo, también tendrían que haber girado estas excelentes prendas del carácter femenino en la órbita del varón jefe de la familia, y la mujer real-zada con tan excelsas cualidades, se debería, no obstante, limitar a un dis- creto papel secundario de compañera fiel del hombre, todo lo más inspira-dora suya, y madre amantísima de su descendencia, por supuesto. Así que el papel que Irene desempeña en la sociedad al casarse con el discípulo, no difiere cualitativamente del que hubiera interpretado si llega a preferir al maestro. La protagonista de «El amigo Manso)) triunfa y logra todas sus aspira-ciones, quizás porque éstas no van a contrapelo de lo que su creador enten-día por «natural» en punto a educación femenina; a saber: que la mujer se ilustre y brille, incluso que ejerza alguna profesión cfemenina)) a condi-ción de que no haya más remedio; pero que todo lo posponga ante la pers-pectiva de unirse al hombre elegido y supeditarse a él. En 1892 se publica ((Tristanal), novela relativamente breve y que no va a tener tan buena acogida por parte de los críticos del momento como otras del autor. Bien es verdad que veía la luz después de otras obras grandiosas de Galdbc; al lado de las que desmerecía ijn tanto, p r lo menos en opinión de los críticos de entonces, que se apresuraron a encontrar explicaciones con las que justificar el relativo fracaso de Don Benito. Así para Doña Emi-lia Pardo Bazán las razones de este desacierto estarán en la casi simultanei-dad de la composición de aTristana» y la del drama «Realidad», así como en su aparición inmediata al estreno de la obra teatral. Leemos pues en el artículo del «Nuevo Teatro Crítico)), n." 17, mayo de 1892: En medio del alboroto producido por el estreno de Realidad, cayó Tristana como en un pozo, rodeada de sepulcral silencio. Así en perió-dicos como en conversaciones literarias, casi puede decirse que no ha sonado el nombre, el asunto ni la tendencia de la última novela de Galdós. Más adelante, en este mismo artículo que acabo de citar, prosigue la autora su indagación en busca de las causas no ya de la falta de éxito, sino de las deficiencias reales que ella encuentra en el relato. Probablemente toca gran parte de culpa, en esta insuficiencia de Tristana, a Realidad, obra dramática que, si no me engaño, preocupaba a su autor precisamente en los momentos en que crecía el montón de cuartillas de la novela. La obra de arte es celosa: pide para sí sola todas las energías y fuerzas vitales y creadoras del cerebro21. A mi juicio la acogida tan fría que en su tiempo se dispensó a «Tristana» es notablemente injusta, pues en este relato se dibuja uno de los caracteres femeninos más atractivos y singulares entre los que constituyen la galería variadísima de heroínas Galdosianas. Para Pilar Faus Sevilla Tristana es el símbolo de la tragedia de la mujer española decimo-nónica B. En efecto, el completo sometimiento al varón es algo contra lo que la protagonista intentará infructuosamente rebelarse a lo largo de toda la no-vela que lleva su nombre. Ya a raíz de su publicación, en el artículo que vengo citando había constatado la Condesa de Pardo Bazán la importancia de este asunto núcleo central de la novela. Y escribe: El asunto interno de Tristana, asunto nuevo y muy hermoso, pero imperfectamente desarrollado, es el despertar del entendimiento, la conciencia de una mujer sublevada contra una sociedad que la condena a perpetua infancia y no le abre ningún camino honroso para ganarse la vida, salir del poder del decrépito galán, y no ver en el concubinato su única protección, su apoyo únicoz3. Tan importante era para Doña Emilia el mencionado ((asunto interno)) que la razón principal del poco éxito de la obra se cifra, según ella, en ha-berlo desvirtuado, mezclándolo con una intriga amorosa corriente. Tristana ve en su deficiente educación el origen profundo de las ligadu-ras que la encadenan a su anciano seductor. Por eso en el capítulo V de la obra que lleva su nombre, y en el transcurso de una de sus conversaciones con Saturna dice: ¿Y de qué vive una mujer no poseyendo rentas? Si nos hicieran mé-dicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas que no rninistras o senadoras, vamos, podríamos.. . Pero cosiendo, cosiendo.. . Calcula las puntadas que hay que dar para mantener una casa.. . 21. Y un poco más adelante resume así apetencias: «Yo quiero vivir y ser libre^. Claro que para conseguir tales deseos hubiera sido necesario poseer una educación más sólida. Porque Tristana sólo había recibido la formación que por entonces se consideraba suficiente y adecuada para las niñas de familias burguesas. De modo que, cuando en el capítulo XIII intenta aprender la téc-nica de la pintura, ante las dificultades con las que tropieza, le dice a Ho-racio : Ahora pienso yo que si de niña me hubiesen enseñado el dibujo, hoy sabría yo pintar y podría ganarme la vida y ser independiente con mi honrado trabajo. Pero mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubstancial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa: un poco de piano, el indispensable barniz de francés y qué sé yo.. . tonterías 25. Con lo que no contaba Tristana era con que, incluso en el caso de haber recibido educación artística, ésta hubiera sido discriminatoria por el hecho de ser mujer. Véanse a este respecto las observacíones que hace Pardo Ba-zán en la memoria que con el título «La educación del hombre y de la mujer)) ley6 en el Congreso Pedagógico: La enseñanza del arte a la mujer adolece de torcido o falso idealismo: en pintura y escultura proscríbese para la mujer el modelo vivo y la anatomía de las formas estudiada en el cadáver; en música, apenas se pasa del casero piano; en literatura se le ocultan, prohiben o expur-gan los clásicos, y se la sentencia al libro azul, el libro rosa o el libro crema; y de todas estas falsedades, mezquindades y miserias sale la mujer menguada y sin gusto, con el ideal estético no mayor que una avellana 26. Y continúa la Pardo Bazán con estas palabras tan lúcidas y que a no du-dar, hubiera suscrito Tristana : No puede en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal "edu-cación", sino "doma", pues se propone por fin la obediencia, la pasi-vidad y la sumisión Se queja con razón el personaje Galdosiano de su falta de formación práctica. Ya hemos visto que la sociedad real, la extra novelesca discrimi-naba cruelmente a las mujeres en lo relativo a la educación, según nos han mostrado las palabras de un testigo excepcional acerca de estas materias, la condesa de Pardo Bazán. Se lamenta amargamente Tristana de la falta de ((salidas profesional es^, que diríamos hoy, para la mujer. Sin embargo, algo se había adelantado ya en este terreno en aquellas últimas décadas del siglo pasado. (Piénsese que ((Tristana)), publicada en 1892, tiene una acción que abarca en su transcurso los últimos años ochenta). Así, que, aparte las tres carreras femeninas a que se refiere Saturna: el matrimonio, la escena y la prostitución, empezaban a aparecer muy lentamente, algunas otras posi-bilidades ya que se habían ido creando centros de enseñanza que pretendían aclarar un poco este sombrío panorama. En primer lugar, llevaba varios años funcionando la Escuela Normal, y, desde el 69 funcionaba también, como hemos visto, la Escuela de Institutrices fundada por Fernando de Castro. Pero es que además, a partir del año 78 inició sus actividades la llamada Es-cuela de Comercio para Señoras y a partir de 1883 lo hizo la Escuela de Correos y Telégrafos. Ambas continuaban la obra de promoción de la mujer emprendida por el Rector Castro, incluso después de la muerte de éste. A pesar de todas estas salvedades, llevaba razón Tristana en sus lamen-taciones, pues realmente, serían poquísimas las españolas que a fines del siglo XIX se decidieran a ejercer una profesión independiente, arrostrando las murmuraciones que, sin duda, merecerfan las responsables de tal uau- daciau. Pero rigurosamente cierto no era lo que dice Saturna sobre los tres únicos oficios femeninos, y Tristana tal y como se nos presenta en la obra -tan inteligente, tan lúcida y desprovista de prejuicios- bien hubiera po-dido iniciar estudios en cualquiera de los mencionados centros, que tam-poco era tan vieja. No está de más apuntar un dato del personaje que venimos analizando que me parece importante y que resulta, desde luego, factor decisivo de su fracaso. Me refiero al hecho de que no es ni mucho menos la constancia la cualidad dominante en el carácter de la protagonista. Porque, en efecto, Tristana tiene enorme facilidad para aprender aquello que se propone; pero se cansa pronto de todo lo que emprende. Puede que tal rasgo de su per-sonal temperamento se deba a su falta de costumbre de estudiar; a que no ha seguido estudios disciplinados y ordenados desde la infancia. O puede q.. u e la inconstancia a que apunto sea una sutil indicación del autor que nos iiama de esra manera ia atención acerca de la -según ti- r¿iiiical iíicapdci-dad femenina para emular al varón en la utilización profesional de los usa- 4 beres serios)). El caso es que Tristana aprenda pronto dibujo, inglés y mú-sica; pero se cansa enseguida de todo. No hace el último y definitivo es-fuerzo para convertirse en profesional de cualquiera de tales disciplinas y i continúa debatiéndose en sus rebeldías soñadas. -E También es interesante destacar un hecho en el que no se suele insistir 5 demasiado cuando se analiza la novela ((Tristanas. Me refiero a las especiales - circunstancias sociales que concurren en su protagonista. En efecto, obser- f vemos que para encarnar estas ansias de emancipación femenina, Galdós ha creado un personaje de vida irregular, inserto, por así decirlo, en la anorma-lidad social. Porque, dadas las características de la sociedad española ufin - de siglo)), no hubieran sonado convincentes estas aspiraciones sustentadas $ por una hija de familia burguesa o por una casada convencional. Tampoco las apasionadas amantes al modo de Isidora o Fortunata servían como por-tavoces de tales ideas, pues -por muy irregular que fuera su situación-ellas no pensarían jamás en equipararse al varón. Se hacía necesario presen-tar una situación social peculiar. La que se describe en «Tristana» como subsiguiente a la orfandad de la heroína: Total: que la viuda de Reluz cerró la pestaña, mejorando con su pase a mejor vida la de las personas que acá gemían bajo el despotismo de sus mudanzas y lavatorios, que Tristana se fue a vivir con Don Lope, y que éste ... (hay que decirlo por duro y lastimoso que sea), a los dos meses de llevársela aumentó con ella la lista ya larguísima de sus batallas ganadas a la inocencia.. . Cuando empieza la novela la situación de los dos personajes centrales se ha estabilizado y don Lope aprovecha la descuidada educación y la pasivi- dad de su víctima para prolongar indefinidamente dicho estado de cosas. Porque en él, al decir de Pilar Faus Sevilla: Se encuentran todas las marrullería y subterfugios del ser de superior cultura, de posición privilegiada, que sabe encerrar en la apariencia de caridad y filantropía, existentes hasta cierto punto, una indiscutible perversión moral 29. Desde su difícil situación social conoce Tristana a Horacio y a partir de entonces, sus deseos de independencia se hacen todavía más intensos, aun-que, según hemos indicado, no acaben de encontrar un cauce definido en el que concretarse. Con gran lucidez se expresa Tristana en el capítulo 13: Toda mujer aspira a casarse con el hombre que ama; yo no. Según las reglas de la sociedad estoy imposibilitada de casarme (...lY. o te quiero , . .r t- ni i -+- - r i o m r r o . -o-- rlono- r o r 1 A r - Dnr n r n n r n h i n i ~ n~~i nm n A i r \ J rL yurlir .,.C.lllplC., pLI" UC..,.," aC.1 I I U I C . I VI C.," U l l l Y l C l V l l U U.. A I . . , U I " de vivir; cosa difícil, ¿verdad? 30. El pintor no comprende las aspiraciones de la muchacha, es más se sor-prende bastante desagradablemente al irlas descubriendo : En verdad que esto le causaba sorpresa y casi casi empezaba a con-trariarle, porque habia soñado en Tristana la mujer subordinada al hombre en inteligencia y en voluntad, la esposa que vive de la savia moral e intelectual del esposo y que con los ojos y el corazón de él ve y siente. Pero resultaba que la niña discurría por cuenta propia, lanzándose a los espacios libres del pensamiento, y demostraba las aspiraciones más audaces 31. Discurrir sí que discurría Tristana; pero no se decide por un determi-nado camino profesional. Aprende inglés enseguida y muy bien, según le cuenta a Horacio en una de sus cartas. Sus progresos producen el asombro de su maestra, una señora inglesa llamada doña Malvina, que confiesa no tener ya nada que enseñar a su aventajada discípula. Más adelante empieza a leer incansablemente acerca de las materias más diversas. En otra de las cartas explica Tristana a su amante sus experiencias de lectora y la compla-ciente actitud de don Lope a este respecto: Porque yo tenga una profesión que me permita ser honradamente libre venderá él la camisa si necesario fuese 3a. Claro que para lograr tan encomiables fines comienza, un tanto extraña-mente, por llevar a su casa una carga de libros heterogéneos que ella devora apresurada y desordenadamente, en lugar de matricularla en alguna de las escuelas profesionales de las que ya hemos hablado y que habían abierto sus puertas al alumnado femenino en Madrid, por aquellos años finales del siglo XIX. Algo parecido ocurre cuando a la protagonista se le ocurre ser actriz, o cuando, ya enferma, se empeña en aprender música. A todo accede don Lope; pero no vemos que se dé ni un sólo paso práctico dirigido a que Tristana consiga de verdad, una profesión. Parece como si en el fondo, lo único que pretendiera don Lope Garrido fuera entretener, cansar a ((su niña» dándole largas a la cuestión de la emancipación. Naturalmente Tristana fracasa. Así tenía que ser, puesto que en esta novela -además, por supuesto, de lo anteriormente dicho acerca de las di-ficultades sociológicas, diríamos, para que Ia mujer acceda a una profesión y pueda vivir de ella- hemos de ver como indica Casalduero, la desigual lucha de la protagonista contra su propia condición femenina. Para Galdós si Tristana fracasa es porque en definitiva ha sido: La Naturaleza, no la sociedad, quien ha sometido la mujer ai hombr? .:.:. "-7 N Un poco después, Casalduero, en el mismo trabajo que vengo citando añade : n - = Y Tristana en su fracaso descubre la ley que la Naturaleza ha impuesto f a su sexo. No es posible que Galdós llegara caprichosamente a esta E 2 conclusión: seguramente se basaba en la literatura antifeminista de E carácter científico ji. = 3 Y así debe ser; porque, desde luego, 10 que es evidente para cualquier lector atento de la obra Galdosiana, es que a don Benito los convencionalis-mos sociales por muy arraigados que estuviesen, no le inspiraban dema-siado respeto, y su producción está llena de personajes de uno y otro sexo que conculcan triunfalmente tales normas. Para que Tristana acabe aplas-tada por un destino tan cruel y ridículo se hace preciso suponer que su creador está firmemente convencido de que con ello demuestra, una vez más, el poder de la Naturaleza. Lo cierto es que Tristana acaba castigada con dureza, convertida en O ejemplo vivo del brutal refrán castellano que define el papel de las «perfec-tas casadas)): «la mujer casada, la pierna quebrada y en casa)). Qué diferencia entre los destinos respectivos de los dos personajes gal-dosianos estudiados. Irene triunfa, Tristana fracasa. La profesión de la pri-mera le sirve solamente hasta que llega el marido adecuado. En realidad -ya ha quedado demostrado, espero- Irene quería un título de maestra únicamente como tabla de salvación para escapar de la miserable existencia que junto a su tía le aguardaba. En cambio Tristana que hubiera podido entregarse plenamente a un quehacer profesional -de haberlo tenido- no llega a conseguir sus aspiraciones. De todo ello parece deducirse que, para Galdós, la cultura, la educación de la mujer no debe sobrepasar ciertos límites ccnaturalesu. Así, no es ad- misible el aprovechamiento profesional de la educación adquirida por la mu-jer más que en el caso de desamparo de ésta y para evitar males mayores -léase la prostitución o la miseria-; pero la profesión nunca debe conver-tirse en vehículo de independencia personal libremente asumida. NOTAS JOAQU~CNA SALDUEROVi, da y Obra tlc Galdós, p. 74, Madrid, Editorial Gredos, 1961. ' Editorial de La Guirnalda, 16 de enero de 1873, Madrid. V o m o estos datos y los que mencionaré más adelante acerca de la colaboración cie Galdós en La Guirnalda, de la memoria de licenciatura Galdós, editor de la que es autora D." MARÍAI SABEGALR CÍAB OLTA.D icho trabajo fue leído en la Facultad de Letras de la Universidad de La Laguna en febrero de 1878 y se publicará en breve. Hay en él gran cantidad de interesantes pormenores acerca de las actividades periodísticas de Don Benito Pérez Galdós. B. PÉREZ GALD~ST,o rmento, p. 134, Madrid. Alianza Editorial, 1968. B. FÉREZ GALD~ST,r istana, p. 76, Madrid, Aiianza Editorial, 1975. ". PÉREZG ALD~ SE,l amigo Manso, p. 43, Madrid, A!ianza Editorial, 1972. D. %KE¿ GALDÚS, Ei amigo ivíanso, p. 51. V o s É FERNÁNDEMZ ONTESINOSG, aldós, vol. 11, p. 41, Madrid, Editorial Castaiia, 1969. Es cierto que Montesinos no se detiene demasiado en esto del centro donde cursa Irene sus estudios; sin embargo, unas líneas más arriba indica la impcrtancia que el tema de la educación de la mujer había ido adquiriendo por estos años. Y, tras mencionar el hecho de que el libro de FERS.~NDDOE CASTROL, d educación de la mujer (Madrid, 1869) figura en el catálogo de Berkowitz, dice que los pedagogos krausistas "quisieron tener a su alrededor mujeres educadas, pero no marisabidillas". Vamos, 10 que opinaban Máximo e Irene en sus paseos. "ANTONIO JIMÉNEZ LANDI, La Institución Libre de Emclianza su antbieiztc, vol. 1: Los orígenes, Madrid, Taurus Ediciones, 1973. lo B. PÉREZG ALD~SE,l amigo Manso, p. 82. ' V a Guirnalda, Madrid, enero de 1874. Tanto la cita de La mujer del Porvenir de Doña Concepción Arenal, como ésta de la reseña que de la obra hizo Don Antonio María Se~ovia en el Boletín de la Uni-versidad de Madrid están tomadas de ANTONIOJI MÉNEZL ASDI, op. cit., p. 343. B. PÉREZG ALD~ SEZ, amigo Manso, pp. 39 y 40. B. PÉREZG ALD~ SEl, amigo Manso, pp. 67 y 68. '" B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, p. 79. IG B. PÉREZ GALD~ SEl, amigo Manso, p. 79. B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, pp. 99 y 100. lS B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, p. 137. 'V.P ÉREZ GALD~ SEl, amigo Manso, p. 260. B. PÉREZ GALD~SE,l amigo Manso, p. 262. ?l EMILIA PARDO BAZÁN, Tristana, novela de B. Pérez Galdós, en la revista de la autora "Nuevo Teatro Crítico", en su núm. 17 de mayo de 1892, Madrid. 22 PILARF AUS SEVILLAL,a sociedad española del stglo X I X en la obra de P é ~ z GaZdbs, Estudios Gddosjanos, Valencia, 1972. 23 EMILIA PARDO BAZÁN, Tristana, novela de B. Pérez Galdós, en "Nuevo Teatro Crítico, Madrid, mayo de 1892. Zt B. PÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 30. Z5 B. FÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 76. 2s EMILIAP ARDOB AZÁN,L a educación del hombre y de la muler, memoria !pida en el Congreso Pedagógico, publicada en "Nuevo Teatro Crítico", núm. 22, octubrc de 1892. 27 EMILIAP ARDOB AZÁN,o p. cit. 8 B. PÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 22. 29 PILARF AUS SEVILLAo, p. cit., p. 197. 3Q B. PÉREZG ALD~ ST,n stana, p. 77. 31 B. PÉREZ GALD~ST,r istuna, p. 77. 3 B. PÉREZ GALD~sT, h t a n a , p. 112. 3 JOAQU~NC ASALDUEROV,i da y Obra de Galdós, p. 104. 34 TOAQUINC ASALDUEROV,i da y Obra de Galdós, p. 104.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Galdós y la educación de la mujer |
Autor principal | del Prado Escobar, María |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del segundo congreso internacional de estudios Galdosianos II |
Numeración | Congreso 02. Volumen 2 |
Sección | Ponencias |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1980 |
Páginas | P. 165-182 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1078088 Bytes |
Texto | Galdós Y LA EDUCACION DE LA MUJER María del Prado Escobar La intención pedagógica es evidente a lo largo de toda la obra de Galdós. El didactismo que Casalduero menciona es, sin duda, uno de los más im-portantes hilos que recorren la trama de la gigantesca producción Galdósia-na. En efecto, se trata de un autor que siempre tiene presente esta finalidad didáctica y si al principio escribe ((para enseñar a los españoles su historia; ahora (se refiere Casalduero a las novelas de la ((segunda manera») para ex-plicarles su carácter)) l. Pero es que además la educación aparece como asunto novelesco en varios relatos del autor. Son muchos los pasajes de su obra en que se describen escuelas, maestros, niños en clase o a la salida del colegio, etc.. . También abundan las disquisiciones interesantísimas acerca de la cultura que tiene tal o cual personaje o de los estudios que ha realizado éste o el de más allá. Entre la abigarrada multitud de seres de ficción creada por Galdós hay, claro está, representantes de casi todas las profesiones y, naturalmente, no faltan los educadores. Maestros adocenados sin chispa de vocación como don José Ido del Sagrario o don Pedro Polo, alucinados reformadores de la enseñanza enloquecidos al ver lo que iba en España de la realidad a sus de-seos, como el pobre don Jesús Delgado, o bondadosos pedagogos de estirpe krausista al modo de Máximo Manso, demuestran la atención que Pérez Galdós prestó a esta parcela de la sociedad española. En el presente trabajo me propongo destacar un aspecto muy concreto del «gran tema de la educación» del que también se ocupó nuestro novelista: la educación de la mujer. No se trata de hacer un estudio exhaustivo del asunto, sino -mucho más modestamente- de llamar la atención acerca de las opiniones que don Benito parece sustentar sobre este particular, según se desprende de la descripción y actuación de algunos de sus personajes femeninos. Aunque sea de pasada, el novelista canario siempre suele referirse a la educación que han recibido sus heroínas. Por lo general no son muy hala-güeñas sus apreciaciones al respecto; y es lógico que así sea si consideramos cuál era el panorama que le ofrecía la sociedad española de su tiempo en lo tocante a educación femenina. Sabemos además que en Galdós la preocupa-ción por la cultura de la mujer era bastante temprana ya que desde los pri-meros años de la década de los setenta colaboró asiduamente en la revista «La Guirnalda)), empresa periodística empeñada en elevar el nivel cultural de la mujer española. En efecto; así se expresan los propósitos que animan a tal publicación : No bastan a nuestro juicio para embellecer la existencia de la mujer las l.-..----- i.-L:l:A-A,, A, ,,,,in, An .-,, nn+,irnln~n r n n r í i o i A n irriiiivaaa ilovuiuauco ur; iiiaiiu piuyiair ur .,u iiu~urrriruu J ru-iu---vi-que constituyen un arte delicado, cuyo secreto a ella sola corresponde. La propagación de la cultura, la urgente necesidad de difundir la ins-trucción hacen que la mujer, aunque no sea sino en calidad de educa- E dora de sus hijos, se vea obligada a adquirir ciertos conocimientos E científicos, hasta ahora considerados como extraños a su sexo 2. 2 -E Luego pasa este editorial a enumerar los autores de las obras científicas $ que a partir de entonces -enero de 1873- aparecerán en sus páginas. Pues bien, en esta publicación colabora Pérez Galdós con sus artículos y cuentos y en ella se leen frecuentes anuncios de los ((Episodiosn, cuyos volúmenes sirven de premio a las suscriptoras que acierten una charada, a no ser que prefieran «un álbum de letras para bordar)) 3. I a Volviendo a las heroínas novelescas de Galdós, hay que señalar que desde que se presentan ante el lector María Egipcíaca, Isidora Rufete, Barbarita, Tristana o las tres hermanas de «Lo prohibidon, éste va obteniendo de la E lectura las indicaciones precisas para que pueda apreciar los puntos que calza cada una de ellas en lo que a educación se refiere. Como es natural la formación de las mujeres Galdosianas varía según la clase social a la que pertenecen; sin embargo, en el fondo, la misma «incul-t u r a ~re splandece en las burguesas que en las cursis de la más tronada clase media. Claro que en el caso de aquellas existe un barniz cultural escasísimo, hecho de trivialidades y tópicos que aparentemente las eleva sobre éstas. Así se pone de manifiesto en el capítulo ((Sensibilidad artística de la mujer)) del libro ((Arte y sociedad en Galdós)), de Federico Sopeña. Se insiste con acierto en el papel relevante que el bordado y el piano tenían entre las ense-ñanzas que se impartían a las niñas. Por lo demás la formación que recibían no podía ser más rudimentaria. En ((Tormenton cuya acción transcurre en el año 67, se leen estas palabras que figuran escritas por Agustín Caballero a un amigo: Las niñas estas (se refiere a las burguesitas madrileiías), cuanto más pobres, más soberbias. Su educación es nula: son charlatanas, gasta-doras y no piensan más que en diversiones y en ponerse perifcllos (. . .). Una señorita que ha estado seis años en el mejor colegio de aquí me dijo hace días que Méjico está al lado de Filipinas. No saben hacer unas sopas, ni pegar un triste botón, ni sumar dos cantidades Estas frases se refieren, repito, a los años sesenta; pero es que veinte después, las cosas no debían haber cambiado demasiado en la que se refiere a la educación femenina y Tristana desesperada ante las deficiencias de su formación cultural dice a su amado: ... mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubstan-cial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa, a saber: un poco de piano, el indispensable barniz de francés y qué se yo ... tonterías 5. Pienso que sería muy interesante un estudio completo de la educación de la mujer en el siglo pasado, basado en los datos que aportan las heroínas de Galdós, debidamente clasificadas desde los puntos de vista cronológico y sociológico. Aquí, sin embargo, me voy a limitar al análisis de dos perso-najes: Irene, la protagonista de «El amigo Manso» (1882) y Tristana, una de las más sugestivas figuras femeninas del universo Galdosiano, que protago-niza y da nombre a la novela de 1892. Y es que -a mi entender- hay algo en ambas que parece, sólo parece, acercarlas en lo que a esta cuestión de la educación atañe. En efecto, las dos, cada una a su manera, necesitan la cul-tura como profesión digamos, y no únicamente como ((adornou. Las dos pre-cisarían servirse de su saber para independizarse. Irene ya lo ha logrado y, casi desde el comienzo de su novela vive de su trabajo de maestra; en cuan-to a Tristana se pasa la suya -su novela- soñando con una base sólida de conocimientos que le permitiera aprovechar profesionalmente sus indu-dables cualidades para librarse así por completo de la tutela del varón y situarse en pie de igualdad respecto a éste. Es preciso insistir en que tal rasgo común a estas dos mujeres es, a su vez, diferenciador con referencia a casi todas las demás heroínas de Galdós entre las cuales abundan sobre todo las que hacen de la cultura un adorno más para brillar en sociedad, o, todo lo más, una posibilidad de evasivo en-tretenimiento a base de lecturas anárquicas, interpretación de alguna piece-cita al piano y bordado primoroso de unos almohadones o cosa parecida. I R E N E En 1882 aparece «El amigo Manso)), cuya protagonista, Irene va a ser objeto de nuestra atención en primer lugar. Nos encontramos ante uno de los relatos más atractivos del autor. To-dos los personajes en esta novela tienen vida propia; hasta los menos im-portantes se destacan claramente y se mueven con enorme naturalidad. Así doña Cándida, viuda de García Grande, la tía de Irene y ((odioso cínife)) para Máximo Manso, Lica, la niña Chucha, los niños de José María Manso, el negrito Ruperto que tan pronto se encariña con el protagonista ... todos se desenvuelven tan convincentemente que nos resistimos a considerarlos meros comparsas, parte del ambiente que rodea a los personajes principales. La acción de «El amigo Manso)) transcurre entre 1880 y 1881 ; aunque, por supuesto, encontremos bastantes referencias a hechos anteriores a es-tas fechas. Así se menciona la de 1877 como el momento en que comienzan los estudios de Irene en la Escuela Normal. El narrador-protagonista nos habla de su niñez en Asturias cuando, en los primeros capítulos va trazando brevemente la historia de su vida hasta el momento de su relato ..., etc.; pero los acontecimientos se precipitan y la no muy densa intriga se enmara-ña desde que -en octubre del año 80- se instala en Madrid José María Manso, hermano del protagonista, con su numerosa familia. A partir de este hecho, como digo, los distintos hilos narrativos se van entrecruzando hasta configurar la trama novelesca que culmina un año después poco más o me-nos. Esta es la historia de Máximo Manso, catedrático de Filosofía en un instituto y con toda probabilidad, krausista por añadidura. Irene se le pre-senta al lector desde la perspectiva de Manso que -según es sabido- actúa de narrador de los sucesos que él protagoniza o contempla. Por tanto, los juicios acerca de la educación de la mujer en general o las noticias sobre la formación adquirida por Irene en particular se emiten en la novela como propios de Máximo, aunque en muchas ocasiones parecen ser también com-partidos por el novelista. Antes de que empiece a enredarse la intriga novelesca en el capítulo sexto de la obra, el narrador da cuenta de los estudios que habia empren-dido Irene, a quien él conocía desde niña con estas palabras: Me agradó mucho saber que Irene había entrado en la Escuela Normal de Maestras, no por sugestiones de su tía, sino por idea propia, llevada del deseo de labrarse una posición y de no depender de nadie. Había hecho exámenes brillantes y obtenido premios. Doña Cándida me pon-deraba los varios talentos de su sobrina que era el asombro de la Escuela, una sabia, una filósofa, en fin, "una cosa atroz" 6. Un poco después, sólo unos meses antes de que llegue a España el in-diano José María, la viuda de García Grande se queja de los gastos que le ocasionaba la educación de Irene en la Escuela de Institutrices, lo que nos depara ocasión de enterarnos de algunos detalles más acerca de este asunto. Y Máximo nos dirá evocando irónicamente las propias palabras de la vieja: Entretanto, no sabía cómo arreglarse para atender a los considerables gastos de Irene en la Escuela de Institutrices, pues sólo en libros consumía la mayor parte de su hacienda. Todo, no obstante, lo daba por bien empleado, porque Irenilla era un prodigio, el asombro de los profesores, y la gloria de la institución. Para mayor ventaja suya, había caído en manos de unas señoras extranjeras (Doña Cándida no sabía muy bien si eran inglesas o austriacas), las cuales le habían tcmado mucho cariño, le enseñaban mil primores de gusto y perfilaban sus aptitudes de maestra, comunicándole esos refinamientos de la educación y ese culto de la forma y del buen parecer que son gala principal de la mujer sajona ¡. Observemos que al hablar de los estudios realizados por el personaje, el narrador menciona el centro donde estos se llevaban a cabo con dos nombres diferentes. Esta parece ser la opinión de Montesinos para quien, en efecto, se debía tratar de una sola institución a la que se conocería con UÜS fiüiiibi;es difeieriies y con un par de líneas &a por zanjada la cuestión: Durante aquel eclipse a que aludimos, ella ingresa en la Escuela Normal -luego se habla de una Escuela de Institutrices, pero supongo que es la misma cosa- y después de brillantes estudios se hace maestra s. Tras esta suposición Montesinos se desentiende por completo del asunto, pues no es la educación femenina en la obra lo que en su trabajo importa, sino el análisis completo de la novela. Sin embargo, yo sí creo de interés intentar la aclaración de tal extremo. Vaya por delante que no se trata de un mismo centro de enseñanza al que se aludiera indistintamente con dos nombres. En Madrid, existía la Escuela Normal de Maestras fundada en 1858 y once años después, a partir de diciembre de 1869, había comenzado a funcionar también la Escuela de Institutrices, establecida gracias a la ges-tión de don Fernando de Castro, durante el fecundo período en que ocupó el rectorado de la Universidad Central. En el libro de Antonio Jiménez Landi «La Institución Libre de Enseñanza)) se perfilan con toda claridad las características de ambas escuelas. En fin, a la vista de todo ello, y teniendo en cuenta que en «El amigo Manso)) la mención de la Escuela Normal de Maestras se refiere al año 77 y las alusiones a la Escuela de Institutrices se fechan en la primavera de 1880, podría ocurrir que Irene tras dos cursos (1877-78) y (1878-79) en la Normal, completase sus estudios en la Escuela de Institutrices. Ya que, con palabras de Jiménez Landi: En esta institución se intentaba mejorar el nivel de la mujer española y la dignidad y estimación del profesorado femeninog. Además fue ésta la plataforma que iba a servir a las jóvenes con inquie-tudes intelectuales para lanzarse a la conquista de las aulas universitarias. Pensamos, por tanto que el personaje Galdosiano había terminado su formación en el último centro mencionado. Nada más alejado de sus propó-sitos, sin embargo, que aprovechar la cita da plataforma hacia la titulación superior. Claro que tampoco el narrador-protagonista, profundo pensador y pedagogo progresista quiere para la mujer española una formación universi-taria y el ejercicio de una carrera de nivel superior. De estas cosas trataban a veces Irene y Máximo en sus paseos. Por ejemplo, en el capítulo 14 se lee: Nuestras conversaciones en aquellos gratos paseos eran de asuntos ge-nerales, de aficiones, de gustos, y, a veces, del grado de instrucción que se debe dar a las mujeres. Conformándose con mi opinión y apartán-dose del dictamen de tanto propagandista indigesto, manifestaba anti-patía a la sabiduría facultativa de las mujeres y a que anduviese en m faidab ei ejercicio de las prolesiuries propias del lioiiibre; pei-o a: mismíi tiempo vituperaba la ignorancia, superstición y atraso en que viven la E mayor parte de las españolas, de 10 que tanto ella como yo deducíamos que el toque está en hallar un buen término mediolo. -- m O E Tal ((término medio» sería, sin duda el que intentaba encontrar la ya aIu-decir, seis años antes de la fecha en que se suponen transcurridas las con- $ versaciones de los personajes novelescos, proclamaba: - 0 m Desde el primero de enero "La Guirnalda" se triplica y desarrolla en vastísimas proporciones el pensamiento de su fundación, atiende a todos los gustos, abarcando como puede y debe asociarse a la vida de la mujer, como madre, como hija, como soltera, como casada, en la familia. en la sociedad, en la plenitud de sus destinos y en los acciden-tes del hogar, todo cuanto pueda contribuir a su enseñanza, a su per-feccionamiento moral, a su recreo; todo cuanto pueda añadir una flor a la triple corona que la religión, la sociedad y el amor han puesto en E su cabeza ll. 3 O Y toda esta farragosa retórica era sólo el exordio para aclarar, a renglón seguido, que la revista se iba a ocupar de allí en adelante de literatura, de labores y de modas. Como se ve había que ilustrar a las mujeres; pero no demasiado. Algo parecido a lo que preconiza Manso que, con todo su pro-gresismo, considera recelosamente a las féminas que pretenden acceder a profesiones «de hombre)). No me extrañaría que en este punto coincidieran las opiniones de la criatura novelesca con las de su creador, ya que, al fin y al cabo, los personajes de Galdós reflejan la sociedad española de su tiem-po y expresan ideas que en ella, en esta sociedad real, extranovelesca, eran frecuentes. Y por los años en que se sitúa la acción de «El amigo Manso)) la cuestión del acceso a la Universidad de las mujeres se discutía con no poco acaloramiento. No hay que pensar que eran solo los conservadores o las personas de escasa cultura quienes veían impedimentos insalvables para dicho acceso. También había gentes bastante progresivas que compartían este prejuicio. Buena prueba de ello es el poco entusiasmo que despertó el libro de doña Concepción Arenal «La mujer del porvenir)), y eso que no era precisamente atrevido ni disolvente. Cito a continuación unas frases del tra-bajo de doña Concepción, seguidas de un fragmento de la recensión que de él hizo el académico don Antonio María Segovia en una publicación tan culta como el ((Boletín Revista de la Universidad de Madridn. Decía la escritora: Queremos para la mujer todos los derechos civiles: queremos que tenga derecho a ejercer todas las profesiones y oficios que no repugnen a su natural dulzura (...). Queremos que sea compañera del hombre. Pudo serlo sin educar, del hombre ignorante de los pasados siglos; no lo será del hombre moderno. A pesar de la moderación de semejantes pretensiones, el critico antes aludido se siente alarmado ante los peligros que tales exigencias femeninas podrían acarrear para el orden social establecido y replica así: ]Pues qué señora doña Concepción Arenal! Aun cuando supusiéra-mos (que no lo suponemos) a la mujer reducida a este papel -el de madre, se entiende- ¿habría quien se atreviera a hablar de inferiori-dad porque no fuese electora ni elegible, ni regentase una cátedra, ni gobernase una provincia, ni mandase un ejército, ni administrase sa-cramentos? 12. Siendo tales, por tanto, las ideas más frecuentes incluso entre las perso-nas más cultivadas, acerca de la educación de la mujer y de su papel en la sociedad, no podemos exigir que Máximo Manso o su creador discrepen demasiado de lo que era tenido por bueno. Varias veces se habla en «El amigo Manso)) de las buenas notas obteni-das por Irene en la Normal o en la Escuela de Institutrices, también se men-ciona su afición a la lectura anterior al comienzo de su carrera. Por ejemplo, al comienzo del capítulo sexto cuenta Máximo las visitas que Irene, niña aún le hacía para llevarle recados de doña Cándida, recados que no eran otra cosa que «sablazos». Y describe a la muchacha llena de interés por los libros y papeles acumulados en el despacho del filósofo: Me parece que la veo junto a mi mesa escudriñando libros, cuartillas y papeles y leyendo en todo lo que encontraba. Tenía entonces doce años, y en poco más de tres había vencido las dificultades de ics pri-meros estudios en no sé qué coiegio. Yo la mandaba leer, y me asom-braba su entonación y seguridad, así como lo bien que comprendía los conceptos, no extrañando palabra rara ni frase oscura13. Por estas fechas anteriores al ingreso en la Escuela Normal se sitúan también los préstamos de libros -una Gramática y a veces libros de entre-tenimiento- que Máximo le hace. En el capítulo siguiente se relatan las peticiones repetidas de dinero que la viuda de García Grande hace a Manso con la excusa de los gastos que los estudios de Irene en la Escuela de Insti-tutrices ocasionaban. Todo lo cual induce al lector a pensar que se encuentra ante una mujer de sólida formación cultural y de indudable vocación pedagógica. Esto era también lo que pensaba el ingenuo Manso; sin embargo, el acontecer nove-lesco va configurando una protagonista de muy diversa índole. La ironía de Galdós a costa del enamorado filósofo es indudable y, como ha explicado acertadamente Montesinos, envuelve todo el relato en un suave tono hu-morístico que constituye uno de los mayores encantos de la novela. Examinemos ahora algunas de las observaciones que el narrador hace sobre Irene, a través de las cuales ésta aparece primero como ((mujer-mo- T ~ P,,,v-&~L-,,,,,,L~,, ~ - ~ P ~ ~ - ~ , ~ - - ~ ~ ~ ~ ~ ~ , , y despés en JU verdadero aspectc de persmu a !a que la enseñanza, la cultura y la posición de la mujer respecto a estos temas traen bastante sin cuidado. O n En el capítulo 10 empieza la protagonista del relato sus tareas como ins-titutriz en casa de José María Manso y así lo cuenta el hermano de éste: E -E En tanto Irene había tomado la dirección intelectual, social y moral de - las dos niñas y el pequeñuelo. Se les destinó, por acuerdo mío, un % holgado aposento, donde todo el día estaba la maestra a sclas con sus $ aiumnitos, y en una habitación cercana comían los cuatro. Yo previne d que todas las tardes salieran a paseo. no consagrando al estudia seden-tario más que las horas de la mananal'. O El detalle este de incluir en la educación de los niños no sólo las clases sino también los paseos está muy en la línea de los pedagogos de la por en-tonces recién fundada Institución Libre de Enseñanza, en cuya órbita ideo-lógica se inscribe, sin duda, Máximo Manso, organizador del plan de estu-dios de sus sobrinitos. 3 El capítulo 13, titulado ((Siempre era pálida)) está dedicado íntegramente O a la maestra. No puede faltar en primer lugar la descripción física del perso-naje: el aspecto agradable de Irene, la armonía de sus facciones y el aplomo en la manera de conducirse los resume el admirado narrador con estas sig-nificativas palabras : Parecía una mujer del Norte, nacida y criada lejos de nuestro ener-vante clima y de este dañino ambiente moral15. El aspecto digno, distante, más de nórdica que de española con que Irene se le aparece a Manso está muy cercano al prestigio que lo sajón tenía a los ojos de los educadores de la Institución. La explicación novelesca de esta apariencia de extranjera que presenta la joven la ha dado Máximo páginas atrás, cuando dejó consignadas las beneficiosas influencias que aquellas da-mas inglesas o austríacas -al decir de doña Cándida-, habían ejercido so-bre su sobrina durante la etapa de permanencia de ésta en la Escuela de Ins-titutrices, centro fundado -como ya indicamos- por el Rector Castro. Al parecer, las aptitudes de Irene como educadora no dejaban nada que desear y así un poco más adelante en este mismo capítulo 13 leemos: Tenía finísimo tacto para tratar a los niños, que, aunque de buena índole, eran, antes de caer en sus mancs, voluntariosos, díscolos, y estaban llenos de los más feos resabios. ¿Cómo llegó a domar a aquellas tres fierecillas? Con su penetración hizo milagros, con su innata sabiduría de las condiciones de la infancia, los pequeños, jamás castigados por ella corporalmente, la querían con delirio. La persuasión, la paciencia, la dulzura eran frutos naturales de aquella alma privile-giada 16. Desde luego la maestra era muy simpática con los niños; eso no admite duda, pero los saberes que demuestra en sus lecciones no parecen muy acor-des con aquel brillantísimo curriculum que en la primera parte de la novela se nos ha ido exponiendo. Máximo, que presencia muchas veces las clases, no puede dejar de notar en ellas algunas deficiencias. El mismo tiene que sup!icur de cuando en cuando estos fal!oy de !a profesora: ... tenía que ayudarla en su tarea escolástica, facilitándole la conjuga-ción y declinación, o compartiendo con ella las descripciones del mundo en la Geografía. La Historia Sagrada nos consumía mucha parte del tiempo (.. .). Luego venían las lecciones de Francés y en los temas le ayudaba un poco, así como en la Analogía y Sintaxis castellanas, partes del saber en que la misma profesora, dígase con imparcialidad, solía dormir "aliquando", como el buen Hornero1'. Total, que la tan elogiada carrera de Irene, con tanto aprovechamiento cursada, de bien poco le sirve a la hora de ejercer. Sus conocimientos de Gramática Castellana y de Francés al menos, parecen flaquear un tanto. Pero es que tampoco la Historia de España debía ser su fuerte, según se desprende de la petición que hace a Máximo un poco después para que le prepare «una notita)), «un papelito)) con la Reconquista nada menos: -Nada más que los once Alfonsos. De Don Pedro el Cruel para acá ya me las manejo bien.. . i Qué cosa más aburrida! Aquellas guerras de moros, siempre lo mismo, y luego los casamientos del de acá con la de allí, y reinos que se juntan y reinos que se separan, y tanto Alfonso para arriba y para abajo ... Es tremendo. Le soy a Usted franca. Si yo fuera el gobierno, suprimiría todo eso's. Naturalmente la explicación de una tal falta de consistencia en la cultura, en la formación de Irene se debe a que, pese a todas sus apariencias de mu- jer superior, de equilibrada mujer nórdica, el cursar una carrera no ha sido en ella otra cosa que un intento de encontrar una evasión, una salida decente a su situación en casa de doña Cándida. Vocación pedagógica, deseos de independencia, aspiraciones culturales.. . todo se viene abajo ante la pers-pectiva de hacer una buena boda, casándose, además profundamente ena-morada. La propia Irene lo explica con gran claridad: --Pues mire Vd., cuando yo era chiquita, cuando yo iba a la escuela, ¿sabe Vd. lo qué pensaba y cuáles eran mis ilusiones? No sé si esto dependía de ver la aplicación de otras niñas o de lo mucho que quería a mi maestra.. . Pues bien, mis ilusiones eran instruirme mucho, apren-der todas las cosas, saber lo que saben los hombres ... ¡qué tontería! Y me apliqué tanto que llegué a tomar un barniz ... tremendo. La vocación de profesora duróme hasta que salí de la Escuela de Institu-trices (..J. Cuando habló Vd. con mi tía para que fuera yo a educar a las niñas de E. !osé Mda, xrpté con gozo, n i porque me 0-starz e! oficio, z- E sino por salir de esta cárcel tremenda, por perder de vista esto y res-pirar otra atmósfera lg. n-- m O E A pesar del desengaño que en todo lo referente al carácter de su amada 2 se lleva Manso, el enamorado no sólo no la desprecia, sino que a cada fallo, E a cada defecto que descubre en ella más profundamente se prenda de Irene, una Irene completamente opuesta al ideal de mujer que el ingenuo krausista $ se había forjado. En definitiva, el brillante expediente académico de la joven solamente le servirá, y son palabras de Máximo, para ser esposa de un hom-bre notable; señora de una excelente casa, donde podrá darse toda la im-portancia que quiera; dueña de mil comodidades, coche, cuadras, palco ... n a ((También en lo espiritual se realizarán con creces las ambiciones burguesas de la protagonista, pues la mayor cultura de la mujer -sigue diciendo el $ narrador- trae generalmente mayores ventajas en el orden moral. Será Vd. una excelente madre de familia, una buena esposa, una señora benéfica dis-tiguidísima que sirva de modelo.. .D. 3 En conclusión. Todo lo que se había propuesto consigue Irene, la verda-dera, tan apartada de la imaginada por Manso que la había soñado como: Minerva contemporánea en que todo era comedimiento, aplomo, verdad, rectitud, razón, orden, higiene 20. Sin embargo, tales sublimes cualidades, de haber resultado ciertas, tam-bién deberían haber brillado en un ámbito exclusivamente hogareño, si ella, la protagonista del relato, hubiera preferido a Máximo. Claro que se trataría de un hogar distinto del que ocupará junto a Manolito Peña; pero al fin y al cabo, también tendrían que haber girado estas excelentes prendas del carácter femenino en la órbita del varón jefe de la familia, y la mujer real-zada con tan excelsas cualidades, se debería, no obstante, limitar a un dis- creto papel secundario de compañera fiel del hombre, todo lo más inspira-dora suya, y madre amantísima de su descendencia, por supuesto. Así que el papel que Irene desempeña en la sociedad al casarse con el discípulo, no difiere cualitativamente del que hubiera interpretado si llega a preferir al maestro. La protagonista de «El amigo Manso)) triunfa y logra todas sus aspira-ciones, quizás porque éstas no van a contrapelo de lo que su creador enten-día por «natural» en punto a educación femenina; a saber: que la mujer se ilustre y brille, incluso que ejerza alguna profesión cfemenina)) a condi-ción de que no haya más remedio; pero que todo lo posponga ante la pers-pectiva de unirse al hombre elegido y supeditarse a él. En 1892 se publica ((Tristanal), novela relativamente breve y que no va a tener tan buena acogida por parte de los críticos del momento como otras del autor. Bien es verdad que veía la luz después de otras obras grandiosas de Galdbc; al lado de las que desmerecía ijn tanto, p r lo menos en opinión de los críticos de entonces, que se apresuraron a encontrar explicaciones con las que justificar el relativo fracaso de Don Benito. Así para Doña Emi-lia Pardo Bazán las razones de este desacierto estarán en la casi simultanei-dad de la composición de aTristana» y la del drama «Realidad», así como en su aparición inmediata al estreno de la obra teatral. Leemos pues en el artículo del «Nuevo Teatro Crítico)), n." 17, mayo de 1892: En medio del alboroto producido por el estreno de Realidad, cayó Tristana como en un pozo, rodeada de sepulcral silencio. Así en perió-dicos como en conversaciones literarias, casi puede decirse que no ha sonado el nombre, el asunto ni la tendencia de la última novela de Galdós. Más adelante, en este mismo artículo que acabo de citar, prosigue la autora su indagación en busca de las causas no ya de la falta de éxito, sino de las deficiencias reales que ella encuentra en el relato. Probablemente toca gran parte de culpa, en esta insuficiencia de Tristana, a Realidad, obra dramática que, si no me engaño, preocupaba a su autor precisamente en los momentos en que crecía el montón de cuartillas de la novela. La obra de arte es celosa: pide para sí sola todas las energías y fuerzas vitales y creadoras del cerebro21. A mi juicio la acogida tan fría que en su tiempo se dispensó a «Tristana» es notablemente injusta, pues en este relato se dibuja uno de los caracteres femeninos más atractivos y singulares entre los que constituyen la galería variadísima de heroínas Galdosianas. Para Pilar Faus Sevilla Tristana es el símbolo de la tragedia de la mujer española decimo-nónica B. En efecto, el completo sometimiento al varón es algo contra lo que la protagonista intentará infructuosamente rebelarse a lo largo de toda la no-vela que lleva su nombre. Ya a raíz de su publicación, en el artículo que vengo citando había constatado la Condesa de Pardo Bazán la importancia de este asunto núcleo central de la novela. Y escribe: El asunto interno de Tristana, asunto nuevo y muy hermoso, pero imperfectamente desarrollado, es el despertar del entendimiento, la conciencia de una mujer sublevada contra una sociedad que la condena a perpetua infancia y no le abre ningún camino honroso para ganarse la vida, salir del poder del decrépito galán, y no ver en el concubinato su única protección, su apoyo únicoz3. Tan importante era para Doña Emilia el mencionado ((asunto interno)) que la razón principal del poco éxito de la obra se cifra, según ella, en ha-berlo desvirtuado, mezclándolo con una intriga amorosa corriente. Tristana ve en su deficiente educación el origen profundo de las ligadu-ras que la encadenan a su anciano seductor. Por eso en el capítulo V de la obra que lleva su nombre, y en el transcurso de una de sus conversaciones con Saturna dice: ¿Y de qué vive una mujer no poseyendo rentas? Si nos hicieran mé-dicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas que no rninistras o senadoras, vamos, podríamos.. . Pero cosiendo, cosiendo.. . Calcula las puntadas que hay que dar para mantener una casa.. . 21. Y un poco más adelante resume así apetencias: «Yo quiero vivir y ser libre^. Claro que para conseguir tales deseos hubiera sido necesario poseer una educación más sólida. Porque Tristana sólo había recibido la formación que por entonces se consideraba suficiente y adecuada para las niñas de familias burguesas. De modo que, cuando en el capítulo XIII intenta aprender la téc-nica de la pintura, ante las dificultades con las que tropieza, le dice a Ho-racio : Ahora pienso yo que si de niña me hubiesen enseñado el dibujo, hoy sabría yo pintar y podría ganarme la vida y ser independiente con mi honrado trabajo. Pero mi pobre mamá no pensó más que en darme la educación insubstancial de las niñas que aprenden para llevar un buen yerno a casa: un poco de piano, el indispensable barniz de francés y qué sé yo.. . tonterías 25. Con lo que no contaba Tristana era con que, incluso en el caso de haber recibido educación artística, ésta hubiera sido discriminatoria por el hecho de ser mujer. Véanse a este respecto las observacíones que hace Pardo Ba-zán en la memoria que con el título «La educación del hombre y de la mujer)) ley6 en el Congreso Pedagógico: La enseñanza del arte a la mujer adolece de torcido o falso idealismo: en pintura y escultura proscríbese para la mujer el modelo vivo y la anatomía de las formas estudiada en el cadáver; en música, apenas se pasa del casero piano; en literatura se le ocultan, prohiben o expur-gan los clásicos, y se la sentencia al libro azul, el libro rosa o el libro crema; y de todas estas falsedades, mezquindades y miserias sale la mujer menguada y sin gusto, con el ideal estético no mayor que una avellana 26. Y continúa la Pardo Bazán con estas palabras tan lúcidas y que a no du-dar, hubiera suscrito Tristana : No puede en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal "edu-cación", sino "doma", pues se propone por fin la obediencia, la pasi-vidad y la sumisión Se queja con razón el personaje Galdosiano de su falta de formación práctica. Ya hemos visto que la sociedad real, la extra novelesca discrimi-naba cruelmente a las mujeres en lo relativo a la educación, según nos han mostrado las palabras de un testigo excepcional acerca de estas materias, la condesa de Pardo Bazán. Se lamenta amargamente Tristana de la falta de ((salidas profesional es^, que diríamos hoy, para la mujer. Sin embargo, algo se había adelantado ya en este terreno en aquellas últimas décadas del siglo pasado. (Piénsese que ((Tristana)), publicada en 1892, tiene una acción que abarca en su transcurso los últimos años ochenta). Así, que, aparte las tres carreras femeninas a que se refiere Saturna: el matrimonio, la escena y la prostitución, empezaban a aparecer muy lentamente, algunas otras posi-bilidades ya que se habían ido creando centros de enseñanza que pretendían aclarar un poco este sombrío panorama. En primer lugar, llevaba varios años funcionando la Escuela Normal, y, desde el 69 funcionaba también, como hemos visto, la Escuela de Institutrices fundada por Fernando de Castro. Pero es que además, a partir del año 78 inició sus actividades la llamada Es-cuela de Comercio para Señoras y a partir de 1883 lo hizo la Escuela de Correos y Telégrafos. Ambas continuaban la obra de promoción de la mujer emprendida por el Rector Castro, incluso después de la muerte de éste. A pesar de todas estas salvedades, llevaba razón Tristana en sus lamen-taciones, pues realmente, serían poquísimas las españolas que a fines del siglo XIX se decidieran a ejercer una profesión independiente, arrostrando las murmuraciones que, sin duda, merecerfan las responsables de tal uau- daciau. Pero rigurosamente cierto no era lo que dice Saturna sobre los tres únicos oficios femeninos, y Tristana tal y como se nos presenta en la obra -tan inteligente, tan lúcida y desprovista de prejuicios- bien hubiera po-dido iniciar estudios en cualquiera de los mencionados centros, que tam-poco era tan vieja. No está de más apuntar un dato del personaje que venimos analizando que me parece importante y que resulta, desde luego, factor decisivo de su fracaso. Me refiero al hecho de que no es ni mucho menos la constancia la cualidad dominante en el carácter de la protagonista. Porque, en efecto, Tristana tiene enorme facilidad para aprender aquello que se propone; pero se cansa pronto de todo lo que emprende. Puede que tal rasgo de su per-sonal temperamento se deba a su falta de costumbre de estudiar; a que no ha seguido estudios disciplinados y ordenados desde la infancia. O puede q.. u e la inconstancia a que apunto sea una sutil indicación del autor que nos iiama de esra manera ia atención acerca de la -según ti- r¿iiiical iíicapdci-dad femenina para emular al varón en la utilización profesional de los usa- 4 beres serios)). El caso es que Tristana aprenda pronto dibujo, inglés y mú-sica; pero se cansa enseguida de todo. No hace el último y definitivo es-fuerzo para convertirse en profesional de cualquiera de tales disciplinas y i continúa debatiéndose en sus rebeldías soñadas. -E También es interesante destacar un hecho en el que no se suele insistir 5 demasiado cuando se analiza la novela ((Tristanas. Me refiero a las especiales - circunstancias sociales que concurren en su protagonista. En efecto, obser- f vemos que para encarnar estas ansias de emancipación femenina, Galdós ha creado un personaje de vida irregular, inserto, por así decirlo, en la anorma-lidad social. Porque, dadas las características de la sociedad española ufin - de siglo)), no hubieran sonado convincentes estas aspiraciones sustentadas $ por una hija de familia burguesa o por una casada convencional. Tampoco las apasionadas amantes al modo de Isidora o Fortunata servían como por-tavoces de tales ideas, pues -por muy irregular que fuera su situación-ellas no pensarían jamás en equipararse al varón. Se hacía necesario presen-tar una situación social peculiar. La que se describe en «Tristana» como subsiguiente a la orfandad de la heroína: Total: que la viuda de Reluz cerró la pestaña, mejorando con su pase a mejor vida la de las personas que acá gemían bajo el despotismo de sus mudanzas y lavatorios, que Tristana se fue a vivir con Don Lope, y que éste ... (hay que decirlo por duro y lastimoso que sea), a los dos meses de llevársela aumentó con ella la lista ya larguísima de sus batallas ganadas a la inocencia.. . Cuando empieza la novela la situación de los dos personajes centrales se ha estabilizado y don Lope aprovecha la descuidada educación y la pasivi- dad de su víctima para prolongar indefinidamente dicho estado de cosas. Porque en él, al decir de Pilar Faus Sevilla: Se encuentran todas las marrullería y subterfugios del ser de superior cultura, de posición privilegiada, que sabe encerrar en la apariencia de caridad y filantropía, existentes hasta cierto punto, una indiscutible perversión moral 29. Desde su difícil situación social conoce Tristana a Horacio y a partir de entonces, sus deseos de independencia se hacen todavía más intensos, aun-que, según hemos indicado, no acaben de encontrar un cauce definido en el que concretarse. Con gran lucidez se expresa Tristana en el capítulo 13: Toda mujer aspira a casarse con el hombre que ama; yo no. Según las reglas de la sociedad estoy imposibilitada de casarme (...lY. o te quiero , . .r t- ni i -+- - r i o m r r o . -o-- rlono- r o r 1 A r - Dnr n r n n r n h i n i ~ n~~i nm n A i r \ J rL yurlir .,.C.lllplC., pLI" UC..,.," aC.1 I I U I C . I VI C.," U l l l Y l C l V l l U U.. A I . . , U I " de vivir; cosa difícil, ¿verdad? 30. El pintor no comprende las aspiraciones de la muchacha, es más se sor-prende bastante desagradablemente al irlas descubriendo : En verdad que esto le causaba sorpresa y casi casi empezaba a con-trariarle, porque habia soñado en Tristana la mujer subordinada al hombre en inteligencia y en voluntad, la esposa que vive de la savia moral e intelectual del esposo y que con los ojos y el corazón de él ve y siente. Pero resultaba que la niña discurría por cuenta propia, lanzándose a los espacios libres del pensamiento, y demostraba las aspiraciones más audaces 31. Discurrir sí que discurría Tristana; pero no se decide por un determi-nado camino profesional. Aprende inglés enseguida y muy bien, según le cuenta a Horacio en una de sus cartas. Sus progresos producen el asombro de su maestra, una señora inglesa llamada doña Malvina, que confiesa no tener ya nada que enseñar a su aventajada discípula. Más adelante empieza a leer incansablemente acerca de las materias más diversas. En otra de las cartas explica Tristana a su amante sus experiencias de lectora y la compla-ciente actitud de don Lope a este respecto: Porque yo tenga una profesión que me permita ser honradamente libre venderá él la camisa si necesario fuese 3a. Claro que para lograr tan encomiables fines comienza, un tanto extraña-mente, por llevar a su casa una carga de libros heterogéneos que ella devora apresurada y desordenadamente, en lugar de matricularla en alguna de las escuelas profesionales de las que ya hemos hablado y que habían abierto sus puertas al alumnado femenino en Madrid, por aquellos años finales del siglo XIX. Algo parecido ocurre cuando a la protagonista se le ocurre ser actriz, o cuando, ya enferma, se empeña en aprender música. A todo accede don Lope; pero no vemos que se dé ni un sólo paso práctico dirigido a que Tristana consiga de verdad, una profesión. Parece como si en el fondo, lo único que pretendiera don Lope Garrido fuera entretener, cansar a ((su niña» dándole largas a la cuestión de la emancipación. Naturalmente Tristana fracasa. Así tenía que ser, puesto que en esta novela -además, por supuesto, de lo anteriormente dicho acerca de las di-ficultades sociológicas, diríamos, para que Ia mujer acceda a una profesión y pueda vivir de ella- hemos de ver como indica Casalduero, la desigual lucha de la protagonista contra su propia condición femenina. Para Galdós si Tristana fracasa es porque en definitiva ha sido: La Naturaleza, no la sociedad, quien ha sometido la mujer ai hombr? .:.:. "-7 N Un poco después, Casalduero, en el mismo trabajo que vengo citando añade : n - = Y Tristana en su fracaso descubre la ley que la Naturaleza ha impuesto f a su sexo. No es posible que Galdós llegara caprichosamente a esta E 2 conclusión: seguramente se basaba en la literatura antifeminista de E carácter científico ji. = 3 Y así debe ser; porque, desde luego, 10 que es evidente para cualquier lector atento de la obra Galdosiana, es que a don Benito los convencionalis-mos sociales por muy arraigados que estuviesen, no le inspiraban dema-siado respeto, y su producción está llena de personajes de uno y otro sexo que conculcan triunfalmente tales normas. Para que Tristana acabe aplas-tada por un destino tan cruel y ridículo se hace preciso suponer que su creador está firmemente convencido de que con ello demuestra, una vez más, el poder de la Naturaleza. Lo cierto es que Tristana acaba castigada con dureza, convertida en O ejemplo vivo del brutal refrán castellano que define el papel de las «perfec-tas casadas)): «la mujer casada, la pierna quebrada y en casa)). Qué diferencia entre los destinos respectivos de los dos personajes gal-dosianos estudiados. Irene triunfa, Tristana fracasa. La profesión de la pri-mera le sirve solamente hasta que llega el marido adecuado. En realidad -ya ha quedado demostrado, espero- Irene quería un título de maestra únicamente como tabla de salvación para escapar de la miserable existencia que junto a su tía le aguardaba. En cambio Tristana que hubiera podido entregarse plenamente a un quehacer profesional -de haberlo tenido- no llega a conseguir sus aspiraciones. De todo ello parece deducirse que, para Galdós, la cultura, la educación de la mujer no debe sobrepasar ciertos límites ccnaturalesu. Así, no es ad- misible el aprovechamiento profesional de la educación adquirida por la mu-jer más que en el caso de desamparo de ésta y para evitar males mayores -léase la prostitución o la miseria-; pero la profesión nunca debe conver-tirse en vehículo de independencia personal libremente asumida. NOTAS JOAQU~CNA SALDUEROVi, da y Obra tlc Galdós, p. 74, Madrid, Editorial Gredos, 1961. ' Editorial de La Guirnalda, 16 de enero de 1873, Madrid. V o m o estos datos y los que mencionaré más adelante acerca de la colaboración cie Galdós en La Guirnalda, de la memoria de licenciatura Galdós, editor de la que es autora D." MARÍAI SABEGALR CÍAB OLTA.D icho trabajo fue leído en la Facultad de Letras de la Universidad de La Laguna en febrero de 1878 y se publicará en breve. Hay en él gran cantidad de interesantes pormenores acerca de las actividades periodísticas de Don Benito Pérez Galdós. B. PÉREZ GALD~ST,o rmento, p. 134, Madrid. Alianza Editorial, 1968. B. FÉREZ GALD~ST,r istana, p. 76, Madrid, Aiianza Editorial, 1975. ". PÉREZG ALD~ SE,l amigo Manso, p. 43, Madrid, A!ianza Editorial, 1972. D. %KE¿ GALDÚS, Ei amigo ivíanso, p. 51. V o s É FERNÁNDEMZ ONTESINOSG, aldós, vol. 11, p. 41, Madrid, Editorial Castaiia, 1969. Es cierto que Montesinos no se detiene demasiado en esto del centro donde cursa Irene sus estudios; sin embargo, unas líneas más arriba indica la impcrtancia que el tema de la educación de la mujer había ido adquiriendo por estos años. Y, tras mencionar el hecho de que el libro de FERS.~NDDOE CASTROL, d educación de la mujer (Madrid, 1869) figura en el catálogo de Berkowitz, dice que los pedagogos krausistas "quisieron tener a su alrededor mujeres educadas, pero no marisabidillas". Vamos, 10 que opinaban Máximo e Irene en sus paseos. "ANTONIO JIMÉNEZ LANDI, La Institución Libre de Emclianza su antbieiztc, vol. 1: Los orígenes, Madrid, Taurus Ediciones, 1973. lo B. PÉREZG ALD~SE,l amigo Manso, p. 82. ' V a Guirnalda, Madrid, enero de 1874. Tanto la cita de La mujer del Porvenir de Doña Concepción Arenal, como ésta de la reseña que de la obra hizo Don Antonio María Se~ovia en el Boletín de la Uni-versidad de Madrid están tomadas de ANTONIOJI MÉNEZL ASDI, op. cit., p. 343. B. PÉREZG ALD~ SEZ, amigo Manso, pp. 39 y 40. B. PÉREZG ALD~ SEl, amigo Manso, pp. 67 y 68. '" B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, p. 79. IG B. PÉREZ GALD~ SEl, amigo Manso, p. 79. B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, pp. 99 y 100. lS B. PÉREZ GALDÓS, El amigo Manso, p. 137. 'V.P ÉREZ GALD~ SEl, amigo Manso, p. 260. B. PÉREZ GALD~SE,l amigo Manso, p. 262. ?l EMILIA PARDO BAZÁN, Tristana, novela de B. Pérez Galdós, en la revista de la autora "Nuevo Teatro Crítico", en su núm. 17 de mayo de 1892, Madrid. 22 PILARF AUS SEVILLAL,a sociedad española del stglo X I X en la obra de P é ~ z GaZdbs, Estudios Gddosjanos, Valencia, 1972. 23 EMILIA PARDO BAZÁN, Tristana, novela de B. Pérez Galdós, en "Nuevo Teatro Crítico, Madrid, mayo de 1892. Zt B. PÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 30. Z5 B. FÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 76. 2s EMILIAP ARDOB AZÁN,L a educación del hombre y de la muler, memoria !pida en el Congreso Pedagógico, publicada en "Nuevo Teatro Crítico", núm. 22, octubrc de 1892. 27 EMILIAP ARDOB AZÁN,o p. cit. 8 B. PÉREZG ALD~ ST,r istana, p. 22. 29 PILARF AUS SEVILLAo, p. cit., p. 197. 3Q B. PÉREZG ALD~ ST,n stana, p. 77. 31 B. PÉREZ GALD~ST,r istuna, p. 77. 3 B. PÉREZ GALD~sT, h t a n a , p. 112. 3 JOAQU~NC ASALDUEROV,i da y Obra de Galdós, p. 104. 34 TOAQUINC ASALDUEROV,i da y Obra de Galdós, p. 104. |
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