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LA MASONERIA EN LAS DOS PRIMEKAS SEKlES DE LOS EPISODIOS NACIONALES DE Galdós José A. Ferrer Benimeli I N T R O D U C C I O N Uno de los problemas que tiene planteada la historia de la masonería española contemporánea es la reconstrucción de su pasado decimonónico, y en especial el del primer tercio del siglo, debido a la escasez de fuentes docu- E mentales directas. Es cierto que existen algunos papeles de archivos masóni- $ cos, así como de la Inquisición y de la policía de la época, pero, sobre todo, ! estos dos últimos están marcados por las directrices legislativas de condena y persecución de la masonería, lo que exije un cuidadoso trato e interpretación de los mismos, para no incurrir en las manipulaciones que de este material han hecho algunas escuelas historiográficas neomenendezpelayistas más preo-cupadas de Españas posibles que de la verdadera realidad española del mo-mento. En particular este problema se agudiza en el período correspondiente al reinado de Fernando VII, que es el más polémico por el tratamiento histó-rico que ha recibido por las diversas tendencias histórico-ideológicas. En este sentido, y para este tema concreto, se impone, quizá más que en otras ocasiones, el recurrir a los escritos de los contemporáneos, o de los que no excesivamente lejos del momento relataron los acontecimientos de la época a través de memorias, currespondencids, apuntes históricos de la pren-sa, e incluso de la novelística, sobre todo si, como en el caso de Pérez Galdós, se trata de la llamada novela histórica. Dado que Galdós se ocupa de esta parcela de nuestra historia en sus Epi-sodios Nacionales hace que pueda ser de cierta utilidad el que intentemos acercarnos a ella llevados de su mano. El hecho de que nos ciñamos a sólo las dos primeras series radica en un doble motivo. En primer lugar porque en ellas trata precisamente de este período. Y en segundo lugar, porque estas dos primeras series forman un bloque no sólo histórico en cuanto al período que rememoran (1805-1834), sino también con relación a las otras series de los mismos episodios, pues no en vano transcurrieron veinte años entre la redacción de las primeras y su continuación en las tres series siguientes. Galdós Y LA MASONERIA EN LA PRIMERA SERIE DE LOS EPISODIOS Galdós como historiador El hecho de implicar a Galdós en la historia de la masonería española de principios del siglo XIX nos obliga a una aclaración inicial. No se trata, por lo tanto, de hacer un análisis de crítica literaria, ni de un mero estudio de la novela Galdosiana, sino de considerar a GaIdós como una posible fuente de información histórica. Dicho dc otra forma, si se puede estimar a Galdós co-mo historiador, y en este caso, como historiador, o al menos informador, de una parcela tan concreta de nuestra historia, como es la de la masonería en el primer tercio del siglo XIX. Es decir que no se trata tanto de poner sobre el tapete la cualidad de Galdós como historiador en general, sino como historiador o fuente infnrma-tiva de un tema tan polémico como es la masonería, y por el que además manifiesta una curiosa y particular inclinación. Creo que no es éste el lugar para polemizar sobre si Galdós es o no histo-riador; sobre si reúne las condiciones que se exigen a un historiador. Pues por poco que se conozca su vida, sus viajes, su espíritu de observación, sus inquietudes políticas ..., está fuera de duda que demostró tener una sagacidad especial en la búsqueda de las fuentes históricas, e incluso en la reconstruc-ción de los escenarios urbanos, bélicos, etc. Sagacidad que le impulsó a una especie de necesidad de hacer historia, mediante una técnica consumada tanto en la utilización de las verdades recogidas, como en la selección de las mis-mas, y finalmente en la exposición clara y sustanciosa de los sucesos. No olvidemos que los Episodios Nacionales, aparte de suponer casi la mitad de la gigantesca labor literaria de Galdós, fvrman la parte más orgánica y trabada de la misma. Y además constituyen la menos discutida por la crí-tica; la parte aceptada sin reservas por todos los públicos, cualesquiera que sean sus ideologías. Galdós historió todo el siglo XIX español mereciendo la admiración de Mesonero Romanos, quien no podía menos de maravillarse de que el autor de los Episodios «sin haberlos vivido)), conociese tan bien aquellos tiempos a los que Mesonero consagraba un auténtico culto. El propio Mesonero Ro- manos, en sus Memorias de un setentón, refiriéndose a alguno de los Episo-dios de la segunda serie, en concreto a las Memorias de un cortesano de 1815, llega a decir textualmente: «En él ha sabido trazar un cuadro acabado de aquella Corte y de aquella época, en que no se sabe qué admirar más, si la misteriosa intuición del escritor, que por su edad no pudo conocerla, o la sagacidad y perspicacia con que, aprovechando cualquier conversación o in-dicaciones que hubo de escuchar de mis labios, ha acertado a crear una ac-ción dramática con tipos verosímiles, casi históricos, y desenvolverla en situaciones interesantes, todo con un estilo lleno de amenidad y galanura)). Ciertamente este juicio tiene tanto más valor cuanto que corresponde al período objeto de este estudio. Pérez Galdós nació el 10 de mayo de 1843. La primera serie de los Episodios abarca la Guerra de la Independencia, desde Trafalgar hasta la batalla de Arapiles; en tanto que la segunda serie hace lo propio con el periodo histórico comprendido entre los años 1813 y 1834; es decir que los sucesos que, tanto en la primera como en la segunda serie, re-lata Galdós son anteriores a su nacimiento, y por lo tanto no los vivió de : N cerca, cosa que no ocurre con las otras series de los Episodios, especialmente la cuarta y la quinta. O Por otra parte las dos primeras series de los Episodios fueron escritas de enero de 1873 a diciembre de 1879, lo que nos planteará la cuestión de saber no sólo hasta qué punto se puede considerar como fuente de información i histórica, sino, sobre todo, si la agitada historia político-masónica del mo- i mento influyó en la historia de ese pasado rememorado por Galdós en los 1 veinte volúmenes que integran estas dos primeras series. - - A la primera cuestión -como afirma Sáinz de Robles- hasta ahora ni el más sutil de los historiadores ha podido acusar a Galdós de apartarse de la verdad o de tergiversarla. Ya que Galdós, aun cuando une a lo histórico lo E novelesco, no los confunde. En cada Episodio Galdosiano el lector sabe en seguida hasta dónde llega la verdad, y dónde empieza la ficción; cuáles son los personajes históricos, y cuáles los novelescos. A n Por esta razón al estudiar el tema concreto de la masonería, es fácil dis-tinguir lo que proviene de los personajes inventados por Galdós, de lo que tiene o quiere tener de rememoración histórica del pasado. Y es aquí cuando la segunda cuestión que nos planteábamos necesitaría de un ulterior desarro-llo. Es decir, cuáles son las fuentes en las que se basa Galdós cuando habla de masonería, y cuál es el influjo que sus posibles vivencias personales o am-bientales del decenio 1870-1880 -que es cuando escribe- se reflejan como trasposición histórica a los primeros años del siglo XIX, que es el período relatado. Es fácil que Galdós adquiriera algunos de sus conocimientos históricos -aparte de en las informaciones directas que le proporcionaron algunos de los protagonistas del momento como hizo Mesonero Romanos- en las obras del conde de Toreno, de Alcalá Galiano, del marqués de Miraflores, de la condesa de Espoz y Mina, del general Fernández de Córdoba, etc. -libros todos de fácil acceso en los tiempos en que escribía el novelista-, o en la prensa del momento: El Zurriago, el Nuevo Diario, La Colmena, El Procu-rador General del Rey, El Restaurador, El Censor, El Espectador, El Impar-cial, etc., etc. Pero es igualmente fácil que Galdós tomara partido a la vista de los acontecimientos que estaba viviendo España en esos momentos; o incluso que ambas fuentes -las del pasado y las actuales- se aglutinaran en una simbiosis armónica. La Masonería como tema Galdosiano Una de las cosas que más llama la atención al leer los Episodios es la pre-sencia constante de la masonería en la mayor parte de los mismos. Presencia que tendrá en algunos más incidencia que en otros, pero que va tomando protagonismo de una forma progresiva hasta alcanzar, por así decir, el punto culminante en el Episodio que está dedicado íntegramente a la masonería: El Grande Oriente. Quiz6 una de las preguntas que nos podemos hacer es el poi quC de esta preocupación masónica de Galdós. ¿Es que él era masón, como algunos han insinuado o incluso afirmado? O más bien está fuertemente influido por Al-calá Galiano, quien a su vez, se puede decir está igualmente obsesionado por el tema de la masonería, que desarrolla con amplitud y minuciosidad tanto eii sus Recuerdos de un unciuno, como en sus Memorias, y en donde se con-fiesa pertenecer a la Orden del Gran Arquitecto del Universo? Es importante recordar la amistad que unió a Galdós con José Alcalá Galiano (nieto de don Antonio), con quien realizó alguno de sus viajes a Inglaterra, concretamente en 1883. En cualquiera de los casos, lo cierto es que Galdós se ocupa de la niaso-nería, con más o menos amplitud, en la primera serie, en Bailén, Napoleón en Chamartin, Cádiz y La Batalla de Arapiles; y en la segunda serie en Me-morias de un cortesano de 1815, La segunda casaca, El Grande Oriente, Los Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un fuccioso m& y algunos [ruiles menos. Se nota una mayor incidencia del tema en la segunda serie, y la razón es de fácil comprensión dentro de la lógica Galdosiana, y de la dinámica de los propios Episodios, a través de sus escenarios y de sus protagonistas. El personaje central o protagonista de la primera serie, Gabriel Araceli, con su sencillez, falta de instrucción, su desdicha paralela a su bondad y hon-radez, representa a la nueva clase social nacida de la epopeya de la Guerra de Independencia, en la que entraron tantos y tan dispares elementos, entre ellos la propia masonería. Pero durante la epopeya nacional la incidencia de la masonería en la parte no francesa de la península es mínima; de ahí que no se refleje tanto la temática masónica en esta primera serie, y que cuando lo haga sea casi siempre bajo el genérico nombre de sociedades secretas. Sin embargo en la segunda serie el protagonista será Salvador Monsalud, vehemente, con su deje de patetismo, que viene a ser como el símbolo de las nuevas tendencias constitucionales, en lucha contra el despotismo. Y aquí el papel a desarrollar por la masonería, tanto en su aspecto histórico, como en el puramente novelesco es más coherente, ya que la trama revivida por Galdós está íntimamente ligada con las pasiones políticas que agitaron a blancos y negros, a carlistas y cristiarios, a republicanos y monárquicos, y con las preocupaciones religiosas y las inquietudes de clases. Por esta razón ia masonería con su ideología liberal y su carácter secreto -óptimo para la conspiración- está mucho más presente en la segunda serie, donde cierta-mente se puede decir que es elevada incluso a categoría de protagonista. Cejador juzgando los Episodios, con su acostumbrada sinceridad arago-nesa, dirá que ((Galdós no falsea los acontecimientos ni los personajes. Podrá, acaso, alguna vez, engañarse, como los historiadores se engañan; pero ha I bebido las noticias en los mismos documentos que los historiadores, y ha i sabido, mejor que ellos, darnos el espíritu, la visión artística de la Historia ... Lo que logró hacer Gald6s es la historia interna y viva de los pueblos ... n. - m O E Pues bien, dentro de este contexto de confianza otorgado a Galdós, es importante distinguii tres aspectos al analizar el tema de la masonería que ; tanto le preocupa o -al menos- al que tanta atención dedica. El primero lo f que nos dice de la masonería por boca de sus protagonistas masones; segun- - do lo que de la masonería dicen los personajes procedentes del pueblo y del clero; y tercero lo que piensa el propio Galdós y así lo manifiesta cuando i haciendo un paréntesis en la trama de la novela episódica correspondiente, se toma la libertad de dar juicios de valor sobre la masonería o incluso cuando s traza rápidas pinceladas de su historia interna. Como un ejemplo que sintetiza lo anterior en una misma escena, puede servir la siguiente, tomada de Bailén : n 0 E -Oye tú Marijuán - dijo otro. ¿Sabes lo que decían en Sevilla? Pues de- 5 cían que la Junta se iba a poner de compinche con las otras Juntas para ver de quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual po-demos hacer nosotros «sin necesidad de que vengan los franceses a enseñár-noslo~ [Palabras de la Junta Suprema de Sevilla]. -Así ha de ser -observó Santorcaz-. Me han dicho que en Sevilla hay sociedades secretas. -¿Qué es eso? -Ya sé -replicó uno-. Tiene razón don Luis, en Sevilla hay lo que se llama «flamasones~h, ombres malos que se juntan de noche para hacer ma-leficios y brujerías. -¿Qué estás diciendo? No hay tales maleficios. Mi amo iba también a esas juntas, y cuando su mujer se lo echaba en cara, respondía que los que allí iban eran al modo de filósofos, y no hacían mal a nadie. -Pues en Madrid las sociedades secretas están todavía en la infancia, añadió Santorcaz. En Francia las hay a miles y todo el mundo se apresura a inscribirse en ellas l. La masonería como polémica popular El concepto que de la masonería tienen los personajes de Pérez Galdós queda expresado en dos vertientes contrapuestas, que por otra parte resultan tan históricas como actuales, pues encajan perfectamente en la polémica po-pular del desconocimiento que en España ha habido tradicionalmente acerca del sugestivo tema de las sociedades secretas y en particular de la masonería. Por una parte está el aspecto de la masonería que podríamos denominar positivo, y que se resume en la identificación de los masones con los filósofos, los liberales y de cuantos desean hacer desaparecer Iris injusticias de la sacie-dad en que viven, recurriendo si es preciso a la conjura e incluso a la revolu-ción, para por medio de las sociedades secretas reformar el Gobierno de España. La otra vertiente del concepto Galdosiano de la masonería nos viene dada por los palabras quc ponc cn boca de sus personajes procedentcs del pucblo. En la masonería, en este caso, no hay nada de positivo. Los masones son con-siderados por el pueblo como brujos, tunantes, mentirosos y falsarios, jugado-res, libertinos, ambiciosos, propagandistas políticos, afrancesados, demonios, herejes y malvados. Se les acusa incluso de robar doncellas y secuestrar niños para educarles en la fe de uMajoma~2. La masonería española según Galdós Pero dejando aparte sus personajes, el propio Galdós se permite terciar en la cuestión histórica de la masonería, aludiendo a sus orígenes en España de una forma clara y contundente : «Yo tengo para mi -escribirá- que antes de 1809, época en que los franceses establecieron formalmente la masoneria, en España ser masón y no ser nada era una misma cosa. Y no me digan que Carlos 111, el conde de Aranda, el de Campomanes, y otros celebres persona-jes eran masones, pues como nunca los he tenido por tontos, presumo que esta afirmación es hija del celo excesivo de aquellos buscadores de prosélitos que, no hallándolos en torno a sí, llevan su banderín de recluta por los cam-pos de la Historia, para echar mano del mismo padre Adán, si le cogen des-cuidado~'. Esto lo escribe Galdós en enero de 1874 y pertenece al primer capítulo de Napoleón en Chamartin. Consecuente con lo escrito, en los episodios an-teriores no se ocupa, y ni siquiera menciona a la Masonería. No lo hace en Trafalgar, ni en La Corte de Carlos ZV, que tanto se prestaba a ello, caso de haber dado Galdós importancia a lo que don Vicente de la Fuente, en su Historia de las Sociedades Secretas había publicado en 1870, donde por pri-mera vez se plantea y cuestiona el mito de la masonería de Carlos 111, Aran-da y Campomanes, entre otros 4. Es cierto que La Fuente no se atreve a con-testar al interrogante que queda abierto, pero tras él ya se encargarían otros muchos, con un desconocimiento notable de nuestra historia, de dar respues-tas según el gusto de los grupos clericales o anticlericales, que por aquel en-tonces -sobre todo a raíz de la cuestión romana y de la reciente experiencia republicana en España- polemizarían sin piedad en torno a las sociedades secretas, y en especial a la masonería. Por esta misma razón tampoco se ocupa Galdós de la masonería en El 19 de marzo y el 2 de mayo. Hay que esperar a la llegada de los franceses para i. que en la trama novelística de sus episodios se empiece a ocupar de las sociedades secretas. Por esta razón será en Bailén donde se permita ya aludir $ a las sociedades secretas relacionándolas indirectamente con las Juntas que iban a ((quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual E podemos hacer nosotros sin necesidad de que vengan los franceses a ense- o ñárnoslon. Inmediatamente, y como consecuencia o explicación de lo anterior, dirá que ya hay sociedades secretas en Sevilla, si bien en Madrid dichas so- 5 ciedacles cceslaban tudavía en la infancian. No obstante -añadirá a modo de - observación histórica- «en Francia las hay a miles y todo el mundo se apre-sura a inscribirse en ellass 5. Y no deja de ser sintomático que en este caso sociedad secreta se identifique con «lo que se llama flamasonesn. n Respecto al carácter reformista de dichas sociedades secretas -que no -E eran usociedades de enamoradosn dedicadas a asaltar conventos-, si algún día se ocupaban de conventos sería «para echar fuera a los frailes y vender luego los edificios) 6. La alusión a futuras desamortizaciones es suficiente-mente clara sobre todo teniendo en cuenta la fecha en que se desarrolla la acción de este Episodio. Galdós, hasta que llega en su relato al año 1809, no empieza a ocuparse más directamente de la masonería. Y debo indicar -dirá entonces- «que en aquel año la masonería española era pura y simplemente una inocencia de nuestros abuelos, imitación sosa y sin gracia de lo que aquellos benditos ha-bían oído tocante al Grande Oriente Inglés y al Rito escocéss '. Después de 1809 -dirá Galdós en su Napoleón en Chamartin- ya es otra cosa: «De aquellas dos logias infantiles que yo conocí en la calle de las Tres Cruces y en la de Atocha, y donde se regocijaban con candorosas ccrcmonias unos cuantos desocupados, salieron la famosa logia de la Estrella, la de Santa Justa [sic], patrona de Córcega; la sociedad de caballeros y damas Philocorei- tas; la de los Filadelfios, de Salamanca; la Gran Logia nacional, que estuvo en el edificio ocupado antes por la Inquisición; la logia de Santiago el Mayor, en Sevilla, y las de Jaén, Orense, Cádiz y otras ciudades. Entrometiéndome en la Gran Logia nacional, oí hablar de cosas más serias y graves que los dis-cursitos filosóficos en verso que le echaban al esqueleto de la Rosa-Cruz; oí hablar mucho de política, de igualdad; entonces fue cuando anduvo de boca en boca y llegó a ser muy de moda la palabra democratismo, que luego desapareció para presentarse de nuevo al cabo de medio siglo, aunque variada en su forma y tal vez en su significación. De la larva de aquellas logias no es aventurado afirmar que salió al poco tiempo la crisálida de los clubs, los cuales, a su vez, andando el voluble siglo, dieron de si la mariposa de los comitésn Tras esta digresión histórica, Galdós volverá a su narración reconociendo que se había alejado de su objeto 9. Sin embargo, Galdós plantea aquí al lector una duda o interrogante, que algunos quizá con excesivo sirnplismo han re-suelto de forma afirmativa: ¿Fue Galdós masón?, o mejor dicho, ¿se puede deducir de lo que aquí dice que él perteneció a la masonería? Porque Galdós escribe -como acabamos de ver- en primera persona: uDe aquellas dos logias infantiles que yo conoci en la calle de las Tres Cruces y en la de Ato-cha ... salieron la logia de la ((Estrellan, la de Santa Justa, patrona de Córcega [en realidad debería haber dicho Santa Julia, y no Santa Justa], la sociedad de ..., etc. Entrometiéndome en la Gran Logia Nacional oí hablar...^. Es evidente, no obstante, que esa primera persona no corresponde al pro-pio Galdós, o no puede corresponder, puesto que en 1809 no había nacido todavía, y para cuando nació - e n 1843- todas esas logias que cita ya no existían, pues desaparecieron con la prohibición y persecución de la Inquisi-ción y de la policía de Fernando VII. No obstante tampoco se trata de don Diego Rumblar o del señor de Mañara, que son los protagonistas de la escena en cuestión, sino de un hipotético narrador que describe en primera persona las andanzas de los protagonistas de turno, andanzas que van salpicadas de comentarios en los que la personalidad de Galdós se desdobla entre su propio pensamiento y el de su otro yo que es el narrador del episodio de turno. A partir de este episodio -Napoleón en Chamartin- las alusiones a la masonería aparecerán más frecuentes en Cádiz y en La Batalla de Arapiles, para luego ocupar un lugar preferente en la segunda serie, en especial en las Memorias de un cortesano de 1815, La segunda casuca, El Grande Oriente, Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un faccioso más y algunos frailes menos. Es decir, que a excepción de tres episodios: El equipaje del rey José, El 7 de julio, y El terror de 1824, la masonería aparece en la segunda serie como protagonista de todos los demás Episodios, con más o menos intensidad. Y es en esta segunda serie, y en concreto en el capitulo sexto de El Gran-de Oriente donde Galdós vuelve a hablar en primera persona para decirnos qué entiende él -no sus personajes- por masonería en el período que relata, y que se remonta en este caso al Trienio Constitucional (1820-23), si bien el Episodio fuera escrito en junio de 1876. UNO puede formarse juicio exacto de la masonería -nos dirá- por 10 que esta institución ha sido en España. Los masones de todos los países de-claran que la Sociedad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines fi-lantrópico~ i,n dependientes en absoluto de toda intención y propaganda poli-ticas. En España, por más que digan los sectarios de esta Orden, cuyos mis-terios han pasado al dominio de las gacetillas, los masones han sido, en las épocas de su mayor auge, propagandistas y compadres políticos. Tampoco puede formarse juicio de la masonería española de antaño por los restos de ella que existen hoy, y que, al decir de los devotos, se reducen a unas junti-llas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen medianamente su objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofantes. Esta antigualla oscura que algunos sostienen como una confabulación caritativa para fines positivos o menudencias individuales, y para protegerse en uno y m otro continente (por lo cual son masones casi todos los marineros que hacen la carrera en América), no tiene nada de común con la asociación de 1820. E O «Era ésta una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeto, " una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de reli- B O E gión (hecho que parcialmente subsiste en la desmayada y moribunda masone- ; río moderna), y no se ocupaba más que dc política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro j colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones; una $ máquina potente que movía tres cosas: Gobiernos, Cortes y Clubs, y a su vez dejábase mover a menudo por las influencias de Palacio; un noviciado E de la vida pública, o más bien ensayo de ella, pues por las logias se entraba a La Fontana y La Cruz de Malta, y de aprendices se hacían diputados, así co-mo de Venerables los ministros. Era, en fin, la corrupción de la masonería ex-tranjera que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los es-pañoles. - n uDurante la época de persecución, es notorio que conservó cierta pureza % a estilo de catacumbas; pero el triunfo desató tempestades de ambición y 2 codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearse. ((Apareció formidable el compadrazgo, y desde la simonía, el cohecho, la desenfrenada concupiscencia de lucro y poder, asemejándose a las asociacio-nes religiosas en estado de desprestigio, con la diferencia de que éstas con-servan siempre algo del simpático idealismo de su instinto original, mientras aquella s610 conservaba el grotesco aparato mímico y el empolvado atrezzo de las llamas pintadas y las espadas de latón. uA medida que iba avanzando el triunfo, iba decayendo el ritual masónico, simplificándose la disciplina en lo relativo a juramentos, pruebas, iniciación. Por eso hemos visto tan empolvados y rotos los tarjetones y huesos de la Cámara de Meditaciones, cuya inutilidad empezaba a ser reconocida. Es pro-pio de gente tocada de afán de codicia el no preocuparse de detalles tontos, y bien se sabe que hambre o ambición no tienen esperan lo. Aquí Galdós expresa en poco espacio una serie de ideas importantes por cuanto se permite comparar el período que relata -los años 1820- con 10s que está viviendo cuando escribe -junio de 1876-. En primer lugar deja claro cuál es su concepto de la masonería haciendo abstracción de lo que ésta asociación sea o haya sido en España, ya que ((no puede formarse juicio exacto de la masonería por lo que esta institución ha sido en Españao. Es decir que contrapone claramente la masonería española frente a la masonería de los otros países; y no olvidemos que Galdós para esas fechas ya había hecho alguna escapada al extranjero, especialmente a Francia, si bien sería más tarde (1883-84) cuando visitaría Inglaterra, Holan-da, Alemania, Dinamarca, Suecia, Italia, etc. nLos masones de todos los países -dirá Galdós- declaran que la Socie-dad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, inde-pendientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas~. Sin em-bargo, en España los masones cuyos misterios han pasado al dominio de las gacetillasio, con lo que le tenía que resultar relativamente fácil a Galdós conocer los detalles a los que desciende en sus relatos- o como los deno-mina, no precisamente con cariño «los sectarios de esta Ordenn, en las épocas de mayor auge no han pasado de ser npropagandistas y compadres politicos~. A continuación establece un claro paralelismo entre la masonería espa-ñola de 1876 y la de 1820, llegando a afirmar que no había nada de común entre ambas. ¿Qué es, pues, la masonería contemporánea de Galdós; la que existfa en España cuando escribía El Grande Oriente? «Unas juntillas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen medianamente su objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofanteso. Y todavía más al decir que no pasaba de ser «una antigualla oscura que algunos sostenfan como una confabulación caritativa para fines positivos o menudencias individuales, y para protegerse en uno y otro continente,. Conviene insistir en lo que Galdós afirma al describir la masonería que califica de ((juntillas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley y sin uni-d a d ~ .E n efecto, por esas fechas - 1 8 7 6 en España había varios grupos dis-tintos de masones, a saber: el constituido por los masones que se reunían en torno a Ramón María Calatrava, como Gran Maestre del titulado Gran Oriente Nacional de España; el formado por las logias que dependían del Grande Oriente Lusitano; el compuesto por aquellos masones que quisieron organizar la masonería sobre unas bases más democráticas y racionales, y que fundaron el Grande Oriente de España, eligiendo como Gran Maestre a Car-los Celestino Magnan y Clark; la Gran Logia Independiente Española, con sede en Sevilla, y que agrupaba a varias logias por toda la peninsula; el Gran Capítulo Catalán, formado en Barcelona y que intentaba la unión de las lo-gias de Cataluña; el pintoresco Grande Oriente de Pérez, cuyo Gran Maestre acabaría siendo condenado a la expulsión de la masonería con alguno de SUS cómplices; el Grande Oriente Ibérico, que acabaría fusionándose en 1876 con el Grande Oriente de España, siendo proclamado Gran Maestre don Práxe-des Mateo Sagasta, jefe del partido liberal y presidente del Gobierno, etc. Es decir, que Galdós tenía razón cuando daba una visión tan poco favo-rable de la masonería contemporánea, o como la calificará gráficamente cuan-do la trata de ((desmayada y moribunda masonería modernan. Frente a estos rasgos y características, la masonería española de 1820 no sale mejor parada, pues no era otra cosa que «una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeton. La descripción o finalidad de esta masonería política era ((proporcionar destinos,, ((levantar y hundir adeptosn, ((impulsar la desgobernación del reino,, ((centro de intrigasn, ((máquina potente que movía tres cosas: Gobierno, Cortes y Clubs)). . . ; era, en fin -concluirá Gal-d6s- da corrupción de la masonería extranjera que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los españolesn. Y el que fuera la corrup-ción de la masonería extranjera es claro, puesto que poco antes ha definido a a los masones de todos los países ((independientes en absoluto de toda in- f tención y propaganda políticasn; sin embargo, los masones españoles, no se ocupaban de otra cosa quc de ((política a la menudan. - Indirectamente nos deja entrever, sin embargo, que no siempre había sido f así. Pues, en un principio, esa masonería moderna que él llama ((desmayada y moribundan, había conservado -desde el punto de vista masónico- cierta pureza a estilo de las catacumbas, durante la época de persecución. Pero con la llegada del triunfo político ((desató tempestades de ambición y codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearsen. Apareció -en expresión de Galdós- «el compadrazgo, la simonía, el cohecho y la desenfrenada concupiscencia de lucro y podern, con lo que el desprestigio de la masonería no se hizo esperar. E 5 O Los masones vistos por el pueblo en la primera serie de los Episodios Si dcl tcrreno de la especulación histórica del propio Galdós nos remon-tamos a la trama novelística de la primera serie de los Episodios, podemos sacar un curioso retrato de lo que los masones representan para los personajes que encarnan el pueblo. En Bailén, la primera vez que en una tertulia sale la cuestión de las so-ciedades secretas, y en concreto los aflamasonesu, es para decir que son ((hom-bres malos que se juntan de noche para hacer maleficios y brujerías, 'l. Don Diego de Rumblar, uno de los protagonistas de Ncrpoleón en Chn- martin es definido como ((jugador, francomasón y libertino, 13, siendo asiduo visitante de «las logias de masones, infernalis spelunca, donde se pasa la no-che entre herejías y diabluras.. . )) 13. Por otra parte, y sin salirnos del mismo episodio, se atribuye a los maso-nes la idea de Napoleón de reducir el número de regulares a la tercera parte, con estas palabras que identifican o aproximan masones con franceses y sus ideas más o menos revolucionarias: «Esas son las tan decantadas novedades de los filósofos y de todos esos masones a la francesa que hay ahoran '< Poco después el paralelismo ((filósofos-masones)) dará un paso más con el de «he-rejes- masones,: ((Afuera Inquisición, y vengan herejes y lluevan masones. ¿Qué les importa esto a los que no se cuidan de lo espiritual?n Cambiando de episodio encontramos en Cádiz una nueva alusión al afran-cesamiento, si bien en este caso los masones quedan enmarcados entre los ((ateos y los democratistasn : ((No me importan burlas de gente afrancesada.. . ni de filosofillos irreligiosos, ni de ateos, ni de francmasones, ni de democra-tistas, enemigos encubiertos de la Religión y del Reyn 16. Como complemento o explicación de lo que se entiende por ((democratis-tasn, y su conexión con la masonería, en el mismo episodio, y por boca del mismo personaje -D. Pedro-, podemos leer lo siguiente: «Es indudable quc han cntrado aquí las ideas filosóficas, ateas y masónicas, según las cuales ya se acabó el honor y la grandeza, lo noble y lo justo, para que no haya más que pillería, liberalismo, libertad de la imprenta, igualdad y demás corrup-telas.. . a ". Finalmente en La batalla de Arapiles completará Galdós el desarrollo de la visión democrática de la masonería. Aquí el protagonista es Santorcaz que pertenecía a «la sociedad de los filadelfos, nacida en el ejército de Soult, y cuyo objeto era destronar al Emperador, proclamando la repúblican Is. Poco después bajará a más detalles al decir que ((Santorcaz se consuela con la masonería, y en la logia de la calle Tentenecios unos cuantos perdidos espa-ñoles y franceses, lo peor sin duda de ambas naciones, se entretienen en ex-terminar al género humano, volviendo al mundo patas arriba, suprimiendo la aristocracia y poniendo a los reyes una escoba en la mano para que barran las calles, lg. Tras esta visión un tanto revolucionaria de la logia en cuestión, en la que no se sabe quiénes salen peor parados, si los reyes y aristócratas, o los pro-pios masones que identifica con unos cuantos perdidos -lo peor de Francia y España-, culmina el cuadro calificando a los masones de ridículos y cómi-cos: «Ya véis que esto es ridículo. Yo he ido varias veces allí en vez de ir al teatro, y en verdad que no debieran disfrazarse de cómicos, porque realmente lo sonn Todavía insistirá Galdós, en el mismo episodio completando el retrato de los masones que serán calificados de bribones, malvados, afrancesados y he- rejes, y donde acabaran siendo identificados nada menos que con Satanás. La escena se desarrolla en plena calle: -¿Buscan la calle del Cáliz y están en ella? -repuso la vieja con desabri-miento-. ¿Van a la casa de los masones o a la logia de la calle de Tentene-cios? Pues sigan adelante y no mortifiquen a una pobre vieja que no quiere nada con el Demonio. -¿Y la casa de los masones, cuál es, señora? -Tiénela en la mano y pregunta ... -contestó la anciana-. Ese portalón que está detrás de usted es la entrada de la vivienda de esos bribones; ahí es donde cometen sus feas herejías contra la religión, ahí donde hablan pestes de nuestros queridos reyes ... i Malvados! Ay, con cuanto gusto iría a la Plaza Mayor para verlos quemar! Dios querrá quitarnos de en medio a los franceses que tales suciedades consienten ... Masones y franceses todos son unos, la pata derecha y la izquierda de Satanás m D Dentro de este contexto popular, y sin salirnos de La batalla de Arapz'les volverá a ser identificado cierto masón importante como ccel capitán general de todos los lucifer es^ Y por si fuera poco lo atribuido a los masones la ((seña Frasquitan responderá a la pregunta de ¿por qué llaman masones a esta gente? diciendo que los tales cccuando entran en un pueblo, apandan to- i das las doncellas que encuentran. Pues digo: también hay que tener cuidado I con los niños, pues se los llevan para criarlos a su antojo, que es en la fe de 1 Majoman ". Los masones vistos pov si mismos en los personajes de la primera serie de los Episodios. a L A Fundamentalmente los rasgos con que Galdós define a la masonería a tra-vks de los personajes de sus novelas relacionados con la masonería o masones $ 5 ellos mismos, no son tampoco excesivamente laudatorios que digamos, ya que 0 al más importante de ellos -Santorcaz- lo pinta como un resentido, como un brujo, encantador, nigromante y cómicoa. Y en cuanto al condesito de Rumblar le adjudica todas las características de un dCbil mental. En los primeros momentos de la invasión francesa, Pérez Galdós, nos presenta una masonería apadrinada por las autoridades invasoras en la que se llegan a identificar masones y afrancesados %. Poco tiempo despuks estas mismas autoridades simplemente la consienten, porque los masones españoles están entre los pocos que no se revelan contra la invasión francesa %. En 1812, nos relata, que el ejército francés recibe órdenes para que la causa francesa se separe de todo lo que suene a masonería, ateísmo, irreli-giosidad y filosofia ". En cuanto a los ritos y prácticas masónicas la unanimidad de todos los personajes es absoluta: son unas pantomimas. Incluso los mismos masones piensan que son simple y tontos, pero necesarios para conquistar a los necios 'R. Ya en Napoleón en Chamartin se despacha Galdós a gusto : c . . .D. Diego y el Sr. de Mañara iban de noche a una reunión de masonería incipiente del género tonto, que se celebraba en la calle de las Tres Cruces, y a otra del ge-nero cómico fúnebre, que tenía su sala, si no me falla la memoria, en la calle de Atocha, número 11 antiguo, frente a San Sebastián; en cuyas reuniones, amén de las muchas pantomimas comunes a esta orden famosa, leíanse versos y se pronunciaban discursos, de cuyas piezas literarias espero dar alguna muestra a mis pacienzudos leyentes. «Sobre todo en la calle de Atocha, donde estaba la logia Rosa-Cruz, el rito era tal, que algunas veces púseme a punto de reventar conteniendo las bascas y convulsiones de mi risa, pues aquello, señores, si no era una jaula de graciosos locos, se le parecía como una berengena a otra. En una oscurí-sima habitación que alumbraban macilentas luces, y toda colgada de negro, se reunían los tales masones; porque allí todo fuera misterio, tenían a la ca-becera un Santo Cristo acompañado del compás, escuadra y llana, y a la de-recha, un esqueleto muy bien puesto en un sillón, con la cabeza apoyada en la mano, en ademán meditabundo, y por debajo un letrerito que decía: ((Aprende a morir bien^^. Finalmente en La batalla de Arapiles volverá Galdós sobre algunas de las características antcriorcs, a las quc añadirá ciertos matices democráticos y anticlericales: ([Cuando hablábamos los dos a solas, él se reía de las prácticas masónicas, diciendo que eran simples y tontas, aunque necesarias para sub-yugar a los pueblos. Su odio a los nobles, a los frailes y a los reyes, continua-ba siempre muy vivo.. . D %. Y para redondear más la panorámica masónica, vista desde dentro -por supuesto de la mano de los personajes Galdosianos vinculados a ella- tal vez resulte expresivo el siguiente comentario tomado del mismo episodio : U.. .Los repetidos viajes, las logias y los compañeros de masoneria me inspiraban re-pugnancia, hastío y miedo. No se lo oculté, y él me decía: «Esto acabará pronto. No conquistaré a los necios sino con esta farsa; y como los franceses se establezcan en España, verás la que armo.. . D 31. LA MASONERIA EN LA SEGUNDA SERIE DE LOS EPISODIOS Pérez Galdós trata con mucha más extensión el tema masónico en la se-gunda serie de los Episodios y además lo relaciona con circunstancias y per-sonajes históricos que elevan la masonería a categoría de verdadera protago-nista. Son algo más de veinte años los que abarcan el relato de esta segunda serie; de 1813 a 1834, y dada la incidencia histórica del período y el trato que le da Galdós, se impone una triple división del mismo, sirviendo como elemento diferenciador el episodio titulado El Grande Oriente. Así, pues, en una primera parte se puede estudiar la masonería en El equi-paje del rey José, Memorias de un cortesano de 1815 y La segunda casaca, que forman un todo homogéneo. En estos episodios, sobre todo en los dos últimos, el tema de la masonería es abordado con verdadera extensión y profundidad. En segundo lugar merece un tratamiento especial el episodio que sirve de división : El Grande Oriente, y que por estar dedicado en su integridad al tema masónico ofrece material más que suficiente para su estudio. Finalmente, si bien ya de una forma más anecdótica, el tercer bloque lo constituyen Los Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, y Un fac-cioso más y algunos frailes menos, episodios en los que con mayor o menor incidencia Galdós volverá a ocuparse de la Orden del Gran Arquitecto del ; Universo. E O -- m Características del primer grupo O E E 2 De un modo un tanto esquemático, los aspectos que más destacan de los tres episodios que componen este primer grupo anterior a El Grande Oriente, 1 son: el influjo de la masonería y su vinculación a altos personajes de la corte 1 y gobierno; la presencia de militares en la masonería; la cuestión de la cons-piración revolucionaria ; y finalmente la persecución de la masonería por parte de la Inquisición y de la policfa. Como línea de referencia o telón de fondo continuará estando presente la visión particular que de los masones sigue teniendo el n pueblon Galdosiano. A n n lnflujo de la rnusonería E 5 O Respecto al primer aspecto: el influjo de la masonería y su vinculación a altos personajes de la Corte y del Gobierno, en las Memorias de un cortesano de 1815, se describe una escena de palacio en la que interviene el propio Fer-nando VI1 y algunos cortesanos que encierra cspccial intcrds ya que cl tema de la conversación es precisamente la masonería: -¿Qué se dice por ahí? -Esta tarde -replicó Collado- han ido a comer con el Inquisidor gene-ral don Pedro Ceballos, Eguía y el S. Majaderano. -¿Quién es Majaderano? -preguntó con indiferencia Fernando. -El ministro de Gracia y Justicia -repuso Alagón-. Así le llamaba Ga- llardo en su graciosa Abeja. No nos reímos, porque el Monarca permaneciú impasible. Al fin sonriendo dijo: - i Ceballos sentado a la mesa con el Inquisidor ! -La señal fue dada. Todos soltamos la risa. -¿Si querrá don Pedro participar al Prelado cómo va la secta masónica de que es jefe? -dijo el Duque. -Yo había oído que era masón -afirmó con malicia- pero hasta ahora no sabía que era el Papa de los Hermanos. -Tan cierto como es de noche. -Afirmó Alagón, observando el semblan-te de SU Majestad, que demostraba poco interés en la conversación. -Lo que asombrará más al mundo -indicó Collado- es saber que los masones tienen su logia en la casa misma de la Inquisición. - i Hombre, tanto como eso.. . ! -murmuró el Rey con indolencia. -¿Qué habláis ahf de francmasonerfa? -pregunt6 Fernando, después de una larga pausa en que no se oía más ruido que el del enorme reloj.. . -¿Hablabas de Ceballos? -Sí Señor. -Decías que era francmasón. ¿Acaso hay ahora francmasones? -pre-guntó el hijo de Carlos IV con viveza. -Los hay, los hay -aseguró Collado-. Esta mañana hablábamos el señor Pipaón y yo de la taifa de masones que va saliendo por todos lados, como mosquitos en verano.. . Fernando contemplaba el techo, y al fin, como quien sale de honda dis-tracción, miróme fijamente y preguntó: -¿Qué decías? -Señor, Collado ha apelado a mi testimonio en apoyo de sus opiniones sobre la francmasonería, y yo debo decir.. . -Que todos son masones, y yo el jefe de ellos ... ¿Te ríes? Pues no falta quien lo asegura así. -i Oh Señor! antes que pronunciar tal desacato, mis labios callarían para siempre. -La verdad es que hay un Oriente en Granada, que preside el conde del Montijo.. . -continuó el Rey. -Justamente, Señor, y.. . -Y en el cual parece andan también muchos hombres graves que no de-bieran ponerse en ridículo ..., pues tengo para mí que eso de la masonería es una farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo. Muchos son masones para ocultar sus amores nocturnos ... A pesar de que la escena es larga resulta curioso el papel desempeñado por el propio Fernando VII, preguntando si había o no francmasones; pre-gunta que nos recuerda la publicación anónima que apareció en Cádiz preci-samente en 1812 bajo el título ¿Hay o no hay francmasones? 33. La psicosis de la presencia de masones por todas partes, queda bien refle-jada por boca de Collado, quien se apresura a decir que U ¡LOS hay, los hay! B. Respecto a la cantidad utilizará la gráfica expresión de decir que eran una ((taifa de masonesr> los que iban saliendo «por todos lados, como mosquitos de verano,. Expresión que hará intervenir de nuevo al propio rey, medio en broma, medio en serio, para añadir que naturalmente ((todos eran masones y él el jefe de ellos)), pues no faltaba quien así lo aseguraba. m Pero dcjando la broma aparte, añadirá Fernando VI1 que la verdad era ?- E que había un Oriente en Granada que presidía el conde del Montijo, y en el cual ((parece andan muchos hombres graves que no debieran ponerse en ri- ; dículo ..., pues tengo para mi -dirá el rey- que eso de la masonería es una ? E farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo ... E 2 Prescindiendo de la alusión a Montijo, que está claramente tomada de Alcalá Galiano 34, y sobre cuyo valor histórico existen serias dudass, es in- f teresante el juicio que da aquí Galdós, sirviéndose de Fernando VII, y donde identifica a la masonería con una «farsa grotescan. - - 0 Pero donde, quizá, vuelve a terciar con más claridad, y fuera ya de la trama novelística es en la reflexión que hace el propio Galdós directamente y de un diálogo que concluye 5 O al gato, es decir, a los ma-sin intermediarios, un poco más adelante, a raíz con estas palabras: -Cosas de la masonería -indicó Ugarte. Y repitieron todos: -Cosas de la masonería. En aquel tiempo, la culpa de todo se echaba sones S". El por qué la culpa de todo se adjudicaba a los masones -volviendo a las Memorias de un cortesano de 1815-, tal vez sea debido a la expansión de las sociedades secretas y a la presencia de altos polfticos entre sus filas, o al menos al paralelismo establecido entre aquellas ideologías liberales y jacobi-nas, que, más o menos, se identificaban con dichas sociedades y en especial con la masonería: --Andalucía cstá infcstada de jacobinismo. -Y Madrid también. -Afirmó el Duque. -Las sociedades secretas rebullen por todos lados. -No será por falta de Ministerio de Seguridad Pública -dijo con ironía el Rey. -Echavarri encarcela a los mentecatos y deja en libertad a los pillos. LOS calabozos están repletos de tontos. Pero ¿qué ha de suceder si los principales personajes del Gobierno están inficcionados de liberalismo? Ceballos es ma-són; Villamil y Moyano no ocultan sus ideas favorables a un sistema tem-plado como el de Macanaz; Escoiquiz augura desastres; Ballesteros quiere que se dé una especie de amnistía; en todo España se conspira. Abrase un poco la mano, y las revoluciones brotarán por todas partes como pinos en almáciga 37. Casi como una continuación de la escena anterior, aunque, sin embargo, pertenece a otro episodio: La segunda casaca, es ésta en la que se manifiesta igualmente el influjo de la masonería: -No quiero cuentas con el Supremo Consejo -repuso Villela-. Bien sabemos todos que éste no hace sino lo que le manda el ministro de Gracia y Justicia. Haga usted que pongan en libertad a esa pobre mujer, y cumplirá con la ley de Dios. -Y con la de los masones, -murmuré. -Hace tiempo se viene diciendo que muchos elevados personajes de la Corte están en convivencia con la masonería ... -Para mí hace tiempo que no es un secreto el francmasonismo de Villela, pero Su Majestad, a quien don Ignacio ha sabido embaucar con tanto arte, no consiente que se le hable de esto, y sostiene que todo lo que se dice de las sociedades secretas es pura fábula. -También yo tengo datos para asegurar el francmasonismo del señor Consejero que acaba de salir -dijo don Buenaventura. -Desde que estoy en esta casa -afirmó Lozano- no ha pasado una se-mana sin que haya venido con pretensiones de indulto, de sobreseimiento o de evasión en favor de algún agitador o revolucionario. -¡Si todos los criminales se escabullen, protegidos por esos señores, que afectando servir al Trono y a las buenas ideas, son los más firmes auxiliares de la Revolución! No sé cómo Su Majestad protege a tan pérfidos hipó-critas.. . %. Aquí se manifiesta una doble protección. Por una parte de los masones para alcanzar altos puestos, punto sobre el que incidirá Galdós en el mismo episodio al señalar entre las «prendas y demás antecedentesxi que se necesita-ban para escalar los puestos del Consejo, el de ((tener de brevas a higos algún tratadillo con los masones de Granada y de Madrid)) 3q. Y por otra la que ejercían dichos masones en cuestiones, sobre todo, de indultos. También en este segundo caso hay otra escena en La segunda ca-saca donde de una forma gráfica se hace constancia de ella: - .. . Esa pobre señora debe ser puesta en libertad. -Alargó la mano para tomar pluma y papel. -. . . Cuidadito, se enojará don Buenaventura.. -Es una obra de caridad. -i Masónico; eso es masónico puro! -gritó Villela dejándose caer en el sillón. -Mandaremos al Consejo Supremo que disponga inmediatamente la li-bertad. - . . . Ha necesitado usted que otro le recomendara para hacerlo. -Mis paisanos.. . -indiqué yo. -Señor Pipaón -dijo Villela volviendo a las burlas-, usted es masón. -¿Por qué? -Porque ha pedido que se pusiera en libertad a una víctima de la Santa ... Y tambien yo soy masón, porque lo pedí antes. Y también es masón el señor Lozano, porque lo concede.. . 'O. Presencia de militares en la masonería Con relación a este punto las escenas mismo no son escasas, y a travCs de ellas en las que Galdós incide sobre lo va redondeando la idea del influjo y poder de la masonería en el período en cuestión. Precisamente hablando de un conspirador -Monsalud- que se había movido con facilidad por toda la península, refiere que «al poco tiempo se le vio en Madrid, donde los masones de Murcia tienen tan buenas aldabas. Sostuvo relaciones epistolares con don Eusebio Polo y con Manzanares, oficiales de Estado Mayor, y otros muchos militares distinguidos, afiliados en la masonería. Cuando éstos fueron redu-cidos a prisión, se pudo echar mano al Monsalud; pero al poco tiempo de encierro ... Desapareció. Ya sabemos lo que son esas desapariciones -afirmó colérico el familiar de la Inquisición-. Los hermanos del Grande Oriente han tenido buen ojo en la elección de sus venerables. Son éstos algunos señores de la grandeza, generales y consejeros, como Villelau i'. Precisamente a propósito de Salvador Monsalud incide Galdós en la mis-ma idea: -Ah Pipaón, aquí están poseídos de necedad! Persiguen a los mentecatos inofensivos y dejan en libertad a los perversos. ¡Ahorcan a los sargentos y permiten que todos los oficiales del Ejército se vendan a la masonería! -Monsalud no es oficial del Ejército. -Pero es malo, rematadamente malo, y listo ... -Todo es debilidad; las leyes no se cumplen; cada cual hace lo que más le agrada; son presos los pequeñuelos, mientras los grandes conspiran; alre-dedor del trono alzan su cabeza enmascarada de sonrisas la traición y la sedi-ción; todos los militares trabajan sordamente en la masonería c. Poco después añadirá Galdós -por supuesto dentro de la trama-ficción del mismo episodio: «No estaba yo muy seguro de las aficiones absolutistas de los oficiales del Ejército, especialmente de los pertenecientes a cuerpos fa-cultativos ... ; pero no creí que las sociedades secretas estuvieran tan exten-didasn ". Don Antonio -añadirá Galdós- dio una especie de silbido que indicaba la plenitud de su convicción en punto al enorme influjo de las sociedades se-cretas. -Estás en Babia, Pipaón -me dijo sonriendo-. Las sociedades secretas, llámalas masonería, clubs, orientes o como quieras, ofrecen hoy una ramifi-cación inmensa dentro de la sociedad. En ellas está comprometida toda clase de gente. ¿Crees que sólo los perdidos son masones? ¡Error, amigo mío, vulgaridad supina ! Altos personajes.. . -Eso lo sé también. Podría citar aquí media docena ... -¡Media docena! Yo te citaré centenares. De algunos no tengo seguri-dad completa; pero de muchos no puedo dudarlo, porque tengo datos irrecu-sables. iY qué hombres, y qué nombres! Precisamente los que mejor suenan en los oídos del absolutismo son los que más se pronuncian hoy en las logias. Ministros, tenientes generales y algún capitán general, vicealmirantes, infini-dad de brigadieres, consejeros de Estado, alcaldes de Casa y Corte, familiares de la Inquisición; hasta inquisidores, hasta canónigos, hasta frailes hay en la masonería. No me asombraré de ver en ella a un señor obispo el mejor día.. . Por de contado, el núcleo, la base, el amasijo fundamental de este gran pastel que se está cociendo y que pronto fermentará, si Dios no lo remedia, lo for-man los oficiales de todos los cuerpos que guarnecen la Corte y las princi-pales ciudades y plazas del Reino 'l. Finalmente y para completar el cuadro militar-masónico, refieriéndose a los marinos y al problema suscitado con la mala calidad de los barcos com-prados a Rusia, Galdós reproduce el siguiente diálogo: -Los marinos han dicho que no se embarcan en ellos. -i Los marinos! ¿Ignoras que todos están vendidos a la masonería?. . . Y como confirmaciljn de lo anterior aííadirá: «Fui a Cádiz hace poco, y pude ver por mí mismo, cómo está aquella gente. Hay que oirles, amigo. Con decirte que no hay un sólo oficial que no esté afiliado en alguna sociedad secreta, está dicho todo: hablan con el mayor desparpajo del mundo de ideas liberales, de constituciones, de democracia, de soberanía nacional y aun de república n 45. El siguiente paso, una vez que Galdós ha dejado bien claro el influjo de la masonería y la presencia de los militares en sus filas, será ver el papel de-sempeñado por dichos militares masones, con lo que incidirá en la problemá-tica de las conspiraciones revolucionarias del momento, y en la ayuda de en-cubrimiento de los más comprometidos : -Amigo Pipaón desde el momento en que vas a ofrecer tu cooperación a los obscuros trabajadores de las logias, tu deber es amparar a los que se vean comprometidos ... No te asustes; podría citarte una docena de señorones gra-ves, firmísimas columnas del Estado en el Consejo y en la milicia, los cuales han sido encubridores de la mayor parte de los comprometidos en las cons-piraciones de Porlier, Lacy y Turrijos. La historia secreta de estas tentativas es muy curiosa. Los pobrecitos inmolados ofrecieron con su sangre tributo externo al derecho público; pero tras los cadáveres de Lacy y Porlier, ami- !. guito, se han escurrido impunes muchas personas cuyosnombres han sonado siempre bien en Palacio.. . ". On-- m O E E Conspiraciones revolucionarias S = Aquí nuevamente nos encontramos con la dicotomía Galdosiana, o mejor $ dicho ~ricoloniía en la Iorma de enjuiciar la masoneria: Lo que podrfamos % O denominar ((verdadera masoneríau; la transformación que la masonería o pseudomasonería adopta en esos momentos en España; y la idea que de ella tiene el pueblo. n En el primer caso hay -al menos- un par de ocasiones en La segunda casaca, en las que se manifiesta una clara distinción entre masoneria y revo-lución ; entre las apariencias y la realidad : A n -Señor de Pipaón, aprendamos a ver claro y a no juzgar a las personas por lo que aparentan. Yo mismo he visto a Lozano en la logia masónica de la 2 calle de las Tres Cruces. -La verdadera masonería dicen que no es revolucionaria. -Hay de todo; por ahí se empieza ". Pocas líneas más abajo volverá sobre lo mismo: -Riéndome, no sé si se mí mismo o de qué le dije: -¿Conque soy masón? -Masón no -me respondió-. La masonería, propiamente dicha no es revolucionaria, aunque el vulgo y los absolutistas llaman masones a los que conspiran. Ya te dije que esto no es una logia, sino una reunión; lo que en Francia llaman un club. ¿Dc modo que no soy todavía masón, propiamente dicho? Pues bien: soy liberal 48. Aquí es importante la distinción hecha entre logia y club, entre masonería verdadera -que no es revolucionaria- y esa otra pseudomasonería conspi-radora que para el vulgo y los absolutistas venía a ser la misma y única ma-ionería. La otra cara de la moneda nos la ofrece Galdós en el mismo episodio don-de se recoge el siguiente expresivo diálogo: -Ser masón es no ser nada si no se conspira -me dijo. -i Quiero conspirar! -esclamé dando fuerte puñetazo sobre la mesa y metiéndome después las manos en los bolsillos. -Pero no se conspira para aumentar la autoridad de la Corona, sino para disminuirla. No se conspira en pro del Rey, sino en pro de la Nación. -Pues en pro de la Nación. -Se conspira para restablecer el Gobierno liberal y la Constitución; es decir, lo que tú llamabas la mamancia cuando escribías en La Atalaya". Y como complemento donde se establece la diferencia existente entre las logias masónicas y aquellas otras en las que se conspiraba, completará Gal-d6s la escena así: -Debo añadirte que hoy se hila un poco delgado debajo de Madrid. -i Debajo de Madrid! -¿No me entiendes? En las logias y reuniones secretas, quiero decir. Hoy se toman precauciones. Cuando un señorón de categoría elevada, sea quien fuere, ofrece su ayuda a la Revolucibn, lo que ocurre todos los días, queda ligado por compromiso solemne, y las veleidades, querido Bragas, los arre-pentimientos, suelen costar caros a quien los padece. -Sí, ya sé ... -dije inspeccionando otra vez la puerta, para cerciorarme de que nadie nos oía-. Hay pruebas rigurosas, palabras enigmáticas, jura-mentos que hielan la sangre en las venas. .., y el que hace traición muere sin remedio. -No hay nada de eso -me dijo riendo-. Huye de esas reuniones formu-larias que establecen el sainete en los sótanos. Ahora no se trata de eso. Cuando los pueblos padecen y luchan por su emancipación, obran seriamente y van a su objeto sin necedades de teatro. Ahora, amigo Bragas, las cosas han llegado a un punto tal que se trabaja por la Libertad a toda prisa, con la avi-dez del náufrago que entre las olas lucha con la muerte y por la vida. .. Fuera misterios y ritos anticuados y palabras vacías. Todo es acción: las tinieblas y el misterio han dejado de ser vano velo de las chocarrerías de los holgaza-nes. Yo lo he visto todo desde el principio: he visto las jimias haciendo mue-cas entre dos calaveras en la ahumada atmósfera de una cueva; y hoy veo a los hombres inteligentes y formales labrando en silencio y sin aparato las palabras poderosas con que pronto ha de moverse lo de arriba. S610 en las épocas en que no hay nada que hacer existen esas vanidades y espantajos ridículos de que habla el vulgo. Ahora la inmensidad de la tarea une las ma-nos de todos los hombres en una obra común, y desaparecen las máscaras con-vencionales y las fórmulas aparatosas, que más bien eran entretenimiento que utilidad. Eso no quita que en plena luz, y a la faz del mundo oficial y de la tiranía, se empleen ciertos signos para reconocerse y obrar de acuerdo; pero allá dentro, amigo, en nuestro reino escondido, en aquella vida de catacumbas donde se prepara la nueva vida libre y pública, todo es claridad y sencillez. Se trabaja, se extiende la acción con arte y fuerza; se prepara el golpe con la destreza y habilidad necesarias para que no se malogre como otras veces A pesar de la extensión de la cita resulta suficientemente expresiva y clara la distinción que hace entre la masonería y esas otras sociedades secretas donde se conspiraba. La primera es definida desdeñosamente como ((reuniones formularias que establecen el sainete en los sótanosn; como ((necedades de teatron que se rigen con ((misterios y ritos anticuados y palabras vacías)), con ! ((tinieblas y misterios)) que no hacen sino ocultar das chocarrerías de los hol-gazanes)), y manifestar ((vanidades y espantajos ridículos, máscaras conven- $ cionales y fóiinulas ayalatosas]), que sirven más para entretenimiento que utilidad. E E Sin emhargo, las sociedades conspiradnrac tienen romo finalidad la Revo-lución, la lucha por la libertad y, por la emancipación de la tiranía, lo que $ obliga a tomar ciertas precauciones y a que se empleen ((ciertos signos para $ reconocerse y obrar de acuerdo)). El nombre de estas sociedades secretas que % tan poco -por no decir nada- tenían que ver con la masonería, lo recoge Galdós cuando completando el cuadro dirá: O ((Has de saber que esto no es logia masónica; es una junta de patriotas,). Junta que tenía un programa revolucionario claro: ((Derrocar el absolutismo y restablecer la constitución de Cádizn. A Sin embargo en los personajes que encarnan el pueblo, o los partidarios del absolutismo, la identificación entre masonería y conspiración es clara. Algunos ejemplos son suficientes : 5 O -Y está Madrid plagado de miserables conspiradores y masones, los cua-les, con horrible alevosía, tratan de hacer una revolución ... j'. -i Ah pérfido discípulo! Eres el cuervo que he criado para que me saque los ojos ... i Conque te me has pasado a la masonería y a la Revolución! ". -Pero eso poco que falta debemos dárselo para aplastar de una vez al jacobinismo insolente, a las logias inmundas y a los liberales soeces que quie-ren cubrir de ruinas el suelo de España 53. -iFuera trastornos políticos, que alteran la santa armonía de la vida! i Fuera jacobinos y logias ! ". - i Que vengan Riego y Quiroga a desatarte ! . . . i Oh ! , si desde un prin-cipio hubieran puesto a la masonería y al ateísmo como estás ahora, ¿habría revoluciones?. . . ¿Por qué no conspiras ahora?. . . 55. La alusión a Riego y Quiroga nos pone en contacto con la interpretacihn histórica que Galdós hace de este período donde los militares llevaron la ini-ciativa -vis a vis del pueblo- en la lucha contra el absolutismo. «No quiero seguir adelante sin contar las abortadas conspiraciones que yo recuerdou nos dirá Galdós :< Son no menos de 14 las conspiraciones que recoge de for-ma muy sintética. Y resulta revelador que tan solo en cuatro de ellas men-ciona a la masonería, y no precisamente como protagonista de las mismas: -Primera Conspiración para asesinar a Elío y a La Bisbal (1814). Fue una intriga misteriosa que unos atribuyeron a los masones y otros a la Corte. Séptima Conspiración del conde de Montijo en Granada (1816). El tío Pedro del 19 de marzo en Aranjuez había sido después afrancesado en Ba-yona, agitador en Cádiz más tarde, y luego absolutista acérrimo en la Junta de Daroca. Hallándose de capitán general en Granada, dicen que preparó, ayudado del Grande Oriente, las sublevaciones militares que estallaron más tarde. - Novena Conspiración de Torrijos en Alicante (1817). Proyecto de alza-miento militar en varias plazas de Levante. La Inquisición se encargó de cas-tigar a los culpables, pero lo hizo tan mal, que desde entonces se dijo: Inqui-sidores y mnsones, todos son uno. - Duodécima Conspiración del conde de La Bisbal en El Palmar (1819). Durante su vida política y militar, el Conde encendió una vela siempre al santo y otra al demonio. En 1814, cuando se dirigía a felicitar al Rey por su vuelta, llevaba dos discursos escritos, uno en sentido liberal y otro en sentido absolutista, para expetarle aquel que mejor cuadrasc a las circunstancias. En 1819, después de merendar con los conspiradores de Cádiz y los oficiales del ejército expedicionario de América les arrestó de súbito, haciendo una escena de farsa y bulla que le valió la gran Cruz de Carlos 111. El ejército estaba fu-rioso. Padecía la fiebre democrática de la insurrección. Desde Madrid oíamos su resoplido calenturiento, y temblábamos, En las logias no había más que militares, infinitas hechuras de aquellos cinco años de guerra, los cuales ha-bían de emplear en algo su bravura y sus sables 57. Como se ve el papel atribuido por Galdós a la masonería en dichas cons-piraciones se reduce prácticamente a nada, a pesar de que asegure que ((en las logias no había más que militares)). Ya aquí, nos podemos preguntar de qué logias está hablando, pues no cabe duda de que el confusionismo creado entre sociedades secretas en general, juntas patrióticas, clubs, masonería, etc., era una realidad favorecida por el uso de terminologías y formas organizati-vas comunes, aunque en los fines hubiera notables diferencias. En cualquier m caso el propio Galdós se hace eco de este confusionismo: D N E -Yo renegaba de los masones, y del liberalismo y de la Carta, y de la Constitución del 12, y de los derechos del pueblo, y de toda la monserga con que en las reuniones me volvieron loco, haciéndome cómplice de tales extra- E vagancias ... Yo estaba furioso; maldecía los clubs y a quien los inventó; y maldecía también a Ugarte que me había catequizado y a Monsalud, ~ I I Pfu e mi bautista; y me arrancaba los cabellos pensando en el instante de mi pri- % mera entrada en aquellos obscuros antros de necedad y jacobinismo. 3 -La revolución fracasaba sin remedio.. . 58. - - 0 Persecución de la masoneria n 1 El dltimo apartado correspondiente al primer grupo con que hemos divi-dido la segunda serie de los episodios, es el relativo a lo que podríamos seña-lar de forma un tanto genérica como persecución de la masonería, pero que S queda muy ceñida a ciertos personajes del mundo Galdosiano, más que a una 2 verdadera rememoración institucional del hecho. Así, por ejemplo, es sintomático lo que en La segunda casacu dice de cierto marqués : -Era familiar de la Inquisición, hombre cruel y absolutista tan fanático, que se pasaba la vida buscando masones por todos lados, y averiguando pi-cardías de liberales para contárselas al Rey. Tenía en 1819 gran privanza en Palacio; pero le hacia sombra Villela, de quien se contaban no sé que mas6- nicas liviandades 5g. Más adelante, y utilizando los mismos personajes, dirá: -Ya nos cayó qué hacer -dijo jovialmente Villela, sacando su caja de tabaco-, porque el señor don Buenaventura va a entregarse a la persecución de masones con un celo lamentable, y ahora ..., ya se sabe ..., vamos a ser masones y jacobinos todos los que no pensamos como él. Seré masón yo, será masón usted.. . - i Yo ! . . . -dijo el Ministro. -Sí; ahora, amigo mío, todo aquel que no tenga la suerte de agradar al señor Marqués.. ., ya se sabe. -Hace tiempo que en esta casa somos tratados como perros todos los que no tenemos esa accndrada admiración y culto que el ínclito marqués de M***. -¿Cómo perros? -O como masones. -Ya se cobrará los favores que ha recibido; descuide usted. Ahora es corriente; todos somos masones. PreparBmonos, señor don Juan Esteban, a que caiga sobre nosotros la familiaridad del familiar 60. Y como remate de la escena unas líneas más abajo prosigue Galdós den-tro del mismo diálogo: -Villela me dijo al despedirme: -El Ministro y yo vamos a hablar de masonería. Si ve usted a don Bue-naventura, denúnciele esta logia. -Pues hablemos de masonería -repitió Lozano sentándose junto a la corpulenta humanidad de su amigo. -Los espías que pago son perros jóvenes que apenas tienen olfato ... Se equivocan siempre. Denuncian un conspirador hereje en tal cual buhardilla; vamos allá, y resulta un ex-abate hambriento que compone villancicos y ro-mances para los ciegos ... Nos hablan de una logia, corremos a ella, y después de rompernos las piernas contra las chimeneas, hallamos un altar donde se adora entre flores y velas a la Santísima Virgen ... O los espías no sirven para el oficio, o la sociedad toda es una mentira, pura hipocresía y enredo ... 61. Respecto a la eficacia de los «espías» de la Inquisición en otro lugar den-tro del mismo episodio dirá: -i Espías! Los de la Inquisición, lo mismo que los del Gobierno, están vendidos a los masones -afirmó Jenara con desprecio ". En esta misma línea, pero en un contexto distinto, es coincidente el pen-samiento Galdosiano cuando dice : -Pucs qué, ¿no es sabido quc los conspiradores, masones, o lo quc sean, burlan la Policía y la Justicia, cual si estuviesen de acuerdo con el Go-bierno? 63. Y como si fuera una confirmación de lo anterior, en otra escena, volverá Galdós sobre este asunto al referirnos lo que sucedía con alguno de esos espías : -Tan lejos estaba el bendito Marqués de tenerme por liberal, como de creer que llovían calabazas. Muy al contrario, me juzgaba empalagado de amor por el absolutismo, y en ley de tal me hacía confidente de sus proyectos y lo bien que le iba saliendo el expurgo y limpieza del Reino. Para que no sospechase, yo me deslenguaba en denuestos e injurias contra los liberales, y alguna vez iba con el cuento de una logia descubierta por mí o de una con-fabulación fabulosa. De este modo favorecía a mis nuevos amigos, porque, si nos reuníamos en tal calle, llevaba yo el soplo de que la cita era a legua y media de allí. De este modo, mientras la logia estaba tranquila, descomunal nublado caía sobre una junta de cofradía o merienda de artesanos pacíficos 64. Concepto popular de los masones Como punto final cn el que se sintetice de nuevo el concepto popular de los masones, se pueden citar algunas expresiones recogidas acá y allá, en las que se identifican los masones con los herejes: -Los herejes y masones son como el humo: les ve uno y no puede echar-les mano 65, con los volterianos : -¡Ay! Aquella noche las almas se desbordaban de gozo viendo destruida la infame facción, muerta la herejía, enaltecido el sacrosanto culto, restaurado el Trono, confundidos volterianos y masones. -iOh! Ver a Madrid limpio de liberales, de gaceteros, de discursistas, de preopinantes, de soberanistas, de republicanos, de volterianos, de maso-nes. ¡Esto era para enloquecer al menos entusiasta! 66, y con ciertos upajarracosu y «gente de mal vivir,: -Se lamentaba de que los revolucionarios fueran tan malos; pero en más de una ocasión le sorprendí en secreto con ciertos pajarracos que a cien le-guas me olían al musguillo húmedo de las logias y a sociedad secreta ... -Algo más sería -afirmó doña María de la Paz con verdadera saña-. Descubrióse que andaba en logias, escribiendo papeles y reclutando gente de mal vivir 6', y donde se establecen ciertos paralelismos entre las logias y los aquelarres: -Sé que me calumnian; sé que algunos se atreven a sostener que estuve en Salamanca en una sociedad masónica.. . ¿Por ventura estas mis venerables canas y esta entereza filosófica que debo a mis estudios son a propósito para degradarse en logias y aquelarres? ". Por último no falta quien califica a los masones de ((infames)) secuestra-dores del rey para implantar la república iberiana: -Y qué trasudores y congojas hubimos de pasar en todo abril, ora cre-yendo segura la llegada del rey con el desquiciamiento de todo el catafalco constitucional, ora sospechando que los infames francmasones nos secuestra-rían al suspirado rey, haciéndole perdidizo en cualquier desfiladero, para encajarnos la república Iberiana, que tanto daba que hablar en los barrios bajos y en los claustros de mendicantes! ". Pero para que la visión negativa de los masones quede un tanto compen-sada, en un cierto momento, Galdós echará un capote, en una escena en la que precisamente se trata de captar a la causa a uno de elos espías y busca-dores de masoness ¡O. Después de observar que era «un suicidio tratar de oponerse al creciente poder de las sociedades secretasu 71, añadirá: -Hazte masón, con reservas, se entiende. No creas que en las sociedades secretas es todo misterio, lobreguez, sangre, horror, barbas luengas, palabras enigmáticas; nada de eso. Hoy, los masones son la gente más cortés y más amable del mundo.. . EL GRANDE ORIENTE Dentro de la división convencional realizada para la segunda scric de los Episodios, el segundo grupo corresponde en su integridad al titulado El Grande Oriente. El hecho de que Galdós en un momento dado dedique todo un episodio al tema de la masonería nos muestra la importancia que da, en la reconstruc-ción de la historia española del primer tercio del siglo XM, al fenómeno de las sociedades secretas, y en especial a la masonería. El equiparar, por así decir, al Grande Oriente con Trafalgar, Bailén o el asedio de Zaragoza o Ge-rona, o con la batalla de Arapiles es todo un síntoma. Sin embargo, la impor-tancia de espacio y lugar tal vez no corresponde en igual medida, ni es equi-valente de una valoración positiva de la masonería por parte de Galdós. Descripción de la masonería Como ya se indicó más arriba. Galdós establece en este episodio una dife-rencia entre la masonería extranjera y la espaiíola, o entre lo que él considera la verdadera masonería y lo que en España respondía al nombre de masone-ría, durante el Trienio Constitucional, que es el período en el que se desarrolla la acción de El Grande Oriente. Ya desde el comienzo hace una expresiva descripción del Grande Oriente español, precisamente a través de uno de sus miembros [dentro ya de la tra-ma de la novela] que solicita la dimisión del mismo: -...Porque estando convencido de que ese Oriente es un centro de liber-tinaje y de anarquía, y tal como está organizado produce efectos contrarios a los verdaderos principios liberales, deseo que se me considere como Her-mano Durmiente y se aparte mi humilde persona de todos los trabajos de la Orden.. . '3. m - Y más adelante añadirá: E -Antes me dejaré matar -dijo Monsalud en un arranque espontáneo-que contribuir a este desorden y figurar en una sociedad que es un hormi-guero de intrigantes, una agencia de destinos, un centro de corrupción e in- E fames compadrazgos, una hermandad de pedigüeños. S - -1 Ah, ya veo, ya comprendo de quién habla usted! -exclamó Sarmiento, E soltando rápidamente la escoba y sentándose frente a su amigo-. Esos intri-gantes, esos compadres, esos pedigüeños, esos hermanos son los masones. Bien, muy bien dicho; todas esas picardías las he dicho yo antes que usted E y las repito a quien quiera oirlas. El Grande Oriente perderá a España, per- ! derá a la libertad, por su poco democratismo, sus transacciones con la Corte, d su repugnancia a las reformas violentas y prontas, su templanza ridícula, su 1 orgullo, su justo medio, su doceañismo fanático, su estancamiento en las pes-tíferas lagunas de lo pasado, su repulsión a todo lo que sea marchar hacia adelante, siempre adelante por la senda constitucional '*. Q g 5 Frente a esta masonería politizada, al menos en dos ocasiones, sale Galdós 0 por los fueros de la que él considera verdadera masonería. En la primera -como hemos visto más arriba- dirá que «que no puede formarse juicio exacto de la masonería por lo que esta institución ha sido en España. Los masones de todos los países declaran que la Sociedad del compás y la es-cuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas. En España, por más que digan los sectarios de esta Orden ... los masones, han sido, en las épocas de su mayor auge, propagandistas y compadres políticos 75. En este caso habla en primera persona; es el propio Galdós el que así se expresa. Un par de capítulos más adelante volverá sobre la misma idea, pero utili-zando a uno de sus personajes -Aristogitón, grado 18-, nombre simbólico masónico que corresponde al protagonista de turno, Salvador Monsalud, quien según la trama del episodio, y en un contexto de historia ficción, presenta en logia una proposición pidiendo al Grande Oriente de Madrid interceda en favor de Vinuesa y demás encarcelados a raíz de una supuesta conspiración absolutista. Es entonces cuando reproduce las siguientes palabras del masón Aristogitón : -Decía que desconfío de que mi proposición tenga éxito aquí, a pesar de ser la expresión más leal y clara del espíritu y de las prácticas constantes de este respetable Orden en todos los países del mundo; y no tendrá éxito, por-que este Gran Oriente y los individuos que en diversos grados dependen de él han olvidado completamente los fines benéficos, desinteresados y filantró-picos de tan antiguo instituto, para desvirtuarlo y corromperlo, haciéndolo instrumento de intereses políticos y de la codicia.. . ' 6 . -El instituto masónico debe ser extraño a la política, debe ser puramen-te humanitario, debe proteger a los desvalidos sin pedirles cuenta de sus ideas, y aun sin conocer sus nombres. Está fundado en la abnegación y en la filantropía. Lo dicen así su historia, sus antecedentes, sus símbolos, que o no representan nada, o representan una asociación de caridad y protección mu-tua. Lejos de practicarse estos principios en España, el Orden se ha olvidado de los menesterosos, constituyéndose en agencia clandestina de ambiciones locas, en correduría de destinos y en.. . ". -Señores masones, o señores liberales templados, que ahora viene a ser lo mismo, sois como aquel emperador romano que se ocupaba en cazar mos-cas, y mientras mortificaba a estos pobres insectos, no veía a los pretorianos que se conjuraban para echarle del trono ... -Poniéndome, pues, en el terreno político, a pesar de creerlo impropio de esta Sociedad; hablando el único lenguaje que entienden aquí, declaro que la persecución de Vinuesa, y mucho más la sañuda irritación del pueblo con-tra ese hombre infeliz, me parecen una desgracia casi irreparable para la li-bertad, un mal gravísimo que este Orden debe evitar a toda costa, princi-piandv por propagar la tolerancia, la benignidad, la cordura, y concluyendo por emplear toda su influencia en pro de los procesados. Si no se hace así, esto que llamamos templo merece que el mejor día entren en él cuatro sol-dados y un cabo, y que después de entregar todos los trastos del rito a los chicos de las calles para que jueguen, recojan a los hermanos todos para Ile-nar otras tantas jaulas en el Nuncio de Toledo". La escena que como se ve va subiendo de tono terminaría con la petición por parte de los «hermanos>, de que el protagonista de semejante escándalo, perdiera en absoluto sus derechos masónicos, petición a la que se adelantaría el propio acusado diciendo : -Me expulsaré yo mismo, abandonando para siempre este Orden inútil, enfermo, podrido, que si aún respira y habla como los vivos, ya infesta como los cadáveres ". Crítica de la masonería Tras esta ((descripción» de la masonería española, Galdós bajará todavía a más detalles en su crítica contra dicha asociación, ridiculizando al máximo sus rituales, al igual que lo hizo en la primera serie de los Episodios. En este sentido demuestra tener un buen conocimiento de los mismos, cosa que, por otra parte, no era de extrañar en la época en que el escribe, pues, como hará constar, los misterios de la Orden habían pasado [cal dominio de las gaceti-llas » 'l. Conocimiento que se hará extensivo a la terminología masónica, a la a m ambientación decorativa de las logias, a las reuniones masónicas, etc. O E Precisamente se servirá Galdós en su crítica, de una de las cosas más sa-gradas de la masonería: la ceremonia de iniciación. - Terminología masónica " Dicha ceremonia va precedida de un doble preámbulo en cuya primera E parte hace una exhibición de terminología masónica, y en la segunda intenta hacer una breve descripción del local donde se iba a reunir la logia. -Todavía no se había descubierto el templo. No era aún la hora de la tenida, y los Hijos de la Viuda, descansando de las fatigas políticas en sus ca-sas o en los cafés, esperaban que la luz astral de la noche marcase la hora 5 propia para los trabajos del Arte Real. Los Maestros Sublimes Perfectos, los " Valientes Principos del Libano o da Jerusalén, los Cabalkros Kadossch, los que antaño se llamaban Gerográmatas, los Hierorices, los Epivames, los Da-douques, los Rosa-Cruz de hogaño, los hermanos todos, desde el Terrible hasta el Sirviente; los aprendices, compañeros y maestros, desde los de ma-llete hasta los de cuchara, estaban ocupados en el ágape doméstico, o bien conversando con sus mopses, jugando con sus lovatones o matando el tiempo en las reuniones profanas, lejos de la verdadera luz. Las estrellas no se habían encendido todavía, ni el mirto eleusiaco exhalaba su aroma. Imperaba la rosa, emblema del silencio, y la imponente exclamación Ossé no había resonado aún bajo las bóvedas orientales. En una palabra (y hablando con claridad para inteligencia de los ignorantes), la sesión de la logia no había empezado todavía. -En la Caverna del Mithra, o sea, el Universo, hay un punto que se llama Mantua, o Madrid, en cuyo punto es evidente la existencia de una calle lla-mada de las Tres Cruces. En esa calle cualquier curioso, aunque no tenga sus oídos abiertos a la verdadera luz, podrá ver una tienda de sastre; y si penetra en ella para que el supremo arquitecto de las levitas le tome medida de una; si durante esa fastidiosa operación alza los ojos a la bóveda del firmamento, vulgo cielo raso, verá sin duda que por aquellos descoloridos y descarados yesos se pasean soles, rayos que fueron de oro, cordones, triángulos, estrellas pitagóricas y otros signos. Al ver esto sentirá en su alma profundísima emo-ción de respeto, y dirá: «Aquí estuvo el gran templo masónico en los tres llarnados años, del 20 al 23s ". Como se ve, en ambos casos, tanto en la exhibición de terminología ma-sónica, como en la descripción del que fuera templo de los masones del trie-nio liberal, el tono, un tanto despectivo, de Galdós da la pauta de lo que va a constituir el relato, que una vez más lo hace abstrayéndose de la escena y asisticndo a la misma como espectadores de la misma: -Siguiendo nuestra relación (y dejando que pasen algunos días después de las escenas últimamente referidas, lo cual nos lleva a los últimos de fe-brero de 1821), nos dirigimos allá. Es temprano: es la hora en que hierven los clubs; la hora en que Lorencini, La Cruz de Malta y La Fontana son otras tantas ollas donde buibujean curi I urriurox~ y rriarearik ~urribidu las pasiories políticas, entre el chisporroteo de las envidias y el resoplido de las ambicio-nes. Todavía es temprano, porque los trabajos masónicos se abren (este tecni-cismo obliga frecuentemente a no hablar en castellano) a hora más avanzada. -Aún está a oscuras el edificio de la calle de las Tres Cruces. Reconoce-mos el vestibulo, la sala de Pcuos perdidos, donde campean los Cuadros 16- gicos, y no hallamos persona viva. Oyense tan solo los pasos de un hermano sirviente que va y viene, poniendo en su sitio las lámparas de aceite que bien pronto se han de llamar estrellas polares, astros o nebulosas. Por último, ve-mos que entra un hombre con ademán resuelto, como persona muy hecha a semejantes lugares y observando que adelanta sin recelo alguno, nos apresu-ramos a seguirle tomándole por guía en el laberinto de galerías y salas. El desconocido se acerca al sivviente, y después de saludarle con signos que no nos es posible determinar, pronunciando una especie de santo y seña, le hace esta pregunta : -¿Está el señor Canencia? -En la Cámara de Meditaciones le hallará usted, señor Monsalud ''. Más adelante y en otro contexto dirá que los masones llamaban al vino pólvora roja; al cañón, y a los brindis, salvas, no siendo fácil ((comprender la misteriosa relación simbólica entre la embriaguez y la artillería)) ''.. Como complemento de lo anterior dirá varios capítulos más atrás: -Tus declaraciones merecen una salva. Echemos pólvora fulminante en el cañón y disparemos. -Los masones llamaban pólvora fulminante al ron. El cañón y la salva ya sabemos lo que eran. -jFuego! -dijo Monsalud, llevando la copa a sus labios. --jFuego! -repitió Campos. -Los del Arte Real, en su tenidas de banquetes, pronunciaban esta voz de mando para indicar los brindis d5. Sin salirnos de la cuestión, y como si Galdós sintiera la necesidad de ma-nifestar su conocimiento de la terminología masónica, en otra ocasión, recoge el siguiente diálogo : -Pues lo pasado, pasado -dijo Campos-. Amigos otra vez. Olvidemos las ofensas que mutuamente nos hayamos hecho. -Pasemos la trulla. -Trulla era la cuchara de albañil, y la idea de pasarla indicaba olvido y perdón de las injurias, idea que bien podía expresarse hablando como la gente. - -Ahora me toca a mi -dijo Salvador. E -Ahora te toca a ti -añadió Campos, sacando dos cigarros habanos y ofreciendo uno a su amigo-. Ahí va esa pólvora del Libano. Fumemos 86. n-- m Dejando a un lado el uso de abreviaturas masónicas, de las que tambiCn manifiesta Galdós estar al corriente "'. volvamos a la ceremonia de iniciación. La cámara de meditaciones Tras este exhibicionismo de tecnicismos masónicos se ocupa Galdós de ridiculizar la célebre Cámara masónica, que siempre ha sido objeto de intri-gas y falsas interpretaciones por parte de cuantos han escrito de la masonería desde fuera. -Le seguimos denodadamente, aunque el nombre de Cámara de Medita-ciones nos da cierta comezoncilla de miedo, por haber oído que es un recinto Z pavoroso que hace enflaquecer el ánimo más esforzado. A pesar de esto, pe- [ netramos detrás del gallardo joven, y desde el mismo instante sentimos tem- " blores y escalofríos al ver una habitación toda colgada de negro, no puede decirse que alumbrada, sino entristecida por macilenta luz. Damos diente con diente y el cabello se nos eriza al observar que en diversas partes de la triste estancia cuelgan, cual objetos en testeros de tienda, cantidad de huesos y calaveras, y que medio esqueleto se apoya contra la pared mirando con desconsuelo al otro medio, o sea, los fémures y tibias que fueron de su per-tenencia y ora yacen en el suelo. -En la sepulcral pieza hay una mesa, y justo a esta mesa se ocupa en burilar una plancha, o sea, extender un acta (hablando a lo cristiano) un viejo de cabellos blancos. No atendemos a las demostraciones amistosas que hace a nuestro introductor, ni a las palabras de éste: por ahora atentos sólo al conocimiento del local, fijamos los atónitos ojos en algunos letreros que entre hueco y hueco adornan las paredes, y leemos: «Si vienes impulsado por una mera curiosidad o por otro móvil aíin peor, retírate; no trates de descubrirla, porque penetraremos tus intencionesn. Volvemos la cabeza y nos sale al en-cuentro otro parrafillo: «Si tu conciencia está tranquila, ¿por qué sientes dis-gusto ante estos despojos que te recuerdan el fin de tu vida?)). Otro letrero dice: «¿Siente tu alma temor? Pues retírate, porque sólo un espíritu fuerte puede soportar las pruebas a que has de ser sometidon. «¿Te hallas dispuesto a sacrificar tu vida en aras del progreso humano?) Una vez hecha la descripción del interior de la Cámara, Galdós nos expli-cará la ceremonia que se preparaba, sin dejar su actitud despectiva, entre crí-tica e irónica hacia unos ritos que tal vez sin llegar a comprender su autén-tico simbolismo, le parecen un ((juego de chiquillosu: -Poco a poco nos vamos familiarizando con el fúnebre y medroso espec-táculo, y echamos de ver que la Cámara, lo mismo que su extkaño mueblaje, tienen cierto sello de arrinconados cachivaches de teatro, dicho sea con per-dón de las humanas calaveras. El polvo que los cubre, el desorden y abandono con que están colocados los huesos y las inscripciones, indican que todo aquello está en lamentable desuso. Era la Cámara de Meditaciones un recinto donde encerraban al catecúmeno para que se preparara su ánimo antes de ser recibido como aprendiz por la congrcgación mnsónica. Lo primero que tenía que hacer el pobre profano una vez que lo metían bonitamente allí, era otor-gar su testamento y contestar por escrito a varias preguntas, con objeto de mostrar su manera de discurrir y los gramos de sal que tenía en la mollera. Formuladas las respuestas, un hermano entraba con el rostro cubierto en la Cámara, y recogiendo aquéllas, las entregaba al Venerable, que ya estaba pre-sidiendo la sesión o tenida. Leíanse las pruebas del talento del neófito, y si no resultaba alguna barbaridad estupenda, concedíanle el goce de la verdadera luz. Aquí empezaba una serie de ceremonias de que la gente de todos los tiempos se ha reído mucho; pero dicen los masones que hasta sus más insig-nificantes gestos y signos tienen un sentido no menos profundo que los ritos de las religiones india, judaica y cristiana. Digan lo que quieran, las ceremo-nias de estas religiones, aun consideradas tan sólo desde el punto de vista artístico, tienen un sello especial de grandeza, e ídealidad; las masónicas, que s610 vagamente responden a una idea filosófica, parecen, por lo general, un juego de chiquillos, dicho sea con perdón de los Vderosos y Soberanos Príncipes @. Ceremonia de iniciación A partir de este momento va a empezar propiamente la ceremonia de iniciación que es calificada por Galdós de csaineten: -Cuando se acordaba que el profano tenía bastante entendimiento para ser masón (y no debían de ser grandes las exigencias del tribunal), vendábanle a mi hombre los ojos para conducirle a la logia, que estaba comúnmente a dos pasos de la Cámara de Medztaciones. Daba el un golpecito en la puerta, y un masón, a cuyo cargo corrían las funciones de primer celador, decía con la voz más campanuda posible: ((Venerable, llaman profanamente a la puerta del templo u. -El Venerable, aunque sabía bien quién llamaba y por qué llamaba, se hacía el sorprendido, diciendo con acento solemne: «Ved quien esu. -Intervenía entonces otro funcionario que se llamaba el guarda interino. Este salía en averiguación del profano forastero que a deshora turbaba la tranquilidad augusta de la logia, y entonces el hermano que acompañaba al neófito decía: ((Es un profano que desea ser iniciado en nuestros secretosu. -Por fin, después que habían mareado bastante al pobre lego, le dejaban entrar, no sin Oque dijera antes su nombre, edad, naturaleza, estado, religión, profesión y domicilio. El hermano que le presentaba ponía fin a su alta mi- E sión con estas palabras: «Ahí os lo entrego; ya no respondo de él». O -Sería molesto y ocioso referir la serie de preguntas que el Venerable, desde la celeste luminosa altura del Oriente, dirigía al neófito. Después de E las preguntas empezaban las pruebas, a fin de ver, según el código masónico, «hasta qué punto la tortura física influye en la lucidez de las ideas del neó- -g fito, y conocer su energía, su carácter,, etc. Aquí venían las figuradas copas % de sangre, los homicidios de mentirijillas, los testarazos que no pasaban de $ broma, los calzces de amargura, cuyo licor ha sido siempre muy conocido en la Fuente del Berro; las abluciones en un pilón denominado Mar de bronce, y otros sainetes, algunos de los cuales recibían el nombre de viajes, y lo eran, en efecto, por los imaginarios países de Babia. Al recién nacido le asistía en tales actos un individuo a quien llamaban el hermano terrible, siendo común % que desempeñara tal comisión y llevase el atroz mote algún bonachón ten- $ dero de la plaza Mayor o manso escribientillo de cualquier oficina w. n Después vendrá el terrible juramento, para cuya promesa dirá Galdós, no 1 es preciso ((hacer el payaso)): 3 O -En seguida juraba el recipiendario prometiendo realizar cosas muy bue-nas, para las cuales no es preciso seguramente hacer el payaso, pues multitud de personas socorren a sus hermanos en la Caverna del Mithra, vulgo Mundo, sin necesidad de que se lo mande un Venerable, ni de que le mareen con pre-guntas vanas después de bailar el minueto entre un Caballero Kadossch y un Príncipe del Líbano. El juramento no era la última ceremonia, pues ningún profano podía dejar de serlo hasta que no le sobaban de lo lindo. Al golpe de los malletes, o sea, martillos de palo, caía la venda de los ojos del neófito y se encontraba rodeado de llamas y espadas 91. Finalmente das pesadeces del rito» concluyen bajo la acerada pluma de Galdós de esta forma: -iTremendo, crítico instante para aquel que creyera iba a ser machado y asado culiniariamente ... ! Pero las llamas eran pintadas y las espadas de hoja de lata. El Venerable, compadecido entonces sin duda de la situación de aquel pobre hermano metido dentro de una hoguera y entre punzantes aceros, pro. curaba tranquilizarle diciéndole que las llamas y espadas no eran otra cosa que una imagen del remordimiento que desgarraría el alma del recién nacido si llegaba a vender los secretos de la Sociedad. Con esto quedaban terminadas las fórmulas, y respiraba con libertad el iniciado viendo concluidas las pesa-deces del rito. Pero a lo mejor tomaba la palabra el Venerable, que era por lo común un hombre, si no digno de veneración, muy convencido de la im-portancia de aquellas comedias, y les espetaba un discursazo, llamado entre ellos pieza de arquitectura, encareciendo la sublimidad de la masonería, y re-velándole algo de lo concerniente al grado primero o de aprendiz. Este dejaba de llamarse Juan o Pedro, y tomaba con singular modestia el nombre de Ca-tón, Horacio, Cocles, Leibnitz u otro cualquier personaje célebre "". Reflexiones sobre el ritual A partir de este punto es cuando Galdós hace esa serie de reflexiones en-tre la masonería extranjera y la española ya recogidas más arriba 93- y en las que Galdós desenmascara la masonería que él vivió de cerca, y la que relata en su episodio, para decirnos que no era otra cosa que (cuna poderosa cuadrilla política», «una hermandad utilitaria~ y «un colosal centro de intri-gas », que no se ocupaba más que de ((política a la menuda)). Dentro de esta misma tónica de crítica un tanto acerada, otro de los pa-sajes donde Galdós se tira a deguello es en una escena en la que el protago-nista de turno -Monsalud- pretende abandonar la masonería, y uno de los máximos responsables de la misma intenta persuadirle de lo contrario: -El creer que esto es una casa de locos no es motivo para querer salir de ella, señorito Aristogitón. Quédate aquf, quédate, sin perjuicio de que in foro conscienciae te rías un poquillo de la parte externa, ¿entiendes? Yo tam-bién, si he de decirte la verdad, me río algunas veces. - Pues si usted se ríe, amigo don Bartolo -dijo Monsalud, siguiendo el consejo del anciano-, es un hipócrita, porque usted es el hermano secretario y orador de la Sociedad; usted es el erudito, el que explica las leyes de la masonería, el consultor general, el que lo sabe todo dentro de esta casa, el que ordena los ritos, el que explica lo que los demás no entienden: usted es el sacerdote, el mago, el patriarca, el senescal, el archimandrita, el santón, el hierofante o no sé qué nombre darle, porque no sé todavía qué especie de religión, secta o jerigonza es ésta. Usted es el que predica cosas enrevesadas y enigmáticas que no entendemos; usted es el que dibuja garabatos en los diplomas: usted, asistido de su ayudante el señor Regato, fue quien puso aquí esos huesos y esas calaveras que están abriendo la boca para decir que las vuelvan a la tierra; usted escribió estos tarjetoncillos y puso las granadas abiertas, las columnas, los triángulos y la soga, y lo que llaman el Delta, el sol, la luna, el dosel, la J y la B, el cirio y demás signos y majaderías. Si des-pués de hacer esto se ríe usted de los masones ..., vamos, se comprende en qué consiste el ser sabio y filósofo 9'. Tras esta nueva exhibición de tecnicismos y críticas despectivas, el remate lo constituye la interpretación Galdosiana del ritual: -¿Tú no sabes que al pueblo, al vulgo, al común de las gentes, o como quiera llamarse a esa turbamulta ignorante e impresionable, es preciso me-terle las ideas por los ojos? Ya es un gran adelanto que hayamos desterrado los símbolos y fórmulas absurdas de las religiones. Para inculcar en esas ca-bezas de estuco el culto y veneración del Ser Supremo, hay que proceder con paciencia. ¿Hemos de decirles que lo mejor es adorar a Dios bajo la bóveda de los cielos? No, mil veces no; mientras haya hombres es preciso que haya m simbolismo, y mientras haya simbolismo es preciso que haya imágenes, o a falta de imágenes, garabatos, cositas raras y de difícil inteligencia ... Vaya, amiguito, no repitas la vulgaridad de que soy un farsante. Equivaldría esta - calurririioxi especie a llamar farsantes al Papa y demás gigantones del catoli-cismo, y no lo son; dentro de su esfera, desde su punto de vista, no lo son. E Lo que yo siento es que la gente va perdiendo el respeto al ritual, y llegará día en que miren todo esto como miran los curas dentro de la sacristía los objetos de su oficio g5. 3 - - 0 m E Tenida ordinaria O n Unas páginas más adelante y en otro contexto, pues ya no se trata de una 1 iniciación, sino de una ((tenida, o asamblea ordinaria, Galdós va a aprovechar la ocasión para hacernos una minuciosa descripción de la decoración interna ; de una logia: n E 5 -La logia era un salón cuadrangular, muy mal alumbrado y peor venti- 0 lado, de techo plano y no muy alto, de paredes sucias y más parecido a cuadra o almacén que a templo de una religión que dicen tenía entonces en todo el mundo ocho o diez mil logias. En los cuatro testeros, otras tantas palabras de doradas letras indicaban los puntos cardinales, correspondiendo el Oriente a la presidencia, presbiterio, sancta sanctorum, altar mayor o como quiera llamársele, a cuyo sitio, más elevado que el resto del local, se subía por tres escalones. Para que todo se pareciera a un recinto religioso serio, había un doselete de terciopelo, en cuyo centro resplandecía un triangulillo, al cual, para hablar con la menor claridad posible, llamaban ellos Ddta. Dentro de él se veían unos garabatos que indicaban el nombre de Dios puesto en hebreo, también para mayor claridad; pero ya es sabido que ningún signo masónico ha de estar al alcance de los tontos. Lo que sí se entendía perfectamente era el sol y la luna, dos caricaturas de aquellos astros pintadas a derecha e iz-quierda del Delta, o como si dijéramos, al lado del Evangelio y al de la Epístola. -En igual disposición respecto al presidente estaban los sitios del her-mano orador y del secretario. Cierto es que las mesillas de que se servían fueran más útiles teniendo la forma cuadrada; mas era indispensable no abandonar el triangulillo siempre que se pudiera, y por eso las mesas eran de tres picos. También tenían un poco más abajo bufetes típicos el tesorero y el hispitalario. En el remoto Occidente, es decir, junto a la puerta, se ele-vaban dos columnas rematando en granadas entreabiertas. Una columna tenía la J y otra la B, letras que al parecer querían decir Juan Bautista, pues tam-bién al precursor del Mesías le metieron de cabeza en la heterogénea liturgia masónica, donde los misterios egipcios y mil desabridas fábulas se mezclan gárrulamente con el mosaísmo, el paganismo, la religión cristiana, la revolu-ción inglesa y la filosofía del siglo de Federico. Junto a las columnas se repe-tían las mesillas triangulares, una para el primer vigilante y otra para el se-gundo. -El techo no carecía de interés. Por encima del doselete destinado a gua-recer la calva del presidente, asomaban unas listas doradas representando los rayos del sol con dudosa fidelidad. En el friso había varios garabatos, obra de indocto pincel, a los cuales se atribuian intenciones de querer expresar los signos del zodíaco; y por debajo de ellos corría, también pintada, una soga, símbolo de unión y fuerza. La estrella pitagórica andaba también de paseo por aquellos altos cielos, testimonio de grandeza del Supremo Demiurgos (Dios), y en su centro llevaba la letra C, significando pos, palabreja que hasta los niños entienden, sin necesidad de aprender, que significa generación. Com-pletaban el sublime ajuar cuatro candelabros con sendas estrellas, que en el mundo ordinario llamamos velas, y, por último, la consabida batería de tras-tos, espada ondulante, compás, escuadra y el ejemplar de los estatutos. No había ventanas, ni más puertas que la de cntrada, porque era de rito el aho-garse Aquí desconcierta un poco que dentro del relativo conocimiento que Gal-dós tiene de los misterios de la masonería, sin embargo, de vez en cuando «hace aguau, a no ser que lo realice expresamente dentro de ese juego de crítica acerada e irónica. Por ejemplo, la interpretación que aquí hace de las columnas J y B, que dice significan Juan Bautista, es totalmente falsa, pues su verdadero simbolismo es el de Jackin y Boaz, imitación de las que Hiram colocó ante el vestíbulo del templo de Jerusalén (Jackin a la derecha, y Boaz a la izquierda) según consta en la Biblia ". Otro tanto podríamos decir del guurdu interino mencionado en la ceremo-nia de iniciación, cuando hubiera sido más justo decir guarda interior. Pero dejando de lado estas minucias lo cierto es que en este y otros pasajes Galdós se mueve en un terreno conocido. Así, habla de tenidas ordinarias y tenidas de Príncipes del grado 31, de la sala de pasos perdidos, del masón que por espacio de algunos meses había estado dormido, del acto de descubrir el templo, etc. g8. Otro tanto se puede decir cuando habla del Venerable o presidente que es descrito con cierta simpatía por Galdós, hasta el extremo de que hasta 1110s atributos y arreos de la masonería, que no tienen comúnmente nada de airo-sos, le sentaban a maravilla)) 99. En cualquier caso el toque de crítica irónica, más o menos fina, no falta nunca, y lo mismo ocurrirá cuando relate la en-trada de los masones en la logia: -Tomaron todos asiento, siendo de notar que algunos tenían mandil y banda, y otros no. Hubo no pocos pasos de baile francés, tocamientos y signos que no describiremos por ser demasiados conocidos 'O0, o cuando describe el ritual de apertura de los trabajos: -El Venerable, usando las fórmulas rituales, mandó al primer vigilante que ase asegurase si el templo estaba a cubiertou, y el primer vigilante, des-pués de hacer la pantomima de salir y volver a entrar, declaró que no llovía, es decir, que el templo estaba libre de entrometidos y que podían empezar ; los trabajos. Un martillazo presidencial abrió éstos en el grado convenido. Z e -El maestro de ceremonias, que era uno de los oficiales dignatarios, re-corri6 los asientos presentando el saco de las proposiciones. Algunos rnasones -g depositaron un papelillo como los que se usan en las rifas domésticas lo'. 3 Tenida de Maestros Sublimes Perfectos B A continuación de la tenida ordinaria, Galdós pasa a describir la que él s llama tenida de Valientes y Soberanos Príncipes, o de Maestros Sublimes B Perfectos, es decir, la que se realizaba en uno de los grados superiores. Pero para que quede constancia del matiz que la envolvía desde el primer mo-mento, la identifica con la política: 5 -Esta noche hay tenida de Maestros Sublimes Perfectos ... Parece que en o Palacio anda la cosa mal y que las Cortes nuevas no serán muy sumisas ... lm. -Duró la reunión de los padres bastante tiempo, porque además de que en ella trataron diversos asuntos de política elevada, hubo admisión de un hermano que había recibido aumento de salario, es decir, ascenso en la escala masónica 'O3. El juicio que Galdós nos da de los grados superiores no varía dentro de su crítica irónica, del expresado al tratar de los aprendices: -La ceremonia de recepción en los grados superiores no era más seria que en el grado de aprendiz, y se hablaba mucho de la Acacia, de la Sala de en medio, de la Luz opaca y otras lindezas. Para explicarlas sería preciso en-trar con brío en la leyenda del Arte Real; pero como ésta y cuanto a ella se refiere es fastidioso en grado sumo, nos limitamos a recomendar al lector se abstenga de ~erder el tiempo averiguando el significado de los millares de emblemas diversos usados por las doscientas o trescientas disidencias O cisma del primitivo francmasonismo, entre los cuales el rito escocés y aceptado, que parece predominante en nuestros tiempos, tiene por liturgia un enredado be-renjenal de alegorías, entre místicas y filosóficas, donde fracasa la más segura y sólida cabeza 'O4. Como se ve no pierde ocasi6n de hacer alusión a las múltiples disidencias o cismas masónicos, y al enredado aberengenal de alegoríasa. También es cla-ro el papel que ocupaba la política en estas reuniones «sublimesa -según la versión Galdós-, pues entre otras cosas tratadas figuraba el castigo de Vi-nuesa y sus cómplices, la disolución del cuerpo de Guardias; los insultos al Rey, las nuevas Cortes, la sociedad de los comuneros, las partidas de guerri-lleros, etc. A lo que Galdós añadirá: -Por supuesto, no habrán resuelto nada. Los Maestros Sublimes Perfectos se parecen al Gobierno como una calabaza a otra. Aquí como allí se procede de la misma manera. Habrán decidido que no conviene absolver a Vinuesa, ni tampoco condenarlo; que no convierie castigar a lus insultadores del Rey, ni tampoco alentarles; que el cuerpo de Guardias está bien disuelto, pero que se debe crear otro; que la mejor manera de acallar el ruido que hacen los comuneros es alborotar mucho aquí; que las nuevas Cortes no son bue-nas, pero tampoco malas, y que la política debe ser exaltada para contentar al populacho, y al mismo tiempo despótica para contentar a la Corte. -Atacas el justo medio, que es el arte político por excelencia, bribón -dijo Campos, riendo-. ¿Tú qué entiendes de eso? Sin este tira y afloja; sin esa gracia de Dios que consiste en no hacer las cosas por temor de hacer-las a disgusto de Juan o de Pedro, no hay Gobierno posible. -En una palabra, los sublimes no han decidido nada. Ya dijo Voltaire hace muchos años: ((La masonería no ha hecho nunca nada, ni lo haráa. Te-nía razón. -Protesto -gritó Canencia.. .-. El buen Arouet no ha dicho semejante cosa. No calumniemos al gran filósofo, señores'0s. Los comuneros: Cisma masónico La Comunería nos la presenta Galdós como una sociedad desgajada de la Masonería; más liberal que ella, y que precisamente había nacido con una finalidad esencialmente política, y con un profundo odio frente a la masone-ría y su forma de actuar. -Yo me marché de la masonería -dijo Regato con firmeza-; yo fomen-té el cisma, yo contribuí a fundar la Sociedad de los Hijos de Padilla, porque la masonería vino a ser rápidamente una sociedad ñoña y que no sirve para nada, como dijo Voltaire. -Señores, esto es una farsa, esto no conduce más que a un servilismo no menos infame que el servilismo del año 14. Aquí se hacen los decretos a gusto de dos o tres maestros del grado sublime; aquí se eligen los diputados; aquí no hay otra cosa que los manejos de cuatro fatuos que mandan y a su gusto disponen de todo. No los quiero citar, porque no hay para qué. Pero ellos quieren establecer el Gobierno perpetuo de los tibios, y adjudicarse todos los destinos. Esto no puede ser, y no será. Hemos fundado la comunería para establecer la verdadera libertad, sin boberías de orden y servilismo encu-bierto; para darle al pueblo su total soberanía, y que se hagan todas las cosas como al santo pueblo le dé la gana; para desenmascarar a tanto pillo farsante, y hacer que obtengan destinos los verdaderos hombres de bien, adictos al sistema. Basta de papeles y comedias bufonas. Nosotros vamos a la verdad, a la realidad. Odio eterno, señores, entre unos y otros; queremos separación eterna, irreconciliable, de los que desterrarori a nuestro querido héroe, de los que contemporizan con la Corte y la Santa Alianza, de los que disuelven el ejército libertador, de los que persiguen a las sociedades patrióticas de La Fontana y La Cruz de Malta, de los que ponen dificultades a la organización de la Milicia Nacional; separación eterna de los que en una mano tienen el libro de la Constitución y en otra el cetro de hierro del Rey neto. Este es el Orden de Padilla; ésta es la Confederación de Padilla, que hará en España la revolución verdadera, que establecerá el sistema constitucional en toda su pureza y pondrá fin el reinado de los pillos e hipócritas. El Orden de Padilla derribará al infame Ministerio de las páginas y de los hilos antes de ocho días, señores ; . . . 'O6. Simbolismo nacional Nuevamente la crítica contra la masonería convertida en una ((sociedad ñoñas, en «una farsas, y en un «juego político de t i b i 0 ~y ~« comedias bufo-nas », destaca frente al programa de actuación de los comuneros. Precisamen-te pensaban éstos que los ritos masones eran anti-españoles y por eso esta-blecerán un simbolismo caballeresco y nacional: -En virtud de este criterio, yu y todos los verdaderos patriotas hemos dado de lado a la masonería para fundar la grande y altísima, por mil títulos eminente y siempre española sociedad de Los Comuneros 'O'. La constitución de la Confederación comunera o de los caballeros de Pa-dilla es igualmente recogida por Galdós a través de un rápido diálogo: - i Confederación ! i Padilla ! ¿Qué ensalada es ésa? -En el primer artículo de los Estatutos se dice que nos reunimos y nos esparcimos por el territorio de las Españas, con el propósito de imitar las vir-tudes de los héroes que, como Padilla y Lanuza, perdieron sus vidas por las libertades patrias. -¿Y la Confederación se divide en talleres? -¿Qué talleres? Eso es cosa de artesanos. Aquí todos somos caballeros. Llámase nuestro jefe el Gran Castellano; la Confederación se divide en Co-munidades, éstas en Merindades, éstas en Torres, y las Torres en Casas Fuer-tes. Todo es caballeresco, romancesco, altisonante. Si la masonería tiene por objeto auxiliarse mutuamente en las pequeñeces de la vida, nosotros nos reunimos y nos esparcimos, así mismo se dice ... para sostener a toda costa los derechos y libertades del pueblo español, según están consignados en la Constitución política, reconociendo por base inalterable su artículo tercero. Nada de empeñitos; nada de lloriqueo de destinos, ni de asidero de faldones. El artículo diecisiete del capítulo segundo dice que ningún caballero interesará el favor de la Confederación para pretender empleos del Gobierno. ¿Qué tal? Esto sc llama catonismo. iHombrcs incorruptibles! iPl6ynde ilustre! Tene-mos Código Penal, alcaides, tesoreros, secretarios. Nuestras logias se llaman Fortaleza, a las cuales se entra por puente levadizo nada menos 'O8. El cuadro será completado más adelante cuando Galdós nos recuerde que: -Los comuneros querían reformar la Constitución, porque no era bas-tante liberal todavía. Los ministeriales (nos referimos a la primera mitad de 1821) o doceañistas, o si se quiere los masones, convencidos de que su Cons-titución era la mejor de las obras posibles, y que la mente no concebía nada más perfecto, querían que se conservase intacta y sin corrección ni reforma como la naturaleza.. . -Los comuneros, que nacieron del odio a los masones, como los hongos nacen del estiércol, creyendo que los ritos y prácticas de la masonería eran una antigualla desabrida, antiespañola, prosaica y árida, imaginaron que les convenía establecer un simbolismo caballeresco y nacional, propio para exal-tar la imaginación del pueblo y aun de las mujeres, que por entonces tenían parte muy principal en estos líos. Siendo la representación primaria de los masones un templo en fábrica y los hermanos, arquitectos o albañiles, for-maron los comuneros su partido de Comunidades, divididas en Merindades, Torres y Casas Fuertes, y a sus logias llamaron Castillos y a sus Venerables Castellanos, Alcmdes a sus Vigilantes, y así sucesivamente. En los ritos y ce-remonias modificaron todo lo que hay de teatral en la masonería, dándole forma caballeresca, e ideando ilusorias fortalezas, puentes levadizos, barba-canas, recintos, salas de armas, cuerpos de guardias, almacenes de enseres y demás mojigangas, todo creado por sus exaltadas fantasías; de tal modo, que más que militantes caballeros parecían rematados locos. -Su color distintivo era el morado, así como los masones adoptaron el verde. La Asamblea general recibía el nombre de Alcázar de la Libertad, y el recinto donde se reunía, llamado Plaza de Armas, estaba adornado con em-badurnados lienzos y telones, representando torreoncillos con banderolas, lan-zas y las indispensables inscripciones patrioteras. En Presidente llamaba a los socios la guarnición, y a los neófitos, reclutas. Abríanse y cerrábanse las se-siones con fórmulas que harían reír a la misma seriedad, siendo de notar principalmente el parrafillo con que se despedían después de discutir larga-mente sobre mil innobles temas sugeridos por el egoísmo, el hambre o la envidia: ((Retirémonos, compañeros, a dar descanso a nuestro espiritu y a nuestros cuerpos, para restablecer las fuerzas y volver con nuevo vigor a la defensa de las libertades patriasn lag. Ni siquiera en esta ocasión deja Galdós de hacer constantes referencias a la masonería de la que cmpicza dicicndo que atiene por objeto auxiliarse en ? E las pequeñeces de la vidar, para concluir aludiendo una vez más a la teatra- E lidad de sus ritos y ceremonias. n-- m O Finalidad política Pasando por alto la ((iniciación comuneran 11° de la que Galdós se ríe en 5 igual medida que cuando se ocupó de la iniciación inasónica, encontramos al- %- gunos rasgos rápidos con los que Galdós intenta dibujar el entorno comunero. Así respecto a la posible derivación política de ayuda mutua, de concesión de E destinos, como ocurría en la masonería, Galdós -en boca de Regato, uno de E los fundadores de la comunería- será tajante: n -La comuneria es pobre; no da destinos "l. A Con relación al ideal comunero nos dirá que era el establecimiento de la República : 0 -Yo propongo a nuestra Asamblea que cesen las contemplaciones con la 2 Corte y que se dé el grito de i Viva la República!. . . -¿Os aterra la palabra república? Pues yo digo que a mí no me ha cau-sado nunca terror esa palabra, ni me aterra hoy. Perdamos el miedo y sere-mos fuertes. Amenacemos y nos temerán. Somos los más, somos lo más gra-nado de la España liberal. La Europa nos contempla, el Piamonte nos imita, Nápoles nos copia, Portugal se llama nuestro discipulo. Señores, seamos dig-nos de la Europa liberal, y ante nosotros temblarán el Trono y los masonesr.. . -No creáis que la idea republicana es nueva en España. Padilla y Lanuza, nuestros maestros, fueron republicanos. Viniendo a los tiempos modernos, en la proclamación de los derechos del hombre hecha por Muñoz Torrero en las Cortes del año 10 veo yo también la idea republicana ... "'. Los anilleros Frente al partido de los masones y de los comuneros, de repente -dirá Galdós- apareció un tercer partido, llamado de los anilleros ((que quiso mo-dificar la Constitución en sentido restrictivo, aspirando a una especie de transacción con la Corte y la Santa Alianzan "3. De hecho apenas se ocupa Galdós del partido anillero o de los amigos de la Constitución, si no es para decir que dicha Sociedad de los Amigos de la Constitución respondía «a la necesidad imperiosa de establecer un término medio entre las antiguas leyes, que viven encarnadas en el país, y los princi-pios liberal es^ "(. El mencionar a los anilleros no es, pues, para Galdós, sino el motivo para establecer las diferencias existentes entre masones, comuneros y anilleros que se reducían fundamentalmente a la postura adoptada por cada uno de los grupos ante la Constitución. Los comuneros querían reformarla porque no era bastante liberal, los masones (ministeriales y doceañistas) querían que se conservase intacta, y los anilleros querían modificarla en sentido restrictivo aspirando a una especie de transación con la corte y la Santa Alianza. Personajes históricos Al margen de los diferentes matices de unas sociedades u otras, Galdós deja claro que das sociedades secretas ... hacen y deshacen todo, "5. Y al ha-blar de sociedades secretas no incluye en ellas a las clientelas que frecuenta-ban los cafés patrióticos: La Fontana, Malta, etc., de los que apenas se ocupa en un par de ocasiones 116, si bien es cierto que para esas fechas había ya dedi-cado a ellos -diciembre 1870- precisamente su primera novela: La Fonta-na de Oro que ya entonces fue juzgada, por su naturalidad, precisión y clari-dad de estilo, como una novela perfecta. Sin embargo, Galdós no desperdicia la ocasión de sacar a relucir en El Grande Oriente algunos nombres como Romero Alpuente, Alcalá Galiano, Argüelles, Calatrava, Feliú, Regato, Vinuesa, Riego, Cano, Toreno, Quintana, Valdés, San Miguel, Flores Estrada ... "' que no siempre son definidos con ex-cesivo cariño cuando son juzgados por sus contrincantes ideológicos, como es el caso de la estima que a los comuneros merecían Calatrava descrito como «un bajo aduladorn, Feliú «un traidorzuelor, Martínez de la Rosa «un man- drian, Cano Manuel «un bobon, Torero «un pedante^^, Argüelles ((un em-bustero~.. . Durante el Trienio Constitucional (1820-23) -nos dirá Galdós ya casi al final de El Grande Oriente- ((había, según los datos más verosímiles, cin-cuenta y dos diputados masones. De los ministros, la mitad por lo menos car-gaban el mandil. Pocos eran entonces los hombres notables por su talento oratorio o por su pluma, que no doblasen la cerviz ante el misterio eleusíaco, y muchos que después han figurado en los partidos reaccionarios, adoraron la Acacia. Tal fue el atractivo del Orden masónico, que aún se dice trataron con él clérigos no apóstatas y un general de franciscos que después fue arzobispo. Para que nada faltase, los del Arte Real vieron en las logias a un Infante, que recibió el nombre de Drach, con la risible particularidad de que le llamaban Bracón. Un general muy célebre era designado Bruto IZ. Puede dudarse que el mismo Fernando VI1 recibiese salario masónico; pero no que los nombres más ilustres y respetables del presente siglo, los nombres de Argüelles, Ca-latrava, Quintana, San Miguel, Flores Estrada, Galiano y otros figuraron en las listas de maestros, siendo probable que todos ellos fueran Sublimes Per-fectos~ U9. n-- - Aquí nuevamente Galdós vuelve a estar influido por Alcalá Galiano quien es el que adelanta estos nombres, alguno de los cuales lo desmintió ya en su i tiempo de modo enérgico, como ocurrió con el general de los franciscos, Fray Cirilo de Alameda, desmentido que recoge el propio Galdós en nota, como 5 dándonos a entender la fuente en la se había inspirado para su novela. Este 1 hecho indirectamente nos puede cuestionar la validez documental historiográ- B E fica de la versión Galdosiana de la época, fuertemente marcada por la obra de Alcalá Galiano, que al fin de cuentas tomó una parte política bastante activa en los sucesos que reconstruye Galdós. De ahí que la versión de los mismos tal vez necesite de un estricto análisis crítico y matización valorativa. que nos dé la justa medida de las Memorias, de Alcalá Galiano, género que normal- $ mente suele tener una finalidad de autojustificación, no siempre fiel a lo acaecido. E 5 Características del tercer grupo Con El Grande Oriente se cierra, por así decir el gran cuadro, medio cos-tumbrista, medio histórico, en el que Galdós quiso describir con su minucio-sidad y maestría características la acción política de las sociedades secretas españolas del trienio constitucional, y en especial de la masonería, de la que hace un retrato no excesivamente favorable. A partir de este momento y en el resto de los episodios que componen la segunda serie, el hecho masónico pasa a un plano más secundario, si bien sigue estando presente todavía tanto en Los cien mil Hijos de Snn Luis, como en Un voluntario realista, en Los Apostólicos, y finalmente en Un faccioso más y algunos frailes menos. De nuevo la conspiración Por lo que respecta a Los cien mi2 Hijos de San Luis, cuya acción lógica-mente se sitúa en 1823-24, las alusiones a la masonería giran más o menos sobre los mismos motivos, como, por ejemplo, la conspiración contra el rey absolutista. Refiriéndose a Bayona, que es considerada como ((verdadera antesala de nuestras revolucionesr, dirá que sin embargo, nunca había visto ((degradación y torpeza semejantes a las del tiempo de Eguía, que merecieron en aquel en-tonces el siguiente comentario: ((Felicite usted a los francmasones, porque mientras la salvación de Su Majestad siga confiada a las manos que por aquí tocan el pandero, ellos están de enhorabuena)) 12". Más adelante dirá que los francmasones habían seducido a la plebe, y que Su Majestad, por dondequiera que iba, no oía más que denuestos 12'. Y pre-cisamente a raíz de los sucesos del 19 de febrero, cuando «se alborotaron los comuneros y masones porque éstos querían sustituir a aquéllos en el Minis-terio)) 'l", recoge un diálogo popular en el que resulta sintomática esta frase: -Me parece que usted con sus viajes a Francia y sus relaciones con los ministros dcl libcral y filósofo Luis XVIII, se nos está volvicndo francmasona -dijo don Tadeo entre broma y veras-. -Amiguita, usted se nos ha rfrancmasoneado~ -me dijo el astuto intri-gante dando cariñosa palmada en mi manolB. Esta escena que nos indica un poco la proyección popular de la masonería y sus síntomas, tiene su continuación unas páginas después : -Saliendo de misa de San Isidro, me vi insultada y seguida por una turba de mujerzuelas feroces sólo porque llevaba un lazo verde. El color verde era ya el color de la ignominia, como emblema del liberalismo, que tantas veces había escrito sobre él ((Constitución o muerte)). Vi maltratar a un joven de buen porte sólo porque usaba bigote, y desde aquel día el tal adorno de las varoniles caras fue señal de francmasonismo y de extranjería filosófica m. Esta escena nos recuerda lo que Patricio de la Escosura relata por esa misma época cuando dice que una turba de realistas asaltó a Ventura de la Vega en la Puerta del Sol «por dejarse crecer el pelo y llevar melenas, crimen reputado a la sazón como infalible síntoma de masonismo)) lZ5; escena a la que aludirá también Galdós en Los ApostUlicus, cuando hablando de Veguita refiere que «le llevaban preso por tener la audacia de dejarse las melenas largas, al uso masónico)) "6. La intervención extranjera en defensa del rey español hace que salte a la escena Galdosiana una nueva sociedad secreta: los carbonarios, si bien ape-nas se ocupa de ella, si no es para decir que «los carbonarios extranjeros, que andaban por España, unidos a otros perdidos de nuestro país, habían formado una legión con objeto de hacer frente a las tropas francesas. Constaba aque-lla de 200 hombres, tristes desechos de la ley demagógica de Italia, de Francia y de España ... Pasma la inocente credulidad de los carbonarios extranjeros y de los masones españoles)) '?:. Y un poco más adelante añadirá aque los masones primitivos o descalzos estaban en gran pugna con los secundarios o calzados y ambos con los carbo-narios y comunerosn lZ. Tanto aquí como en otras varias alusiones a la comunidad masónica lZ9, o a la Orden de la Acacia, en la que incluye a Mina los masones se presentan no sólo divididos sino sin fuerza, ni influjo para contener la agresión extran-jera y evitar la huida del Gobierno a Andalucía, lo que será aprovechado por $ Galdós para incidir en la visión quc dc los masoncs tcnían los pcrsonajcs que encarnan la clase popular: O E 5 - i Qué se escapan ! . . . Los patriotas. los más malos de todos, los ateos, ; blasfemos, los republicanos, los masones, los regicidas, los enemigos del Rey.. ., $ los que querían matarle 13'. 3 Lihernles y absolutistas O A partir de este episodio la trama de los tres restantes se encuadra en la lucha entre realistas y liberales; lucha que afecta tanto a los partidarios de Fernando VII, como a los de su hermano don Carlos. Y aquí resulta curioso f cómo entre los personajes Galdosianos, tanto los populares, como los absolu-tistas -en su doble vertiente- se establece una especie de igualdad o deno- 5 minador común que abarca a liberales, jacobinos y masones, como si fueran términos sinónimos. Igualmente hay una cierta identificación dc la masoneria ---dueña del Trono, del Gobierno y del Ejército- con la herejía, la demo-cracia, la revolución e incluso con el comunismo. Algunos ejemplos pueden servir de ilustración: -¿Acaso podrán levantarse otra vez los liberales? No se levantarán. Pero los masones tienen minado el Trono. -¡El Trono! -exclamó Pepet lleno de confusión-. Es el más seguro del mundo. -Tal vez no. -i No tenemos Gobierno absoluto? -A medias: Gobierno con puntas de masónico, que no se decide a poner la Religión por encima de todo ... -No gobiernan los liberales, es verdad; pero ello es que, sin saber cómo gobierna su espíritu, y las sectas, las infames sectas masónicas, no han sido destruidas. El Ejército, que se compone absolutamente de masones, no ha sido disuelto y desbaratado, y en cambio están sin organizar los voluntarios realistas. --Andan sueltos muchos, muchísimos que fueron milicianos nacionales y asesinos de frailes y monjas, y la masonería se extiende hasta el mismo Tro-no, hasta el mismo Trono.. . 132. -Dcsde la guerra de la Indepcndcncia cl Ejército, lo mismo que la Ma-rina, están carcomidos por la masonería. La revolución del 23 obra fue de los masones militares; las intentonas de estos años también son cosa suya, y en estos momentos, señores, se está formando una sociedad, llamada la Confe-deración Isabelina, en la que andan muchos pajarracos de alto vuelo y que por el rotulillo ya da a entender adónde va lS. --Veo que mira usted mis charreteras. .. i Ah ! , desde hoy las considero como una deshonra.. . No puedo servir a dos señores.. . Fuera de mí, insig-nias de vilipendio, que me parecéis emblemas de un orden masónico '". -De los jefes militares importantes trataba a algunos, y con varios de ellos tenía conocimiento que rayaba en amistad, por antiguo compañerismo en el Grande Oriente masónico del 22 lSs. La obsesión masónica dentro de esa lucha o enfrentamiento que llevó el absolutismo contra toda ideología que le fuera contraria vuelve a quedar plas-mada tanto en Un voluntario realista, como en Los Apostólicos: --Dígame usted: ¿no está la Corte minada por los masones? ¿Es cicrto, como nos han dicho, que si los masones triunfan, destruirán todo, y no deja-rán en pie nada de lo que hoy existe? Los masones no triunfarán '". -Don Tadeo pierde cada día su fuerza, y el Rey se está haciendo todo mantecas, a medida que la gente de orden y el respetabilísimo clero ponen los ojos en el Infante, única esperanza de esta nación francmasonizada y hecha trizas por el ateísmo 13'. -Es lo que yo digo: divídase el partido del orden, y tendremos a los masones tirándonos de la nariz.. . lm. -No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este Gobierno por el camino de la francmasonería, sean perseguidos los buenos españoles. Ese pobre Rey se ha entregado en manos de la herejía y del democratismo 13g. "7 D * * * E O n -Le expuse la situación del país, anhelante de verse gobernado por un Príncipe real y verdaderamente absoluto, que no transija con masones, que no admita principios revolucionarios, que cierre la puerta a las novedades ... lkO. Precisamente una de las peroratas que pone Galdós en boca de uno de los e realistas, alude a esta situación de enfrentamiento: 3 -Nos dijeron que se iba a emprender una guerra grande, gloriosa ... ipum!, una gue
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Calificación | |
Título y subtítulo | La masoneria en las dos primeras series de los episodios nacionales de Galdós |
Autor principal | Ferrer Benimeli, José A. |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del segundo congreso internacional de estudios Galdosianos I |
Numeración | Congreso 02. Volumen 1 |
Sección | Ponencias |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1978 |
Páginas | P. 060-118 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 3538979 Bytes |
Texto | LA MASONERIA EN LAS DOS PRIMEKAS SEKlES DE LOS EPISODIOS NACIONALES DE Galdós José A. Ferrer Benimeli I N T R O D U C C I O N Uno de los problemas que tiene planteada la historia de la masonería española contemporánea es la reconstrucción de su pasado decimonónico, y en especial el del primer tercio del siglo, debido a la escasez de fuentes docu- E mentales directas. Es cierto que existen algunos papeles de archivos masóni- $ cos, así como de la Inquisición y de la policía de la época, pero, sobre todo, ! estos dos últimos están marcados por las directrices legislativas de condena y persecución de la masonería, lo que exije un cuidadoso trato e interpretación de los mismos, para no incurrir en las manipulaciones que de este material han hecho algunas escuelas historiográficas neomenendezpelayistas más preo-cupadas de Españas posibles que de la verdadera realidad española del mo-mento. En particular este problema se agudiza en el período correspondiente al reinado de Fernando VII, que es el más polémico por el tratamiento histó-rico que ha recibido por las diversas tendencias histórico-ideológicas. En este sentido, y para este tema concreto, se impone, quizá más que en otras ocasiones, el recurrir a los escritos de los contemporáneos, o de los que no excesivamente lejos del momento relataron los acontecimientos de la época a través de memorias, currespondencids, apuntes históricos de la pren-sa, e incluso de la novelística, sobre todo si, como en el caso de Pérez Galdós, se trata de la llamada novela histórica. Dado que Galdós se ocupa de esta parcela de nuestra historia en sus Epi-sodios Nacionales hace que pueda ser de cierta utilidad el que intentemos acercarnos a ella llevados de su mano. El hecho de que nos ciñamos a sólo las dos primeras series radica en un doble motivo. En primer lugar porque en ellas trata precisamente de este período. Y en segundo lugar, porque estas dos primeras series forman un bloque no sólo histórico en cuanto al período que rememoran (1805-1834), sino también con relación a las otras series de los mismos episodios, pues no en vano transcurrieron veinte años entre la redacción de las primeras y su continuación en las tres series siguientes. Galdós Y LA MASONERIA EN LA PRIMERA SERIE DE LOS EPISODIOS Galdós como historiador El hecho de implicar a Galdós en la historia de la masonería española de principios del siglo XIX nos obliga a una aclaración inicial. No se trata, por lo tanto, de hacer un análisis de crítica literaria, ni de un mero estudio de la novela Galdosiana, sino de considerar a GaIdós como una posible fuente de información histórica. Dicho dc otra forma, si se puede estimar a Galdós co-mo historiador, y en este caso, como historiador, o al menos informador, de una parcela tan concreta de nuestra historia, como es la de la masonería en el primer tercio del siglo XIX. Es decir que no se trata tanto de poner sobre el tapete la cualidad de Galdós como historiador en general, sino como historiador o fuente infnrma-tiva de un tema tan polémico como es la masonería, y por el que además manifiesta una curiosa y particular inclinación. Creo que no es éste el lugar para polemizar sobre si Galdós es o no histo-riador; sobre si reúne las condiciones que se exigen a un historiador. Pues por poco que se conozca su vida, sus viajes, su espíritu de observación, sus inquietudes políticas ..., está fuera de duda que demostró tener una sagacidad especial en la búsqueda de las fuentes históricas, e incluso en la reconstruc-ción de los escenarios urbanos, bélicos, etc. Sagacidad que le impulsó a una especie de necesidad de hacer historia, mediante una técnica consumada tanto en la utilización de las verdades recogidas, como en la selección de las mis-mas, y finalmente en la exposición clara y sustanciosa de los sucesos. No olvidemos que los Episodios Nacionales, aparte de suponer casi la mitad de la gigantesca labor literaria de Galdós, fvrman la parte más orgánica y trabada de la misma. Y además constituyen la menos discutida por la crí-tica; la parte aceptada sin reservas por todos los públicos, cualesquiera que sean sus ideologías. Galdós historió todo el siglo XIX español mereciendo la admiración de Mesonero Romanos, quien no podía menos de maravillarse de que el autor de los Episodios «sin haberlos vivido)), conociese tan bien aquellos tiempos a los que Mesonero consagraba un auténtico culto. El propio Mesonero Ro- manos, en sus Memorias de un setentón, refiriéndose a alguno de los Episo-dios de la segunda serie, en concreto a las Memorias de un cortesano de 1815, llega a decir textualmente: «En él ha sabido trazar un cuadro acabado de aquella Corte y de aquella época, en que no se sabe qué admirar más, si la misteriosa intuición del escritor, que por su edad no pudo conocerla, o la sagacidad y perspicacia con que, aprovechando cualquier conversación o in-dicaciones que hubo de escuchar de mis labios, ha acertado a crear una ac-ción dramática con tipos verosímiles, casi históricos, y desenvolverla en situaciones interesantes, todo con un estilo lleno de amenidad y galanura)). Ciertamente este juicio tiene tanto más valor cuanto que corresponde al período objeto de este estudio. Pérez Galdós nació el 10 de mayo de 1843. La primera serie de los Episodios abarca la Guerra de la Independencia, desde Trafalgar hasta la batalla de Arapiles; en tanto que la segunda serie hace lo propio con el periodo histórico comprendido entre los años 1813 y 1834; es decir que los sucesos que, tanto en la primera como en la segunda serie, re-lata Galdós son anteriores a su nacimiento, y por lo tanto no los vivió de : N cerca, cosa que no ocurre con las otras series de los Episodios, especialmente la cuarta y la quinta. O Por otra parte las dos primeras series de los Episodios fueron escritas de enero de 1873 a diciembre de 1879, lo que nos planteará la cuestión de saber no sólo hasta qué punto se puede considerar como fuente de información i histórica, sino, sobre todo, si la agitada historia político-masónica del mo- i mento influyó en la historia de ese pasado rememorado por Galdós en los 1 veinte volúmenes que integran estas dos primeras series. - - A la primera cuestión -como afirma Sáinz de Robles- hasta ahora ni el más sutil de los historiadores ha podido acusar a Galdós de apartarse de la verdad o de tergiversarla. Ya que Galdós, aun cuando une a lo histórico lo E novelesco, no los confunde. En cada Episodio Galdosiano el lector sabe en seguida hasta dónde llega la verdad, y dónde empieza la ficción; cuáles son los personajes históricos, y cuáles los novelescos. A n Por esta razón al estudiar el tema concreto de la masonería, es fácil dis-tinguir lo que proviene de los personajes inventados por Galdós, de lo que tiene o quiere tener de rememoración histórica del pasado. Y es aquí cuando la segunda cuestión que nos planteábamos necesitaría de un ulterior desarro-llo. Es decir, cuáles son las fuentes en las que se basa Galdós cuando habla de masonería, y cuál es el influjo que sus posibles vivencias personales o am-bientales del decenio 1870-1880 -que es cuando escribe- se reflejan como trasposición histórica a los primeros años del siglo XIX, que es el período relatado. Es fácil que Galdós adquiriera algunos de sus conocimientos históricos -aparte de en las informaciones directas que le proporcionaron algunos de los protagonistas del momento como hizo Mesonero Romanos- en las obras del conde de Toreno, de Alcalá Galiano, del marqués de Miraflores, de la condesa de Espoz y Mina, del general Fernández de Córdoba, etc. -libros todos de fácil acceso en los tiempos en que escribía el novelista-, o en la prensa del momento: El Zurriago, el Nuevo Diario, La Colmena, El Procu-rador General del Rey, El Restaurador, El Censor, El Espectador, El Impar-cial, etc., etc. Pero es igualmente fácil que Galdós tomara partido a la vista de los acontecimientos que estaba viviendo España en esos momentos; o incluso que ambas fuentes -las del pasado y las actuales- se aglutinaran en una simbiosis armónica. La Masonería como tema Galdosiano Una de las cosas que más llama la atención al leer los Episodios es la pre-sencia constante de la masonería en la mayor parte de los mismos. Presencia que tendrá en algunos más incidencia que en otros, pero que va tomando protagonismo de una forma progresiva hasta alcanzar, por así decir, el punto culminante en el Episodio que está dedicado íntegramente a la masonería: El Grande Oriente. Quiz6 una de las preguntas que nos podemos hacer es el poi quC de esta preocupación masónica de Galdós. ¿Es que él era masón, como algunos han insinuado o incluso afirmado? O más bien está fuertemente influido por Al-calá Galiano, quien a su vez, se puede decir está igualmente obsesionado por el tema de la masonería, que desarrolla con amplitud y minuciosidad tanto eii sus Recuerdos de un unciuno, como en sus Memorias, y en donde se con-fiesa pertenecer a la Orden del Gran Arquitecto del Universo? Es importante recordar la amistad que unió a Galdós con José Alcalá Galiano (nieto de don Antonio), con quien realizó alguno de sus viajes a Inglaterra, concretamente en 1883. En cualquiera de los casos, lo cierto es que Galdós se ocupa de la niaso-nería, con más o menos amplitud, en la primera serie, en Bailén, Napoleón en Chamartin, Cádiz y La Batalla de Arapiles; y en la segunda serie en Me-morias de un cortesano de 1815, La segunda casaca, El Grande Oriente, Los Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un fuccioso m& y algunos [ruiles menos. Se nota una mayor incidencia del tema en la segunda serie, y la razón es de fácil comprensión dentro de la lógica Galdosiana, y de la dinámica de los propios Episodios, a través de sus escenarios y de sus protagonistas. El personaje central o protagonista de la primera serie, Gabriel Araceli, con su sencillez, falta de instrucción, su desdicha paralela a su bondad y hon-radez, representa a la nueva clase social nacida de la epopeya de la Guerra de Independencia, en la que entraron tantos y tan dispares elementos, entre ellos la propia masonería. Pero durante la epopeya nacional la incidencia de la masonería en la parte no francesa de la península es mínima; de ahí que no se refleje tanto la temática masónica en esta primera serie, y que cuando lo haga sea casi siempre bajo el genérico nombre de sociedades secretas. Sin embargo en la segunda serie el protagonista será Salvador Monsalud, vehemente, con su deje de patetismo, que viene a ser como el símbolo de las nuevas tendencias constitucionales, en lucha contra el despotismo. Y aquí el papel a desarrollar por la masonería, tanto en su aspecto histórico, como en el puramente novelesco es más coherente, ya que la trama revivida por Galdós está íntimamente ligada con las pasiones políticas que agitaron a blancos y negros, a carlistas y cristiarios, a republicanos y monárquicos, y con las preocupaciones religiosas y las inquietudes de clases. Por esta razón ia masonería con su ideología liberal y su carácter secreto -óptimo para la conspiración- está mucho más presente en la segunda serie, donde cierta-mente se puede decir que es elevada incluso a categoría de protagonista. Cejador juzgando los Episodios, con su acostumbrada sinceridad arago-nesa, dirá que ((Galdós no falsea los acontecimientos ni los personajes. Podrá, acaso, alguna vez, engañarse, como los historiadores se engañan; pero ha I bebido las noticias en los mismos documentos que los historiadores, y ha i sabido, mejor que ellos, darnos el espíritu, la visión artística de la Historia ... Lo que logró hacer Gald6s es la historia interna y viva de los pueblos ... n. - m O E Pues bien, dentro de este contexto de confianza otorgado a Galdós, es importante distinguii tres aspectos al analizar el tema de la masonería que ; tanto le preocupa o -al menos- al que tanta atención dedica. El primero lo f que nos dice de la masonería por boca de sus protagonistas masones; segun- - do lo que de la masonería dicen los personajes procedentes del pueblo y del clero; y tercero lo que piensa el propio Galdós y así lo manifiesta cuando i haciendo un paréntesis en la trama de la novela episódica correspondiente, se toma la libertad de dar juicios de valor sobre la masonería o incluso cuando s traza rápidas pinceladas de su historia interna. Como un ejemplo que sintetiza lo anterior en una misma escena, puede servir la siguiente, tomada de Bailén : n 0 E -Oye tú Marijuán - dijo otro. ¿Sabes lo que decían en Sevilla? Pues de- 5 cían que la Junta se iba a poner de compinche con las otras Juntas para ver de quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual po-demos hacer nosotros «sin necesidad de que vengan los franceses a enseñár-noslo~ [Palabras de la Junta Suprema de Sevilla]. -Así ha de ser -observó Santorcaz-. Me han dicho que en Sevilla hay sociedades secretas. -¿Qué es eso? -Ya sé -replicó uno-. Tiene razón don Luis, en Sevilla hay lo que se llama «flamasones~h, ombres malos que se juntan de noche para hacer ma-leficios y brujerías. -¿Qué estás diciendo? No hay tales maleficios. Mi amo iba también a esas juntas, y cuando su mujer se lo echaba en cara, respondía que los que allí iban eran al modo de filósofos, y no hacían mal a nadie. -Pues en Madrid las sociedades secretas están todavía en la infancia, añadió Santorcaz. En Francia las hay a miles y todo el mundo se apresura a inscribirse en ellas l. La masonería como polémica popular El concepto que de la masonería tienen los personajes de Pérez Galdós queda expresado en dos vertientes contrapuestas, que por otra parte resultan tan históricas como actuales, pues encajan perfectamente en la polémica po-pular del desconocimiento que en España ha habido tradicionalmente acerca del sugestivo tema de las sociedades secretas y en particular de la masonería. Por una parte está el aspecto de la masonería que podríamos denominar positivo, y que se resume en la identificación de los masones con los filósofos, los liberales y de cuantos desean hacer desaparecer Iris injusticias de la sacie-dad en que viven, recurriendo si es preciso a la conjura e incluso a la revolu-ción, para por medio de las sociedades secretas reformar el Gobierno de España. La otra vertiente del concepto Galdosiano de la masonería nos viene dada por los palabras quc ponc cn boca de sus personajes procedentcs del pucblo. En la masonería, en este caso, no hay nada de positivo. Los masones son con-siderados por el pueblo como brujos, tunantes, mentirosos y falsarios, jugado-res, libertinos, ambiciosos, propagandistas políticos, afrancesados, demonios, herejes y malvados. Se les acusa incluso de robar doncellas y secuestrar niños para educarles en la fe de uMajoma~2. La masonería española según Galdós Pero dejando aparte sus personajes, el propio Galdós se permite terciar en la cuestión histórica de la masonería, aludiendo a sus orígenes en España de una forma clara y contundente : «Yo tengo para mi -escribirá- que antes de 1809, época en que los franceses establecieron formalmente la masoneria, en España ser masón y no ser nada era una misma cosa. Y no me digan que Carlos 111, el conde de Aranda, el de Campomanes, y otros celebres persona-jes eran masones, pues como nunca los he tenido por tontos, presumo que esta afirmación es hija del celo excesivo de aquellos buscadores de prosélitos que, no hallándolos en torno a sí, llevan su banderín de recluta por los cam-pos de la Historia, para echar mano del mismo padre Adán, si le cogen des-cuidado~'. Esto lo escribe Galdós en enero de 1874 y pertenece al primer capítulo de Napoleón en Chamartin. Consecuente con lo escrito, en los episodios an-teriores no se ocupa, y ni siquiera menciona a la Masonería. No lo hace en Trafalgar, ni en La Corte de Carlos ZV, que tanto se prestaba a ello, caso de haber dado Galdós importancia a lo que don Vicente de la Fuente, en su Historia de las Sociedades Secretas había publicado en 1870, donde por pri-mera vez se plantea y cuestiona el mito de la masonería de Carlos 111, Aran-da y Campomanes, entre otros 4. Es cierto que La Fuente no se atreve a con-testar al interrogante que queda abierto, pero tras él ya se encargarían otros muchos, con un desconocimiento notable de nuestra historia, de dar respues-tas según el gusto de los grupos clericales o anticlericales, que por aquel en-tonces -sobre todo a raíz de la cuestión romana y de la reciente experiencia republicana en España- polemizarían sin piedad en torno a las sociedades secretas, y en especial a la masonería. Por esta misma razón tampoco se ocupa Galdós de la masonería en El 19 de marzo y el 2 de mayo. Hay que esperar a la llegada de los franceses para i. que en la trama novelística de sus episodios se empiece a ocupar de las sociedades secretas. Por esta razón será en Bailén donde se permita ya aludir $ a las sociedades secretas relacionándolas indirectamente con las Juntas que iban a ((quitar muchas cosas malas que hay en el gobierno de España, lo cual E podemos hacer nosotros sin necesidad de que vengan los franceses a ense- o ñárnoslon. Inmediatamente, y como consecuencia o explicación de lo anterior, dirá que ya hay sociedades secretas en Sevilla, si bien en Madrid dichas so- 5 ciedacles cceslaban tudavía en la infancian. No obstante -añadirá a modo de - observación histórica- «en Francia las hay a miles y todo el mundo se apre-sura a inscribirse en ellass 5. Y no deja de ser sintomático que en este caso sociedad secreta se identifique con «lo que se llama flamasonesn. n Respecto al carácter reformista de dichas sociedades secretas -que no -E eran usociedades de enamoradosn dedicadas a asaltar conventos-, si algún día se ocupaban de conventos sería «para echar fuera a los frailes y vender luego los edificios) 6. La alusión a futuras desamortizaciones es suficiente-mente clara sobre todo teniendo en cuenta la fecha en que se desarrolla la acción de este Episodio. Galdós, hasta que llega en su relato al año 1809, no empieza a ocuparse más directamente de la masonería. Y debo indicar -dirá entonces- «que en aquel año la masonería española era pura y simplemente una inocencia de nuestros abuelos, imitación sosa y sin gracia de lo que aquellos benditos ha-bían oído tocante al Grande Oriente Inglés y al Rito escocéss '. Después de 1809 -dirá Galdós en su Napoleón en Chamartin- ya es otra cosa: «De aquellas dos logias infantiles que yo conocí en la calle de las Tres Cruces y en la de Atocha, y donde se regocijaban con candorosas ccrcmonias unos cuantos desocupados, salieron la famosa logia de la Estrella, la de Santa Justa [sic], patrona de Córcega; la sociedad de caballeros y damas Philocorei- tas; la de los Filadelfios, de Salamanca; la Gran Logia nacional, que estuvo en el edificio ocupado antes por la Inquisición; la logia de Santiago el Mayor, en Sevilla, y las de Jaén, Orense, Cádiz y otras ciudades. Entrometiéndome en la Gran Logia nacional, oí hablar de cosas más serias y graves que los dis-cursitos filosóficos en verso que le echaban al esqueleto de la Rosa-Cruz; oí hablar mucho de política, de igualdad; entonces fue cuando anduvo de boca en boca y llegó a ser muy de moda la palabra democratismo, que luego desapareció para presentarse de nuevo al cabo de medio siglo, aunque variada en su forma y tal vez en su significación. De la larva de aquellas logias no es aventurado afirmar que salió al poco tiempo la crisálida de los clubs, los cuales, a su vez, andando el voluble siglo, dieron de si la mariposa de los comitésn Tras esta digresión histórica, Galdós volverá a su narración reconociendo que se había alejado de su objeto 9. Sin embargo, Galdós plantea aquí al lector una duda o interrogante, que algunos quizá con excesivo sirnplismo han re-suelto de forma afirmativa: ¿Fue Galdós masón?, o mejor dicho, ¿se puede deducir de lo que aquí dice que él perteneció a la masonería? Porque Galdós escribe -como acabamos de ver- en primera persona: uDe aquellas dos logias infantiles que yo conoci en la calle de las Tres Cruces y en la de Ato-cha ... salieron la logia de la ((Estrellan, la de Santa Justa, patrona de Córcega [en realidad debería haber dicho Santa Julia, y no Santa Justa], la sociedad de ..., etc. Entrometiéndome en la Gran Logia Nacional oí hablar...^. Es evidente, no obstante, que esa primera persona no corresponde al pro-pio Galdós, o no puede corresponder, puesto que en 1809 no había nacido todavía, y para cuando nació - e n 1843- todas esas logias que cita ya no existían, pues desaparecieron con la prohibición y persecución de la Inquisi-ción y de la policía de Fernando VII. No obstante tampoco se trata de don Diego Rumblar o del señor de Mañara, que son los protagonistas de la escena en cuestión, sino de un hipotético narrador que describe en primera persona las andanzas de los protagonistas de turno, andanzas que van salpicadas de comentarios en los que la personalidad de Galdós se desdobla entre su propio pensamiento y el de su otro yo que es el narrador del episodio de turno. A partir de este episodio -Napoleón en Chamartin- las alusiones a la masonería aparecerán más frecuentes en Cádiz y en La Batalla de Arapiles, para luego ocupar un lugar preferente en la segunda serie, en especial en las Memorias de un cortesano de 1815, La segunda casuca, El Grande Oriente, Un voluntario realista, Los Apostólicos, y Un faccioso más y algunos frailes menos. Es decir, que a excepción de tres episodios: El equipaje del rey José, El 7 de julio, y El terror de 1824, la masonería aparece en la segunda serie como protagonista de todos los demás Episodios, con más o menos intensidad. Y es en esta segunda serie, y en concreto en el capitulo sexto de El Gran-de Oriente donde Galdós vuelve a hablar en primera persona para decirnos qué entiende él -no sus personajes- por masonería en el período que relata, y que se remonta en este caso al Trienio Constitucional (1820-23), si bien el Episodio fuera escrito en junio de 1876. UNO puede formarse juicio exacto de la masonería -nos dirá- por 10 que esta institución ha sido en España. Los masones de todos los países de-claran que la Sociedad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines fi-lantrópico~ i,n dependientes en absoluto de toda intención y propaganda poli-ticas. En España, por más que digan los sectarios de esta Orden, cuyos mis-terios han pasado al dominio de las gacetillas, los masones han sido, en las épocas de su mayor auge, propagandistas y compadres políticos. Tampoco puede formarse juicio de la masonería española de antaño por los restos de ella que existen hoy, y que, al decir de los devotos, se reducen a unas junti-llas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen medianamente su objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofantes. Esta antigualla oscura que algunos sostienen como una confabulación caritativa para fines positivos o menudencias individuales, y para protegerse en uno y m otro continente (por lo cual son masones casi todos los marineros que hacen la carrera en América), no tiene nada de común con la asociación de 1820. E O «Era ésta una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeto, " una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de reli- B O E gión (hecho que parcialmente subsiste en la desmayada y moribunda masone- ; río moderna), y no se ocupaba más que dc política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro j colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones; una $ máquina potente que movía tres cosas: Gobiernos, Cortes y Clubs, y a su vez dejábase mover a menudo por las influencias de Palacio; un noviciado E de la vida pública, o más bien ensayo de ella, pues por las logias se entraba a La Fontana y La Cruz de Malta, y de aprendices se hacían diputados, así co-mo de Venerables los ministros. Era, en fin, la corrupción de la masonería ex-tranjera que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los es-pañoles. - n uDurante la época de persecución, es notorio que conservó cierta pureza % a estilo de catacumbas; pero el triunfo desató tempestades de ambición y 2 codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearse. ((Apareció formidable el compadrazgo, y desde la simonía, el cohecho, la desenfrenada concupiscencia de lucro y poder, asemejándose a las asociacio-nes religiosas en estado de desprestigio, con la diferencia de que éstas con-servan siempre algo del simpático idealismo de su instinto original, mientras aquella s610 conservaba el grotesco aparato mímico y el empolvado atrezzo de las llamas pintadas y las espadas de latón. uA medida que iba avanzando el triunfo, iba decayendo el ritual masónico, simplificándose la disciplina en lo relativo a juramentos, pruebas, iniciación. Por eso hemos visto tan empolvados y rotos los tarjetones y huesos de la Cámara de Meditaciones, cuya inutilidad empezaba a ser reconocida. Es pro-pio de gente tocada de afán de codicia el no preocuparse de detalles tontos, y bien se sabe que hambre o ambición no tienen esperan lo. Aquí Galdós expresa en poco espacio una serie de ideas importantes por cuanto se permite comparar el período que relata -los años 1820- con 10s que está viviendo cuando escribe -junio de 1876-. En primer lugar deja claro cuál es su concepto de la masonería haciendo abstracción de lo que ésta asociación sea o haya sido en España, ya que ((no puede formarse juicio exacto de la masonería por lo que esta institución ha sido en Españao. Es decir que contrapone claramente la masonería española frente a la masonería de los otros países; y no olvidemos que Galdós para esas fechas ya había hecho alguna escapada al extranjero, especialmente a Francia, si bien sería más tarde (1883-84) cuando visitaría Inglaterra, Holan-da, Alemania, Dinamarca, Suecia, Italia, etc. nLos masones de todos los países -dirá Galdós- declaran que la Socie-dad del compás y la escuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, inde-pendientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas~. Sin em-bargo, en España los masones cuyos misterios han pasado al dominio de las gacetillasio, con lo que le tenía que resultar relativamente fácil a Galdós conocer los detalles a los que desciende en sus relatos- o como los deno-mina, no precisamente con cariño «los sectarios de esta Ordenn, en las épocas de mayor auge no han pasado de ser npropagandistas y compadres politicos~. A continuación establece un claro paralelismo entre la masonería espa-ñola de 1876 y la de 1820, llegando a afirmar que no había nada de común entre ambas. ¿Qué es, pues, la masonería contemporánea de Galdós; la que existfa en España cuando escribía El Grande Oriente? «Unas juntillas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley, sin unidad, aunque cumplen medianamente su objeto de dar de comer a tres o cuatro hierofanteso. Y todavía más al decir que no pasaba de ser «una antigualla oscura que algunos sostenfan como una confabulación caritativa para fines positivos o menudencias individuales, y para protegerse en uno y otro continente,. Conviene insistir en lo que Galdós afirma al describir la masonería que califica de ((juntillas diseminadas e irregulares, sin orden, sin ley y sin uni-d a d ~ .E n efecto, por esas fechas - 1 8 7 6 en España había varios grupos dis-tintos de masones, a saber: el constituido por los masones que se reunían en torno a Ramón María Calatrava, como Gran Maestre del titulado Gran Oriente Nacional de España; el formado por las logias que dependían del Grande Oriente Lusitano; el compuesto por aquellos masones que quisieron organizar la masonería sobre unas bases más democráticas y racionales, y que fundaron el Grande Oriente de España, eligiendo como Gran Maestre a Car-los Celestino Magnan y Clark; la Gran Logia Independiente Española, con sede en Sevilla, y que agrupaba a varias logias por toda la peninsula; el Gran Capítulo Catalán, formado en Barcelona y que intentaba la unión de las lo-gias de Cataluña; el pintoresco Grande Oriente de Pérez, cuyo Gran Maestre acabaría siendo condenado a la expulsión de la masonería con alguno de SUS cómplices; el Grande Oriente Ibérico, que acabaría fusionándose en 1876 con el Grande Oriente de España, siendo proclamado Gran Maestre don Práxe-des Mateo Sagasta, jefe del partido liberal y presidente del Gobierno, etc. Es decir, que Galdós tenía razón cuando daba una visión tan poco favo-rable de la masonería contemporánea, o como la calificará gráficamente cuan-do la trata de ((desmayada y moribunda masonería modernan. Frente a estos rasgos y características, la masonería española de 1820 no sale mejor parada, pues no era otra cosa que «una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeton. La descripción o finalidad de esta masonería política era ((proporcionar destinos,, ((levantar y hundir adeptosn, ((impulsar la desgobernación del reino,, ((centro de intrigasn, ((máquina potente que movía tres cosas: Gobierno, Cortes y Clubs)). . . ; era, en fin -concluirá Gal-d6s- da corrupción de la masonería extranjera que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los españolesn. Y el que fuera la corrup-ción de la masonería extranjera es claro, puesto que poco antes ha definido a a los masones de todos los países ((independientes en absoluto de toda in- f tención y propaganda políticasn; sin embargo, los masones españoles, no se ocupaban de otra cosa quc de ((política a la menudan. - Indirectamente nos deja entrever, sin embargo, que no siempre había sido f así. Pues, en un principio, esa masonería moderna que él llama ((desmayada y moribundan, había conservado -desde el punto de vista masónico- cierta pureza a estilo de las catacumbas, durante la época de persecución. Pero con la llegada del triunfo político ((desató tempestades de ambición y codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados había tanto aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearsen. Apareció -en expresión de Galdós- «el compadrazgo, la simonía, el cohecho y la desenfrenada concupiscencia de lucro y podern, con lo que el desprestigio de la masonería no se hizo esperar. E 5 O Los masones vistos por el pueblo en la primera serie de los Episodios Si dcl tcrreno de la especulación histórica del propio Galdós nos remon-tamos a la trama novelística de la primera serie de los Episodios, podemos sacar un curioso retrato de lo que los masones representan para los personajes que encarnan el pueblo. En Bailén, la primera vez que en una tertulia sale la cuestión de las so-ciedades secretas, y en concreto los aflamasonesu, es para decir que son ((hom-bres malos que se juntan de noche para hacer maleficios y brujerías, 'l. Don Diego de Rumblar, uno de los protagonistas de Ncrpoleón en Chn- martin es definido como ((jugador, francomasón y libertino, 13, siendo asiduo visitante de «las logias de masones, infernalis spelunca, donde se pasa la no-che entre herejías y diabluras.. . )) 13. Por otra parte, y sin salirnos del mismo episodio, se atribuye a los maso-nes la idea de Napoleón de reducir el número de regulares a la tercera parte, con estas palabras que identifican o aproximan masones con franceses y sus ideas más o menos revolucionarias: «Esas son las tan decantadas novedades de los filósofos y de todos esos masones a la francesa que hay ahoran '< Poco después el paralelismo ((filósofos-masones)) dará un paso más con el de «he-rejes- masones,: ((Afuera Inquisición, y vengan herejes y lluevan masones. ¿Qué les importa esto a los que no se cuidan de lo espiritual?n Cambiando de episodio encontramos en Cádiz una nueva alusión al afran-cesamiento, si bien en este caso los masones quedan enmarcados entre los ((ateos y los democratistasn : ((No me importan burlas de gente afrancesada.. . ni de filosofillos irreligiosos, ni de ateos, ni de francmasones, ni de democra-tistas, enemigos encubiertos de la Religión y del Reyn 16. Como complemento o explicación de lo que se entiende por ((democratis-tasn, y su conexión con la masonería, en el mismo episodio, y por boca del mismo personaje -D. Pedro-, podemos leer lo siguiente: «Es indudable quc han cntrado aquí las ideas filosóficas, ateas y masónicas, según las cuales ya se acabó el honor y la grandeza, lo noble y lo justo, para que no haya más que pillería, liberalismo, libertad de la imprenta, igualdad y demás corrup-telas.. . a ". Finalmente en La batalla de Arapiles completará Galdós el desarrollo de la visión democrática de la masonería. Aquí el protagonista es Santorcaz que pertenecía a «la sociedad de los filadelfos, nacida en el ejército de Soult, y cuyo objeto era destronar al Emperador, proclamando la repúblican Is. Poco después bajará a más detalles al decir que ((Santorcaz se consuela con la masonería, y en la logia de la calle Tentenecios unos cuantos perdidos espa-ñoles y franceses, lo peor sin duda de ambas naciones, se entretienen en ex-terminar al género humano, volviendo al mundo patas arriba, suprimiendo la aristocracia y poniendo a los reyes una escoba en la mano para que barran las calles, lg. Tras esta visión un tanto revolucionaria de la logia en cuestión, en la que no se sabe quiénes salen peor parados, si los reyes y aristócratas, o los pro-pios masones que identifica con unos cuantos perdidos -lo peor de Francia y España-, culmina el cuadro calificando a los masones de ridículos y cómi-cos: «Ya véis que esto es ridículo. Yo he ido varias veces allí en vez de ir al teatro, y en verdad que no debieran disfrazarse de cómicos, porque realmente lo sonn Todavía insistirá Galdós, en el mismo episodio completando el retrato de los masones que serán calificados de bribones, malvados, afrancesados y he- rejes, y donde acabaran siendo identificados nada menos que con Satanás. La escena se desarrolla en plena calle: -¿Buscan la calle del Cáliz y están en ella? -repuso la vieja con desabri-miento-. ¿Van a la casa de los masones o a la logia de la calle de Tentene-cios? Pues sigan adelante y no mortifiquen a una pobre vieja que no quiere nada con el Demonio. -¿Y la casa de los masones, cuál es, señora? -Tiénela en la mano y pregunta ... -contestó la anciana-. Ese portalón que está detrás de usted es la entrada de la vivienda de esos bribones; ahí es donde cometen sus feas herejías contra la religión, ahí donde hablan pestes de nuestros queridos reyes ... i Malvados! Ay, con cuanto gusto iría a la Plaza Mayor para verlos quemar! Dios querrá quitarnos de en medio a los franceses que tales suciedades consienten ... Masones y franceses todos son unos, la pata derecha y la izquierda de Satanás m D Dentro de este contexto popular, y sin salirnos de La batalla de Arapz'les volverá a ser identificado cierto masón importante como ccel capitán general de todos los lucifer es^ Y por si fuera poco lo atribuido a los masones la ((seña Frasquitan responderá a la pregunta de ¿por qué llaman masones a esta gente? diciendo que los tales cccuando entran en un pueblo, apandan to- i das las doncellas que encuentran. Pues digo: también hay que tener cuidado I con los niños, pues se los llevan para criarlos a su antojo, que es en la fe de 1 Majoman ". Los masones vistos pov si mismos en los personajes de la primera serie de los Episodios. a L A Fundamentalmente los rasgos con que Galdós define a la masonería a tra-vks de los personajes de sus novelas relacionados con la masonería o masones $ 5 ellos mismos, no son tampoco excesivamente laudatorios que digamos, ya que 0 al más importante de ellos -Santorcaz- lo pinta como un resentido, como un brujo, encantador, nigromante y cómicoa. Y en cuanto al condesito de Rumblar le adjudica todas las características de un dCbil mental. En los primeros momentos de la invasión francesa, Pérez Galdós, nos presenta una masonería apadrinada por las autoridades invasoras en la que se llegan a identificar masones y afrancesados %. Poco tiempo despuks estas mismas autoridades simplemente la consienten, porque los masones españoles están entre los pocos que no se revelan contra la invasión francesa %. En 1812, nos relata, que el ejército francés recibe órdenes para que la causa francesa se separe de todo lo que suene a masonería, ateísmo, irreli-giosidad y filosofia ". En cuanto a los ritos y prácticas masónicas la unanimidad de todos los personajes es absoluta: son unas pantomimas. Incluso los mismos masones piensan que son simple y tontos, pero necesarios para conquistar a los necios 'R. Ya en Napoleón en Chamartin se despacha Galdós a gusto : c . . .D. Diego y el Sr. de Mañara iban de noche a una reunión de masonería incipiente del género tonto, que se celebraba en la calle de las Tres Cruces, y a otra del ge-nero cómico fúnebre, que tenía su sala, si no me falla la memoria, en la calle de Atocha, número 11 antiguo, frente a San Sebastián; en cuyas reuniones, amén de las muchas pantomimas comunes a esta orden famosa, leíanse versos y se pronunciaban discursos, de cuyas piezas literarias espero dar alguna muestra a mis pacienzudos leyentes. «Sobre todo en la calle de Atocha, donde estaba la logia Rosa-Cruz, el rito era tal, que algunas veces púseme a punto de reventar conteniendo las bascas y convulsiones de mi risa, pues aquello, señores, si no era una jaula de graciosos locos, se le parecía como una berengena a otra. En una oscurí-sima habitación que alumbraban macilentas luces, y toda colgada de negro, se reunían los tales masones; porque allí todo fuera misterio, tenían a la ca-becera un Santo Cristo acompañado del compás, escuadra y llana, y a la de-recha, un esqueleto muy bien puesto en un sillón, con la cabeza apoyada en la mano, en ademán meditabundo, y por debajo un letrerito que decía: ((Aprende a morir bien^^. Finalmente en La batalla de Arapiles volverá Galdós sobre algunas de las características antcriorcs, a las quc añadirá ciertos matices democráticos y anticlericales: ([Cuando hablábamos los dos a solas, él se reía de las prácticas masónicas, diciendo que eran simples y tontas, aunque necesarias para sub-yugar a los pueblos. Su odio a los nobles, a los frailes y a los reyes, continua-ba siempre muy vivo.. . D %. Y para redondear más la panorámica masónica, vista desde dentro -por supuesto de la mano de los personajes Galdosianos vinculados a ella- tal vez resulte expresivo el siguiente comentario tomado del mismo episodio : U.. .Los repetidos viajes, las logias y los compañeros de masoneria me inspiraban re-pugnancia, hastío y miedo. No se lo oculté, y él me decía: «Esto acabará pronto. No conquistaré a los necios sino con esta farsa; y como los franceses se establezcan en España, verás la que armo.. . D 31. LA MASONERIA EN LA SEGUNDA SERIE DE LOS EPISODIOS Pérez Galdós trata con mucha más extensión el tema masónico en la se-gunda serie de los Episodios y además lo relaciona con circunstancias y per-sonajes históricos que elevan la masonería a categoría de verdadera protago-nista. Son algo más de veinte años los que abarcan el relato de esta segunda serie; de 1813 a 1834, y dada la incidencia histórica del período y el trato que le da Galdós, se impone una triple división del mismo, sirviendo como elemento diferenciador el episodio titulado El Grande Oriente. Así, pues, en una primera parte se puede estudiar la masonería en El equi-paje del rey José, Memorias de un cortesano de 1815 y La segunda casaca, que forman un todo homogéneo. En estos episodios, sobre todo en los dos últimos, el tema de la masonería es abordado con verdadera extensión y profundidad. En segundo lugar merece un tratamiento especial el episodio que sirve de división : El Grande Oriente, y que por estar dedicado en su integridad al tema masónico ofrece material más que suficiente para su estudio. Finalmente, si bien ya de una forma más anecdótica, el tercer bloque lo constituyen Los Cien mil Hijos de San Luis, Un voluntario realista, y Un fac-cioso más y algunos frailes menos, episodios en los que con mayor o menor incidencia Galdós volverá a ocuparse de la Orden del Gran Arquitecto del ; Universo. E O -- m Características del primer grupo O E E 2 De un modo un tanto esquemático, los aspectos que más destacan de los tres episodios que componen este primer grupo anterior a El Grande Oriente, 1 son: el influjo de la masonería y su vinculación a altos personajes de la corte 1 y gobierno; la presencia de militares en la masonería; la cuestión de la cons-piración revolucionaria ; y finalmente la persecución de la masonería por parte de la Inquisición y de la policfa. Como línea de referencia o telón de fondo continuará estando presente la visión particular que de los masones sigue teniendo el n pueblon Galdosiano. A n n lnflujo de la rnusonería E 5 O Respecto al primer aspecto: el influjo de la masonería y su vinculación a altos personajes de la Corte y del Gobierno, en las Memorias de un cortesano de 1815, se describe una escena de palacio en la que interviene el propio Fer-nando VI1 y algunos cortesanos que encierra cspccial intcrds ya que cl tema de la conversación es precisamente la masonería: -¿Qué se dice por ahí? -Esta tarde -replicó Collado- han ido a comer con el Inquisidor gene-ral don Pedro Ceballos, Eguía y el S. Majaderano. -¿Quién es Majaderano? -preguntó con indiferencia Fernando. -El ministro de Gracia y Justicia -repuso Alagón-. Así le llamaba Ga- llardo en su graciosa Abeja. No nos reímos, porque el Monarca permaneciú impasible. Al fin sonriendo dijo: - i Ceballos sentado a la mesa con el Inquisidor ! -La señal fue dada. Todos soltamos la risa. -¿Si querrá don Pedro participar al Prelado cómo va la secta masónica de que es jefe? -dijo el Duque. -Yo había oído que era masón -afirmó con malicia- pero hasta ahora no sabía que era el Papa de los Hermanos. -Tan cierto como es de noche. -Afirmó Alagón, observando el semblan-te de SU Majestad, que demostraba poco interés en la conversación. -Lo que asombrará más al mundo -indicó Collado- es saber que los masones tienen su logia en la casa misma de la Inquisición. - i Hombre, tanto como eso.. . ! -murmuró el Rey con indolencia. -¿Qué habláis ahf de francmasonerfa? -pregunt6 Fernando, después de una larga pausa en que no se oía más ruido que el del enorme reloj.. . -¿Hablabas de Ceballos? -Sí Señor. -Decías que era francmasón. ¿Acaso hay ahora francmasones? -pre-guntó el hijo de Carlos IV con viveza. -Los hay, los hay -aseguró Collado-. Esta mañana hablábamos el señor Pipaón y yo de la taifa de masones que va saliendo por todos lados, como mosquitos en verano.. . Fernando contemplaba el techo, y al fin, como quien sale de honda dis-tracción, miróme fijamente y preguntó: -¿Qué decías? -Señor, Collado ha apelado a mi testimonio en apoyo de sus opiniones sobre la francmasonería, y yo debo decir.. . -Que todos son masones, y yo el jefe de ellos ... ¿Te ríes? Pues no falta quien lo asegura así. -i Oh Señor! antes que pronunciar tal desacato, mis labios callarían para siempre. -La verdad es que hay un Oriente en Granada, que preside el conde del Montijo.. . -continuó el Rey. -Justamente, Señor, y.. . -Y en el cual parece andan también muchos hombres graves que no de-bieran ponerse en ridículo ..., pues tengo para mí que eso de la masonería es una farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo. Muchos son masones para ocultar sus amores nocturnos ... A pesar de que la escena es larga resulta curioso el papel desempeñado por el propio Fernando VII, preguntando si había o no francmasones; pre-gunta que nos recuerda la publicación anónima que apareció en Cádiz preci-samente en 1812 bajo el título ¿Hay o no hay francmasones? 33. La psicosis de la presencia de masones por todas partes, queda bien refle-jada por boca de Collado, quien se apresura a decir que U ¡LOS hay, los hay! B. Respecto a la cantidad utilizará la gráfica expresión de decir que eran una ((taifa de masonesr> los que iban saliendo «por todos lados, como mosquitos de verano,. Expresión que hará intervenir de nuevo al propio rey, medio en broma, medio en serio, para añadir que naturalmente ((todos eran masones y él el jefe de ellos)), pues no faltaba quien así lo aseguraba. m Pero dcjando la broma aparte, añadirá Fernando VI1 que la verdad era ?- E que había un Oriente en Granada que presidía el conde del Montijo, y en el cual ((parece andan muchos hombres graves que no debieran ponerse en ri- ; dículo ..., pues tengo para mi -dirá el rey- que eso de la masonería es una ? E farsa grotesca, que no conduce a nada bueno, ni a nada malo ... E 2 Prescindiendo de la alusión a Montijo, que está claramente tomada de Alcalá Galiano 34, y sobre cuyo valor histórico existen serias dudass, es in- f teresante el juicio que da aquí Galdós, sirviéndose de Fernando VII, y donde identifica a la masonería con una «farsa grotescan. - - 0 Pero donde, quizá, vuelve a terciar con más claridad, y fuera ya de la trama novelística es en la reflexión que hace el propio Galdós directamente y de un diálogo que concluye 5 O al gato, es decir, a los ma-sin intermediarios, un poco más adelante, a raíz con estas palabras: -Cosas de la masonería -indicó Ugarte. Y repitieron todos: -Cosas de la masonería. En aquel tiempo, la culpa de todo se echaba sones S". El por qué la culpa de todo se adjudicaba a los masones -volviendo a las Memorias de un cortesano de 1815-, tal vez sea debido a la expansión de las sociedades secretas y a la presencia de altos polfticos entre sus filas, o al menos al paralelismo establecido entre aquellas ideologías liberales y jacobi-nas, que, más o menos, se identificaban con dichas sociedades y en especial con la masonería: --Andalucía cstá infcstada de jacobinismo. -Y Madrid también. -Afirmó el Duque. -Las sociedades secretas rebullen por todos lados. -No será por falta de Ministerio de Seguridad Pública -dijo con ironía el Rey. -Echavarri encarcela a los mentecatos y deja en libertad a los pillos. LOS calabozos están repletos de tontos. Pero ¿qué ha de suceder si los principales personajes del Gobierno están inficcionados de liberalismo? Ceballos es ma-són; Villamil y Moyano no ocultan sus ideas favorables a un sistema tem-plado como el de Macanaz; Escoiquiz augura desastres; Ballesteros quiere que se dé una especie de amnistía; en todo España se conspira. Abrase un poco la mano, y las revoluciones brotarán por todas partes como pinos en almáciga 37. Casi como una continuación de la escena anterior, aunque, sin embargo, pertenece a otro episodio: La segunda casaca, es ésta en la que se manifiesta igualmente el influjo de la masonería: -No quiero cuentas con el Supremo Consejo -repuso Villela-. Bien sabemos todos que éste no hace sino lo que le manda el ministro de Gracia y Justicia. Haga usted que pongan en libertad a esa pobre mujer, y cumplirá con la ley de Dios. -Y con la de los masones, -murmuré. -Hace tiempo se viene diciendo que muchos elevados personajes de la Corte están en convivencia con la masonería ... -Para mí hace tiempo que no es un secreto el francmasonismo de Villela, pero Su Majestad, a quien don Ignacio ha sabido embaucar con tanto arte, no consiente que se le hable de esto, y sostiene que todo lo que se dice de las sociedades secretas es pura fábula. -También yo tengo datos para asegurar el francmasonismo del señor Consejero que acaba de salir -dijo don Buenaventura. -Desde que estoy en esta casa -afirmó Lozano- no ha pasado una se-mana sin que haya venido con pretensiones de indulto, de sobreseimiento o de evasión en favor de algún agitador o revolucionario. -¡Si todos los criminales se escabullen, protegidos por esos señores, que afectando servir al Trono y a las buenas ideas, son los más firmes auxiliares de la Revolución! No sé cómo Su Majestad protege a tan pérfidos hipó-critas.. . %. Aquí se manifiesta una doble protección. Por una parte de los masones para alcanzar altos puestos, punto sobre el que incidirá Galdós en el mismo episodio al señalar entre las «prendas y demás antecedentesxi que se necesita-ban para escalar los puestos del Consejo, el de ((tener de brevas a higos algún tratadillo con los masones de Granada y de Madrid)) 3q. Y por otra la que ejercían dichos masones en cuestiones, sobre todo, de indultos. También en este segundo caso hay otra escena en La segunda ca-saca donde de una forma gráfica se hace constancia de ella: - .. . Esa pobre señora debe ser puesta en libertad. -Alargó la mano para tomar pluma y papel. -. . . Cuidadito, se enojará don Buenaventura.. -Es una obra de caridad. -i Masónico; eso es masónico puro! -gritó Villela dejándose caer en el sillón. -Mandaremos al Consejo Supremo que disponga inmediatamente la li-bertad. - . . . Ha necesitado usted que otro le recomendara para hacerlo. -Mis paisanos.. . -indiqué yo. -Señor Pipaón -dijo Villela volviendo a las burlas-, usted es masón. -¿Por qué? -Porque ha pedido que se pusiera en libertad a una víctima de la Santa ... Y tambien yo soy masón, porque lo pedí antes. Y también es masón el señor Lozano, porque lo concede.. . 'O. Presencia de militares en la masonería Con relación a este punto las escenas mismo no son escasas, y a travCs de ellas en las que Galdós incide sobre lo va redondeando la idea del influjo y poder de la masonería en el período en cuestión. Precisamente hablando de un conspirador -Monsalud- que se había movido con facilidad por toda la península, refiere que «al poco tiempo se le vio en Madrid, donde los masones de Murcia tienen tan buenas aldabas. Sostuvo relaciones epistolares con don Eusebio Polo y con Manzanares, oficiales de Estado Mayor, y otros muchos militares distinguidos, afiliados en la masonería. Cuando éstos fueron redu-cidos a prisión, se pudo echar mano al Monsalud; pero al poco tiempo de encierro ... Desapareció. Ya sabemos lo que son esas desapariciones -afirmó colérico el familiar de la Inquisición-. Los hermanos del Grande Oriente han tenido buen ojo en la elección de sus venerables. Son éstos algunos señores de la grandeza, generales y consejeros, como Villelau i'. Precisamente a propósito de Salvador Monsalud incide Galdós en la mis-ma idea: -Ah Pipaón, aquí están poseídos de necedad! Persiguen a los mentecatos inofensivos y dejan en libertad a los perversos. ¡Ahorcan a los sargentos y permiten que todos los oficiales del Ejército se vendan a la masonería! -Monsalud no es oficial del Ejército. -Pero es malo, rematadamente malo, y listo ... -Todo es debilidad; las leyes no se cumplen; cada cual hace lo que más le agrada; son presos los pequeñuelos, mientras los grandes conspiran; alre-dedor del trono alzan su cabeza enmascarada de sonrisas la traición y la sedi-ción; todos los militares trabajan sordamente en la masonería c. Poco después añadirá Galdós -por supuesto dentro de la trama-ficción del mismo episodio: «No estaba yo muy seguro de las aficiones absolutistas de los oficiales del Ejército, especialmente de los pertenecientes a cuerpos fa-cultativos ... ; pero no creí que las sociedades secretas estuvieran tan exten-didasn ". Don Antonio -añadirá Galdós- dio una especie de silbido que indicaba la plenitud de su convicción en punto al enorme influjo de las sociedades se-cretas. -Estás en Babia, Pipaón -me dijo sonriendo-. Las sociedades secretas, llámalas masonería, clubs, orientes o como quieras, ofrecen hoy una ramifi-cación inmensa dentro de la sociedad. En ellas está comprometida toda clase de gente. ¿Crees que sólo los perdidos son masones? ¡Error, amigo mío, vulgaridad supina ! Altos personajes.. . -Eso lo sé también. Podría citar aquí media docena ... -¡Media docena! Yo te citaré centenares. De algunos no tengo seguri-dad completa; pero de muchos no puedo dudarlo, porque tengo datos irrecu-sables. iY qué hombres, y qué nombres! Precisamente los que mejor suenan en los oídos del absolutismo son los que más se pronuncian hoy en las logias. Ministros, tenientes generales y algún capitán general, vicealmirantes, infini-dad de brigadieres, consejeros de Estado, alcaldes de Casa y Corte, familiares de la Inquisición; hasta inquisidores, hasta canónigos, hasta frailes hay en la masonería. No me asombraré de ver en ella a un señor obispo el mejor día.. . Por de contado, el núcleo, la base, el amasijo fundamental de este gran pastel que se está cociendo y que pronto fermentará, si Dios no lo remedia, lo for-man los oficiales de todos los cuerpos que guarnecen la Corte y las princi-pales ciudades y plazas del Reino 'l. Finalmente y para completar el cuadro militar-masónico, refieriéndose a los marinos y al problema suscitado con la mala calidad de los barcos com-prados a Rusia, Galdós reproduce el siguiente diálogo: -Los marinos han dicho que no se embarcan en ellos. -i Los marinos! ¿Ignoras que todos están vendidos a la masonería?. . . Y como confirmaciljn de lo anterior aííadirá: «Fui a Cádiz hace poco, y pude ver por mí mismo, cómo está aquella gente. Hay que oirles, amigo. Con decirte que no hay un sólo oficial que no esté afiliado en alguna sociedad secreta, está dicho todo: hablan con el mayor desparpajo del mundo de ideas liberales, de constituciones, de democracia, de soberanía nacional y aun de república n 45. El siguiente paso, una vez que Galdós ha dejado bien claro el influjo de la masonería y la presencia de los militares en sus filas, será ver el papel de-sempeñado por dichos militares masones, con lo que incidirá en la problemá-tica de las conspiraciones revolucionarias del momento, y en la ayuda de en-cubrimiento de los más comprometidos : -Amigo Pipaón desde el momento en que vas a ofrecer tu cooperación a los obscuros trabajadores de las logias, tu deber es amparar a los que se vean comprometidos ... No te asustes; podría citarte una docena de señorones gra-ves, firmísimas columnas del Estado en el Consejo y en la milicia, los cuales han sido encubridores de la mayor parte de los comprometidos en las cons-piraciones de Porlier, Lacy y Turrijos. La historia secreta de estas tentativas es muy curiosa. Los pobrecitos inmolados ofrecieron con su sangre tributo externo al derecho público; pero tras los cadáveres de Lacy y Porlier, ami- !. guito, se han escurrido impunes muchas personas cuyosnombres han sonado siempre bien en Palacio.. . ". On-- m O E E Conspiraciones revolucionarias S = Aquí nuevamente nos encontramos con la dicotomía Galdosiana, o mejor $ dicho ~ricoloniía en la Iorma de enjuiciar la masoneria: Lo que podrfamos % O denominar ((verdadera masoneríau; la transformación que la masonería o pseudomasonería adopta en esos momentos en España; y la idea que de ella tiene el pueblo. n En el primer caso hay -al menos- un par de ocasiones en La segunda casaca, en las que se manifiesta una clara distinción entre masoneria y revo-lución ; entre las apariencias y la realidad : A n -Señor de Pipaón, aprendamos a ver claro y a no juzgar a las personas por lo que aparentan. Yo mismo he visto a Lozano en la logia masónica de la 2 calle de las Tres Cruces. -La verdadera masonería dicen que no es revolucionaria. -Hay de todo; por ahí se empieza ". Pocas líneas más abajo volverá sobre lo mismo: -Riéndome, no sé si se mí mismo o de qué le dije: -¿Conque soy masón? -Masón no -me respondió-. La masonería, propiamente dicha no es revolucionaria, aunque el vulgo y los absolutistas llaman masones a los que conspiran. Ya te dije que esto no es una logia, sino una reunión; lo que en Francia llaman un club. ¿Dc modo que no soy todavía masón, propiamente dicho? Pues bien: soy liberal 48. Aquí es importante la distinción hecha entre logia y club, entre masonería verdadera -que no es revolucionaria- y esa otra pseudomasonería conspi-radora que para el vulgo y los absolutistas venía a ser la misma y única ma-ionería. La otra cara de la moneda nos la ofrece Galdós en el mismo episodio don-de se recoge el siguiente expresivo diálogo: -Ser masón es no ser nada si no se conspira -me dijo. -i Quiero conspirar! -esclamé dando fuerte puñetazo sobre la mesa y metiéndome después las manos en los bolsillos. -Pero no se conspira para aumentar la autoridad de la Corona, sino para disminuirla. No se conspira en pro del Rey, sino en pro de la Nación. -Pues en pro de la Nación. -Se conspira para restablecer el Gobierno liberal y la Constitución; es decir, lo que tú llamabas la mamancia cuando escribías en La Atalaya". Y como complemento donde se establece la diferencia existente entre las logias masónicas y aquellas otras en las que se conspiraba, completará Gal-d6s la escena así: -Debo añadirte que hoy se hila un poco delgado debajo de Madrid. -i Debajo de Madrid! -¿No me entiendes? En las logias y reuniones secretas, quiero decir. Hoy se toman precauciones. Cuando un señorón de categoría elevada, sea quien fuere, ofrece su ayuda a la Revolucibn, lo que ocurre todos los días, queda ligado por compromiso solemne, y las veleidades, querido Bragas, los arre-pentimientos, suelen costar caros a quien los padece. -Sí, ya sé ... -dije inspeccionando otra vez la puerta, para cerciorarme de que nadie nos oía-. Hay pruebas rigurosas, palabras enigmáticas, jura-mentos que hielan la sangre en las venas. .., y el que hace traición muere sin remedio. -No hay nada de eso -me dijo riendo-. Huye de esas reuniones formu-larias que establecen el sainete en los sótanos. Ahora no se trata de eso. Cuando los pueblos padecen y luchan por su emancipación, obran seriamente y van a su objeto sin necedades de teatro. Ahora, amigo Bragas, las cosas han llegado a un punto tal que se trabaja por la Libertad a toda prisa, con la avi-dez del náufrago que entre las olas lucha con la muerte y por la vida. .. Fuera misterios y ritos anticuados y palabras vacías. Todo es acción: las tinieblas y el misterio han dejado de ser vano velo de las chocarrerías de los holgaza-nes. Yo lo he visto todo desde el principio: he visto las jimias haciendo mue-cas entre dos calaveras en la ahumada atmósfera de una cueva; y hoy veo a los hombres inteligentes y formales labrando en silencio y sin aparato las palabras poderosas con que pronto ha de moverse lo de arriba. S610 en las épocas en que no hay nada que hacer existen esas vanidades y espantajos ridículos de que habla el vulgo. Ahora la inmensidad de la tarea une las ma-nos de todos los hombres en una obra común, y desaparecen las máscaras con-vencionales y las fórmulas aparatosas, que más bien eran entretenimiento que utilidad. Eso no quita que en plena luz, y a la faz del mundo oficial y de la tiranía, se empleen ciertos signos para reconocerse y obrar de acuerdo; pero allá dentro, amigo, en nuestro reino escondido, en aquella vida de catacumbas donde se prepara la nueva vida libre y pública, todo es claridad y sencillez. Se trabaja, se extiende la acción con arte y fuerza; se prepara el golpe con la destreza y habilidad necesarias para que no se malogre como otras veces A pesar de la extensión de la cita resulta suficientemente expresiva y clara la distinción que hace entre la masonería y esas otras sociedades secretas donde se conspiraba. La primera es definida desdeñosamente como ((reuniones formularias que establecen el sainete en los sótanosn; como ((necedades de teatron que se rigen con ((misterios y ritos anticuados y palabras vacías)), con ! ((tinieblas y misterios)) que no hacen sino ocultar das chocarrerías de los hol-gazanes)), y manifestar ((vanidades y espantajos ridículos, máscaras conven- $ cionales y fóiinulas ayalatosas]), que sirven más para entretenimiento que utilidad. E E Sin emhargo, las sociedades conspiradnrac tienen romo finalidad la Revo-lución, la lucha por la libertad y, por la emancipación de la tiranía, lo que $ obliga a tomar ciertas precauciones y a que se empleen ((ciertos signos para $ reconocerse y obrar de acuerdo)). El nombre de estas sociedades secretas que % tan poco -por no decir nada- tenían que ver con la masonería, lo recoge Galdós cuando completando el cuadro dirá: O ((Has de saber que esto no es logia masónica; es una junta de patriotas,). Junta que tenía un programa revolucionario claro: ((Derrocar el absolutismo y restablecer la constitución de Cádizn. A Sin embargo en los personajes que encarnan el pueblo, o los partidarios del absolutismo, la identificación entre masonería y conspiración es clara. Algunos ejemplos son suficientes : 5 O -Y está Madrid plagado de miserables conspiradores y masones, los cua-les, con horrible alevosía, tratan de hacer una revolución ... j'. -i Ah pérfido discípulo! Eres el cuervo que he criado para que me saque los ojos ... i Conque te me has pasado a la masonería y a la Revolución! ". -Pero eso poco que falta debemos dárselo para aplastar de una vez al jacobinismo insolente, a las logias inmundas y a los liberales soeces que quie-ren cubrir de ruinas el suelo de España 53. -iFuera trastornos políticos, que alteran la santa armonía de la vida! i Fuera jacobinos y logias ! ". - i Que vengan Riego y Quiroga a desatarte ! . . . i Oh ! , si desde un prin-cipio hubieran puesto a la masonería y al ateísmo como estás ahora, ¿habría revoluciones?. . . ¿Por qué no conspiras ahora?. . . 55. La alusión a Riego y Quiroga nos pone en contacto con la interpretacihn histórica que Galdós hace de este período donde los militares llevaron la ini-ciativa -vis a vis del pueblo- en la lucha contra el absolutismo. «No quiero seguir adelante sin contar las abortadas conspiraciones que yo recuerdou nos dirá Galdós :< Son no menos de 14 las conspiraciones que recoge de for-ma muy sintética. Y resulta revelador que tan solo en cuatro de ellas men-ciona a la masonería, y no precisamente como protagonista de las mismas: -Primera Conspiración para asesinar a Elío y a La Bisbal (1814). Fue una intriga misteriosa que unos atribuyeron a los masones y otros a la Corte. Séptima Conspiración del conde de Montijo en Granada (1816). El tío Pedro del 19 de marzo en Aranjuez había sido después afrancesado en Ba-yona, agitador en Cádiz más tarde, y luego absolutista acérrimo en la Junta de Daroca. Hallándose de capitán general en Granada, dicen que preparó, ayudado del Grande Oriente, las sublevaciones militares que estallaron más tarde. - Novena Conspiración de Torrijos en Alicante (1817). Proyecto de alza-miento militar en varias plazas de Levante. La Inquisición se encargó de cas-tigar a los culpables, pero lo hizo tan mal, que desde entonces se dijo: Inqui-sidores y mnsones, todos son uno. - Duodécima Conspiración del conde de La Bisbal en El Palmar (1819). Durante su vida política y militar, el Conde encendió una vela siempre al santo y otra al demonio. En 1814, cuando se dirigía a felicitar al Rey por su vuelta, llevaba dos discursos escritos, uno en sentido liberal y otro en sentido absolutista, para expetarle aquel que mejor cuadrasc a las circunstancias. En 1819, después de merendar con los conspiradores de Cádiz y los oficiales del ejército expedicionario de América les arrestó de súbito, haciendo una escena de farsa y bulla que le valió la gran Cruz de Carlos 111. El ejército estaba fu-rioso. Padecía la fiebre democrática de la insurrección. Desde Madrid oíamos su resoplido calenturiento, y temblábamos, En las logias no había más que militares, infinitas hechuras de aquellos cinco años de guerra, los cuales ha-bían de emplear en algo su bravura y sus sables 57. Como se ve el papel atribuido por Galdós a la masonería en dichas cons-piraciones se reduce prácticamente a nada, a pesar de que asegure que ((en las logias no había más que militares)). Ya aquí, nos podemos preguntar de qué logias está hablando, pues no cabe duda de que el confusionismo creado entre sociedades secretas en general, juntas patrióticas, clubs, masonería, etc., era una realidad favorecida por el uso de terminologías y formas organizati-vas comunes, aunque en los fines hubiera notables diferencias. En cualquier m caso el propio Galdós se hace eco de este confusionismo: D N E -Yo renegaba de los masones, y del liberalismo y de la Carta, y de la Constitución del 12, y de los derechos del pueblo, y de toda la monserga con que en las reuniones me volvieron loco, haciéndome cómplice de tales extra- E vagancias ... Yo estaba furioso; maldecía los clubs y a quien los inventó; y maldecía también a Ugarte que me había catequizado y a Monsalud, ~ I I Pfu e mi bautista; y me arrancaba los cabellos pensando en el instante de mi pri- % mera entrada en aquellos obscuros antros de necedad y jacobinismo. 3 -La revolución fracasaba sin remedio.. . 58. - - 0 Persecución de la masoneria n 1 El dltimo apartado correspondiente al primer grupo con que hemos divi-dido la segunda serie de los episodios, es el relativo a lo que podríamos seña-lar de forma un tanto genérica como persecución de la masonería, pero que S queda muy ceñida a ciertos personajes del mundo Galdosiano, más que a una 2 verdadera rememoración institucional del hecho. Así, por ejemplo, es sintomático lo que en La segunda casacu dice de cierto marqués : -Era familiar de la Inquisición, hombre cruel y absolutista tan fanático, que se pasaba la vida buscando masones por todos lados, y averiguando pi-cardías de liberales para contárselas al Rey. Tenía en 1819 gran privanza en Palacio; pero le hacia sombra Villela, de quien se contaban no sé que mas6- nicas liviandades 5g. Más adelante, y utilizando los mismos personajes, dirá: -Ya nos cayó qué hacer -dijo jovialmente Villela, sacando su caja de tabaco-, porque el señor don Buenaventura va a entregarse a la persecución de masones con un celo lamentable, y ahora ..., ya se sabe ..., vamos a ser masones y jacobinos todos los que no pensamos como él. Seré masón yo, será masón usted.. . - i Yo ! . . . -dijo el Ministro. -Sí; ahora, amigo mío, todo aquel que no tenga la suerte de agradar al señor Marqués.. ., ya se sabe. -Hace tiempo que en esta casa somos tratados como perros todos los que no tenemos esa accndrada admiración y culto que el ínclito marqués de M***. -¿Cómo perros? -O como masones. -Ya se cobrará los favores que ha recibido; descuide usted. Ahora es corriente; todos somos masones. PreparBmonos, señor don Juan Esteban, a que caiga sobre nosotros la familiaridad del familiar 60. Y como remate de la escena unas líneas más abajo prosigue Galdós den-tro del mismo diálogo: -Villela me dijo al despedirme: -El Ministro y yo vamos a hablar de masonería. Si ve usted a don Bue-naventura, denúnciele esta logia. -Pues hablemos de masonería -repitió Lozano sentándose junto a la corpulenta humanidad de su amigo. -Los espías que pago son perros jóvenes que apenas tienen olfato ... Se equivocan siempre. Denuncian un conspirador hereje en tal cual buhardilla; vamos allá, y resulta un ex-abate hambriento que compone villancicos y ro-mances para los ciegos ... Nos hablan de una logia, corremos a ella, y después de rompernos las piernas contra las chimeneas, hallamos un altar donde se adora entre flores y velas a la Santísima Virgen ... O los espías no sirven para el oficio, o la sociedad toda es una mentira, pura hipocresía y enredo ... 61. Respecto a la eficacia de los «espías» de la Inquisición en otro lugar den-tro del mismo episodio dirá: -i Espías! Los de la Inquisición, lo mismo que los del Gobierno, están vendidos a los masones -afirmó Jenara con desprecio ". En esta misma línea, pero en un contexto distinto, es coincidente el pen-samiento Galdosiano cuando dice : -Pucs qué, ¿no es sabido quc los conspiradores, masones, o lo quc sean, burlan la Policía y la Justicia, cual si estuviesen de acuerdo con el Go-bierno? 63. Y como si fuera una confirmación de lo anterior, en otra escena, volverá Galdós sobre este asunto al referirnos lo que sucedía con alguno de esos espías : -Tan lejos estaba el bendito Marqués de tenerme por liberal, como de creer que llovían calabazas. Muy al contrario, me juzgaba empalagado de amor por el absolutismo, y en ley de tal me hacía confidente de sus proyectos y lo bien que le iba saliendo el expurgo y limpieza del Reino. Para que no sospechase, yo me deslenguaba en denuestos e injurias contra los liberales, y alguna vez iba con el cuento de una logia descubierta por mí o de una con-fabulación fabulosa. De este modo favorecía a mis nuevos amigos, porque, si nos reuníamos en tal calle, llevaba yo el soplo de que la cita era a legua y media de allí. De este modo, mientras la logia estaba tranquila, descomunal nublado caía sobre una junta de cofradía o merienda de artesanos pacíficos 64. Concepto popular de los masones Como punto final cn el que se sintetice de nuevo el concepto popular de los masones, se pueden citar algunas expresiones recogidas acá y allá, en las que se identifican los masones con los herejes: -Los herejes y masones son como el humo: les ve uno y no puede echar-les mano 65, con los volterianos : -¡Ay! Aquella noche las almas se desbordaban de gozo viendo destruida la infame facción, muerta la herejía, enaltecido el sacrosanto culto, restaurado el Trono, confundidos volterianos y masones. -iOh! Ver a Madrid limpio de liberales, de gaceteros, de discursistas, de preopinantes, de soberanistas, de republicanos, de volterianos, de maso-nes. ¡Esto era para enloquecer al menos entusiasta! 66, y con ciertos upajarracosu y «gente de mal vivir,: -Se lamentaba de que los revolucionarios fueran tan malos; pero en más de una ocasión le sorprendí en secreto con ciertos pajarracos que a cien le-guas me olían al musguillo húmedo de las logias y a sociedad secreta ... -Algo más sería -afirmó doña María de la Paz con verdadera saña-. Descubrióse que andaba en logias, escribiendo papeles y reclutando gente de mal vivir 6', y donde se establecen ciertos paralelismos entre las logias y los aquelarres: -Sé que me calumnian; sé que algunos se atreven a sostener que estuve en Salamanca en una sociedad masónica.. . ¿Por ventura estas mis venerables canas y esta entereza filosófica que debo a mis estudios son a propósito para degradarse en logias y aquelarres? ". Por último no falta quien califica a los masones de ((infames)) secuestra-dores del rey para implantar la república iberiana: -Y qué trasudores y congojas hubimos de pasar en todo abril, ora cre-yendo segura la llegada del rey con el desquiciamiento de todo el catafalco constitucional, ora sospechando que los infames francmasones nos secuestra-rían al suspirado rey, haciéndole perdidizo en cualquier desfiladero, para encajarnos la república Iberiana, que tanto daba que hablar en los barrios bajos y en los claustros de mendicantes! ". Pero para que la visión negativa de los masones quede un tanto compen-sada, en un cierto momento, Galdós echará un capote, en una escena en la que precisamente se trata de captar a la causa a uno de elos espías y busca-dores de masoness ¡O. Después de observar que era «un suicidio tratar de oponerse al creciente poder de las sociedades secretasu 71, añadirá: -Hazte masón, con reservas, se entiende. No creas que en las sociedades secretas es todo misterio, lobreguez, sangre, horror, barbas luengas, palabras enigmáticas; nada de eso. Hoy, los masones son la gente más cortés y más amable del mundo.. . EL GRANDE ORIENTE Dentro de la división convencional realizada para la segunda scric de los Episodios, el segundo grupo corresponde en su integridad al titulado El Grande Oriente. El hecho de que Galdós en un momento dado dedique todo un episodio al tema de la masonería nos muestra la importancia que da, en la reconstruc-ción de la historia española del primer tercio del siglo XM, al fenómeno de las sociedades secretas, y en especial a la masonería. El equiparar, por así decir, al Grande Oriente con Trafalgar, Bailén o el asedio de Zaragoza o Ge-rona, o con la batalla de Arapiles es todo un síntoma. Sin embargo, la impor-tancia de espacio y lugar tal vez no corresponde en igual medida, ni es equi-valente de una valoración positiva de la masonería por parte de Galdós. Descripción de la masonería Como ya se indicó más arriba. Galdós establece en este episodio una dife-rencia entre la masonería extranjera y la espaiíola, o entre lo que él considera la verdadera masonería y lo que en España respondía al nombre de masone-ría, durante el Trienio Constitucional, que es el período en el que se desarrolla la acción de El Grande Oriente. Ya desde el comienzo hace una expresiva descripción del Grande Oriente español, precisamente a través de uno de sus miembros [dentro ya de la tra-ma de la novela] que solicita la dimisión del mismo: -...Porque estando convencido de que ese Oriente es un centro de liber-tinaje y de anarquía, y tal como está organizado produce efectos contrarios a los verdaderos principios liberales, deseo que se me considere como Her-mano Durmiente y se aparte mi humilde persona de todos los trabajos de la Orden.. . '3. m - Y más adelante añadirá: E -Antes me dejaré matar -dijo Monsalud en un arranque espontáneo-que contribuir a este desorden y figurar en una sociedad que es un hormi-guero de intrigantes, una agencia de destinos, un centro de corrupción e in- E fames compadrazgos, una hermandad de pedigüeños. S - -1 Ah, ya veo, ya comprendo de quién habla usted! -exclamó Sarmiento, E soltando rápidamente la escoba y sentándose frente a su amigo-. Esos intri-gantes, esos compadres, esos pedigüeños, esos hermanos son los masones. Bien, muy bien dicho; todas esas picardías las he dicho yo antes que usted E y las repito a quien quiera oirlas. El Grande Oriente perderá a España, per- ! derá a la libertad, por su poco democratismo, sus transacciones con la Corte, d su repugnancia a las reformas violentas y prontas, su templanza ridícula, su 1 orgullo, su justo medio, su doceañismo fanático, su estancamiento en las pes-tíferas lagunas de lo pasado, su repulsión a todo lo que sea marchar hacia adelante, siempre adelante por la senda constitucional '*. Q g 5 Frente a esta masonería politizada, al menos en dos ocasiones, sale Galdós 0 por los fueros de la que él considera verdadera masonería. En la primera -como hemos visto más arriba- dirá que «que no puede formarse juicio exacto de la masonería por lo que esta institución ha sido en España. Los masones de todos los países declaran que la Sociedad del compás y la es-cuadra existe tan sólo para fines filantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas. En España, por más que digan los sectarios de esta Orden ... los masones, han sido, en las épocas de su mayor auge, propagandistas y compadres políticos 75. En este caso habla en primera persona; es el propio Galdós el que así se expresa. Un par de capítulos más adelante volverá sobre la misma idea, pero utili-zando a uno de sus personajes -Aristogitón, grado 18-, nombre simbólico masónico que corresponde al protagonista de turno, Salvador Monsalud, quien según la trama del episodio, y en un contexto de historia ficción, presenta en logia una proposición pidiendo al Grande Oriente de Madrid interceda en favor de Vinuesa y demás encarcelados a raíz de una supuesta conspiración absolutista. Es entonces cuando reproduce las siguientes palabras del masón Aristogitón : -Decía que desconfío de que mi proposición tenga éxito aquí, a pesar de ser la expresión más leal y clara del espíritu y de las prácticas constantes de este respetable Orden en todos los países del mundo; y no tendrá éxito, por-que este Gran Oriente y los individuos que en diversos grados dependen de él han olvidado completamente los fines benéficos, desinteresados y filantró-picos de tan antiguo instituto, para desvirtuarlo y corromperlo, haciéndolo instrumento de intereses políticos y de la codicia.. . ' 6 . -El instituto masónico debe ser extraño a la política, debe ser puramen-te humanitario, debe proteger a los desvalidos sin pedirles cuenta de sus ideas, y aun sin conocer sus nombres. Está fundado en la abnegación y en la filantropía. Lo dicen así su historia, sus antecedentes, sus símbolos, que o no representan nada, o representan una asociación de caridad y protección mu-tua. Lejos de practicarse estos principios en España, el Orden se ha olvidado de los menesterosos, constituyéndose en agencia clandestina de ambiciones locas, en correduría de destinos y en.. . ". -Señores masones, o señores liberales templados, que ahora viene a ser lo mismo, sois como aquel emperador romano que se ocupaba en cazar mos-cas, y mientras mortificaba a estos pobres insectos, no veía a los pretorianos que se conjuraban para echarle del trono ... -Poniéndome, pues, en el terreno político, a pesar de creerlo impropio de esta Sociedad; hablando el único lenguaje que entienden aquí, declaro que la persecución de Vinuesa, y mucho más la sañuda irritación del pueblo con-tra ese hombre infeliz, me parecen una desgracia casi irreparable para la li-bertad, un mal gravísimo que este Orden debe evitar a toda costa, princi-piandv por propagar la tolerancia, la benignidad, la cordura, y concluyendo por emplear toda su influencia en pro de los procesados. Si no se hace así, esto que llamamos templo merece que el mejor día entren en él cuatro sol-dados y un cabo, y que después de entregar todos los trastos del rito a los chicos de las calles para que jueguen, recojan a los hermanos todos para Ile-nar otras tantas jaulas en el Nuncio de Toledo". La escena que como se ve va subiendo de tono terminaría con la petición por parte de los «hermanos>, de que el protagonista de semejante escándalo, perdiera en absoluto sus derechos masónicos, petición a la que se adelantaría el propio acusado diciendo : -Me expulsaré yo mismo, abandonando para siempre este Orden inútil, enfermo, podrido, que si aún respira y habla como los vivos, ya infesta como los cadáveres ". Crítica de la masonería Tras esta ((descripción» de la masonería española, Galdós bajará todavía a más detalles en su crítica contra dicha asociación, ridiculizando al máximo sus rituales, al igual que lo hizo en la primera serie de los Episodios. En este sentido demuestra tener un buen conocimiento de los mismos, cosa que, por otra parte, no era de extrañar en la época en que el escribe, pues, como hará constar, los misterios de la Orden habían pasado [cal dominio de las gaceti-llas » 'l. Conocimiento que se hará extensivo a la terminología masónica, a la a m ambientación decorativa de las logias, a las reuniones masónicas, etc. O E Precisamente se servirá Galdós en su crítica, de una de las cosas más sa-gradas de la masonería: la ceremonia de iniciación. - Terminología masónica " Dicha ceremonia va precedida de un doble preámbulo en cuya primera E parte hace una exhibición de terminología masónica, y en la segunda intenta hacer una breve descripción del local donde se iba a reunir la logia. -Todavía no se había descubierto el templo. No era aún la hora de la tenida, y los Hijos de la Viuda, descansando de las fatigas políticas en sus ca-sas o en los cafés, esperaban que la luz astral de la noche marcase la hora 5 propia para los trabajos del Arte Real. Los Maestros Sublimes Perfectos, los " Valientes Principos del Libano o da Jerusalén, los Cabalkros Kadossch, los que antaño se llamaban Gerográmatas, los Hierorices, los Epivames, los Da-douques, los Rosa-Cruz de hogaño, los hermanos todos, desde el Terrible hasta el Sirviente; los aprendices, compañeros y maestros, desde los de ma-llete hasta los de cuchara, estaban ocupados en el ágape doméstico, o bien conversando con sus mopses, jugando con sus lovatones o matando el tiempo en las reuniones profanas, lejos de la verdadera luz. Las estrellas no se habían encendido todavía, ni el mirto eleusiaco exhalaba su aroma. Imperaba la rosa, emblema del silencio, y la imponente exclamación Ossé no había resonado aún bajo las bóvedas orientales. En una palabra (y hablando con claridad para inteligencia de los ignorantes), la sesión de la logia no había empezado todavía. -En la Caverna del Mithra, o sea, el Universo, hay un punto que se llama Mantua, o Madrid, en cuyo punto es evidente la existencia de una calle lla-mada de las Tres Cruces. En esa calle cualquier curioso, aunque no tenga sus oídos abiertos a la verdadera luz, podrá ver una tienda de sastre; y si penetra en ella para que el supremo arquitecto de las levitas le tome medida de una; si durante esa fastidiosa operación alza los ojos a la bóveda del firmamento, vulgo cielo raso, verá sin duda que por aquellos descoloridos y descarados yesos se pasean soles, rayos que fueron de oro, cordones, triángulos, estrellas pitagóricas y otros signos. Al ver esto sentirá en su alma profundísima emo-ción de respeto, y dirá: «Aquí estuvo el gran templo masónico en los tres llarnados años, del 20 al 23s ". Como se ve, en ambos casos, tanto en la exhibición de terminología ma-sónica, como en la descripción del que fuera templo de los masones del trie-nio liberal, el tono, un tanto despectivo, de Galdós da la pauta de lo que va a constituir el relato, que una vez más lo hace abstrayéndose de la escena y asisticndo a la misma como espectadores de la misma: -Siguiendo nuestra relación (y dejando que pasen algunos días después de las escenas últimamente referidas, lo cual nos lleva a los últimos de fe-brero de 1821), nos dirigimos allá. Es temprano: es la hora en que hierven los clubs; la hora en que Lorencini, La Cruz de Malta y La Fontana son otras tantas ollas donde buibujean curi I urriurox~ y rriarearik ~urribidu las pasiories políticas, entre el chisporroteo de las envidias y el resoplido de las ambicio-nes. Todavía es temprano, porque los trabajos masónicos se abren (este tecni-cismo obliga frecuentemente a no hablar en castellano) a hora más avanzada. -Aún está a oscuras el edificio de la calle de las Tres Cruces. Reconoce-mos el vestibulo, la sala de Pcuos perdidos, donde campean los Cuadros 16- gicos, y no hallamos persona viva. Oyense tan solo los pasos de un hermano sirviente que va y viene, poniendo en su sitio las lámparas de aceite que bien pronto se han de llamar estrellas polares, astros o nebulosas. Por último, ve-mos que entra un hombre con ademán resuelto, como persona muy hecha a semejantes lugares y observando que adelanta sin recelo alguno, nos apresu-ramos a seguirle tomándole por guía en el laberinto de galerías y salas. El desconocido se acerca al sivviente, y después de saludarle con signos que no nos es posible determinar, pronunciando una especie de santo y seña, le hace esta pregunta : -¿Está el señor Canencia? -En la Cámara de Meditaciones le hallará usted, señor Monsalud ''. Más adelante y en otro contexto dirá que los masones llamaban al vino pólvora roja; al cañón, y a los brindis, salvas, no siendo fácil ((comprender la misteriosa relación simbólica entre la embriaguez y la artillería)) ''.. Como complemento de lo anterior dirá varios capítulos más atrás: -Tus declaraciones merecen una salva. Echemos pólvora fulminante en el cañón y disparemos. -Los masones llamaban pólvora fulminante al ron. El cañón y la salva ya sabemos lo que eran. -jFuego! -dijo Monsalud, llevando la copa a sus labios. --jFuego! -repitió Campos. -Los del Arte Real, en su tenidas de banquetes, pronunciaban esta voz de mando para indicar los brindis d5. Sin salirnos de la cuestión, y como si Galdós sintiera la necesidad de ma-nifestar su conocimiento de la terminología masónica, en otra ocasión, recoge el siguiente diálogo : -Pues lo pasado, pasado -dijo Campos-. Amigos otra vez. Olvidemos las ofensas que mutuamente nos hayamos hecho. -Pasemos la trulla. -Trulla era la cuchara de albañil, y la idea de pasarla indicaba olvido y perdón de las injurias, idea que bien podía expresarse hablando como la gente. - -Ahora me toca a mi -dijo Salvador. E -Ahora te toca a ti -añadió Campos, sacando dos cigarros habanos y ofreciendo uno a su amigo-. Ahí va esa pólvora del Libano. Fumemos 86. n-- m Dejando a un lado el uso de abreviaturas masónicas, de las que tambiCn manifiesta Galdós estar al corriente "'. volvamos a la ceremonia de iniciación. La cámara de meditaciones Tras este exhibicionismo de tecnicismos masónicos se ocupa Galdós de ridiculizar la célebre Cámara masónica, que siempre ha sido objeto de intri-gas y falsas interpretaciones por parte de cuantos han escrito de la masonería desde fuera. -Le seguimos denodadamente, aunque el nombre de Cámara de Medita-ciones nos da cierta comezoncilla de miedo, por haber oído que es un recinto Z pavoroso que hace enflaquecer el ánimo más esforzado. A pesar de esto, pe- [ netramos detrás del gallardo joven, y desde el mismo instante sentimos tem- " blores y escalofríos al ver una habitación toda colgada de negro, no puede decirse que alumbrada, sino entristecida por macilenta luz. Damos diente con diente y el cabello se nos eriza al observar que en diversas partes de la triste estancia cuelgan, cual objetos en testeros de tienda, cantidad de huesos y calaveras, y que medio esqueleto se apoya contra la pared mirando con desconsuelo al otro medio, o sea, los fémures y tibias que fueron de su per-tenencia y ora yacen en el suelo. -En la sepulcral pieza hay una mesa, y justo a esta mesa se ocupa en burilar una plancha, o sea, extender un acta (hablando a lo cristiano) un viejo de cabellos blancos. No atendemos a las demostraciones amistosas que hace a nuestro introductor, ni a las palabras de éste: por ahora atentos sólo al conocimiento del local, fijamos los atónitos ojos en algunos letreros que entre hueco y hueco adornan las paredes, y leemos: «Si vienes impulsado por una mera curiosidad o por otro móvil aíin peor, retírate; no trates de descubrirla, porque penetraremos tus intencionesn. Volvemos la cabeza y nos sale al en-cuentro otro parrafillo: «Si tu conciencia está tranquila, ¿por qué sientes dis-gusto ante estos despojos que te recuerdan el fin de tu vida?)). Otro letrero dice: «¿Siente tu alma temor? Pues retírate, porque sólo un espíritu fuerte puede soportar las pruebas a que has de ser sometidon. «¿Te hallas dispuesto a sacrificar tu vida en aras del progreso humano?) Una vez hecha la descripción del interior de la Cámara, Galdós nos expli-cará la ceremonia que se preparaba, sin dejar su actitud despectiva, entre crí-tica e irónica hacia unos ritos que tal vez sin llegar a comprender su autén-tico simbolismo, le parecen un ((juego de chiquillosu: -Poco a poco nos vamos familiarizando con el fúnebre y medroso espec-táculo, y echamos de ver que la Cámara, lo mismo que su extkaño mueblaje, tienen cierto sello de arrinconados cachivaches de teatro, dicho sea con per-dón de las humanas calaveras. El polvo que los cubre, el desorden y abandono con que están colocados los huesos y las inscripciones, indican que todo aquello está en lamentable desuso. Era la Cámara de Meditaciones un recinto donde encerraban al catecúmeno para que se preparara su ánimo antes de ser recibido como aprendiz por la congrcgación mnsónica. Lo primero que tenía que hacer el pobre profano una vez que lo metían bonitamente allí, era otor-gar su testamento y contestar por escrito a varias preguntas, con objeto de mostrar su manera de discurrir y los gramos de sal que tenía en la mollera. Formuladas las respuestas, un hermano entraba con el rostro cubierto en la Cámara, y recogiendo aquéllas, las entregaba al Venerable, que ya estaba pre-sidiendo la sesión o tenida. Leíanse las pruebas del talento del neófito, y si no resultaba alguna barbaridad estupenda, concedíanle el goce de la verdadera luz. Aquí empezaba una serie de ceremonias de que la gente de todos los tiempos se ha reído mucho; pero dicen los masones que hasta sus más insig-nificantes gestos y signos tienen un sentido no menos profundo que los ritos de las religiones india, judaica y cristiana. Digan lo que quieran, las ceremo-nias de estas religiones, aun consideradas tan sólo desde el punto de vista artístico, tienen un sello especial de grandeza, e ídealidad; las masónicas, que s610 vagamente responden a una idea filosófica, parecen, por lo general, un juego de chiquillos, dicho sea con perdón de los Vderosos y Soberanos Príncipes @. Ceremonia de iniciación A partir de este momento va a empezar propiamente la ceremonia de iniciación que es calificada por Galdós de csaineten: -Cuando se acordaba que el profano tenía bastante entendimiento para ser masón (y no debían de ser grandes las exigencias del tribunal), vendábanle a mi hombre los ojos para conducirle a la logia, que estaba comúnmente a dos pasos de la Cámara de Medztaciones. Daba el un golpecito en la puerta, y un masón, a cuyo cargo corrían las funciones de primer celador, decía con la voz más campanuda posible: ((Venerable, llaman profanamente a la puerta del templo u. -El Venerable, aunque sabía bien quién llamaba y por qué llamaba, se hacía el sorprendido, diciendo con acento solemne: «Ved quien esu. -Intervenía entonces otro funcionario que se llamaba el guarda interino. Este salía en averiguación del profano forastero que a deshora turbaba la tranquilidad augusta de la logia, y entonces el hermano que acompañaba al neófito decía: ((Es un profano que desea ser iniciado en nuestros secretosu. -Por fin, después que habían mareado bastante al pobre lego, le dejaban entrar, no sin Oque dijera antes su nombre, edad, naturaleza, estado, religión, profesión y domicilio. El hermano que le presentaba ponía fin a su alta mi- E sión con estas palabras: «Ahí os lo entrego; ya no respondo de él». O -Sería molesto y ocioso referir la serie de preguntas que el Venerable, desde la celeste luminosa altura del Oriente, dirigía al neófito. Después de E las preguntas empezaban las pruebas, a fin de ver, según el código masónico, «hasta qué punto la tortura física influye en la lucidez de las ideas del neó- -g fito, y conocer su energía, su carácter,, etc. Aquí venían las figuradas copas % de sangre, los homicidios de mentirijillas, los testarazos que no pasaban de $ broma, los calzces de amargura, cuyo licor ha sido siempre muy conocido en la Fuente del Berro; las abluciones en un pilón denominado Mar de bronce, y otros sainetes, algunos de los cuales recibían el nombre de viajes, y lo eran, en efecto, por los imaginarios países de Babia. Al recién nacido le asistía en tales actos un individuo a quien llamaban el hermano terrible, siendo común % que desempeñara tal comisión y llevase el atroz mote algún bonachón ten- $ dero de la plaza Mayor o manso escribientillo de cualquier oficina w. n Después vendrá el terrible juramento, para cuya promesa dirá Galdós, no 1 es preciso ((hacer el payaso)): 3 O -En seguida juraba el recipiendario prometiendo realizar cosas muy bue-nas, para las cuales no es preciso seguramente hacer el payaso, pues multitud de personas socorren a sus hermanos en la Caverna del Mithra, vulgo Mundo, sin necesidad de que se lo mande un Venerable, ni de que le mareen con pre-guntas vanas después de bailar el minueto entre un Caballero Kadossch y un Príncipe del Líbano. El juramento no era la última ceremonia, pues ningún profano podía dejar de serlo hasta que no le sobaban de lo lindo. Al golpe de los malletes, o sea, martillos de palo, caía la venda de los ojos del neófito y se encontraba rodeado de llamas y espadas 91. Finalmente das pesadeces del rito» concluyen bajo la acerada pluma de Galdós de esta forma: -iTremendo, crítico instante para aquel que creyera iba a ser machado y asado culiniariamente ... ! Pero las llamas eran pintadas y las espadas de hoja de lata. El Venerable, compadecido entonces sin duda de la situación de aquel pobre hermano metido dentro de una hoguera y entre punzantes aceros, pro. curaba tranquilizarle diciéndole que las llamas y espadas no eran otra cosa que una imagen del remordimiento que desgarraría el alma del recién nacido si llegaba a vender los secretos de la Sociedad. Con esto quedaban terminadas las fórmulas, y respiraba con libertad el iniciado viendo concluidas las pesa-deces del rito. Pero a lo mejor tomaba la palabra el Venerable, que era por lo común un hombre, si no digno de veneración, muy convencido de la im-portancia de aquellas comedias, y les espetaba un discursazo, llamado entre ellos pieza de arquitectura, encareciendo la sublimidad de la masonería, y re-velándole algo de lo concerniente al grado primero o de aprendiz. Este dejaba de llamarse Juan o Pedro, y tomaba con singular modestia el nombre de Ca-tón, Horacio, Cocles, Leibnitz u otro cualquier personaje célebre "". Reflexiones sobre el ritual A partir de este punto es cuando Galdós hace esa serie de reflexiones en-tre la masonería extranjera y la española ya recogidas más arriba 93- y en las que Galdós desenmascara la masonería que él vivió de cerca, y la que relata en su episodio, para decirnos que no era otra cosa que (cuna poderosa cuadrilla política», «una hermandad utilitaria~ y «un colosal centro de intri-gas », que no se ocupaba más que de ((política a la menuda)). Dentro de esta misma tónica de crítica un tanto acerada, otro de los pa-sajes donde Galdós se tira a deguello es en una escena en la que el protago-nista de turno -Monsalud- pretende abandonar la masonería, y uno de los máximos responsables de la misma intenta persuadirle de lo contrario: -El creer que esto es una casa de locos no es motivo para querer salir de ella, señorito Aristogitón. Quédate aquf, quédate, sin perjuicio de que in foro conscienciae te rías un poquillo de la parte externa, ¿entiendes? Yo tam-bién, si he de decirte la verdad, me río algunas veces. - Pues si usted se ríe, amigo don Bartolo -dijo Monsalud, siguiendo el consejo del anciano-, es un hipócrita, porque usted es el hermano secretario y orador de la Sociedad; usted es el erudito, el que explica las leyes de la masonería, el consultor general, el que lo sabe todo dentro de esta casa, el que ordena los ritos, el que explica lo que los demás no entienden: usted es el sacerdote, el mago, el patriarca, el senescal, el archimandrita, el santón, el hierofante o no sé qué nombre darle, porque no sé todavía qué especie de religión, secta o jerigonza es ésta. Usted es el que predica cosas enrevesadas y enigmáticas que no entendemos; usted es el que dibuja garabatos en los diplomas: usted, asistido de su ayudante el señor Regato, fue quien puso aquí esos huesos y esas calaveras que están abriendo la boca para decir que las vuelvan a la tierra; usted escribió estos tarjetoncillos y puso las granadas abiertas, las columnas, los triángulos y la soga, y lo que llaman el Delta, el sol, la luna, el dosel, la J y la B, el cirio y demás signos y majaderías. Si des-pués de hacer esto se ríe usted de los masones ..., vamos, se comprende en qué consiste el ser sabio y filósofo 9'. Tras esta nueva exhibición de tecnicismos y críticas despectivas, el remate lo constituye la interpretación Galdosiana del ritual: -¿Tú no sabes que al pueblo, al vulgo, al común de las gentes, o como quiera llamarse a esa turbamulta ignorante e impresionable, es preciso me-terle las ideas por los ojos? Ya es un gran adelanto que hayamos desterrado los símbolos y fórmulas absurdas de las religiones. Para inculcar en esas ca-bezas de estuco el culto y veneración del Ser Supremo, hay que proceder con paciencia. ¿Hemos de decirles que lo mejor es adorar a Dios bajo la bóveda de los cielos? No, mil veces no; mientras haya hombres es preciso que haya m simbolismo, y mientras haya simbolismo es preciso que haya imágenes, o a falta de imágenes, garabatos, cositas raras y de difícil inteligencia ... Vaya, amiguito, no repitas la vulgaridad de que soy un farsante. Equivaldría esta - calurririioxi especie a llamar farsantes al Papa y demás gigantones del catoli-cismo, y no lo son; dentro de su esfera, desde su punto de vista, no lo son. E Lo que yo siento es que la gente va perdiendo el respeto al ritual, y llegará día en que miren todo esto como miran los curas dentro de la sacristía los objetos de su oficio g5. 3 - - 0 m E Tenida ordinaria O n Unas páginas más adelante y en otro contexto, pues ya no se trata de una 1 iniciación, sino de una ((tenida, o asamblea ordinaria, Galdós va a aprovechar la ocasión para hacernos una minuciosa descripción de la decoración interna ; de una logia: n E 5 -La logia era un salón cuadrangular, muy mal alumbrado y peor venti- 0 lado, de techo plano y no muy alto, de paredes sucias y más parecido a cuadra o almacén que a templo de una religión que dicen tenía entonces en todo el mundo ocho o diez mil logias. En los cuatro testeros, otras tantas palabras de doradas letras indicaban los puntos cardinales, correspondiendo el Oriente a la presidencia, presbiterio, sancta sanctorum, altar mayor o como quiera llamársele, a cuyo sitio, más elevado que el resto del local, se subía por tres escalones. Para que todo se pareciera a un recinto religioso serio, había un doselete de terciopelo, en cuyo centro resplandecía un triangulillo, al cual, para hablar con la menor claridad posible, llamaban ellos Ddta. Dentro de él se veían unos garabatos que indicaban el nombre de Dios puesto en hebreo, también para mayor claridad; pero ya es sabido que ningún signo masónico ha de estar al alcance de los tontos. Lo que sí se entendía perfectamente era el sol y la luna, dos caricaturas de aquellos astros pintadas a derecha e iz-quierda del Delta, o como si dijéramos, al lado del Evangelio y al de la Epístola. -En igual disposición respecto al presidente estaban los sitios del her-mano orador y del secretario. Cierto es que las mesillas de que se servían fueran más útiles teniendo la forma cuadrada; mas era indispensable no abandonar el triangulillo siempre que se pudiera, y por eso las mesas eran de tres picos. También tenían un poco más abajo bufetes típicos el tesorero y el hispitalario. En el remoto Occidente, es decir, junto a la puerta, se ele-vaban dos columnas rematando en granadas entreabiertas. Una columna tenía la J y otra la B, letras que al parecer querían decir Juan Bautista, pues tam-bién al precursor del Mesías le metieron de cabeza en la heterogénea liturgia masónica, donde los misterios egipcios y mil desabridas fábulas se mezclan gárrulamente con el mosaísmo, el paganismo, la religión cristiana, la revolu-ción inglesa y la filosofía del siglo de Federico. Junto a las columnas se repe-tían las mesillas triangulares, una para el primer vigilante y otra para el se-gundo. -El techo no carecía de interés. Por encima del doselete destinado a gua-recer la calva del presidente, asomaban unas listas doradas representando los rayos del sol con dudosa fidelidad. En el friso había varios garabatos, obra de indocto pincel, a los cuales se atribuian intenciones de querer expresar los signos del zodíaco; y por debajo de ellos corría, también pintada, una soga, símbolo de unión y fuerza. La estrella pitagórica andaba también de paseo por aquellos altos cielos, testimonio de grandeza del Supremo Demiurgos (Dios), y en su centro llevaba la letra C, significando pos, palabreja que hasta los niños entienden, sin necesidad de aprender, que significa generación. Com-pletaban el sublime ajuar cuatro candelabros con sendas estrellas, que en el mundo ordinario llamamos velas, y, por último, la consabida batería de tras-tos, espada ondulante, compás, escuadra y el ejemplar de los estatutos. No había ventanas, ni más puertas que la de cntrada, porque era de rito el aho-garse Aquí desconcierta un poco que dentro del relativo conocimiento que Gal-dós tiene de los misterios de la masonería, sin embargo, de vez en cuando «hace aguau, a no ser que lo realice expresamente dentro de ese juego de crítica acerada e irónica. Por ejemplo, la interpretación que aquí hace de las columnas J y B, que dice significan Juan Bautista, es totalmente falsa, pues su verdadero simbolismo es el de Jackin y Boaz, imitación de las que Hiram colocó ante el vestíbulo del templo de Jerusalén (Jackin a la derecha, y Boaz a la izquierda) según consta en la Biblia ". Otro tanto podríamos decir del guurdu interino mencionado en la ceremo-nia de iniciación, cuando hubiera sido más justo decir guarda interior. Pero dejando de lado estas minucias lo cierto es que en este y otros pasajes Galdós se mueve en un terreno conocido. Así, habla de tenidas ordinarias y tenidas de Príncipes del grado 31, de la sala de pasos perdidos, del masón que por espacio de algunos meses había estado dormido, del acto de descubrir el templo, etc. g8. Otro tanto se puede decir cuando habla del Venerable o presidente que es descrito con cierta simpatía por Galdós, hasta el extremo de que hasta 1110s atributos y arreos de la masonería, que no tienen comúnmente nada de airo-sos, le sentaban a maravilla)) 99. En cualquier caso el toque de crítica irónica, más o menos fina, no falta nunca, y lo mismo ocurrirá cuando relate la en-trada de los masones en la logia: -Tomaron todos asiento, siendo de notar que algunos tenían mandil y banda, y otros no. Hubo no pocos pasos de baile francés, tocamientos y signos que no describiremos por ser demasiados conocidos 'O0, o cuando describe el ritual de apertura de los trabajos: -El Venerable, usando las fórmulas rituales, mandó al primer vigilante que ase asegurase si el templo estaba a cubiertou, y el primer vigilante, des-pués de hacer la pantomima de salir y volver a entrar, declaró que no llovía, es decir, que el templo estaba libre de entrometidos y que podían empezar ; los trabajos. Un martillazo presidencial abrió éstos en el grado convenido. Z e -El maestro de ceremonias, que era uno de los oficiales dignatarios, re-corri6 los asientos presentando el saco de las proposiciones. Algunos rnasones -g depositaron un papelillo como los que se usan en las rifas domésticas lo'. 3 Tenida de Maestros Sublimes Perfectos B A continuación de la tenida ordinaria, Galdós pasa a describir la que él s llama tenida de Valientes y Soberanos Príncipes, o de Maestros Sublimes B Perfectos, es decir, la que se realizaba en uno de los grados superiores. Pero para que quede constancia del matiz que la envolvía desde el primer mo-mento, la identifica con la política: 5 -Esta noche hay tenida de Maestros Sublimes Perfectos ... Parece que en o Palacio anda la cosa mal y que las Cortes nuevas no serán muy sumisas ... lm. -Duró la reunión de los padres bastante tiempo, porque además de que en ella trataron diversos asuntos de política elevada, hubo admisión de un hermano que había recibido aumento de salario, es decir, ascenso en la escala masónica 'O3. El juicio que Galdós nos da de los grados superiores no varía dentro de su crítica irónica, del expresado al tratar de los aprendices: -La ceremonia de recepción en los grados superiores no era más seria que en el grado de aprendiz, y se hablaba mucho de la Acacia, de la Sala de en medio, de la Luz opaca y otras lindezas. Para explicarlas sería preciso en-trar con brío en la leyenda del Arte Real; pero como ésta y cuanto a ella se refiere es fastidioso en grado sumo, nos limitamos a recomendar al lector se abstenga de ~erder el tiempo averiguando el significado de los millares de emblemas diversos usados por las doscientas o trescientas disidencias O cisma del primitivo francmasonismo, entre los cuales el rito escocés y aceptado, que parece predominante en nuestros tiempos, tiene por liturgia un enredado be-renjenal de alegorías, entre místicas y filosóficas, donde fracasa la más segura y sólida cabeza 'O4. Como se ve no pierde ocasi6n de hacer alusión a las múltiples disidencias o cismas masónicos, y al enredado aberengenal de alegoríasa. También es cla-ro el papel que ocupaba la política en estas reuniones «sublimesa -según la versión Galdós-, pues entre otras cosas tratadas figuraba el castigo de Vi-nuesa y sus cómplices, la disolución del cuerpo de Guardias; los insultos al Rey, las nuevas Cortes, la sociedad de los comuneros, las partidas de guerri-lleros, etc. A lo que Galdós añadirá: -Por supuesto, no habrán resuelto nada. Los Maestros Sublimes Perfectos se parecen al Gobierno como una calabaza a otra. Aquí como allí se procede de la misma manera. Habrán decidido que no conviene absolver a Vinuesa, ni tampoco condenarlo; que no convierie castigar a lus insultadores del Rey, ni tampoco alentarles; que el cuerpo de Guardias está bien disuelto, pero que se debe crear otro; que la mejor manera de acallar el ruido que hacen los comuneros es alborotar mucho aquí; que las nuevas Cortes no son bue-nas, pero tampoco malas, y que la política debe ser exaltada para contentar al populacho, y al mismo tiempo despótica para contentar a la Corte. -Atacas el justo medio, que es el arte político por excelencia, bribón -dijo Campos, riendo-. ¿Tú qué entiendes de eso? Sin este tira y afloja; sin esa gracia de Dios que consiste en no hacer las cosas por temor de hacer-las a disgusto de Juan o de Pedro, no hay Gobierno posible. -En una palabra, los sublimes no han decidido nada. Ya dijo Voltaire hace muchos años: ((La masonería no ha hecho nunca nada, ni lo haráa. Te-nía razón. -Protesto -gritó Canencia.. .-. El buen Arouet no ha dicho semejante cosa. No calumniemos al gran filósofo, señores'0s. Los comuneros: Cisma masónico La Comunería nos la presenta Galdós como una sociedad desgajada de la Masonería; más liberal que ella, y que precisamente había nacido con una finalidad esencialmente política, y con un profundo odio frente a la masone-ría y su forma de actuar. -Yo me marché de la masonería -dijo Regato con firmeza-; yo fomen-té el cisma, yo contribuí a fundar la Sociedad de los Hijos de Padilla, porque la masonería vino a ser rápidamente una sociedad ñoña y que no sirve para nada, como dijo Voltaire. -Señores, esto es una farsa, esto no conduce más que a un servilismo no menos infame que el servilismo del año 14. Aquí se hacen los decretos a gusto de dos o tres maestros del grado sublime; aquí se eligen los diputados; aquí no hay otra cosa que los manejos de cuatro fatuos que mandan y a su gusto disponen de todo. No los quiero citar, porque no hay para qué. Pero ellos quieren establecer el Gobierno perpetuo de los tibios, y adjudicarse todos los destinos. Esto no puede ser, y no será. Hemos fundado la comunería para establecer la verdadera libertad, sin boberías de orden y servilismo encu-bierto; para darle al pueblo su total soberanía, y que se hagan todas las cosas como al santo pueblo le dé la gana; para desenmascarar a tanto pillo farsante, y hacer que obtengan destinos los verdaderos hombres de bien, adictos al sistema. Basta de papeles y comedias bufonas. Nosotros vamos a la verdad, a la realidad. Odio eterno, señores, entre unos y otros; queremos separación eterna, irreconciliable, de los que desterrarori a nuestro querido héroe, de los que contemporizan con la Corte y la Santa Alianza, de los que disuelven el ejército libertador, de los que persiguen a las sociedades patrióticas de La Fontana y La Cruz de Malta, de los que ponen dificultades a la organización de la Milicia Nacional; separación eterna de los que en una mano tienen el libro de la Constitución y en otra el cetro de hierro del Rey neto. Este es el Orden de Padilla; ésta es la Confederación de Padilla, que hará en España la revolución verdadera, que establecerá el sistema constitucional en toda su pureza y pondrá fin el reinado de los pillos e hipócritas. El Orden de Padilla derribará al infame Ministerio de las páginas y de los hilos antes de ocho días, señores ; . . . 'O6. Simbolismo nacional Nuevamente la crítica contra la masonería convertida en una ((sociedad ñoñas, en «una farsas, y en un «juego político de t i b i 0 ~y ~« comedias bufo-nas », destaca frente al programa de actuación de los comuneros. Precisamen-te pensaban éstos que los ritos masones eran anti-españoles y por eso esta-blecerán un simbolismo caballeresco y nacional: -En virtud de este criterio, yu y todos los verdaderos patriotas hemos dado de lado a la masonería para fundar la grande y altísima, por mil títulos eminente y siempre española sociedad de Los Comuneros 'O'. La constitución de la Confederación comunera o de los caballeros de Pa-dilla es igualmente recogida por Galdós a través de un rápido diálogo: - i Confederación ! i Padilla ! ¿Qué ensalada es ésa? -En el primer artículo de los Estatutos se dice que nos reunimos y nos esparcimos por el territorio de las Españas, con el propósito de imitar las vir-tudes de los héroes que, como Padilla y Lanuza, perdieron sus vidas por las libertades patrias. -¿Y la Confederación se divide en talleres? -¿Qué talleres? Eso es cosa de artesanos. Aquí todos somos caballeros. Llámase nuestro jefe el Gran Castellano; la Confederación se divide en Co-munidades, éstas en Merindades, éstas en Torres, y las Torres en Casas Fuer-tes. Todo es caballeresco, romancesco, altisonante. Si la masonería tiene por objeto auxiliarse mutuamente en las pequeñeces de la vida, nosotros nos reunimos y nos esparcimos, así mismo se dice ... para sostener a toda costa los derechos y libertades del pueblo español, según están consignados en la Constitución política, reconociendo por base inalterable su artículo tercero. Nada de empeñitos; nada de lloriqueo de destinos, ni de asidero de faldones. El artículo diecisiete del capítulo segundo dice que ningún caballero interesará el favor de la Confederación para pretender empleos del Gobierno. ¿Qué tal? Esto sc llama catonismo. iHombrcs incorruptibles! iPl6ynde ilustre! Tene-mos Código Penal, alcaides, tesoreros, secretarios. Nuestras logias se llaman Fortaleza, a las cuales se entra por puente levadizo nada menos 'O8. El cuadro será completado más adelante cuando Galdós nos recuerde que: -Los comuneros querían reformar la Constitución, porque no era bas-tante liberal todavía. Los ministeriales (nos referimos a la primera mitad de 1821) o doceañistas, o si se quiere los masones, convencidos de que su Cons-titución era la mejor de las obras posibles, y que la mente no concebía nada más perfecto, querían que se conservase intacta y sin corrección ni reforma como la naturaleza.. . -Los comuneros, que nacieron del odio a los masones, como los hongos nacen del estiércol, creyendo que los ritos y prácticas de la masonería eran una antigualla desabrida, antiespañola, prosaica y árida, imaginaron que les convenía establecer un simbolismo caballeresco y nacional, propio para exal-tar la imaginación del pueblo y aun de las mujeres, que por entonces tenían parte muy principal en estos líos. Siendo la representación primaria de los masones un templo en fábrica y los hermanos, arquitectos o albañiles, for-maron los comuneros su partido de Comunidades, divididas en Merindades, Torres y Casas Fuertes, y a sus logias llamaron Castillos y a sus Venerables Castellanos, Alcmdes a sus Vigilantes, y así sucesivamente. En los ritos y ce-remonias modificaron todo lo que hay de teatral en la masonería, dándole forma caballeresca, e ideando ilusorias fortalezas, puentes levadizos, barba-canas, recintos, salas de armas, cuerpos de guardias, almacenes de enseres y demás mojigangas, todo creado por sus exaltadas fantasías; de tal modo, que más que militantes caballeros parecían rematados locos. -Su color distintivo era el morado, así como los masones adoptaron el verde. La Asamblea general recibía el nombre de Alcázar de la Libertad, y el recinto donde se reunía, llamado Plaza de Armas, estaba adornado con em-badurnados lienzos y telones, representando torreoncillos con banderolas, lan-zas y las indispensables inscripciones patrioteras. En Presidente llamaba a los socios la guarnición, y a los neófitos, reclutas. Abríanse y cerrábanse las se-siones con fórmulas que harían reír a la misma seriedad, siendo de notar principalmente el parrafillo con que se despedían después de discutir larga-mente sobre mil innobles temas sugeridos por el egoísmo, el hambre o la envidia: ((Retirémonos, compañeros, a dar descanso a nuestro espiritu y a nuestros cuerpos, para restablecer las fuerzas y volver con nuevo vigor a la defensa de las libertades patriasn lag. Ni siquiera en esta ocasión deja Galdós de hacer constantes referencias a la masonería de la que cmpicza dicicndo que atiene por objeto auxiliarse en ? E las pequeñeces de la vidar, para concluir aludiendo una vez más a la teatra- E lidad de sus ritos y ceremonias. n-- m O Finalidad política Pasando por alto la ((iniciación comuneran 11° de la que Galdós se ríe en 5 igual medida que cuando se ocupó de la iniciación inasónica, encontramos al- %- gunos rasgos rápidos con los que Galdós intenta dibujar el entorno comunero. Así respecto a la posible derivación política de ayuda mutua, de concesión de E destinos, como ocurría en la masonería, Galdós -en boca de Regato, uno de E los fundadores de la comunería- será tajante: n -La comuneria es pobre; no da destinos "l. A Con relación al ideal comunero nos dirá que era el establecimiento de la República : 0 -Yo propongo a nuestra Asamblea que cesen las contemplaciones con la 2 Corte y que se dé el grito de i Viva la República!. . . -¿Os aterra la palabra república? Pues yo digo que a mí no me ha cau-sado nunca terror esa palabra, ni me aterra hoy. Perdamos el miedo y sere-mos fuertes. Amenacemos y nos temerán. Somos los más, somos lo más gra-nado de la España liberal. La Europa nos contempla, el Piamonte nos imita, Nápoles nos copia, Portugal se llama nuestro discipulo. Señores, seamos dig-nos de la Europa liberal, y ante nosotros temblarán el Trono y los masonesr.. . -No creáis que la idea republicana es nueva en España. Padilla y Lanuza, nuestros maestros, fueron republicanos. Viniendo a los tiempos modernos, en la proclamación de los derechos del hombre hecha por Muñoz Torrero en las Cortes del año 10 veo yo también la idea republicana ... "'. Los anilleros Frente al partido de los masones y de los comuneros, de repente -dirá Galdós- apareció un tercer partido, llamado de los anilleros ((que quiso mo-dificar la Constitución en sentido restrictivo, aspirando a una especie de transacción con la Corte y la Santa Alianzan "3. De hecho apenas se ocupa Galdós del partido anillero o de los amigos de la Constitución, si no es para decir que dicha Sociedad de los Amigos de la Constitución respondía «a la necesidad imperiosa de establecer un término medio entre las antiguas leyes, que viven encarnadas en el país, y los princi-pios liberal es^ "(. El mencionar a los anilleros no es, pues, para Galdós, sino el motivo para establecer las diferencias existentes entre masones, comuneros y anilleros que se reducían fundamentalmente a la postura adoptada por cada uno de los grupos ante la Constitución. Los comuneros querían reformarla porque no era bastante liberal, los masones (ministeriales y doceañistas) querían que se conservase intacta, y los anilleros querían modificarla en sentido restrictivo aspirando a una especie de transación con la corte y la Santa Alianza. Personajes históricos Al margen de los diferentes matices de unas sociedades u otras, Galdós deja claro que das sociedades secretas ... hacen y deshacen todo, "5. Y al ha-blar de sociedades secretas no incluye en ellas a las clientelas que frecuenta-ban los cafés patrióticos: La Fontana, Malta, etc., de los que apenas se ocupa en un par de ocasiones 116, si bien es cierto que para esas fechas había ya dedi-cado a ellos -diciembre 1870- precisamente su primera novela: La Fonta-na de Oro que ya entonces fue juzgada, por su naturalidad, precisión y clari-dad de estilo, como una novela perfecta. Sin embargo, Galdós no desperdicia la ocasión de sacar a relucir en El Grande Oriente algunos nombres como Romero Alpuente, Alcalá Galiano, Argüelles, Calatrava, Feliú, Regato, Vinuesa, Riego, Cano, Toreno, Quintana, Valdés, San Miguel, Flores Estrada ... "' que no siempre son definidos con ex-cesivo cariño cuando son juzgados por sus contrincantes ideológicos, como es el caso de la estima que a los comuneros merecían Calatrava descrito como «un bajo aduladorn, Feliú «un traidorzuelor, Martínez de la Rosa «un man- drian, Cano Manuel «un bobon, Torero «un pedante^^, Argüelles ((un em-bustero~.. . Durante el Trienio Constitucional (1820-23) -nos dirá Galdós ya casi al final de El Grande Oriente- ((había, según los datos más verosímiles, cin-cuenta y dos diputados masones. De los ministros, la mitad por lo menos car-gaban el mandil. Pocos eran entonces los hombres notables por su talento oratorio o por su pluma, que no doblasen la cerviz ante el misterio eleusíaco, y muchos que después han figurado en los partidos reaccionarios, adoraron la Acacia. Tal fue el atractivo del Orden masónico, que aún se dice trataron con él clérigos no apóstatas y un general de franciscos que después fue arzobispo. Para que nada faltase, los del Arte Real vieron en las logias a un Infante, que recibió el nombre de Drach, con la risible particularidad de que le llamaban Bracón. Un general muy célebre era designado Bruto IZ. Puede dudarse que el mismo Fernando VI1 recibiese salario masónico; pero no que los nombres más ilustres y respetables del presente siglo, los nombres de Argüelles, Ca-latrava, Quintana, San Miguel, Flores Estrada, Galiano y otros figuraron en las listas de maestros, siendo probable que todos ellos fueran Sublimes Per-fectos~ U9. n-- - Aquí nuevamente Galdós vuelve a estar influido por Alcalá Galiano quien es el que adelanta estos nombres, alguno de los cuales lo desmintió ya en su i tiempo de modo enérgico, como ocurrió con el general de los franciscos, Fray Cirilo de Alameda, desmentido que recoge el propio Galdós en nota, como 5 dándonos a entender la fuente en la se había inspirado para su novela. Este 1 hecho indirectamente nos puede cuestionar la validez documental historiográ- B E fica de la versión Galdosiana de la época, fuertemente marcada por la obra de Alcalá Galiano, que al fin de cuentas tomó una parte política bastante activa en los sucesos que reconstruye Galdós. De ahí que la versión de los mismos tal vez necesite de un estricto análisis crítico y matización valorativa. que nos dé la justa medida de las Memorias, de Alcalá Galiano, género que normal- $ mente suele tener una finalidad de autojustificación, no siempre fiel a lo acaecido. E 5 Características del tercer grupo Con El Grande Oriente se cierra, por así decir el gran cuadro, medio cos-tumbrista, medio histórico, en el que Galdós quiso describir con su minucio-sidad y maestría características la acción política de las sociedades secretas españolas del trienio constitucional, y en especial de la masonería, de la que hace un retrato no excesivamente favorable. A partir de este momento y en el resto de los episodios que componen la segunda serie, el hecho masónico pasa a un plano más secundario, si bien sigue estando presente todavía tanto en Los cien mil Hijos de Snn Luis, como en Un voluntario realista, en Los Apostólicos, y finalmente en Un faccioso más y algunos frailes menos. De nuevo la conspiración Por lo que respecta a Los cien mi2 Hijos de San Luis, cuya acción lógica-mente se sitúa en 1823-24, las alusiones a la masonería giran más o menos sobre los mismos motivos, como, por ejemplo, la conspiración contra el rey absolutista. Refiriéndose a Bayona, que es considerada como ((verdadera antesala de nuestras revolucionesr, dirá que sin embargo, nunca había visto ((degradación y torpeza semejantes a las del tiempo de Eguía, que merecieron en aquel en-tonces el siguiente comentario: ((Felicite usted a los francmasones, porque mientras la salvación de Su Majestad siga confiada a las manos que por aquí tocan el pandero, ellos están de enhorabuena)) 12". Más adelante dirá que los francmasones habían seducido a la plebe, y que Su Majestad, por dondequiera que iba, no oía más que denuestos 12'. Y pre-cisamente a raíz de los sucesos del 19 de febrero, cuando «se alborotaron los comuneros y masones porque éstos querían sustituir a aquéllos en el Minis-terio)) 'l", recoge un diálogo popular en el que resulta sintomática esta frase: -Me parece que usted con sus viajes a Francia y sus relaciones con los ministros dcl libcral y filósofo Luis XVIII, se nos está volvicndo francmasona -dijo don Tadeo entre broma y veras-. -Amiguita, usted se nos ha rfrancmasoneado~ -me dijo el astuto intri-gante dando cariñosa palmada en mi manolB. Esta escena que nos indica un poco la proyección popular de la masonería y sus síntomas, tiene su continuación unas páginas después : -Saliendo de misa de San Isidro, me vi insultada y seguida por una turba de mujerzuelas feroces sólo porque llevaba un lazo verde. El color verde era ya el color de la ignominia, como emblema del liberalismo, que tantas veces había escrito sobre él ((Constitución o muerte)). Vi maltratar a un joven de buen porte sólo porque usaba bigote, y desde aquel día el tal adorno de las varoniles caras fue señal de francmasonismo y de extranjería filosófica m. Esta escena nos recuerda lo que Patricio de la Escosura relata por esa misma época cuando dice que una turba de realistas asaltó a Ventura de la Vega en la Puerta del Sol «por dejarse crecer el pelo y llevar melenas, crimen reputado a la sazón como infalible síntoma de masonismo)) lZ5; escena a la que aludirá también Galdós en Los ApostUlicus, cuando hablando de Veguita refiere que «le llevaban preso por tener la audacia de dejarse las melenas largas, al uso masónico)) "6. La intervención extranjera en defensa del rey español hace que salte a la escena Galdosiana una nueva sociedad secreta: los carbonarios, si bien ape-nas se ocupa de ella, si no es para decir que «los carbonarios extranjeros, que andaban por España, unidos a otros perdidos de nuestro país, habían formado una legión con objeto de hacer frente a las tropas francesas. Constaba aque-lla de 200 hombres, tristes desechos de la ley demagógica de Italia, de Francia y de España ... Pasma la inocente credulidad de los carbonarios extranjeros y de los masones españoles)) '?:. Y un poco más adelante añadirá aque los masones primitivos o descalzos estaban en gran pugna con los secundarios o calzados y ambos con los carbo-narios y comunerosn lZ. Tanto aquí como en otras varias alusiones a la comunidad masónica lZ9, o a la Orden de la Acacia, en la que incluye a Mina los masones se presentan no sólo divididos sino sin fuerza, ni influjo para contener la agresión extran-jera y evitar la huida del Gobierno a Andalucía, lo que será aprovechado por $ Galdós para incidir en la visión quc dc los masoncs tcnían los pcrsonajcs que encarnan la clase popular: O E 5 - i Qué se escapan ! . . . Los patriotas. los más malos de todos, los ateos, ; blasfemos, los republicanos, los masones, los regicidas, los enemigos del Rey.. ., $ los que querían matarle 13'. 3 Lihernles y absolutistas O A partir de este episodio la trama de los tres restantes se encuadra en la lucha entre realistas y liberales; lucha que afecta tanto a los partidarios de Fernando VII, como a los de su hermano don Carlos. Y aquí resulta curioso f cómo entre los personajes Galdosianos, tanto los populares, como los absolu-tistas -en su doble vertiente- se establece una especie de igualdad o deno- 5 minador común que abarca a liberales, jacobinos y masones, como si fueran términos sinónimos. Igualmente hay una cierta identificación dc la masoneria ---dueña del Trono, del Gobierno y del Ejército- con la herejía, la demo-cracia, la revolución e incluso con el comunismo. Algunos ejemplos pueden servir de ilustración: -¿Acaso podrán levantarse otra vez los liberales? No se levantarán. Pero los masones tienen minado el Trono. -¡El Trono! -exclamó Pepet lleno de confusión-. Es el más seguro del mundo. -Tal vez no. -i No tenemos Gobierno absoluto? -A medias: Gobierno con puntas de masónico, que no se decide a poner la Religión por encima de todo ... -No gobiernan los liberales, es verdad; pero ello es que, sin saber cómo gobierna su espíritu, y las sectas, las infames sectas masónicas, no han sido destruidas. El Ejército, que se compone absolutamente de masones, no ha sido disuelto y desbaratado, y en cambio están sin organizar los voluntarios realistas. --Andan sueltos muchos, muchísimos que fueron milicianos nacionales y asesinos de frailes y monjas, y la masonería se extiende hasta el mismo Tro-no, hasta el mismo Trono.. . 132. -Dcsde la guerra de la Indepcndcncia cl Ejército, lo mismo que la Ma-rina, están carcomidos por la masonería. La revolución del 23 obra fue de los masones militares; las intentonas de estos años también son cosa suya, y en estos momentos, señores, se está formando una sociedad, llamada la Confe-deración Isabelina, en la que andan muchos pajarracos de alto vuelo y que por el rotulillo ya da a entender adónde va lS. --Veo que mira usted mis charreteras. .. i Ah ! , desde hoy las considero como una deshonra.. . No puedo servir a dos señores.. . Fuera de mí, insig-nias de vilipendio, que me parecéis emblemas de un orden masónico '". -De los jefes militares importantes trataba a algunos, y con varios de ellos tenía conocimiento que rayaba en amistad, por antiguo compañerismo en el Grande Oriente masónico del 22 lSs. La obsesión masónica dentro de esa lucha o enfrentamiento que llevó el absolutismo contra toda ideología que le fuera contraria vuelve a quedar plas-mada tanto en Un voluntario realista, como en Los Apostólicos: --Dígame usted: ¿no está la Corte minada por los masones? ¿Es cicrto, como nos han dicho, que si los masones triunfan, destruirán todo, y no deja-rán en pie nada de lo que hoy existe? Los masones no triunfarán '". -Don Tadeo pierde cada día su fuerza, y el Rey se está haciendo todo mantecas, a medida que la gente de orden y el respetabilísimo clero ponen los ojos en el Infante, única esperanza de esta nación francmasonizada y hecha trizas por el ateísmo 13'. -Es lo que yo digo: divídase el partido del orden, y tendremos a los masones tirándonos de la nariz.. . lm. -No es extraño, Jenarita, que con la marcha que lleva este Gobierno por el camino de la francmasonería, sean perseguidos los buenos españoles. Ese pobre Rey se ha entregado en manos de la herejía y del democratismo 13g. "7 D * * * E O n -Le expuse la situación del país, anhelante de verse gobernado por un Príncipe real y verdaderamente absoluto, que no transija con masones, que no admita principios revolucionarios, que cierre la puerta a las novedades ... lkO. Precisamente una de las peroratas que pone Galdós en boca de uno de los e realistas, alude a esta situación de enfrentamiento: 3 -Nos dijeron que se iba a emprender una guerra grande, gloriosa ... ipum!, una gue |
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