LA FIGURA VILLAAMIL EN «MIAU»
Geoffrey Ribans
Para la sesión de clausura en este 1 Congreso Galdosiano, de extraordi-naria
envergadura y -dicho sea de paso- de un pasmoso espíritu hospitalario,
podría parecer irreverente y poco serio discutir sobre una obra cuyo título mo-nosílabo
consiste en el vocablo que expresa el característico -s o.n .i.d o gatuno iviiau, que poco parece tener de elevado o trascendentai. Yero baldOS y no yo
lo ha dispuesto así y conviene subrayar que desde el primer momento, en su
título mismo, don Benito eligió dar un tono ligero, burlesco y socarrón1 -pa-labra
esta que sale a cada paso al referirse a Galdós- a su novela. Miau es
efectivamente una de las novelas de Galdós que en años recientes ha suscitado
más interés y más discusión. Y sobre un aspecto en especial, fundamental para
la comprensión de la obra, ha surgido cierta amistosa polémica la cual quiero
examinar con cierto detenimiento esta tarde: la interpretación del personaje del
protagonista. En esta ocasión, por tanto, he de restringirme rigurosamente a
don Ramón de Villaamil, dejando completamente de lado otras interesantísimas
consideraciones, tal como el papel del niño Luis Cadalso, cuya primordial im-portancia,
tanto estructural como temática, soy por otra parte el primero en
reconocer. Los críticos que últimamente se han ocupado de este tema parecen
dividirse en dos campos radicalmente distintos: por una parte los que ven la
historia principalmente como una crítica de la sociedad que oprime al individuo
indefenso, dejando despiadadamente cesante a un digno funcionario; descue-llan
entre éstos, señaladamente en las ilustres páginas de Anales Galdosianos,
Alexander Parker 2, Geraldine M. Scanlon y R. O. Jones 3, en un artículo escri-to
en colaboración, y Herbert Ramsden 4, todos ingleses por más señas; y por
la otra los que atribuyen una parte mayor o menor de la responsabilidad por
su desesperada situación a los defectos del propio Vilíaamil: Sherman Eoff,
con su célebre libro sobre las novelas Galdósianas ', y Robert Weber, editor
meticuloso del manuscrito de Miau 6, representan esta segunda actitud. En sín-tesis
el problema esencial se plantea en el título del artículo de Parker: «¿Es
Villaamil víctima o fracaso cómico?)
Es verdad que caben otras actitudes más variadas o polifacéticas: Villaamil
como símbolo de la existencia humana 7; el concepto de la administración como
un «mundo absurdo* autónomo e incomprensible, kafkiano o unamunesco, desa-rrollado
por Ricardo Gullón '; la actitud más bien psicológica, si bien crítica
de Villaamil, de Theodore Sackett 9; por mi parte, a raíz de una nota algo severa
sobre el libro de Gullón en la que, en un espacio harto breve, me atraví a em-barcar
en una interpretación de Miau 'O, se me ha identificado con el criterio
de Weber ", cosa que dista mucho de ser cierta, como se verá en lo que sigue.
En su artículo modestamente titulado «Preludio de una revalorización»,
ScaIon y Jones señalan como los tres defectos de Villaarnil según el criterio
asociado con Eoff y Weber: la incompetencia, el pesimismo y una excesiva auto-preocupación
''. Por mi parte, no dudo en descartar estas críticas como total- -
mente injustificadas. Acepto, sin ambages, la mayor parte de lo que los eruditos W
villaamilófilos, por decirlo así, alegan en su favor: su seriedad y su básica com-petencia
en su carrera, su evidente superioridad humana frente a los demás
miembros de la tribu burocrática, la flagrante injusticia, una tara escandalosa
sobre el estado y la sociedad que la permite, de su cesantía y del fracaso de sus E
esfuerzos por colocarse con el fin de jubilarse dignamente. Todo esto me parece
archievidente: no creo que haya nada que favorezca la tesis de Weber de que e
al pobre Villaamil le incumbe, a los sesenta años bien cumplidos, buscar otro $
empleo ni que su aspiración de colocarse sea el resultado de un exagerado %
egoísmo 13. Igualmente evidente para mí es la honda compasión que debemos
sentir frente a la simpática figura de Villaamil: es hombre de cabal integridad
ética, de una gran benevolencia humana, de una admirable sencillez de costum-bres.
No menos evidente y meritoria es su honradez, su determinado rechazo -
de las trampas y fraudes a que le instan tanto doña Pura como Víctor; éstos $
son los métodos consagrados, y cada vez más importantes, para adelantar dentro
del sistema, pero no podemos, sino aplaudir en Villaarnil su rotunda negativa a
recurrir a ellos 14. Si la novela fuera tan sólo una encarnizada lucha entre la
pérfida e ineficaz administración y el incorruptible Villaamil -así es más o
menos el enfoque del problema que con el irónico beneplácito del autor el
honrado empleado se complace en presentar- no habría más alternativa que
ponerse resueltamente de parte suya. Pero la reladidad de la novela es -a mi
ver- harto más compleja y la confrontación estado-Villaamil está mal enfo-cada.
Veámoslo.
Las características de la administración española, tal como nos la presenta
Galdós, son fácilmente descritas: Ramsden, entre otros, la somete a un examen
sumamente minucioso, resumiéndola como «a world of mediocrities and string-pullers~
1 5; Scalon y Jones apuntan con razón que es «manifestly malignant» y,
además, perversa: no sólo no premia al meritorio, sino favorece al malo; Par-
ker ve más bien en ella un ejemplo externo de carencia de compasión humana "j.
Todos, influidos quizá por un sistema de administración más asentada y estable,
pasan por alto los violentos altibajos experimentados en la vida pública espa-ñola.
En vez de apreciar la asombrosa capacidad de Galdós para penetrar de
modo verosímil en la existencia física de este mundo burocrático tal como es
o aparenta ser, parecen, implícitamente, prever la posibilidad de mejorarla desde
dentro y aprueban, con más o menos entusiasmo, los proyectos de reforma que
abrigaba Villaamil 17. Es aquí donde discrepo grandemente de mis ilustres com-patriotas.
A mi parecer la actitud de Galdós frente a la burocracia es muy dis-tinta
de lo que conciben los que buscan en sus novelas motivos de regeneración
dentro de la oficialidad estatal.
Antes de entrar, sin embargo, en este terreno esencial, conviene mirar un
poco más de cerca los detalles que nos proporciona Galdós, pródigo siempre en
datos concretos, de la carrera pública de Villaamil. Primero importa reparar
en una cosa significativa. La acción de Miau se desarrolla en plena Restaura-ción,
en 1878. No es casual que Galdós sitúe su presentación más acabada de
un viejo cesante en un período que, según él, reunía ciertas condiciones muy
especiales, consecuencia de la época de inquietud que seguía a la «Gloriosa» Re-volución
de septiembre de 1868: «el mayor trastorno político de España en el
siglo presente* (588) 18, la cual dejó cesante a Villaamil por deber su destino
a un íntimo de González Bravo lg. A continuación los vaivenes políticos y sobre
todo el arreglismo acomodaticio de la Restauración transformaron desfavorable-mente
la situación del empleado ya entrado en años, monárquico por más señas
y amenazado de cesantía por la cantidad de nuevos pretendientes. Como afirma
el mismo Villaamil, hombre esencialmente del antiguo régimen: «Con esta Res-tauración
maldita, epílogo de una condenada revolución, ha salido tanta gente
nueva ... Bien dice Mendizábal que la política ha caído en manos de meque-trefe~
»( 610). Pantoja repite en otras palabras esencialmente el mismo concepto.
Hablando de la tribu Pez, notoria muestra de la habilidad burocrática de arri-marse
al sol que más caliente, dice que éstos están rebosando de obligaciones:
«Esa gente, que sirvió a la Gloriosa primero y después a la Restauración, está
con el agua al cuello porque tiene que atender a los de ahora, sin desamparar
a los de antes, que andan ladrando de hambre» (696) 20. ViUaamil es patente-mente
de los de antes que se han quedado desamparados. Por eso Pantoja le
recomienda a su amigo que busque el apoyo de los «pájaros gordos», sean mi-nisteriales
o no, y menciona por su nombre a los prohombres más destacados
de la Restauración: Sagasta, Cánovas, Castelar, Venancio González, los herma-nos
Silvela. En otra ocasión Villaamil denuncia a Pura la facilidad con que los
Peces -que no él- han sabido acomodarse a la Restauración: «Figúrate una
gente que ha mamado en todas las ubres y que ha sabido empalmar la Gloriosa
con Alfonsito» (630). El, incluso, logró mantener su puesto cierto tiempo «res-petado
por la Restauración* antes de que le cayese el fatídico golpe. Seguida-mente
afirma que los puestos que ocupan ellos, los más plegadizos, corresponden
a los «leales», aservidores fieles, identificados con la política monárquicaw. Y
conste que lo que después proclama, nótese bien, es nada menos que la necesi-dad
del sístema de turno, que echaría a unos, los que sabían adaptarse a cual-quier
régimen para sustituirlos con otros más adictos e intransigentes. Es decir,
que nuestro dedicado funcionario contempla con ecuanimidad el sistema para-lelo
de empleados y pretendientes que se alternan en el servicio según la orien-tación
política: no le importa que haya una cohorte permanente de cesantes,
con tal que él no sea uno de ellos, ni aspira a crear un cuerpo estabIe y fijo
de empleados del estado. ¡Vaya una reforma!
También entra en juego, naturalmente, el enchufismo, sobre todo la influen-cia
de las faldas, que en el caso destacado de Víctor es lo que determina su
inmerecido ascenso.
Este concepto, por cierto muy fidedigno, de la Restauración como inten-tando
en lo posible una cómoda reconciliación de todos los intereses 21 está
muy arraigado en Galdós; en Fortunata y Jacinta, novela que inmediatamente
antecede Miau, y que se desarrolla precisamente en aquellos años. presenciamos
la subida a ministro de Jacinto Villalonga, quien va en seguida dispensando
largueza a tales menesterosos como Basilio Andrés de la Caña, amigo y apoyador
de Villaamil en Miau, y Juan Pablo Rubín que tiene la desvergüenza de dar
un carlista reconciliado propinita de medio duro (554) al mísero Villaamil, y
en otra esfera -la eclesiástica- al repugnante Nicolás Rubín; en estos nom-bramientos
no entra para nada ninguna consideración de mérito. Incluso recibió
Villalonga, sin atenderla, una recon~endación de Feijoo para Villaamil, en su
previa encarnación de Ramsés 11 ". -
Años más tarde, en un artículo escrito en 1903, «Soñemos, alma, soñemos»,
GaIdós insiste de nuevo en la transformación radical que se ha realizado desde
la época de la Revolución de 1868 y la Restauración, transformación «que ya
vieron los despabilados, y ahora empiezan a ver los ciegos». Consiste ésta, con-tinúa
Galdós, en un abandono de la dependencia absoluta sobre el Estado:
«... el ser doméstico, digámoslo así, de nuestra raza pobre y ociosa, sin trabajo
interior ni política internacional, se caracterizaba por la delegación de toda vita-
Edad en manos del Estado. El Estado hacía y deshacía la existencia general
... Las clases más ilustradas reclamaban y obtenían el socorro del sueldo. Había
dos noblezas: la de los pergaminos y la de los expedientes.. .» A partir de la
Revolución y su secuela, en cambio, «va siendo ya general la idea de que se
puede vivir sin abonarse por medio de una credencial a los comedores del Es-tado;
de éste se espera muy poco en el sentido de abrir caminos anchos y nuevos
a los negocios, a la industria y a las artes. En cincuenta años es incalculable el
número de los que han aprendido a subsistir sin acercar sus labios a las que
un tiempo fueron lozanas ubres y hoy cuelgan flácidas. [Nótese la tan predilecta
metáfora Galdósiana] Los españoles han crecido: comen, ya no maman» (0. C.,
Novelas, 111, 1258-59). Aunque es indudable que las ideas de Galdós se han radi-calizado
mucho en el transcurso de los años, Villaamil se cuadra de la manera
más exacta al hombre viejo satélite del Estado frente al nuevo tipo, indepen-diente
y emprendedor -al que podríamos considerar capitalista- de la post-
Restauración.
El caso de Villaamil resulta así políticamente explicable e históricamente
verosímil, aunque esto, naturalmente, no quita nada de la injusticia del caso.
Al considerar los efectos de su cesantía, intentemos de antemano separar las
consecuencias puramente materiales de las espirituales. Su situación material es
por cierto desesperante y poco menos que irremediable en el momento en que
le encontramos en la novela, pero el hecho es que precisamos el fin de un largo
proceso que evidencia, por un lado, la arbitraria e indiferente injusticia del Es-tado
-cosa que podríamos dar por sentada- y, por parte del afectado, una
grave falta de previsión, cautela y resolución. Villaamil no puede menos que
darse cuenta de lo que es el sistema administrativo español -sus denuncias lo
demuestran claramente- y, por tanto, de lo precaria y deleznable que es la
seguridad del funcionario público. Al describir sus tres períodos de cesantía,
Galdós nos indica de paso que dieciocho meses sin destino es «poco tiempo» para
uii c--i-l1q-x-3a-u v. Tv7~i1li1a..a r--r d ul cloe- e-s- t ar escarmentado ya. E a renido aquel momento
de fugaz triunfo, nada brillante por cierto, evocado fielmente por Galdós en
más de una ocasión, como jefe económico de una provincia de tercera, pero
allá «doña Pura y su hermana daban el tono a las costumbres elegantes y hacían
lucidísimo papel» (588) 23 y éste no sabía impedir estos derroches como no
logró impedir que su hija Luisa se casase con Víctor Cadalso. Cuando la revo-lución
le deparó la cesantía, pagaron rodas las consecuencias de las consabidas
extravagancias, pues doña Pura «había tenido siempre el arte de no ahorrar un
céntimo». Sus dos años de destino en Ultramar le proporcionaron algunos ahorros
«que se deshicieron prmto como granos de sal en la mar sin fondo de la admi-nistración
de doña Pura» (590-91). Repárese en la palabra «administración»:
Villaami1 es el administrador público que no sabe administrar su propia casa.
En otra parte Galdós declara paladinamente que es doña Pura quien lleva los
pantalones.
Dentro ya de la acción del libro, en los apuros más negros de la cesantía.
no cesan tampoco las extravagancias de doña Pura, debidamente advertidas en
todo detalle por Paca, la portera, y que dan indicios tanto de la continua irres-ponsabilidad
de las Miau que no dejan nuncan de «vivir en la hora presen-te
» (570), como de la falta de autoridad del jefe del hogar, el ex-jefe económico
de una provincilla: tan despegado está de la economía doméstica que no se le
ocurre siquiera preguntar de dónde proceden aquellos lujos (más adecuado (S) a
la mesa de un director general que a la de un mísero pretendiente» (569) com-prados
con los diez duros que doña Pura recibe prestados de la Señora de Pez y
seguidos algo más tarde por los no pocos billetes de 100 pesetas entregados por
Víctor. Doña Pura ya había increpado violentamente a su marido por su falta de
empuje: «Las credenciales, señor mío, son para los que se las ganan enseñando
los colmillos. Eres inofensivo, no muerdes, ni siquiera ladras, y todos se ríen de
ti» (561). Don Ramón hubiera hecho bien en enseñar los colmillos en casa,
donde toda la preocupación está en ir a la ópera, recibir a las visitas y obse-quiarlas
con copa y pastas y conservar intacta entre todos los apuros la tan
adorada sala, inigualada entre sus amistades.
El hecho es, sin embargo, que las dificultades materiales, por acuciantes que
sean, son lo de menos en esta historia. Mucho más importante es la frustra-ción
espiritual de un hombre que ha dedicado no ya su vida, sino su alma a
la máquina burocráticaz4. Primero, echemos un vistazo a las palabras e imá-genes
que están asociadas con él desde el comienzo de la novela. Casi sus
primeras palabras dicen así:
En este mundo no hay más que egoísmo, ingratitud y mientras más ida-mias
se ven, más quedan por ver... (555).
«Este mundo» es, por supuesto, el mundo de la administración, su mundo
adop~ivo, y la amplia y categórica condena peca evidentemente de hiperbólica.
Villaamil está proyectando sus problemas personales al mundo entero. La pri- "7
mera palabra que articuia en ei segundo capítulo -« iCoiocarmei »- mantiene E
este tono exaltado y patéticamente burlesco. Asimismo, la primera impresión $
visual que tenemos de Villaamil es la comparación con «un tigre viejo y tísico
que, después de haberse lucido en las exhibiciones ambulantes de fieras, no E
conserva ya de su antigua belleza más que la pintorreada piel». (554). E
2
Menos importancia tiene la segunda descripción, esta vez pictórica, al pensar E
en la negra necesidad de acudir como mendigo a sus amigos: 3
El tigre inválido se transfiguraba. Tenía la expresión sublime de un após- -
0m
tol en el momento en que le están martirizando por la fe, algo del San E
Bartolomé de Ribera, cuando le suspenden del árbol y le descueran aquellos O
tunantes de gentiles, como si fuera un cabrito (555).
-
Aparte del destacado contraste con la representación de doña Pura como
figura de Fray Angélico, esta comparación nos muestra, desde el principio, la
vocación de martirio, de padecer por la fe -que es la subyugación a la 1
administración- que caracteriza al pobre Villaamil; y el tono ligeramente iró- 2
nico del pasaje citado nos indica lo que ésta tiene de exagerado. A continuación,
Galdós se refiere al apodo de Ramsés 11 que puso al Villaamil de Fortunata y
Jacinta, pero aunque ~obrevive alguna imagen de momia 26 a la identificación
más bien estática con los egipcios antiguos le sustituye la más dinámica del
tigre gastado y del santo y mártir.
Como ocurre más de una vez en la organización metafórica de la novela, las
impresiones visuales son categóricamente desmentidas por los hechos. Un solo
ejemplo: Mendizábal, hombre en extremo bondadoso, se parece a un gorila,
así como su apellido, de destacado renombre liberal, no casa bien con sus opi-niones
reaccionarias. Se dan parecidas ironías de situación: cuando Cucúrbitas
se niega a ayudar más a Villaamil, da dos perros grandes por única vez al
muchacho que tantas correrías ha hecho sin percibir céntimo; y cuando a Men-dizábai
los Viliaamil le pagan excepcionalmente la mensualidad, sale con mal
humor porque ellos no se sienten dispuestos a lisonjearle. Y como último
ejemplo, muy pertiente, de esta ironía: una vez cuando el bueno de Villaamil
estaba resignado a una cesantía que parecía inevitable: «no pensaba más que en
el fatídico cese; lo veía delante de sí día y noche, manifestándose con brutal
laconismo. ¿Y qué sucedió? Pues, sucedió que me lo ascendieron» (639).
Así pasa también con la apariencia de tigre, si bien viejo y gastado, que
concuerda, eso sí, con el aspecto felino de toda la familia; por feroz que parez-ca
al hacer su característico ademán de mover con saña la mandíbula, la verdad
del caso es todo lo contrario: «Su cara tomaba expresión de ferocidad san-guinaria
en las ocasiones aflictivas, y aquel bendito, incapaz de matar una
mosca, cuando le amargaba una pesadumbre parecía tener entre los dientes
carne humana cruda, sazonada con acíbar en vez de sal» (560). Villaamil,
claro está, peca no de agresivi, s h i de excesivamente dSci1 e indecis~ e1 tnd-?
su conducta familiar.
A estos atributos se añade pronto su fuerte complejo persecutorio («tQuién
será, pero quién será el danzante que me hace la guerra? Algún ingrato quizá
que me debe su carrera» (562), al que da hiperbólica expresión en el angustiado
rezo o soliloquio del captíulo IV, que llega a su punto culminante cuando
chuca, ei, !as :kkU!as, wm-, 1% p~c r t ay a! mes-, Uespertd-, a! extemado
Luisito y aterrándole con su obsesionada rememoración de las fechas de una
ley administrativa.
A base de ironías, exageraciones y contrastes, pues, Galdós establece desde
el principio una honda veta humorística de discrepancia entre lo visto y dicho
y la realidad que anticipa los acontecimientos posteriores.
La inclinación hacia lo heroico y lo exagerado, pues, está allí desde el prin-cipio
27. Esto, para mí, explica y justifica el tono cómico de las descripciones
y acontecimientos relacionados con Villaamil y me impide tomarlo tan a pecho
como ciertos críticos. Por esta tendencia a la exageración y la falta de propor-ción
las crueles sátiras de Guillén y la imposición sobre el autor de las cuatro
memorias del mote Miau resultan consecuentes y hasta cierto punto justifica-das,
si bien despiadadas. Así al transtornársele el juicio la conversión de Miau
en Inri, símbolo de la pasión de Cristo crucificado, no carece de preparación
y de antecedentes.
La querencia que siente por la mole del Ministerio de Hacienda es honda
y conmovedora:
Profesaba Villaamil entrañable cariño a la mole colosal del Ministerio; la
amaba como el criado fiel ama la casa y la familia cuyo pan ha comido du-rante
luengos años; y en aquella época funesta de su cesantía visitábale 61
con respeto y tristeza, como sirviente despedido que ronda la morada donde
le expulsaron, soñando en volver a ella (610)28.
AUí está su vida, allí sus aspiraciones y es la exclusión de la rutina adminis-trativa
lo que más le duele en el alma -exclusión que le sería forzosa aceptar
en todo caso al jubilarse. Otra ironía es que si lograra colocarse durante esos
dos meses, se quedaría con una jubilación muy holgada de los cuatro quintos
de su mejor sueldo. Es otro absurdo del «todo o nada» que caracteriza la adrni-nistración
española de entonces. Hay que notar, además, el hecho significativo
de que Villaamil no habla para nada como un empleado que raya ya en la
jubilación; de los dos meses que le faltan para cumplir los treinta y cinco años
de servicio reglamentario habla poco; en cambio, discurre largamente sobre
dos temas: los detalles más nimios de ascefisos y de salarios, que inevitablemente
le hieren en su estima propia, y sus proyectos de reforma burlescamente con-densados
en las letras MIAU: los slogans que otros toman tan en serio. Me
falta tiempo para hablar largamente de ello, pero me parecen invenciones de
índole puramente administrativa que poco o nada tienen que ver con la rea-lidad
del país. Moralidad es un concepto altamente deseable, pero tan general
que carece de eficacia práctica; el Income Tax podría ser un impuesto útil y -
equitativo, pero se nos indica varias veces 29 que depende de la buena fe del
público que el mismo Villaamil duda que exista; Aduana huele a un protec-cionismo
que no deja de ser discutible, y Unificación de la Deuda no pasa de
ser un mero ajuste financiero. No puedo creer que Galdós viera en estas medi- f
das ninguna panacea para los males de España. E
2
CQIC artit-4 -podriamns preguntarnos en este punto-- time G&5s heda E
la administración? Algo tiene indudablemente de «mundo absurdo* como acer- [
tadamente lo califica Gullón 30, pero no - c r e o yo- en el sentido contempo- ;
ráneo, kafkiano, de ser completamente falto de significado y de coherencia. Más i
bien, es un mundillo aparte, con cierta autonomía de actividad e intereses.
Podríamos quizá caracterizar10 como una excrecencia parasítica, que vive a ex-pensas
de la vida auténtica de la sociedad, quitando vitalidad y engullendo
energías, espíritus y recursos que bien pudieran servir para otras cosas, pero
esto nos llevaría algo más lejos de lo que Galdós nos deja presentado en la
novela, si bien está de acuerdo con lo antes citado de «Soñemos, alma, soñemos».
Galdós en todo caso no propone soluciones, sino describe, o más bien pinta, E
hechos experimentados. Si algo se puede deducir de su actitud es que hay una
casi imperceptible y lentísima mejora en las condiciones humanas 31, pero que
si éstas llegan en un momento determinado a ser intolerables para cualquier
grupo de la sociedad podrá producirse una revolución -de ahí las opiniones
disolvente de un Juan Pablo Rubín o de un Villaamil en un trance crítico
-revolución que por su parte no tarda en volver al camino de antaño. Esto
no quiere decir de ningún modo que Galdós no se interese en la reforma de los
defectos de la España de su tiempo, pero tengo para mí que los adelantos que
prevé Galdós se consiguen, tanto en la esfera material como en la espiritual,
por iniciativas privadas: en la. primera, por un empuje dinámico e individualista;
en la segunda, de índole más abnegada, por individuos regidos por un irrepri-
mible instinto humanitario, por el amor en definitiva. Nuestro buen Ramón de
Villaamil no se cuenta ni entre éstos ni aquéllos.
Lo que es cierto es que este mundo burocrático ejerce una honda fascina-ción
sobre Galdós, que ve en él riquísimas posibilidades de estudiar a distintos
individuos contra un fondo económico-social y buenos ejemplos de la movilidad
y consolidación de clases que tanto le interesa. Así describe a los tres mil em-pleados
satisfechos con la Restauración que salen del Ministerio de Hacienda
el día del cobro.
Era, sin duda, una honrada plebe anodina, curada del espanto de las revo-luciones,
sectaria del orden y de la estabilidad, pueblo con gabán y sin
otra idea política que asegurar y defender la pícara olla; proletariado buro-critico,
lastre de la famosa nave, masa resultante de la hibridación del
pueblo con la mesocracia, formando el cemento que traba y solidifica la
arquitectura de las instituciones (660) 32.
Por otra parte, no creo que Gaidós viera en la administración trascendencia
alguna que justificara las pretensiones de Villaamil: la redención de España no
se encuentra por este camino. Se trata, esencialmente, de la manera de ganarse
la vida para un sinnúmero de la clase media madrileña, o, como dice Galdós en
su pintoresco tono chabacano, familiar e incluso vulgar, como si fuera él uno
de los participantes 33: «el garbanzo y la santa rosca de cada día». El tono de
lírica alegría, no exenta de ironía, con que Saidós describe ei momento de ia
paga y la salidad de la gente con sus bolsillos repletos de monedas bajo el ojo
observador del pobre Villaamil corresponde al mismo criterio de la primordial
importancia de la recompensa para estas gentes: a más no aspiran. « iAh!
iCielos! » -exclama Galdós en otro capítulo- «¿Qué sería del mundo sin
cocido? ¿Y qué de la mísera humanidad sin pagas?» (614). Conviene tener
en cuenta una vez más la fatiga producida por las turbulencias recién pasadas.
Recuérdese lo que decía don Evaristo Feijoo a Juan Pablo Rubín en Fortunnta
y Jacinta:
Yo ... soy progresista desengañado, y usted tradicionalista arrepentido. Tene-mos
algo en común: el creer que todo esto es una comedia y que s610 se
trata de saber a quién le toca mamar y a quién no. (Ed. cit., 295.)
Lo malo y lo verdaderamente triste de la situación espiritual de Villaamil,
pues, es que ha creído a pie juntillas en la significación trascendental de la
administración sobrestimando a la vez el papel que a él le toca desempeñar en
ella. Es víctima de la administración porque ha consentido en ser un esclavo.
Así un acuciante problema personal, en difíciles condiciones políticas, el de
sacar la merecida recompensa de una vida de servicio -aspiración muy limi-tada,
pero concreta- se convierte para Villaamil en un heroico esfuerzo indi-vidual
en pro de unos principios de buena administración que no sirven para
el caso - e l papel del reformador auténtico es mucho más arduo- y que, de
todos modos, él, por la edad y la categoría de subordinado, no puede estar
destinado a imponer. Huelga decir que, así vistas, sus tácticas son contraprodu-centes:
sus perpetuas visitas y sobretodo sus reiteradas ideas fijas causan can-sancio
34 y prestan verosimilitud a las calumnias de Víctor de que ya está loco
e incapaz de desempeñar un destino.
Dicho todo esto, interesa examinar ahora las características de los demás
funcionarios que salen en el libro. Algunos críticos han subrayado la superio-ridad
ética y humana de Villaamil frente a sus colegas y no les falta razón; pero
lo importante es que cada uno de ellos a su propia manera logra ajustarse a la
realidad de su situación.
De la ciega e incondicional adoración del sistema estatal el prototipo es Pan-toja,
cuyo lema es mucha administración y poca o ninguna politica. Dotado de
acierta inercia espiritual» en las facciones, es el probo funcionario por exce-lencia.
No tiene los pujos renovadores de Villaamil, sino que persigue impla-cablemente
al pobre contribuyente o particular. Se ha hecho indispensable
de rai modo que es uno de los poquísimos que no teme :a cesarda. Es icii tipo, E sin embargo, destinado a desaparecer, por las mismas causas de turbulencia que $
hemos analizado: el futuro, nos insinúa Galdós, está con los intrigantes y en- s
chufados como Víctor. Si Villaamil supera a Pantoja en amplitud de miras, en f
un sentido esencial éste le lleva la ventaja: SE
-E
En su vi& pi.va& PG3tuja mu&Ju & bs mGdelGs. >Te ha&
más metódica que la suya, ni hormiga comparable a su mujer. Eran el re-verso
de Ia medalía de los Villaamíl, que se gastaban la paga entera en
tiempos bonancibles, y luego quedaban pereciendo. La señora de Pantoja
no tenía, como doña Pura, aquel ruinoso prurito de suponer, aquellos hu-mos
de persona superior a sus medios y posición social ... Nunca gastaron
más que los dos tercios de la paga ... (614-15) n
-E
a
No hace la menor contribución positiva a la vida colectiva de España, pero d
si ocurriera lo impensable y Pantoja se quedara cesante, no pasaría los apuros j
materiales de su amigo Villaamil. 3
Del cojc Guillén, cínico y amargo que pasa el tiempo haciendo caricaturas "
o dedicándose a sus extravagantes obras de teatro y del señorito elegante y
superficial que es Espinosa poco hay que decir, salvo que frente a su evidente
inferioridad a Villaamil en la vida parasística de la administración tienen la ven-taja
práctica de no encaramar en demasía su ocupación levantándole un altar.
Sólo Argüelles, con sus incesantes quejas sobre su numerosa familia que le in-cumbe
mantener con sus míseros doce mil reales, se parece algo a Villaamil; es
el que le tiene más simpatía y compasión y no sería extraño, en este mundo
vuelto al revés, sobre arbitrario e injusto, que es la burocracia, que fuera él
el próximo cesante.
Más importante para nuestro propósito es el caso de Federico Ruiz, figura
más bien frívola y métomentodo, que aparece en diversas novelas de Galdós y
que lleva el irónico mote de insigne pensador. Cesante en esta obra y pasando
«una crujía espantosa*, posee no obstante un estado de ánimo que le permite
llevarlo con tranquilidad y cuenta además con el apoyo de su mujer:
... llevaba con tranquilidad su cesantía, mejor dicho, tan optimista era su
temperamento que la llevaba hasta con cierto gozo ... Tenía en su alma
caudal tan pingüe de consuelo que no necesitaba la resignación cristiana
para conformarse con su desdicha, El estar satisfecho venía a ser en 61 una
cuestión de amor propio, y por no dar su brazo a torcer se encariñaba, a
fuerza de imaginación, con la idea de la pobreza, llegando hasta el absurdo
de pensar que la mayor delicia del mundo es no tener un red ni de dónde
sacarlo ... La eficaz Providencia suya era su carácter, aquella predisposición
ideal para convertir los males en bienes y la escasez ajusta en risueña
abundancia. Habiendo conformidad no hay penas (571).
El contraste con Villaamil, a quien le falta en absoluto conformidad, es
evidentísimo, y con esa ironía tan Galdósiana, es Federico Ruiz, que no cede
en sus aspiraciones de ser colocado, quien es por fin nombrado a una absurda
comisión en Madrid, además de sacar el vistoso y ridículo título portugués, con
flamante uniforme, de Bombeiro, salvador da humanidade.
iúinguno de estos paraieios reiieja exactamente ia situación de Viiiaamii,
hombre ya viejo y gastado, pero demuestran claramente que la extrema situa-ción
en que se encuentra material y espiritualmente es en parte el resultado
de su propio modo de ser a lo largo de los años.
Existe, además, otra posible actitud más conforme con aire heroico que
ostenta Villaamil y puesta, con deliberada incongruencia, en la boca de Víctor
Cadalso:
No hay que abatirse ante la desgracia ... Los hombres de corazón, los
hombres de fibra, tienen en sí mismo la fuerza necesaria para hacer frente
a la adversidad ... Bien sé que el varón fuerte no necesita consuelo de un
hombre de fibra, tienen en sí mismos la fuerza necesaria para hacer frente
d santuario de la conciencia y decir: Bien. Me basta mi propia aproba-ción
(599).
Pero este tipo de estoicismo no le hace ninguna gracia a don Ramón.
Pasemos finalmente a considerar la locura de Villaamil, que acaba en su
suicidio. La locura data del momento en que sabe que, a más de haberse colo-cado
Víctor, el muy mezquino ha declarado al supuesto protector de su suegro
que éste ya no es capaz de desempeñar ningún destino. En su trastorno se com-place
en aceptar el mote de Miau como el Inri de su martirio y luego en inven-tar
nuevos juegos de palabras, de afirmación personal o de reto contra el Esta-do,
con las iniciales MIAU: «Mis Ideas Abarcan Universo* o «Muerte Infaman-te
Al Ungido», etc. Entonces realiza el único acto de resolución en su casa: el
de apoyar el interesado empeño de Víctor de llevarse a Luisito a casa de los
Cabrera: «Buena gente -nos asegura Galdós-, pero que tienen sus defectillos» 35.
Vale la pena de ponderar el morito de esta solución que Galdós deja planteada sin
más comentario. Villaamil se pregunta a sí mismo: «¿No es un verdadero cri-men
lo que voy a hacer, o, mejor dicho, dos crímenes? Entregar a mi nieto y
después ... » (673), y se le aviva un poco el prurito de vivir. Y es el niño, con
la última y suprema ironía, quien le confirma en su ahora vacilante decisión co-municándole
que «Dios» le había dicho que le convenía morir. No le hace falta
más al indeciso anciano para volver a su determinación anterior. En cuanto a
la solución, el toque está en la presencia de Villaamil, es decir, en la decisión
de matarse o no, como él mismo reconoce; si él falta, mejor estará el niño con
la tía Quintina, pero es a lo más una solución negativa impuesta por la ya his-tórica
debilidad de su abuelo, por muy satisfecho que éste se declare más tar-de:
«todo lo dejo arregladito» (676).
No me cabe duda de que 10s últimos capítulos, XLII a XLIV, son de deci- m
siva importancia para penetrar en la psicología de Villaamil. Todos los que W
han estudiado la obra han señalado el impacto tan distinto de las meditaciones E
sobre la naturaleza de Villaamil en aquel trance. Es evidente que tiene en su d-locura
una alternación entre una lucidez quijotesca y una rabia contra la socie-dad
que le impulsa a unas declaraciones del más destructivo nihilismo, expresa- E
das siempre dentro de la fórmula Miau: Muerte Infamante Al Universo, etc.
Por primera vez también disfruta de lo que ofrece libremente el campo: -
3
Paréceme que lo veo por primera vez en mi vida, o que en este momento -
se acaba de crear esta sierra, estos árboles y este cielo. Verdad que en esta
E perra existencia, llena de trabajos y preocupaciones, no he tenido tiempo E
de mirar para arriba ni para enfrente ... Gracias a Dios que saboreo este
gusto de contemplar la Naturaleza, porque ya se acabaron mis penas y mis
ahogos, y no cavilo más en si me darán o no me darán destino; ya soy
otro hombre, ya sé que es independencia, ya sé lo que es vida, y ahora
me los paso a todos por las narices, y de nadie tengo envidia, y soy ...,
soy el más feliz de los hombres (675). n
3
Se ha observado que sólo por tener arreglado el porvenir de Luisito y de
Abelarda puede sentirse libre e independiente 36, pero el canipo allí estaba: tiem-po
tenía de sobra en su cesantía, sólo su obsesión le impidió aprovecharlo -pién-sese
en el ejemplo de Federico Ruiz-. Parker identifica esta libertad con la
aspiración cristiana a un irrealizable reino de Dios 37, pero yo no veo que el
problema sea de modo alguno extraterrenal: se trata de acabar de escaparse a
los problemas de la vida - d e carrera y de casa- a los que durante muchos años
ha rehusado hacer frente.
Al contemplar la despreocupada vida de los pájaros, Villaamil la contrasta
con la de su casa:
Coman, coman tranquilos.. . Si Pura hubiera seguido vuestro sistema, otro
gdo nos catara. Pero ella no entiende de acomodarse a la realidad. ¿Cabe
algo más natural que encerrarse en los límites de lo posible? (Que no hay
más que patatas?. . . Pues, patatas. .. (677).
Así es: si Pura no sabe acomodarse a la realidad, encerrarse en los límites
de lo posible, don Ramón no lo sabe tampoco. Continúa diciendo:
Gracias a Dios, he tenido valor para soltar mi cadena y recobrar mi per-sonalidad.
Ahora yo soy yo ... (678).
Se da cuenta de su personalidad en el momento de morir: si tuviera valor
para soltar su cadena, emanciparse de su dependencia espiritual sobre la admi-nistración
e imponerse en su propia casa, hubiera podido declarar con verdad
que era libre sin necesidad de suicidarse. La orgullosa proclamación de inde-pendencia
no oculta el fracaso que ha sido su vida y todo a lo que en ella aspi-t
o L F r m ó r . 17" l < l + imn Aomnln Ar. ror \or iAoA AP P ~ ~ O ~ O C 8E PS i IciSffi3, "&"U. Y" "'U". U" U'L""" L L'l'y'" Ub LUyULIUUU U.. LIISUIIUIUL
revistiendo de valor y heroísmo la decisión de quitarse la vida.
Finalmente, en el acto mismo de su suicidio tenemos un último destello de
su presentimiento fatalista de derrota. Así como a lo largo de su vida todo
parecía suceder al revés de lo que él esperaba, dando lugar a su esperanzador
pesimismo en cuanto a su credencial, ahora teme un desastroso fracaso en su
A-+,. A,?. *.-.,%A,...* ..e E"+,. .<1+:-- :*L.-:-- -1 c.. -" u u r i i r u v u auu uc. t>c.gaiac. u i i LIIU. LDLL ULLULLU LUYUC ~ L U ~ L L L U~ u a v ~ ~CL i ai i ~ iy a-tético
de una persona buena que fracasó en su vida por hacerse ilusiones sobre
la realidad de la vida que le circunda. Lo que a Galdós le interesa demostrar
no es un programa de reformas mis o menos práctico, sino a un personaje vivo
en una determinada situación social. Scanlon y Jones exageran, a mi ver, cuando
afirman que «Galdós's main concern as a novelist was with social relation-ships
and not with individual psychology~3 8: yo veo como SU principal preocu-pación
el juego entre individuo y sociedad, en el que no domina exclusivamente
ni ésta ni aquél. Por tanto, se trata no sólo de «how unjust government conta-minates
private life and can create the conditions for the destruction of social
arder», sino de cómo unos individuos se adaptan, por bien o por mal, a la rea-lidad
circundante y cómo otros, bajo la presión de dificultades y apuros, pier-den
contacto con ella. En este sentido Villaamil se une a una serie de perso-najes
Galdosianos que se desprendieron en cierto modo de la vida tal como es.
Referámonos solamente a dos. Como Isidora Rufete, si bien bajo la presión
de circunstancias más graves, Villaamil pierde su sentido de lo real; como Ra-fael
del Aguila, aunque en un contexto muy distinto y más apremiante, no se
dispone a adaptarse a una situación que aborrece y prefiere matarse. La situa-ción
de excepcional apuro en que se encuentra no ha excluido ni excluye aún
durante la acción de la novela cierta limitada libertad de acción; Villaamil está
fuertemente condicionado por su medio ambiente, hasta cierto punto por su
época y en menor grado por su linaje, para emplear los famosos términos de
Taine, pero no está determinado científicamente3' por ellos, subyugado por
ellos, según la doctrina naturalista de Zola. Ramón de Villaamil entregó su alma
y su vida al Estado por su propio libre albedrío. Así se iba haciendo ilusiones
sobre la realidad del mundo en que vivía y al ser abandonado por el estado que
idolatraba y desamparado por la familia que él no sabía dirigir se creyó sin
más recurso que el suicidio. A la vez que sentimos una honda compasión hacia
el pobre Villaamil en sus agonías, hemos de reconocer que no tenía por qué
ser así.
NOTAS
1 Al enviar un ejemplar de Miau al novelista catalán Narcís Oller (21 de junio de 1888))
Galdós lo caiiiicó de «obra ligera y de poca piedra», añadiendo con excesiva o irónica m*
m
destia: «Pero en fin, otra vez se hará un poco mejor»; citado por W. H. SHOEMAKE«RU,n a W
amistad literaria: ia correspondencia epistolar entre Gaidós y Narciso Ollerv, Boletzn de
la Real Academia de Buenas Letras (Barcelona) XXX (1964), 287. Debo la referencia a
la gentileza de Alan Yates, de la Universidad de Sheffield. n-- m
2 «Villaamil, Tragic Victim or Comic Failure?~, Anales Galdósranos, IV (1969), 13-23.
E
3 «Miau: Prelude to a Reassessment», AG, VI (1971), 53-62. 2
E
4 «The Question of Responsibility in Galdós, Miau», AG, VI (1971), 63-77. -
5 The Novels of Pérez Galdós. The Concept of Life as Dynamic Process. St. Louis, 1954. 1
6 Th e «Miau>M~ anuscript o/ Benito Pérez Galdós. A Critica1 Study. Caliiornia, 1964. - -
0
7 JOAQU~CNA SALDUEReOn, su estimulante libro Vida y obra de Galdós (1843-1920),
Gredos, 1951, interpreta a Vallaamil como representante de la humanidad: «Madrid es el
mundo, y el empleado, el hombre. Morir es quedar cesante.», p. 112. Siento discrepar del
criterio del ilustre crítico. n
-E
8 B. PÉREZG ALD~SM,i au, ed. R. Guilón, Madrid, 1957 y R. GULL~NGa, ldós novelista $
moderno, 1960, rev. 1966. 2
n
9 «The Meaning of Mtam, AG, IV (1969), 25-38. n
10 «Ricardo Gullón and the Novels of Galdós», AG, 111 (1968), 163-68. 3
O
11 PARKERa,r t. cit , p. 15 además me causa de haber interpretado Miau «with the benefit
of the hindsight derived from Nazarin, whose protagonist did not allow himself to be
enslaved by the socio-economic 'machine' and sought the 'basic human realities' in rhe
freedom of the open fieldw
12 Art. cit., p. 54.
13 Es preciso dar una larga cita para demostrar el alcance completo de la crítica de Weber.
His extreme concern for himself prevents him from realizing that life is not worthless
because of a failure to get a government job or because his formen associates fail to re-cognize
as good a plan which Villaamil believes to be the solution of Spain's financia1
problems. In short, Villaainil is guiity of despair ... It is the individual, and not the system,
that is responsible, in spite of the fact that Galdós never praises bureaucracy and its changing
composition reflecting political shifts ... Viiiaarnil is so weak that his pessimism, which,
he believes, conceals his lack of self-confidence, eventudy prevents him from discerning a
way out of his difficulties. His fatalistic attitude so narrows the possibilities that suicide
seems to be his only solution ... Villaamil's real difficulty arises when he becomes so
intent upon being reappointed to the two months' service which would qualify him for
a pension that he is unable to seek another means of making a íiving. His near monomania
seems to be his only solution ... Villaamil's real difficulty arises when he becomes so
in blissful retirement. This assumed right, 1 think, is a manifestation of excessive self-concern,
as is his eventual suicide. Galdós implies that society does not owe as much to the
individual as does the individual to society (op. cit., PP. 68-70).
'4 SCALONY JONES,a rt. cit., p. 56: «Those characters who held Villaamil responsible
for his plight (Pura and Víctor) give reasons which are unacceptable by any nomal ethical
standard.»
l5 -&t. cit., p. 71.
'6 «Villaamil is chushed by a society organiz.-d solely on the basis of injustices that take
no account of personal values, for their motive force is individual seifishness; this produces
a kind of impersonal cruelty -an inhumanity- in society as a whole, which is to say
h &e Stcte. % cn,xept c?f &e %&te as a b~~reamace, ,R tdhg a ~ h d ~e.e w ~f
civil servants, was essentially the creation of the nineteenth century. The general criticism
irnplicit throughout Miau is of the inhuman, machine-like character of this bureaucracy, re
presented by the Ministry of Finance, against which the individual battles in vain for
justice.», art. cit., p. 16.
17 PARKERar,t . cit., p. 17: «I can see no sign whatever that Galdós himseif holds the
plan up to ridicule. On the face of it these seem to be measures making for a rational and
simplified administrative arder.» SCANLOyN JONES,a rt. cit., p. 17: «the really important
point about the proponsals is that they reveal initiative and a genuine concern for problems
of national importante.» RAMSDEaNrt, . cit., p. 73, «finds no evidente» que haya intento de
poner en rídiculo, abierto o tácito, los proyectos de Villaamil.
18 Doy las referencias de página entre corchetes. La edición que utilizo es la de Obra
completas, V, Aguilar, por F. C. Sainz de Robles, 3a. ed. 1961.
19 WEBER, op. cit., p. 70, llama «moderado» a Villaamil, y es indudable que él goza del
apoyo de los políticos más conservadores. Nótese, por ejemplo, el entusiasmo de Villaamil
por Bravo Murillo (563, 651), célebre tanto por su despotismo como por su afán de efi-ciencia
administrativa.
20 En las visiones que tiene Luisito, «Dios» explica lo mismo en términos más sencillos:
«Hazte cargo de las cosas. Para cada vacante hay doscientos pretendientes. Los ministros se
vuelven locos y no saben a quien contentar. Tienen tantos con~promisos, que no se yo cómo
viven los pobres.» (559).
21 Véase la «confabulación tácita ... por la cual se establece el turno en el dominio»,
Fortunata y Jacinta, 111, 295; para la cita entera, véase mi «Contemporany History in the
Structure and Characterization of Fortünata y Jacinta*, Galdós Studies, ed. J. E. Varey,
Tamesis Books, 1970, 90-113.
" Hay un problema de cronología, poco importante: en Miau la extendida cesantía llega
más tarde en la carrera de Villaamil.
u De modo parecido nos dice Galdós que «la caca en que había más refinamientos sociales
era la de 17illaamil.. .» (589).
~4 Incluso las cartas privadas en que se vio obligado a pedir socorro las redactaba en
estilo oficial, es decir en la jerga burocrática (591).
25 Así es que se sirve de términos netamente religiosos para referirse a la administración,
por ejemplo «Bienaventurados los brutos, por que de ellos es el reino ... de la Administra-ción
» (563). Conviene notar también que cuando, bajo el estímulo de Luisito, reza a Dios,
no pide conformidad con la voluntad divina, sino lo único que anhela y que puede satis-facerle,
la credencial que siempre se le escapa.
" En la descripción del efecto demoledor que le causó la muerte de Luisa: «desde en-tonces
se le secó el cuerpo hasta momificarse y frie tomando su cara aquel aspecto de fero-cidad
famélica que le asemejaba a un tigre anciano e inútil» (590).
27 RAMSDEN ha hecho una distinción, útil hasta cierto punto, entre Villaamil en el
momento de quedarse cesante, el de su afán de colocarse y el de su desesperación y suicidio:
«a chara~ter in evolution, reacting -and ultimately breaking- under the force of circuins-tances
beyond his control» art. cit., p. 75 Todas esas circunstancias, sin embargo, no caen
fuera de su control desde el principio; él permite que éstas lleguen por fin a dominarle.
28 La situación espiritual de Villaamil tiene un curioso parecido con la de Ganivet, quien
describe un tipo de misticismo negativo en el cual «el espíritu que abandonó la realidad por
demasiado baja no puede elevarse a ia infmitud por demasiado aita, y se queda vagabuncio
por los espacios, ni más ni menos que un cesante que pasea su hambre y sus esperanzas
por los alrededores de su antigua oficina», Obvus Completas (Aguiiar), 11, uEpistolario (carta
del 18-11-18?3)», p. 812.
29 <YO lo sostengo: el impuesto único, basado en la buena fe, en la emulación y en el
amor propio del contribuyente», p. ,563; también en la p. 616.
-,A T . «La ourocracia, mundo absur&», capitüb de Ualdh, i i ~ ü d i ~ i;íúí ode~n~2,8 2-310. Eay
que tener en cuenta las palabras, breves pero perspicaces, de RODOLPOCA RDONsAob re los
peligros de una interpretación de tipo novecentista de Miau (Galdds: papers read at the
Modern Foreign Language Department Symposium: 19th Century Spanish Literature, Mary
Washington Coiiege, Fredericksburg, Virginia, 1967, pp. 75-77).
31 Véase &NS HINTERHAUSELRO,S « Episodios Nacionales» de Benito Pérez Galdós, Gredos,
1963, p. 119: «la concepcjón dominante es, pues, la de una evolución lentísima, aunque
constante, hasta alcanzar la «plenitud de los tiempos».
32 En Fortunata y Jacinta, 1, VI, 1, Galdós habla, de una manera aparentemente com-placiente,
del efecto democrático y aun socialista de la «empleomanía».
33 Véase el interesante ensayo de ANTONIOS ÁNCHEZB ARBUDO«,E l estilo 9 la técnica
de Galdós», Estudios sobre Guldós, Unumuno y Machado, 2a. ed., Guadarrama, 1968: «en
éste como en muchos otros casos, Galdós hace que sintamos como si estuviéramos alli » (p. 37).
34 Un buen ejemplo en la página 629: «El jefe de aquel departamento [Personal], so-brino
de Pez y sujeto de mucha escama, le conocía, aunque no lo bastante para apreciar
y distinguir las excelentes prendas del hombre, bajo las importunidades del pretendiente.»
35 Las actividades con~erciales de Cabrera son de lo más dudoso. «He robs the churches,
the state and the railways. Not at al1 bad for a buena persona», comenta RAMSDENar,t . cit.,
página 69. Quintina, por su parte, es mandona y fisgona. Es de notar, además, que dice a
Luisito que no se ocupe de estudiar (592). No resulta, pues, nada claro que se le haga un
gran favor a Luisito mandándole a los Cabrera, si bien estará algo mejor que con las Niaus.
3 PARKERa,r t. cit., p. 22, uonly now is he free of the care of this family» (las Miaus);
SCANLOyN JONES, art. cit., p. 60: «Villaami1 is able to enjov this world [(por cuánto
tiempo?] only because, the sustenance of his family being assured by Abelarda's marriage
and Luisito's future by his transfer to Quintina's protection, the old man has shed at last
the burden of this responsibilities.»
37 Parker señala con razón las resonancias evangélicas (Mateo, VI, 25-33) de estos sen-timientos,
y prosigue haciéndose la pregunta 'where is the kingdom of God whose seeking
justifies this total detachment ... ? To this question the novel gives no answer (art. cit., 22).
A mi ver no hay contestación porque no se plantea el problema: no veo en Miau este anhelo
de salvación no satisfecho que Parker indica («Miau poses the need for salvation through
individual freedom, but having created this anguished yearning it leaves us, as it Ieaves
Villaamil, facing darkness.~) Para mí su interpretación, aunque muy lúcida y consistente,
peca sobre todo de querer trazar una evolución espiritual demasiado nítida desde el «pesi-mismo
» de Miau al ímpetu caritativo de Nmarin y Misericordia.
38 SCANLOyN J ONES, art. cit., 61.
39 «En un mot, nous devons opérer sur les caracteres, sur les passions, sur les faits
humains et sociaux, comme le chimiste et le physicien operent sur les corps bruts, comme
le physiologiste opere sur les corps vivants. Le dkterminisrne domine tout. C1est i'investi-gation
scientifique, c'est le raisonnement expérimental qui combat une A une les hypotheses
des idéalistes, et qui remplace les romans de pure imagination par les romans d'observation
et d'experimentation.» Le t.ornan expérinzental, Ribliotheque-Charpentier, Paris, 1913, pp. 16-17.