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297 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. JUAN VALERA ANTE LA FIGURA Y LA OBRA DE GALDÓS JUAN VALERA VIS-À-VIS THE PERSONALITY AND WORKS OF GALDÓS María José Flores Requejo Università degli Studi dell’Aquila RESUMEN En este trabajo se analiza la posición de Valera ante la figura y la obra de Galdós, con la intención de demostrar que no existió animadversión de don Juan hacia don Benito, como afirma la estudiosa Paciencia Ontañón de Lope Blanch. Una afirmación que puede y debe al menos, matizarse, a través de una lectura distinta y contextualizada de los documentos en los que la citada estudiosa basa su juicio (correspondencia, crónicas, etc.). Sin olvidar, porque influirá inevitablemente en su actitud hacia la literatura galdosiana –aunque no implica animosidad hacia don Benito–, el gusto conservador de Valera y su reticencia hacia las nuevas escuelas estéticas. PALABRAS CLAVE: Valera, Galdós, amistad, animadversión. ABSTRACT In this work, I analyze the position of Valera regarding the person and works of Galdós, with the intention of showing that the former nurtured no animadversion towards the latter, as the scholar Paciencia Ontañón de Lope Blanch affirms. Such a view can and ought, at the very least, be revisited through a different and contextualized reading of the very documents that Ontañón de Lope Blanch relies upon (correspondence, chronicles, etc.). Without forgetting, for it had an inevitable influence on his attitude towards Galdós’s production –although it doesn’t imply personal animosity– Valera’s conservative taste and his reticence towards the new aesthetic tendencies. KEYWORDS: Valera, Galdós, friendship, animadversion. INTRODUCCIÓN Si bien nunca hubo entre Galdós y Valera ni intimidad amistosa ni epistolar1, y aunque poseían dos formas muy distintas de entender la literatura, como muy distintas eran también su formación y, sobre todo, su personalidad2, no creo que se pueda llegar a hablar de una 1 Las cartas de Valera a Galdós publicadas parecen ser solo tres y sin demasiada importancia literaria: el 28 de noviembre de 1897 le escribe para concretar el encuentro con la Reina Regente (ver Valera: 2007, 339). El 4 de junio de 1901 le pide unas páginas para “Gente vieja. Decenario de política y literatura”: «Mi respetable amigo: Mucho le estimaría que, si puede, me envíe unas cuartillas suyas para el próximo número, pues tengo interés en publicar su firma lo antes posible» Valera: 2009, 157); y en 1904, le hace una pregunta, sobre una cuestión relacionada con los derechos de autor, como veremos más tarde. En los epistolarios galdosianos publicados no aparecen cartas a Valera. 2 La de Valera, como ha señalado insistentemente la crítica, más compleja, ambigua (hay, además, en ocasiones, un abismo entre el Valera público y el privado, que conocemos a través de sus cartas) y hasta María José Flores Requejo 298 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. auténtica desavenencia entre ellos, como hace la estudiosa Paciencia Ontañón de Lope Blanch cuando afirma —en un estudio publicado en una prestigiosa revista y titulado, precisamente, “Juan Valera y Galdós: historia de una enemistad”—, que Galdós, aunque «Nada se sabe, en la vida real, de sus opiniones sobre Juan Valera. Hasta donde he podido saber no lo menciona, salvo en el párrafo irónico de Fortunata y Jacinta (ver nota 9)» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395) 3, y aunque «nunca emitió juicios adversos hacia su colega», «logró ridiculizarlo y satirizarlo, identificándolo con un personaje, negativo por sus cualidades (Cornelio Malibrán), de La incógnita y Realidad», tratado «por Galdós en los peores términos» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 383 y 395)4; mientras que las opiniones de Valera sobre Galdós, a pesar de no ser muy frecuentes, «son suficientes para descubrir una clara enemistad hacia él» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395); a su juicio, Valera «muestra, en ciertos momentos, una evidente animadversión hacia su colega, debida principalmente a que éste logró vivir, y bien, de la literatura, cosa que él nunca consiguió» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 383). Afirmaciones, a mi parecer, y por lo que se refiere a Valera, muy discutibles, y que pueden y deben, al menos, matizarse, a través de una lectura distinta y contextualizada de los documentos en los que la citada estudiosa basa su juicio (correspondencia, crónicas, etc.). Sin olvidar, porque influirá inevitablemente en su actitud hacia la literatura galdosiana —lo cual no implica, necesariamente, animosidad hacia don Benito—, el gusto conservador de Valera y su reticencia hacia las nuevas escuelas estéticas (ver Cyrus DeCoster: 1986, 25), que hicieron de él una anomalía literaria en su época (según la ya clásica denominación de Montesinos, 1957), y lo llevaron a convivir «cortésmente con un medio cultural que le era, en buena medida, ajeno» (Romero Tobar: 2104, 12) —aunque estuvo muy abierto a otro tipo de novedades, como las filosóficas, porque era también, y al mismo tiempo, un hombre de su tiempo—5; una cortesía no exenta a veces de tonos polémicos, porque Valera poseía una escurridiza, para decirlo con palabras de Clarín («Posiblemente pocas figuras aparezcan tan escurridizas como la suya», Apud Marrero: 1971, 111). 3 Nota que así reza: «Una curiosa alusión, en este sentido [está hablando de Valera como muy aficionado a las faldas y gran conquistador], hace Benito Pérez Galdós cuando está explicando, en Fortunata y Jacinta, la causa de que a Juanito Santa Cruz se le llame por el diminutivo: “Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez le llamaban sus amigos, y los que no lo eran, Juanito Valera” (…). Dado el tono despectivo que en su novela da Galdós al diminutivo, como un don Juan menor, y la ironía de este comentario, resulta significativa la cita», (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 387-388). 4 Tema este del que no me voy a ocupar, ni de otras ilaciones de la autora, en las que no entraré. 5 Como señalan Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: Valera, educado con cierta soltura y con poca disciplina intelectual y moral, era lo que podíamos decir un hombre de su tiempo, en el sentido de que supo asimilar las doctrinas y principios intelectuales que «por su novedad y boga, caracterizan la cultura europea de aquel período», como la filosofía kantiana (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 10). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 299 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. «inclinación natural a contradecir, si no es que estaba poseído de ella», y «La oposición a lo contiguo, a lo presente, se halla en su carácter y en su intelecto» (Azaña: 1963, XXXIV). 1. Hacia La familia de León Roch Como es bien sabido —gracias a un par de cartas, muy conocidas, de Valera a Pelayo (y en las que se basa en parte Ontañón de Lope Blanch para “demostrar” la animadversión valeriana hacia Galdós)— en 1878 Valera, según él mismo afirma, no había leído aun nada del gran escritor canario (la carta está fechada en Madrid, el 19 de julio): «Se anuncia una nueva novela de Pérez Galdós. ¿Quiere usted creer que nada he leído de este fecundo y celebrado novelista? Usted, que lo lee todo, habrá leído sus novelas. ¿Qué le parecen? Usted es de las pocas personas de cuya opinión literaria me fío, cuando la amistad no le engaña»6. Un “retraso” indiscutible7, si bien menos aislado de lo que podría parecer (tarde llegaron a la lectura de novelas contemporáneas también otros autores, aunque más jóvenes, es cierto, como Pardo Bazán o Clarín8), y que el propio Valera —que no hay que olvidar que nunca fue un gran aficionado a la lectura de novelas contemporáneas, como se desprende de su obra crítica y de su epistolario— intenta “explicar” en la segunda de las cartas a Pelayo a la que apuntaba (fechada el 27 de agosto de 18799), y en la que, el escritor cordobés, dominado en Biarritz por la desgana y el aburrimiento («la pereza se ha apoderado aquí de mi persona tan por completo, que ni para escribir una carta sirvo. No crea Vd. que me paseo ni me divierto mucho»), da cuenta a don Marcelino de la grata sorpresa que ha supuesto para él uno de los últimos libros leídos, La familia de León Roch: Algo leo. Esto es lo único que hago de provecho. Entre los libros que he leído se cuenta la novela de Pérez Galdós titulada La familia de León Roch. Nada de Pérez Galdós había yo leído hasta ahora, no sólo por desidia, sino por ese extraño recelo que solemos tener los españoles, hasta los más amantes de la patria, entre quienes me cuento, de que va a ser una tontería o un reflejo contrahecho de la literatura de otros países todo libro español que leamos. 6 Puede leerse en Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 31-32, por donde cito, o en Valera: 2004, 100-101. 7 Sobre el que comenta Ontañón de Lope Blanch: «llama la atención que un lector tan acucioso como Valera no hubiera leído nada de don Benito en 1879» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395). 8 Sobre esta cuestión afirmó doña Emilia: «Mentira me parece esto que voy a escribir, y sin embargo, es una gran verdad, para mí muy significativa. Allá por los años 74 y 75, no sólo no manejaba yo sus obras, sino que ignoraba la existencia de Galdós y Pereda, y apenas tenía noticias de la de Valera y Alarcón» (Pardo Bazán: 1999, 26). Por lo que respecta a Clarín, afirma Beser que Leopoldo Alas «hacia 1874 no es ni siquiera lector de novela» (Beser: 1972, 17). 9 Puede leerse en Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 56-59, por donde cito, o en Valera: 2004, 159-160. María José Flores Requejo 300 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Como autor yo también de novelas, tenía miedo 10 de encontrar malas las de Pérez Galdós, pues no hubiera sabido callármelo, y hubiera parecido a muchos mi censura nacida de la envidia. Hay que reconocer que se trata de justificaciones débiles: las novelas de Galdós no tenían por qué ser copias de las francesas, que es a lo que parece apuntar Valera, siempre preocupado por tal posible influencia11, y él, y paso a la segunda justificación, cuando quería, sabía callarse, y tenía un gran don para hablar o escribir sin comprometer su opinión, como veremos de nuevo, por lo que quizá la verdadera razón o razones de su actitud sean otras; Bermejo Marcos ha afirmado sobre esta cuestión: Tarde y no sin pocos recelos llegó don Juan a la lectura de las obras de Galdós. (…). Prefiere no saber cómo son dichas obras —cerrar los ojos ante una realidad que todos alaban— antes que tener que confesar que no le agradan. Una vez más, el lastre de sus prejuicios en contra de su agudeza crítica. Temía que muchos de los amigos del novelista fueran a tomar a mal las palabras que dijera “en caso de que no le gustaran dichas obras” y escogió el camino más cómodo: no leerle para no tener que decir nada de él. ¿No serían celos disfrazados de temores? ¿Por qué iban a ser sus juicios forzosamente contrarios...? ¿Por qué iban a ser tomadas sus palabras como envidiosos ataques de un novelista a otro? (Bermejo Marcos: 1968, 193 y 194). Una pregunta para la que no es fácil encontrar respuesta. Pero volvamos a Valera y a su carta: Por fortuna, La familia de León Roch me ha parecido inmensamente mejor de lo que yo me figuraba12. (…) No es muy cursi, aunque apenas conoce la sociedad elegante que describe; tiene más saber del que yo me imaginaba13; y aunque imita a Dickens y a otros autores, lo hace como se debe, poniendo en lo imitado el sello propio, y no copiando desmañadamente. Y a propósito de lo “cursi” —apreciación criticada por Bermejo—14 quizá no esté de más recordar que se trata de un concepto, vinculado a la naciente modernidad española (Valis: 10 En Valera: 2004, 159, aparece una variante, que subrayo: «Como autor yo también de novelas, tenía miedo, además, de encontrar malas». 11 En la que veía una amenaza para la literatura española, porque, para don Juan, tan patriótico, digámoslo así, toda gran literatura es siempre literatura nacional, expresión fiel, natural y espontánea de la índole y el genio de cada nación, como lo fue a su parecer, desde sus orígenes y, sobre todo, en ellos, la literatura castellana, según señalará en numerosos momentos nuestro autor, que no pierde nunca ocasión, además, de poner en entredicho cualquier posible influencia extranjera —sobre todo francesa— en nuestra literatura, de la que afirma siempre su independencia y su profundo casticismo. 12 Ayala, que nos da de esta carta una lectura mucho más positiva que la de Ontañón, comenta al respecto: «Valera no había leído los episodios nacionales que configuraban la primera y parte de la segunda serie. Al igual que desconocía casi la totalidad de los relatos denominados por Galdós con el título de Novelas españolas de la primera época, de ahí que mostrara su sorpresa y admiración» (Ayala: 1996, 93). 13 Quizá porque Galdós no ultimó nunca sus estudios universitarios, y no hay que olvidar que estamos en el ámbito de la correspondencia privada entre un autor de extraordinaria cultura y uno de los mayores eruditos de la época. 14 Escribe Bermejo: “¡nos gustaría saber por qué esperaba Valera que el autor de los Episodios fuera un cursi!” (Bermejo Marcos: 1968, 194). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 301 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. 2002), que se empieza a popularizar precisamente en estas fechas, —muy empleado, como término, por los novelistas del período, tanto en sus obras literarias como en la correspondencia privada—, y cuyo sentido, el original y principal que tenía en la época, nos explica precisamente Valera en unas líneas, pertenecientes a su artículo “De la filosofía española” (1873), en las que, tras señalar el atraso español, comenta entre otras cosas: En medio de la horrible decadencia política, hay adelanto; pero nos llevan a remolque y no nos movemos con propio movimiento. Nace de aquí el remedio inhábil que nos saca de lo basto para caer en lo cursi. Esta fea palabra tiene aplicación a todo, desde el arte de cocina hasta la filosofía. El que quiere comer a la francesa y no tiene bastante dinero para costear un cocinero francés, toma cocinera española, de las que están en el período de transición y remedo, y en lugar de los guisotes ordinarios, pero sabrosos, que antes comía, se deja emponzoñar con bodrios abominables. Lo propio sucede con los muebles, vestidos, modales, conversación familiar, amena literatura y hasta política. La imitación torpe nos pone en ridículo, y en negocios de importancia tiene, además, consecuencias fatales (Valera: 1961, 1559)15. Creo que este es el sentido, el de una torpe y mala imitación —provocada, a veces, por el desconocimiento— que da Valera al término: Galdós, aun no frecuentando los salones16 —como en cambio, sí hacía él—, no cae en la mala imitación de esta sociedad elegante que no conocía directamente, lo cual, podría incluso considerarse como un tácito elogio por parte de Valera hacia Galdós. Por otro lado, como hemos visto, Valera, que puso más de una vez de manifiesto los límites de la originalidad (ver Valera: 1961, 466) y que nunca consideró un defecto, más bien al contrario, la “buena” emulación (ver, entre otros, Valera: 1961, 450-463; Domínguez Sío: 1997, 113; Flores Requejo: 2011, 101-102), reconoce, además del saber de Galdós, su estilo personal, incluso en la que considera una imitación de Dickens, y, hablando de imitaciones y 15 Imitación que es buen reflejo de las aspiraciones de una sociedad, como comenta Clarín a propósito precisamente de La desheredada de Galdós, «en que el arroyo quiere ser Guadalquivir, y el Guadalquivir ser mar» (Alas y Palacio Valdés: 2004, 488), y en la que la clase media con frecuencia intentaba vivir por encima de sus posibilidades —ese “quiero y no puedo, tan español” —, debido a las exigencias que le imponía la nueva realidad social (ver Pardo Bazán: 2004, 94–95). Lo que conduce, al cabo, a esa cultura de la usura, del préstamo y de la obsesión por aparentar lo que no se tiene, que es a la vez característico de la cursilería y de la España de la Restauración, en palabras de Maite Zubiaurre (2005-2006: 227), como ha estudiado Valis (2002). 16 Sobre esta cuestión escribe Casalduero: «Valera primero, Maura después, notaban, no sin reproche, la ausencia del mundo aristocrático en la obra galdosiana, como Anatole France censuraba a Zola que ignorara los salones, olvidándose todos, al parecer, de que el siglo XIX es un siglo democrático. (…) Galdós no observó el mundo aristocrático porque no lo veía; y no lo veía porque no existía, como dijo más de una vez. Es de suponer que Valera y Maura no recordaran la afirmación de Galdós, y que de haberla recordado la hubieran negado, puesto que tanto uno como otro necesitaban creer o en su nobleza o en la de la sociedad, aunque ellos mismos fueron ejemplos típicos del aristócrata empleado y del empleado político» (Casalduero: 1961, 73-74). No aclara el prestigioso crítico en qué texto o textos de Valera basa su afirmación —quizá se trate de la carta en examen—, y por mi parte, solo puedo decir que en la frase de don Juan, «aunque apenas conoce la sociedad elegante que describe», no advierto ni crítica ni reproche, sino una mera constatación. María José Flores Requejo 302 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. llevado por su orgullo de novelista, llega incluso a advertir la influencia de doña Blanca y del Comendador Mendoza, personajes principales de su novela El comendador Mendoza (1876), sobre León Roch y María Egipcíaca («Algo ha satisfecho mi vanidad, si no es engaño de mi vanidad misma, el notar yo, en esta novela que he leído, el influjo y como la huella de las mías. León Roch y María Egipcíaca, aunque son distintas criaturas, son hijos espirituales de doña Blanca y del Comendador Mendoza») 17; «salvo que los míos —sigue afirmando Valera, en unas frases muy conocidas— se emplean más en sus negocios que en probar una tesis con los propios actos de su vida, por donde los míos son más reales y humanos». Una afirmación, que se inscribe en el rechazo valeriano de la novela naturalista, y de la novela “tendenciosa”, como veremos, que no puedo compartir (es muy conocida la carta de respuesta de Pelayo y su comentario a este punto, en carta fechada el 8 de septiembre de 187918, así como su posterior comportamiento con Galdós, que ha llevado a la crítica a hablar de un cambio en sus posiciones ante el escritor canario19). A pesar de lo cual, y vuelvo a la carta que estamos analizando, para Valera, el hecho de que los personajes de la novela en examen intenten «probar una tesis con los propios actos de su vida», en lugar de ocuparse de sus negocios, como hacen doña Blanca y el Comendador Mendoza, no es algo totalmente negativo, ya que, aunque a su juicio, engendraba no pocos defectos, era, al mismo tiempo, «el fundamento en parte de la extraordinaria popularidad de Pérez Galdós» —una popularidad que siempre reconoció, admiró, y muy posiblemente envidió, en lo cual no veo nada malo y sí mucha humanidad—, y, lo que es más importante, la fuente de alguna de sus mayores cualidades literarias: «En él [en el empeño de probar una tesis, dice Valera] hay una calidad que da calor y brío e inspiración» —tres sustantivos de gran relevancia en el pensamiento estético del 17 Al respecto, no faltan quienes han advertido similitudes entre otros personajes de ambos autores: «Rubén Benitez ha propuesto un parecido entre la viuda andaluza y la exótica Miss Fly de La batalla de Arapiles (1875), y la Jenara de la segunda serie de los Episodios Nacionales; y Vernon A. Chamberlin ve en Doña Perfecta una réplica de Pepita Jiménez; tesis negada por Gabriela Pozzi», (Romero Tobar: 2014, 44-45). 18 Dice Pelayo: «Estoy conforme con todo lo que usted dice de Pérez Galdós, aunque soy menos indulgente que usted con los novelistas que se proponen demostrar tesis y enturbiar la limpieza del arte con propósitos segundos y de propaganda, y más si son tan aviesos y mal nacidos como los de Galdós, hombre de indisputable talento pero echado a perder por la clerofobia progresista de bas étage. Y aunque esto me desagrada tanto, no es sólo por lo herético y torcido, sino por lo feo y antiestético» Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 59. Para Ayala se trata de unas «Durísimas apreciaciones que hicieron mella en Valera, pues a partir de esta carta muestra un silencio casi absoluto sobre Galdós, aunque no por ello deje de insistir en su elección como académico y en la difusión de sus novelas en el extranjero» (Ayala: 1996, 93), temas de los que me ocuparé más adelante. Para Ontañón: «La respuesta de Menéndez, así como sus presagios de lo que en el futuro quedaría de los dos escritores, lo muestran como un hombre fanático y sin criterio. Claro que tal actitud puede ser un exabrupto de juventud, ya que más tarde, afortunadamente para él, cambió radicalmente su actitud», (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 396). 19 Para las relaciones entre Galdós y Pelayo ver Arencibia Santana: 2009 y 2015; Rubio Cremades: 2012, 253. Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 303 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. escritor cordobés y que reconoce que a él le faltaban— 20 y que Valera denomina, muy elocuentemente, «el espíritu de partido», base de la que él mismo califica como novela tendenciosa, «tendenciosa e intencionada»21 —la posteriormente llamada “novela de tesis”— sobre la que escribe, en “Fines del arte fuera del arte”: A fin de explicar este influjo de las obras literarias (…), se ha inventado una palabra, para mi gusto nada bonita, pero muy gráfica. La novela y el drama que en alto grado son así se llaman tendenciosos. ¿Cómo negar, por ejemplo, que son tendenciosas las novelas de Pereda, que lo son también las de Pérez Galdós, que es tendencioso el Juan José, de Dicenta, y que Los domadores, de Sellés, son tendenciosos? (Valera: 1961, 911)22. Una tipología narrativa a la que se referirán con el mismo apelativo otros escritores coevos, como Clarín (ver Beser: 1972, 87-99), o como el propio Galdós23, y de cuyos principios Valera se siente muy alejado —volveré sobre este tema—, sin distinción entre partidos o credos, entre liberales o conservadores, como se ha podido apreciar, y que, a su juicio, en el caso concreto de Galdós, determinan el tono y la actitud de su voz narrativa de entonces, muy distintos a los suyos: «Mi benignidad hace que yo reprenda poco; yo tengo la manga ancha», nos dice, y es en buena medida cierto: tendía al antidogmatismo24, y como él mismo declara, sus libros no eran «afirmativos», sino que estaban «cuajados de peros, no obstantes, si bienes, aunques y acasos» (Valera: 1961, 714), y demuestra bastante manga ancha con sus 20 Valera se definió a sí mismo como escéptico y poco apasionado, y nunca ocultó sus muchas contradicciones, ni la distante ironía con la que miraba el mundo (ver Valera: 1961, 675, 709 y 1150). Mientras que por lo que se refiere a la apreciación de Valera «que a mí me falta», comenta Lombardero: «He aquí un detalle de perspicaz crítica que merece la pena destacar por lo que tiene de sincero y de honradez profesional» (Lombardero: 2004, 247). 21 Expresión que emplea Valera en su comentario sobre Pequeñeces, del padre Coloma, una obra que causó una gran polémica en la época, al subrayar «lo tendencioso e intencionado, como se dice ahora, de tal novela», (Valera: 1961, 850). 22 Aunque una cosa es la intención, advierte Valera, y otra el resultado: «La intención puede ser distinta y hasta opuesta a la tendencia. Dramas y novelas hay (y no malos, sino buenos y escritos por autores de grandísimo talento) que pueden producir y que producen en el público un efecto enteramente contrario al que el autor se propone» (Valera: 1961, 911). 23 En su elogio de Leandro Fernández de Moratín escribe Galdós: «No es realmente El Café una comedia verdadera, y sin la lección de estética que contiene, quedaría reducida a una trama insulsa y sin interés, su mérito está precisamente en lo que tiene de didáctico y docente, contrariando la índole del teatro; es lo que llamamos hoy una obra tendenciosa; más aún, una obra de batalla y de secta, y sólo un genio tan vigoroso como el de Moratín podía haberse atrevido a poner cátedra en la escena, y a probar que en su tiempo, por lo menos, no se debía escribir sino como él escribía… Milagro es este que sólo sabe hacer la naturalidad estética, virtud que en España no ha poseído nadie como la poseyó Moratín», (apud Del Olmo: 2006, 12). 24 Como comentan Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez, siempre hubo en Valera «un poco del sonriente escepticismo enciclopedista del siglo XVIII, que templaba sus inclinaciones intelectuales y le mantenía en un equilibrio inquieto y frío que le impedía todo apasionamiento y entusiasmo; duda ante la misma duda y se detiene ante las afirmaciones dogmáticas lo mismo que ante los análisis de la razón pura. Además, en el ambiente en que su espíritu se había formado, los sedimentos de la cultura asimilada y una serie de circunstancias derivadas del complejo de su vida, le apartan de toda decisión unilateral en los problemas fundamentales» (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 10). María José Flores Requejo 304 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. personajes, y, en buena medida, también en su crítica, como han señalado los estudiosos, si bien, no hay que olvidar que a menudo se trata de una astuta benevolencia (ver Bermejo Marcos: 1968), de la conocida «cuquería» o, al menos, ambigüedad de Valera 25, mientras que «Pérez Galdós es un Catón censorino. En nombre de su moral, absoluta y filosófica, echa terribles sermones a sus personajes» —no olvidemos que Valera está hablando del Galdós precedente a 1879, inmerso en el espíritu de la novela de tesis, que abandonará poco después, para abrirse a más fértiles caminos, con la publicación de La desheredada (1881)—. Con todo, reconoce Valera que Galdós es «un novelista de mérito», con «prendas de verdadero valor», pese a ciertos defectos que no deja de señalar, algunos de los cuales podríamos considerar nimios, pero que para Valera no lo eran (habla de “grandes defectos”), porque «hay menundencias (…) que destruyen la ilusión artística», nos dirá, como la españolización de un apellido alemán ilustre, Fúcar26, o cuestiones lingüísticas muy relacionadas con sus “manías”, como la referida al uso del dativo (ver Revuelta y Revuelta: 1946, 36-38), o el empleo de “afrontar” en lugar de “arrostrar” —Galdós tuvo mucha más intuición que don Juan sobre el término que acabaría triunfando—, o la presencia de algún que otro galicismo no especificado27; y a los citados, se suman otros defectos de mayor entidad para Valera, los provocados por la que consideraba una “desarmonía” —Valera tiende siempre a lo armónico— que chocaba con sus más acendrados principios estéticos y estilísticos: En el estilo hay, no obstante, sobre todo en los diálogos, una desarmonía que nace del prurito de parecer natural. A lo mejor, hasta en los momentos de más pasión y de más elevado estilo en los discursos de sus personajes, ingiere palabras bajas y feas, de puro familiares; lo cual podrá ocurrir, pero no es arte todo lo que ocurre28. 25 En palabras de Marina Mayoral, Valera tenía «el inapreciable don de hablar sin comprometer su opinión; entre veladuras, disquisiciones sobre estética y sutilezas de estilo se llega al final sin que el lector pueda saber si el escritor en cuestión le parece a Valera bueno o malo», por lo que, para saber «lo que verdaderamente piensa don Juan de los escritores contemporáneos es necesario recurrir a su correspondencia privada» (Mayoral: 1970, 98); una correspondencia en la que, como veremos, no hay ataques a Galdós. 26 Escribe Valera: «Convertir un apellido alemán ilustre, llevado por una familia que vive aún y que tiene casa en Augsburgo, en apellido de un español castizo y dársele [nótese el leísmo de Valera] a la heroína del cuento, porque es hija de un banquero español, no me hace gracia. ¿Por qué Pepa no habría de llamarse Pepa Fernández o Pepa Gómez y no Pepa Fúcar?»; lo dicho, una nimiedad. 27 «El lenguaje, [nos dirá Valera] es fácil, y a veces rico, si bien con algunos galicismos, y aun con faltas de gramática de las que más me cargan, como, por ejemplo, usar el dativo del plural, del pronombre relativo masculino, en lugar del acusativo, diciendo comerles, amarles, dominarles, en lugar de comerlos, amarlos, dominarlos. También me carga tanto afrontar en lugar de arrostrar, que es como yo digo». 28 Valera cierra sus comentarios sobre Galdós en la carta en examen con las siguientes palabras: «Dejemos ya a Pérez Galdós, que me voy poniendo pesado», y quizá haya que darle la razón. Ortiz-Armengol, que reproduce la carta y la respuesta de Pelayo, comenta al respecto: «El aristócrata Valera —nobleza andaluza arruinada, diplomático en navegaciones de altura, diputado, académico, novelista y crítico reconocido, con una hermana casada en París, en la corte de Eugenia de Montijo— era un escéptico que tenía una dura opinión Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 305 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Efectivamente, para Valera, continuo defensor del arte por el arte, del arte puro (ver Valera 1961: 197, 910-916), y para quien debía existir una distinción clara entre la «verosimilitud vulgar y científica», y la «verosimilitud artística o estética», es decir, entre «lo que debe parecer verdadero en el mundo encantado de la fantasía, con lo que puede parecerlo o no parecerlo en nuestro mundo real, según las diversas preocupaciones, la religión y la ciencia del que juzga y decide» (Valera: 1961, 187)29, era totalmente inadmisible que se pudiera considerar “literatura” la mera “reproducción” de lo que real —una de las razones que lo llevaron a ser un declarado enemigo del naturalismo: ver Valera: 1961, 616-704—, incluido —permítaseme la licencia— lo real lingüístico: el ideal estilístico del escritor cordobés tendía a lo podríamos denominar la naturalidad “artística” del lenguaje: nótese que ha elogiado, como se ha visto en nota, la “facilidad” del lenguaje de Galdós, mientras que condena luego el prurito no de ser natural, sino de querer parecerlo, lo cual representaba una vituperable afectación30 para un autor que se negó además siempre, de forma rotunda, a reproducir cualquier deformación dialectal, por no hablar de los vulgarismos, en sus novelas, y hasta en los parlamentos de sus personajes más iletrados (ver Montesinos: 1957, 218; Ariza: 1987, 13-24; Ariza: 1988, 1065-1076), lo cual le acarreó no pocas críticas, por el tono alambicado y artificioso, según sus censores, con el que se expresan sus personajes femeninos (ver Flores Requejo: 2016, 129-131), al tiempo que propugnaba, y es una segunda vertiente de su ideal de arte puro, muy relacionada con la primera, una creación artística en la que la realidad debía de sus connacionales respecto de los niveles de civilización y cultura, y pésima acerca de la sociedad madrileña —donde opinaba que imperaban la usura, el robo, la estafa, la corrupción, el contrabando, el enriquecimiento con la trata de negros y donde ‘todo el capital tiene por origen un montón de basuras’— y debió de interesarle ese recién llegado a la crítica que era Galdós, una veintena de años más joven que él» (Ortiz-Armengol: 1996, 333). 29 Y en el mundo encantado de la fantasía había mucho espacio, a su juicio, para “lo extraordinario”: «La novela es un género tan comprensivo y libre, que todo cabe en ella, con tal que sea historia fingida. Sin embargo, como toda buena novela tiene algo de poesía, siempre intervienen y siempre procuran los novelistas que intervengan en sus obras lo extraordinario, lo ideal, lo raro y lo peregrino. Por eso se llama “novelesco” lo que no sucede comúnmente» (Valera: 1961, 190; ver Oleza: 1995; Palma Huguet: 1997, 127-135; Aguinaga Alfonso: 1997; Flores Requejo: 2016, 65-66 nota 141). 30 En su diatriba contra el naturalismo escribe al respecto Valera: «Se me dirá que divago, que mi impugnación contra lo afectado no está aquí en su lugar, que precisamente es la naturalidad o la llaneza lo que recomiendan los naturalistas y mi compatriota doña Emilia; pero yo respondo que lo entienden mal, y que a veces confunden la carencia de decoro y de dignidad en el estilo con la naturalidad y la llaneza. (…) Por otra parte, el ejemplo de ciertas palabras muy bajas, sobre todo de las impuras y soeces, no veo yo que sea tan conducente a la manifestación de los caracteres. (…) Los que usan palabras sucias para parecer enérgicos y naturales, caen en la afectación y en el amaneramiento del peor género. El uso de las palabras está sujeto a reglas que la sociedad impone, y es necio quebrantarlas, por más arbitrarias que sean. (…) Añadiré sólo que, si los naturalistas españoles imitasen a los franceses, el resultado vendría a ser fenomenalmente deforme y contra naturaleza: sería la imitación de una afectación, ya imitada y rebuscada, y falsa de suyo, y aún más falseada y viciada por las traducciones de pacotilla en que, tal vez, el naturalista español leería y estudiaría al naturalista francés, su modelo» (Valera: 1961, 636-639). María José Flores Requejo 306 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. aparecer embellecida y de la que debía excluirse toda referencia desagradable, penosa o pesimista (ver Valera: 1961, 619), lo que explica la sorna —muy propia de su carácter, por otra parte— con la que años después enjuiciará, en una de sus Cartas Americanas, Misericordia, pese a reconocer sus méritos de «buena novela»: Varias novelas muy celebradas han aparecido en estos últimos días: don Benito Pérez Galdós ha publicado una titulada Misericordia, donde pinta de mano maestra la vida y costumbres de los mendigos de Madrid y les hace hablar imitando con escrupulosa fidelidad y raro talento de observación sus sentimientos, ideas y lenguaje. Todo esto me interesa y me admira, por más que yo prefiero pinturas menos realistas y melancólicas. Y en vez de encontrarme con los pordioseros, mugrientos y desharrapados, no sólo en calles y plazas, sino en una buena novela, preferiría, ya que los hay, que estuviesen en un buen hospicio prestando alguna utilidad a la república y viviendo ellos con menos afanes, fatigas y miserias. (Valera: 1961, 518-519). 2. Del bombo a la Academia Pero a pesar de sus censuras, Valera presenta siempre a Galdós como uno de los mayores novelistas de la época, y lo hace tanto en sus textos críticos (ver Valera: 1961, 780), como en su epistolario (ver Valera: 2005, 250 y 589; Valera: 2009, 208), y, en su continuo afán de difusión de la literatura española en el extranjero, se declara dispuesto incluso a regalar y enviar los libros de Galdós a Portugal, como afirma en carta a Latino Coelho, fechada en Madrid el 9 de julio de 1880: «Le enviaría asimismo algo de dos o tres novelistas de nota que hay ahora en España, como Alarcón y Pérez Galdós, y los trabajos del joven Marcelino Menéndez Pelayo, extraordinario erudito y hombre de aquellos que más claramente comprenden la antigüedad clásica y que con mayor delicadeza y hondura han acertado a sentirla»; a lo que añade: «En suma, yo entiendo que nuestra buena correspondencia y comercio mentales debieran ser más frecuentes, y tal vez sobre el gusto que me darían, pudieran darnos algún provecho, divulgando entre portugueses los frutos de la cultura espiritual de España y en España los de Portugal, harto ignorados» (Valera: 2004, 204). Provecho cultural —muy ligado, en este caso, a su conocido iberismo—, pero también pecuniario, porque el escritor cordobés, para quien el dinero, en palabras de Botrel, era un valor social al que daba la mayor importancia, y una necesidad cotidiana que nunca pudo satisfacer como hubiera querido, por lo que se encontró muy pronto forzado —desde 1850— a considerar la literatura, como una fuente de ingresos indispensable, aunque secundaria (Botrel: 1990, 108; ver también Amorós: 2005, 45-47; Monguió: 1951); tan indispensable como frustrante para él: Valera, que se lamentará a menudo de las estrecheces en las que vivía y de los pocos frutos económicos que recibía de la literatura (ver, por ejemplo, Valera: 1958, 461; Valera: 1961, 495), y que con frecuencia se quejará también, y más en general, de la Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 307 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. penosa situación del mercador editorial español y de la difícil condición del escritor en una época que no garantizaba los derechos de autor 31, comprendió muy pronto la necesidad de promocionar, de darle bombo, no solo su obra, sino a la de todos los novelistas importantes de su grupo: una promoción global que redundaría en beneficio de todos ellos, como manifiesta en numerosas ocasiones, especialmente en las cartas en las que comenta sus gestiones con los Appleton, de Nueva York, que publicarán la traducción en inglés de Pepita Jiménez, así como una edición en castellano de la misma novela (ver Navarro Pascual: 1988), y en las que más de una vez insiste sobre este punto: «A pesar de mi corta ventura para todo, empiezo a tener fundada esperanza de que voy a hacer negocio, no sólo para mí, sino para las Letras españolas en general», «Si el ensayo o prueba sale bien, los Appleton seguirán publicando tomos y pagando a los autores españoles» (Valera: 2005, 473), «Y no quepa a usted duda, si venden bien Pepita Jiménez, imprimirán novelas de Alarcón, Galdós, Pereda, etc.», afirma, y comenta luego con gran optimismo: «Yo creo que dentro de poco, usted lo verá; yo no, porque estoy muy viejo; América, no solo la española, sino los Estados Unidos, será gran mercado para nuestros libros, como lo serán también los demás países de Europa». A lo que añade más adelante: «Repito, con todo, que las traducciones convienen, aunque no produzcan, a fin de darnos a conocer y de mover a la gente a estudiar nuestra lengua. Además, y aun siendo tan miserable mi ganancia por la Pepita Jiménez inglesa yankhee, todavía he ganado algo con ella, y nada he ganado en otros países» (Valera: 2005, 689-690)32. Porque, como reconoce sin ambages, a su juicio solo hubo un escritor en la época verdaderamente popular, cuyos libros se “vendían y leían”, a pesar de las dificultades del mercado editorial, como especifica más de una vez, y que pudo vivir de su literatura, don Benito Pérez Galdós33, a quien hará además 31 Valera se quejará menudo, en sus cartas, de la falta de leyes, tratados o convenciones internacionales que garantizasen la propiedad literaria o derechos de autor (ver, por ejemplo, Valera: 2005, 453, 457, 463, 479, 531, 543); además, en una misiva a Pelayo, fechada el 20 de mayo de 1887, afirma: «Creo que en las Cortes se debía hacer una ley sobre esto; ningún libro en castellano, impreso en país extranjero, debe entrar en España, si el autor mismo no pide permiso para que entre, o si no pide este permiso el propietario del libro, si el autor vendió la propiedad, o ha muerto» (Valera: 2005, 689). 32 Y lo reiterará en otros momentos y lugares, como en esta carta, fechada en Bruselas el 23 de junio de 1886 —nótese que no olvida nunca mencionar a Galdós: «Para que nuestros libros se difundan bien por América toda, no hay, a mi ver, mejor centro de operaciones que Nueva York. Los editores de ahí debieran entenderse con un librero español (…). Hablo de esto por egoísmo mío y por amor propio singular y colectivo de toda España y por interés, pues quiero que se vendan nuestros libros y nos valgan más de lo que nos valen. Alarcón, usted, Pérez Galdós, José Navarrete y aun Pereda serán muy leídos en América y muy comprados si van por allá sus libros» (Valera: 2005, 512). 33 Escribe al respecto Valera: «Entre nosotros casi nadie lee o compra libros. Por consiguiente, casi nadie escribe para ganarse la vida. Apenas hay en España un autor de profesión. (…) Todos los que en España escribimos somos meros aficionados, y no podemos ser otra cosa. Tal vez el más popular autor de novelas, Pérez Galdós, cuente con un público de veinte mil lectores en todo el mundo español, desde Irún a Málaga y desde la Patagonia a Tejas, sin olvidar las Islas Canarias, Baleares, Antillas, Filipinas, Marianas, Carolinas, María José Flores Requejo 308 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. una curiosa consulta epistolar, relacionada con la cesión de los derechos de autor de algunas novelas, como ya apunté 34. Popularidad que fue una de las razones que lo empujaron a promocionar su elección a la Real Academia de la Lengua Española ya en 1883 (Galdós será elegido académico en 1889, como sabemos), por el “interés” que le inspiraba esta institución, o lo que es lo mismo, en beneficio no solo de Galdós, sino también de la Academia, según afirma en una carta a Pelayo muy conocida, pero que creo que no está aquí de más recordar, así como otras, relacionadas con el mismo tema, porque muestran claramente la buena disposición de Valera hacia Galdós, y la lealtad y hasta valentía con la que actuó en todo este asunto de la Academia —totalmente omitido, dicho sea de paso, en el artículo de Ontañón de Lope Blanch—. En la carta en cuestión, fechada en Lisboa el 1 de junio, escribe Valera: «Si se muere don Gabino, trabaje Vd. porque elijan en la Academia a Pérez Galdós. Lo digo por el interés que me inspira la Academia» (Valera: 2004, 518)35; e instiste en su petición una semana más tarde (el 7 de junio), declarándose incluso dispuesto, en un gesto muy generoso, a viajar de Lisboa a Madrid, si fuera necesario, con tal de dar su voto a Galdós (Valera: 2004, 519); así como el 18 Fernando Poo, Annobón y Corisco y los presidios de África. Pero ¿quién más puede jactarse en España de popularidad semejante?» (Valera: 1961, 613; ver también Valera: 1961, 1039; Valera: 2007, 569). 34 La carta, fechada en Madrid en 1904, reza: «Mi querido amigo y compañero: escribo a V. para hacerle una pregunta a la que le suplico me conteste pronto y con toda franqueza. / Hoy ha venido a visitarme un señor llamado Zamacois, con otro señor cuyo nombre no recuerdo. / Ambos tienen el propósito de imprimir y publicar en Madrid libros españoles, traducidos en lengua francesa. Dicen que las ediciones que harán serán de cuatro o cinco mil ejemplares; que esperan ganar con ello bastante dinero y hacer que nuestra literatura sea conocida y apreciada en Francia; pero que, por lo pronto, solo tienen esperanzas y muchísimos gastos, entre los cuales sin duda no cuentan con lo que han de pagar a los autores, pues me aseguran que V., Picón y otros les dan sus novelas de balde. Añaden que han obtenido ya el permiso de traducir y publicar de V. la novela Doña Perfecta, y de Picón Dulce y sabrosa. / Yo soy muy pudoroso, cuando trato asuntos de dinero, confío poco en lo que me pueda y me deba producir la literatura, y soy además tan blando y benigno de carácter, que apenas sé decir que no, y por cualquier persona me dejo engañar y burlar muy fácilmente. En suma, yo he dado permiso al señor Zamacois y a su consocio, para que traduzcan y publiquen mi novela Genio y figura. / Después que salieron de mi casa los mencionados señores, he recapacitado sobre todo, y me he afligido y me he arrepentido de lo hecho, atribuyéndolo a debilidad y ligereza. Ceder así, sin remuneración alguna, el fruto de mi trabajo y de mi ingenio, por pobre que sea, es desacreditar yo mismo este fruto y dar a entender que le tengo por desabrido o poco sazonado, y por de tan corto valor, que es menester regalarle. / Sea como sea, mi tontería está hecha; no tiene remedio. Yo no quiero ni puedo volverme atrás, como sea cierto que V., perdóneme que se lo diga, ha incurrido antes que yo en la misma tontería. Si el señor Zamacois y su consocio me han engañado y si V. no les da de balde sus novelas, yo tendré derecho a volverme atrás, y a decirles que no les doy mi permiso sino con las mismas condiciones y ventajas con que V. ha dado el suyo. / Espero pues de la bondadosa amistad de V. que me informe de lo que ha hecho y hasta de lo que piensa en el mencionado asunto. Por escribir a V. yo debí haber empezado, pero todavía no es tarde, si la dicha es buena. / En el alma agradeceré a V. que me dé franca contestación a esta carta para que se logre mi deseo de hacer en adelante lo mismo que V. haga. / Créame V. siempre su afmo. amigo y compañero q. l. b. l. m. Juan Valera» (Valera: 2009, 449-450). 35 Desde Lisboa había enviado Valera también otra carta a Pelayo, el 5 de marzo de 1883, en la que se lee: «Clarín, a pesar de sus manías, es de lo que más vale. Poco a poco, importa traerle del lado nuestro y quitarle Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 309 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. de octubre del mismo año, en una misiva enviada desde Cabra a Pelayo, en la que subraya que la opinión pública estaba exigiendo que se hiciera académico a Galdós («Entiendo que, antes de pensar en Camus, debemos hacer académico a Galdós, que es a quien más pide la opinión pública», Valera: 2004, 584 36); y volverá sobre el tema el 3 de agosto de 1887 (Valera: 2005, 710-711). Y pareció que por fin la situación era propicia en 1888, cuando la muerte del duque de Villahermosa dejó vacante uno de los sillones de la institución. La propuesta a favor de Galdós (que reproduce Navarro Navarro, por quien cito), dirigida al Presidente de la Real Academia el 6 de diciembre de 1888, fue avalada por las firmas de Valera, Núñez de Arce y Pelayo, y en ella, entre otras cosas, se lee: «Los que suscriben tienen la honra de proponer a la Real Academia Española, (…) al señor don Benito Pérez Galdós, novelista de universal y merecida celebridad, así en nuestro país como en las demás naciones cultas de Europa, a cuyas respectivas lenguas han sido traducidas sus principales obras» (Navarro Navarro: 1965, 139-140). Como es bien sabido, el elegido será Commeralán, tras no pocas visicitudes de carácter político —decisiva fue la intervención de Cánovas contra Galdós—, como ha recogido la crítica (ver Navarro Navarro: 1965, 139-152; Ortiz-Armengol: 1996, 440-442), y como narra, con todo lujo de detalles, Galdós a Clarín, en una carta en la que no olvida indicar, por lo que aquí más interesa, que lo sostuvieron «sólo los cinco que son sin disputa la flor de la coorporación, a saber, Marcelino, Valera, Nuñez de Arce, Campoamor y Castelar: los demás con quienes Marcelino contaba, se fueron arrastrados por Cánovas al lado contrario», a lo que añade: «Los cinco [ilegible] que no vacilo en llamar nuestros están muy disgustados» (de la Nuez & Schraibman: 1967, 163-165). Valera referirá estas circunstancias al Dr. Thebussem, el 21 de enero de 1889, en una carta muy elocuente, y que dice mucho del respeto de Valera por Galdós: Ya habrá visto Vd. por los periódicos la gran batalla que hemos reñido en la Academia. Cánovas se empeñó en arrostrar la impopularidad y desafiar la opinión pública y ha triunfado Commelerán, contra Pérez Galdós, de cuyo valer literario no discuto, pero que es uno de los poquísimos autores españoles vivos que se leen y aplauden mucho aquí, y aun en Francia, Alemania, Inglaterra y en el país de los un poquito de su mucho entusiasmo por Echegaray y Pérez Galdós, sin que le pierda todo, pues ni nosotros mismos queremos ir contra la corriente y negar que Echegaray y Pérez Galdós valgan» (Valera: 2004, 489). 36 También Pelayo, en carta a Valera, fechada en Madrid el 3 de diciembre de 1885, destaca la popularidad literaria y los méritos de Galdós: «Nuestros amigos de la Academia se han empeñado en elegir para la plaza vacante a un señor D. Eduardo Benot, autor o refundidor de los métodos Ollendorff. Me parece detestable nombramiento. ¿Por qué no elegir a Galdós, que trae consigo una verdadera popularidad literaria, y méritos positivos de narrador?» (De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 240). María José Flores Requejo 310 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. yankees, en cuyos respectivos idiomas sus novelas están traducidas 37. En cambio, nadie conoce a Commelerán (Valera: 2006, 132). Galdós será elegido, por fin, tras dejar pasar un turno38, la segunda vez que se le propone (la propuesta, con el texto de la solicitud idéntico al de la primera, se hizo el 26 de abril de 1889: ver Navarro Navarro: 1965, 148), si bien tardará casi siete años en leer su discurso —lo hará concretamente el 7 de febrero de 1897—. Un discurso que será comentado en la prensa por Valera, en unas páginas que dan de nuevo pie a una dura crítica por parte de Ontañón: «Aprovecha la ocasión también para criticar (pero, eso sí, con mucha cautela) el discurso de Galdós por lo mal leído, mezclando frases positivas entre los alfilerazos implacables que le lanza. Cautela que trata de conservar, para que su antipatía por Galdós no se haga muy notoria» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398-399). A mi juicio, y aunque existe claramente espacio para la subjetividad y la interpretación personal, las páginas en las que Valera comenta los discursos de Galdós y Pelayo, leídas desapasionadamente y de forma completa, pueden llevar a conclusiones muy distintas a las de Ontañón, máxime si tenemos en cuenta que se inscriben en una tipología ‘periodística’ que en la época hacía las veces de lo que hoy son los reportajes: eran crónicas en las que se describían los actos en todos sus aspectos, incluidos los oratorios, la mayor o menor afluencia de público o los aplausos cosechados. Dice entre otras cosas Valera: Ahora tengo que dilatarme más de lo que pensaba, para dar noticia de una gran novedad y solemnidad literaria, ocurrida el 7 del corriente mes. Me refiero a la recepción del aplaudido novelista don Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española. Estas fiestas son ahora más brillantes que en lo antiguo, (…). El señor Pérez Galdós, que es tímido en los actos públicos, leyó su discurso con voz muy apagada; pero fue muy aplaudido por la alta fama de que goza y por las simpatías que inspira. Lástima fue, con todo, que su discurso se oyera mal, pues, aunque breve, está lleno de atinadas observaciones, de pensamientos ingeniosos y de frases felices. Trata del público, no como entidad que recibe, acepta y aplaude la obra del novelista, sino como fuente de inspiración y como colaborador de esta misma obra, (…). La contestación del señor Menéndez y Pelayo, leída por el autor con mucha expresión y habilidad y con voz clara y sonora, mereció y obtuvo nutridísimos aplausos, que venían a intercalarse con frecuencia entre los elocuentes párrafos del discurso. Un hecho (es muy conocida la reticencia de Galdós a hablar en público, lo que tal vez contribuyera al enorme retraso con que leyó su discurso de entrada, y muy conocidas sus escasas dotes de orador, que en ocasión tan solemne, y quizá debido a la emoción, se hicieron aún más patentes), subrayado también en “La Ilustración española y americana”, el 15 de 37 En otros momentos da cuenta Valera de algunas exitosas traducciones de las obras de Galdós al francés (Valera: 2003, 1123) y al húngaro (Valera: 2007, 37). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 311 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. febrero de 1897 39, así como por «El anónimo cronista de El Imparcial —¿Ortega Munilla?—», como sugiere Ortiz-Armengol40, e incluso por el propio Galdós: «El acto resultó muy lucido, destacándose el admirable discurso de Marcelino sobre el mío, modesto y tímido en su complexión oratoria» (apud Ortiz-Armengol: 1996, 531) —más brillante resultó, en cambio, a juicio del escritor cordobés, el discurso de contestación de Galdós a Pereda, dos semanas más tarde, como no deja de comentar41—. A lo que añade Valera, y francamente no encuentro ni ironía ni alfiretazos por ningún sitio, sino muchos elogios, y no solo a don Marcelino, sino también a Galdós, que el discurso de Pelayo fue: (...) un discreto aunque entusiasta panegírico del señor Pérez Galdós, cuya abundante producción literaria, que consta ya de cinquenta o sesenta volúmenes, examinó el señor Menéndez y calificó y juzgó con profunda crítica, haciendo resaltar no pocos primores y bellezas y no disimulando algunas faltas. En mi sentir, del juicio del señor Menéndez y del fallo dictado por él sale muy lucidamente el señor Pérez Galdós y aparece como novelista de primer orden, digno de ser comparado con Balzac en Francia y con Dickens en Inglaterra, así por el esfuerzo creador con que presta movimiento, vida y carácter a sus personajes, como por la observación fiel y por la exactitud con que nos pinta el ser y el vivir de nuestra clase media, y como por la extraordinaria abundancia de la obra, grandísima ya, aunque el señor Pérez Galdós se halla en lo mejor de su vida y es de presumir que pueda escribir en adelante otro tanto de lo que ya ha escrito. Un comentario que provoca de nuevo las críticas de Ontañón, que escribe al respecto: 38 Ver De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 113-115, 184 nota 139. 39 En la que se lee: «admiramos el talento del fecundo novelista, su estilo y laboriosidad; pero o la emoción le impidió leer en voz alta su discurso, o la falta de voz, porque ni una sola palabra llegó a los oidos de los que estaban más cercanos. Es verdad que el aula académica —así parece que llaman los señores al salón de recepciones— no es favorable para las lecturas, y el Sr. Galdós no leyó, se leyó su discurso»; al mismo tiempo se destaca, como hace Valera, la brillantez oratoria de Menéndez Pelayo: «El discurso del Sr. Menéndez Pelayo fue elocuentísimo: leído en voz alta y firme y algo bronca, produjo gran impresión por el contraste, siendo interrumpido por los aplausos muchas veces». 40 Que así dice: «El anónimo cronista de El Imparcial —¿Ortega Munilla? — elogia los brillantes y hermosos párrafos del discurso de Galdós “a pesar de no haberse dejado oír muchas veces con la claridad debida por no responder del todo las condiciones de su voz a la gallarda y concisión de sus levantadas frases”. Con todo, fue muy aplaudido, como lo fue Menéndez y Pelayo al contestar “luciendo sus envidiables dotes de orador”. Cheste cerró el acto felicitando al recipiendario» (Ortiz-Armengol: 1996, 529). 41 Según refiere Valera en otro momento: «Según anuncié a usted en mi última carta, la solemne recepción del señor don José María de Pereda en la Real Academia Española tuvo lugar el día 21 de febrero. La función no pudo ser más lucida de lo que fue. En ella hubo más concurrencia que en la del señor Pérez Galdós, mostrándose así la gran popularidad de que gozan y la simpatía general que han logrado inspirar uno y otro novelista. El señor Pérez Galdós contestó al señor Pereda. Bien pensados y escritos ambos discursos, fueron leídos con la debida entonación por los autores, logrando ambos frecuentes y nutridos aplausos» (Valera: 2007, 496); para otras cuestiones interesantes ver 498; ver también De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 155-156 y nota 180, y Ortiz-Armengol: 529-532. Y a propósito de la entrada en la RAE de ambos autores comenta Valera en carta a Alcalá Galiano, fechada el 7 de marzo de 1897: «Ya habrás visto por los periódicos que Pereda y Pérez Galdós han entrado en la Academia Española. Veo que Pérez Galdós es grandísimo amigo tuyo. Siempre me habla de ti con la mayor estimación y con extraordinario afecto» (Valera: 2007, 241). Como curiosidad recuerdo que en el epistolario de Valera hay, asimismo, una referencia a un viaje realizado en 1887 por Galdós y Alcalá Galiano por Europa (Valera: 2005, 719). María José Flores Requejo 312 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. A pesar de la gran amistad que unió a Valera y a Menéndez Pelayo, es sabido que hubo algunas épocas de cierto enfriamiento. Aunque esto se debiese a causas varias, es posible que el cambio de criterio literario del último, y su reapreciación de la obra de Galdós influyesen en esto. Menéndez fue el encargado de contestar el discurso de ingreso a la Academia española de Galdós y, absurdamente, Valera se sintió molesto por las grandes alabanzas que hizo de él y por el hecho de que no citase a ningún otro escritor (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398). Y para demostrar su último aserto la estudiosa cita en nota las siguientes palabras de Valera: «Digo estas cosas afín de justificar al señor Menéndez de la acusación que se le dirige de no haber citado nombres y de no haber tenido para ellos alguna alabanza, entre las muchas que al señor Pérez Galdós concede»; a lo que añade: «De tal “acusación“ no se sabe nada: es Valera el único que se refiere a ella» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398). Se trata de unas frases —las de Valera apenas citadas— que, a mi juicio, y como ya apuntaba, es necesario contextualizar, teniendo en cuenta especialmente los párrafos que preceden y siguen a «Digo estas cosas...», y que así rezan (espero que por su importancia para el tema que estoy desarrollando se me disculpe la prolijidad): Para dar con fundamento todas estas alabanzas al señor Pérez Galdós, el señor Menéndez habló de la novela en general, manifestando con profundidad y tino su importancia y valer, y trazó, además, a grandes, elocuentes y felices rasgos, y con mano firme y segura, la historia de la novela en España. Claro está que el señor Menéndez hubo de ser muy sobrio en esto. Citó las diversas direcciones que la novela ha tomado hasta que el señor Pérez Galdós empezó a cultivarla, pero se abstuvo de citar nombres propios. (…) Por lo demás, nadie puede quejarse de no haber sido citado, ya que el propósito, orden y economía del discurso repugnaban las citas. (…) Llegado ya al último período de la historia de nuestra novela, iniciado por el señor Pérez Galdós, el señor Menéndez sólo tenía necesidad de citar a Pereda, a Alarcón y a mí42, a fin de demostrar que Pérez Galdós, con La Fontana de Oro y con El audaz, nos ha precedido a todos en el movimiento. Por lo demás, no era de la incumbencia del señor Menéndez el hablar de nadie, sino de Pérez Galdós, objeto de su discurso. Digo estas cosas afín de justificar al señor Menéndez de la acusación que se le dirige de no haber citado nombres y de no haber tenido para ellos alguna alabanza, entre las muchas que al señor Pérez Galdós concede.Yo entiendo que no hay motivo para la acusación, ni mucho menos para la queja. Hubiera sido impertinente y hubiera quitado sobriedad y armonía a su discurso si el señor Menéndez hubiera hablado de los que cultivan con éxito la novela desde que el señor Pérez Galdós la cultiva. En todo caso, no sería sólo doña Emilia Pardo Bazán la que pudiera quejarse, sino también los señores don Armando Palacio Valdés, don Jacinto Octavio Picón, don Leopoldo Alas, don José de Navarrete, y no pocos otros que escriben o han escrito novelas en el día de hoy, mereciendo por ellas justísimos aplausos. En suma: el discurso del señor Menéndez fue bellísimo y, atinadísimo, y nada le sobró ni faltó para ser considerado como un razonable y hermoso panegírico del ilustre novelista y nuevo académico, gloria de Canarias (Valera: 1958, 494-496)43. Como habrá podido apreciarse, en estas elogiosas palabras para Galdós, no hay tal crítica a Pelayo («Valera se sintió molesto por las grandes alabanzas que hizo de él y por el hecho de que no citase a ningún otro escritor», según hemos visto), y lo que podría conjeturarse, según 42 Nótese que Valera se refiere a los más 'viejos' de la llamada y discutida 'Generación de 1868': ver Flores Requejo: 2016, 10-11. Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 313 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. lo afirmado por Valera («En todo caso, no sería sólo doña Emilia Pardo Bazán la que pudiera quejarse, sino también...»), sería una queja por parte de doña Emilia, que de ser tal, como digo se trata de una mera hipótesis, debió de limitarse al ámbito de los corrillos literarios, porque nada aparece, o al menos nada he encontrado, en la prensa de esos días firmado por la gran escritora gallega en tal sentido. Por otro lado, y volviendo a la afirmación de Ontañón que ya hemos visto, si bien en la larga y fraternal amistad entre Valera y Pelayo, que duró más de treinta años, hubo momentos de un relativo y hasta comprensible distanciamiento 44, no creo que pueda afirmarse en ningún caso que tuviera su origen en los celos provocados por las alabanzas de Pelayo a Galdós: nada de ello se desprende de la lectura del epistolario entre ambos autores, unidos hasta el final por lazos de cariño y estima. 3. A modo de conclusión En fin, como espero haber demostrado, aunque Galdós era un escritor muy alejado del gusto de Valera45, que, por otra parte, no fue infalible46, no creo que pueda afirmarse, más 43 Para el discurso de Pelayo ver Rubio Cremades: 2012, 253-254. 44 En palabras de Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: «Como todos los humanos afectos y relaciones, tuvo esta amistad sus altos y bajos, sus pequeños quebrantos; pero de todo tropiezo salía más robusta y más fuerte» (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 7). Por su parte, Bravo Villasante escribe al respecto: «Mientras el viejo decae y se encuentra ocioso y desocupado, el joven, abrumado por el estudio y los cargos, carece de tiempo para la conversación, la visita o la carta. Y Valera desea las cartas de Menéndez, casi las exige, desea sus visitas, pero a medida que pasa el tiempo el discípulo se aísla entre sus libros, absorbido por su tarea inmensa, y no acude a las tertulias y demora la contestación a las cartas» (Bravo Villasante: 1989, 288). A la cuestión del abandono de Pelayo de las tertulias de don Juan se refiere este último en carta dirigida a Juan Luis Estelrich, fechada en Madrid el 20 de febrero de 1904: «Mis tertulias literarias, trasladadas ya de los sábados a los viernes, están ahora bastante animadas. (...) Nuestro amigo Marcelino no viene nunca a mis tertulias. Es poco transigente y no puede aguantar a doña Emilia Pardo Bazán»; pero aunque no iba a sus tertulias, seguía yendo a su casa (aunque menos de lo que le hubiera gustado, a lo que parece ser que contribuyó el descuido en el vestir y el aseo, digámoslo así, del insigne erudito, que no gustaba demasiado a la refinada mujer de Valera): «Veo, no obstante, a Marcelino todos los jueves en la junta de la Academia, y algunas noches, aunque más de tarde en tarde de lo que yo quisiera, viene a esta casa, cuando en ella no hay nadie. Anoche estuvo y hablamos de cuanto hay que hablar hasta cerca de las doce y media» (Valera: 2009, 468-469; ver también 472-473). 45 En palabras de Bermejo Marcos: «Salvo el brevísimo comentario que dedicó a Misericordia en una de sus “Cartas americanas”, nada escribió don Juan para criticar la novela de don Benito. La encontró buena… pero no de su gusto. El género de novela galdosiana aburría tanto a Valera como las de Pereda, o como los “sermones” de Fernán Caballero. En el caso del escritor canario no se atrevió, como con el autor (sic) de La Gaviota, a hacer pública su opinión. Siempre que a Galdós ha de referirse, le concede la primacía entre nuestros novelistas; pero ni una sola vez demostró que conocía a fondo su obra. Tal vez por esta falta, y como para contrarrestarla, pidió a Menéndez Pelayo que fuera elegido académico el gran novelista.» (Bermejo Marcos: 1969, 195); una 'explicación', la última, y con todo respeto, algo retorcida. Sobre esta cuestión afirma Ayala que Valera no solamente elogia a Galdós en sus cartas, «sino que considera imprescindible su presencia en la Real Academia. Llama la atención el sumo interés que Valera pone en el empeño», (Ayala: 1996, 92); sí, efectivamente, llama la atención, y resulta curioso que esta circunstancia sea totalmente ignorada por Ontañón en su artículo; ver también Marrero: 1971, 217-232. María José Flores Requejo 314 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. bien al contrario, que sintiera una verdadera animadversión hacia Galdós, un autor que tampoco parece que fuera nunca objeto de su chanza privada: aunque no siempre son de fiar las memorias de Pío Baroja (crítico implacable de don Benito, dicho sea de paso), creo que puede dársele crédito al siguiente comentario suyo: «La conversación de Valera era maliciosa y entretenida. Le gustaba contar anécdotas de sus amigos los escritores, (...) También hablaba con frecuencia y con sorna de la Pardo Bazán y de sus ideas; en cambio, se refería muy pocas veces a Pérez Galdós y a Palacio Valdés» (Baroja: 1947, 763); Galdós, tampoco fue objeto de críticas en el epistolario valeriano, en el que más de una vez, por el contrario, pide a Pelayo que le dé «mil cariñosas expresiones», como entonces se decía (por ejemplo, Valera: 2007, 509), y más allá, en lo profundo del ánimo de Valera, no nos es dado penetrar. Y por lo que se refiere a la actitud de Galdós ante Valera, don Benito, que asistió al entierro de don Juan, el 20 de abril de 1905, un jueves santo (Jiménez Martos: 1973, 82), y que sintió, y así lo afirma Clarín en 1889, una gran admiración por Pepita Jiménez47, en palabras de Marrero: (...) admiraba y encarecía el trabajo de todos sus colegas, ingenua, sinceramente. (...) Admiraba a Valera, con reverente veneración, por humanista, por crítico, por ingenio peregrino... Las cartas de Valera le dejaban boquiabierto. “Cuando recibía alguna de él —escribe Pérez de Ayala— nos la leía a los amigos, exclamando: ‘¡Qué hombre! ‘¡Qué estilo maravilloso! Tan correcto y tan libre. Tan rico y tan sobrio. Tan gracioso y tan grave. Tan clásico y tan familiar…” Y luego, igual que la aldeana de lo dolora de Campoamor, suspiraba: “¡Quién supiera escribir… como él!” (Marrero: 1971, 45). Es indudable que no necesitaba saber escribir como Valera y es indiscutible también que se trata de dos grandes, extraordinarios escritores; más ocupado en labores eruditas y críticas, y más dado a la discusión intelectual, para él un verdadero placer48, cuando no a la pura y dura polémica, muy de su gusto, como ya se dijo, el autor de Pepita Jiménez; aunque la edad y su sabiduría atemperaron en parte una vehemencia que superaba a veces a esa manga ancha a la 46 Valera cometió errores de valoración, a veces de bulto, como ha señalado insistentemente la crítica: ver, entre otros, Jiménez Martos: 1973, 121; Marina Mayoral: 1970; Bermejo Marcos: 1968, 195; no obstante, no creo que pueda juzgarse su gusto como «bastante deleznable» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 397). 47 Comenta Leopoldo Alas en su conocido ensayo sobre Galdós: «Otro punto digno de tocarse: Galdós en sus relaciones con los demás literatos. No trata a muchos con intimidad, pero admira a algunos muy de veras, por ejemplo, a Valera, cuya Pepita Jiménez tiene por un dechado de estilo» (López Morillas: 1990, 229, nota 17). 48 Valera poseía una viva curiosidad intelectual que no desdeñaba ningún tipo de disciplina o asunto, con una marcada predilección por las «ciencias inexactas», como él las llamaba, en particular modo, por la filosofía; en El bermejino prehistórico declaró, y son, creo, unas palabras muy reveladoras de su índole intelectual: «No es la verdad lo que me seduce, sino el esfuerzo del discurso, de sutileza y de imaginación que se emplea en descubrir la verdad, aunque no se descubra» (Valera: 1968, 1066). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 315 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. que ya me he referido: tres años antes de su muerte, en un texto fechado en Madrid, y titulado “Novelas recientes”, afirma Valera: De los novelistas ya muy populares y acreditados, de los veteranos, digámoslo así, no he de decir aquí palabra. Ni Galdós, ni Pereda, ni Picón, ni el mismo padre Coloma, que publicó hace poco un nuevo e interesante libro, ni menos aún la señora doña Emilia Pardo Bazán, necesitan que nadie llame la atención del público sobre sus escritos. Tal vez convendría una crítica imparcial sobre ellos, aprobando las bellezas que contienen y haciendo notar las faltas que, como toda obra humana, han de tener, a fin de que los escritores noveles las omitan y no incurran en ellas. Pero tan ardua tarea no es para mí. En el día más que nunca me siento yo sin fuerzas para tanto, y reconozco, además, que carezco de autoridad suficiente. O por abatimiento de ánimo, muy natural en la vejez, o por desengaño razonable y justo, veo yo tales faltas en mi propia labor, que no me atrevo a censurar la de aquellos a quienes la gran mayoría de mis compatriotas otorga aplausos y laureles (Valera: 1961, 1092-1093). María José Flores Requejo 316 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. BIBLIOGRAFÍA AGUINAGA ALFONSO, M., “Valera y Galdós: dos concepciones del modo de novelar”, Actas del Congreso Internacional sobre don Juan Valera (1995), Córdoba, Diputación Provincial, pp. 459-465. ALAS, L. y PALACIO VALDÉS, A., Obras Completas, V, ed. y prólogo de S. Sanz Villanueva, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2004. AMORÓS, A., La obra literaria de don Juan Valera: la ‘música de la vida’, Madrid, Castalia, 2005. ARENCIBIA SANTANA, C. 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Calificación | |
Título y subtítulo | Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós |
Autor principal | Flores Requejo, María José |
Autores secundarios | Valera, Juan |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del undécimo congreso internacional Galdosiano |
Numeración | Congreso 11 |
Sección | Sección 2. Galdós, política y sociedad |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2017 |
Páginas | p. 0307-0329 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación ; Congreso |
Enlaces relacionados | Enlace al editor: http://actascongreso.casamuseoperezgaldos.com/ |
Copyright | ULPGC |
Formato Máster | |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 333103 Bytes |
Texto | 297 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. JUAN VALERA ANTE LA FIGURA Y LA OBRA DE GALDÓS JUAN VALERA VIS-À-VIS THE PERSONALITY AND WORKS OF GALDÓS María José Flores Requejo Università degli Studi dell’Aquila RESUMEN En este trabajo se analiza la posición de Valera ante la figura y la obra de Galdós, con la intención de demostrar que no existió animadversión de don Juan hacia don Benito, como afirma la estudiosa Paciencia Ontañón de Lope Blanch. Una afirmación que puede y debe al menos, matizarse, a través de una lectura distinta y contextualizada de los documentos en los que la citada estudiosa basa su juicio (correspondencia, crónicas, etc.). Sin olvidar, porque influirá inevitablemente en su actitud hacia la literatura galdosiana –aunque no implica animosidad hacia don Benito–, el gusto conservador de Valera y su reticencia hacia las nuevas escuelas estéticas. PALABRAS CLAVE: Valera, Galdós, amistad, animadversión. ABSTRACT In this work, I analyze the position of Valera regarding the person and works of Galdós, with the intention of showing that the former nurtured no animadversion towards the latter, as the scholar Paciencia Ontañón de Lope Blanch affirms. Such a view can and ought, at the very least, be revisited through a different and contextualized reading of the very documents that Ontañón de Lope Blanch relies upon (correspondence, chronicles, etc.). Without forgetting, for it had an inevitable influence on his attitude towards Galdós’s production –although it doesn’t imply personal animosity– Valera’s conservative taste and his reticence towards the new aesthetic tendencies. KEYWORDS: Valera, Galdós, friendship, animadversion. INTRODUCCIÓN Si bien nunca hubo entre Galdós y Valera ni intimidad amistosa ni epistolar1, y aunque poseían dos formas muy distintas de entender la literatura, como muy distintas eran también su formación y, sobre todo, su personalidad2, no creo que se pueda llegar a hablar de una 1 Las cartas de Valera a Galdós publicadas parecen ser solo tres y sin demasiada importancia literaria: el 28 de noviembre de 1897 le escribe para concretar el encuentro con la Reina Regente (ver Valera: 2007, 339). El 4 de junio de 1901 le pide unas páginas para “Gente vieja. Decenario de política y literatura”: «Mi respetable amigo: Mucho le estimaría que, si puede, me envíe unas cuartillas suyas para el próximo número, pues tengo interés en publicar su firma lo antes posible» Valera: 2009, 157); y en 1904, le hace una pregunta, sobre una cuestión relacionada con los derechos de autor, como veremos más tarde. En los epistolarios galdosianos publicados no aparecen cartas a Valera. 2 La de Valera, como ha señalado insistentemente la crítica, más compleja, ambigua (hay, además, en ocasiones, un abismo entre el Valera público y el privado, que conocemos a través de sus cartas) y hasta María José Flores Requejo 298 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. auténtica desavenencia entre ellos, como hace la estudiosa Paciencia Ontañón de Lope Blanch cuando afirma —en un estudio publicado en una prestigiosa revista y titulado, precisamente, “Juan Valera y Galdós: historia de una enemistad”—, que Galdós, aunque «Nada se sabe, en la vida real, de sus opiniones sobre Juan Valera. Hasta donde he podido saber no lo menciona, salvo en el párrafo irónico de Fortunata y Jacinta (ver nota 9)» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395) 3, y aunque «nunca emitió juicios adversos hacia su colega», «logró ridiculizarlo y satirizarlo, identificándolo con un personaje, negativo por sus cualidades (Cornelio Malibrán), de La incógnita y Realidad», tratado «por Galdós en los peores términos» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 383 y 395)4; mientras que las opiniones de Valera sobre Galdós, a pesar de no ser muy frecuentes, «son suficientes para descubrir una clara enemistad hacia él» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395); a su juicio, Valera «muestra, en ciertos momentos, una evidente animadversión hacia su colega, debida principalmente a que éste logró vivir, y bien, de la literatura, cosa que él nunca consiguió» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 383). Afirmaciones, a mi parecer, y por lo que se refiere a Valera, muy discutibles, y que pueden y deben, al menos, matizarse, a través de una lectura distinta y contextualizada de los documentos en los que la citada estudiosa basa su juicio (correspondencia, crónicas, etc.). Sin olvidar, porque influirá inevitablemente en su actitud hacia la literatura galdosiana —lo cual no implica, necesariamente, animosidad hacia don Benito—, el gusto conservador de Valera y su reticencia hacia las nuevas escuelas estéticas (ver Cyrus DeCoster: 1986, 25), que hicieron de él una anomalía literaria en su época (según la ya clásica denominación de Montesinos, 1957), y lo llevaron a convivir «cortésmente con un medio cultural que le era, en buena medida, ajeno» (Romero Tobar: 2104, 12) —aunque estuvo muy abierto a otro tipo de novedades, como las filosóficas, porque era también, y al mismo tiempo, un hombre de su tiempo—5; una cortesía no exenta a veces de tonos polémicos, porque Valera poseía una escurridiza, para decirlo con palabras de Clarín («Posiblemente pocas figuras aparezcan tan escurridizas como la suya», Apud Marrero: 1971, 111). 3 Nota que así reza: «Una curiosa alusión, en este sentido [está hablando de Valera como muy aficionado a las faldas y gran conquistador], hace Benito Pérez Galdós cuando está explicando, en Fortunata y Jacinta, la causa de que a Juanito Santa Cruz se le llame por el diminutivo: “Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez le llamaban sus amigos, y los que no lo eran, Juanito Valera” (…). Dado el tono despectivo que en su novela da Galdós al diminutivo, como un don Juan menor, y la ironía de este comentario, resulta significativa la cita», (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 387-388). 4 Tema este del que no me voy a ocupar, ni de otras ilaciones de la autora, en las que no entraré. 5 Como señalan Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: Valera, educado con cierta soltura y con poca disciplina intelectual y moral, era lo que podíamos decir un hombre de su tiempo, en el sentido de que supo asimilar las doctrinas y principios intelectuales que «por su novedad y boga, caracterizan la cultura europea de aquel período», como la filosofía kantiana (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 10). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 299 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. «inclinación natural a contradecir, si no es que estaba poseído de ella», y «La oposición a lo contiguo, a lo presente, se halla en su carácter y en su intelecto» (Azaña: 1963, XXXIV). 1. Hacia La familia de León Roch Como es bien sabido —gracias a un par de cartas, muy conocidas, de Valera a Pelayo (y en las que se basa en parte Ontañón de Lope Blanch para “demostrar” la animadversión valeriana hacia Galdós)— en 1878 Valera, según él mismo afirma, no había leído aun nada del gran escritor canario (la carta está fechada en Madrid, el 19 de julio): «Se anuncia una nueva novela de Pérez Galdós. ¿Quiere usted creer que nada he leído de este fecundo y celebrado novelista? Usted, que lo lee todo, habrá leído sus novelas. ¿Qué le parecen? Usted es de las pocas personas de cuya opinión literaria me fío, cuando la amistad no le engaña»6. Un “retraso” indiscutible7, si bien menos aislado de lo que podría parecer (tarde llegaron a la lectura de novelas contemporáneas también otros autores, aunque más jóvenes, es cierto, como Pardo Bazán o Clarín8), y que el propio Valera —que no hay que olvidar que nunca fue un gran aficionado a la lectura de novelas contemporáneas, como se desprende de su obra crítica y de su epistolario— intenta “explicar” en la segunda de las cartas a Pelayo a la que apuntaba (fechada el 27 de agosto de 18799), y en la que, el escritor cordobés, dominado en Biarritz por la desgana y el aburrimiento («la pereza se ha apoderado aquí de mi persona tan por completo, que ni para escribir una carta sirvo. No crea Vd. que me paseo ni me divierto mucho»), da cuenta a don Marcelino de la grata sorpresa que ha supuesto para él uno de los últimos libros leídos, La familia de León Roch: Algo leo. Esto es lo único que hago de provecho. Entre los libros que he leído se cuenta la novela de Pérez Galdós titulada La familia de León Roch. Nada de Pérez Galdós había yo leído hasta ahora, no sólo por desidia, sino por ese extraño recelo que solemos tener los españoles, hasta los más amantes de la patria, entre quienes me cuento, de que va a ser una tontería o un reflejo contrahecho de la literatura de otros países todo libro español que leamos. 6 Puede leerse en Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 31-32, por donde cito, o en Valera: 2004, 100-101. 7 Sobre el que comenta Ontañón de Lope Blanch: «llama la atención que un lector tan acucioso como Valera no hubiera leído nada de don Benito en 1879» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 395). 8 Sobre esta cuestión afirmó doña Emilia: «Mentira me parece esto que voy a escribir, y sin embargo, es una gran verdad, para mí muy significativa. Allá por los años 74 y 75, no sólo no manejaba yo sus obras, sino que ignoraba la existencia de Galdós y Pereda, y apenas tenía noticias de la de Valera y Alarcón» (Pardo Bazán: 1999, 26). Por lo que respecta a Clarín, afirma Beser que Leopoldo Alas «hacia 1874 no es ni siquiera lector de novela» (Beser: 1972, 17). 9 Puede leerse en Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 56-59, por donde cito, o en Valera: 2004, 159-160. María José Flores Requejo 300 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Como autor yo también de novelas, tenía miedo 10 de encontrar malas las de Pérez Galdós, pues no hubiera sabido callármelo, y hubiera parecido a muchos mi censura nacida de la envidia. Hay que reconocer que se trata de justificaciones débiles: las novelas de Galdós no tenían por qué ser copias de las francesas, que es a lo que parece apuntar Valera, siempre preocupado por tal posible influencia11, y él, y paso a la segunda justificación, cuando quería, sabía callarse, y tenía un gran don para hablar o escribir sin comprometer su opinión, como veremos de nuevo, por lo que quizá la verdadera razón o razones de su actitud sean otras; Bermejo Marcos ha afirmado sobre esta cuestión: Tarde y no sin pocos recelos llegó don Juan a la lectura de las obras de Galdós. (…). Prefiere no saber cómo son dichas obras —cerrar los ojos ante una realidad que todos alaban— antes que tener que confesar que no le agradan. Una vez más, el lastre de sus prejuicios en contra de su agudeza crítica. Temía que muchos de los amigos del novelista fueran a tomar a mal las palabras que dijera “en caso de que no le gustaran dichas obras” y escogió el camino más cómodo: no leerle para no tener que decir nada de él. ¿No serían celos disfrazados de temores? ¿Por qué iban a ser sus juicios forzosamente contrarios...? ¿Por qué iban a ser tomadas sus palabras como envidiosos ataques de un novelista a otro? (Bermejo Marcos: 1968, 193 y 194). Una pregunta para la que no es fácil encontrar respuesta. Pero volvamos a Valera y a su carta: Por fortuna, La familia de León Roch me ha parecido inmensamente mejor de lo que yo me figuraba12. (…) No es muy cursi, aunque apenas conoce la sociedad elegante que describe; tiene más saber del que yo me imaginaba13; y aunque imita a Dickens y a otros autores, lo hace como se debe, poniendo en lo imitado el sello propio, y no copiando desmañadamente. Y a propósito de lo “cursi” —apreciación criticada por Bermejo—14 quizá no esté de más recordar que se trata de un concepto, vinculado a la naciente modernidad española (Valis: 10 En Valera: 2004, 159, aparece una variante, que subrayo: «Como autor yo también de novelas, tenía miedo, además, de encontrar malas». 11 En la que veía una amenaza para la literatura española, porque, para don Juan, tan patriótico, digámoslo así, toda gran literatura es siempre literatura nacional, expresión fiel, natural y espontánea de la índole y el genio de cada nación, como lo fue a su parecer, desde sus orígenes y, sobre todo, en ellos, la literatura castellana, según señalará en numerosos momentos nuestro autor, que no pierde nunca ocasión, además, de poner en entredicho cualquier posible influencia extranjera —sobre todo francesa— en nuestra literatura, de la que afirma siempre su independencia y su profundo casticismo. 12 Ayala, que nos da de esta carta una lectura mucho más positiva que la de Ontañón, comenta al respecto: «Valera no había leído los episodios nacionales que configuraban la primera y parte de la segunda serie. Al igual que desconocía casi la totalidad de los relatos denominados por Galdós con el título de Novelas españolas de la primera época, de ahí que mostrara su sorpresa y admiración» (Ayala: 1996, 93). 13 Quizá porque Galdós no ultimó nunca sus estudios universitarios, y no hay que olvidar que estamos en el ámbito de la correspondencia privada entre un autor de extraordinaria cultura y uno de los mayores eruditos de la época. 14 Escribe Bermejo: “¡nos gustaría saber por qué esperaba Valera que el autor de los Episodios fuera un cursi!” (Bermejo Marcos: 1968, 194). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 301 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. 2002), que se empieza a popularizar precisamente en estas fechas, —muy empleado, como término, por los novelistas del período, tanto en sus obras literarias como en la correspondencia privada—, y cuyo sentido, el original y principal que tenía en la época, nos explica precisamente Valera en unas líneas, pertenecientes a su artículo “De la filosofía española” (1873), en las que, tras señalar el atraso español, comenta entre otras cosas: En medio de la horrible decadencia política, hay adelanto; pero nos llevan a remolque y no nos movemos con propio movimiento. Nace de aquí el remedio inhábil que nos saca de lo basto para caer en lo cursi. Esta fea palabra tiene aplicación a todo, desde el arte de cocina hasta la filosofía. El que quiere comer a la francesa y no tiene bastante dinero para costear un cocinero francés, toma cocinera española, de las que están en el período de transición y remedo, y en lugar de los guisotes ordinarios, pero sabrosos, que antes comía, se deja emponzoñar con bodrios abominables. Lo propio sucede con los muebles, vestidos, modales, conversación familiar, amena literatura y hasta política. La imitación torpe nos pone en ridículo, y en negocios de importancia tiene, además, consecuencias fatales (Valera: 1961, 1559)15. Creo que este es el sentido, el de una torpe y mala imitación —provocada, a veces, por el desconocimiento— que da Valera al término: Galdós, aun no frecuentando los salones16 —como en cambio, sí hacía él—, no cae en la mala imitación de esta sociedad elegante que no conocía directamente, lo cual, podría incluso considerarse como un tácito elogio por parte de Valera hacia Galdós. Por otro lado, como hemos visto, Valera, que puso más de una vez de manifiesto los límites de la originalidad (ver Valera: 1961, 466) y que nunca consideró un defecto, más bien al contrario, la “buena” emulación (ver, entre otros, Valera: 1961, 450-463; Domínguez Sío: 1997, 113; Flores Requejo: 2011, 101-102), reconoce, además del saber de Galdós, su estilo personal, incluso en la que considera una imitación de Dickens, y, hablando de imitaciones y 15 Imitación que es buen reflejo de las aspiraciones de una sociedad, como comenta Clarín a propósito precisamente de La desheredada de Galdós, «en que el arroyo quiere ser Guadalquivir, y el Guadalquivir ser mar» (Alas y Palacio Valdés: 2004, 488), y en la que la clase media con frecuencia intentaba vivir por encima de sus posibilidades —ese “quiero y no puedo, tan español” —, debido a las exigencias que le imponía la nueva realidad social (ver Pardo Bazán: 2004, 94–95). Lo que conduce, al cabo, a esa cultura de la usura, del préstamo y de la obsesión por aparentar lo que no se tiene, que es a la vez característico de la cursilería y de la España de la Restauración, en palabras de Maite Zubiaurre (2005-2006: 227), como ha estudiado Valis (2002). 16 Sobre esta cuestión escribe Casalduero: «Valera primero, Maura después, notaban, no sin reproche, la ausencia del mundo aristocrático en la obra galdosiana, como Anatole France censuraba a Zola que ignorara los salones, olvidándose todos, al parecer, de que el siglo XIX es un siglo democrático. (…) Galdós no observó el mundo aristocrático porque no lo veía; y no lo veía porque no existía, como dijo más de una vez. Es de suponer que Valera y Maura no recordaran la afirmación de Galdós, y que de haberla recordado la hubieran negado, puesto que tanto uno como otro necesitaban creer o en su nobleza o en la de la sociedad, aunque ellos mismos fueron ejemplos típicos del aristócrata empleado y del empleado político» (Casalduero: 1961, 73-74). No aclara el prestigioso crítico en qué texto o textos de Valera basa su afirmación —quizá se trate de la carta en examen—, y por mi parte, solo puedo decir que en la frase de don Juan, «aunque apenas conoce la sociedad elegante que describe», no advierto ni crítica ni reproche, sino una mera constatación. María José Flores Requejo 302 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. llevado por su orgullo de novelista, llega incluso a advertir la influencia de doña Blanca y del Comendador Mendoza, personajes principales de su novela El comendador Mendoza (1876), sobre León Roch y María Egipcíaca («Algo ha satisfecho mi vanidad, si no es engaño de mi vanidad misma, el notar yo, en esta novela que he leído, el influjo y como la huella de las mías. León Roch y María Egipcíaca, aunque son distintas criaturas, son hijos espirituales de doña Blanca y del Comendador Mendoza») 17; «salvo que los míos —sigue afirmando Valera, en unas frases muy conocidas— se emplean más en sus negocios que en probar una tesis con los propios actos de su vida, por donde los míos son más reales y humanos». Una afirmación, que se inscribe en el rechazo valeriano de la novela naturalista, y de la novela “tendenciosa”, como veremos, que no puedo compartir (es muy conocida la carta de respuesta de Pelayo y su comentario a este punto, en carta fechada el 8 de septiembre de 187918, así como su posterior comportamiento con Galdós, que ha llevado a la crítica a hablar de un cambio en sus posiciones ante el escritor canario19). A pesar de lo cual, y vuelvo a la carta que estamos analizando, para Valera, el hecho de que los personajes de la novela en examen intenten «probar una tesis con los propios actos de su vida», en lugar de ocuparse de sus negocios, como hacen doña Blanca y el Comendador Mendoza, no es algo totalmente negativo, ya que, aunque a su juicio, engendraba no pocos defectos, era, al mismo tiempo, «el fundamento en parte de la extraordinaria popularidad de Pérez Galdós» —una popularidad que siempre reconoció, admiró, y muy posiblemente envidió, en lo cual no veo nada malo y sí mucha humanidad—, y, lo que es más importante, la fuente de alguna de sus mayores cualidades literarias: «En él [en el empeño de probar una tesis, dice Valera] hay una calidad que da calor y brío e inspiración» —tres sustantivos de gran relevancia en el pensamiento estético del 17 Al respecto, no faltan quienes han advertido similitudes entre otros personajes de ambos autores: «Rubén Benitez ha propuesto un parecido entre la viuda andaluza y la exótica Miss Fly de La batalla de Arapiles (1875), y la Jenara de la segunda serie de los Episodios Nacionales; y Vernon A. Chamberlin ve en Doña Perfecta una réplica de Pepita Jiménez; tesis negada por Gabriela Pozzi», (Romero Tobar: 2014, 44-45). 18 Dice Pelayo: «Estoy conforme con todo lo que usted dice de Pérez Galdós, aunque soy menos indulgente que usted con los novelistas que se proponen demostrar tesis y enturbiar la limpieza del arte con propósitos segundos y de propaganda, y más si son tan aviesos y mal nacidos como los de Galdós, hombre de indisputable talento pero echado a perder por la clerofobia progresista de bas étage. Y aunque esto me desagrada tanto, no es sólo por lo herético y torcido, sino por lo feo y antiestético» Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 59. Para Ayala se trata de unas «Durísimas apreciaciones que hicieron mella en Valera, pues a partir de esta carta muestra un silencio casi absoluto sobre Galdós, aunque no por ello deje de insistir en su elección como académico y en la difusión de sus novelas en el extranjero» (Ayala: 1996, 93), temas de los que me ocuparé más adelante. Para Ontañón: «La respuesta de Menéndez, así como sus presagios de lo que en el futuro quedaría de los dos escritores, lo muestran como un hombre fanático y sin criterio. Claro que tal actitud puede ser un exabrupto de juventud, ya que más tarde, afortunadamente para él, cambió radicalmente su actitud», (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 396). 19 Para las relaciones entre Galdós y Pelayo ver Arencibia Santana: 2009 y 2015; Rubio Cremades: 2012, 253. Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 303 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. escritor cordobés y que reconoce que a él le faltaban— 20 y que Valera denomina, muy elocuentemente, «el espíritu de partido», base de la que él mismo califica como novela tendenciosa, «tendenciosa e intencionada»21 —la posteriormente llamada “novela de tesis”— sobre la que escribe, en “Fines del arte fuera del arte”: A fin de explicar este influjo de las obras literarias (…), se ha inventado una palabra, para mi gusto nada bonita, pero muy gráfica. La novela y el drama que en alto grado son así se llaman tendenciosos. ¿Cómo negar, por ejemplo, que son tendenciosas las novelas de Pereda, que lo son también las de Pérez Galdós, que es tendencioso el Juan José, de Dicenta, y que Los domadores, de Sellés, son tendenciosos? (Valera: 1961, 911)22. Una tipología narrativa a la que se referirán con el mismo apelativo otros escritores coevos, como Clarín (ver Beser: 1972, 87-99), o como el propio Galdós23, y de cuyos principios Valera se siente muy alejado —volveré sobre este tema—, sin distinción entre partidos o credos, entre liberales o conservadores, como se ha podido apreciar, y que, a su juicio, en el caso concreto de Galdós, determinan el tono y la actitud de su voz narrativa de entonces, muy distintos a los suyos: «Mi benignidad hace que yo reprenda poco; yo tengo la manga ancha», nos dice, y es en buena medida cierto: tendía al antidogmatismo24, y como él mismo declara, sus libros no eran «afirmativos», sino que estaban «cuajados de peros, no obstantes, si bienes, aunques y acasos» (Valera: 1961, 714), y demuestra bastante manga ancha con sus 20 Valera se definió a sí mismo como escéptico y poco apasionado, y nunca ocultó sus muchas contradicciones, ni la distante ironía con la que miraba el mundo (ver Valera: 1961, 675, 709 y 1150). Mientras que por lo que se refiere a la apreciación de Valera «que a mí me falta», comenta Lombardero: «He aquí un detalle de perspicaz crítica que merece la pena destacar por lo que tiene de sincero y de honradez profesional» (Lombardero: 2004, 247). 21 Expresión que emplea Valera en su comentario sobre Pequeñeces, del padre Coloma, una obra que causó una gran polémica en la época, al subrayar «lo tendencioso e intencionado, como se dice ahora, de tal novela», (Valera: 1961, 850). 22 Aunque una cosa es la intención, advierte Valera, y otra el resultado: «La intención puede ser distinta y hasta opuesta a la tendencia. Dramas y novelas hay (y no malos, sino buenos y escritos por autores de grandísimo talento) que pueden producir y que producen en el público un efecto enteramente contrario al que el autor se propone» (Valera: 1961, 911). 23 En su elogio de Leandro Fernández de Moratín escribe Galdós: «No es realmente El Café una comedia verdadera, y sin la lección de estética que contiene, quedaría reducida a una trama insulsa y sin interés, su mérito está precisamente en lo que tiene de didáctico y docente, contrariando la índole del teatro; es lo que llamamos hoy una obra tendenciosa; más aún, una obra de batalla y de secta, y sólo un genio tan vigoroso como el de Moratín podía haberse atrevido a poner cátedra en la escena, y a probar que en su tiempo, por lo menos, no se debía escribir sino como él escribía… Milagro es este que sólo sabe hacer la naturalidad estética, virtud que en España no ha poseído nadie como la poseyó Moratín», (apud Del Olmo: 2006, 12). 24 Como comentan Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez, siempre hubo en Valera «un poco del sonriente escepticismo enciclopedista del siglo XVIII, que templaba sus inclinaciones intelectuales y le mantenía en un equilibrio inquieto y frío que le impedía todo apasionamiento y entusiasmo; duda ante la misma duda y se detiene ante las afirmaciones dogmáticas lo mismo que ante los análisis de la razón pura. Además, en el ambiente en que su espíritu se había formado, los sedimentos de la cultura asimilada y una serie de circunstancias derivadas del complejo de su vida, le apartan de toda decisión unilateral en los problemas fundamentales» (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 10). María José Flores Requejo 304 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. personajes, y, en buena medida, también en su crítica, como han señalado los estudiosos, si bien, no hay que olvidar que a menudo se trata de una astuta benevolencia (ver Bermejo Marcos: 1968), de la conocida «cuquería» o, al menos, ambigüedad de Valera 25, mientras que «Pérez Galdós es un Catón censorino. En nombre de su moral, absoluta y filosófica, echa terribles sermones a sus personajes» —no olvidemos que Valera está hablando del Galdós precedente a 1879, inmerso en el espíritu de la novela de tesis, que abandonará poco después, para abrirse a más fértiles caminos, con la publicación de La desheredada (1881)—. Con todo, reconoce Valera que Galdós es «un novelista de mérito», con «prendas de verdadero valor», pese a ciertos defectos que no deja de señalar, algunos de los cuales podríamos considerar nimios, pero que para Valera no lo eran (habla de “grandes defectos”), porque «hay menundencias (…) que destruyen la ilusión artística», nos dirá, como la españolización de un apellido alemán ilustre, Fúcar26, o cuestiones lingüísticas muy relacionadas con sus “manías”, como la referida al uso del dativo (ver Revuelta y Revuelta: 1946, 36-38), o el empleo de “afrontar” en lugar de “arrostrar” —Galdós tuvo mucha más intuición que don Juan sobre el término que acabaría triunfando—, o la presencia de algún que otro galicismo no especificado27; y a los citados, se suman otros defectos de mayor entidad para Valera, los provocados por la que consideraba una “desarmonía” —Valera tiende siempre a lo armónico— que chocaba con sus más acendrados principios estéticos y estilísticos: En el estilo hay, no obstante, sobre todo en los diálogos, una desarmonía que nace del prurito de parecer natural. A lo mejor, hasta en los momentos de más pasión y de más elevado estilo en los discursos de sus personajes, ingiere palabras bajas y feas, de puro familiares; lo cual podrá ocurrir, pero no es arte todo lo que ocurre28. 25 En palabras de Marina Mayoral, Valera tenía «el inapreciable don de hablar sin comprometer su opinión; entre veladuras, disquisiciones sobre estética y sutilezas de estilo se llega al final sin que el lector pueda saber si el escritor en cuestión le parece a Valera bueno o malo», por lo que, para saber «lo que verdaderamente piensa don Juan de los escritores contemporáneos es necesario recurrir a su correspondencia privada» (Mayoral: 1970, 98); una correspondencia en la que, como veremos, no hay ataques a Galdós. 26 Escribe Valera: «Convertir un apellido alemán ilustre, llevado por una familia que vive aún y que tiene casa en Augsburgo, en apellido de un español castizo y dársele [nótese el leísmo de Valera] a la heroína del cuento, porque es hija de un banquero español, no me hace gracia. ¿Por qué Pepa no habría de llamarse Pepa Fernández o Pepa Gómez y no Pepa Fúcar?»; lo dicho, una nimiedad. 27 «El lenguaje, [nos dirá Valera] es fácil, y a veces rico, si bien con algunos galicismos, y aun con faltas de gramática de las que más me cargan, como, por ejemplo, usar el dativo del plural, del pronombre relativo masculino, en lugar del acusativo, diciendo comerles, amarles, dominarles, en lugar de comerlos, amarlos, dominarlos. También me carga tanto afrontar en lugar de arrostrar, que es como yo digo». 28 Valera cierra sus comentarios sobre Galdós en la carta en examen con las siguientes palabras: «Dejemos ya a Pérez Galdós, que me voy poniendo pesado», y quizá haya que darle la razón. Ortiz-Armengol, que reproduce la carta y la respuesta de Pelayo, comenta al respecto: «El aristócrata Valera —nobleza andaluza arruinada, diplomático en navegaciones de altura, diputado, académico, novelista y crítico reconocido, con una hermana casada en París, en la corte de Eugenia de Montijo— era un escéptico que tenía una dura opinión Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 305 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Efectivamente, para Valera, continuo defensor del arte por el arte, del arte puro (ver Valera 1961: 197, 910-916), y para quien debía existir una distinción clara entre la «verosimilitud vulgar y científica», y la «verosimilitud artística o estética», es decir, entre «lo que debe parecer verdadero en el mundo encantado de la fantasía, con lo que puede parecerlo o no parecerlo en nuestro mundo real, según las diversas preocupaciones, la religión y la ciencia del que juzga y decide» (Valera: 1961, 187)29, era totalmente inadmisible que se pudiera considerar “literatura” la mera “reproducción” de lo que real —una de las razones que lo llevaron a ser un declarado enemigo del naturalismo: ver Valera: 1961, 616-704—, incluido —permítaseme la licencia— lo real lingüístico: el ideal estilístico del escritor cordobés tendía a lo podríamos denominar la naturalidad “artística” del lenguaje: nótese que ha elogiado, como se ha visto en nota, la “facilidad” del lenguaje de Galdós, mientras que condena luego el prurito no de ser natural, sino de querer parecerlo, lo cual representaba una vituperable afectación30 para un autor que se negó además siempre, de forma rotunda, a reproducir cualquier deformación dialectal, por no hablar de los vulgarismos, en sus novelas, y hasta en los parlamentos de sus personajes más iletrados (ver Montesinos: 1957, 218; Ariza: 1987, 13-24; Ariza: 1988, 1065-1076), lo cual le acarreó no pocas críticas, por el tono alambicado y artificioso, según sus censores, con el que se expresan sus personajes femeninos (ver Flores Requejo: 2016, 129-131), al tiempo que propugnaba, y es una segunda vertiente de su ideal de arte puro, muy relacionada con la primera, una creación artística en la que la realidad debía de sus connacionales respecto de los niveles de civilización y cultura, y pésima acerca de la sociedad madrileña —donde opinaba que imperaban la usura, el robo, la estafa, la corrupción, el contrabando, el enriquecimiento con la trata de negros y donde ‘todo el capital tiene por origen un montón de basuras’— y debió de interesarle ese recién llegado a la crítica que era Galdós, una veintena de años más joven que él» (Ortiz-Armengol: 1996, 333). 29 Y en el mundo encantado de la fantasía había mucho espacio, a su juicio, para “lo extraordinario”: «La novela es un género tan comprensivo y libre, que todo cabe en ella, con tal que sea historia fingida. Sin embargo, como toda buena novela tiene algo de poesía, siempre intervienen y siempre procuran los novelistas que intervengan en sus obras lo extraordinario, lo ideal, lo raro y lo peregrino. Por eso se llama “novelesco” lo que no sucede comúnmente» (Valera: 1961, 190; ver Oleza: 1995; Palma Huguet: 1997, 127-135; Aguinaga Alfonso: 1997; Flores Requejo: 2016, 65-66 nota 141). 30 En su diatriba contra el naturalismo escribe al respecto Valera: «Se me dirá que divago, que mi impugnación contra lo afectado no está aquí en su lugar, que precisamente es la naturalidad o la llaneza lo que recomiendan los naturalistas y mi compatriota doña Emilia; pero yo respondo que lo entienden mal, y que a veces confunden la carencia de decoro y de dignidad en el estilo con la naturalidad y la llaneza. (…) Por otra parte, el ejemplo de ciertas palabras muy bajas, sobre todo de las impuras y soeces, no veo yo que sea tan conducente a la manifestación de los caracteres. (…) Los que usan palabras sucias para parecer enérgicos y naturales, caen en la afectación y en el amaneramiento del peor género. El uso de las palabras está sujeto a reglas que la sociedad impone, y es necio quebrantarlas, por más arbitrarias que sean. (…) Añadiré sólo que, si los naturalistas españoles imitasen a los franceses, el resultado vendría a ser fenomenalmente deforme y contra naturaleza: sería la imitación de una afectación, ya imitada y rebuscada, y falsa de suyo, y aún más falseada y viciada por las traducciones de pacotilla en que, tal vez, el naturalista español leería y estudiaría al naturalista francés, su modelo» (Valera: 1961, 636-639). María José Flores Requejo 306 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. aparecer embellecida y de la que debía excluirse toda referencia desagradable, penosa o pesimista (ver Valera: 1961, 619), lo que explica la sorna —muy propia de su carácter, por otra parte— con la que años después enjuiciará, en una de sus Cartas Americanas, Misericordia, pese a reconocer sus méritos de «buena novela»: Varias novelas muy celebradas han aparecido en estos últimos días: don Benito Pérez Galdós ha publicado una titulada Misericordia, donde pinta de mano maestra la vida y costumbres de los mendigos de Madrid y les hace hablar imitando con escrupulosa fidelidad y raro talento de observación sus sentimientos, ideas y lenguaje. Todo esto me interesa y me admira, por más que yo prefiero pinturas menos realistas y melancólicas. Y en vez de encontrarme con los pordioseros, mugrientos y desharrapados, no sólo en calles y plazas, sino en una buena novela, preferiría, ya que los hay, que estuviesen en un buen hospicio prestando alguna utilidad a la república y viviendo ellos con menos afanes, fatigas y miserias. (Valera: 1961, 518-519). 2. Del bombo a la Academia Pero a pesar de sus censuras, Valera presenta siempre a Galdós como uno de los mayores novelistas de la época, y lo hace tanto en sus textos críticos (ver Valera: 1961, 780), como en su epistolario (ver Valera: 2005, 250 y 589; Valera: 2009, 208), y, en su continuo afán de difusión de la literatura española en el extranjero, se declara dispuesto incluso a regalar y enviar los libros de Galdós a Portugal, como afirma en carta a Latino Coelho, fechada en Madrid el 9 de julio de 1880: «Le enviaría asimismo algo de dos o tres novelistas de nota que hay ahora en España, como Alarcón y Pérez Galdós, y los trabajos del joven Marcelino Menéndez Pelayo, extraordinario erudito y hombre de aquellos que más claramente comprenden la antigüedad clásica y que con mayor delicadeza y hondura han acertado a sentirla»; a lo que añade: «En suma, yo entiendo que nuestra buena correspondencia y comercio mentales debieran ser más frecuentes, y tal vez sobre el gusto que me darían, pudieran darnos algún provecho, divulgando entre portugueses los frutos de la cultura espiritual de España y en España los de Portugal, harto ignorados» (Valera: 2004, 204). Provecho cultural —muy ligado, en este caso, a su conocido iberismo—, pero también pecuniario, porque el escritor cordobés, para quien el dinero, en palabras de Botrel, era un valor social al que daba la mayor importancia, y una necesidad cotidiana que nunca pudo satisfacer como hubiera querido, por lo que se encontró muy pronto forzado —desde 1850— a considerar la literatura, como una fuente de ingresos indispensable, aunque secundaria (Botrel: 1990, 108; ver también Amorós: 2005, 45-47; Monguió: 1951); tan indispensable como frustrante para él: Valera, que se lamentará a menudo de las estrecheces en las que vivía y de los pocos frutos económicos que recibía de la literatura (ver, por ejemplo, Valera: 1958, 461; Valera: 1961, 495), y que con frecuencia se quejará también, y más en general, de la Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 307 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. penosa situación del mercador editorial español y de la difícil condición del escritor en una época que no garantizaba los derechos de autor 31, comprendió muy pronto la necesidad de promocionar, de darle bombo, no solo su obra, sino a la de todos los novelistas importantes de su grupo: una promoción global que redundaría en beneficio de todos ellos, como manifiesta en numerosas ocasiones, especialmente en las cartas en las que comenta sus gestiones con los Appleton, de Nueva York, que publicarán la traducción en inglés de Pepita Jiménez, así como una edición en castellano de la misma novela (ver Navarro Pascual: 1988), y en las que más de una vez insiste sobre este punto: «A pesar de mi corta ventura para todo, empiezo a tener fundada esperanza de que voy a hacer negocio, no sólo para mí, sino para las Letras españolas en general», «Si el ensayo o prueba sale bien, los Appleton seguirán publicando tomos y pagando a los autores españoles» (Valera: 2005, 473), «Y no quepa a usted duda, si venden bien Pepita Jiménez, imprimirán novelas de Alarcón, Galdós, Pereda, etc.», afirma, y comenta luego con gran optimismo: «Yo creo que dentro de poco, usted lo verá; yo no, porque estoy muy viejo; América, no solo la española, sino los Estados Unidos, será gran mercado para nuestros libros, como lo serán también los demás países de Europa». A lo que añade más adelante: «Repito, con todo, que las traducciones convienen, aunque no produzcan, a fin de darnos a conocer y de mover a la gente a estudiar nuestra lengua. Además, y aun siendo tan miserable mi ganancia por la Pepita Jiménez inglesa yankhee, todavía he ganado algo con ella, y nada he ganado en otros países» (Valera: 2005, 689-690)32. Porque, como reconoce sin ambages, a su juicio solo hubo un escritor en la época verdaderamente popular, cuyos libros se “vendían y leían”, a pesar de las dificultades del mercado editorial, como especifica más de una vez, y que pudo vivir de su literatura, don Benito Pérez Galdós33, a quien hará además 31 Valera se quejará menudo, en sus cartas, de la falta de leyes, tratados o convenciones internacionales que garantizasen la propiedad literaria o derechos de autor (ver, por ejemplo, Valera: 2005, 453, 457, 463, 479, 531, 543); además, en una misiva a Pelayo, fechada el 20 de mayo de 1887, afirma: «Creo que en las Cortes se debía hacer una ley sobre esto; ningún libro en castellano, impreso en país extranjero, debe entrar en España, si el autor mismo no pide permiso para que entre, o si no pide este permiso el propietario del libro, si el autor vendió la propiedad, o ha muerto» (Valera: 2005, 689). 32 Y lo reiterará en otros momentos y lugares, como en esta carta, fechada en Bruselas el 23 de junio de 1886 —nótese que no olvida nunca mencionar a Galdós: «Para que nuestros libros se difundan bien por América toda, no hay, a mi ver, mejor centro de operaciones que Nueva York. Los editores de ahí debieran entenderse con un librero español (…). Hablo de esto por egoísmo mío y por amor propio singular y colectivo de toda España y por interés, pues quiero que se vendan nuestros libros y nos valgan más de lo que nos valen. Alarcón, usted, Pérez Galdós, José Navarrete y aun Pereda serán muy leídos en América y muy comprados si van por allá sus libros» (Valera: 2005, 512). 33 Escribe al respecto Valera: «Entre nosotros casi nadie lee o compra libros. Por consiguiente, casi nadie escribe para ganarse la vida. Apenas hay en España un autor de profesión. (…) Todos los que en España escribimos somos meros aficionados, y no podemos ser otra cosa. Tal vez el más popular autor de novelas, Pérez Galdós, cuente con un público de veinte mil lectores en todo el mundo español, desde Irún a Málaga y desde la Patagonia a Tejas, sin olvidar las Islas Canarias, Baleares, Antillas, Filipinas, Marianas, Carolinas, María José Flores Requejo 308 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. una curiosa consulta epistolar, relacionada con la cesión de los derechos de autor de algunas novelas, como ya apunté 34. Popularidad que fue una de las razones que lo empujaron a promocionar su elección a la Real Academia de la Lengua Española ya en 1883 (Galdós será elegido académico en 1889, como sabemos), por el “interés” que le inspiraba esta institución, o lo que es lo mismo, en beneficio no solo de Galdós, sino también de la Academia, según afirma en una carta a Pelayo muy conocida, pero que creo que no está aquí de más recordar, así como otras, relacionadas con el mismo tema, porque muestran claramente la buena disposición de Valera hacia Galdós, y la lealtad y hasta valentía con la que actuó en todo este asunto de la Academia —totalmente omitido, dicho sea de paso, en el artículo de Ontañón de Lope Blanch—. En la carta en cuestión, fechada en Lisboa el 1 de junio, escribe Valera: «Si se muere don Gabino, trabaje Vd. porque elijan en la Academia a Pérez Galdós. Lo digo por el interés que me inspira la Academia» (Valera: 2004, 518)35; e instiste en su petición una semana más tarde (el 7 de junio), declarándose incluso dispuesto, en un gesto muy generoso, a viajar de Lisboa a Madrid, si fuera necesario, con tal de dar su voto a Galdós (Valera: 2004, 519); así como el 18 Fernando Poo, Annobón y Corisco y los presidios de África. Pero ¿quién más puede jactarse en España de popularidad semejante?» (Valera: 1961, 613; ver también Valera: 1961, 1039; Valera: 2007, 569). 34 La carta, fechada en Madrid en 1904, reza: «Mi querido amigo y compañero: escribo a V. para hacerle una pregunta a la que le suplico me conteste pronto y con toda franqueza. / Hoy ha venido a visitarme un señor llamado Zamacois, con otro señor cuyo nombre no recuerdo. / Ambos tienen el propósito de imprimir y publicar en Madrid libros españoles, traducidos en lengua francesa. Dicen que las ediciones que harán serán de cuatro o cinco mil ejemplares; que esperan ganar con ello bastante dinero y hacer que nuestra literatura sea conocida y apreciada en Francia; pero que, por lo pronto, solo tienen esperanzas y muchísimos gastos, entre los cuales sin duda no cuentan con lo que han de pagar a los autores, pues me aseguran que V., Picón y otros les dan sus novelas de balde. Añaden que han obtenido ya el permiso de traducir y publicar de V. la novela Doña Perfecta, y de Picón Dulce y sabrosa. / Yo soy muy pudoroso, cuando trato asuntos de dinero, confío poco en lo que me pueda y me deba producir la literatura, y soy además tan blando y benigno de carácter, que apenas sé decir que no, y por cualquier persona me dejo engañar y burlar muy fácilmente. En suma, yo he dado permiso al señor Zamacois y a su consocio, para que traduzcan y publiquen mi novela Genio y figura. / Después que salieron de mi casa los mencionados señores, he recapacitado sobre todo, y me he afligido y me he arrepentido de lo hecho, atribuyéndolo a debilidad y ligereza. Ceder así, sin remuneración alguna, el fruto de mi trabajo y de mi ingenio, por pobre que sea, es desacreditar yo mismo este fruto y dar a entender que le tengo por desabrido o poco sazonado, y por de tan corto valor, que es menester regalarle. / Sea como sea, mi tontería está hecha; no tiene remedio. Yo no quiero ni puedo volverme atrás, como sea cierto que V., perdóneme que se lo diga, ha incurrido antes que yo en la misma tontería. Si el señor Zamacois y su consocio me han engañado y si V. no les da de balde sus novelas, yo tendré derecho a volverme atrás, y a decirles que no les doy mi permiso sino con las mismas condiciones y ventajas con que V. ha dado el suyo. / Espero pues de la bondadosa amistad de V. que me informe de lo que ha hecho y hasta de lo que piensa en el mencionado asunto. Por escribir a V. yo debí haber empezado, pero todavía no es tarde, si la dicha es buena. / En el alma agradeceré a V. que me dé franca contestación a esta carta para que se logre mi deseo de hacer en adelante lo mismo que V. haga. / Créame V. siempre su afmo. amigo y compañero q. l. b. l. m. Juan Valera» (Valera: 2009, 449-450). 35 Desde Lisboa había enviado Valera también otra carta a Pelayo, el 5 de marzo de 1883, en la que se lee: «Clarín, a pesar de sus manías, es de lo que más vale. Poco a poco, importa traerle del lado nuestro y quitarle Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 309 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. de octubre del mismo año, en una misiva enviada desde Cabra a Pelayo, en la que subraya que la opinión pública estaba exigiendo que se hiciera académico a Galdós («Entiendo que, antes de pensar en Camus, debemos hacer académico a Galdós, que es a quien más pide la opinión pública», Valera: 2004, 584 36); y volverá sobre el tema el 3 de agosto de 1887 (Valera: 2005, 710-711). Y pareció que por fin la situación era propicia en 1888, cuando la muerte del duque de Villahermosa dejó vacante uno de los sillones de la institución. La propuesta a favor de Galdós (que reproduce Navarro Navarro, por quien cito), dirigida al Presidente de la Real Academia el 6 de diciembre de 1888, fue avalada por las firmas de Valera, Núñez de Arce y Pelayo, y en ella, entre otras cosas, se lee: «Los que suscriben tienen la honra de proponer a la Real Academia Española, (…) al señor don Benito Pérez Galdós, novelista de universal y merecida celebridad, así en nuestro país como en las demás naciones cultas de Europa, a cuyas respectivas lenguas han sido traducidas sus principales obras» (Navarro Navarro: 1965, 139-140). Como es bien sabido, el elegido será Commeralán, tras no pocas visicitudes de carácter político —decisiva fue la intervención de Cánovas contra Galdós—, como ha recogido la crítica (ver Navarro Navarro: 1965, 139-152; Ortiz-Armengol: 1996, 440-442), y como narra, con todo lujo de detalles, Galdós a Clarín, en una carta en la que no olvida indicar, por lo que aquí más interesa, que lo sostuvieron «sólo los cinco que son sin disputa la flor de la coorporación, a saber, Marcelino, Valera, Nuñez de Arce, Campoamor y Castelar: los demás con quienes Marcelino contaba, se fueron arrastrados por Cánovas al lado contrario», a lo que añade: «Los cinco [ilegible] que no vacilo en llamar nuestros están muy disgustados» (de la Nuez & Schraibman: 1967, 163-165). Valera referirá estas circunstancias al Dr. Thebussem, el 21 de enero de 1889, en una carta muy elocuente, y que dice mucho del respeto de Valera por Galdós: Ya habrá visto Vd. por los periódicos la gran batalla que hemos reñido en la Academia. Cánovas se empeñó en arrostrar la impopularidad y desafiar la opinión pública y ha triunfado Commelerán, contra Pérez Galdós, de cuyo valer literario no discuto, pero que es uno de los poquísimos autores españoles vivos que se leen y aplauden mucho aquí, y aun en Francia, Alemania, Inglaterra y en el país de los un poquito de su mucho entusiasmo por Echegaray y Pérez Galdós, sin que le pierda todo, pues ni nosotros mismos queremos ir contra la corriente y negar que Echegaray y Pérez Galdós valgan» (Valera: 2004, 489). 36 También Pelayo, en carta a Valera, fechada en Madrid el 3 de diciembre de 1885, destaca la popularidad literaria y los méritos de Galdós: «Nuestros amigos de la Academia se han empeñado en elegir para la plaza vacante a un señor D. Eduardo Benot, autor o refundidor de los métodos Ollendorff. Me parece detestable nombramiento. ¿Por qué no elegir a Galdós, que trae consigo una verdadera popularidad literaria, y méritos positivos de narrador?» (De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 240). María José Flores Requejo 310 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. yankees, en cuyos respectivos idiomas sus novelas están traducidas 37. En cambio, nadie conoce a Commelerán (Valera: 2006, 132). Galdós será elegido, por fin, tras dejar pasar un turno38, la segunda vez que se le propone (la propuesta, con el texto de la solicitud idéntico al de la primera, se hizo el 26 de abril de 1889: ver Navarro Navarro: 1965, 148), si bien tardará casi siete años en leer su discurso —lo hará concretamente el 7 de febrero de 1897—. Un discurso que será comentado en la prensa por Valera, en unas páginas que dan de nuevo pie a una dura crítica por parte de Ontañón: «Aprovecha la ocasión también para criticar (pero, eso sí, con mucha cautela) el discurso de Galdós por lo mal leído, mezclando frases positivas entre los alfilerazos implacables que le lanza. Cautela que trata de conservar, para que su antipatía por Galdós no se haga muy notoria» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398-399). A mi juicio, y aunque existe claramente espacio para la subjetividad y la interpretación personal, las páginas en las que Valera comenta los discursos de Galdós y Pelayo, leídas desapasionadamente y de forma completa, pueden llevar a conclusiones muy distintas a las de Ontañón, máxime si tenemos en cuenta que se inscriben en una tipología ‘periodística’ que en la época hacía las veces de lo que hoy son los reportajes: eran crónicas en las que se describían los actos en todos sus aspectos, incluidos los oratorios, la mayor o menor afluencia de público o los aplausos cosechados. Dice entre otras cosas Valera: Ahora tengo que dilatarme más de lo que pensaba, para dar noticia de una gran novedad y solemnidad literaria, ocurrida el 7 del corriente mes. Me refiero a la recepción del aplaudido novelista don Benito Pérez Galdós en la Real Academia Española. Estas fiestas son ahora más brillantes que en lo antiguo, (…). El señor Pérez Galdós, que es tímido en los actos públicos, leyó su discurso con voz muy apagada; pero fue muy aplaudido por la alta fama de que goza y por las simpatías que inspira. Lástima fue, con todo, que su discurso se oyera mal, pues, aunque breve, está lleno de atinadas observaciones, de pensamientos ingeniosos y de frases felices. Trata del público, no como entidad que recibe, acepta y aplaude la obra del novelista, sino como fuente de inspiración y como colaborador de esta misma obra, (…). La contestación del señor Menéndez y Pelayo, leída por el autor con mucha expresión y habilidad y con voz clara y sonora, mereció y obtuvo nutridísimos aplausos, que venían a intercalarse con frecuencia entre los elocuentes párrafos del discurso. Un hecho (es muy conocida la reticencia de Galdós a hablar en público, lo que tal vez contribuyera al enorme retraso con que leyó su discurso de entrada, y muy conocidas sus escasas dotes de orador, que en ocasión tan solemne, y quizá debido a la emoción, se hicieron aún más patentes), subrayado también en “La Ilustración española y americana”, el 15 de 37 En otros momentos da cuenta Valera de algunas exitosas traducciones de las obras de Galdós al francés (Valera: 2003, 1123) y al húngaro (Valera: 2007, 37). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 311 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. febrero de 1897 39, así como por «El anónimo cronista de El Imparcial —¿Ortega Munilla?—», como sugiere Ortiz-Armengol40, e incluso por el propio Galdós: «El acto resultó muy lucido, destacándose el admirable discurso de Marcelino sobre el mío, modesto y tímido en su complexión oratoria» (apud Ortiz-Armengol: 1996, 531) —más brillante resultó, en cambio, a juicio del escritor cordobés, el discurso de contestación de Galdós a Pereda, dos semanas más tarde, como no deja de comentar41—. A lo que añade Valera, y francamente no encuentro ni ironía ni alfiretazos por ningún sitio, sino muchos elogios, y no solo a don Marcelino, sino también a Galdós, que el discurso de Pelayo fue: (...) un discreto aunque entusiasta panegírico del señor Pérez Galdós, cuya abundante producción literaria, que consta ya de cinquenta o sesenta volúmenes, examinó el señor Menéndez y calificó y juzgó con profunda crítica, haciendo resaltar no pocos primores y bellezas y no disimulando algunas faltas. En mi sentir, del juicio del señor Menéndez y del fallo dictado por él sale muy lucidamente el señor Pérez Galdós y aparece como novelista de primer orden, digno de ser comparado con Balzac en Francia y con Dickens en Inglaterra, así por el esfuerzo creador con que presta movimiento, vida y carácter a sus personajes, como por la observación fiel y por la exactitud con que nos pinta el ser y el vivir de nuestra clase media, y como por la extraordinaria abundancia de la obra, grandísima ya, aunque el señor Pérez Galdós se halla en lo mejor de su vida y es de presumir que pueda escribir en adelante otro tanto de lo que ya ha escrito. Un comentario que provoca de nuevo las críticas de Ontañón, que escribe al respecto: 38 Ver De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 113-115, 184 nota 139. 39 En la que se lee: «admiramos el talento del fecundo novelista, su estilo y laboriosidad; pero o la emoción le impidió leer en voz alta su discurso, o la falta de voz, porque ni una sola palabra llegó a los oidos de los que estaban más cercanos. Es verdad que el aula académica —así parece que llaman los señores al salón de recepciones— no es favorable para las lecturas, y el Sr. Galdós no leyó, se leyó su discurso»; al mismo tiempo se destaca, como hace Valera, la brillantez oratoria de Menéndez Pelayo: «El discurso del Sr. Menéndez Pelayo fue elocuentísimo: leído en voz alta y firme y algo bronca, produjo gran impresión por el contraste, siendo interrumpido por los aplausos muchas veces». 40 Que así dice: «El anónimo cronista de El Imparcial —¿Ortega Munilla? — elogia los brillantes y hermosos párrafos del discurso de Galdós “a pesar de no haberse dejado oír muchas veces con la claridad debida por no responder del todo las condiciones de su voz a la gallarda y concisión de sus levantadas frases”. Con todo, fue muy aplaudido, como lo fue Menéndez y Pelayo al contestar “luciendo sus envidiables dotes de orador”. Cheste cerró el acto felicitando al recipiendario» (Ortiz-Armengol: 1996, 529). 41 Según refiere Valera en otro momento: «Según anuncié a usted en mi última carta, la solemne recepción del señor don José María de Pereda en la Real Academia Española tuvo lugar el día 21 de febrero. La función no pudo ser más lucida de lo que fue. En ella hubo más concurrencia que en la del señor Pérez Galdós, mostrándose así la gran popularidad de que gozan y la simpatía general que han logrado inspirar uno y otro novelista. El señor Pérez Galdós contestó al señor Pereda. Bien pensados y escritos ambos discursos, fueron leídos con la debida entonación por los autores, logrando ambos frecuentes y nutridos aplausos» (Valera: 2007, 496); para otras cuestiones interesantes ver 498; ver también De Pereda y Sánchez Reyes: 1953, 155-156 y nota 180, y Ortiz-Armengol: 529-532. Y a propósito de la entrada en la RAE de ambos autores comenta Valera en carta a Alcalá Galiano, fechada el 7 de marzo de 1897: «Ya habrás visto por los periódicos que Pereda y Pérez Galdós han entrado en la Academia Española. Veo que Pérez Galdós es grandísimo amigo tuyo. Siempre me habla de ti con la mayor estimación y con extraordinario afecto» (Valera: 2007, 241). Como curiosidad recuerdo que en el epistolario de Valera hay, asimismo, una referencia a un viaje realizado en 1887 por Galdós y Alcalá Galiano por Europa (Valera: 2005, 719). María José Flores Requejo 312 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. A pesar de la gran amistad que unió a Valera y a Menéndez Pelayo, es sabido que hubo algunas épocas de cierto enfriamiento. Aunque esto se debiese a causas varias, es posible que el cambio de criterio literario del último, y su reapreciación de la obra de Galdós influyesen en esto. Menéndez fue el encargado de contestar el discurso de ingreso a la Academia española de Galdós y, absurdamente, Valera se sintió molesto por las grandes alabanzas que hizo de él y por el hecho de que no citase a ningún otro escritor (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398). Y para demostrar su último aserto la estudiosa cita en nota las siguientes palabras de Valera: «Digo estas cosas afín de justificar al señor Menéndez de la acusación que se le dirige de no haber citado nombres y de no haber tenido para ellos alguna alabanza, entre las muchas que al señor Pérez Galdós concede»; a lo que añade: «De tal “acusación“ no se sabe nada: es Valera el único que se refiere a ella» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 398). Se trata de unas frases —las de Valera apenas citadas— que, a mi juicio, y como ya apuntaba, es necesario contextualizar, teniendo en cuenta especialmente los párrafos que preceden y siguen a «Digo estas cosas...», y que así rezan (espero que por su importancia para el tema que estoy desarrollando se me disculpe la prolijidad): Para dar con fundamento todas estas alabanzas al señor Pérez Galdós, el señor Menéndez habló de la novela en general, manifestando con profundidad y tino su importancia y valer, y trazó, además, a grandes, elocuentes y felices rasgos, y con mano firme y segura, la historia de la novela en España. Claro está que el señor Menéndez hubo de ser muy sobrio en esto. Citó las diversas direcciones que la novela ha tomado hasta que el señor Pérez Galdós empezó a cultivarla, pero se abstuvo de citar nombres propios. (…) Por lo demás, nadie puede quejarse de no haber sido citado, ya que el propósito, orden y economía del discurso repugnaban las citas. (…) Llegado ya al último período de la historia de nuestra novela, iniciado por el señor Pérez Galdós, el señor Menéndez sólo tenía necesidad de citar a Pereda, a Alarcón y a mí42, a fin de demostrar que Pérez Galdós, con La Fontana de Oro y con El audaz, nos ha precedido a todos en el movimiento. Por lo demás, no era de la incumbencia del señor Menéndez el hablar de nadie, sino de Pérez Galdós, objeto de su discurso. Digo estas cosas afín de justificar al señor Menéndez de la acusación que se le dirige de no haber citado nombres y de no haber tenido para ellos alguna alabanza, entre las muchas que al señor Pérez Galdós concede.Yo entiendo que no hay motivo para la acusación, ni mucho menos para la queja. Hubiera sido impertinente y hubiera quitado sobriedad y armonía a su discurso si el señor Menéndez hubiera hablado de los que cultivan con éxito la novela desde que el señor Pérez Galdós la cultiva. En todo caso, no sería sólo doña Emilia Pardo Bazán la que pudiera quejarse, sino también los señores don Armando Palacio Valdés, don Jacinto Octavio Picón, don Leopoldo Alas, don José de Navarrete, y no pocos otros que escriben o han escrito novelas en el día de hoy, mereciendo por ellas justísimos aplausos. En suma: el discurso del señor Menéndez fue bellísimo y, atinadísimo, y nada le sobró ni faltó para ser considerado como un razonable y hermoso panegírico del ilustre novelista y nuevo académico, gloria de Canarias (Valera: 1958, 494-496)43. Como habrá podido apreciarse, en estas elogiosas palabras para Galdós, no hay tal crítica a Pelayo («Valera se sintió molesto por las grandes alabanzas que hizo de él y por el hecho de que no citase a ningún otro escritor», según hemos visto), y lo que podría conjeturarse, según 42 Nótese que Valera se refiere a los más 'viejos' de la llamada y discutida 'Generación de 1868': ver Flores Requejo: 2016, 10-11. Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 313 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. lo afirmado por Valera («En todo caso, no sería sólo doña Emilia Pardo Bazán la que pudiera quejarse, sino también...»), sería una queja por parte de doña Emilia, que de ser tal, como digo se trata de una mera hipótesis, debió de limitarse al ámbito de los corrillos literarios, porque nada aparece, o al menos nada he encontrado, en la prensa de esos días firmado por la gran escritora gallega en tal sentido. Por otro lado, y volviendo a la afirmación de Ontañón que ya hemos visto, si bien en la larga y fraternal amistad entre Valera y Pelayo, que duró más de treinta años, hubo momentos de un relativo y hasta comprensible distanciamiento 44, no creo que pueda afirmarse en ningún caso que tuviera su origen en los celos provocados por las alabanzas de Pelayo a Galdós: nada de ello se desprende de la lectura del epistolario entre ambos autores, unidos hasta el final por lazos de cariño y estima. 3. A modo de conclusión En fin, como espero haber demostrado, aunque Galdós era un escritor muy alejado del gusto de Valera45, que, por otra parte, no fue infalible46, no creo que pueda afirmarse, más 43 Para el discurso de Pelayo ver Rubio Cremades: 2012, 253-254. 44 En palabras de Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: «Como todos los humanos afectos y relaciones, tuvo esta amistad sus altos y bajos, sus pequeños quebrantos; pero de todo tropiezo salía más robusta y más fuerte» (Artigas Ferrando y Sáinz Rodríguez: 1946, 7). Por su parte, Bravo Villasante escribe al respecto: «Mientras el viejo decae y se encuentra ocioso y desocupado, el joven, abrumado por el estudio y los cargos, carece de tiempo para la conversación, la visita o la carta. Y Valera desea las cartas de Menéndez, casi las exige, desea sus visitas, pero a medida que pasa el tiempo el discípulo se aísla entre sus libros, absorbido por su tarea inmensa, y no acude a las tertulias y demora la contestación a las cartas» (Bravo Villasante: 1989, 288). A la cuestión del abandono de Pelayo de las tertulias de don Juan se refiere este último en carta dirigida a Juan Luis Estelrich, fechada en Madrid el 20 de febrero de 1904: «Mis tertulias literarias, trasladadas ya de los sábados a los viernes, están ahora bastante animadas. (...) Nuestro amigo Marcelino no viene nunca a mis tertulias. Es poco transigente y no puede aguantar a doña Emilia Pardo Bazán»; pero aunque no iba a sus tertulias, seguía yendo a su casa (aunque menos de lo que le hubiera gustado, a lo que parece ser que contribuyó el descuido en el vestir y el aseo, digámoslo así, del insigne erudito, que no gustaba demasiado a la refinada mujer de Valera): «Veo, no obstante, a Marcelino todos los jueves en la junta de la Academia, y algunas noches, aunque más de tarde en tarde de lo que yo quisiera, viene a esta casa, cuando en ella no hay nadie. Anoche estuvo y hablamos de cuanto hay que hablar hasta cerca de las doce y media» (Valera: 2009, 468-469; ver también 472-473). 45 En palabras de Bermejo Marcos: «Salvo el brevísimo comentario que dedicó a Misericordia en una de sus “Cartas americanas”, nada escribió don Juan para criticar la novela de don Benito. La encontró buena… pero no de su gusto. El género de novela galdosiana aburría tanto a Valera como las de Pereda, o como los “sermones” de Fernán Caballero. En el caso del escritor canario no se atrevió, como con el autor (sic) de La Gaviota, a hacer pública su opinión. Siempre que a Galdós ha de referirse, le concede la primacía entre nuestros novelistas; pero ni una sola vez demostró que conocía a fondo su obra. Tal vez por esta falta, y como para contrarrestarla, pidió a Menéndez Pelayo que fuera elegido académico el gran novelista.» (Bermejo Marcos: 1969, 195); una 'explicación', la última, y con todo respeto, algo retorcida. Sobre esta cuestión afirma Ayala que Valera no solamente elogia a Galdós en sus cartas, «sino que considera imprescindible su presencia en la Real Academia. Llama la atención el sumo interés que Valera pone en el empeño», (Ayala: 1996, 92); sí, efectivamente, llama la atención, y resulta curioso que esta circunstancia sea totalmente ignorada por Ontañón en su artículo; ver también Marrero: 1971, 217-232. María José Flores Requejo 314 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. bien al contrario, que sintiera una verdadera animadversión hacia Galdós, un autor que tampoco parece que fuera nunca objeto de su chanza privada: aunque no siempre son de fiar las memorias de Pío Baroja (crítico implacable de don Benito, dicho sea de paso), creo que puede dársele crédito al siguiente comentario suyo: «La conversación de Valera era maliciosa y entretenida. Le gustaba contar anécdotas de sus amigos los escritores, (...) También hablaba con frecuencia y con sorna de la Pardo Bazán y de sus ideas; en cambio, se refería muy pocas veces a Pérez Galdós y a Palacio Valdés» (Baroja: 1947, 763); Galdós, tampoco fue objeto de críticas en el epistolario valeriano, en el que más de una vez, por el contrario, pide a Pelayo que le dé «mil cariñosas expresiones», como entonces se decía (por ejemplo, Valera: 2007, 509), y más allá, en lo profundo del ánimo de Valera, no nos es dado penetrar. Y por lo que se refiere a la actitud de Galdós ante Valera, don Benito, que asistió al entierro de don Juan, el 20 de abril de 1905, un jueves santo (Jiménez Martos: 1973, 82), y que sintió, y así lo afirma Clarín en 1889, una gran admiración por Pepita Jiménez47, en palabras de Marrero: (...) admiraba y encarecía el trabajo de todos sus colegas, ingenua, sinceramente. (...) Admiraba a Valera, con reverente veneración, por humanista, por crítico, por ingenio peregrino... Las cartas de Valera le dejaban boquiabierto. “Cuando recibía alguna de él —escribe Pérez de Ayala— nos la leía a los amigos, exclamando: ‘¡Qué hombre! ‘¡Qué estilo maravilloso! Tan correcto y tan libre. Tan rico y tan sobrio. Tan gracioso y tan grave. Tan clásico y tan familiar…” Y luego, igual que la aldeana de lo dolora de Campoamor, suspiraba: “¡Quién supiera escribir… como él!” (Marrero: 1971, 45). Es indudable que no necesitaba saber escribir como Valera y es indiscutible también que se trata de dos grandes, extraordinarios escritores; más ocupado en labores eruditas y críticas, y más dado a la discusión intelectual, para él un verdadero placer48, cuando no a la pura y dura polémica, muy de su gusto, como ya se dijo, el autor de Pepita Jiménez; aunque la edad y su sabiduría atemperaron en parte una vehemencia que superaba a veces a esa manga ancha a la 46 Valera cometió errores de valoración, a veces de bulto, como ha señalado insistentemente la crítica: ver, entre otros, Jiménez Martos: 1973, 121; Marina Mayoral: 1970; Bermejo Marcos: 1968, 195; no obstante, no creo que pueda juzgarse su gusto como «bastante deleznable» (Ontañón de Lope Blanch: 1991, 397). 47 Comenta Leopoldo Alas en su conocido ensayo sobre Galdós: «Otro punto digno de tocarse: Galdós en sus relaciones con los demás literatos. No trata a muchos con intimidad, pero admira a algunos muy de veras, por ejemplo, a Valera, cuya Pepita Jiménez tiene por un dechado de estilo» (López Morillas: 1990, 229, nota 17). 48 Valera poseía una viva curiosidad intelectual que no desdeñaba ningún tipo de disciplina o asunto, con una marcada predilección por las «ciencias inexactas», como él las llamaba, en particular modo, por la filosofía; en El bermejino prehistórico declaró, y son, creo, unas palabras muy reveladoras de su índole intelectual: «No es la verdad lo que me seduce, sino el esfuerzo del discurso, de sutileza y de imaginación que se emplea en descubrir la verdad, aunque no se descubra» (Valera: 1968, 1066). Juan Valera ante la figura y la obra de Galdós 315 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. que ya me he referido: tres años antes de su muerte, en un texto fechado en Madrid, y titulado “Novelas recientes”, afirma Valera: De los novelistas ya muy populares y acreditados, de los veteranos, digámoslo así, no he de decir aquí palabra. Ni Galdós, ni Pereda, ni Picón, ni el mismo padre Coloma, que publicó hace poco un nuevo e interesante libro, ni menos aún la señora doña Emilia Pardo Bazán, necesitan que nadie llame la atención del público sobre sus escritos. Tal vez convendría una crítica imparcial sobre ellos, aprobando las bellezas que contienen y haciendo notar las faltas que, como toda obra humana, han de tener, a fin de que los escritores noveles las omitan y no incurran en ellas. Pero tan ardua tarea no es para mí. En el día más que nunca me siento yo sin fuerzas para tanto, y reconozco, además, que carezco de autoridad suficiente. O por abatimiento de ánimo, muy natural en la vejez, o por desengaño razonable y justo, veo yo tales faltas en mi propia labor, que no me atrevo a censurar la de aquellos a quienes la gran mayoría de mis compatriotas otorga aplausos y laureles (Valera: 1961, 1092-1093). María José Flores Requejo 316 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. BIBLIOGRAFÍA AGUINAGA ALFONSO, M., “Valera y Galdós: dos concepciones del modo de novelar”, Actas del Congreso Internacional sobre don Juan Valera (1995), Córdoba, Diputación Provincial, pp. 459-465. ALAS, L. y PALACIO VALDÉS, A., Obras Completas, V, ed. y prólogo de S. Sanz Villanueva, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2004. AMORÓS, A., La obra literaria de don Juan Valera: la ‘música de la vida’, Madrid, Castalia, 2005. ARENCIBIA SANTANA, C. 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