mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
235 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. POLÍTICA Y SOCIEDAD EN LA REVOLUCIÓN DE JULIO A TRAVÉS DE LA MIRADA DE JOSÉ FAJARDO POLITIC AND SOCIETY IN THE REVOLUTION OF JULY THROUGH THE LOOK OF JOSÉ FAJARDO Ermitas Penas Universidad de Santiago de Compostela Grupo de Estudios Galdosianos: GREGAL RESUMEN Este trabajo aborda aspectos sociales y políticos acaecidos en España durante la Revolución de julio de 1854, observados desde la mirada de José Fajardo, autor ficticio del cuarto episodio de la cuarta serie de los Episodios Nacionales. PALABRAS CLAVE: Sociedad, Política, Revolución de 1854, José Fajardo. ABSTRACT This work deals social and political aspects that occurred in Spain during the revolution of July 1854, observed from the point of view of José Fajardo, fictitious author of the fourth episode of the fourth series of the Episodios Nacionales. KEYWORDS: Society, Politic, Revolution of 1854, José Fajardo. Como es bien conocido el título del cuarto episodio de la cuarta serie, situada en el reinado de Isabel II, obedece, en principio, a un hecho histórico: el movimiento revolucionario que irrumpe en Barcelona y en Madrid, secundado en otros lugares, los días 14 y 17 de julio de 1854, respectivamente. Sin embargo, el episodio, que termina en ese mismo mes y año, comienza casi dos años y medio antes. Exactamente, el 3 de febrero de 1852. Así, el escritor canario irá perfilando, a través de ese tiempo de la diégesis, el tejido verídico sobre el que borda la «historia menuda» de personajes reales y ficticios, en esa síntesis o «historia integral», tan galdosiana. De este modo, el lector, tiene la oportunidad de asistir a la articulación del estallido del 54 a través de otros sucesos igualmente históricos, unidos inevitablemente a las circunstancias sociales, que le precedieron, desde los gobiernos de Bravo Murillo —enero de 1851-diciembre de 1852—, los breves de Roncali, Lersundi y Egaña, hasta el de Luis Sartorius, conde de San Luis —septiembre de 1853-julio de 1854—. El lector conoce, así, la España prerrevolucionaria, pero también lo que se denomina primera fase de la Revolución, en torno al pronunciamiento de O’Donnell, Dulce y Echagüe en Vicálvaro —30 de junio de 1854—, al Ermitas Penas 236 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. que siguió el «Manifiesto de Manzanares», del 7 de julio de ese año, lo que marca el inicio de la segunda fase revolucionaria, que en Madrid se extendería al 17, 18 y 19 de ese mes 1. R. Cardona (1968), que examinó la biblioteca del maestro canario, señaló dos fuentes librescas que me parecen fundamentales en relación al episodio que nos ocupa. Son dos textos, reunidos en un mismo tomo, del cual el ilustre galdosista dice estar «profusamente marcado y anotado», lo cual tuve oportunidad de comprobar, y ser la «fuente principal» (Cardona, 1968: 128). El primero es La Revolución de julio en 1854, de Cristino Martos, abogado y político, participante activo en esta, quien llegaría a ser ministro con Prim y don Amadeo. El segundo se titula Las jornadas de julio. Reseña de los heroicos hechos del pueblo de Madrid desde la noche del 17 de julio hasta la entrada en la capital del ilustre duque de la Victoria y está firmado por «un hijo del pueblo». Cabría añadir, además, que hasta que se produce la sublevación popular, que se inicia en el capítulo XXII, Galdós utiliza el libro de Martos. Este atiende a la época prerrevolucionaria del gobierno de Sartorius, a la Vicalvarada y a la gestación de la proclama de Manzanares. Mientras que el libro firmado por aquel seudónimo sigue los sucesos de los desmanes y barricadas de los mencionados tres días de julio. Por tanto, como es habitual en don Benito, la documentación queda asegurada, aunque, debe tenerse en cuenta, además, que ambos autores muestran una marcada ideología liberal progresista. Por otro lado, no puede perderse de vista, por la trascendencia que adquiere en la interpretación y coherencia interna de La Revolución de julio, que los sucesos históricos, sus causas y consecuencias sociales llegan al lector a través de la mirada de José Fajardo, a la sazón marqués de Beramendi. Don Benito, que había renunciado a la narración en primera persona, propia de la serie inicial de los Episodios nacionales, tal y como con razones muy pertinentes exponía en «Hasta luego» (1875), la retoma en algunas novelas de la cuarta serie, habiéndola abandonado en la segunda y tercera. Escribía allí, refiriéndose a los diez volúmenes sobre la Guerra de la Independencia: Ya que hablo de mis culpas, no ocultaré la principal (…) y es que con mi habitual imprecisión adopté la forma autobiográfica, que si bien no carece de encanto, tiene grandísimos inconvenientes para una narración larga y no puede de modo alguno sostenerse en el género novelesco-histórico, donde la acción y sucesos se construyen con multitud de sucesos que no puede alterar la fantasía, y con personajes de existencia real. Únase a esto las escenas y tipos que el novelista tiene que sacar de sus propios talleres. 1 González Herrán estudia esas tres jornadas en un sugerente artículo (1995) tal como las llevaron Pereda a Pedro Sánchez y Galdós a La Revolución de julio. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 237 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. A lo que añade, que los «acontecimientos históricos», desarrollados en diferentes espacios y ambientes, si necesariamente «han de pasar ante los ojos de un solo personaje, narrador obligado e indispensable de tan diversos hechos, en período de tiempo larguísimo y en diferentes ocasiones y lugares (...) se comprenderá que la forma autobiográfica es un obstáculo constante a la libertad del novelista y a la puntualidad del historiador». Por ello, Galdós, de un modo consciente, concluye que «conociendo por experiencia las grandes trabas de esta forma (...) la evitaré en lo sucesivo» (Troncoso: 2006, 22). Sin embargo, el autor canario, como antes se indicó, no puso en práctica en la cuarta serie esa decisión tomada en 1875. De hecho, en La Revolución de julio, como lo hiciera con Gabriel Araceli, da voz a un personaje, el cual focaliza los hechos, los juzga y opina sobre ellos, trasmitiéndolos al lector desde su propia subjetividad. Y no solo eso, Fajardo, al que este ya conoce, pues los episodios uno —Las tormentas del 48— y dos —Narváez— se deben a su pluma como parte de unas memorias que escribe para la posteridad, presenta en su caracterización rasgos muy distintos y aún opuestos a los que conforman al héroe de la primera serie, siempre, a partir de la «redención del pícaro» (Casalduero: 1961, 59), honesto, honrado y coherente consigo mismo. Si prestamos un mínimo de atención a esto, descubriremos que José García Fajardo no es, en absoluto, un personaje ejemplar. Sí posee, sin embargo, cultura, memoria e inteligencia. En su relato autobiográfico de dos años en Italia, narrado en Las tormentas del 48, donde acude para convertirse en sacerdote, se presenta como un auténtico pícaro, tanto que no duda en considerar que en las páginas dedicadas a esa época, cuenta «cómo disloqué por natural torcedura de mi espíritu la vocación irreflexiva de mis primeros años, y cómo desengañé cruelmente a mis buenos padres» (Troncoso: 2007, 34). El cardenal Antonelli, que lo había tomado a su servicio, en vista de sus amores con Barberina con la que pretendía fugarse, lo envía de regreso a casa sin antes asegurarle que se abrirá camino en la política porque en ella caben «los tontos y los que se pasan de listos» (Troncoso: 2007, 51). Trasladado a Madrid, su hermano Agustín, con puesto en el Ministerio de Gobernación, consigue que lo coloquen en La Gaceta, aunque nunca acude al trabajo. Pero debe hacerlo cuando la dirección pasa a un hombre más recto. Discutirá con un compañero de rango más alto y su reacción de violento enfado alerta al lector de que Pepe Fajardo se ha convertido en un joven fatuo —«no me rebajo fácilmente a nadie» (Troncoso: 2007, 76-77), escribe— y en exceso arrogante: «de algún tiempo acá siento en mí estímulos de orgullo y extremado concepto de mi personalidad» (Troncoso, 2007: 76). Sin embargo, esta propende al egoísmo: «he decretado —dice— mi absoluta independencia del organismo general, creando un sistema Ermitas Penas 238 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. planetario para mi exclusivo uso» (Troncoso: 2007, 89). Siempre al margen de preocupaciones generales y buscando el provecho propio, Fajardo se va moldeando como personaje mediante la acumulación de elementos negativos que configuran un individuo eminentemente cínico, aunque pueda despertar simpatía 2. Además, comienza a gastar demasiado y a tener amores con la bella y disipada Eufrasia, esposa de Socobio, y Antoñita, de familia de cordeleros. La protección de su hermana Catalina, monja del convento de La Latina, que mantiene excelentes relaciones con los elementos más carcas de la camarilla del esposo de la reina Isabel, lo convierten en candidato a la mano de Mª Ignacia Emparán, riquísima heredera, aunque nada agraciada, pero único remedio para sus cuantiosas deudas. Su suegro, conservador en extremo e involucrado en el círculo de la corrupción, lo introducirá en la alta sociedad. A partir de su ventajoso matrimonio, como ha señalado Regalado García, la vida de Pepe se desarrollará en una doble contradicción, principio de unas cuantas, en relación con el mundo de la aristocracia adinerada en el que está inmerso y sus simpatías hacia el pueblo tratado injustamente (Regalado García: 1986, 370). Aunque Montesinos considera al protagonista de La Revolución de julio «el isabelino típico y disidente» (Montesinos: 1973, 111) y Ribbans «a dissident from withim the Establishment» (Ribbans: 1993, 370) a la hora de relatar en sus memorias los hechos históricos político-sociales, a nuestro entender como al de E. Rodgers (1999, 278), no resulta meridianamente claro. Y tampoco lo es afirmar que el marqués de Beramendi es un «juez imparcial de los demás y de sí propio» (Regalado García: 1986, 370). Por otro lado, sin duda Pepe tiene un buen conocimiento no solo de las cuestiones sociopolíticas de aquellos a través de sus múltiples contactos, sino de las lacras hispanas ante las que, incluso, muestra una actitud crítica. Pero, y es otra contradicción, Beramendi, abúlico por naturaleza, nunca actúa. Es decir, sus sentimientos solidarios «se circunscriben a la imaginación y al pensamiento» (Regalado García: 1986, 370). De modo que «ve clarísimamente lo que debe y lo que no debe hacerse. Pero jamás lo hace» (Montesinos: 1973, 118)3. Lo cual le trae graves consecuencias porque fracasa doblemente por no darse cuenta de esto y por no tener coraje para desviarse de su cómodo estatus social (Rodgers: 1999, 189). Es conveniente, por tanto, analizar algunos comentarios y reflexiones de Fajardo, fruto de lo anterior y de su propia personalidad, en relación con La Revolución de julio, un episodio «de los mejores y uno de los más densos» (Montesinos: 1973, 104) de la cuarta serie. 2 De hecho, Montesinos lo conceptúa como «una figura de las más amables de los Episodios» (1973, 109). 3 Montesinos (1973) observa, además, otras contradicciones en el personaje. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 239 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. El relato de Beramendi comienza el 3 de febrero de 1852 continuando directamente el final del episodio anterior, Los duendes de la camarilla. Y el hecho histórico que centra ese desenlace y arranque, respectivamente, es el magnicidio frustrado del cura Merino en la persona de Isabel II, quien fue ejecutado el día 7 de aquel febrero. Las memorias, mediante síncopas de amplia duración, avanzan hasta el 20 de abril de ese mismo año de 1852 y, más drásticamente, al 13 de enero de 1853. Fajardo da noticia de la caída de Bravo Murillo en diciembre del año anterior y su sustitución por Roncali. Pero una nueva elipsis lleva el tiempo del escrito de Beramendi al mes de noviembre, aunque, ahora no menciona la subida al poder de Sartorius, dos meses antes. Sin embargo, aparecen en sus memorias una muestra del despilfarro de las clases pudientes cuando el matrimonio acompaña a su amiga, recién casada, Valeria Socobio. Muebles elegantes y lujosos son adquiridos por ella. Y en el establecimiento de la Exposición Extranjera, Beramendi ve una multitud que compra diversos objetos de «distinción» (Troncoso: 2007, 449)4. La «locura crematística» (Montesinos: 1968, 61), pues, se iba apoderando del ánimo de ricos, medianos con un modesto pasar y empleados. Fajardo relaciona esto con la «epidemia reinante (...) posesión de riquezas, fiebre de lujo y comodidades» (Troncoso: 2007, 449). A lo que no es ajeno la creación de sociedades aseguradoras, como las francesas e inglesas, que enriquecen a Rementería, futuro suegro de Virginia Socobio, con su negocio de seguros de vida. El memorialista trae a colación, además, algo en lo que Cristino Martos insiste en su libro: las prácticas corruptas del conde de San Luis y su ministerio polaco, que ya existían en tiempos de Bravo Murillo. Aparte de la especulación escandalosa, el Gobierno, a través del ministro Collantes, premiaba a los que le apoyaban con negocios y contratas, entre las que destacaban las concesiones de minas, carreteras, canales, puertos y ferrocarril, que tenía como ilustres beneficiarios a la exregente Mª Cristiana y su esposo Francisco Muñoz, duque de Riansares. Todo este desarrollo, a pesar de sus vicios capitales, es considerado por Beramendi como algo muy beneficioso y síntoma de progreso. Este confiesa, además, sus simpatías hacia el presidente del Gobierno por su urbanidad y por el favor que le había hecho de presentarlo como diputado cunero por Narváez. De modo que ese sentimiento no disminuye a pesar de que lo critiquen los partidarios de Roncali y Lersundi y «toda la caterva progresista y democrática» (Troncoso: 2007, 450). Es más, José Fajardo dice no entender el «remoquete de polacos y polaquería con que se designa toda corruptela, los verdaderos o imaginarios 4 Cito, y en adelante por la edición de D. Troncoso (2007). Ermitas Penas 240 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. chanchullos de que nos habla la vocinglera opinión» (Troncoso: 2007, 450). Y, también, defiende a Collantes, al que califica de «amigo», al opinar que «a los hombres que con vigorosa voluntad han sabido encumbrarse, los tengo siempre por mejores (...) que los entecos que sólo saben tirar de los pies al prójimo que sube» (Troncoso: 2007, 450). Evidentemente, Pepe, persona inteligente y con espléndidas relaciones con el poder, percibe, por el descontento reinante, «olores de revolución», pero inmediatamente descalifica esta al considerarla «especial alegría del pueblo español cuando hierve dentro de él el caldo de las conspiraciones, algo como preparativos del bodorrio plebeyo» (Troncoso: 2007, 450). Por tanto, a tenor de lo comentado, la opinión de Beramendi, cómodamente instalado en su mundo privilegiado, no parece objetiva. Cuando su mujer le recomienda que ponga atención a la política para alimentar sus memorias, pues está muy interesante, «preñada —según alguna prensa— de formidables acontecimientos» (Troncoso: 2007, 451), Pepe desea que estos se produzcan tanto en lo general como en lo particular, en coherente comunión, tal como Galdós concibe la novela histórica. Quiere que aquellos le traigan «aspectos y emociones dramáticas, con algún perfil cómico que dé humana realidad a mi historia» y «algún privado suceso de los que se miden y confunden con los públicos, formando una conglomeración sintética» (Troncoso: 2007, 451). Esa doble vertiente se plasmará a lo largo del episodio en los sucesos políticos de enero a julio de 1854 y en los amores adúlteros, pues ella es casada, entre Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez, Mita y Ley, como ellos se llaman, recíprocamente. Pero las razones que aduce para justificar su interés por esa doble revolución tienen un claro tinte frívolo, adobado de cinismo: es —escribe— «para mi solaz y entretenimiento (con tal que no venga por mi casa)» (Troncoso: 2007, 451). Desde el capítulo VII aparece la compleja situación que vivía la prensa periódica, reprimida en sus posibilidades de jugar un importante papel en la sociedad de entonces. Era aquella dificultosa desde diciembre y, más a partir del nombramiento de Sartorius, en el mes de enero de 1854, de lo que da cuenta con pormenor Cristino Martos (1854, 25 y ss.). Fajardo lleva a sus memorias los problemas surgidos en el Senado por los debates y votación del proyecto de los ferrocarriles en diciembre. Perdida esta, el conde de San Luis se vengó de los que no le habían seguido. Ante lo cual reaccionó la prensa «desmandada», dice Pepe. Pero el Gobierno la amordazó. Protestaron los periodistas y, aunque se les acalló, diferentes personalidades de distintos colores políticos firmaron un escrito en su apoyo: Quintana, el duque de Rivas, González Bravo, Olózaga y, los más jóvenes, entre los que destacaba Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 241 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Cánovas del Castillo. La prensa guardó silencio cuando el 5 de enero de 1854, la reina dio a luz a una niña, lo que había sentado muy mal en Palacio. También se refiere Fajardo a la persecución de la prensa, opuesta al Gobierno, en la persona de sus profesionales. Son desterrados a Canarias: Rancés y López Robers, de El Diario Español; Galilea, de El Tribuno, y Bustamante de Las Novedades. Es encarcelado en la prisión del Saladero, Eusebio Asquerino y Bermúdez de Castro es enviado a Cádiz, al castillo de Santa Catalina. Otros periodistas, sin embargo, no fueron encontrados. Entre ellos, Cánovas y Fernández de los Ríos, director de Las Novedades. Beramendi percibe que estos, cuando se los había encontrado en la Puerta del Sol, como otros, igualmente no ministeriales, a los que había visto en la Carrera de San Jerónimo, hablaban «horrores del Gobierno» (Troncoso: 2007, 453), no tratando nada benévolamente a los polacos gubernamentales sino, por el contrario, llamándoles tahúres políticos, cuadrilla de rateros y turba de lacayos y rufianes (Troncoso: 2007, 453). No obstante, Fajardo también tiene amistad con José María Mora, más de su cuerda, y director del periódico más afín al Gobierno: El Heraldo, o con Francisco Chico, personaje real, jefe de la policía de Madrid, muy cercano a M.ª Cristina y odiado por sus crímenes, que ve una conspiración de amplias dimensiones, pues la practican «progresistas y moderados, paisanos y militares, las señoras del gran mundo y los cesantes de todos los ramos, que se cuentan por miles» (Troncoso: 2007, 457). Sabe el marqués que los generales Concha, Armero e Infante han sido deportados y Chico le dice que también O’Donnell, pero que este, que había logrado escabullirse, no había sido encontrado. Más adelante el marqués, en relación con la prensa clandestina, hablará de El Murciélago, del que se tiraron cinco números5. Su salida el día 26 es considerada por Cristino Martos como «otro de los rasgos característicos de la conspiración» (Martos: 1854, 83), ya que lo propiciaron todos los que «prepararon los sucesos de Vicálvaro» (Martos: 1854, 83). Se había repartido en sobre fileteados de negro como las esquelas y fue recibido por los ministros y la propia reina. También por Beramendi. La publicación, sin duda, fue una forma de venganza de la clase periodística contra los continuos ataques a la libertad de prensa. Este estado de cosas, auténticamente prerrevolucionario, se subraya más, como indica Fajardo, con el alzamiento militar que se produce en Zaragoza, impulsado por el brigadier Hore, que es sofocado. La conducta del matrimonio Fajardo Emparán es frívola cuando el marido escribe que se pusieron a «hablar mal del Gobierno, y no porque éste nos haya hecho 5 Martos (1854, 84-99) reproduce algunos fragmentos en su libro. Ermitas Penas 242 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. ningún daño, sino por la imposibilidad de sustraernos al enconado pesimismo del medio ambiente» (Troncoso: 2007, 458). Y con el mismo objeto de divertirse conversan sobre todas las maldades que se le atribuyen a Sartorius y su Ministerio, y de los duques de Riansares, cuyo palacio de las Rejas es, dice Pepe, según «la fraseología de los papeles clandestinos, el antro de la corrupción, el inmundo taller de los chanchullos de ferrocarriles» (Troncoso: 2007, 458) y el lugar donde se conspira contra la libertad. Sin embargo, y en claro contraste con lo anterior, el marqués de Beramendi es consciente de que el pueblo «no es solamente la clase inferior de la sociedad» (Troncoso: 2007, 459), del que Mª Ignacia asegura que, por su ignorancia, «pide la cabeza de sus gobernantes sin saber de qué se les acusa» (Troncoso: 2007, 459), sino «el conjunto de todos los seres que se llaman españoles» (Troncoso: 2007, 459). Por eso, responde a su esposa que esa totalidad, «la gran masa nacional, posee la percepción clara de la conducta de sus mandarines» (Troncoso: 2007, 459). Ese conocimiento, para Fajardo, lo adquiere por la «conciencia nacional» (Troncoso: 2007, 459), algo instintivo, que le dice: «los que me gobiernan, me engañan, me tiranizan y me roban» (Troncoso: 2007, 459). No hay duda, pues, que Beramendi no solo es capaz de elaborar una nueva concepción del término pueblo como diverso conglomerado social, sino que le explica a su mujer la sensibilidad que este tiene ante la injusticia. No importa, le dice José, que los menos instruidos desconozcan lo que significan algunas palabras, también el «enfermo, cuando algo le duele, tampoco sabe designar su dolor con el terminacho científico que les dan los médicos» (Troncoso: 2007, 459). No obstante, como afirma Montesinos, del pueblo «en la práctica sigue teniendo (...) la parcial noción de los demagogos» (Montesinos: 1973, 116), evidenciada en varias ocasiones «en los capítulos en los que se narran los desórdenes de Madrid» (Montesinos: 1973, 116). Las clarividentes reflexiones anteriores de Pepe son seguidas, en el mes de marzo, por la creencia de que los pronunciamientos militares son consecuencia de que «la nación no puede aguantar ya más atropellos, inmoralidades y corrupciones (Troncoso: 2007, 464) y está seguro de que la Revolución triunfará, aunque debiera hacerla «el pueblo, la masa total» (Troncoso: 2007, 464), pero en España la costumbre es que este la delegue en los militares. Y para justificar estas palabras apela a la confrontación entre Historia real e Historia oficial: la «historia efectiva, muy distinta de esa otra Historia que sale al mundo cubierta de artificios, como una vieja que se adoba el rostro, y todo lo lleva postizo, empezando por el lenguaje» (Troncoso: 2007, 464). Pepe Fajardo no cree a Francisco Chico cuando le asegura que no era capaz de hallar ni a Cánovas ni a O’Donnell porque sabe de sus mañas y que le pierde la desconfianza. Y no Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 243 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. acepta el trato que le propone: el jefe de policía encontrará Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez, si él le entrega a al periodista malagueño, del que sospecha se esconde en su casa, lo cual no era cierto. Pero el marqués encuentra otro informante que ha de ayudarle en la búsqueda de la pareja huida. Se trata del policía Telesforo del Portillo, apodado Sebo, a quien, por oficioso, odia Mª Ignacia. Fajardo, no obstante, reconoce que este, aunque le lleva chismes vulgares, también le trae algunas referencias de «un valor inapreciable» (Troncoso: 2007, 486), entre ellas el escondrijo de O’Donnell en la calle de la Ballesta, la existencia de contactos entre Cánovas, Vega Armijo y Fernández de los Ríos con tres generales, y de cierto movimiento en los regimientos. Es un tanto desconcertante que Beramendi, ajeno a cualquier problema material, desde su posición privilegiada, se muestre ahora filósofo revolucionario, hablándole a un Sebo que no lo entiende: España (...) no tiene nada que consolidar; necesita de la acción destructora. Las revoluciones , que en otras partes desequilibran la existencia, aquí la entonan (...) vengan revoluciones, para que el país se despabile y aprenda a vivir a la moderna, y salgan hombres de gran poder , y tengamos más medios de ganar la vida, y se acabe el morir lento de un pueblo (Troncoso: 2007, 483). Pero esta carga intelectual se diluye en nuevas frivolidades cuando Fajardo dice al policía que desea comunicar a su mujer lo que él le ha dicho acerca del hambre en los pobres y menestrales porque los alimentos eran caros, lo que había aumento la mendicidad. Lo cual, al comentarlo con Mª Ignacia, será motivo de diversión. Luego Pepe, con su cinismo habitual, añadirá: Los ricos que no tienen nada que hacer, se morirían de tedio si no alegraran su vida, en que todo está hecho, pasando revista a la vida de los demás…Vea usted en qué consiste la única felicidad de los ricos, precisamente por ricos, ociosos: son felices mirando y midiendo la infelicidad ajena (Troncoso: 2007, 484). Pero, además Beramendi, expresa a su esposa, su desconfianza sobre lo que se avecina. Le dice que tiene «una fe relativa» (Troncoso: 2007, 488) en esa «revolución juvenil, que trae espíritu y modos nuevos» (Troncoso: 2007, 488), perpetrada por hombres del «estado llano» (Troncoso: 2007, 488) —ni nobles, ni eclesiásticos, ni militares—, cultos y casi todos abogados como Ríos Rosas, Cánovas, Fernández de los Ríos, Pinedo, Rivero, Martos, y poetas como García Tassara. Admite que «la poesía es el germen de la sabiduría política» (Troncoso: 2007, 488) y justifica esa inseguridad o falta de esperanza en ese tipo de Ermitas Penas 244 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. revolución, como descubre su esposa, en sus habituales efusiones hacia los humildes 6, que anteriormente habían trastornado su cerebro. Así razona Pepe: los «pueblos desgraciados» aman lo nuevo, pero si en ellos la mayoría son hambrientos, «el entusiasmo por las revoluciones es delirio» (Troncoso: 2007, 488). Lo que estos opinan se resume en que comen poco y mal, y quieren comer más y mejor. Sus palabras, divagaciones para M.ª Ignacia, no dejan lugar a dudas de su inhibición ante la realidad social: los ricos bien comidos no labramos más que una opinión artificial, hueca. La verdadera opinión, el verdadero sentimiento público, es el hambre (...) La Sociedad divaga, yo no… Yo estoy quieto en mi casa, y ella es la que da vueltas en derredor mío. Yo estoy harto y quieto, viendo venir la siniestra procesión de los estómagos vacíos, viendo pasar las revoluciones (Troncoso: 2007, 488). La carta de Virginia que Sebo le entrega, en la que esta le pide ayuda contra curas y guindillas por temor a que los reconozcan, determina que Pepe Fajardo, junto al policía, tomen camino hacia Coslada, donde se encuentran los amantes, fundiendo así Galdós las dos tramas de la novela: la de los sucesos históricos y la de los ficticios y privados, pues Sebo avisa al marqués del inminente pronunciamiento de O’Donnell, que ha salido en dirección a Canillejas. Esto alegra a Beramendi que, al ver que su camino coincide con el del general, se le presentaba la oportunidad de contemplar «la página histórica que de improviso —escribe— ante mis ojos se abría» (Troncoso: 2007, 495). Desde el coche observa grupos de civiles armados y los más próximos le hablan de la proclama de O’Donnell, firmada también por Dulce, Ros de Olano y Messina. Una vez en Canillejas, Pepe, acompañado por Telesforo, decide abandonar su plan y seguir a Torrejón, pero no logran alcanzar la columna del general. Pernoctan allí y al día siguiente llegan la caballería, la infantería y los voluntarios y, poco después, el Estado Mayor, que estuvieron allí escaso tiempo, saliendo del pueblo en dos divisiones: la comandada por el general Dulce en dirección a Canillejas y la de O’Donnell en dirección a Vicálvaro. Beramendi decide acompañar a esta porque pasaría por Coslada, donde estaban ahora los fugitivos amantes, aunque no sucedió así. Siguiendo camino en su coche y a falta de espíritu bélico, aunque le interesen las «consecuencias políticas o sociales» (Troncoso: 2007, 503) de la confrontación, Pepe se sitúa en lugar seguro, viéndola «desde las tapias más lejanas del pueblo» (Troncoso: 2007, 503). Es, pues, narrador testigo del enfrentamiento de los rebeldes con las tropas del Gobierno, que dirigen el general Blaser, ministro de la Guerra, y el capitán general Lara. Sólo deseaba que el combate terminara cuanto antes. No obstante, el marqués, después de dos horas y no apreciando que la balanza se 6 Téngase en cuenta que estas atracciones populares, como puede observarse en episodios anteriores, no son en el personaje más que la pasión que abriga hacia la bella Lucila Ansúrez. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 245 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. inclinase hacia un lado concreto, se refugia a la salida de Vicálvaro. Desde allí ya nada puede ver y solo recibirá, a veces, noticias, en aquel 30 de junio. Sabrá que el enfrentamiento quedaba en tablas y que el número de bajas había sido pequeño. Lo cual hace pensar a José Fajardo que «la página histórica me resultaba poco interesante (...) La verdadera página histórica con gravedad y trascendencia vendría después, larga secuela de un hecho militar pequeño y de poca sangre» (Troncoso: 2007, 505). La Vicalvarada, de resultado incierto causó confusión y desconfianza en las gentes sobre la naturaleza de aquel alzamiento. Ciertamente, había sido apoyado por dos de las tendencias en que se había surgido de la fragmentación del partido moderado: los narvaístas y los puritanos de O’Donnell, Dulce y Ros de Olano, los más cercanos a los progresistas templados. Ambas alas, se habían sublevado en contra de los polacos, de Sartorius, que ostentaban el Gobierno de la nación. Se hacía necesario articular una fórmula con las garantías políticas suficientes para impulsar a toda la población civil de las grandes capitales, al margen del Ejército casi todo obediente al conde de San Luis, a una revolución. Y esto significó el Manifiesto de Manzanares, detonante de la segunda fase del movimiento revolucionario, como señalamos más arriba. La idea vino de Cánovas, quien lo redactó en casi su totalidad, que, además, convenció a O’Donnell de su conveniencia al posibilitar la atracción de los progresistas tibios7. Pero Beramendi, que desde la batalla de Vicálvaro avanza en sus memorias, mediante resúmenes y elipsis, hasta el mes de julio, no menciona este importantísimo suceso político del día 7, aunque habla con clara ironía de algunos asuntos relacionados con él, sobre todo de la restitución de la Milicia Nacional. Fajardo sale de paseo el día 17 y se va enterando de los pronunciamientos en Barcelona y Valladolid. Recorre con sus amigos la Carrera de San Jerónimo y la calle del Príncipe. Observa como la gente se apiña en grupos comentando la caída de Sartorius y, charlando con diferentes personas, Pepe se da cuenta de que reina el contento porque no había ya Gobierno. En su casa, Beramendi tiene noticias del tumulto ocasionado a la salida de los toros. Sebo le hace saber que Mita y Ley están en Madrid. Desea, entonces, salir a la calle para contemplar —escribe— «una página histórica, que sin duda habría de ser más bella que la de Vicálvaro» (Troncoso: 2007, 520). Cuando el marqués, sus amigos, Sebo y Rodrigo, el pequeño de los Ansúrez se encuentran fuera, contemplan que todas las casas de Madrid 7 C. Martos (1854, 187-188) escribe al respecto: «el programa de Manzanares (…) significa, a nuestro entender, en la esfera de las personas, la unión de los conservadores y los progresistas templados; en el orden de las ideas, la abdicación franca y explícita de las doctrinas moderadas y la adopción de los principios progresistas». Ermitas Penas 246 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. estaban iluminadas y oyen el redoble de las campanas de las iglesias. Al lector le llegan los sucesos de esa noche no porque Fajardo sea un narrador fidedigno que relate lo que ha presenciado o en lo que haya participado, sino por informantes concretos o no definidos que se los hacen saber. Así, el asalto del pueblo al ayuntamiento, al gobierno civil y a la cárcel del Saladero para liberar a los presos políticos. Sin embargo, en otras ocasiones, llega a ver los desmanes, aunque sea por instante, como en el caso del incendio del palacio de las Rejas, lugar del que huye cuando los cazadores, al mando de Gándara, cargan contra los sublevados cobrándose muchas vidas. También observa hogueras en las que ardían los muebles del marqués de Salamanca y llamas en la vivienda del conde de San Luis y en las de otros hombres tan importantes como aborrecidos. Beramendi alterna en este relato de la noche del 17 de julio reflexiones de claro apoyo a los revolucionarios con ciertas ironías, que conectan con lo que dice a su cuando regresa a su casa al amanecer. Le asegura que se ha divertido «muchísimo» (Troncoso: 2007, 527) y que «el espectáculo ha sido de incomparable belleza» (Troncoso: 2007, 527), para concluir con unas palabras que contradicen los comentarios antes mencionados: ¡El pueblo ejerciendo de soberano por unas cuantas horas, y entreteniéndose en jugar con los flecos y garambinas de su manto!... Luego, al andar, se pisa el manto, se cae de bruces… En fin, que estos carnavales son forzosamente muy breves, y el pueblo, que por divina licencia los celebra, se divierte poco, como no entienda por diversión el ser fusilado en lo más entretenido de la fiesta (Troncoso: 2007, 528-529). Y, aunque todo lo que había presenciado le parece al marqués que había aliviado su enfermiza ansía de belleza, lo cierto es que «no acababa —escribe— de satisfacerme» (Troncoso: 2007, 528) porque «quería más, más pataleos y manotazos de la plebe restituida a su libertad» (Troncoso: 2007, 528). Por eso a las once de la mañana de la jornada siguiente, día 18, se escapa, con Rodrigo Ansúrez. Juntos irán a la calle de Toledo donde viven su hermano y Virginia. Él le informará del continuo tiroteo que hubo, del fuego en la plaza de Santo Domingo y del intento de asaltar el palacio y el teatro real. No llegó a presenciar Beramendi incidentes sangrientos esa mañana pero oyó los tiros y luego vio heridos y muertos en las inmediaciones de la Plaza Mayor. Reconoce, además, que no se encontraba «en la completa serenidad de juicio que normalmente» (Troncoso: 2007, 530) disfrutaba. Desde allí puede ver con Rodrigo la lucha entre soldados y civiles que defendían las entradas a la plaza, pues Sotero, el viudo de Antoñita, antigua amante de Pepe, lo invita a presenciar el combate desde su buhardilla, subidos al tejado. Oían el estruendo de fusilería y cañones, y veían mucho humo desde allí. Todo lo cual provenía de los lugares en que los enfrentamientos Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 247 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. estaban siendo más duros: la plazuela de Antón Martín y la del Ángel. A las cuatro, Sotero los convida a almorzar, con lo que el marqués y Rodrigo reparan fuerzas, aunque los alimentos eran de muy mala calidad. Más tarde el estañero Gamoneda les relatará otros combates igualmente fieros en otros puntos de Madrid. Al anochecer, cuando Fajardo intenta volver a su casa, no encontrando camino franco, tienen que ir por la calle de Toledo. Observan, entonces, que hombres, mujeres y niños, a quienes dirigía Gamoneda, preparaban una barricada con todo tipo de trastos 8. Aunque el marqués, se ve tentado a volver al lugar seguro de su casa, «una fuerza de adhesión casi irresistible, pegajosa» (Troncoso: 2007, 547) —escribe— lo retenía allí, en la calle de Toledo, entre aquellos hombres. Se siente triste Fajardo al compararse con ellos, «inocentes y rudos que perciben un ideal y corren ciegos tras él menospreciando sus propias vidas» (Troncoso: 2007, 547)9. Pero Beramendi se inhibe y el lector, que lo conoce bien, nunca lo ve como un disidente del modo de vida y el aparato del poder. Sin embargo, sus contradicciones y anhelos insatisfechos le llevan a reconocer que vive una «existencia infecunda, inmóvil pieza de un mecanismo que anda sólo a medias y a tropezones» (Troncoso: 2007, 547). Y, por supuesto, decide no ayudar en la lucha y, cuando ya es de día, no sabiendo si ha dormido o no, le dice a Rodrigo que su hermana Lucila es «más bonita (...) que la barricada» y que en sus ojos «están todas las revoluciones» (Troncoso: 2007, 548). Galdós echa mano de un subterfugio para borrar las barreras entre realidad y ficción y dar verosimilitud a lo que Fajardo cuenta sobre sus acciones en la jornada del 19 de julio. Lo que lleva a sus memorias es lo que le dice Rodrigo que ocurrió, pues él no puede recordar nada, a excepción del estruendo de los tiros, debido a que había tomado buñuelos y bebido aguardiente, «ponzoña» que le «inició la inconsciencia» (Troncoso: 2007, 550). El muchacho le explica que ha luchado en la barricada más de una hora, que se había portado como un valiente y que todos lo consideran ya un héroe. También le da pormenores sobre las barricadas en la calle de la Montera y en las plazas de Santo Domingo y Antón Martín, además de otras en otros enclaves en los que se habían establecido las defensas. Hasta después de anochecido no se recobró Beramendi del todo. Cuando lo hizo se fue enterando de que los enfrentamientos se habían suspendido y ya negociaban la paz la Junta y Palacio, con lo que «el triunfo del pueblo era evidente» (Troncoso: 2007, 551). Pepe también vio muchos muertos en las calles Imperial, Atocha y Carretas. Luego con su inseparable 8 Las profesiones de los jefes de las once barricadas que estudian García Monerris y Pérez Garzón (1976, 217), «en su mayoría pertenecen al grupo de profesiones liberales y pequeños “propietarios”». 9 El peso de la lucha armada en las barricadas «recayó sobre las masas populares: Más aún, sobre los grupos sociales proletarizados» (García Monerris y Pérez Garzón: 1976, 216). Ermitas Penas 248 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Rodrigo decidieron buscar a Mita y Ley, pero no los encontraron. El marqués, con mucha fatiga, se sintió —escribe— nuevamente «amagado» por sus «desórdenes cerebrales y nerviosos» (Troncoso: 2007, 552) y, penetrando en un oscuro bajo, se durmió profundamente sobre unas esteras. Cuando despertó, mientras el chico todavía descansaba a su lado, otra vez se consideró muy inferior a la «caterva popular» (Troncoso: 2007, 552). Pero un acontecimiento fortuito parece elevarlo a más alto rango al convertirse Fajardo en defensor de honras ajenas cuando, inopinadamente, Gracián, el libertino militar revolucionario y viejo amante de la hermosa Lucila, decide perderla. Tras una pelea entre ambos, el memorialista le pega un tiro en la cabeza. Luego, Beramendi consigue, al fin, entrevistarse con los enamorados, antes de que, felices, abandonen Madrid, una vez que se ha proclamado un nuevo Gobierno. Ya de vuelta a su domicilio, Pepe, al finalizar el episodio, debe enjuiciar, ante Mª Ignacia, «los trágicos y cómicos lances» (Troncoso: 2007, 555) que le había referido. Su «fría opinión» —«todo es pequeño, en conjunto» (Troncoso: 2007, 555)— vuelve a ratificar en el lector el cinismo de Fajardo, testigo fiel de una cruenta lucha y de unos movimientos políticos nada fáciles: Relativa grandeza o mediana talla veo en la obra del pueblo sacrificándose por renovar el ambiente político de los señoretes y cacicones que vivimos en alta esfera. Menguados son los políticos, y no muy grandes los militares que han movido este cipizape (Troncoso: 2007, 555). Palabras que se contraponen a otras de signo bien distinto, que con frecuencia se han considerado propias de Galdós: Mañana (...) se juzgarán estos hechos como atentados a la propiedad, como profanación de la ley o arrebatos de salvaje cólera. ¡Y las culpas de esta brutal plebe, nadie las atenuará con el recuerdo de las horribles violaciones de toda ley moral y cristiana que se contienen en el gobierno regular de las sociedades (...) Nadie se fijará en el crimen lento, hipócrita, metodizado, de la acción gobernante, mientras que salta a la vista el crimen desnudo, instantáneo, de unas gavillas de insensatos que asaltan, queman, matan, sin respetar haciendas ni vidas. Nadie ve las víctimas oscuras que inmoló la ambición de los poderosos, ni los atropellos que se suceden en el seno recatado de una paz artificiosa, sostenida por la fuerza bruta dominante, y todos se horrorizan de que la fuerza oprimida y dominada se sacuda un día y, aprovechando un descuido del domador, tome venganza en horas breves de los ultrajes y castigos de siglos largos (...) Puestos todos a violar, no creo que deban cargarse a la cuenta de la plebe las más escandalosas violaciones (Troncoso: 2007, 526)10. Esta justificación de la rebeldía contra la injusticia parece haber sido olvidada por el propio José Fajardo, quien, al igual que había infravalorado las jornadas de julio, también lo hace con la muerte que había dado a Gracián, hazaña que considera de «mezquina talla» (Troncoso: 10 Este final recuerda a Larra: «Asesinatos por asesinatos, ya que los ha de haber, estoy por los del pueblo» (Pérez Vidal: 2016 520). Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 249 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. 2007, 555). Ambos «pequeños» (Troncoso: 2007, 556) acontecimientos quedan ensombrecidos por Mita y Ley, los únicos que, según el narrador y protagonista dice a su mujer, «son grandes», ejemplo de lo que «merece lugar en la Historia» (Troncoso: 200, 556). Esta valoración en la que prevalece lo privado sobre lo público, se funda en la idea de que el amor de Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez es verdadero, auténticamente revolucionario al romper no solo con las normas sociales y morales, sino con los prejuicios de la mezcla o intercambio de clases sociales distintas. Por el contrario, lo sucedido los días 17, 18 y 19 de julio no lo es 11. Lo cual deja otra vez a Beramendi en una nebulosa, cuya falta de coherencia se hace patente en su entusiasta militancia unionista, como miembro de un partido, La Unión liberal, hijo directo de aquella Revolución, en el siguiente episodio, O’Donnell. Para finalizar, cabría añadir no solo la dificultad intrínseca en relación con la cabal interpretación de este episodio, sino el complicado método que don Benito adopta a la hora de elaborarlo. No hay duda, como observó muy pronto Gómez de Baquero, que «el espíritu del libro es verdaderamente revolucionario» (Gómez de Baquero: 1904, 168), pues «es casi una apología de las revoluciones y movimientos populares, o al menos disculpa de los excesos y trastornos de que ordinariamente se acompaña» (Gómez de Baquero: 1904, 168). Galdós, en efecto, consigue transmitir esto al lector, a pesar de que el relato no se hace en tercera persona. Es decir, aunque José Fajardo tiene la posibilidad de «omitir o tratar los hechos según le conviene» (Regalado García: 1986, 349), muchas veces de oídas valiéndose de informantes o como testigo de ellos, lo cierto es que las páginas de sus memorias, de escritura diarista, llevan al lector no solo la atmósfera tensa de aquellos años de auténticos pelotazos económicos, de muerte parlamentaria porque las Cortes estaban cerradas y de falta de libertades, sino la violenta reacción a ese estado de cosas. No obstante, don Benito ha creado para esa función un personaje nada estereotipado, incluso complejo, con especiales características: encumbrado en la alta y rica sociedad no por sus propios medios, diletante historiador, egoísta, insatisfecho, cínico e hipócrita que se siente atraído hacia las clases sociales bajas —efecto de su «efusión popular»— pero de total inoperancia ante sus males. Sus contradicciones vitales, su continua inhibición, sus comentarios y reflexiones producen, a mi entender, una disociación con lo que como narrador relata. Lo cual compromete, a fin de cuentas, la correcta hermenéutica o interpretación de La Revolución de julio. 11 La revolución política deja en Pepe «una impresión amarga», la revolución de la pareja «le parece una conquista valiosa» (Behiels: 2001, 226). (Montesinos: 1973, 124) afirma: «paralelamente a una “revolución” que es una pura farsa, he aquí una revolución verdadera, pues consiste en un cambio de postura social exigido por un deseo de autenticidad». Ermitas Penas 250 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. BIBLIOGRAFÍA BEHIELS, L., La cuarta serie de los «Episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós: Una aproximación temática y narratológica, Verbuert, Iberoamericana, 2001. CARDONA, R., “Apostillas a los Episodios Nacionales de B. P. G., de Hans Hinterhäuser”, Anales galdosianos, 3, 1968, pp. 119-142. CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós, Madrid, Gredos, 1961. GARCÍA MONERRIS, C. y PÉREZ GARZÓN, J. S., “Las barricadas de junio de 1854. Análisis sociológico”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XII, 1976, pp. 213-237. GÓMEZ DE BAQUERO, E., “Crónica literaria. La revolución de julio, por D. Benito Pérez Galdós”, La España Moderna, XVI, 185, mayo 1904, pp. 162-171. GONZÁLEZ HERRÁN, J. M. (1995), “La Revolución de julio de 1854 en la novela: José María de Pereda, Pedro Sánchez (1883), Benito Pérez Galdós, La Revolución de julio (1903)”, “Érase un muchacho…”, y otros estudios peredianos (1976-2016), Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 2016, pp. 293-302. LARRA, M. J., Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, ed. J. Rubio, Madrid, RAE, 2016. MARTOS, C., La Revolución de julio en 1854, Madrid, Imprenta de D. Anselmo Santa Coloma, 1854. MONTESINOS, J. F., Galdós, II, Valencia, Castalia, 1968. — “La cuarta serie”, Galdós, III, Valencia, Castalia, 1973, pp. 103-244. PÉREZ GALDÓS, B., “Hasta luego” (1875), Episodios nacionales. Segunda serie. La España de Fernando VII, ed. D. Troncoso, Barcelona, Destino, 2006, pp. 21-23. — “Las tormentas del 48”, Episodios nacionales. Cuarta serie. La era isabelina, ed. D. Troncoso, Barcelona, Planeta, 2009, pp. 33-155. — “La Revolución de julio”, Episodios nacionales. Cuarta serie. La era isabelina, ed. D. Troncoso, Barcelona, Planeta, 2009, pp. 427-556. REGALADO GARCÍA, A., “La cuarta serie de los Episodios Nacionales”, Benito Pérez Galdós y la novela histórica española (1868-1912), Madrid, Ínsula, 1986, pp. 339-433. RIBBANS, G., History and Fiction in Galdós’s Narratives, Oxford, Clarendon Press, 1993. RODGERS, E., “The ‘History’ of José Fajardo in the Fourth Series of Galdós’s Episodios Nacionales”, A further range. Studies in Modern Spanish literature from Galdós to Unamuno, ed. A. Clarke, Exeter, University of Exeter Press, 1999, pp. 185-204. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 251 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. UN HIJO DEL PUEBLO, Las jornadas de julio. Reseña de los heroicos hechos del pueblo de Madrid desde la noche del 17 de julio hasta la entrada en la capital del ilustre duque de la Victoria, Madrid, Imprenta de D. Anselmo Santa Coloma, 1855.
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo |
Autor principal | Penas, Ermitas |
Autores secundarios | Fajardo, José |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del undécimo congreso internacional Galdosiano |
Numeración | Congreso 11 |
Sección | Sección 2. Galdós, política y sociedad |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2017 |
Páginas | p. 0252-0267 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación ; Congreso |
Enlaces relacionados | Enlace al editor: http://actascongreso.casamuseoperezgaldos.com/ |
Copyright | ULPGC |
Formato Máster | |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 282393 Bytes |
Texto | 235 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. POLÍTICA Y SOCIEDAD EN LA REVOLUCIÓN DE JULIO A TRAVÉS DE LA MIRADA DE JOSÉ FAJARDO POLITIC AND SOCIETY IN THE REVOLUTION OF JULY THROUGH THE LOOK OF JOSÉ FAJARDO Ermitas Penas Universidad de Santiago de Compostela Grupo de Estudios Galdosianos: GREGAL RESUMEN Este trabajo aborda aspectos sociales y políticos acaecidos en España durante la Revolución de julio de 1854, observados desde la mirada de José Fajardo, autor ficticio del cuarto episodio de la cuarta serie de los Episodios Nacionales. PALABRAS CLAVE: Sociedad, Política, Revolución de 1854, José Fajardo. ABSTRACT This work deals social and political aspects that occurred in Spain during the revolution of July 1854, observed from the point of view of José Fajardo, fictitious author of the fourth episode of the fourth series of the Episodios Nacionales. KEYWORDS: Society, Politic, Revolution of 1854, José Fajardo. Como es bien conocido el título del cuarto episodio de la cuarta serie, situada en el reinado de Isabel II, obedece, en principio, a un hecho histórico: el movimiento revolucionario que irrumpe en Barcelona y en Madrid, secundado en otros lugares, los días 14 y 17 de julio de 1854, respectivamente. Sin embargo, el episodio, que termina en ese mismo mes y año, comienza casi dos años y medio antes. Exactamente, el 3 de febrero de 1852. Así, el escritor canario irá perfilando, a través de ese tiempo de la diégesis, el tejido verídico sobre el que borda la «historia menuda» de personajes reales y ficticios, en esa síntesis o «historia integral», tan galdosiana. De este modo, el lector, tiene la oportunidad de asistir a la articulación del estallido del 54 a través de otros sucesos igualmente históricos, unidos inevitablemente a las circunstancias sociales, que le precedieron, desde los gobiernos de Bravo Murillo —enero de 1851-diciembre de 1852—, los breves de Roncali, Lersundi y Egaña, hasta el de Luis Sartorius, conde de San Luis —septiembre de 1853-julio de 1854—. El lector conoce, así, la España prerrevolucionaria, pero también lo que se denomina primera fase de la Revolución, en torno al pronunciamiento de O’Donnell, Dulce y Echagüe en Vicálvaro —30 de junio de 1854—, al Ermitas Penas 236 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. que siguió el «Manifiesto de Manzanares», del 7 de julio de ese año, lo que marca el inicio de la segunda fase revolucionaria, que en Madrid se extendería al 17, 18 y 19 de ese mes 1. R. Cardona (1968), que examinó la biblioteca del maestro canario, señaló dos fuentes librescas que me parecen fundamentales en relación al episodio que nos ocupa. Son dos textos, reunidos en un mismo tomo, del cual el ilustre galdosista dice estar «profusamente marcado y anotado», lo cual tuve oportunidad de comprobar, y ser la «fuente principal» (Cardona, 1968: 128). El primero es La Revolución de julio en 1854, de Cristino Martos, abogado y político, participante activo en esta, quien llegaría a ser ministro con Prim y don Amadeo. El segundo se titula Las jornadas de julio. Reseña de los heroicos hechos del pueblo de Madrid desde la noche del 17 de julio hasta la entrada en la capital del ilustre duque de la Victoria y está firmado por «un hijo del pueblo». Cabría añadir, además, que hasta que se produce la sublevación popular, que se inicia en el capítulo XXII, Galdós utiliza el libro de Martos. Este atiende a la época prerrevolucionaria del gobierno de Sartorius, a la Vicalvarada y a la gestación de la proclama de Manzanares. Mientras que el libro firmado por aquel seudónimo sigue los sucesos de los desmanes y barricadas de los mencionados tres días de julio. Por tanto, como es habitual en don Benito, la documentación queda asegurada, aunque, debe tenerse en cuenta, además, que ambos autores muestran una marcada ideología liberal progresista. Por otro lado, no puede perderse de vista, por la trascendencia que adquiere en la interpretación y coherencia interna de La Revolución de julio, que los sucesos históricos, sus causas y consecuencias sociales llegan al lector a través de la mirada de José Fajardo, a la sazón marqués de Beramendi. Don Benito, que había renunciado a la narración en primera persona, propia de la serie inicial de los Episodios nacionales, tal y como con razones muy pertinentes exponía en «Hasta luego» (1875), la retoma en algunas novelas de la cuarta serie, habiéndola abandonado en la segunda y tercera. Escribía allí, refiriéndose a los diez volúmenes sobre la Guerra de la Independencia: Ya que hablo de mis culpas, no ocultaré la principal (…) y es que con mi habitual imprecisión adopté la forma autobiográfica, que si bien no carece de encanto, tiene grandísimos inconvenientes para una narración larga y no puede de modo alguno sostenerse en el género novelesco-histórico, donde la acción y sucesos se construyen con multitud de sucesos que no puede alterar la fantasía, y con personajes de existencia real. Únase a esto las escenas y tipos que el novelista tiene que sacar de sus propios talleres. 1 González Herrán estudia esas tres jornadas en un sugerente artículo (1995) tal como las llevaron Pereda a Pedro Sánchez y Galdós a La Revolución de julio. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 237 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. A lo que añade, que los «acontecimientos históricos», desarrollados en diferentes espacios y ambientes, si necesariamente «han de pasar ante los ojos de un solo personaje, narrador obligado e indispensable de tan diversos hechos, en período de tiempo larguísimo y en diferentes ocasiones y lugares (...) se comprenderá que la forma autobiográfica es un obstáculo constante a la libertad del novelista y a la puntualidad del historiador». Por ello, Galdós, de un modo consciente, concluye que «conociendo por experiencia las grandes trabas de esta forma (...) la evitaré en lo sucesivo» (Troncoso: 2006, 22). Sin embargo, el autor canario, como antes se indicó, no puso en práctica en la cuarta serie esa decisión tomada en 1875. De hecho, en La Revolución de julio, como lo hiciera con Gabriel Araceli, da voz a un personaje, el cual focaliza los hechos, los juzga y opina sobre ellos, trasmitiéndolos al lector desde su propia subjetividad. Y no solo eso, Fajardo, al que este ya conoce, pues los episodios uno —Las tormentas del 48— y dos —Narváez— se deben a su pluma como parte de unas memorias que escribe para la posteridad, presenta en su caracterización rasgos muy distintos y aún opuestos a los que conforman al héroe de la primera serie, siempre, a partir de la «redención del pícaro» (Casalduero: 1961, 59), honesto, honrado y coherente consigo mismo. Si prestamos un mínimo de atención a esto, descubriremos que José García Fajardo no es, en absoluto, un personaje ejemplar. Sí posee, sin embargo, cultura, memoria e inteligencia. En su relato autobiográfico de dos años en Italia, narrado en Las tormentas del 48, donde acude para convertirse en sacerdote, se presenta como un auténtico pícaro, tanto que no duda en considerar que en las páginas dedicadas a esa época, cuenta «cómo disloqué por natural torcedura de mi espíritu la vocación irreflexiva de mis primeros años, y cómo desengañé cruelmente a mis buenos padres» (Troncoso: 2007, 34). El cardenal Antonelli, que lo había tomado a su servicio, en vista de sus amores con Barberina con la que pretendía fugarse, lo envía de regreso a casa sin antes asegurarle que se abrirá camino en la política porque en ella caben «los tontos y los que se pasan de listos» (Troncoso: 2007, 51). Trasladado a Madrid, su hermano Agustín, con puesto en el Ministerio de Gobernación, consigue que lo coloquen en La Gaceta, aunque nunca acude al trabajo. Pero debe hacerlo cuando la dirección pasa a un hombre más recto. Discutirá con un compañero de rango más alto y su reacción de violento enfado alerta al lector de que Pepe Fajardo se ha convertido en un joven fatuo —«no me rebajo fácilmente a nadie» (Troncoso: 2007, 76-77), escribe— y en exceso arrogante: «de algún tiempo acá siento en mí estímulos de orgullo y extremado concepto de mi personalidad» (Troncoso, 2007: 76). Sin embargo, esta propende al egoísmo: «he decretado —dice— mi absoluta independencia del organismo general, creando un sistema Ermitas Penas 238 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. planetario para mi exclusivo uso» (Troncoso: 2007, 89). Siempre al margen de preocupaciones generales y buscando el provecho propio, Fajardo se va moldeando como personaje mediante la acumulación de elementos negativos que configuran un individuo eminentemente cínico, aunque pueda despertar simpatía 2. Además, comienza a gastar demasiado y a tener amores con la bella y disipada Eufrasia, esposa de Socobio, y Antoñita, de familia de cordeleros. La protección de su hermana Catalina, monja del convento de La Latina, que mantiene excelentes relaciones con los elementos más carcas de la camarilla del esposo de la reina Isabel, lo convierten en candidato a la mano de Mª Ignacia Emparán, riquísima heredera, aunque nada agraciada, pero único remedio para sus cuantiosas deudas. Su suegro, conservador en extremo e involucrado en el círculo de la corrupción, lo introducirá en la alta sociedad. A partir de su ventajoso matrimonio, como ha señalado Regalado García, la vida de Pepe se desarrollará en una doble contradicción, principio de unas cuantas, en relación con el mundo de la aristocracia adinerada en el que está inmerso y sus simpatías hacia el pueblo tratado injustamente (Regalado García: 1986, 370). Aunque Montesinos considera al protagonista de La Revolución de julio «el isabelino típico y disidente» (Montesinos: 1973, 111) y Ribbans «a dissident from withim the Establishment» (Ribbans: 1993, 370) a la hora de relatar en sus memorias los hechos históricos político-sociales, a nuestro entender como al de E. Rodgers (1999, 278), no resulta meridianamente claro. Y tampoco lo es afirmar que el marqués de Beramendi es un «juez imparcial de los demás y de sí propio» (Regalado García: 1986, 370). Por otro lado, sin duda Pepe tiene un buen conocimiento no solo de las cuestiones sociopolíticas de aquellos a través de sus múltiples contactos, sino de las lacras hispanas ante las que, incluso, muestra una actitud crítica. Pero, y es otra contradicción, Beramendi, abúlico por naturaleza, nunca actúa. Es decir, sus sentimientos solidarios «se circunscriben a la imaginación y al pensamiento» (Regalado García: 1986, 370). De modo que «ve clarísimamente lo que debe y lo que no debe hacerse. Pero jamás lo hace» (Montesinos: 1973, 118)3. Lo cual le trae graves consecuencias porque fracasa doblemente por no darse cuenta de esto y por no tener coraje para desviarse de su cómodo estatus social (Rodgers: 1999, 189). Es conveniente, por tanto, analizar algunos comentarios y reflexiones de Fajardo, fruto de lo anterior y de su propia personalidad, en relación con La Revolución de julio, un episodio «de los mejores y uno de los más densos» (Montesinos: 1973, 104) de la cuarta serie. 2 De hecho, Montesinos lo conceptúa como «una figura de las más amables de los Episodios» (1973, 109). 3 Montesinos (1973) observa, además, otras contradicciones en el personaje. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 239 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. El relato de Beramendi comienza el 3 de febrero de 1852 continuando directamente el final del episodio anterior, Los duendes de la camarilla. Y el hecho histórico que centra ese desenlace y arranque, respectivamente, es el magnicidio frustrado del cura Merino en la persona de Isabel II, quien fue ejecutado el día 7 de aquel febrero. Las memorias, mediante síncopas de amplia duración, avanzan hasta el 20 de abril de ese mismo año de 1852 y, más drásticamente, al 13 de enero de 1853. Fajardo da noticia de la caída de Bravo Murillo en diciembre del año anterior y su sustitución por Roncali. Pero una nueva elipsis lleva el tiempo del escrito de Beramendi al mes de noviembre, aunque, ahora no menciona la subida al poder de Sartorius, dos meses antes. Sin embargo, aparecen en sus memorias una muestra del despilfarro de las clases pudientes cuando el matrimonio acompaña a su amiga, recién casada, Valeria Socobio. Muebles elegantes y lujosos son adquiridos por ella. Y en el establecimiento de la Exposición Extranjera, Beramendi ve una multitud que compra diversos objetos de «distinción» (Troncoso: 2007, 449)4. La «locura crematística» (Montesinos: 1968, 61), pues, se iba apoderando del ánimo de ricos, medianos con un modesto pasar y empleados. Fajardo relaciona esto con la «epidemia reinante (...) posesión de riquezas, fiebre de lujo y comodidades» (Troncoso: 2007, 449). A lo que no es ajeno la creación de sociedades aseguradoras, como las francesas e inglesas, que enriquecen a Rementería, futuro suegro de Virginia Socobio, con su negocio de seguros de vida. El memorialista trae a colación, además, algo en lo que Cristino Martos insiste en su libro: las prácticas corruptas del conde de San Luis y su ministerio polaco, que ya existían en tiempos de Bravo Murillo. Aparte de la especulación escandalosa, el Gobierno, a través del ministro Collantes, premiaba a los que le apoyaban con negocios y contratas, entre las que destacaban las concesiones de minas, carreteras, canales, puertos y ferrocarril, que tenía como ilustres beneficiarios a la exregente Mª Cristiana y su esposo Francisco Muñoz, duque de Riansares. Todo este desarrollo, a pesar de sus vicios capitales, es considerado por Beramendi como algo muy beneficioso y síntoma de progreso. Este confiesa, además, sus simpatías hacia el presidente del Gobierno por su urbanidad y por el favor que le había hecho de presentarlo como diputado cunero por Narváez. De modo que ese sentimiento no disminuye a pesar de que lo critiquen los partidarios de Roncali y Lersundi y «toda la caterva progresista y democrática» (Troncoso: 2007, 450). Es más, José Fajardo dice no entender el «remoquete de polacos y polaquería con que se designa toda corruptela, los verdaderos o imaginarios 4 Cito, y en adelante por la edición de D. Troncoso (2007). Ermitas Penas 240 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. chanchullos de que nos habla la vocinglera opinión» (Troncoso: 2007, 450). Y, también, defiende a Collantes, al que califica de «amigo», al opinar que «a los hombres que con vigorosa voluntad han sabido encumbrarse, los tengo siempre por mejores (...) que los entecos que sólo saben tirar de los pies al prójimo que sube» (Troncoso: 2007, 450). Evidentemente, Pepe, persona inteligente y con espléndidas relaciones con el poder, percibe, por el descontento reinante, «olores de revolución», pero inmediatamente descalifica esta al considerarla «especial alegría del pueblo español cuando hierve dentro de él el caldo de las conspiraciones, algo como preparativos del bodorrio plebeyo» (Troncoso: 2007, 450). Por tanto, a tenor de lo comentado, la opinión de Beramendi, cómodamente instalado en su mundo privilegiado, no parece objetiva. Cuando su mujer le recomienda que ponga atención a la política para alimentar sus memorias, pues está muy interesante, «preñada —según alguna prensa— de formidables acontecimientos» (Troncoso: 2007, 451), Pepe desea que estos se produzcan tanto en lo general como en lo particular, en coherente comunión, tal como Galdós concibe la novela histórica. Quiere que aquellos le traigan «aspectos y emociones dramáticas, con algún perfil cómico que dé humana realidad a mi historia» y «algún privado suceso de los que se miden y confunden con los públicos, formando una conglomeración sintética» (Troncoso: 2007, 451). Esa doble vertiente se plasmará a lo largo del episodio en los sucesos políticos de enero a julio de 1854 y en los amores adúlteros, pues ella es casada, entre Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez, Mita y Ley, como ellos se llaman, recíprocamente. Pero las razones que aduce para justificar su interés por esa doble revolución tienen un claro tinte frívolo, adobado de cinismo: es —escribe— «para mi solaz y entretenimiento (con tal que no venga por mi casa)» (Troncoso: 2007, 451). Desde el capítulo VII aparece la compleja situación que vivía la prensa periódica, reprimida en sus posibilidades de jugar un importante papel en la sociedad de entonces. Era aquella dificultosa desde diciembre y, más a partir del nombramiento de Sartorius, en el mes de enero de 1854, de lo que da cuenta con pormenor Cristino Martos (1854, 25 y ss.). Fajardo lleva a sus memorias los problemas surgidos en el Senado por los debates y votación del proyecto de los ferrocarriles en diciembre. Perdida esta, el conde de San Luis se vengó de los que no le habían seguido. Ante lo cual reaccionó la prensa «desmandada», dice Pepe. Pero el Gobierno la amordazó. Protestaron los periodistas y, aunque se les acalló, diferentes personalidades de distintos colores políticos firmaron un escrito en su apoyo: Quintana, el duque de Rivas, González Bravo, Olózaga y, los más jóvenes, entre los que destacaba Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 241 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Cánovas del Castillo. La prensa guardó silencio cuando el 5 de enero de 1854, la reina dio a luz a una niña, lo que había sentado muy mal en Palacio. También se refiere Fajardo a la persecución de la prensa, opuesta al Gobierno, en la persona de sus profesionales. Son desterrados a Canarias: Rancés y López Robers, de El Diario Español; Galilea, de El Tribuno, y Bustamante de Las Novedades. Es encarcelado en la prisión del Saladero, Eusebio Asquerino y Bermúdez de Castro es enviado a Cádiz, al castillo de Santa Catalina. Otros periodistas, sin embargo, no fueron encontrados. Entre ellos, Cánovas y Fernández de los Ríos, director de Las Novedades. Beramendi percibe que estos, cuando se los había encontrado en la Puerta del Sol, como otros, igualmente no ministeriales, a los que había visto en la Carrera de San Jerónimo, hablaban «horrores del Gobierno» (Troncoso: 2007, 453), no tratando nada benévolamente a los polacos gubernamentales sino, por el contrario, llamándoles tahúres políticos, cuadrilla de rateros y turba de lacayos y rufianes (Troncoso: 2007, 453). No obstante, Fajardo también tiene amistad con José María Mora, más de su cuerda, y director del periódico más afín al Gobierno: El Heraldo, o con Francisco Chico, personaje real, jefe de la policía de Madrid, muy cercano a M.ª Cristina y odiado por sus crímenes, que ve una conspiración de amplias dimensiones, pues la practican «progresistas y moderados, paisanos y militares, las señoras del gran mundo y los cesantes de todos los ramos, que se cuentan por miles» (Troncoso: 2007, 457). Sabe el marqués que los generales Concha, Armero e Infante han sido deportados y Chico le dice que también O’Donnell, pero que este, que había logrado escabullirse, no había sido encontrado. Más adelante el marqués, en relación con la prensa clandestina, hablará de El Murciélago, del que se tiraron cinco números5. Su salida el día 26 es considerada por Cristino Martos como «otro de los rasgos característicos de la conspiración» (Martos: 1854, 83), ya que lo propiciaron todos los que «prepararon los sucesos de Vicálvaro» (Martos: 1854, 83). Se había repartido en sobre fileteados de negro como las esquelas y fue recibido por los ministros y la propia reina. También por Beramendi. La publicación, sin duda, fue una forma de venganza de la clase periodística contra los continuos ataques a la libertad de prensa. Este estado de cosas, auténticamente prerrevolucionario, se subraya más, como indica Fajardo, con el alzamiento militar que se produce en Zaragoza, impulsado por el brigadier Hore, que es sofocado. La conducta del matrimonio Fajardo Emparán es frívola cuando el marido escribe que se pusieron a «hablar mal del Gobierno, y no porque éste nos haya hecho 5 Martos (1854, 84-99) reproduce algunos fragmentos en su libro. Ermitas Penas 242 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. ningún daño, sino por la imposibilidad de sustraernos al enconado pesimismo del medio ambiente» (Troncoso: 2007, 458). Y con el mismo objeto de divertirse conversan sobre todas las maldades que se le atribuyen a Sartorius y su Ministerio, y de los duques de Riansares, cuyo palacio de las Rejas es, dice Pepe, según «la fraseología de los papeles clandestinos, el antro de la corrupción, el inmundo taller de los chanchullos de ferrocarriles» (Troncoso: 2007, 458) y el lugar donde se conspira contra la libertad. Sin embargo, y en claro contraste con lo anterior, el marqués de Beramendi es consciente de que el pueblo «no es solamente la clase inferior de la sociedad» (Troncoso: 2007, 459), del que Mª Ignacia asegura que, por su ignorancia, «pide la cabeza de sus gobernantes sin saber de qué se les acusa» (Troncoso: 2007, 459), sino «el conjunto de todos los seres que se llaman españoles» (Troncoso: 2007, 459). Por eso, responde a su esposa que esa totalidad, «la gran masa nacional, posee la percepción clara de la conducta de sus mandarines» (Troncoso: 2007, 459). Ese conocimiento, para Fajardo, lo adquiere por la «conciencia nacional» (Troncoso: 2007, 459), algo instintivo, que le dice: «los que me gobiernan, me engañan, me tiranizan y me roban» (Troncoso: 2007, 459). No hay duda, pues, que Beramendi no solo es capaz de elaborar una nueva concepción del término pueblo como diverso conglomerado social, sino que le explica a su mujer la sensibilidad que este tiene ante la injusticia. No importa, le dice José, que los menos instruidos desconozcan lo que significan algunas palabras, también el «enfermo, cuando algo le duele, tampoco sabe designar su dolor con el terminacho científico que les dan los médicos» (Troncoso: 2007, 459). No obstante, como afirma Montesinos, del pueblo «en la práctica sigue teniendo (...) la parcial noción de los demagogos» (Montesinos: 1973, 116), evidenciada en varias ocasiones «en los capítulos en los que se narran los desórdenes de Madrid» (Montesinos: 1973, 116). Las clarividentes reflexiones anteriores de Pepe son seguidas, en el mes de marzo, por la creencia de que los pronunciamientos militares son consecuencia de que «la nación no puede aguantar ya más atropellos, inmoralidades y corrupciones (Troncoso: 2007, 464) y está seguro de que la Revolución triunfará, aunque debiera hacerla «el pueblo, la masa total» (Troncoso: 2007, 464), pero en España la costumbre es que este la delegue en los militares. Y para justificar estas palabras apela a la confrontación entre Historia real e Historia oficial: la «historia efectiva, muy distinta de esa otra Historia que sale al mundo cubierta de artificios, como una vieja que se adoba el rostro, y todo lo lleva postizo, empezando por el lenguaje» (Troncoso: 2007, 464). Pepe Fajardo no cree a Francisco Chico cuando le asegura que no era capaz de hallar ni a Cánovas ni a O’Donnell porque sabe de sus mañas y que le pierde la desconfianza. Y no Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 243 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. acepta el trato que le propone: el jefe de policía encontrará Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez, si él le entrega a al periodista malagueño, del que sospecha se esconde en su casa, lo cual no era cierto. Pero el marqués encuentra otro informante que ha de ayudarle en la búsqueda de la pareja huida. Se trata del policía Telesforo del Portillo, apodado Sebo, a quien, por oficioso, odia Mª Ignacia. Fajardo, no obstante, reconoce que este, aunque le lleva chismes vulgares, también le trae algunas referencias de «un valor inapreciable» (Troncoso: 2007, 486), entre ellas el escondrijo de O’Donnell en la calle de la Ballesta, la existencia de contactos entre Cánovas, Vega Armijo y Fernández de los Ríos con tres generales, y de cierto movimiento en los regimientos. Es un tanto desconcertante que Beramendi, ajeno a cualquier problema material, desde su posición privilegiada, se muestre ahora filósofo revolucionario, hablándole a un Sebo que no lo entiende: España (...) no tiene nada que consolidar; necesita de la acción destructora. Las revoluciones , que en otras partes desequilibran la existencia, aquí la entonan (...) vengan revoluciones, para que el país se despabile y aprenda a vivir a la moderna, y salgan hombres de gran poder , y tengamos más medios de ganar la vida, y se acabe el morir lento de un pueblo (Troncoso: 2007, 483). Pero esta carga intelectual se diluye en nuevas frivolidades cuando Fajardo dice al policía que desea comunicar a su mujer lo que él le ha dicho acerca del hambre en los pobres y menestrales porque los alimentos eran caros, lo que había aumento la mendicidad. Lo cual, al comentarlo con Mª Ignacia, será motivo de diversión. Luego Pepe, con su cinismo habitual, añadirá: Los ricos que no tienen nada que hacer, se morirían de tedio si no alegraran su vida, en que todo está hecho, pasando revista a la vida de los demás…Vea usted en qué consiste la única felicidad de los ricos, precisamente por ricos, ociosos: son felices mirando y midiendo la infelicidad ajena (Troncoso: 2007, 484). Pero, además Beramendi, expresa a su esposa, su desconfianza sobre lo que se avecina. Le dice que tiene «una fe relativa» (Troncoso: 2007, 488) en esa «revolución juvenil, que trae espíritu y modos nuevos» (Troncoso: 2007, 488), perpetrada por hombres del «estado llano» (Troncoso: 2007, 488) —ni nobles, ni eclesiásticos, ni militares—, cultos y casi todos abogados como Ríos Rosas, Cánovas, Fernández de los Ríos, Pinedo, Rivero, Martos, y poetas como García Tassara. Admite que «la poesía es el germen de la sabiduría política» (Troncoso: 2007, 488) y justifica esa inseguridad o falta de esperanza en ese tipo de Ermitas Penas 244 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. revolución, como descubre su esposa, en sus habituales efusiones hacia los humildes 6, que anteriormente habían trastornado su cerebro. Así razona Pepe: los «pueblos desgraciados» aman lo nuevo, pero si en ellos la mayoría son hambrientos, «el entusiasmo por las revoluciones es delirio» (Troncoso: 2007, 488). Lo que estos opinan se resume en que comen poco y mal, y quieren comer más y mejor. Sus palabras, divagaciones para M.ª Ignacia, no dejan lugar a dudas de su inhibición ante la realidad social: los ricos bien comidos no labramos más que una opinión artificial, hueca. La verdadera opinión, el verdadero sentimiento público, es el hambre (...) La Sociedad divaga, yo no… Yo estoy quieto en mi casa, y ella es la que da vueltas en derredor mío. Yo estoy harto y quieto, viendo venir la siniestra procesión de los estómagos vacíos, viendo pasar las revoluciones (Troncoso: 2007, 488). La carta de Virginia que Sebo le entrega, en la que esta le pide ayuda contra curas y guindillas por temor a que los reconozcan, determina que Pepe Fajardo, junto al policía, tomen camino hacia Coslada, donde se encuentran los amantes, fundiendo así Galdós las dos tramas de la novela: la de los sucesos históricos y la de los ficticios y privados, pues Sebo avisa al marqués del inminente pronunciamiento de O’Donnell, que ha salido en dirección a Canillejas. Esto alegra a Beramendi que, al ver que su camino coincide con el del general, se le presentaba la oportunidad de contemplar «la página histórica que de improviso —escribe— ante mis ojos se abría» (Troncoso: 2007, 495). Desde el coche observa grupos de civiles armados y los más próximos le hablan de la proclama de O’Donnell, firmada también por Dulce, Ros de Olano y Messina. Una vez en Canillejas, Pepe, acompañado por Telesforo, decide abandonar su plan y seguir a Torrejón, pero no logran alcanzar la columna del general. Pernoctan allí y al día siguiente llegan la caballería, la infantería y los voluntarios y, poco después, el Estado Mayor, que estuvieron allí escaso tiempo, saliendo del pueblo en dos divisiones: la comandada por el general Dulce en dirección a Canillejas y la de O’Donnell en dirección a Vicálvaro. Beramendi decide acompañar a esta porque pasaría por Coslada, donde estaban ahora los fugitivos amantes, aunque no sucedió así. Siguiendo camino en su coche y a falta de espíritu bélico, aunque le interesen las «consecuencias políticas o sociales» (Troncoso: 2007, 503) de la confrontación, Pepe se sitúa en lugar seguro, viéndola «desde las tapias más lejanas del pueblo» (Troncoso: 2007, 503). Es, pues, narrador testigo del enfrentamiento de los rebeldes con las tropas del Gobierno, que dirigen el general Blaser, ministro de la Guerra, y el capitán general Lara. Sólo deseaba que el combate terminara cuanto antes. No obstante, el marqués, después de dos horas y no apreciando que la balanza se 6 Téngase en cuenta que estas atracciones populares, como puede observarse en episodios anteriores, no son en el personaje más que la pasión que abriga hacia la bella Lucila Ansúrez. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 245 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. inclinase hacia un lado concreto, se refugia a la salida de Vicálvaro. Desde allí ya nada puede ver y solo recibirá, a veces, noticias, en aquel 30 de junio. Sabrá que el enfrentamiento quedaba en tablas y que el número de bajas había sido pequeño. Lo cual hace pensar a José Fajardo que «la página histórica me resultaba poco interesante (...) La verdadera página histórica con gravedad y trascendencia vendría después, larga secuela de un hecho militar pequeño y de poca sangre» (Troncoso: 2007, 505). La Vicalvarada, de resultado incierto causó confusión y desconfianza en las gentes sobre la naturaleza de aquel alzamiento. Ciertamente, había sido apoyado por dos de las tendencias en que se había surgido de la fragmentación del partido moderado: los narvaístas y los puritanos de O’Donnell, Dulce y Ros de Olano, los más cercanos a los progresistas templados. Ambas alas, se habían sublevado en contra de los polacos, de Sartorius, que ostentaban el Gobierno de la nación. Se hacía necesario articular una fórmula con las garantías políticas suficientes para impulsar a toda la población civil de las grandes capitales, al margen del Ejército casi todo obediente al conde de San Luis, a una revolución. Y esto significó el Manifiesto de Manzanares, detonante de la segunda fase del movimiento revolucionario, como señalamos más arriba. La idea vino de Cánovas, quien lo redactó en casi su totalidad, que, además, convenció a O’Donnell de su conveniencia al posibilitar la atracción de los progresistas tibios7. Pero Beramendi, que desde la batalla de Vicálvaro avanza en sus memorias, mediante resúmenes y elipsis, hasta el mes de julio, no menciona este importantísimo suceso político del día 7, aunque habla con clara ironía de algunos asuntos relacionados con él, sobre todo de la restitución de la Milicia Nacional. Fajardo sale de paseo el día 17 y se va enterando de los pronunciamientos en Barcelona y Valladolid. Recorre con sus amigos la Carrera de San Jerónimo y la calle del Príncipe. Observa como la gente se apiña en grupos comentando la caída de Sartorius y, charlando con diferentes personas, Pepe se da cuenta de que reina el contento porque no había ya Gobierno. En su casa, Beramendi tiene noticias del tumulto ocasionado a la salida de los toros. Sebo le hace saber que Mita y Ley están en Madrid. Desea, entonces, salir a la calle para contemplar —escribe— «una página histórica, que sin duda habría de ser más bella que la de Vicálvaro» (Troncoso: 2007, 520). Cuando el marqués, sus amigos, Sebo y Rodrigo, el pequeño de los Ansúrez se encuentran fuera, contemplan que todas las casas de Madrid 7 C. Martos (1854, 187-188) escribe al respecto: «el programa de Manzanares (…) significa, a nuestro entender, en la esfera de las personas, la unión de los conservadores y los progresistas templados; en el orden de las ideas, la abdicación franca y explícita de las doctrinas moderadas y la adopción de los principios progresistas». Ermitas Penas 246 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. estaban iluminadas y oyen el redoble de las campanas de las iglesias. Al lector le llegan los sucesos de esa noche no porque Fajardo sea un narrador fidedigno que relate lo que ha presenciado o en lo que haya participado, sino por informantes concretos o no definidos que se los hacen saber. Así, el asalto del pueblo al ayuntamiento, al gobierno civil y a la cárcel del Saladero para liberar a los presos políticos. Sin embargo, en otras ocasiones, llega a ver los desmanes, aunque sea por instante, como en el caso del incendio del palacio de las Rejas, lugar del que huye cuando los cazadores, al mando de Gándara, cargan contra los sublevados cobrándose muchas vidas. También observa hogueras en las que ardían los muebles del marqués de Salamanca y llamas en la vivienda del conde de San Luis y en las de otros hombres tan importantes como aborrecidos. Beramendi alterna en este relato de la noche del 17 de julio reflexiones de claro apoyo a los revolucionarios con ciertas ironías, que conectan con lo que dice a su cuando regresa a su casa al amanecer. Le asegura que se ha divertido «muchísimo» (Troncoso: 2007, 527) y que «el espectáculo ha sido de incomparable belleza» (Troncoso: 2007, 527), para concluir con unas palabras que contradicen los comentarios antes mencionados: ¡El pueblo ejerciendo de soberano por unas cuantas horas, y entreteniéndose en jugar con los flecos y garambinas de su manto!... Luego, al andar, se pisa el manto, se cae de bruces… En fin, que estos carnavales son forzosamente muy breves, y el pueblo, que por divina licencia los celebra, se divierte poco, como no entienda por diversión el ser fusilado en lo más entretenido de la fiesta (Troncoso: 2007, 528-529). Y, aunque todo lo que había presenciado le parece al marqués que había aliviado su enfermiza ansía de belleza, lo cierto es que «no acababa —escribe— de satisfacerme» (Troncoso: 2007, 528) porque «quería más, más pataleos y manotazos de la plebe restituida a su libertad» (Troncoso: 2007, 528). Por eso a las once de la mañana de la jornada siguiente, día 18, se escapa, con Rodrigo Ansúrez. Juntos irán a la calle de Toledo donde viven su hermano y Virginia. Él le informará del continuo tiroteo que hubo, del fuego en la plaza de Santo Domingo y del intento de asaltar el palacio y el teatro real. No llegó a presenciar Beramendi incidentes sangrientos esa mañana pero oyó los tiros y luego vio heridos y muertos en las inmediaciones de la Plaza Mayor. Reconoce, además, que no se encontraba «en la completa serenidad de juicio que normalmente» (Troncoso: 2007, 530) disfrutaba. Desde allí puede ver con Rodrigo la lucha entre soldados y civiles que defendían las entradas a la plaza, pues Sotero, el viudo de Antoñita, antigua amante de Pepe, lo invita a presenciar el combate desde su buhardilla, subidos al tejado. Oían el estruendo de fusilería y cañones, y veían mucho humo desde allí. Todo lo cual provenía de los lugares en que los enfrentamientos Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 247 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. estaban siendo más duros: la plazuela de Antón Martín y la del Ángel. A las cuatro, Sotero los convida a almorzar, con lo que el marqués y Rodrigo reparan fuerzas, aunque los alimentos eran de muy mala calidad. Más tarde el estañero Gamoneda les relatará otros combates igualmente fieros en otros puntos de Madrid. Al anochecer, cuando Fajardo intenta volver a su casa, no encontrando camino franco, tienen que ir por la calle de Toledo. Observan, entonces, que hombres, mujeres y niños, a quienes dirigía Gamoneda, preparaban una barricada con todo tipo de trastos 8. Aunque el marqués, se ve tentado a volver al lugar seguro de su casa, «una fuerza de adhesión casi irresistible, pegajosa» (Troncoso: 2007, 547) —escribe— lo retenía allí, en la calle de Toledo, entre aquellos hombres. Se siente triste Fajardo al compararse con ellos, «inocentes y rudos que perciben un ideal y corren ciegos tras él menospreciando sus propias vidas» (Troncoso: 2007, 547)9. Pero Beramendi se inhibe y el lector, que lo conoce bien, nunca lo ve como un disidente del modo de vida y el aparato del poder. Sin embargo, sus contradicciones y anhelos insatisfechos le llevan a reconocer que vive una «existencia infecunda, inmóvil pieza de un mecanismo que anda sólo a medias y a tropezones» (Troncoso: 2007, 547). Y, por supuesto, decide no ayudar en la lucha y, cuando ya es de día, no sabiendo si ha dormido o no, le dice a Rodrigo que su hermana Lucila es «más bonita (...) que la barricada» y que en sus ojos «están todas las revoluciones» (Troncoso: 2007, 548). Galdós echa mano de un subterfugio para borrar las barreras entre realidad y ficción y dar verosimilitud a lo que Fajardo cuenta sobre sus acciones en la jornada del 19 de julio. Lo que lleva a sus memorias es lo que le dice Rodrigo que ocurrió, pues él no puede recordar nada, a excepción del estruendo de los tiros, debido a que había tomado buñuelos y bebido aguardiente, «ponzoña» que le «inició la inconsciencia» (Troncoso: 2007, 550). El muchacho le explica que ha luchado en la barricada más de una hora, que se había portado como un valiente y que todos lo consideran ya un héroe. También le da pormenores sobre las barricadas en la calle de la Montera y en las plazas de Santo Domingo y Antón Martín, además de otras en otros enclaves en los que se habían establecido las defensas. Hasta después de anochecido no se recobró Beramendi del todo. Cuando lo hizo se fue enterando de que los enfrentamientos se habían suspendido y ya negociaban la paz la Junta y Palacio, con lo que «el triunfo del pueblo era evidente» (Troncoso: 2007, 551). Pepe también vio muchos muertos en las calles Imperial, Atocha y Carretas. Luego con su inseparable 8 Las profesiones de los jefes de las once barricadas que estudian García Monerris y Pérez Garzón (1976, 217), «en su mayoría pertenecen al grupo de profesiones liberales y pequeños “propietarios”». 9 El peso de la lucha armada en las barricadas «recayó sobre las masas populares: Más aún, sobre los grupos sociales proletarizados» (García Monerris y Pérez Garzón: 1976, 216). Ermitas Penas 248 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. Rodrigo decidieron buscar a Mita y Ley, pero no los encontraron. El marqués, con mucha fatiga, se sintió —escribe— nuevamente «amagado» por sus «desórdenes cerebrales y nerviosos» (Troncoso: 2007, 552) y, penetrando en un oscuro bajo, se durmió profundamente sobre unas esteras. Cuando despertó, mientras el chico todavía descansaba a su lado, otra vez se consideró muy inferior a la «caterva popular» (Troncoso: 2007, 552). Pero un acontecimiento fortuito parece elevarlo a más alto rango al convertirse Fajardo en defensor de honras ajenas cuando, inopinadamente, Gracián, el libertino militar revolucionario y viejo amante de la hermosa Lucila, decide perderla. Tras una pelea entre ambos, el memorialista le pega un tiro en la cabeza. Luego, Beramendi consigue, al fin, entrevistarse con los enamorados, antes de que, felices, abandonen Madrid, una vez que se ha proclamado un nuevo Gobierno. Ya de vuelta a su domicilio, Pepe, al finalizar el episodio, debe enjuiciar, ante Mª Ignacia, «los trágicos y cómicos lances» (Troncoso: 2007, 555) que le había referido. Su «fría opinión» —«todo es pequeño, en conjunto» (Troncoso: 2007, 555)— vuelve a ratificar en el lector el cinismo de Fajardo, testigo fiel de una cruenta lucha y de unos movimientos políticos nada fáciles: Relativa grandeza o mediana talla veo en la obra del pueblo sacrificándose por renovar el ambiente político de los señoretes y cacicones que vivimos en alta esfera. Menguados son los políticos, y no muy grandes los militares que han movido este cipizape (Troncoso: 2007, 555). Palabras que se contraponen a otras de signo bien distinto, que con frecuencia se han considerado propias de Galdós: Mañana (...) se juzgarán estos hechos como atentados a la propiedad, como profanación de la ley o arrebatos de salvaje cólera. ¡Y las culpas de esta brutal plebe, nadie las atenuará con el recuerdo de las horribles violaciones de toda ley moral y cristiana que se contienen en el gobierno regular de las sociedades (...) Nadie se fijará en el crimen lento, hipócrita, metodizado, de la acción gobernante, mientras que salta a la vista el crimen desnudo, instantáneo, de unas gavillas de insensatos que asaltan, queman, matan, sin respetar haciendas ni vidas. Nadie ve las víctimas oscuras que inmoló la ambición de los poderosos, ni los atropellos que se suceden en el seno recatado de una paz artificiosa, sostenida por la fuerza bruta dominante, y todos se horrorizan de que la fuerza oprimida y dominada se sacuda un día y, aprovechando un descuido del domador, tome venganza en horas breves de los ultrajes y castigos de siglos largos (...) Puestos todos a violar, no creo que deban cargarse a la cuenta de la plebe las más escandalosas violaciones (Troncoso: 2007, 526)10. Esta justificación de la rebeldía contra la injusticia parece haber sido olvidada por el propio José Fajardo, quien, al igual que había infravalorado las jornadas de julio, también lo hace con la muerte que había dado a Gracián, hazaña que considera de «mezquina talla» (Troncoso: 10 Este final recuerda a Larra: «Asesinatos por asesinatos, ya que los ha de haber, estoy por los del pueblo» (Pérez Vidal: 2016 520). Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 249 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. 2007, 555). Ambos «pequeños» (Troncoso: 2007, 556) acontecimientos quedan ensombrecidos por Mita y Ley, los únicos que, según el narrador y protagonista dice a su mujer, «son grandes», ejemplo de lo que «merece lugar en la Historia» (Troncoso: 200, 556). Esta valoración en la que prevalece lo privado sobre lo público, se funda en la idea de que el amor de Virginia Socobio y Leoncio Ansúrez es verdadero, auténticamente revolucionario al romper no solo con las normas sociales y morales, sino con los prejuicios de la mezcla o intercambio de clases sociales distintas. Por el contrario, lo sucedido los días 17, 18 y 19 de julio no lo es 11. Lo cual deja otra vez a Beramendi en una nebulosa, cuya falta de coherencia se hace patente en su entusiasta militancia unionista, como miembro de un partido, La Unión liberal, hijo directo de aquella Revolución, en el siguiente episodio, O’Donnell. Para finalizar, cabría añadir no solo la dificultad intrínseca en relación con la cabal interpretación de este episodio, sino el complicado método que don Benito adopta a la hora de elaborarlo. No hay duda, como observó muy pronto Gómez de Baquero, que «el espíritu del libro es verdaderamente revolucionario» (Gómez de Baquero: 1904, 168), pues «es casi una apología de las revoluciones y movimientos populares, o al menos disculpa de los excesos y trastornos de que ordinariamente se acompaña» (Gómez de Baquero: 1904, 168). Galdós, en efecto, consigue transmitir esto al lector, a pesar de que el relato no se hace en tercera persona. Es decir, aunque José Fajardo tiene la posibilidad de «omitir o tratar los hechos según le conviene» (Regalado García: 1986, 349), muchas veces de oídas valiéndose de informantes o como testigo de ellos, lo cierto es que las páginas de sus memorias, de escritura diarista, llevan al lector no solo la atmósfera tensa de aquellos años de auténticos pelotazos económicos, de muerte parlamentaria porque las Cortes estaban cerradas y de falta de libertades, sino la violenta reacción a ese estado de cosas. No obstante, don Benito ha creado para esa función un personaje nada estereotipado, incluso complejo, con especiales características: encumbrado en la alta y rica sociedad no por sus propios medios, diletante historiador, egoísta, insatisfecho, cínico e hipócrita que se siente atraído hacia las clases sociales bajas —efecto de su «efusión popular»— pero de total inoperancia ante sus males. Sus contradicciones vitales, su continua inhibición, sus comentarios y reflexiones producen, a mi entender, una disociación con lo que como narrador relata. Lo cual compromete, a fin de cuentas, la correcta hermenéutica o interpretación de La Revolución de julio. 11 La revolución política deja en Pepe «una impresión amarga», la revolución de la pareja «le parece una conquista valiosa» (Behiels: 2001, 226). (Montesinos: 1973, 124) afirma: «paralelamente a una “revolución” que es una pura farsa, he aquí una revolución verdadera, pues consiste en un cambio de postura social exigido por un deseo de autenticidad». Ermitas Penas 250 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. BIBLIOGRAFÍA BEHIELS, L., La cuarta serie de los «Episodios nacionales» de Benito Pérez Galdós: Una aproximación temática y narratológica, Verbuert, Iberoamericana, 2001. CARDONA, R., “Apostillas a los Episodios Nacionales de B. P. G., de Hans Hinterhäuser”, Anales galdosianos, 3, 1968, pp. 119-142. CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós, Madrid, Gredos, 1961. GARCÍA MONERRIS, C. y PÉREZ GARZÓN, J. S., “Las barricadas de junio de 1854. Análisis sociológico”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XII, 1976, pp. 213-237. GÓMEZ DE BAQUERO, E., “Crónica literaria. La revolución de julio, por D. Benito Pérez Galdós”, La España Moderna, XVI, 185, mayo 1904, pp. 162-171. GONZÁLEZ HERRÁN, J. M. (1995), “La Revolución de julio de 1854 en la novela: José María de Pereda, Pedro Sánchez (1883), Benito Pérez Galdós, La Revolución de julio (1903)”, “Érase un muchacho…”, y otros estudios peredianos (1976-2016), Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 2016, pp. 293-302. LARRA, M. J., Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, ed. J. Rubio, Madrid, RAE, 2016. MARTOS, C., La Revolución de julio en 1854, Madrid, Imprenta de D. Anselmo Santa Coloma, 1854. MONTESINOS, J. F., Galdós, II, Valencia, Castalia, 1968. — “La cuarta serie”, Galdós, III, Valencia, Castalia, 1973, pp. 103-244. PÉREZ GALDÓS, B., “Hasta luego” (1875), Episodios nacionales. Segunda serie. La España de Fernando VII, ed. D. Troncoso, Barcelona, Destino, 2006, pp. 21-23. — “Las tormentas del 48”, Episodios nacionales. Cuarta serie. La era isabelina, ed. D. Troncoso, Barcelona, Planeta, 2009, pp. 33-155. — “La Revolución de julio”, Episodios nacionales. Cuarta serie. La era isabelina, ed. D. Troncoso, Barcelona, Planeta, 2009, pp. 427-556. REGALADO GARCÍA, A., “La cuarta serie de los Episodios Nacionales”, Benito Pérez Galdós y la novela histórica española (1868-1912), Madrid, Ínsula, 1986, pp. 339-433. RIBBANS, G., History and Fiction in Galdós’s Narratives, Oxford, Clarendon Press, 1993. RODGERS, E., “The ‘History’ of José Fajardo in the Fourth Series of Galdós’s Episodios Nacionales”, A further range. Studies in Modern Spanish literature from Galdós to Unamuno, ed. A. Clarke, Exeter, University of Exeter Press, 1999, pp. 185-204. Política y sociedad en La revolución de julio a través de la mirada de José Fajardo 251 Arencibia, Yolanda; Gullón, Germán; Galván González, Victoria et al. (eds.) (2018): La hora de Galdós, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, ISBN: 978-84-8103-888-0. UN HIJO DEL PUEBLO, Las jornadas de julio. Reseña de los heroicos hechos del pueblo de Madrid desde la noche del 17 de julio hasta la entrada en la capital del ilustre duque de la Victoria, Madrid, Imprenta de D. Anselmo Santa Coloma, 1855. |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|